martes, 3 de abril de 2018

POEMAS DE ALFREDO MARIO FERREIRO


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1 de marzo de 1899, Montevideo, Uruguay - 24 de junio de 1959, Montevideo, Uruguay

POEMA DEL RASCACIELOS DE SALVO

El rascacielos es una jirafa de cemento armado
con la piel manchada de ventanas.
Una jirafa un poco aburrida
porque no han brotado palmeras de 100 metros.
Una jirafa empantanada en Andes y 18,
incapaz de cruzar la calle,
por miedo de que los autos
se le metan entre las patas y le hagan caer.
¡Qué idea de reposo daría un rascacielos
acostado en el suelo!
Con casi todas las ventanas
mirando cara al cielo.
Y desangrándose por las tuberías
del agua caliente
y de la refrigeración.
El rascacielos de Salvo
es la jirafa de cemento
que completa el zoológico edifício
de Montevideo.


AVIADOR


Prototipo del hombre.

En la aurora de la Muerte
He visto tus caídas
Hacia el otro lado.

De un golpe de timón
Ahuyentaste los perros callados
Del Más Allá.

Prototipo del hombre.

Olor a civilización
Encontré dentro de las válvulas
De tu motor.

Moledor de sol
Con el molino vertiginoso
De la hélice,
Para hacer pan de luz.

Abanicador del cíelo.
Horador del aire.
Asombro de los pájaros.

Envidia de los árboles
Que tienden, por las dudas,
Sus ramas.

Moledor de sol,
Punching-ball de los vientos,
Azotador de nubes,
Alisador de miedos.

Tu cabeza, aviador,
Es el punto necessário
Para la i latina de tu avión.


POEMA AVIóNICO DEL TÉRMINO DE RAID


Aterrizo con demasiada fuerza.
Hay premura en los hangares.
Olor a nafta de caricia quemada.
Y, en seguida, silenciador de besos.

¡Ah, la dinámica áspera
de quererte en mecánica!

Maquinita rubia,
con tantos kilómetros de acción
dentro del territorio de la ternura.

Viajo solo.
«Águila solitaria»
sobre el mar de tus sentimientos.
Deseos de acuatizar...
¡pero estas ruedas!

La imantación de tus deseos
vuelca los timones de profundida,

Vuelo tan bajo
que necesito más las ruedas
que las alas.

Envidia de los árboles
Que tienden, por las dudas,
Sus ramas.

Moledor de sol,

Punching-ball de los vientos,
Azotador de nubes,
Alisador de miedos.

Tu cabeza, aviador,
Es el punto necesario
Para la i latina de tu avión.


LAVANDO NUBES

El viento está lavando las
nubes.
Toma una nave negra,
la empapa en lluvia,
la retuerce en seguida,
la golpea contra el molino,
nos moja el campo,
lava el cielo,
y sale la nube blanca
de negra que era,
para ir a colgarse
en el hilo del horizonte,
a secarse.

EL PUENTE


El puente es un atleta:
de un vigoroso salto
cruza el arroyo manso
con el camino a cuestas.
Dos árboles pacíficos
cuchichean la hazaña;
en tanto, las traviesas
margaritas se ríen
de la proeza.
El puente es un atleta:
de un vigoroso salto
cruza el arroyo manso
con el camino a cuestas.


Los amores monstruosos 


El autobús desea, con todo su árbol y todo su diferencial, 
a la linda voiturette de armoniosas líneas. 

Poco a poco logra acercarse a su lado para 
arrullarla con la moderación del motor poderoso. 

La voiturette, espantada por aquel estruendo, 
pega un legítimo salto de hembra elástica y huye. 

De lejos, le hace adiós con el pañuelito azul del escape. 

El autobús la persigue de inmediato. En su atontamiento 
de paquidermo rijoso apenas salva los obstáculos 
del nervioso y minúsculo tránsito callejero. 

Persecución grotesca. Lo monstruoso detrás de lo alado. 


