1 de marzo de 1899, Montevideo, Uruguay - 24 de junio de 1959, Montevideo, Uruguay
POEMA DEL RASCACIELOS DE SALVO
El rascacielos es una jirafa de cemento armado
con la piel manchada de ventanas.
con la piel manchada de ventanas.
Una jirafa un poco aburrida
porque no han brotado palmeras de 100 metros.
porque no han brotado palmeras de 100 metros.
Una jirafa empantanada en Andes y 18,
incapaz de cruzar la calle,
por miedo de que los autos
se le metan entre las patas y le hagan caer.
incapaz de cruzar la calle,
por miedo de que los autos
se le metan entre las patas y le hagan caer.
¡Qué idea de reposo daría un rascacielos
acostado en el suelo!
acostado en el suelo!
Con casi todas las ventanas
mirando cara al cielo.
mirando cara al cielo.
Y desangrándose por las tuberías
del agua caliente
y de la refrigeración.
del agua caliente
y de la refrigeración.
El rascacielos de Salvo
es la jirafa de cemento
que completa el zoológico edifício
de Montevideo.
es la jirafa de cemento
que completa el zoológico edifício
de Montevideo.
AVIADOR
Prototipo
del hombre.
En la
aurora de la Muerte
He
visto tus caídas
Hacia
el otro lado.
De un
golpe de timón
Ahuyentaste
los perros callados
Del
Más Allá.
Prototipo
del hombre.
Olor a
civilización
Encontré
dentro de las válvulas
De tu
motor.
Moledor
de sol
Con el
molino vertiginoso
De la
hélice,
Para
hacer pan de luz.
Abanicador
del cíelo.
Horador
del aire.
Asombro
de los pájaros.
Envidia
de los árboles
Que tienden, por las dudas,
Sus ramas.
Moledor de sol,
Punching-ball de los vientos,
Azotador de nubes,
Alisador de miedos.
Tu cabeza, aviador,
Es el punto necessário
Para la i latina de tu avión.
Que tienden, por las dudas,
Sus ramas.
Moledor de sol,
Punching-ball de los vientos,
Azotador de nubes,
Alisador de miedos.
Tu cabeza, aviador,
Es el punto necessário
Para la i latina de tu avión.
POEMA AVIóNICO DEL TÉRMINO DE RAID
Aterrizo
con demasiada fuerza.
Hay
premura en los hangares.
Olor a
nafta de caricia quemada.
Y, en
seguida, silenciador de besos.
¡Ah,
la dinámica áspera
de
quererte en mecánica!
Maquinita
rubia,
con
tantos kilómetros de acción
dentro
del territorio de la ternura.
Viajo
solo.
«Águila
solitaria»
sobre
el mar de tus sentimientos.
Deseos
de acuatizar...
¡pero
estas ruedas!
La
imantación de tus deseos
vuelca
los timones de profundida,
Vuelo
tan bajo
que
necesito más las ruedas
que
las alas.
Envidia
de los árboles
Que
tienden, por las dudas,
Sus
ramas.
Moledor
de sol,
Punching-ball
de los vientos,
Azotador
de nubes,
Alisador
de miedos.
Tu
cabeza, aviador,
Es el
punto necesario
Para
la i latina de tu avión.
LAVANDO NUBES
El viento está lavando las
nubes.
Toma una nave negra,
la empapa en lluvia,
la retuerce en seguida,
la golpea contra el molino,
nos moja el campo,
lava el cielo,
y sale la nube blanca
de negra que era,
para ir a colgarse
en el hilo del horizonte,
a secarse.
nubes.
Toma una nave negra,
la empapa en lluvia,
la retuerce en seguida,
la golpea contra el molino,
nos moja el campo,
lava el cielo,
y sale la nube blanca
de negra que era,
para ir a colgarse
en el hilo del horizonte,
a secarse.
EL PUENTE
El puente es un atleta:
de un vigoroso salto
cruza el arroyo manso
con el camino a cuestas.
Dos árboles pacíficos
cuchichean la hazaña;
en tanto, las traviesas
margaritas se ríen
de la proeza.
El puente es un atleta:
de un vigoroso salto
cruza el arroyo manso
con el camino a cuestas.
de un vigoroso salto
cruza el arroyo manso
con el camino a cuestas.
