miércoles, 4 de mayo de 2016

Poemas de Jorge Teillier


(Chile, 1935 - 1996)




UN JINETE NOCTURNO EN EL PAISAJE


Siento correr por las venas del campo
Un jinete nocturno enmascarado.
La noche. También galopan en caballos robados
Los cuatreros arreando los vacunos.

Surgen los trenes. Las reces dormidas se levantan
Allá en los grandes galpones de madera.

Una sombra va saltando los cercos.
Esta fue una mañana campesina:
Relinchos, validos, vacas de pródigas ubres,
Las ordeñadoras, curvadas con el peso de los baldes.

Es la noche de nuevo. Mi abuelo se levanta
Rehecha su manera antigua,
Y observa, como ayer, al trigo.
Debe andar mi abuelo por los campos recién abiertos
Hablando con los pinos, espantando gorriones.
El campo está solo, tembloroso. Y él lo mira.

El vino es un joven bonachón y alegre.
Sucede que quiere iluminar la noche
y baja a las aldeas, envuelto en una manta.

La mañana tiene olor a pan amasado.
La ropa recién lavada dice "adiós" en los patios.

Pero es de noche. Un fantasma penetra en la leñera.
Una casa se quiere esconder del cielo.

Un campesino mira hacia arriba:
Más allá de las nubes viene el granizo,
Bandolero blanco, asaltante de los huertos.

Y es la noche.
Va a penetrar al pueblo
Un jinete nocturno enmascarado.


NIEVE NOCTURNA


¿Es que puede existir algo antes de la nieve?
Antes de esa pureza implacable,
implacable como el mensaje de un mundo
que no amamos, pero al cual pertenecemos
y que se adivina en ese sonido
todavía hermano del silencio.
¿Qué dedos te dejan caer,
pulverizado esqueleto de pétalos?
Ceniza de un cielo antiguo
que hace quedar sólo frente al fuego
escuchando los pasos del amigo que se fué,
eco de palabras que no recordamos,
pero que nos duelen, como si las fuéramos a decir de nuevo.
¿Y puede existir algo después de la nieve?
Algo después
de la última mirada del ciego a la palidez del sol,
algo después
que el niño enfermo olvida mirar la nueva mañana,
o mejor aún, después de haber dormido como un convaleciente
con la cabeza sobre la falda
de aquella a quien alguna vez se ama.
¿Quién eres, nieve nocturna,
fugaz, disuelta primavera que sobrevive en el cerezo?
¿O qué importa quién eres?
Para mirar la nieve en la noche hay que cerrar los ojos,
no recordar nada, no preguntar nada,
desaparecer, deslizarse como ella en el visible silencio.


OTOÑO SECRETO


Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.

Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia
memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.


EL LENGUAJE DEL CIELO


El cielo habla un lenguaje gris,
y callan la grave voz del vino,
la leve voz del té.
Los espejos se fatigan
de repetir el nombre de las cosas.
No dicen nada. No dicen: "un visitante",
"las moscas", "el libro sobre la mesa".
No dicen nada los espejos.

Canción cantada para que nadie la oiga
es la esperanza de que esto cambie.
Niños que se acercan al ataúd del amigo muerto,
paso de ratas frente a la estufa en silencio,
el halo de humo pobre que hace rey al tejado,
o todo lo que desaparece de pronto
como el plateado salto del salmón sobre el río.

Una ráfaga apaga los ciruelos,
dispersa las cenizas de sus follajes,
arruga la vacía faz de las glicinas.
Todo lo que está aquí
parece estar verdaderamente en otro lugar.
Los jóvenes no pueden volver a casa
porque ningún padre los espera
y el amor no tiene lecho donde yacer.
El reloj murmura que es preciso dormir,
olvidar la luz de este día
que no era sino la noche sonámbula,
las manos de los pobres
a quienes no dimos nada.
"Hay que dormir", murmura el reloj.
Y el sueño es la paletada de tierra que lo acalla.


