martes, 23 de noviembre de 2021

POEMAS DE JOHN KEATS

 



Al ver los mármoles de Elgin

 

Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa,

como un sueño inconcluso, la espera de la muerte

y cada circunstancia u objeto es una suerte

de decreto divino que anuncia que soy presa

 

de mi fin, como un águila herida mira al cielo.

Pero es un delicado murmullo este lamento

por no tener conmigo una nube, acaso un viento

que hasta abrir su ojo el alba me dé tibio consuelo.

 

Estas borrosas glorias que imagina la mente

prestan al corazón un territorio escondido

y un extraño dolor cuyo prodigio silente

 

mezcla la helénica grandeza con el sonido

del Tiempo ya pasado o de un mar inclemente,

con el solo la sombra de un ser desconocido.

 

 

 

Bienvenida alegría, bienvenido pesar

 

Bien venida alegría, bien venido pesar,

la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:

vengan hoy y mañana,

que los quiero lo mismo.

Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro

y alguna alegre risa oír entre los truenos;

bello y feo me gustan:

dulces prados, con llamas ocultas en su verde,

y un reírse zumbón ante una maravilla;

ante una pantomima, un rostro grave;

doblar a muerto y alegre repique;

el juego de algún niño con una calavera;

mañana pura y barco naufragado;

las sombras de la noche besando a madreselvas;

sierpes silbando entre encarnadas rosas;

Cleopatra con regios atavíos

y el áspid en el seno;

la música de danza y la música triste,

juntas las dos, prudente y loca;

musas resplandecientes, musas pálidas;

el sombrío Saturno y el saludable Momo:

risa y suspiro y nueva risa...

¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!

Musas resplandecientes, musas pálidas,

de vuestro rostro alzad el velo,

que pueda veros y que escriba

sobre el día y la noche

a un tiempo; que se apague

mi sed de dulces penas;

ramas de tejo sean mi refugio,

entrelazadas con el mirto nuevo,

y pinos y limeros florecidos,

y mi lecho la hierba de una fosa.

 

Versión de Màrie Montand

 

Canción de Folly

 

¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos.

Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso,

y no sean sus dientes la perla más preciosa;

sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean

más largas que la antena menuda de una mosca

de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo,

pero sí muchas pecas. ¡Ah! Una nodriza loca,

porque anduviera pronto la pequeñuela, puede

haber curvado un par de piernas de Diana

y torcido el marfil de una nuca de Juno.

 

Versión de Màrie Montand

 

 

Canción de la margarita

 

Con su gran ojo, el sol

no ve lo que yo veo.

La luna, toda plata, orgullosa, pudiera

ocultarse igualmente en una nube.

 

Y al llegar primavera -¡oh, primavera!-

es la de un rey mi vida.

Echada entre los brotes de la hierba,

acecho a las muchachas bonitas en su paso.

 

Miro por los lugares donde no osara nadie

y se fijan mis ojos donde nadie los fija,

y si la noche viene,

me cantan los corderos una canción de cuna.

 

Versión de Màrie Montand

 

 

 

¡Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría...

 

¡Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría

no viendo más verdores que los suyos,

no sintiendo más brisas que las que soplan entre

sus frondas confundidas con las leyendas grandes;

pero nostalgia siento, a veces; languidezco

por los cielos de Italia; íntimamente gimo

por no hallarme en el trono de los Alpes sentado,

para olvidar un poco lo mundano y el mundo.

Feliz es Inglaterra y dulces son sus hijas,

sin artificio: bástame su encanto tan sencillo,

sus blanquísimos brazos, que ciñen en silencio;

pero en deseos ardo, a menudo, de ver

bellezas de mirada más honda, y de sus cantos,

y de vagar con ellas por aguas del estío.

 

Versión de Màrie Montand

 

Historia en versos

 

Lo hermoso es alegría para siempre:

su encanto se acrecienta y nunca vuelve

a la nada, nos guarda un silencioso

refugio inexpugnable y un reposo

lleno de alientos, sueños, apetitos.

Por eso cada día nos ceñimos

guirnaldas que nos unan a la tierra,

pese a nuestro desánimo y la ausencia

de almas nobles, al día oscurecido,

a todos los impávidos caminos

que recorremos; cierto, pese a esto,

alguna forma hermosa quita el velo

de nuestro temple oscuro: talla luna,

el sol, los árboles que dan penumbra

al ganado, o tales los narcisos

con su universo húmedo o los ríos

que construyen su fresco entablamento

contra el ardiente estío; o el helecho

rociado con aroma de las rosas.

Y tales son también las pavorosas

formas que atribuimos a los muertos,

historias que escuchamos o leemos

como una fuente eterna cuyas aguas

del borde de los cielos nos llegaran.