Dos árboles pacíficos
cuchichean la hazaña;
en tanto, las traviesas
margaritas se ríen
de la proeza.
El puente es un atleta:
de un vigoroso salto
cruza el arroyo manso
con el camino a cuestas.
Los amores monstruosos
El autobús desea, con todo su árbol y todo su diferencial,
a la linda voiturette de armoniosas líneas.
Poco a poco logra acercarse a su lado para
arrullarla con la moderación del motor poderoso.
La voiturette, espantada por aquel estruendo,
pega un legítimo salto de hembra elástica y huye.
De lejos, le hace adiós con el pañuelito azul del escape.
El autobús la persigue de inmediato. En su atontamiento
de paquidermo rijoso apenas salva los obstáculos
del nervioso y minúsculo tránsito callejero.
Persecución grotesca. Lo monstruoso detrás de lo alado.
El autobús se devora a la linda voiturette con los
ojos de todas sus ventanillas ambulantes.
La voiturette se despereza con los brazos
alargados de la velocidad.
De repente, se detiene junto al cordón de la vereda.
Hembra, al fin y al cabo, se ha emocionado
con la persecución empeñosa del autobús.
El autobús la ve detenida. Se le allega todo
sudoroso; cayéndosele la baba hirviente por el tapón
del radiador; todos los vidrios conmovidos; húmedos
el parabrisas, los guardabarros temblorosos; los ojos
de los faros desorbitados.
Va a detenerse. Pero -exigencias del trabajo-, el
embrague le hace seguir de largo. ¡La norma! El
autobús es para trabajar y no para enamorar
voiturettes por las calles.
Entonces el pobre monstruo padece angustia rabiosa.
Una rabia que se condensa en miradas de
odio rojo que larga por los faroles posteriores.
Máquinas de sumar
Las máquinas de sumar
toman tabaco de números.
Lo pican,
lo mascan,
lo ponen sobre la hojilla larga
del carretel perezoso;
y se hacen un tremendo cigarro,
encendido a ratos
por la chispa roja
de las sumas totales.
Cenizas de sumitas parciales;
y humo de intereses
para todos los clientes del Banco.
Poema ultra- rápido de la liebre arisca
Gervasio y Alvaro Guillot Muñoz viejos amigos míos
Es un relámpago pardo
sobre una nube verde.
Son varios puntos ojalados
en el pastizal.
Es un temblor en zig-zag
y un terror en línea recta.
Es un relámpago pardo
sobre la redonda falda
de un cerro verde.
Un relámpago, cuyo trueno
estalla en la boca de mi escopeta.
Diálogo campero
Diálogo de la siesta campera
en que los molinos
contestan, de mala gana,
a la charla tremenda de la chicharra
y a las rápidas y agrias preguntas
de la roldana.
Diálogo de la siesta campera
en el que tercia la carreta
que pasa
con un gruñido amable.
Con monosílabos,
de mala gana,
contestan los molinos
las preguntas cargosas de la roldana.
Paragolpes delantero
y faro piloto
Un bloc de cemento
armado, un cuadrado de asfalto calentado
por los neumáticos,
una extensión de rieles castigada por las ruedas
de fierro, y en el
cruce geomético de todas estas potencias mecá-
nicas vibra y se
levanta la calidad Urica de Alfredo Ferreiro. Una
especie de soltura
deportiva hecha de agilidad, despreocupación y
arranque eléctrico;
una sonrisa de hombre que está de vuelta; un
dinamismo orgánico,
inagotable y flagelante, todo eso se ha fun-
dido para perfilar
la marca poética de Ferreiro. Temple fuerte de
armazón de acero
con llanta de goma; poesía de la energética y del
hormigueo urbano;
vibración afinada que circula dentro de las estro-
fas y toques de
humorismo que salta derecho con el klacson, esos
son los rasgos
vitales de EL HOMBRE QUE SE COMIO UN
AUTOBUS.
Alfredo anda por la
calle y todo lo repara, lo desintegra y lo
ordena según el
sistema que él prefiere, como si el mundo que lo
rodea fuera una
maquinaria antigualla y dormida que precisara
tornillos, bielas y
movimiento.