El autobús se devora a la linda voiturette con los 
ojos de todas sus ventanillas ambulantes. 

La voiturette se despereza con los brazos 
alargados de la velocidad. 

De repente, se detiene junto al cordón de la vereda. 
Hembra, al fin y al cabo, se ha emocionado 
con la persecución empeñosa del autobús. 

El autobús la ve detenida. Se le allega todo 
sudoroso; cayéndosele la baba hirviente por el tapón 
del radiador; todos los vidrios conmovidos; húmedos 
el parabrisas, los guardabarros temblorosos; los ojos 
de los faros desorbitados. 

Va a detenerse. Pero -exigencias del trabajo-, el 
embrague le hace seguir de largo. ¡La norma! El 
autobús es para trabajar y no para enamorar 
voiturettes por las calles. 

Entonces el pobre monstruo padece angustia rabiosa. 
Una rabia que se condensa en miradas de 
odio rojo que larga por los faroles posteriores. 

Máquinas de sumar 


Las máquinas de sumar 
toman tabaco de números. 

Lo pican, 
lo mascan, 
lo ponen sobre la hojilla larga 
del carretel perezoso; 

y se hacen un tremendo cigarro, 
encendido a ratos 
por la chispa roja 
de las sumas totales. 

Cenizas de sumitas parciales; 
y humo de intereses 
para todos los clientes del Banco. 

Poema ultra- rápido de la liebre arisca 
Gervasio y Alvaro Guillot Muñoz viejos amigos míos 

Es un relámpago pardo 
sobre una nube verde. 

Son varios puntos ojalados 
en el pastizal. 

Es un temblor en zig-zag 
y un terror en línea recta. 

Es un relámpago pardo 
sobre la redonda falda 
de un cerro verde. 

Un relámpago, cuyo trueno 
estalla en la boca de mi escopeta. 

Diálogo campero 


Diálogo de la siesta campera 
en que los molinos 
contestan, de mala gana, 
a la charla tremenda de la chicharra 
y a las rápidas y agrias preguntas 
de la roldana. 

Diálogo de la siesta campera 
en el que tercia la carreta 
que pasa 
con un gruñido amable. 

Con monosílabos, 
de mala gana, 
contestan los molinos 
las preguntas cargosas de la roldana. 


Paragolpes delantero
y faro piloto


Un bloc de cemento armado, un cuadrado de asfalto calentado
por los neumáticos, una extensión de rieles castigada por las ruedas
de fierro, y en el cruce geomético de todas estas potencias mecá-
nicas vibra y se levanta la calidad Urica de Alfredo Ferreiro. Una
especie de soltura deportiva hecha de agilidad, despreocupación y
arranque eléctrico; una sonrisa de hombre que está de vuelta; un
dinamismo orgánico, inagotable y flagelante, todo eso se ha fun-
dido para perfilar la marca poética de Ferreiro. Temple fuerte de
armazón de acero con llanta de goma; poesía de la energética y del
hormigueo urbano; vibración afinada que circula dentro de las estro-
fas y toques de humorismo que salta derecho con el klacson, esos
son los rasgos vitales de EL HOMBRE QUE SE COMIO UN
AUTOBUS.

Alfredo anda por la calle y todo lo repara, lo desintegra y lo
ordena según el sistema que él prefiere, como si el mundo que lo
rodea fuera una maquinaria antigualla y dormida que precisara
tornillos, bielas y movimiento.

Cuando habla , su palabra tiene tal agilidad que cuesta trabajo
saber a donde llega. Su conversación se arquea de tal modo y hace
virajes tan rápidos que marea al que no tenga el hábito de la velo-
cidad. Una ocurrencia de Ferreiro hace tanto viento al correr que
puede quitar todo el polvo de una vitrina y voltear los sombreros
de los hombres que se acercan a mirarla.

