jueves, 24 de marzo de 2016

POEMAS DE ÉMILE VERHAEREN


(Bélgica, 1855-1916)

Amargamente


" Los ojos obstinados del día albergaron 
pícaros y solitarios la secreta esperanza 
de sorprender el silencio, hecho de sordo 
resentimiento y violencia amarga. La 
noche se extiende en su vieja cama 
presintiendo el amanecer y se olvida 
de permanecer quieta y así vive 
durante meses y años. "

“Todos los caminos van a la ciudad…”
EV

“El bello jardín de las llamas”

El jardín de las llamas
no es más que un doble espejo
que por la noche cristaliza
en oro, un silencio blanco que
desciende hacia el horizonte de
mármol, una inmensa sombra azul
bajo la arboleda, sin viento,
sin aliento, vive, como las
estrellas, a través del aire
translúcido, bajo el polvo
infinito que parece nieve, cerca
de la cobriza luna pálida, en
brillante quietud, es el tiempo de
Dios, donde la mente está embrujada
en pos de la eternidad pura e inmutable
que sucede a la miseria humana.
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Tinieblas.



La Luna, con su atento y glacial Ojo,
observa al crudo invierno entronizado,
vasto y pálido sobre la tierra yerma;
La Noche se agita en traslúcidos azules;
El Viento, con súbita presencia, nos apuñala.

A lo lejos, sobre el horizonte, danzan
los ondulantes senderos del hielo;
se los ve a la distancia, perforando el llano,
Y las Estrellas de Oro, suspendidas en el éter,
siempre más alto en la Oscuridad,
desgarran cruelmente el azul del cielo.

Los campesinos tiemblan en las planicies de Flandes,
cerca de los brezos, de los antiguos ríos,
y de los grandes Bosques;
entre dos lívidos infinitos, estremeciéndose de frío,
agrupándose junto a las viejas chimeneas,
removiendo las cansadas cenizas.




...Viento 

Heather sobre infinitamente larga, 
Aquí el viento toca la bocina de noviembre; 
El brezo, mucho, 
Aquí el viento 
¿Cuál es roto y desmembrado, 
Con respiraciones pesadas, superando a las ciudades; 
Aquí el viento 
El viento salvaje de noviembre. 

Pozos en las granjas, 
Cubos de hierro y poleas 
Squeak; 
Los depósitos de almacenamiento. 
Cubos y poleas 
Squeak y llorar 
Cualquier muerte de su melancolía. 

La primicia del viento, junto con el agua, 
Las hojas de abedul, 
El viento salvaje de noviembre; 
Mordido viento en las ramas, 
nidos de ave; 
Viento rejas de hierro 
Y un peine de distancia, avalanchas, 
Enojado el invierno de edad 
Con furia, el viento, 
El viento salvaje de noviembre. 

Lamentable en graneros, 
Tragaluces parcheado 
Cuelgan los trapos de sus profesiones baratos 
Vidrio y papel. 
- El viento salvaje de noviembre! - 
Cespitosas en su tez morena, 
De abajo a arriba, a través del aire, 
De arriba a abajo, golpes de rayo, 
Cortar el molino negro, siniestro, 
El molino negro cortar el viento 
Viento, 
El viento salvaje de noviembre. 

Antiguo cañas en cropetons, 
Alrededor de campanarios de la iglesia. 
Se agitaron en sus palos; 
Los rastrojos de edad y toldos 
Ondeando al viento 
Salvaje viento de noviembre. 
Las cruces en el cementerio cercano, 
Los brazos de los muertos son los que se cruzan 
Otoño, como un gran vuelo 
Plegadas negro contra el suelo. 

El viento salvaje de noviembre, 
Viento, 
¿Se ha reunido el viento, 
En el cruce de trescientos carreteras, 
El llanto de frío, que sopla desde AHAN, 
¿Se ha reunido el viento, 
Teme y derrotas; 
¿Has visto esa noche, 
Cuando se tiró la luna, 
Y eso no puede hacer frente, 
Todos los pueblos podridos 
Gritando como animales, 
Bajo la tormenta? 

El brezo, mucho, 
Aquí el aullido del viento, 
Aquí el viento toca la bocina de noviembre. 




La Luna, con su atento y glacial Ojo,
observa al crudo invierno entronizado,
vasto y pálido sobre la tierra yerma;
La Noche se agita en traslúcidos azules;
El Viento, con súbita presencia, nos apuñala.
...
A lo lejos, sobre el horizonte, danzan
los ondulantes senderos del hielo;
se los ve a la distancia, perforando el llano,
Y las Estrellas de Oro, suspendidas en el éter,
siempre más alto en la Oscuridad,
desgarran cruelmente el azul del cielo.