Cuando habla , su
palabra tiene tal agilidad que cuesta trabajo
saber a donde llega.
Su conversación se arquea de tal modo y hace
virajes tan rápidos
que marea al que no tenga el hábito de la velo-
cidad. Una
ocurrencia de Ferreiro hace tanto viento al correr que
puede quitar todo
el polvo de una vitrina y voltear los sombreros
de los hombres que
se acercan a mirarla.
Alfredo es alto y
estirado como una chimenea, tiene la espalda
recta y dos
cicatrices que le cortan la cara. El gesto se le escapa de
las manos para
alcanzar no sé qué bestia mecánica que rueda en
un cuestabajo.
Pero la broma de
Ferreiro tiene buen andar. Un acuerdo per-
fecto del chassis,
los elásticos y el pavimento la hace deslizar con
acabada gentileza
sin que las frenadas y contramarchas hagan perder
su línea de
desplazamiento.
Pocas veces se
puede encontrar una correspondencia tan aguda
entre el dinamismo
interno y vital de una conciencia y la movilidad
mecánica y
resonante de lo que la rodea. La intimidad lírica de este
poeta se toca con
la ferocidad automática de la urbe y crea , por
disposición milagrera,
una zona única por donde corre, desatado, un
autobús y por donde
suben el entendimiento estético, la ligereza
mental y la curva
aceleradora. Alfredo Ferreiro y el medio frené-
tico y cambiante
que lo envuelve para mecerlo forma una integra-
ción, de tal modo
el vaivén nervioso del poeta refleja la andanza
de las calles y
reproduce el ritmo civilizado de un motor a explosión .
Con una previsión
polilateral que le hace adivinar todos los
matices de la
trepidación lejana; con una antenación segura y regis-
tradora que le hace
percibir la pulsación íntima de los rodajes y
del hormigón ,
Alfredo Ferreiro anda por el mundo , optimista y ri-
sueño, seguro de
conocer todas las piezas y todos los resortes de la
creación . El campo
y la ciudad, la lluvia y el buen tiempo, el sol
y los faros todo es
desarmado y desquiciado por el ingenio mecá-
nico de este poeta
.
EXPRESO
Chuchu querida:
Te regalo este
libro. En su vibración está mi vibración.
Tú y yo somos a
semejanza de los motores maravillosos; no
rateamos jamás.
Nunca se nos ha visto en panne. Nuestro amor vic-
torioso, —
acelerado a fondo — , recorre la carretera de la dicha, pese
a los baches que, a
propósito, cavan manos y almas enemigas.
Con los faros
encendidos — alegría de luz en las tinieblas —
nuestro motor de
amor puro arrastra la carroserie de la ilusión.
Y allá vamos, con
el ímpetu de un Packard , la sonoridad de una
Ortofónica y la
constancia de un Ford.
Tuyísimo, Alfredo .
Radiador
POEMA SIN OBSTACULOS DÉL TRANSITO LIGERO
VOITURETTE,
LIMOUSINE,
DOBLE-PHAETON,
UN CAMION,
20 TAXIS
8 MOTOS,
2 TRANVIAS,
AUTOBUS.
Agente de tránsito
Todo en paz.
10
bicicletas
B C S C K
15
autobuses
0 A I 0 L
10
camiones
C M R R A
6
tranvías
I P E N S
20
motos
N A 'N E 0
40
taxis
A N A T N
S A S A E
101
vehículos
S S S
El agente,
con una elegante
vuelta de mano,
abre la canilla del
tránsito.
TURBION DESLUSTRADO
— REFLEJOS — RUIDO
Motores — motores —
Bocinazos,
cornetazos, campanazos,
Gritos, polvo,
golpazos.
Las ventanas de los
edificios
miran espantadas
hacia arriba,
implorando paz.
NEGOCIOS
Los timbres del
teléfono
se rascan con la
campanilla
y tienen cosquillas
de risa.
Las alfombras de
las oficinas
digieren el ruido
de los pasos febricitantes,
las corridas locas
de los émpleados de la Bolsa.
La cinta del
telégrafo, —
serpiente blanca de
anemia — ,
se desenrolla con
desgano.
Un taxímetro
descarga un hombre.