Alfredo es alto y estirado como una chimenea, tiene la espalda
recta y dos cicatrices que le cortan la cara. El gesto se le escapa de
las manos para alcanzar no sé qué bestia mecánica que rueda en
un cuestabajo.

Pero la broma de Ferreiro tiene buen andar. Un acuerdo per-
fecto del chassis, los elásticos y el pavimento la hace deslizar con
acabada gentileza sin que las frenadas y contramarchas hagan perder
su línea de desplazamiento.

Pocas veces se puede encontrar una correspondencia tan aguda
entre el dinamismo interno y vital de una conciencia y la movilidad
mecánica y resonante de lo que la rodea. La intimidad lírica de este
poeta se toca con la ferocidad automática de la urbe y crea , por
disposición milagrera, una zona única por donde corre, desatado, un
autobús y por donde suben el entendimiento estético, la ligereza
mental y la curva aceleradora. Alfredo Ferreiro y el medio frené-
tico y cambiante que lo envuelve para mecerlo forma una integra-
ción, de tal modo el vaivén nervioso del poeta refleja la andanza
de las calles y reproduce el ritmo civilizado de un motor a explosión .

Con una previsión polilateral que le hace adivinar todos los
matices de la trepidación lejana; con una antenación segura y regis-
tradora que le hace percibir la pulsación íntima de los rodajes y


del hormigón , Alfredo Ferreiro anda por el mundo , optimista y ri-
sueño, seguro de conocer todas las piezas y todos los resortes de la
creación . El campo y la ciudad, la lluvia y el buen tiempo, el sol
y los faros todo es desarmado y desquiciado por el ingenio mecá-
nico de este poeta .

EXPRESO



Chuchu querida:

Te regalo este libro. En su vibración está mi vibración.

Tú y yo somos a semejanza de los motores maravillosos; no
rateamos jamás. Nunca se nos ha visto en panne. Nuestro amor vic-
torioso, — acelerado a fondo — , recorre la carretera de la dicha, pese
a los baches que, a propósito, cavan manos y almas enemigas.

Con los faros encendidos — alegría de luz en las tinieblas —
nuestro motor de amor puro arrastra la carroserie de la ilusión.

Y allá vamos, con el ímpetu de un Packard , la sonoridad de una
Ortofónica y la constancia de un Ford.

Tuyísimo, Alfredo .

Radiador

POEMA SIN OBSTACULOS DÉL TRANSITO LIGERO


VOITURETTE,

LIMOUSINE,

DOBLE-PHAETON,

UN CAMION,

20 TAXIS

8 MOTOS,

2 TRANVIAS,

AUTOBUS.

Agente de tránsito
Todo en paz.


10

bicicletas

B C S C K

15

autobuses

0 A I 0 L

10

camiones

C M R R A

6

tranvías

I P E N S

20

motos

N A 'N E 0

40

taxis

A N A T N
S A S A E

101

vehículos

S S S


El agente,

con una elegante vuelta de mano,
abre la canilla del tránsito.

TURBION DESLUSTRADO — REFLEJOS — RUIDO
Motores — motores —

Bocinazos, cornetazos, campanazos,

Gritos, polvo, golpazos.

Las ventanas de los edificios
miran espantadas hacia arriba,
implorando paz.


NEGOCIOS


Los timbres del teléfono
se rascan con la campanilla
y tienen cosquillas de risa.

Las alfombras de las oficinas
digieren el ruido de los pasos febricitantes,
las corridas locas de los émpleados de la Bolsa.

La cinta del telégrafo, —
serpiente blanca de anemia — ,
se desenrolla con desgano.

Un taxímetro descarga un hombre.
Este hombre paga, de golpe, $ 100.000.

El edificio entero se conmueve con el pago.
Salta una llave.

Cae un mensajero por el conmutador.

El mensajero sale disparando.


Por la calle, ante el asombro cuadrado


de las ventanas alineadas
en los muros inacabables,
andan vagando los títulos agresivos
de los periódicos.

