martes, 17 de mayo de 2016

POEMAS DE AL SAYYAB


(Jaykur , 24 de de diciembre de 1926 Ciudad de Kuwait , 1964 )

TESTAMENTO DE UN AGONIZANTE


¡Silencio! Silencio de los cementerios en vuestras tristes calles.
Yo clamo, grito, me lamento y en el silencio oigo
la solemne nieve esparcida en la sombra
donde se repiten unos pasos solitarios cuyo eco se traga
la ciudad, como si una bestia de hierro y piedra
devorara la vida y no quedara vida desde la tarde hasta el día.
¿Dónde está Iraq? ¿Dónde está el sol de sus mañanas, transportado por un navío
sobre el agua del Tigris o del Buwayb? ¿Dónde están los ecos de los cantos
que palpitan cual alas de palomas sobre las espigas y las palmeras,
acudiendo desde cada casa al aire libre,
desde cada colina que cubren las flores de las llanuras?
Si muero, patria, no tengo mayor deseo que
una tumba en tus tristes cementerios, y si
me salvo, no quiero de la vida más que una choza en tu campo.
Por tus desiertos infinitos, para protegerte de las desgracias,
yo daría las calles y los barrios de Londres.
Tal vez muera mañana: el mal corta sin contemplaciones
la cuerda que ata a la vida
los escombros de mi cuerpo, como una casa
de muros desgastados por el viento y techo perforado por goteras.
Hermanos, dispersados desde el Sur hasta el Norte
por caminos, llanuras y altas montañas,
hijos de mi pueblo en aldeas y ciudades amadas,
no reneguéis de los dones de Iraq,
habéis habitado el mejor país, entre el verdor y el agua:
al sol, luz de Dios, lo inundan el verano y el invierno,
no lo olvidéis por otro.
Esto es un paraíso: cuidado con la víbora que repta por su fertilidad.
Yo estoy muerto, y un muerto no miente. Reniego de todo pensamiento
si el corazón no es su fuente.
Resplandor del día,
inunda Iraq con tu oro porque del barro de Iraq
es mi cuerpo, y del agua de Iraq.


CANCIÓN EN EL MES DE AGOSTO


Tammuz muere sobre el horizonte,
su sangre penetra con el crepúsculo
en la cueva sombría. La oscuridad
es una ambulancia negra.
Se diría que la noche fuese un rebaño de mujeres:
kohol y mantos negros.
La noche es una gran tienda.
La noche es un día cerrado.
 
Llamé a la negra sirvienta:
Llegó la noche, ¡Muryana!
Enciende la luz. ¿Sabes, qué? Tengo hambre.
Y... olvidé ¿qué canción es¿?
¿Qué balbucea esta radio?
En Londres hay música de Jazz, Muryana.
¡Ponla!... Estoy contenta,
el jazz es ritmo de sangre.
 
Tammuz muere y Muryana
cual bosque se acurruca con frío...
 
Dice con respiración ahogada:
"La noche, puerco salvaje,
¡la noche es miseria!"
Muryana... ¿Suena el timbre?
Dice con respiración entrecortada:
"a la puerta hay mujeres"
Y Muryana prepara el café.
 
Sobre los hombros blancos hay pieles,
el lobo cubre a una mujer.
Sobre los senos las pieles de tigre
son un amanecer que se filtra por el denso bosque entre arboledas
y la noche se alarga con la tertulia.
La noche como una hoguera, irradia figuras humanas.
Un pan inhala sus fuegos.
La invitada come hambrienta
de esos alimentos. Y Muryana
cual bosque se acurruca con frío.
 
La invitada ríe diciendo: "El prometido de Suad
rompió con ella. ¡Se deshizo el compromiso!
El perro desairó a la perra..."
Tammuz muere para no volver jamás.
El frío se derrama desde la luna,
ella se cobija en la estufa criticando el honor de la gente.
La noche apaga sus orillas,
la invitada se encoge con frío
y la piel del lobo la cubre...
Se apagan los fuegos que ella avivaba con sangre.
 