 

Y no sentimos a estos seres sólo

por breve lapso; no, sino que como

los árboles de un templo pronto aúnan

su ser al templo mismo, así la luna,

la poesía y sus glorias infinitas

cual una luz alegre nos hechiza

el alma y nos seducen con tal fuerza

que, haya sombra o luz sobre la tierra,

si no nos acompañan somos muertos.

Así, con alegría, yo refiero

la historia de Endimión (...)

 

Versión de Gabriel Insuasti

 

 

La caída de Hiperión (Sueño)

 

Tienen los locos sueños donde traman

elíseos de una secta. Y el salvaje

vislumbra desde el sueño más profundo

lo celestial. Es lástima que no hayan

transcrito en una hoja o en vitela

las sombras de esa lengua melodiosa

y sin laurel transcurran, sueñen, mueran.

Pues sólo la Poesía dice el sueño,

con hermosas palabras salvar puede

a la Imaginación del negro encanto

y el mudo sortilegio. ¿Quién que vive

dirá: "no eres poeta si no escribes

tus sueños"? Pues todo aquel que tenga alma

tendrá también visiones y hablará

de ellas si en su lengua es bien criado.

Si el sueño que propongo lo es de un loco

o un poeta tan sólo se sabrá

cuando mi mano repose en la tumba.

 

Soñé que en un lugar estaba donde

palmera, haya, mirto, sicomoro

y plátano y laurel formaban bóvedas

cerca de manantiales cuya voz

refrescaba mi oído y donde el tacto

de un perfume me hablaba de las rosas.

Vi un árbol de boscaje recubierto

por parras, campanillas, grandes flores (...)

 

Versión de Gabriel Insuasti

 

 

La paloma

 

Una paloma tuve muy dulce, pero un día

se murió. Y he pensado que murió de tristeza.

¡Oh! ¿Qué le apenaría? Sus pies ataban un hilo

de seda, y con mis dedos lo entrelacé yo mismo.

¿Por qué morías, tú, de pies lindos y rojos?

¿Por qué dejarme, pájaro tan dulce? ¿Por qué? Dime.

Muy solito vivías en el árbol del bosque:

¿Por qué, gracioso pájaro, no viviste conmigo?

Te besaba a menudo, te di guisantes dulces:

¿Por qué no vivirías como en el árbol verde?

 

Versión de Màrie Montand

 

 

Meg Merrilies

 

La vieja Meg era gitana

y vivía en el monte:

era el brezo rojizo su lecho

y al aire libre tuvo su morada.

Negras moras de zarza por manzanas tenía,

por grosellas, simiente de retama;

su vino era el rocío de blancas zarzarrosas,

tumbas del camposanto eran sus libros.

 

Las ásperas quebradas por hermanas tenían

y por hermanos los alerces:

y sólo en compañía de su familia vasta,

vivió cómo le plugo.

Pasó sin desayuno más de alguna mañana

y sin almuerzo más de un mediodía,

y en vez de cenar, fijamente

contemplaba la luna.

 

Mas todas las mañanas, con tierna madreselva

sus guirnaldas tejían,

y cada noche, el tejo de la hondonada oscura,

cantando, entrelazaba.

y con sus dedos viejos y morenos

tejía esteras de junco,

que daba a los labriegos

al pasar por el monte.

 

Fué Meg bizarra como la reina Margarita,

y como de amazona era su talla:

llevó por capa el trozo de alguna manta roja,

tocóse con un mísero sombrero.

Que a sus huesos de vieja conceda Dios descanso,

pues murió ya hace tiempo.

 

Versión de Màrie Montand

 

 

Oda a la melancolía

1

No vayas al Leteo ni exprimas el morado

acónito buscando su vino embriagador;

no dejes que tu pálida frente sea besada

por la noche, violácea uva de Proserpina.

No hagas tu rosario con los frutos del tejo

ni dejes que polilla o escarabajo sean

tu alma plañidera, ni que el búho nocturno

contemple los misterios de tu honda tristeza.

Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,

y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.

 

 

2

Pero cuando el acceso de atroz melancolía

se cierna repentino, cual nube desde el cielo

que cuida de las flores combadas por el sol

y que la verde colina desdibuja en su lluvia,

enjuga tu tristeza en una rosa temprana

o en el salino arco iris de la ola marina

o en la hermosura esférica de las peonías;

o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,

toma firme su mano, deja que en tanto truene

y contempla, constante, sus ojos sin igual.

 

 

3

Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.

También con la alegría, cuya mano en sus labios

siempre esboza un adiós; y con el placer doliente

que en tanto la abeja liba se torna veneno.

Pues en el mismo templo del Placer, con su velo

tiene su soberano numen Melancolía,

aunque lo pueda ver sólo aquella cuya ansiosa

boca muerde la uva fatal de la alegría.

Esa alma probará su tristísimo poder

y entre sus neblinosos trofeos será expuesta.

