sábado, 29 de septiembre de 2018

POEMAS DE CARLOS OBREGÓN BORRERO

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BAJO EL ALA DEL VIENTO el alma
florece y se recrea
como el mar milenario
madura de presagios
se entrega donde el ser es de noche
morada oculta para tanto incendio.


MIENTRAS SUBE el incienso
los pilares esperan
que Tú les des vida .
Entre densas volutas
he visto manos
de vigorosos ángeles .
Y también he visto
que tu rostro es de fuego.


Con la liturgia tu silencio
florece y se proyecta
en simples líneas
y volutas de incienso.
Los cirios lo guarecen
y su frágil certeza
hace vibrar el cáliz.
Pero al salir del templo,
lo siento más distante
respirando la noche.
Y a esa hora,
entrar en él es ser ya todo.


TE ESCUCHO CUANDO rezo.
En ti crezco y avanzo.
Pero no sé si es el umbral
o el fondo de tu noche.
Estoy en ti
como un río bajo el viento
y mis ojos conocen
el fuego de tu abismo.

LO QUE VEO ES MUY sencillo.
Pero lo que no veo
es aún más sencillo.
Desde tu hondura veo
contra la noche
un ciprés y una rosa.
Y lo que no veo
solamente es tu hondura.
Me hiciste monje
para cerrar los ojos.


CUANDO EL DÍA se apaga
tu soledad es como un árbol
suave y sonoro entre los ángeles.
Entraré en tu silencio
y te adornaré
en diferentes lugares
de la noche.


¿EN QUÉ FULGOR, HACIA qué morada
llena de verde tiempo avanza,
socava en soledad el ojo, el río, el viento?
Cada dios surge como largo recuerdo
de lo que nunca ha sido,
aviva el ser hacia el abismo,
desgarra la mirada bajo la luz del siglo.
¿Quién, qué cuerpo trashumante,
qué nave de exilio te busca, te redime?
Solo contra la noche el ungido se yergue
como un árbol de fuego
y lo que aún perdura atestigua y me salva
en su alto silencio.


DESDE EL SILENCIO hasta la luz
la roca nos vigila.
A plomo cae el día sobre la frente:
una onda solar vibra en el cuerpo.
Sobre el tiempo, los signos, los vocablos.
Ser simplemente
el salmo primordial que el sol anuncia,
la estación plena que en las playas canta,
alto fulgor que hiere la mirada,
ángel tenso de piedra contra el cielo,
ángel que enciende, que redime el alma.
Estoy entre las rocas,
estoy ciego de hondura, huido el tacto
tras las espadas de su fuego,
ya el tiempo es mar, y toda lejanía
entre las manos se consume.
Pasa la brisa bajo un ala inerte,
humilde rezo de las horas,
santidad blanca para el viaje:
quieto el día en el claustro
y la mirada inútil,
todo el viento es santuario de un instante.
Y luego perdurar. Lejos la piel,
los ecos, los péndulos del tiempo.


DESCIENDE HASTA LA CARNE el peso de las nubes,
humo de sol de par en par mordido.
La simiente madura su silencio,
socavada la noche en su raíces,
y gira su oración en torno a la espiga.
Tiempo de metal grave, cuerpo hendido.
El medio día aviva un hambre eterna
y el ojo padece un fuego ausente
como insecto lunar que vive en tierra.
Muros de cal ahogan el sonido,
crecen la sombras y las voces duermen.
El tacto se calcina abierto hacia las piedras
y hondamente gravitan las horas bajo el polvo.
La piel conoce el tiempo, el pulso de la tierra.
Un gusto de desierto surge entre los labios.
Por la isla quemada caminan los caballos,
cascos duros de anhelo bruñidos por los años.
Día vertical, nulo de esperanza
como aljibe sin agua. Está a fondo la carne.
dan vueltas lentamente las aspas del molino
y el viento muele el trigo con fervor milenario.
Los párpados esperan que las horas los venzan
con su fardo profundo, que la noche borre
las huellas de los pasos. Ningún ayer del mar
queda en las riberas, tan solo restos
roídos por las olas.
                                           
barrida por el viento, desierta, castigada.
El faro de la Mola en vano cava el aire
en busca de la noche. El mar solo es presente
renovado en los ojos, eco eterno y sin fondo.
Soledad en la luz. Gira el tiempo en las aspas.
Se espera, se trascurre. El tiempo está en la carne.



De Distancia destruida (1957)


III
Acaso el tiempo no es un fluir invencible,
sino una realidad de dimensión interna.
El tiempo puede ser la hechura de la angustia
o el antojo soberbio de algún dios solitario
o las horas eternas en que un yo de violencia
proyecta sus canciones en un rumor de siempre.
Puede ser un sondear, un mirar hacia adentro
cada instante en sí mismo, cada vez con más noche.
Cuando entonces llegamos a algún fondo sin cifra
sabemos que las torres que vigilan las horas,
son torres inconclusas y que un mar de silencio
penetra sus criaturas en extenso misterios
y bosques sin sonido. Toda plenitud mía
es plenitud antigua: algo que estuvo en mí,
densamente remoto, antes de que mi voz libre,
antes que mi existencia, siempre tallando instantes,
para erigir días o noches en la noche
donde mi ser comienza. Hay algo primordial
que nos hunde en el mundo, que nos dice que el sol
puede ser nuestro fuego o algún fervor intenso
trabajando lo eterno, la eternidad presente
que es memoria olvidada de otro lugar del tiempo,
gestación silenciosa de momentos distantes
sin embargo inmediatos en el sueño y el día:
ese camino adusto, ese vivir en sí
antes que nuestra sombra o que el gesto que inicia
aquel objeto muerto, externo y abolido
sin discernir su sitio, caído con inercia
sin conocer su origen. El aspecto de ausencia
que hoy existe en la tarde es algo desvaído
que tu presencia anula al romper con sus alas
el éter de la nada. Este cuarto no existe
cuando yo en mí me habito, ni existen las murallas
que limitan el tiempo: yo me existo hacia adentro
y en mi existir arrastro los árboles y cerros
que conoce mi tacto. Sus raíces son siempre
raíces en la tierra, garras, voces esbeltas
de un proceso oscuro que azotan mis viajes
para extender los días ─verticales, distantes─
integrando en su golpe la voluntad del mundo.