El trigo bajó 2 puntos.

El algodón está a la par.

Subió el franco.

Bajó la lira.

El sol se ríe con carcajadas amarillas
de todo esto.

  


RADIOTELEFONIA

(POEMA PERIFONICO)

Mi tímpano es una paralela de alambre.
Está tendido en la azotea,
en un cepo de palos.

Siento con él la voz de todo el mundo.
El mundo canta para mí.

Yo soy un poderoso soberano
que borro los cantantes,
disperso las orquestas,
o hago leer las ‘ultimas horas”
con un golpe de dial.

Las lamparitas se ríen con luz blanca
de los chistes de un monólogo.

Estoy en mi aposento. (2X2)


Y soy el vértice de todas
las actividades sonoras.

Mi tímpano está allá arriba.

Es una hamaca paraguaya,
que se balancea en el aire.

Velocidades espantosas
me traen las palabras.

Un tísico me habla desde el Brasil.

La Tierra gira entre las ondas
con un estremecimiento de espanto.


EL BALLET DEL AGENTE DE TRANSITO


A mitad de calzada, en medio del asfalto azulado,
junto a los tranvías que charlestonean
en los cruces,

junto a los autobuses abandoneonados

que se estiran o se achican

para caber entre los autos;

frente al ojo poliédrico del peatón receloso,

baila el agente de tránsito su danza

de pito y guantes blancos.

Danza con música de campanas,
de mugidos,
de cornetas,
de alaridos,
de sirenas,
de gruñidos,
de klasones.

Danza con escenario de rascacielos,
con sabor de asfalto,
con olor a cemento recién cuajado,
pebeteros de nafta,
irradiadores de electricidad.

Bajo una paralela de miles de voltios,
bajo el cuchicheo metálico de los trolleys.
frente al estampido callejero,
baila que te baila está el agente.

Referee inapelable
de un partido de football
que se está jugando
en su imaginación.


Los autos le ladran
con ladridos de klason;
mas, cuando le ven levantar los brazos,
se quedan deteñidos por el espanto.

Y le miran largamente

con los redondos ojos de los faros

llenos de lágrimas de reflejos.


LA RONDA DE LOS PALOS


Tomados de la mano,
en ronda interminable,
por sobre las ciudades y los campos,
los postes telefónicos
danzan

la esquelética danza del zumbido.

Agitados,
largándose tirones
con los dedos metálicos y largos
por sobre las ciudades y los campos,
en ronda interminable,
los palos del teléfono
danzan su baile.

Bajo un cielo anguloso,
sacudiendo collares de aisladores,
empinándose sobre la estrechez de la base,
los postes telefónicos,
tomados por lo alto de las manos,
juegan al Martín Pescador con las casas.


LOS GUINCHES AMABLES


Cuando duermen los barcos
las linternas de abordo se hamacan
en las cuerdas.

Se hamacan y se hamacan
destellando en el agua
su alegría de luz.

Alegría que perfora el agua
y la hace sangrar luz verde
o luz roja.

Los guinches, paquidermos cansados
del circo de los puertos,
miran con sus ojos de rueda
jugar a las linternas.

Cuando me voy del puerto,
el brazo descarnado de un guinche
por encima de las casas,
me hace adiós.

LAS BOYAS


Las boyas son estrellas que se están bañando
con mamelucos de hierro muy descotados.


Asoman las cabezas luminosas por detrás del horizonte y le guiñan
al puerto cuando se, les acerca un barco.

Para matar el aburrimiento del baño prolongado
charlan entre ellas con palabras luminosas.

O se codean con luces.

El faro, siempre erecto sobre la costa arrugada,
al divisar las boyas lanza suspiros de luz blanca.


HEROISMO DEL MARINERO QUE SE DESPEREZA


Los muelles están enamorados del agua.

Los barracones, echados en el suelo,
se guardan las mercaderías,
como si fueran a empollarlas.