Noche y hielo,
por ellos se deja caer una voz, gemidos de hierro
que oculta el aullido de los lobos...
El sonido es lejano
y la invitada como yo tiene frío.
Ven y comparte conmigo mi frío.
Por Dios, ¡ven!
¡Esposo mío! Estoy sola,
la invitada como yo, tiene frío.
¡Ven! ¡Ven!
Sólo contigo puedo criticar a toda la gente.
Por Dios, ¡ven!
Hay mucha gente... La oscuridad
es un coche fúnebre, su conductor ciego, tu corazón
un cementerio.


EL RÍO Y LA MUERTE


1
Buwayb...
Buwayb...
Campanas de una torre que se pierde en el fondo del mar.
El agua en las jarras, el ocaso en los árboles,
vierten las jarras campanas de lluvia,
su cristal se funde en un gemido
"Buwayb...Buwayb"
Se oscurece en mi sangre la nostalgia
por ti, ¡oh, Buwayb!
¡Oh, mi río triste como la lluvia!
Desearía correr en las tinieblas,
apretar mis puños que llevan los deseos de un año
en cada dedo como si yo llevara ofrendas
hacia ti de trigo y flor.
Desearía dominar las cimas de las colinas
para ver la luna
cómo penetra entre tus orillas, esparce sombras
y llena los cestos
de agua, peces y flores.
 
Quisiera adentrarme en ti, perseguir la luna,
oír a los guijarros tintinear a tu paso en la quietud
con el piar de miles de pájaros sobre los árboles.
¿Bosque de lágrimas eres tú o río?
Los peces velan, ¿duermen al alba?
Y estas estrellas, ¿siguen esperando
alimentar con seda a miles de agujas?
Y tú Buwayb...
Quisiera ahogarme en ti, recoger madreperlas
para levantar con ellas una casa
que iluminase junto al verdor de las aguas y los árboles
la luz que derraman las estrellas y la luna,
mientras inmerso en ti voy al alba con la baja mar hacia el mar.
Pues la muerte es un mundo misterioso que seduce a los pequeños,
y su puerta oculta está en ti, Buwayb.
   2
¡Buwayb... Buwayb!
Veinte años pasaron, como siglos cada año.
Hoy, cuando envuelven las tinieblas
y reposo en el lecho sin dormir
y agudizo los sentidos: árbol al alba
lleno de ramas, pájaros y frutos alertas,
siento que la sangre y las lágrimas como la lluvia
las derrama el mundo triste:
campanas de muertos en mis venas estremecen al llanto,
se densa en mi sangre la nostalgia
por una bala cuyo hielo repentino atraviesa
las entrañas de mi pecho como si el infierno quemara mis huesos.
Quisiera correr a ayudar a los combatientes,
apretar mis puños, abofetear al destino.
Quisiera ahogarme en mi sangre hasta el abismo
para llevar la carga del mundo junto a la humanidad
y resucitar la vida. ¡Mi muerte es victoria!


EL MESÍAS DESPUÉS DE LA CRUCIFIXIÓN


Cuando me bajaron oí a los vientos
trenzar las palmeras en un largo llanto,
y los pasos al alejarse. Ni las heridas
ni la cruz a la que me clavaron al crepúsculo
me dieron muerte. Escuché: el lamento
cruzaba la llanura entre la ciudad y yo
igual que una cuerda tensa la nave
que cae al vacío. Era el llanto
como un hilo de luz entre la claridad
y las tinieblas en el cielo triste del invierno.
Más tarde dormita, a pesar de lo que siente, la ciudad.
 