Este hombre paga,
de golpe, $ 100.000.
El edificio entero
se conmueve con el pago.
Salta una llave.
Cae un mensajero
por el conmutador.
El mensajero sale
disparando.
Por la calle, ante el asombro cuadrado
de las ventanas
alineadas
en los muros inacabables,
andan vagando los
títulos agresivos
de los periódicos.
El trigo bajó 2
puntos.
El algodón está a
la par.
Subió el franco.
Bajó la lira.
El sol se ríe con
carcajadas amarillas
de todo esto.
RADIOTELEFONIA
(POEMA PERIFONICO)
Mi tímpano es una
paralela de alambre.
Está tendido en la
azotea,
en un cepo de
palos.
Siento con él la
voz de todo el mundo.
El mundo canta para
mí.
Yo soy un poderoso
soberano
que borro los
cantantes,
disperso las
orquestas,
o hago leer las
‘ultimas horas”
con un golpe de
dial.
Las lamparitas se
ríen con luz blanca
de los chistes de
un monólogo.
Estoy en mi aposento. (2X2)
Y soy el vértice de
todas
las actividades
sonoras.
Mi tímpano está
allá arriba.
Es una hamaca
paraguaya,
que se balancea en
el aire.
Velocidades
espantosas
me traen las palabras.
Un tísico me habla
desde el Brasil.
La Tierra gira
entre las ondas
con un
estremecimiento de espanto.
EL BALLET DEL AGENTE DE TRANSITO
A mitad de calzada,
en medio del asfalto azulado,
junto a los
tranvías que charlestonean
en los cruces,
junto a los
autobuses abandoneonados
que se estiran o se
achican
para caber entre
los autos;
frente al ojo
poliédrico del peatón receloso,
baila el agente de
tránsito su danza
de pito y guantes
blancos.
Danza con música de
campanas,
de mugidos,
de cornetas,
de alaridos,
de sirenas,
de gruñidos,
de klasones.
Danza con escenario
de rascacielos,
con sabor de
asfalto,
con olor a cemento
recién cuajado,
pebeteros de nafta,
irradiadores de
electricidad.
Bajo una paralela
de miles de voltios,
bajo el cuchicheo
metálico de los trolleys.
frente al estampido
callejero,
baila que te baila
está el agente.
Referee inapelable
de un partido de
football
que se está jugando
en su imaginación.
Los autos le ladran
con ladridos de
klason;
mas, cuando le ven
levantar los brazos,
se quedan deteñidos
por el espanto.
Y le miran
largamente
con los redondos
ojos de los faros
llenos de lágrimas
de reflejos.
LA RONDA DE LOS PALOS
Tomados de la mano,
en ronda
interminable,
por sobre las
ciudades y los campos,
los postes
telefónicos
danzan
la esquelética
danza del zumbido.
Agitados,
largándose tirones
con los dedos
metálicos y largos
por sobre las
ciudades y los campos,
en ronda
interminable,
los palos del
teléfono
danzan su baile.
Bajo un cielo
anguloso,
sacudiendo collares
de aisladores,
empinándose sobre
la estrechez de la base,
los postes
telefónicos,
tomados por lo alto
de las manos,
juegan al Martín
Pescador con las casas.
LOS GUINCHES AMABLES
Cuando duermen los
barcos
las linternas de
abordo se hamacan
en las cuerdas.
Se hamacan y se
hamacan
destellando en el
agua
su alegría de luz.
Alegría que perfora
el agua
y la hace sangrar
luz verde
o luz roja.
Los guinches,
paquidermos cansados
del circo de los
puertos,
miran con sus ojos
de rueda
jugar a las
linternas.
Cuando me voy del
puerto,
el brazo descarnado
de un guinche
por encima de las
casas,
me hace adiós.
LAS BOYAS
Las boyas son
estrellas que se están bañando
con mamelucos de
hierro muy descotados.
Asoman las cabezas
luminosas por detrás del horizonte y le guiñan
al puerto cuando
se, les acerca un barco.
Para matar el
aburrimiento del baño prolongado
charlan entre ellas
con palabras luminosas.
O se codean con
luces.
El faro, siempre
erecto sobre la costa arrugada,
al divisar las
boyas lanza suspiros de luz blanca.