BAJO UN VIEJO TECHO


Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
y el niño que hay en mí renace en mi sueño,
aspira de nuevo el olor de los muebles de roble,
y mira lleno de miedo hacia la ventana,
pues sabe que ninguna estrella resucita.

Esa noche oí caer las nueces desde el nogal,
escuché los consejos del reloj de péndulo,
supe que el viento vuelca una copa del cielo,
que las sombras se extienden
y la tierra las bebe sin amarlas,
pero el árbol de mi sueño sólo daba hojas verdes
que maduraban en la mañana con el canto del gallo.

Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
pero sé que no hay mañanas y no hay cantos de gallos,
abro los ojos, para no ver reseco el árbol de mis sueños,
y bajo él, la muerte que me tiende la mano.


LA TIERRA DE LA NOCHE


"Abrir una ventana es como abrirse una vena".B. Pasternak.
No hablemos.
Es mejor abrir las ventanas mudas
desde la muerte de la hermana mayor.
La voz de la hierba hace callar la noche:
"Hace un mes no llueve."
Nidos vacíos caen desde la enredadera marchita.
Los cerezos se apagan como añejas canciones.
Este mes será de los muertos.
Este mes será del espectro
de la luna de verano.
Sigue brillando, luna de verano.
Reviven los escalones de piedra
gastados por los pasos de los antepasados.
Los murciélagos chillan alegremente
entre los muros ruinosos de la Cervecería.
El azadón roto
aún espera tierra fresca de nuevas fosas.
Y nosotros no debemos hablar
cuando la luna brilla
más blanca y despiadada que los huesos de los muertos.
Sigue brillando, luna de verano.


TWILIGHT


Todavía yace bajo el manzano
el tílburi cansado de los abuelos.
¿Quién recogerá esas manzanas
donde aún brilla un sol de otra época?
El cerco se pudre.
La ortiga invade el jardín.
Alguien mira el tílburi
y apenas lo distingue
en la luz oscilante
entre la tarde y la noche.

Bodas y entierros.
Una tarde entera luchando contra el barro
cuando íbamos al pueblo recién fundado.
Un viaje de ebrios entre la susurrante penumbra
esquivando las ramas enloquecidas.
Viajamos y viajamos
aún sabiendo que todo no puede sino terminar
en una casa miserable desde donde se mira
esa luz obstinada en pelear contra la noche.

¿Quién recogerá las manzanas
donde aún puede vivir un sol de otra época?
La ortiga invade el jardín.
El día no alcanza a refugiarse en la casa.
Para huir de la oscuridad sólo hay un tílburi cansado
que no se cansa de luchar contra la noche.


LOS CONJUROS

A Enrique Rebolledo
Los temerosos de los brujos vecinos
lanzan puñados de sal al fuego
cuando pasan las aves agoreras.
Mis amigos buscadores de entierros
en sueños hallan monedas de oro.
Los despierta el jinete del rayo
cayendo hecho llamas entre ellos.

Medianoche de San Juan. Las higueras
se visten para la fiesta.
Eco de gemidos de animales
hundidos hace milenios en los pantanos.
Los chimalenes reúnen las ovejas
que huyeron del corral.
Aúllan los perros en casa del avaro
que quiere pactar con el Diablo.

Ya no reconozco mi casa.
En ella caen luces de estrellas en ruinas
Como puñados de tierra en una fosa.
Mi amiga vela frente a un espejo:
espera allí la llegada del desconocido
anunciado por las sombras más largas del año.

Al alba, anidan lechuzas en las higueras de luto.
En los rescoldos amanecen huellas de manos de brujos.
Despierto teniendo en mis manos hierbas y tierra
de un lugar donde nunca estuve.



Andenes


Te gusta llegar a la estación
cuando el reloj de pared tictaquea,
tictaquea en la oficina del jefe-estación.
Cuando la tarde cierra sus párpados
de viajera fatigada
y los rieles ya se pierden
bajo el hollín de la oscuridad.