Cuando florecen la morera y el naranjo,
cuando Yaykur se extiende hasta los límites de la imaginación,
cuando verdece unos pastos que cantan su fragancia
y unos soles que la amamantan con su brillo,
cuando incluso su oscuridad reverdece,
palpa el calor mi corazón, mi sangre fluye por el suelo.
Mi corazón es el sol cuando el sol emana luz,
mi corazón es la tierra, mana trigo, flores, agua fresca,
mi corazón es el agua. Mi corazón es la espiga,
su muerte es resurrección: vive en quien come de ella.-
En la masa que se enrolla
y se extiende cual seno joven, cual mama de vida,
perecí con el fuego, se quemó la tiniebla de mi barro y quedó Dios.
Fui principio y en el principio estaba el pobre.
Perecí para que se comiese el pan en mi nombre y me sembraran con la estación.
¡Cuántas vidas viviré! En cada tumba
seré futuro, seré semilla,
seré una generación de hombres, en cada corazón está mi sangre,
una gota de ella o parte de una gota.
 
Regresé, palideció al verme Judas...
pues yo era su conciencia.
Como si fuera una sombra mía ennegrecida, la imagen de una idea
que se helara y el espíritu se alejara de ella.
Temió que mostrase la muerte en el agua de sus ojos...
(Sus ojos eran una roca
donde ocultaba su tumba de los hombres)
Temió su calor, lo absurdo, preguntó:
"¿Eres tú o es mi sombra ya blanca que se difumina en la luz?
Vienes del mundo de la muerte pero la muerte sólo pasa una vez.
Eso dijeron nuestros padres, eso nos enseñaron, ¿era mentira?".
Así pensó cuando me vio, su sola mirada lo dijo.
 
Un pie corre, un pie, un pie,
la tumba, al caer sus pasos, casi se desploma.
¿Es que vienen? ¿Otros? ¿Quiénes?
Pies... pies, pies.
¿Arrojé la roca de mi pecho
o no me crucificaron ayer?... Aquí estoy en mi tumba.
¡Que vengan! Estoy en mi tumba.
¿Quién sabe que yo...? ¿Quién sabe?
Los compañeros de Judas, ¿quién creerá lo que dicen?
Pies... pies.
Aquí estoy, desnudo en mi oscura tumba:
ayer me envolví cual pensamiento, cual rama,
bajo mis sudarios de nieve se cubre de rocío la flor de la sangre.
Fui cual sombra entre las tinieblas y la claridad.
Hice estallar mi alma en tesoros, la desnudé cual frutos.
Cuando hice de mis bolsillos mantos, de mis mangas una túnica,
un día, cuando di calor con mi carne a los huesos de los niños,
cuando desnudé mi herida para vendar la herida de otro,
se resquebrajó el muro entre Dios y yo.
 
Sorprendió el ejército hasta mis heridas, hasta los latidos de mi corazón,
sorprendió todo lo que no era muerte hasta en un cementerio,
me sorprendió como sorprende a la palmera rebosante de frutos
una bandada de pájaros hambrientos en una aldea abandonada.
Los ojos de los fusiles devoran mi senda
mientras apuntan el fuego sueña en ellos mi crucifixión.
Si son de hierro y fuego, las pupilas de mi pueblo
hechas de luz celestial, de recuerdos y de amor
llevarán por mí la carga. Es noble mi cruz, ¡qué pequeña!
Esta muerte es mi muerte, ¡qué enorme!
 
Cuando me clavaron y dirigí mis ojos a la ciudad,
apenas si reconocía la llanura, la muralla, el cementerio;
había algo allá donde se desvanece la mirada
cual bosque en flor,
había en cada punto una cruz o una madre entristecida.
¡El Señor sea alabado!
Éste es el dolor de parto de la ciudad.



EL POETA MALDITO


"a Charles Baudelaire"
 
