viernes, 11 de marzo de 2016

Tres Poemas de Angelós Sikelianós

(Grecia, 1884 - 1951)


LA MADRE DE DANTE


"Como vacía, en su sueño le pareció Florencia,
         cuando despuntaba el alba,
y que, lejos de sus amigas, en soledad,
         erraba por las calles.

Y tras ponerse su vestido nupcial de seda,
         y los velos de lis,
vagaba por las encrucijadas, y en el sueño
        le parecía nueva cada calle.

Y en los cerros que bañaba un aura matinal de primavera,
        como enjambres  lejanos,
lentos y hondos doblaban los agonizantes campanarios
        de las ermitas.

Y de pronto, como si se encontrara dentro de un jardín,
        en el aire  más blanco,
de un jardín vestido de novio, y lleno de naranjos y manzanos,
       de una punta a la otra...,

y mientras la arrastraban las fragancias, le pareció acercarse
      a un alto laurel,
en el que un pavo, saltando de peldaño en peldaño,
      subía hasta su cima.

Y alargaba su cuello a una y otra rama
       rebosante de bayas,
y se comía una, cogía otra y la tiraba al punto
       desde la rama al suelo.

Su delantal bordado, alzó involuntariamente
       en la sombra, hechizada,
y he aquí que al instante se le hizo pesado, cargado
       de rizadas bayas".

                           *
Del esfuerzo del alba reposó así un momento,
       en una  nube fresca-
y sus amigas, alrededor de la cama, estaban esperando
       para acoger al niño.



Anadiómene


Versión de Jaime García Terrés


Heme aquí.
Amanece una rosa de bienaventurada luz,
y en ella voy surgiendo con las manos tendidas;
al azul de los cielos me invita la bonanza.
Súbitamente
los terrenales vientos irrumpen en mis pechos
y me sacuden toda.
¡Oh Zeus, qué profundo es el mar,
y mis cabellos desceñidos
me pesan cual si fueran piedras!
¡Brisas, volad! ¡Oh Kimothoe, Glauca,
sostened mi torso!
Yo no soñé brotar
así, de un aliento subyugada
en los brazos del sol.



“Saludo a Nikos Kazantzakis”



Mi amigo y yo en la santa montaña, por las laderas eternas
solos al amanecer
mientras se deshacian por la primera luz los hechizos
que esparcio la lluvia,

respirando profundamente veiamos hasta alla abajo
donde brillaba oculto
palido el ancho mar, y nuestra mente, como del abeto,
la poderosa copa,

se regocijaba en la completa calma, en la bendita
fragancia del monte,
y por el frescor sentiamos hasta adentro resucitado
nuestro corazón joven…

En las frentes, en las manos, sobre todos nuestros miembros,
brillaba serenamente
la sosegada fuerza que conoció la miel de la creación, 
y volviendo de nuevo

a pasar por donde libó o se amamantó en el todo
la alegría mística,
nos hacia elevar los brazos hacia un inefable culto, 
como si fuesen alas…

Magna gracia sobre él iba derramando el fornido
e irrigador manantial
de la soledad, e insomne en sus ojos negros
un alma pensante

se alegraba amplia, y sagradamente, de abrazar de día
los cielos ocultos,
y como una fuente en su hondura de abrazar en secreto
la hermosa madurez de la mente…


Alto silencio nos rodeaba como un ciclópeo muro;
Y de repente, sosegada,
Cual agua fluyente cuando sin cesar llega un susurro,
La voz de mi amigo

Sonó en mis oídos: “Hermano, bendita sea la hora
en que cogí la senda,
la odorífica senda que de la población se aleja,
y te hallé tal asceta

debajo de aquel abeto, gozando en el místico
festín de la mente,
y allí, ya juntos, nos repartimos como un pan la dicha
del cielo lleno de estrellas…”

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