(Ucrania, 1938-1985)
"Aquel edificio..."
Aquel edificio, a quien la pena despertó,
que en el límite del gemido se intoxicaba
con un terror secreto, y lánguidamente se inclinaba
hacia el deslumbrante sedimento inmaculado
manifestándose en el curso de la corriente,
se confió a su turbulento ondular.
Buscaba el orden en la debilidad
entreoyendo la verticalidad de la arboleda,
cuyo rastro furtivo en la colina se perdía,
la mano contraecha de un pino mutilado
dudaba si hacia él acercarse,
como si de un sifilítico se tratara. Con los penachos
de las nubes otoñales volaba una lluvia seca,
para unirse con estrépito a las articulaciones
de los bosques, cuyo escaso consuelo
podría rescatar de la amenaza.
que en el límite del gemido se intoxicaba
con un terror secreto, y lánguidamente se inclinaba
hacia el deslumbrante sedimento inmaculado
manifestándose en el curso de la corriente,
se confió a su turbulento ondular.
Buscaba el orden en la debilidad
entreoyendo la verticalidad de la arboleda,
cuyo rastro furtivo en la colina se perdía,
la mano contraecha de un pino mutilado
dudaba si hacia él acercarse,
como si de un sifilítico se tratara. Con los penachos
de las nubes otoñales volaba una lluvia seca,
para unirse con estrépito a las articulaciones
de los bosques, cuyo escaso consuelo
podría rescatar de la amenaza.
"¡Cómo se desea -morir!..."
¡Cómo se desea —morir!
Para no callar,
ni con el grito clamar,
el último astro,
la venteada madrugada.
Póstumo detenerse
del glaseado día;
aguardar —y morir.
Y desde entonces no pensar en el regreso:
en lo profundo del silencio
en donde la quietud adormece,
en donde la melodía oprime
al corazón esclavizado:
ni siquiera es posible respirar—
¡cómo se desea morir!
Se desvanecieron los sueños,
las ideas se tornaron inservibles,
todos los gozos —cayeron abatidos
todos los colores —se desvanecieron.
Insaciable, como el claro umbroso en un bosque,
es la trayectoria vertical.
Pero no se podrá escalarla
ni a pie, ni con la vista,
ni con el movimiento, ni con el espíritu,
ni con el cuerpo desmembrado,
ni con la garganta atenazada.
Así que imploro, Señor,
deja que me eleve,
porque la muerte es lo que deseo.
Cómo es posible continuar;
esta espera opresora,
el abismo sin fondo,
esta cima dolorosa,
el feroz tormento.
¡Permíteme que caiga en un sueño eterno!
¡Extraviarse, olvidar,
descender hacia el grito,
desintegrarse en fragmentos,
ser esparcido al viento,
perderse en el tiempo
y, arrancándome el alma,
naufragar en el anonimato!
Al otro lado de la colina del destino
una tormenta de nieve aplaca la furia,
y las manos maternas
—teñidas de amanecer—
alzadas hacia el cielo
buscan a tientas
al espectro primogénito
prisionero para unos ojos abstraídos,
unas espaldas inclinadas por la resignación.
¡Cómo se desea —morir!
Desplazarse imperceptiblemente,
más allá de la orilla ilusoria,
más allá del horizonte de lo posible,
más allá del muro de las humillaciones,
más allá de las rejas enloquecedoras,
allende el helor —de la clausura.
Para no callar,
ni con el grito clamar,
el último astro,
la venteada madrugada.
Póstumo detenerse
del glaseado día;
aguardar —y morir.
Y desde entonces no pensar en el regreso:
en lo profundo del silencio
en donde la quietud adormece,
en donde la melodía oprime
al corazón esclavizado:
ni siquiera es posible respirar—
¡cómo se desea morir!
Se desvanecieron los sueños,
las ideas se tornaron inservibles,
todos los gozos —cayeron abatidos
todos los colores —se desvanecieron.
Insaciable, como el claro umbroso en un bosque,
es la trayectoria vertical.
Pero no se podrá escalarla
ni a pie, ni con la vista,
ni con el movimiento, ni con el espíritu,
ni con el cuerpo desmembrado,
ni con la garganta atenazada.
Así que imploro, Señor,
deja que me eleve,
porque la muerte es lo que deseo.
Cómo es posible continuar;
esta espera opresora,
el abismo sin fondo,
esta cima dolorosa,
el feroz tormento.
¡Permíteme que caiga en un sueño eterno!
¡Extraviarse, olvidar,
descender hacia el grito,
desintegrarse en fragmentos,
ser esparcido al viento,
perderse en el tiempo
y, arrancándome el alma,
naufragar en el anonimato!
Al otro lado de la colina del destino
una tormenta de nieve aplaca la furia,
y las manos maternas
—teñidas de amanecer—
alzadas hacia el cielo
buscan a tientas
al espectro primogénito
prisionero para unos ojos abstraídos,
unas espaldas inclinadas por la resignación.
¡Cómo se desea —morir!
Desplazarse imperceptiblemente,
más allá de la orilla ilusoria,
más allá del horizonte de lo posible,
más allá del muro de las humillaciones,
más allá de las rejas enloquecedoras,
allende el helor —de la clausura.
"Tú no has cambiado..."
Tú no has cambiado, en cambio yo me he vuelto remoto.
Las separaciones se acumulan a mis espaldas;
el tiempo que retorna sin ser invitado...
(y agazapado se arrastra,
persiguiendo una sombra aún más larga,
creciendo juntos del menosprecio: una mano silenciosa
de álamos entumecidos bajo la luz crepuscular).
—horrible es el pecado que llevo en mi corazón
...las despedidas arrancaba, así como extirpan los atlantes
las arterias y las venas,
la escoria de los túmulos de deshechos carboníferos;
algo se ha quebrado en el pecho... (las fronteras
de la tierra —las deflecciones del otro mundo hacia el infierno—
abiertamente han reconocido al alma como suya).
Eres el límite. Un fragmento de eternas rivalidades;
caer—y no desintegrarse. Eres la depresión
de una tierra plañidera: el mundo se torna frío,
y con su nieve congela nuestras inexpertas manos...
No has cambiado. Ni la angustia ni los años
te han envejecido. Eres muda, como un espejo,
en el cual hace tiempo quedó reflejado tu fugaz semblante,
grabado para siempre en la penumbra,
y aún —una gaviota con un ala— se lamenta,
aún —como el vástago de un caótico tiempo.
Las separaciones se acumulan a mis espaldas;
el tiempo que retorna sin ser invitado...
(y agazapado se arrastra,
persiguiendo una sombra aún más larga,
creciendo juntos del menosprecio: una mano silenciosa
de álamos entumecidos bajo la luz crepuscular).
—horrible es el pecado que llevo en mi corazón
...las despedidas arrancaba, así como extirpan los atlantes
las arterias y las venas,
la escoria de los túmulos de deshechos carboníferos;
algo se ha quebrado en el pecho... (las fronteras
de la tierra —las deflecciones del otro mundo hacia el infierno—
abiertamente han reconocido al alma como suya).
Eres el límite. Un fragmento de eternas rivalidades;
caer—y no desintegrarse. Eres la depresión
de una tierra plañidera: el mundo se torna frío,
y con su nieve congela nuestras inexpertas manos...
No has cambiado. Ni la angustia ni los años
te han envejecido. Eres muda, como un espejo,
en el cual hace tiempo quedó reflejado tu fugaz semblante,
grabado para siempre en la penumbra,
y aún —una gaviota con un ala— se lamenta,
aún —como el vástago de un caótico tiempo.
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