Llevas a la lucha tu espada oxidada,
se agita en una mano que casi abrasa al cielo
por su sangre inflamada e iluminada,
queriendo desgarrar al aire.
Reúnes a las mujeres
en una mujer cuyos labios son sangre sobre hielo
y su cuerpo engañoso y necio
es una víbora caminando, almohada sobre el lecho...
No quieres
abrir los tragaluces para que entre la luz,
para no sentir que es vida.
Oriente alza ante tus ojos los velos,
casi abrazas la belleza junto al trono de Dios,
casi la ves
relucir en una nube de fragancia y luz.
La ves en el pezón de un seno que enciende las estrellas
con su rojez...
La muestras saliendo
de una tumba, la arrastra la nube de humo,
a su sombra pobre fugitiva duerme
un príncipe rodeado de copas y esclavas,
su grandiosa morada en ruinas
es una de las islas del coral,
mar que purifica a Lesbos con salobre.
Tu espíritu lo bebe desde el eco al abismo
cual si Safo te heredara un fuego en las venas,
y tú no abrazaras sino tu eterno sueño
como quien abraza su espectro asomado a un cristal.
¡Fuego de Narciso, Tántalo y los frutos!
Se diría que la indolente y lánguida África
(sus ríos caudaloros, los atabales,
sus espesos bosques de sombras y lluvia,
su húmeda sequía... la luna)
se envolviera en una mujer que perdió el honor,
y mamaras de ella veneno y llamas,
y sobre ella gotearas tu estraña pócima...
Se diría que desde la nube de humo y noche
te alzaras, entre un mundo que tensan los latidos del oro
y un mundo de imaginación y pensamientos,
desde un muro de embriaguez,
tras su sombra te acurrucas sin que te hiera la humanidad.
Entré por tu pecaminoso libro
al huerto de la sangre que arde con las flores,
bebí el néctar de sus letras,
senos de una loba en las estepas,
su leche es furia
y su sombra fecundidad.
Me sumergí, las olas me golpeaban
arrojándome de una orilla a otra vieja orilla.
Llevé desde su abismo la madreperla del castigo
te la llevo a ti.
¡Tiéndeme las manos!
¡Aparta las rocas y la tierra!

CIUDAD DEL ESPEJISMO  


Crucé Europa hacia Asia
mientras se ocultaba el día.
Se diría que los montes y los mares
fuesen colinas y riberas de la acequia
donde brincaran los niños.
Del alba al ocaso
se abrazan norte y sur,
duermen las praderas en los desiertos.
Tú, mi amante, te asemejas a las estrellas lejanas,
se diría que entre nosotros hubiese un muro de sueños.
Mis manos te abrazan, exprimen un cadáver inerte,
como si abrazase mi sangre sobre piedras
en una casa cuyos ladrones fuesen los vientos, el mediodía, las nubes,
su tarde la quietud y las estrellas,
y su aurora una espera.
Los años se extienden ante nosotros: sangre y fuego,
les tiendo puentes
pero se vuelven un muro.
Y tú sigues en el abismo de tus profundos mares.
Me sumerjo sin tocarlos, me golpean las rocas,
descarnan las venas de mis manos, pido ayuda: "¡Wafiqa!
La criatura más cercana a mí eres tú, compañera
de los gusanos y las sombras".
Durante diez años he caminado hacia ti, amante que duermes
conmigo detrás de su muro, duermes en su mismo lecho,
y no tiene fin mi viaje
hacia ti, ¡ciudad del espejismo, destrucción de su vida!
Crucé Europa hacia Asia
mientras se ocultaba el día,
tú eres mi amante, ciudad alejada,
cerradas están sus puertas, tras ellas me detengo a escuchar.



