martes, 4 de septiembre de 2018

POEMAS DE THOMAS MACGREEVY

MacGreevy mirando desde la ventana de su habitación
(26 de octubre de 1893, Tarbert, Irlanda - 16 de marzo de 1967, Dublín, Irlanda)

Exilio

Sabía que tu muerte era la mía
mas mi corazón te quería muerta.
Nos amamos con locura. Dolor
sentía al partir y miedo al verte

otra vez. Nos unía un falso lazo.
Dolían encuentros y despedidas.
Pudimos disfrutar de la inocencia
natural de nuestro amor. Cometimos

un error: presente o no, al otro siempre
atormentar pedía el corazón.
La muerte sola -senil, eso dices-
nos podrá apaciguar. Aquí la espero.

Golders Green

Un cadáver yacerá en la abadía de San Lachtin.
Muerto, ya no añorarás nuestra tierra,
ni la lluvia de sus bajos cielos grises;
otro, en algún sitio como este

para convertirse en minúsculas cenizas.
Qué sinsentido la esperanza de que halle
un momento de reposo en la tumba,
sople el viento desde donde sople.

Homenaje a Li Po

Combatí la fiebre,
compuse un poema,
creí poder dominar mi corazón, en exceso inmaduro:
hay que ser clásico.

Me dispuse entonces, sereno,
a gozar del claro día,
mas nos cruzamos de nuevo,
nos vimos de nuevo,

he vuelto a caer enfermo.

Invierno

En el agua plomiza de los cisnes
se asemejan a espectros hostiles
de reyes
ofendidos por nuestra presencia.

¿Y no tienen razón?
Si nuestros corazones moran entre los muertos,
¿como osamos
venir aquí
y no morir?

De Civitate Hominunm

Es la naturaleza muerta la que vive,
y no la carne viva.

Hay flores asesinas, blancas como vellones,
que se despliegan con primor
y envuelven a su piloto
quien, sobrevolando Gheluvelt,
hace un reconocimiento matinal,
todo él de seda y plata
en lo alto azul.

Oigo el zumbido de un motor
y nubes de humo blando que martillean el aire
al desplegarse las flores blancas como vellones.

No sabría decir con qué flor se ha quedado
pero de pronto se siente un temblor,
aparece un zigzag de trazos sobre lo azul
y él se desliza hasta
adentrarse en lo blanco,
una llama delicada,
una pincelada de naranja en el vestido de la mañana.

En voz baja, mi sargento dice: «¡Dios santo!
Qué muerte tan horrible».

El santo Dios no responde
aún.

“Homenaje a El Bosco”

Una caminante sin rostro entró en la luz;
un muchacho con un traje de paño marrón
se le abrazaba
sin manos
a lo que parecía ser su falda.

Ella se detuvo,
y él se detuvo,
y yo, aterrado, me detuve con la vista clavada.

Vi entonces un grupo de oscuras figuras tras ella.
Aquella mañana llovía a mares
pero el exiguo mundo seguía girando.

Aun con los labios sellados, ella logró advertirle:
Ha de abrirse el libro
y el parque también.

Puede que me estuviera riendo
pero me castañeteaban los dientes
y vi que las palabras, al caer,
se retorcían por los suelos.

Comenzó a soplar un viento húmedo,
las oscuras figuras se estaban mezclando
cuando uno que yo había creído muerto
despacioso emergió de la efigie de una tumba
cercana
y todos se estremecieron.
Él se inclinó dispuesto a hablar con la mujer
pero el director de la guardería salió volando del pozo
de San Patricio,
aprehendido por su querida,
y, con la cabeza inclinada,
la mirada fija por encima de las gafas
y escarbando la gravilla con furia
susurró
–las palabras sonaron como disparos que
silbaban al pasarle por delante de las gafas–:
¡No digas nada, ya te lo digo, no digas nada de nada!
Y aquél que parecía haber vuelto a la vida
boqueó,
comenzó a reír y a gritar como histérico
y, con gesto impotente de niño antojadizo y
exasperado,
se desvaneció de vuelta en su efigie.

Muy por encima del Banco de Irlanda
se escuchaba una música sobrenatural
en dirección al oeste.

Entonces, salidas de los sumideros,
se deslizaron pequeñas ratas de alcantarilla.
Ascendían por cientos, por decenas de miles.
Todas hacían una reverencia servil a las oscuras figuras
y, tras girarse, se unían a una danza del vientre junto
a sus
hermanos y hermanas.
Al ser multitud, bailaban convulsas.
Se oyó una risa ratonesca,
más profunda por aquí y por allá,
y alguna que otra rata chilló histérica.
Las oscuras figuras seguían mirando, agonizantes.
La mujer sin rostro profirió un grito y se desplomó.
Engreídas y mofantes,
las ratas bailaron sobre ella
y sobre las palabras serpenteantes.
El director de la guardería regresó volando al pozo
llevándose consigo a la figurilla sin manos y con traje de
paño marrón.


“La gloria de Carlos V”

A Joan Junyer
Ahora que regresamos de la primera muerte
a nuestra actual segunda vida
ya no puede ser la misma noción de cristiandad.
cuernos de oro
y cornucopias de plata dorada:
Cons
tantinopla.

Allí fue bermellón y negro,
verde y negro
blanco almidonado cubierto de negro cadavérico.
¡Oh Grünewald”
¡Oh Picasso!

Aquellos sin máscaras antigás estaban perdidos.
En mi vida, mi rosa de Tralee se tornó gris,
un gris sepulcral,
descarado.
Mas por un instante, supongo, ahora,
puedo suponer que, por un instante,
brilló con resplandor azul,
argénteo,
dorado,
rosado
y con la luz del mundo.

Traducción: Luis Ingelmo

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