HEROISMO DEL MARINERO QUE SE DESPEREZA
Los muelles están
enamorados del agua.
Los barracones,
echados en el suelo,
se guardan las mercaderías,
como si fueran a
empollarlas.
Los barcos, muy
cansados,
se apoyan con la
borda en los malecones
y cierran los ojos
de las escotillas
para no ver más el
mar.
El marinero,
trae música de
tifones
arrollada en las
piernas.
El marinero,
trae charleston de
temporal
adherido a los
pies.
Olfatea la tierra.
Se lanza a la
planchada.
¡Qué dureza de
suelo tan quieto!
¡La tierra no se
balancea!
Y el marinero da
dos o tres pasos,
abre las piernas;
lo absurdo: tiene
miedo de caerse.
Hay, para él
el temporal de lo
firme.
El huracán de la
dureza.
El ciclón de lo
petrificado.
Estira el marinero
las piernas
y echa a andar.
El barco da un
quejido
y le saluda,
imperceptiblemente,
con una oscilación
del cable de amarre.
EL DOLOR DE SER FORD
¡Qué dolor debe dar
ser siempre Ford!
Ser Ford . . .
Y no ser un alado
Packard,
un soberbio
Lincoln,
un trompudo
Renault,
o un ancho
Cadillac.
Ser Ford,
ser siempre
hojalata.
Y que todos digan:
— Ahí va un Ford.
Como quien dice:
— Ahí va un
cualquiera.
¡Y saber en lo
íntimo
de las bujías y del
carburador,
que se es automóvil
como los otros autos,
y, a lo mejor,
mejor. .!
Qué dolor da ser
hombre
como los otros
hombres
y ser además,
bueno,
y que todos nos
créan un cualquiera
juzgando por la
apariencia externa.
¡Qué dolor debe
tener el pobre Ford!
Que anda como con
vergüenza por las calles
atontado por las
sonrisas de klason
de los autos
petulantes
que sólo valen por
la pintura de afuera.
BARCOS
Barcos: flores del
mar.
Flores coa pétalos
de banderas
y perfume de todos
los puertos.
Mar: boscaje de
olas.
Olas: ramas blancas
de la selva
horizontal de los mares.
Barcos: flores
abiertas
en la punta del
vaivén blanco y eterno.
Barcos de todas
partes; barcos que deben haber recibido una
invitación para
venir a dormir en este puerto.
Banderas que se
saludan con tirones de viento.
Banderas que tratan
de hacer saludar a los mástiles mal edu-
cados, pedantes,
tiesos.
Hélices que
vinieron mordiendo con furia las aguas de todos
los mares.
Hélices rencorosas,
mujeres a cuatro palas, insaciables en su odio,
que todavía
seguirán mordiendo al pobre mar.
El mar: millones de
veces tajado por las proas, millones de
veces desgarrado
por las hélices vertiginosas y voraces y millones de
veces vendado y
cicatrizado por la Cruz Roja de la espuma cari-
tativa de las olas.
Barcos de todos los
tamaños, con todas las banderas, con todos
los olores, con
hombres de todas partes. Barcos: casas marinas. Casas
que se han ido a
vivir lejos de la tierra.
El mar da flores de
barco
para engalanar los
ojales de amarre
de los puertos
tristes.
CASAS VIEJAS
La rueda de
comadres de las casas viejas
se celebra de
noche;
cuando todos
duermen.
Cuando las casas
jóvenes,
cansadas del
ajetreo del día,
se han quedado
dormidas
con los párpados
metálicos bajos.
Las casas viejas,
comadres del barrio,
charlan de estas
cosas de ahora.
Critican los bow
Windows
los pozos de luz,
el cemento,
los ascensores,
la calefacción.
Ellas se hacían la
toilette
con pintura al
aceite.
Odio de las casas
viejas
para las casas
nuevas.
Odio de la señora
1870
para la señorita
1927.
EL TERROR DE LA LANCHITA
El transatlántico, harto
de mar,
entra al puerto.
Ha padecido sed de
amor.
Recto ha venido
por el ancho camino
del mar.
Cuando la lanchita
a nafta
le ve entrar,
y casi echársele
encima,
larga un aullido de
hembra.