EL CANTO DE LA LLUVIA


Tus ojos son dos bosques de palmeras al alba
o dos almenas de las que se va alejando la luna.
Tus ojos, cuando sonríen, echan hojas las vides
y bailan las luces... cual lunas en un río
que estremeciera el remo débilmente al alba.
Se diría que en sus profundidades brillaran las estrellas.
Se ahogan en nieblas de una tristeza transparente
como el mar sobre el cual la tarde extiende sus manos
llevando el calor del invierno, el temblor del otoño
la muerte, el nacimiento, la oscuridad, la luz.
Despiertan todo mi espíritu el temblor del llanto
y una embriaguez salvaje que abraza al cielo
como el delirio del niño cuando teme a la luna.
Se diría que el arco iris bebiera de las nubes
y gota a gota se fundiera en la lluvia...,
parlotearan los niños en los lechos de las vides
e hiciera cosquillas al silencio de los pájaros en los árboles
el canto de la lluvia...
Lluvia...
Lluvia...
Lluvia...
Bosteza la tarde y las nubes aún siguen
goteando sus pesadas lágrimas.
Al igual que un niño que balbucea antes de dormir
porque su madre, se despertó hace un año
y no la encontró, después de insistir
le dijeron: "mañana volverá..."
Sin duda volverá.
Aunque los amigos murmuren que ella está aquí
junto a la colina, durmiendo el sueño de las tumbas,
comiendo a puñados de su tierra, bebiendo la lluvia.
Al igual que un pescador triste recoge las redes,
maldice las aguas y el destino
y esparce la canción mientras se oculta la luna.
Lluvia...
Lluvia...
¿Sabes qué tristeza suscita la lluvia,
cómo sollozan los canales cuando se derrama,
qué perdido se siente el que está solo?
Sin fin, como la sangre derramada, como los hambrientos,
como el amor, como los niños, como los muertos, ¡es la lluvia!
Tus pupilas me rodean con la lluvia
y a través de las olas del golfo peinan los relámpagos
las costas de Iraq con estrellas y madreperlas
como si desearan la salida del sol
pero la noche extiende sobre ellas un manto de sangre.
Grito al Golfo: "¡Golfo,
tú, que das perlas, madreperlas y muerte!
Regresa el eco
como si gimiese:
"¡Golfo,
tú, que das madreperlas y muerte...!"
Casi puedo oír a Iraq atesorar truenos,
apilar relámpagos en las llanuras y los montes,
cuando arrancan su sello los hombres
y los vientos no dejan de Thamud
un solo resto en el valle.
Casi puedo oír a las palmeras beber lluvia,
oír a las aldeas gemir, a los emigrantes
luchar con remos y velas
contra los temporales del golfo y los truenos cantando:
"Lluvia...
Lluvia...
Lluvia...
En Iraq hay hambre
y la época de la cosecha esparce los granos
para que se sacien los cuervos y las langostas
mientras pulveriza los graneros y las piedras
una muela que gira en los campos... A su alrededor,
hombres.
Lluvia...
Lluvia...
Lluvia...
¡Cuántas lágrimas derramamos la noche de la partida!
Después nos distrajimos por temor a hacernos reproches, con la lluvia...
Lluvia...
Lluvia...
Desde que éramos pequeños, estaba el cielo
cubierto en invierno
y caía a cántaros la lluvia.
Cada año, cuando la tierra se cubría de hierba, sentíamos hambre,
no pasó un solo año en Iraq que no hubiese hambre.
Lluvia...
Lluvia...
Lluvia...
En cada gota de lluvia
hay un brote rojo o amarillo, de los jardines de las flores.
cada lágrima de los hambrientos y los desnudos,
cada gota derramada de la sangre de los esclavos
es una sonrisa que espera una nueva boca
o un pezón que se sonrosa sobre la boca del nacido
en un mundo joven del mañana, ¡dador de vida!
Lluvia...
Lluvia...
Lluvia...
Se cubrirá de hierba Iraq con la lluvia..."
Grito al Golfo: "¡Golfo,
tú que das perlas, madreperlas y muerte!"
Regresa el eco
como si gimiese:
"¡Golfo,
tú, que das madreperlas y muerte...!"
Esparce el golfo parte de sus grandes tesoros
sobre las arenas: espuma de salobre, madreperlas,
fragmentos de huesos de un miserable ahogado
emigrante que sigue bebiendo la muerte
del fondo del golfo y de su abismo.
En Iraq mil víboras beben el néctar
de una flor que el Éufrates alimenta con rocío.
Oigo al eco
sonar en el golfo:
"Lluvia...
Lluvia...
Lluvia...
En cada gota de lluvia
hay un brote rojo o amarillo de los jardines de las flores.
Cada lágrima de los hambrientos y los desnudos,
cada gota derramada de la sangre de los esclavos
es una sonrisa esperando una nueva boca
o un pezón sonrosado sobre la boca de un niño
en el mundo joven del mañana, ¡dador de vida!
Y llueve a cántaros...

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