Los barcos, muy cansados,
se apoyan con la borda en los malecones
y cierran los ojos de las escotillas
para no ver más el mar.


El marinero,
trae música de tifones
arrollada en las piernas.

El marinero,

trae charleston de temporal
adherido a los pies.

Olfatea la tierra.

Se lanza a la planchada.

¡Qué dureza de suelo tan quieto!

¡La tierra no se balancea!

Y el marinero da dos o tres pasos,
abre las piernas;

lo absurdo: tiene miedo de caerse.

Hay, para él
el temporal de lo firme.

El huracán de la dureza.

El ciclón de lo petrificado.

Estira el marinero las piernas
y echa a andar.

El barco da un quejido
y le saluda, imperceptiblemente,
con una oscilación del cable de amarre.


EL DOLOR DE SER FORD


¡Qué dolor debe dar
ser siempre Ford!

Ser Ford . . .

Y no ser un alado Packard,
un soberbio Lincoln,
un trompudo Renault,
o un ancho Cadillac.

Ser Ford,

ser siempre hojalata.

Y que todos digan:

— Ahí va un Ford.

Como quien dice:

— Ahí va un cualquiera.

¡Y saber en lo íntimo
de las bujías y del carburador,
que se es automóvil como los otros autos,
y, a lo mejor, mejor. .!

Qué dolor da ser hombre
como los otros hombres
y ser además, bueno,
y que todos nos créan un cualquiera
juzgando por la apariencia externa.

¡Qué dolor debe tener el pobre Ford!

Que anda como con vergüenza por las calles

atontado por las sonrisas de klason

de los autos petulantes

que sólo valen por la pintura de afuera.


BARCOS


Barcos: flores del mar.

Flores coa pétalos de banderas
y perfume de todos los puertos.

Mar: boscaje de olas.

Olas: ramas blancas

de la selva horizontal de los mares.

Barcos: flores abiertas
en la punta del vaivén blanco y eterno.

Barcos de todas partes; barcos que deben haber recibido una
invitación para venir a dormir en este puerto.

Banderas que se saludan con tirones de viento.

Banderas que tratan de hacer saludar a los mástiles mal edu-
cados, pedantes, tiesos.

Hélices que vinieron mordiendo con furia las aguas de todos
los mares.

Hélices rencorosas, mujeres a cuatro palas, insaciables en su odio,
que todavía seguirán mordiendo al pobre mar.

El mar: millones de veces tajado por las proas, millones de
veces desgarrado por las hélices vertiginosas y voraces y millones de
veces vendado y cicatrizado por la Cruz Roja de la espuma cari-
tativa de las olas.

Barcos de todos los tamaños, con todas las banderas, con todos
los olores, con hombres de todas partes. Barcos: casas marinas. Casas
que se han ido a vivir lejos de la tierra.

El mar da flores de barco
para engalanar los ojales de amarre
de los puertos tristes.

CASAS VIEJAS


La rueda de comadres de las casas viejas
se celebra de noche;
cuando todos duermen.

Cuando las casas jóvenes,
cansadas del ajetreo del día,
se han quedado dormidas
con los párpados metálicos bajos.

Las casas viejas, comadres del barrio,
charlan de estas cosas de ahora.

Critican los bow Windows
los pozos de luz,
el cemento,
los ascensores,
la calefacción.

Ellas se hacían la toilette
con pintura al aceite.

Odio de las casas viejas
para las casas nuevas.

Odio de la señora 1870
para la señorita 1927.

  

EL TERROR DE LA LANCHITA



El transatlántico, harto de mar,
entra al puerto.

Ha padecido sed de amor.

Recto ha venido

por el ancho camino del mar.

Cuando la lanchita a nafta
le ve entrar,
y casi echársele encima,
larga un aullido de hembra.

Un espantoso aullido

que está -en los oídos de todos los que vamos a los puertos.

Sale la lanchita mar afuera.

Presurosa, poniéndose un delantal
de espumas.