Te gusta quedarte en la estación desierta
cuando no puedes abolir la memoria,
como las nubes de vapor
los contornos de las locomotoras,
y te gusta ver pasar al viento
que silba como un vagabundo
aburrido de caminar sobre los rieles.

Tictaqueo del reloj. Ves de nuevo
los pueblos cuyos nombres nunca aprendiste,
el pueblo donde querías llegar
como el niño el día de su cumpleaños
y los viajes de vuelta de vacaciones
cuando eras  -para los parientes que te esperaban-
sólo un alumno fracasado con olor a cerveza.

Tictaqueo del reloj. El jefe-estación
juega un solitario. El reloj sigue diciendo
que la noche es el único tren
que puede llegar a este pueblo,
y a ti te gusta estar inmóvil escuchándolo
mientras el hollín de la oscuridad
hace desaparecer los durmientes de la vía.

De "El árbol de la memoria" 1961



Botella al mar

Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o poderosos.

De "Cartas para reinas y otras primaveras" 1985



Carta a Mariana


¿Qué película te gustaría ver?
¿Qué canción te gustaría oír?
Esta noche no tengo a nadie
a quien hacerle estas preguntas.

Me escribes desde una ciudad que odias
a las nueve y media de la noche.
Cierto, yo estaba bebiendo,
mientras tú oías Bach y pensabas volar.

No creí que iba a recordarte
ni creí que te acordarías de mí.
¿ Por qué me escribiste esa carta?
Ya no podré ir solo al cine.

Es cierto que haremos el amor
y lo haremos como me gusta a mí:
todo un día de persianas cerradas
hasta que tu cuerpo reemplace al sol.

Acuérdate que mi signo es Cáncer,
pequeña Acuario, sauce llorón.
Leeremos libros de astrología
para inventar nuevas supersticiones.

Me escribes que tendremos una casa
aunque yo he perdido tantas casas.
Aunque tú piensas tanto en volar
y yo con los amigos tomo demasiado.

Pero tú no vuelves de la ciudad que odias
y estás con quién sabe qué malas compañías,
mientras aquí hay tan pocas personas
a quien hacerles estas simples preguntas:

«¿Qué canción te gustaría oír,
qué película te gustaría ver?
¿ y con quién te gustaría que soñáramos
después de las nueva y media de la noche?».

De "Para un pueblo fantasma" 1978



Cosas vistas

7

Sentado en el fondo del patio
trato de pensar qué haré en el futuro,
pero sigo el vuelo del moscardón
cuyo oro es el único que podría atrapar,
y pierdo el tiempo saludando al caballo
al que puse nombre un mediodía de infancia
y que ahora asoma
su triste cabeza entre los geranios.

17

Día tras día 
en los charcos verticales,
de los espejos de los bares
se va perdiendo tu cara
esa hoja caída de un árbol condenado.

19

Frente al semáforo rojo
me detengo
esperando cruzar la calle.
Un niño me mira
desde los brazos de su madre.
Algo tiene que decirme,
algo tengo que decirle,
algo que será él.
Hasta el cambio de luz
me hundo en esos ojos asombrados
irrecuperables.

29

Yo me invito a entrar
a la casa del vino
cuyas puertas siempre abiertas
no sirven para salir.

31

Los perros ladran en el patio
al invitado triste de los domingos.
Sólo los gorriones lo saludan.

36

Un árbol me despierta
y me dice:
«Es mejor despertar,
los sueños no te pertenecen.
Mira, mira los gansos
abriendo sus grandes alas blancas,
mira los nidales de las gallinas
bajo el automóvil abandonado».

37

En la casa de madera
sueño con los pájaros
que anidaron alguna vez en este bosque.

41

Mientras no cesan los golpes de los dados
tres bicicletas relucientes y frías
esperan pacientes y cabizbajas
afirmadas en la pared de la cantina.

