(Paraguay, 1927 - 1998)
INFANCIA
Está la casa en sombra adormidera
abierta y singular, sin un latido,
como si todo el mundo roto de su sangre
en savia blanca el ocio convirtiera.
No hay voces, si las hubo, han definido
un vegetal asomo de tristeza
con su mudez pretérita y presente
muerta de luz al ansia del sonido.
En el zaguán oscuro que bosteza
el mármol de sus gradas hay un cuento
con consuelo de infancias transparentes
arrinconando un mudo de belleza.
Su patio siempre patio y firmamento
de unos ojos ausentes tiene huellas:
hay un árbol dormido y las baldosas
azulmente disfrazan su cemento.
El corredor -pilares sin querellas
sosteniendo una sombra de tejuelas-
ha perdido los pasos de algún niño
y los busca, nocturno, en las estrellas.
LA CASA
Una casa es un hombro derrotado
es una mano abierta sin simiente,
una argamasa inútil, un doliente
conjunto de ladrillos apagado,
un pensamiento absorto en el pasado
que agrieta con sus voces el presente,
es un oscuro trozo de poniente,
es un juguete antiguo y olvidado.
Una casa es un llanto, un dolorido
balcón sin mariposas anhelantes,
una casa es mudez y es alarido,
es un amor que ha muerto sin amantes,
Una casa, Señor, es una infancia
huyente y malherida de distancia.
EL GRILLO
Entonces era el grillo
-invisible, marrón y compañero-
oculto impenitente, perforando
la limpidez primera del secreto.
Luciérnaga sin brillo,
telégrafo de Dios y estafetero
nocturnamente hilando
las letras de mi sueño analfabeto.
entonces era el grillo
mi ubicuo cancionero
anónimo y tenaz, puro y discreto.
SETIEMBRE
Pasaban las veredas en setiembre
su bullicio de sol y de naranjos
y la casa estudiaba en las cornisas
el álgebra inconsciente de los pájaros.
¿Era un papel setiembre? ¿Una pandorga
con destino de cables acechantes?
¿Una emoción, un signo o la promesa
de un crucigrama blanco de azahares?
Setiembre era una calle, una vereda
escrita de triciclos trashumantes
y era un sillón de mimbre que amparaba
el descanso de un juego sin edades.
Era un helado turbio de anilinas
y un poco más de sol cuando era tarde.
Setiembre no era un mes, era una novia
apoyada en la mano de su madre.
LA ESCUELA
Cuando importó la escuela sus cuadernos
y la casa se abrió a los guardapolvos
la tinta se hizo azul y los canteros
clavaron en los libros sus abrojos.
Zapatos carcomidos de recreos
y virutas con gris de borradores.
Colón, Juan de Solís y los charrúas,
Salazar y el fortín hecho de adobes.
Por cima de los árboles, el cielo;
¡tan lejana la calle!
La libreta
midiendo mercurial el incipiente
calor de nuestra vida y nuestra ciencia.
Y la casa se abría cada tarde
y llenaba de luz sus corredores
para abrazar al niño amenazado
por infiernos de tiza y pizarrones.
LAS PALABRAS
A veces hay palabras que se mueren
y no las resucita el diccionario;
palabras simples, claras, que acrecieron
el verbo de la infancia en nuestros labios.
En balde las buscamos para darles
una vida que ha muerto con los años.
Dulces palabras nuestras exiliadas
solo sonido ya desamparado,
que por un tiempo fueron los mojones
de nuestro personal vocabulario.
Es inútil buscarlas, ya se han muerto
bajo el peso brutal del diccionario.
VACACIONES
Hubo un soplo de luz en los portones
cuando noviembre repitió de grado,
el aire de la casa trastornado
frente al viento febril de vacaciones.
Vacaciones, un tren, un pueblo, un lago,
una leche distinta y tras los cerros
un arroyo con márgenes de berro
y un florecer de trompos el guayabo.
Si se pudiese -siempre recordando-
volverlas a vivir, toda su esencia
tendría cercano y ya en ausencia
del resinoso beso de los mangos.
Hay un sitio
Hay un sitio en el mundo donde vivo
pequeño y singular,
un sitio mío,
un pedazo de tierra con olor a madera,
con gentes como yo,
de diminuto, sangrante y triste
corazón cautivo.
Un pedazo de tierra, pocos hombres,
y un alfange de acero como río.
Yo estoy en él, soy parte de esa parte
minúscula del mundo. Tengo amigos
que comparten el tiempo y lo desangran
con lentitud, sin prisa, desde antiguo.
La vida es muy sencilla,
sólo basta
ser fiel al cumplimiento de los ritos:
matar a la verdad cada mañana
y dejarla morir cada domingo.
Quien conoce la clave, dulcemente
puede vivir tranquilo en este sitio.
Las palabras mantienen la tersura
de su forma redonda y sus resquicios,
pero aquello que encierran por ser verbo
en cada labio da un sabor distinto.
La gramática es tensa, diferente
de toda similar. Sólo el sonido
de sus vocablos tiene semejanza
con un idioma al que llamara mío.
Hay sinónimos claros, transparentes:
ser libre es vegetar sin albedrío,
robar es trabajar, amor es odio,
y vivir es morir desguarnecido.
La soledad se llama compañía
y el traicionar, ser fiel a los amigos.
La novedad, vejez. Todo lo nuevo
tiene una oscura poátina de antiguo.
Hay un sitio en el mundo donde vivo
pequeño y singular.
Un sitio mío,
un pedazo de tierra que se pudre,
con gente como yo,
de diminuto, sangrante y triste
corazón cautivo.
Lapacho
Copa de vino añejo que desborda
la sutil embriaguez de sus colores,
encaje, cromo y luz en el que bordan
los pájaros la gloria de sus flores.
Mano morena que enguantada en lila
acaricia el azul de las mañanas,
badajo florecido de la esquila
triunfal del firmamento que se inflama.
Mancha de luz al borde de un camino,
jalón del campo y corazón del viento,
árbol que tiene para sí el destino
de ser la primavera en todo tiempo.
Y ya solo en la tarde pura y bella,
embriagado de luces y colores,
es el árbol que enciende las estrellas
con la llama morada de sus flores.
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