Los campesinos tiemblan en las planicies de Flandes,
cerca de los brezos, de los antiguos ríos,
y de los grandes Bosques;
entre dos lívidos infinitos, estremeciéndose de frío,
agrupándose junto a las viejas chimeneas,
removiendo las cansadas cenizas.



Para la gloria del cielo

Todo el infinito refleja en las velas 
que se tejen los dedos de invierno radiante 
y el bosque oscuro y profundo de los cielos 
se olviden de sus estrellas follaje. 
El mar con alas, con sus olas de sombra y de muaré, 
Traverses bajo la luz dorada, su pálida inmensidad 
de la luna es clara y sus rayos de diamante 
se bañan tranquilamente cabos de la frente. 
ir allí, hacer y romper sus lazos, 
los principales ríos de dinero la noche translúcida 
y creemos que vemos lucir ácidos maravillosos 
en el cáliz que tiende lago, a la montaña azul. 
luz, en todas partes, estalla en la floración 
que la orilla fijo o el equilibrio de flujo; 
las islas están anidando donde el silencio está dormido, 
y los halos brillantes flotan en el horizonte. 
Todo halo y brillan desde el cenit al nadir. 
Anteriormente, los qu'exaltaient fe y sus misterios 
percibida en la nube autoritaria, 
la mano de Jehová e ir brillar. 
pero los ojos que ven hoy en día, escanear allí, 
ni ningún dios edad que él mismo se exilió, 
pero la maleza problemas maravillosas 
que nos velan la fuerza en su cuna roja. 
Oh estas cervezas vida en extremo dispersa incendios 
a través del campo fértil sin fin! 
éstas flujo y reflujo de estos mundos a mundos, 
en un vaivén siempre siempre! 
estos disturbios quemó la velocidad y el ruido 
de los cuales no se oye el rugido la violencia 
y donde aún se queda en silencio colosal 
que hace la paz, la tranquilidad y la belleza de la noche! 
y estas esferas de llama y oro, cada vez más, 
cada vez más alto, sima sima y 
D'ombre en la sombra, 
tan alto, tan lejos que cualquier cálculo falla y oscura 
Si quiere introducir su número locos, entre los puños! 
todo el infinito brilla bajo los velos 
lo que tejen los dedos inviernos radiante 
y el bosque oscuro y profundo del cielo 
caer a nosotros su follaje estrellas.


Todos los caminos van hacia la ciudad.

Del fondo de las brumas,
Con todos sus pisos de viaje
Hasta el cielo, hacia los más altos pisos
Como de un sueño, ella se exhuma.

Allí,
Son los puentes musculosos de hierro,
Lanzados, a saltos, a través del aire;
Son los bloques y las columnas
Que decoran esfinges y gorgonas,
Son las torres sobre los suburbios,
Son los millones de tejados
Alzando al cielo sus ángulos rectos:
Es la ciudad tentacular,
De pie
Al pie de los llanos y las haciendas.

Las claridades rojas
Que se mueven
Bajo los postes y los grandes mástiles,
Incluso a mediodía, arden aún
Como huevos de púrpura y oro;
El alto sol no se ve:
Boca de luz, cerrada
Por el carbón y la humareda.

Un río de nafta y pez
Sacude los diques de piedra y los pontones de madera;
Los silbidos crudos de los navíos que pasan
Aúllan de miedo en la niebla;
Un farol verde es su mirada
Hacia el océano y los espacios.

Los muelles suenan con los choques de pesados furgones;
Las carretillas chirrían como goznes;
Las balanzas de hierro hacen caer cubos de sombra
Y los deslizan de repente en subsuelos de fuego;
Los puentes se abren por la mitad,
Entre los tupidos mástiles se erigen horcas sombrías
Y letras de cobre inscriben el universo,
Inmensamente, a través
De los tejados, las cornisas y las murallas,
Cara a cara, como en batalla.

Y por todos lados, pasan caballos y ruedas,
Corren los trenes, vuela el esfuerzo,
Hasta las estaciones, alzando, como proas
Inmóviles, de mil en mil, un frontón de oro.
Rieles ramificados ahí descienden bajo tierra
Como pozos y cráteres
Para reaparecer a lo lejos en redes claras de destellos
En el estrépito y la polvareda.
Es la ciudad tentacular.