44

Un vaso de cerveza,
una piedra, una nube,
la sonrisa de un ciego
y el milagro increíble
de estar de pie en la tierra.

De "Para un pueblo fantasma" 1978



Crónica del forastero

XXII

«EL viento sabe que vuelvo a casa,
ha detenido el ruido de las goteras de lluvia en el alero.» 

Así escribía un poeta hace diez siglos.
Pero ahora el viento ignora quién vuelve a casa.
Por eso grita en estos espacios más fuerte que en las ciudades
en donde muere el tiempo en que todos eran pioneros, guerreros o poetas.

Que siquiera se oiga en los pueblos,
pero también ha perdido su sentido en los pueblos.
Ya no aparecen las bandadas de choroyes y torcazas
que abrumaban los manzanos silvestres.

No hay pudúes, ni guanacos, ni avestruces y los lobos
marinos no se apiñan en las costas.

La tierra daba el triple de lo que le pedían. Las máquinas no alcanzaban a trillar 
el trigo de las sementeras. Rebaños innumerables asomaban sus ojos entre los 
altos pastizales, las vegas y las llanuras. Sobraba la comida.

Ahora,
bosques quemados.
Tierra
que muestra su desnuda y roja osamenta.
Faltan madera y trigo.

Sobran radios portátiles
y hoy día tenemos televisión.
Sin embargo,
la tierra permanece.

Lo sabe la ciudad en sus pesadillas
y las bombas preparan las mortajas
para los deslumbrantes rascacielos.

U n día
volveremos al primer fuego.
Y los sobrevivientes
apenas podrán conservar
un ramo de gencianas y una palabra amada.

XXIII

                                 Para qué me preguntas. Todos moriremos.
                                                                                     Eso no me ayuda.
                                                                                     No, realmente no.
                                                                                         Gunnard Ekelof

Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.

El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
Los satélites artificiales pueden rodear la Tierra,
pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.

Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al
                                                                  descargar un saco de trigo,
el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
escuchamos el trote de los ratones entre los sacos
                                                                  dormidos en la bodega,
y el oculto resplandor de las cosas
tiene un secreto revelado por los aromos.

Escucho el pitazo del tren
cortando en dos al pueblo.
El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras cerezas,
donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a hallar,
el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando nací,
y fue fundado como un Fuerte
para defenderse de los mapuches
(todo eso era nuestro Far West).
El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña,
y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.

Si me pidieran recordar
algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
no sabría mucho que decir.

Creo que he estado en otros países.
He visto día a día en las ciudades vehículos iluminados
como trasatlánticos
llevar rostros fatigados de un matadero a otro.

«La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos
cantantes y luminosos» , escribió Alexander Block,
pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.

Me amo a mí mismo tanto como a mi prójimo,
pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
Puedo rezar sin creer en Dios.
A las noticias del día
suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras épocas
o contemplar los gorriones picoteando maravillas.

De nuevo alguien ve derrochar
los yuyos su oro al viento.

Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
alguien aprenderá a leer en diarios que anuncian
nuevas guerras,
alguien en la noche
va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
que lo protejan de todo mal.

Quedaré solo en un bosque de pinos.

De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
Podré pronunciar mi verdadero nombre.
Las puertas del bosque se abrirán,
mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales
                                                                                 que entran y salen de él,
y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden reemplazarme.

Debo enfrentar de nuevo al río.
Busco una moneda.
El río ha cambiado de color.
Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla.

(Septiembre 1963 -febrero 1964, Lautaro-Santiago)

De "Crónica del forastero"  1968



Cuando en la tarde aparezco en los espejos...