Un espantoso
aullido
que está -en los
oídos de todos los que vamos a los puertos.
Sale la lanchita
mar afuera.
Presurosa,
poniéndose un delantal
de espumas.
Y desde allá, por
encima de las escolleras,
mira con
desconfianza al transatlántico.
Cuando le ve
amarrado,
impotente,
apretado con
cuerdas y cadenas,
entra de nuevo a
las dársenas
y se le restrega
casi amorosa;
tal como hacen las
mujeres pérfidas con los hombres buenos.
Carburador
LA BALADA DE LOS FRENOS
Quiero cantarle al
freno,
la garra del
presente,
verdugo de la rueda,
enemigo perenne de
todo movimiento.
Quiero cantarle al
freno
que estrangula las
ruedas,
hace gemir los
ejes,
detiene los
volantes,
paraliza la marcha.
Quiero darle mi
canto
al freno que hace
como los gatos:
en cuanto ve
moverse algo
le larga un
poderoso zarpazo.
Frenos: que hacen
sudar aceite
a los ejes.
Frenos: que están
acurrucados
mirando el
movimiento,
como están los
tiranos mirando cómo al pueblo
puede paralizársele
con un solo gestó.
Frenos de
automóvil: amigos cordiales
del peatón
indefenso.
Los únicos amigos
del hombre
sobre la máquina
moderna.
TREN EN MARCHA
Toto-tócoto
trán trán.
Toco-tócoto
trán-trán.
Recatrácata,
paf-paf.
Chucuchúcuchu
Chás-chás,
chucuchúcuchu
cháschás.
Tacatrácata, chuchu
tracatrácata,
chúschú.
Chucuchúcuchu
Chás-chás,
racatrácata,
paf-paf.
Búúúú/úúúúúúúúúúúúúúúúúúúúúú
Chiquichíquichiquichi
chiquichíquichiquichi
chiquichíquichiquichi
chiquichíquichiquichi
. . .
ESTACION REDUCTO
Olor a pic-nic
Sensación de feria.
Público indeciso.
Gentes que miran la
hora en los números de los tranvías.
Fotógrafos
ambulantes.
Cansancio de
vagones.
Empedrado arisco.
Veredas sucias.
Relojes lentos.
Cuesta.
Muchachas ingenuas
que leen "Tit-Bits”.
BUENOS AIRES
¡Buenos Aires! La
Boca
bostezo por los
puentes
con un bostezo
negro.
Retiro está
aturdido
por el
Central-Pacífico.
La Avenida de Mayo
le presta a Rivadavia
y a Victoria
los coches de
tranvía para que se entretengan.
Florida saca
mujeres de todos los portales
y autos de lujo de
todos los escaparates.
En los diques, los
barcos
juegan gatas
paridas.
Los martillos no
cesan
de calafatear.
Rechinan las
cadenas, se agitan los pañuelos,
los taxis van
sudando gotas de aceite negro;
un guinche manotea
un montón de cajones
que acaba de
llegar.
Por las calles, el
hambre disfrazada de dandy
engrupe con
quinielas o roba por sport;
Buenos Aires se
viste con un traje de estruendo
y de noche se pone
uña máscara negra
que a pedazos le
arranca al otro día el sol.
Los negocios
aturden el centro de la city.
Corren los
automóviles con sin igual afán.
En Buenos Aires se
vive de cualquier cosa
pero más se vive de
cueros, de vacas y de pan.
El Congreso se ve
de toda la ciudad.
Hay un problema
mental
cuya solución está
pegada en todas las esquinas.
Un problema cuyo
resultado es
un arábigo 43.
Hay una palabra que
se trepa a todas las azoteas,
una palabra que
gotea
reclamos con una
insistencia feroz.
Hablo del “Cinzano”
el rey de los vermouths,
cínicamente llamado
sin alcohol.
Los Bancos se
devoran a casi todos los peatones.
En medio de las
calles, al resto de la gente
se lo devoran los
camiones.
Entra el hombre en
las calles
para domar
vehículos.
Con látigos
restallantes
de miradas oblicuas
los hace desviar,
detener,
avanzar,
retroceder,
sonar.