VIII
Existe, vive en extensos murmullos
que doblegan el mar y la opulencia del verano
brotando como árboles antiguos,
aun más absortos que la noche irreductible
                                  donde el hombre nace.
Todo es la lucha, la violencia del sueño
donde una fuerza ciega nos crece y nos integra
                                  en el rumor del bosque
y en su lenta espesura hoy se escucha el viento
venir desde más lejos, venir,
vivir la tierra, sus huesos siderales,
los héroes y los potros que marcaron las sendas.



XIV
En la orilla del viento
todo grupo de signos, como densa promesa,
se yergue en el canto de los días
invadiendo un transcurso
pleno de la oración fulgurante del sol:
memoria alta y sumergida en la dura presencia
que intangiblemente asalta
lo que en nosotros vive y viaja hacia el silencio.
Extranjero: ciegos son tus mares
ciego navegas en su clima nocturno
y ya nunca el dios que en ti proyecta
su lejanía apenas soportable,
invadirá con su terror la selva liberada.
Ahora sus primicias son tiempo esbelto
que como un destello asciende por los huesos
para cumplir lo más remoto de su misión agreste.
Continúa, surca el espacio que hacia a ti se abre
rompiendo las rudas murallas que te encierran.
De la noche sólo queda el ser antiguo y la comarca de
                                             su nombre.



XVII
Fue desde el mar la roca de su canto
un templo vivo del ángel en las horas.
La voz estuvo en la plegaria, desbandada
en la arena, cuando las aves comenzaban el exilio
y los despojos y los altos cedros, cerca de la orilla,
eran signos oscuros en la senda nocturna.
Navegar, extranjero, es entregarse al vocerío de las
                                              olas antiguas
buceando en el fondo nulo con la noche en los ojos
mientras las naves, fieles a la alianza,
van buscando entre los soles el sol nuevo.
Hondo es el espacio y terrible navegar en el asombro.
El silencio pregunta y al declinar la luz
su lejanía declina entre las densas sombras
y un mar nos puebla y habla,
y entonces, casi como llegar es sumergirse
y que el eco total retorne redimido de voz
                                              en el naufragio.

EL TIEMPO CONTEMPLADO
I
Vibraba el cielo. El río en cada tallo
aguazaba un silbo lunar de lento vuelo.
Lejos, la noche rezaba un salmo de madera
entre flores calcinadas y aspas de molino.
Por la tierra azotada tres caballos tres caballos
de exilio galopaban, ágil fuga
de aire ennegrecido y ceniza volandera.
Una llama profunda hincaba su fulgor
contra los ojos. El tiempo estaba entre
filos de luz y estrellas desplomadas
y un viento sin origen hendía el mundo.
Polvo y esparto. Muros blancos. Trigo.
II
Surgen densas las horas en la cala desierta.
Desde lejos me llaman otras islas voraces
y los peces arrastran el latido del tiempo
entre rocas y espuma. Cielo adverso, combado
sobre el mar del exilio. Las olas con ahínco
bambolean un barco fondeado a pocas brazas.
Mortal cae en el día la honda luz del silencio.
El sol clava su fuego sobre el cuerpo desnudo
y en los guijarros brilla más antiguo que ellos.
Soledad en las rocas, en los ojos que esperan.
Con el viento maduro tras el recuerdo emigro
por rutas interiores hacia un incendio verde
de islas y centauros. Un golpe de alcatraces
llega desde la noche y abandona su huella
en la playa caldeada. No es el tiempo insaciable
lo que inunda los ojos, es el mar combatiendo
la violencia del odio que desgarra su seno
y allí trama el temblor de los dioses malditos.

Busco el pensamiento que mida la nada.
Busco la nada, la nada (y nada más que la nada)
Y la nada me huye, se esconde, se escapa,
Se esconde en sí misma, se esconde en la nada.
Lucho contra una voz de inquietud transparente,
Diminuto recinto donde habita un sueño,
Una mujer de lluvia con los brazos dormidos
Excavando un muro de indefinida sombra
Que le resta un alcance de dimensión lejana
Y nos devuelve un eco más agudo que el grito.
Voy solo por la nada con preguntas del hombre
En redes saturadas de vértigos y vuelos,
Solitario, en soledad tremenda,
Sumergido en la noche,
Investigando hoyos repletos de palabras,
Levantando la forma para encontrar la idea
Con un andar hambriento de los terrenos duros,
De las duras montañas con las cimas intactas
O de estancias solares donde el hombre se halle
Y erija su estructura para después de siempre,
Afirmando la búsqueda eterna que me alza.

¿Dónde la noche que mi noche buscaba?
¿Dónde estuvo el ser en la noche que es?

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