Cuando en la tarde aparezco en los espejos
Cuando yo y la tarde queríamos unirnos
Tristemente nos despedimos
Tristemente nos hablamos en el espejo que disuelve las imágenes
Quién soy entonces
Quizás por un momento
De verdad soy yo que me encuentro

Quién soy yo sino nadie
Alguien que quisiera pasarse los días y los días
Como un solo domingo
Mirando los últimos reflejos del sol en los vidrios
Mirando a un anciano que da de comer a las palomas
Y a los evangélicos que predican el fin del mundo

Cuando en la tarde no soy nadie
Entonces las cosas me reconocen
Soy de nuevo pequeño
Soy quien debiera ser
Y la niebla borra la cara de los relojes en los campanarios.

De "En el mudo corazón del bosque" 1997




PEQUEÑA CONFESIÓN


En memoria de Serguei Esenin
Si, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones.
Me amaron las doncellas y preferí a las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
El país de techos de zinc y cercos de madera.

En medio del camino de la vida
Vago por las afueras del pueblo
Y ni siquiera aquí se oyen las carretas
Cuya música he amado desde niño.

Desperté con ganas de hacer un testamento
-ese deseo que le viene a todo el mundo-
pero preferí mirar una pistola
la única amiga que no nos abandona.

Todo lo que se diga de mí es verdadero
Y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con caminos de barro
Y gastar mis codos en todos los mesones.

"Es mejor morir de vino que de tedio"
Sin pensar que pueda haber nuevas cosechas.
Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano
Cuando se gastan los codos en los mesones.

Tal vez nunca debí salir del pueblo
Donde cualquiera puede ser mi amigo.
Donde crecen mis iniciales grabadas
En el árbol de la tumba de mi hermana.

El aire de la mañana es siempre nuevo
Y lo saludo como un viejo conocido,
Pero aunque sea un boxeador golpeado
Voy a dar mis últimas peleas.

Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones.

Como de costumbre volveré a la ciudad
Escuchando un perdido rechinar de carretas
Y soñaré techos de zinc y cercos de madera
Mientras gasto mis codos en todos los mesones.


BELLA DURMIENTE SIGLO XX


Elle avoit eu le temps de songer..."Charles Perrault.
¿En qué soñaba la Bella Durmiente
en su sueño que duró cien años?
¿Soñaba con la música muda
de los polvorientos oboes,
o con el hervir de las ollas
que las cocineras descuidaban?

¿Soñaba con los trabajos
de su hermana la Primavera
que sin esfuerzo le preparaba
el encaje de los duraznos
para su boda interminable?
¿O con aquellos dedales de oro
que ella olvidó entregarle
para que la amaran las agujas?

Tal vez soñaba que era una cierva
y que el cocinero piadoso
la hería para salvar a una nuera de una Ogresa.
O soñaba que su hijo era el día
y que la aurora era su hija
y que su abuelo era el tiempo
que pretendía devorarlos.

Tal vez soñaba con bosques
donde no habrá ardillas ni lobos,
ni príncipes que pierden su camino
ni niños que crean en hadas.

Tal vez soñaba con los tiempos
donde se preguntará qué es un pájaro
y donde la luna será sólo
una moneda inservible.

Amigo, no preguntes nunca
en qué soñaba la Bella Durmiente,
que este refrán te lo recuerde:
no hay mejor despertar que el sueño.


ADIÓS AL FÜHRER


Adiós al Führer, adiós a todo Führer
habido o por haber.
Adiós a todo Führer verdadero o falso,
buenas noches, le digo, buenas noches
con una íntima tristeza reaccionaria.

Adiós al Führer que engullía tortas de selva negra
mientras sus tanques se alimentaban de caminos de Europa.
Adiós a todo Führer que ame a Wagner o la Giovinezza
ya sea lampiño, barbudo o bigotudo.

Adiós al Führer que en submarino huyó a Buenos Aires
tras matar a Eva y a Blondi, su fiel perro.
Desde los hielos lo oye llamar Miguel Serrano
mas ni por mar ni por tierra podrán encontrarlo.
Adiós a todo Führer que nos ordene sepultarnos con él
tras contemplar cómo arden las ruinas de su Imperio,
y entretanto no deja a nadie dormir tranquilo
aunque no hayamos violado, ni robado, ni asesinado.