A rebencazos
limpios
de miradas
tremendas
los hombres bajan a
las calles
para domar las
bestias del tránsito.
¡Es claro! De
repente salta un ágil zarpazo
y al pobre domador
lo extraen de abajo
de un pesado
autobús
que le ha zapateado
en la barriga
dejándolo estirado,
con los brazos en cruz.
Las casas de empeño
hacen promisoras
guiñadas.
Y a montones
van cayendo en
ellas los peatones.
Lavalle, Libertad,
calles del "¿qui mi cointas?”
calles donde
Lajandros te despoja del saco
y te ofrece unas
guitas por el par de botines.
En los diques los
barcos
juegan gatas
paridas.
Y del pujo continuo
paren remolcadores
unidos a los
enormes transatlánticos
por un cordón
umbilical de acero.
¡Buenos Aires!
Nueva York en pequeño.
Con aires de París
y aires de Turkestán.
¡Buenos Aires! Una
ciudad con 2.000.000 de habitantes
donde todos los
milagros del vicio ya están.
Una ciudad abombada
por el ruido continuo,
con unos hombres
grises y un cielo entrecolor;
con unas chimeneas
hartas de tanto humo,
unos taxis cansados
de las calles tan largas,
y unos “chorros” de
estirpe, gloria de la Nación.
¡Buenos Aires! Una
ciudad gigante
casi toda en
cemento.
Una ciudad que
momento tras momento
no se parece a la
ciudad de antes.
POEMA DE LOS TROLLEYS PRENSADOS
Este es el poema de
los trolleys prensados
por el peso
absoluto de los hilos de cobre.
Este es el poema de
los trolleys que de repente
alzan los brazos en
un ¡Aláh! impensado,
alzan los brazos en
un ¡Aláh! impotente.
Poema de dolores,
este verso destila
todo el odio que
siento por las dos compañías
de tranvías.
Públicas
martirizadoras
de los trolleys.
Poema de los trolleys
que van dando
chispites
de ingenio
eléctrico.
Brazos descarnados
que cuelgan el
tranvía
de un hilo.
¡Los trolleys
aplastados
por el hilo
insolente!
Los trolleys se han
quejado
con un gesto
imponente.
Alzándose de brazos
va la protesta negra
de los trolleys a darle
bofetadas al cielo
con la rueda sonora
de cobre
reluciente.
Esta es la protesta
de los trolleys cansados
y esta es una
protesta elocuente.
Trolleys: guinches
en proyecto,
que apenas si
levantan
la humanidad del
guarda.
Trolleys, astas
enlutadas
para una bandera
azul-eléctrico.
Este es mi poema de
los trolleys sonoros
que ponen en
movimiento a los tranvías
y hacen lanzar
reflejos azules a las vías.
Este es el sonoro
poema de los trolleys,
falos de los tranvías,
falos encabritados,
en erección de
golpe,
como deseando abrir
de par en por
las ventanas
cerradas,
remedo
arquitectónico de la virginidad.
Y ES ESTE EL POEMA DE LA MUJER BONITA
Este es el poema de
la mujer bonita.
De la mujer que
sabe pintarse
Y hacer una sonrisa
Este es el poema de
la mujer graciosa
Como una voiturette
"Packard”
Cantemos la mujer
Que es a semejanza
del automóvil nuevo
Nerviosa y
restallante
Cantemos la mujer
Esbelta al igual de
las chimeneas
De las fábricas
poderosas
Cantemos la mujer
Sensible como las
antenas
De radio
Cantemos la mujer
Despierta lo mismo
que un arranque eléctrico
Cantemos la mujer
Encarnación
sutilísima
De una mecánica
humana
Mujer gloria del
mundo
Voiturette de la especie
Acelerador del
hombre
Adorno del garage
inquieto
Que es la calle
Mujer que te
desnudas
Para salir de paseo
Y dices que sales a
vestirte
Cantemos la mujer
Gloria de todos los
Tiempos
Saetazo de sexo
Cantemos el
paragolpes
Hecho con los senos
De la mujer moderna
Y cantemos sus
brazos
Fiel remedo de los
alados
Remos del
"Boating-Club"
Cantemos foxtrots
de admiración
Con la jazz-band de
glóbulos rojos
De nuestra sangre
caliente.
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