La calle –y sus remolinos como cables
Anudados alrededor de monumentos–
Huye y regresa en largos enlazamientos;
Y sus masas inextricables,
Las manos locas, los pasos afiebrados,
El odio en los ojos,
Atrapan con los dientes los tiempos que las anticipan.
Al alba, a la tarde, a la noche,
En la prisa, el tumulto, el ruido,
Ellas lanzan hacia el azar la áspera semilla
De su trabajo que la hora se lleva.
Y los mostradores taciturnos y negros
Y los despachos turbios y falsos
Y los bancos golpean las puertas
Con los golpes de viento de la demencia.

A lo largo del río, una luz amortiguada,
Aproblemada y pesada, como un harapo que arde,
De farola en farola retrocede.
La vida con raudales de alcohol es fermentada.
Los bares abren sobre las aceras
Sus tabernáculos de espejos
Donde se contemplan la ebriedad y la batalla;
Un ciego se apoya en la muralla
Y vende luz, en cajas de un centavo,
El derroche y el robo se aparean en su agujero;
La bruma inmensa y rojiza
A veces hasta la mar retrocede y se arremanga
Y es entonces como un gran grito lanzado
Contra el sol y su claridad:
Plazas, bazares, estaciones, mercados,
Exasperan tanto su vasta turbulencia
Que los moribundos buscan en vano el momento de silencio
Que le hace falta a los ojos para cerrarse.

Tal el día –sin embargo, cuando las tardes
Esculpen el firmamento, con sus martillos de ébano,
La ciudad a lo lejos se extiende y domina la llanura
Como una nocturna y colosal esperanza;
Ella surge: deseo, esplendor, obsesión;
Su claridad se proyecta en resplandores hasta los cielos,
Su gas milenario en matorrales de oro se atiza,
Sus rieles son caminos audaces
Hacia la felicidad falaz
Que la fortuna y la fuerza acompañan;
Sus muros se dibujan semejantes a una armada
Y lo que aún viene de ella de bruma y de humo
Llega en llamadas claras a los campos.

Es la ciudad tentacular,
El pulpo ardiente y el osario
Y la carcasa solemne.

Y los caminos de aquí se van al infinito
Hacia ella.



Los tejados parecen perdidos

Y los campanarios y las fachadas fundidos,
En esas mañanas fuliginosas y rojas,
Cuando, fuego a fuego, las señales se agitan.