Adiós a todo Führer que obligue a los poetas
a censurar sus manuscritos o mantenerlos secretos
bajo pena de mandarlos a su Isla o Archipiélago
o a cortar caña bajo el sol de la Utopía.

Adiós al Führer de la Antipoesía
aunque a veces predique mejor que el Cristo de Elqui.
Es mejor no enseñar dogma alguno, aunque sea ecológico,
cuando ya no se puede partir a Chillán en bicicleta.

Adiós al Chico Molina, cruel Führer de Lo Gallardo
donde escribió El Lobo Estepario antes que Hermann Hesse,
aunque N.S. Jesucristo murió por él según lo dice Anguita,
y adiós por quienes desean que demos el sí cuando amamos el no.

Adiós a todo Führer a quien no le importa perder cuarenta o cuarenta mil hombres
con tal de invadir islas pobladas por ovejas,
y tras la derrota se acoge a general jubilación
a oír Silencio en la noche ya todo está en calma.

Adiós a quien un tiempo fuera nuestro secreto Führer
y nos recomendaba abstinencia botella de whiski en mano,
y con desprecio abandonó su Bunker frente al cerro
para conquistar Venezuela como sus antepasados.

Adiós al pícaro que pretendía ser Martín Bormann:
Enrique Lafourcade, conde de la Fourchette.
Lo verán pasear un ridículo perrito
sin poder alcanzar ni al Parque Forestal.

Lo verán alimentarse, fantasma rubicundo,
de pálidas y frágiles palomitas nocturnas.
Lo verán recorrer los más perdidos pueblos
buscando firmar autógrafos a Alcaldes y parvularias.

Lo verán sollozar pensando en sus Días sin Dieta
con patitas de chancho en Los Buenos Muchachos.
Lo verán derramar una furtiva y valetudinaria lágrima
mientras canta Yo soy el Rey creyéndose Pedro Vargas.

Y ya no habrá nadie de la Generación del 50
para entonar a coro Yo tenía un camarada.
Adiós a todo Führer que nos dé duro con un palo
y también con una soga
creyendo que como él somos apenas sensitivos.
Y buenas noches, amigos, buenas noches,
hasta que un día nos volvamos a encontrar
en la hora soberbia y enloquecida de los esqueletos.


CUENTO SOBRE UNA RAMA DE MIRTO


Había una vez una muchacha
que amaba dormir en el lecho de un río.
Y sin temor paseaba por el bosque
porque llevaba en la mano
una jaula con un grillo guardián.

Para esperarla yo me convertía
en la casa de madera de sus antepasados
alzada a orillas de un brumoso lago.
Las puertas y las ventanas siempre estaban abiertas
pero sólo nos visitaba su primo el Porquerizo
que nos traía de regalo
perezosos gatos
que a veces abrían sus ojos
para que viéramos pasar por sus pupilas
cortejos de bodas campesinas.
El sacerdote había muerto
y todo ramo de mirto se marchitaba.

Teníamos tres hijas
descalzas y silenciosas como la belladona.
Todas las mañanas recogían helechos
y nos hablaron sólo para decirnos
que un jinete las llevaría
a ciudades cuyos nombres nunca conoceríamos.

Pero nos revelaron el conjuro
con el cual las abejas
sabrían que éramos sus amos
y el molino
nos daría trigo
sin permiso del viento.

Nosotros esperamos a nuestros hijos
crueles y fascinantes
como halcones en el puño del cazador.


SIN SEÑAL DE VIDA


¿Para qué dar señales de vida?
Apenas podría enviarte con el mozo
un mensaje en una servilleta.

Aunque no estés aquí.
Aunque estés a años sombra de distancia
te amo de repente
a las tres de la tarde,
la hora en que los locos
sueñan con ser espantapájaros vestidos de marineros
espantando nubes en los trigales.