Y desde allá, por encima de las escolleras,
mira con desconfianza al transatlántico.

Cuando le ve amarrado,
impotente,

apretado con cuerdas y cadenas,
entra de nuevo a las dársenas
y se le restrega casi amorosa;

tal como hacen las mujeres pérfidas con los hombres buenos.


Carburador

LA BALADA DE LOS FRENOS


Quiero cantarle al freno,
la garra del presente,
verdugo de la rueda,
enemigo perenne de todo movimiento.

Quiero cantarle al freno
que estrangula las ruedas,
hace gemir los ejes,
detiene los volantes,
paraliza la marcha.

Quiero darle mi canto
al freno que hace como los gatos:
en cuanto ve moverse algo
le larga un poderoso zarpazo.

Frenos: que hacen sudar aceite
a los ejes.

Frenos: que están acurrucados
mirando el movimiento,

como están los tiranos mirando cómo al pueblo
puede paralizársele con un solo gestó.

Frenos de automóvil: amigos cordiales
del peatón indefenso.

Los únicos amigos del hombre
sobre la máquina moderna.

TREN EN MARCHA



Toto-tócoto
trán trán.
Toco-tócoto
trán-trán.

Recatrácata, paf-paf.

Chucuchúcuchu

Chás-chás,

chucuchúcuchu

cháschás.

Tacatrácata, chuchu
tracatrácata, chúschú.


Chucuchúcuchu

Chás-chás,

racatrácata, paf-paf.


Búúúú/úúúúúúúúúúúúúúúúúúúúúú


Chiquichíquichiquichi
chiquichíquichiquichi
chiquichíquichiquichi
chiquichíquichiquichi . . .


ESTACION REDUCTO



Olor a pic-nic
Sensación de feria.

Público indeciso.

Gentes que miran la hora en los números de los tranvías.
Fotógrafos ambulantes.

Cansancio de vagones.

Empedrado arisco.

Veredas sucias.

Relojes lentos.

Cuesta.

Muchachas ingenuas que leen "Tit-Bits”.


BUENOS AIRES


¡Buenos Aires! La Boca
bostezo por los puentes
con un bostezo negro.

Retiro está aturdido
por el Central-Pacífico.

La Avenida de Mayo le presta a Rivadavia
y a Victoria

los coches de tranvía para que se entretengan.
Florida saca mujeres de todos los portales
y autos de lujo de todos los escaparates.

En los diques, los barcos
juegan gatas paridas.

Los martillos no cesan
de calafatear.

Rechinan las cadenas, se agitan los pañuelos,
los taxis van sudando gotas de aceite negro;
un guinche manotea un montón de cajones
que acaba de llegar.

Por las calles, el hambre disfrazada de dandy
engrupe con quinielas o roba por sport;

Buenos Aires se viste con un traje de estruendo
y de noche se pone uña máscara negra
que a pedazos le arranca al otro día el sol.

Los negocios aturden el centro de la city.
Corren los automóviles con sin igual afán.

En Buenos Aires se vive de cualquier cosa
pero más se vive de cueros, de vacas y de pan.

El Congreso se ve de toda la ciudad.

Hay un problema mental

cuya solución está pegada en todas las esquinas.

Un problema cuyo resultado es
un arábigo 43.

Hay una palabra que se trepa a todas las azoteas,

una palabra que gotea

reclamos con una insistencia feroz.

Hablo del “Cinzano” el rey de los vermouths,
cínicamente llamado sin alcohol.

Los Bancos se devoran a casi todos los peatones.
En medio de las calles, al resto de la gente
se lo devoran los camiones.

Entra el hombre en las calles
para domar vehículos.

Con látigos restallantes
de miradas oblicuas
los hace desviar, detener,
avanzar, retroceder,
sonar.

A rebencazos limpios
de miradas tremendas
los hombres bajan a las calles
para domar las bestias del tránsito.