Una curva de viaducto enorme
Bordea los muelles taciturnos y uniformes;
Un tren se sacude inmenso y hastiado.
Allí,
Un vapor ronca con un sonido de corno.
Y por los muelles uniformes y taciturnos,
Y por los puentes y por las calles,
Se atropellan, en sus tropeles,
Sobre pantallas de brumas crudas,
Sombras y sombras.
Un aire de azufre y nafta se exhala;
Un sol turbio y monstruoso se extiende,
El espíritu repentinamente se espanta
Ante lo imposible y lo bizarro;
Crimen o virtud, ve aún
Lo que se mueve en sus decorados
O, ante él, sobre las plazas, se exalta
Alas grandes, en la niebla
Un águila negra con un estandarte,
Entre sus garras de basalto.
¡Oh siglos y siglos sobre esta ciudad,
Grande por su pasado
Sin cesar ardiente –¡y atravesada,
Como a esta hora, de fantasmas!
Oh siglos y siglos sobre ella,
Con su vida inmensa y criminal
¡Latiendo –¿desde hace cuanto?–
Cada casa y cada piedra
De deseos locos o cóleras carniceras!
Algunas chozas para empezar y algunos sacerdotes:
El asilo para todos, la iglesia y sus ventanas
Dejando filtrar la luz del dogma seguro
Y su ingenuidad hacia los cerebros oscuros.
Torreones dentados, palacios macizos, claustros bárbaros,
Cruces de papas de los que el mundo se asusta;
Monjes, abades, barones, siervos y paisanos;
Mitras de orifrés, cascos de plata, chaquetas de lino,
Luchas de instintos, lejos de luchas del alma
Entre vecinos, por el orgullo vano de una oriflama
Odios de cetro a cetro y monarcas en quiebra
Con su falsa moneda abriendo sus flores de lis,
Tallando el bloque de su justicia a golpes de espada
Y alzándola e imponiéndola, grosera y tajante.
Después, el esbozo, de lento nacimiento, de la ciudadela:
Fuerzas que se quisiera sólo en el derecho plantar;
Uñas del pueblo y mandíbulas de reyes,
Morros crispados en la sombra y subterráneos ladridos
Contra no se sabe qué ideal en el fondo de los mares;
Toques de alarma mezclando, por la noche, rabias desconocidas;
Antorchas de liberación y de saludo, de pie
En la atmósfera enorme donde la revuelta bulle;
Libros en los que las páginas, de pronto inteligibles,
Arden de verdad, como antiguamente las Biblias;
Hombres divinos y claros, como monumentos de oro
De donde los acontecimientos salen armados y fuertes;
Voluntades nítidas y nuevas, conciencias nuevas
Y la esperanza loca, en todos los cerebros,
A pesar de los cadalsos, a pesar de los incendios
Y la sangre subida a las cabezas en la punta de los puños agitados.
Tiene mil años la ciudad,
La ciudad áspera y profunda;
Y sin cesar, a pesar del asalto de los días
Y de los pueblos minando su pesado orgullo,
Resiste a la usura del mundo.
¡Qué océano, sus corazones! ¡Qué tormenta, sus nervios!
¡Qué nudos de voluntades ceñidas en su misterio!
Victoriosa, absorbe la tierra,
Vencida, es la atracción del universo;
Siempre, en su triunfo o en sus derrotas,
Aparece gigante, y su grito suena y su nombre reluce,
Y la claridad que emiten sus fuegos de oro en la noche
Irradia a lo lejos, ¡hasta los planetas!
¡Oh siglos y siglos sobre ella!
Su alma, en esas mañanas azoradas,
Circula en cada átomo
De vapor pesado y de velos dispersos,
Su alma enorme y vaga, así como sus grandes cúpulas
Que se difuminan en la niebla.
Su alma errante en cada una de las sombras
Que atraviesan sus barrios sombríos,
Con un ardor nuevo al límite de su pensamiento,
Su alma formidable y convulsa,
Su alma, donde el pasado esboza
Con el presente nítido el futuro aún torpe.
Oh ese mundo de fiebre y de incansable vuelo
Abalanzado, con pulmones pesados y jadeantes,
Hacia no se sabe qué fines inquietantes.
Mundo prometido, sin embargo, a las leyes del oro,
A las leyes claras, que ignora aún
Pero que es necesario que, un día, se exhumen,
Una a una, del fondo de las brumas.
Mundo hoy testarudo, trágico y pálido
Que pone su vida y su alma en el esfuerzo mismo
Que él proyecta, de día, de noche,
A cada hora, hacia el infinito.
¡Oh siglos y siglos sobre esta ciudad!
El sueño antiguo ha muerto y el nuevo se forja.
Humea en el pensamiento y el sudor
De brazos nobles de trabajo, de frentes nobles de resplandor,
Y la ciudad le oye subir del fondo de las gargantas
De aquellos que lo llevan en ellos
Y lo quieren gritar y sollozar a los cielos.
Y de todas partes vienen hacia ella,
Unos de las villas y otros de los campos,
Desde siempre, del fondo de las lejanías;
Y los eternos caminos son los testigos
De esas marchas, a través del tiempo,
Que se ritman como la sangre
Y se avivan, continuas.
¡El sueño! Es más alto que los humos
Que ella devuelve envenenados
Alrededor de ella, hacia el horizonte,
Incluso en el miedo o el aburrimiento,
Está allí, quien domina, en las noches,
Semejante a esos matorrales
De estrellas de oro y de coronas negras,
Que se encienden, por la noche, evocadoras.
Y qué importan los males y las horas dementes,
Y las cubas de vicio donde la ciudad fermenta,
Si algún día, del fondo de las nieblas y de los velos,
Surge un nuevo Cristo, en luz esculpido,
Que levante hacia él a la humanidad
Y la bautice con el fuego de las nuevas estrellas.


CASCAIS


Dormido junto a una fuente
con la cabeza en joven hierba
soñaba que todavía era
un chiquillo brabanzón en Pamel.

Un atardecer con perfume de flores
un murciélago tan chalado como yo,
mi madre, desde la puerta,
sonriéndole –tan sólo un momento–

a todo y a su hijo;
cantaba, yo sabía por qué,
cantaba como el trigo y el viento.
Madre, ya voy, ya voy.

Alborozado salté a su encuentro
pero fui a dar con la cabeza
en el empedrado; las estrellas y la luna
titilaron y se extinguieron.

Quién sabe dónde empieza el sueño,
dónde el viento, dónde el trigo,
dónde la madre, dónde el hijo,
sus llegadas y regresos.

Glorioso despertar dolorido
en su regazo; por eso
desperté junto a la fuente.
¡Madre, ya voy, ya voy!

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