No sé si recordarte
es un acto de desesperación o elegancia
en un mundo donde al fin
el único sacramento ha llegado a ser el suicidio.

Tal vez habría que cambiar la palanca del cruce
para que se descarrilen los trenes.
Hacer el amor
en el único Hotel del pueblo
para oír rechinar los molinos de agua
e interrumpir la siesta del teniente de carabineros
y del oficial del Registro Civil.

Si caigo preso por ebriedad o toque de queda
hazme señas de sol con tu espejo de mano
frente al cual te empolvas
como mis compañeras de tiempo de Liceo.

Y no te entretengas
en enseñarle palabras feas a los choroyes.
Enséñales sólo a decir Papá o Centro de Madres.
Acuérdate que estamos en un tiempo donde se habla en voz baja,
y sorber la sopa un día de Banquete de Gala
significa soñar en voz alta.

Qué hermoso es el tiempo de la austeridad.
Las esposas cantan felices
mientras zurcen el terno
único del marido cesante.

Ya nunca más correrá sangre por las calles.
Los roedores están comiendo nuestro queso
en nombre de un futuro
donde todas las cacerolas
estarán rebosantes de sopa,
y los camiones vacilarán bajo el peso del alba.

Aprende a portarte bien
en un país donde la delación será una virtud.
Aprende a viajar en globo
y lanza por la borda todo tu lastre:
Los discos de Joan Baez, Bob Dylan, los Quilapayún,
aprende de memoria los Quincheros y el 7º de Línea.
Olvida las enseñanzas del Nido de Chocolate, Garfield o el Grupo Arica,
quema la autobiografía de Trotsky o la de Freud
o los 20 Poemas de Amor en edición firmada y numerada por el autor.

Acuérdate que no me gustan las artesanías
ni dormir en una carpa en la playa.
Y nunca te hubiese querido más
que a los suplementos deportivos de los lunes.

Y no sigas pensando en los atardeceres en los bosques.
En mi provincia prohibieron hasta el paso de los gitanos.

Y ahora
voy a pedir otro jarrito de chicha con naranja
y tú
mejor enciérrate en un convento.

Estoy leyendo El Grito de Guerra del Ejército de Salvación. 
Dicen que la sífilis de nuevo será incurable
y que nuestros hijos pueden soñar en ser economistas o dictadores.



Cuando en la tarde desaparezco en los espejos


Cuando en la tarde aparezco en los espejos
Cuando yo y la tarde queríamos unirnos
Tristemente nos despedimos
Tristemente nos hablamos en el espejo que disuelve las imágenes
Quién soy entonces
Quizás por un momento
De verdad soy yo que me encuentro

Quién soy yo sino nadie
Alguien que quisiera pasarse los días y los días
Como un solo domingo
Mirando los últimos reflejos del sol en los vidrios
Mirando a un anciano que da de comer a las palomas
Y a los evangélicos que predican el fin del mundo

Cuando en la tarde no soy nadie
Entonces las cosas me reconocen
Soy de nuevo pequeño
Soy quien debiera ser
Y la niebla borra la cara de los relojes en los campanarios.


Siempre vuelve un rostro



Siempre vuelve un rostro, siempre
en el chubasco que cae repentino, en las
islas de las nubes.

Silencioso se asoma un obscuro sol
en las ventanas. Tu hermana lo retiene
un momento entre los dedos
y luego las manos vacías recorren muros
blancos con sus sombras.

Siempre por el patio asomas
a buscar el rostro de alguien.
Un chasquido se oye: es un chubasco
o un fantasma de un niño que vivió aquí hace tiempo
y vuelve a escuchar como la madre lee a su hijo.

Un rayo de sol ha quedado encerrado
en el rellano de la escalera
el sueño hace señas con su linterna
el sueño nos despierta

y la voz de la hermana cruza entre las nubes
la hermana que no conocimos.



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