¡Es claro! De repente salta un ágil zarpazo
y al pobre domador lo extraen de abajo
de un pesado autobús
que le ha zapateado en la barriga
dejándolo estirado, con los brazos en cruz.

Las casas de empeño
hacen promisoras guiñadas.

Y a montones

van cayendo en ellas los peatones.

Lavalle, Libertad, calles del "¿qui mi cointas?”
calles donde Lajandros te despoja del saco
y te ofrece unas guitas por el par de botines.

En los diques los barcos
juegan gatas paridas.

Y del pujo continuo
paren remolcadores

unidos a los enormes transatlánticos
por un cordón umbilical de acero.

¡Buenos Aires! Nueva York en pequeño.

Con aires de París y aires de Turkestán.

¡Buenos Aires! Una ciudad con 2.000.000 de habitantes
donde todos los milagros del vicio ya están.

Una ciudad abombada por el ruido continuo,
con unos hombres grises y un cielo entrecolor;
con unas chimeneas hartas de tanto humo,
unos taxis cansados de las calles tan largas,
y unos “chorros” de estirpe, gloria de la Nación.

¡Buenos Aires! Una ciudad gigante
casi toda en cemento.

Una ciudad que momento tras momento
no se parece a la ciudad de antes.

POEMA DE LOS TROLLEYS PRENSADOS


Este es el poema de los trolleys prensados
por el peso absoluto de los hilos de cobre.

Este es el poema de los trolleys que de repente
alzan los brazos en un ¡Aláh! impensado,
alzan los brazos en un ¡Aláh! impotente.

Poema de dolores, este verso destila
todo el odio que siento por las dos compañías
de tranvías.

Públicas martirizadoras
de los trolleys.

Poema de los trolleys
que van dando chispites
de ingenio eléctrico.

Brazos descarnados
que cuelgan el tranvía
de un hilo.

¡Los trolleys aplastados
por el hilo insolente!

Los trolleys se han quejado
con un gesto imponente.

Alzándose de brazos

va la protesta negra de los trolleys a darle
bofetadas al cielo con la rueda sonora
de cobre reluciente.

Esta es la protesta de los trolleys cansados
y esta es una protesta elocuente.

Trolleys: guinches en proyecto,
que apenas si levantan
la humanidad del guarda.

Trolleys, astas enlutadas
para una bandera azul-eléctrico.

Este es mi poema de los trolleys sonoros
que ponen en movimiento a los tranvías
y hacen lanzar reflejos azules a las vías.

Este es el sonoro poema de los trolleys,
falos de los tranvías,
falos encabritados,
en erección de golpe,
como deseando abrir de par en por
las ventanas cerradas,
remedo arquitectónico de la virginidad.


Y ES ESTE EL POEMA DE LA MUJER BONITA


Este es el poema de la mujer bonita.

De la mujer que sabe pintarse
Y hacer una sonrisa
Este es el poema de la mujer graciosa
Como una voiturette "Packard”

Cantemos la mujer

Que es a semejanza del automóvil nuevo

Nerviosa y restallante

Cantemos la mujer

Esbelta al igual de las chimeneas

De las fábricas poderosas
Cantemos la mujer
Sensible como las antenas
De radio

Cantemos la mujer

Despierta lo mismo que un arranque eléctrico

Cantemos la mujer

Encarnación sutilísima

De una mecánica humana

Mujer gloria del mundo

Voiturette de la especie

Acelerador del hombre

Adorno del garage inquieto

Que es la calle

Mujer que te desnudas

Para salir de paseo

Y dices que sales a vestirte
Cantemos la mujer

Gloria de todos los Tiempos
Saetazo de sexo
Cantemos el paragolpes
Hecho con los senos
De la mujer moderna

Y cantemos sus brazos
Fiel remedo de los alados
Remos del "Boating-Club"

Cantemos foxtrots de admiración
Con la jazz-band de glóbulos rojos
De nuestra sangre caliente.


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