 

Versión de Gabriel Insuasti

 

 

Oda a un ruiseñor

 

Me duele el corazón y aqueja un soñoliento

torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido

cicuta o apurado algún fuerte narcótico

ahora mismo, y me hundiese en el Leteo:

no porque sienta envidia de tu sino feliz,

sino por excesiva ventura en tu ventura,

tú que, Dríada alada de los árboles,

en alguna maraña melodiosa

de los verdes hayales y las sombras sin cuento,

a plena voz le cantas al estío.

 

¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo

refrescado en la tierra profunda,

sabiendo a Flora y a los campos verdes,

a danza y canción provenzal y a soleada alegría!

¡Quién un vaso me diera del Sur cálido,

colmado de hipocrás rosado y verdadero,

con bullir en su borde de enlazadas burbujas

y mi boca de púrpura teñida;

beber y, sin ser visto, abandonar el mundo

y perderme contigo en las sombras del bosque!

 

A lo lejos perderme, disiparme, olvidar

lo que entre ramas no supiste nunca:

la fatiga, la fiebre y el enojo de donde,

uno a otro, los hombres, en su gemir, se escuchan,

y sacude el temblor postreras canas tristes;

donde la juventud, flaca y pálida, muere;

donde, sólo al pensar, nos llenan la tristeza

y esas desesperanzas con párpados de plomo;

donde sus ojos claros no guardan la hermosura

sin que, ya al otro día, los nuble un amor nuevo.

 

¡Perderme lejos, lejos! Pues volaré contigo,

no en el carro de Baco y con sus leopardos,

sino en las invisibles alas de la Poesía,

aunque la mente obtusa vacile y se detenga.

¡Contigo ya! Tierna es la noche

y tal vez en su trono esté la Luna Reina

y, en torno, aquel enjambre de estrellas, de sus Hadas;

pero aquí no hay más luces

que las que exhala el cielo con sus brisas, por ramas

sombrías y senderos serpenteantes, musgosos.

 

Entre sombras escucho; y si yo tantas veces

casi me enamoré de la apacible Muerte

y le di dulces nombres en versos pensativos,

para que se llevara por los aires mi aliento

tranquilo; más que nunca morir parece amable,

extinguirse sin pena, a medianoche,

en tanto tú derramas toda el alma

en ese arrobamiento.

Cantarías aún, mas ya no te oiría:

para tu canto fúnebre sería tierra y hierba.

 

Pero tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal!

No habrá gentes hambrientas que te humillen;

la voz que oigo esta noche pasajera, fue oída

por el emperador, antaño, y por el rústico;

tal vez el mismo canto llegó al corazón triste

de Ruth, cuando, sintiendo nostalgia de su tierra,

por las extrañas mieses se detuvo, llorando;

el mismo que hechizara a menudo los mágicos

ventanales, abiertos sobre espumas de mares

azarosos, en tierras de hadas y de olvido.

 

¡De olvido! Esa palabra, como campana, dobla

y me aleja de ti, hacia mis soledades.

¡Adiós! La fantasía no alucina tan bien

como la fama reza, elfo de engaño.

¡Adiós, adiós! Doliente, ya tu himno se apaga

más allá de esos prados, sobre el callado arroyo,

por encima del monte, y luego se sepulta

entre avenidas del vecino valle.

¿Era visión o sueño?

Se fue ya aquella música. ¿Despierto? ¿Estoy dormido?

 

Versión de Juan González-Blanco de Luaces

 

 

 

Oda a una urna griega

 

1

Tú todavía inviolada novia del sosiego,

criatura nutrida de silencio y tiempo despacioso,

silvestre narradora que así puedes contar

una historia florida con dulzura mayor que nuestro canto.

¿Qué leyenda orlada de hojas evoca tu figura

con dioses o mortales o con ambos,

en Tempe o en los valles de Arcadia?

¿Qué hombres o qué dioses aparecen? ¿Qué rebeldes doncellas?

¿Qué loca persecución? ¿Quién lucha por huir?

¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué éxtasis salvaje?

 

2

Dulces son las oídas melodías, pero las inoídas

son más dulces aún; sonad entonces suaves caramillos

no al oído carnal, sino, más seductores,

dejad que oiga el espíritu tonadas sin sonido.

Hermoso adolescente, bajo los árboles, no puedes

suspender tu canción ni nunca quedarán los árboles desnudos;

amante audaz, no alcanzarás el beso

tan cercano, mas no penes;

ella no puede marchitarse, aunque no se consume tu deseo,

para siempre amarás y ella será hermosa.

 

3

Ah ramas felicísimas que no podréis nunca

esparcir vuestras hojas ni abandonar jamás la primavera;

y tú, oh músico feliz, infatigable,

que modulas sin término canciones siempre nuevas;

y más feliz amor y más y más feliz amor,

entre el deseo para siempre y la inminencia de la posesión,

entre el aliento jadeante y la perpetua juventud.

Todo respira mucho más arriba que la pasión del hombre

que deja el corazón hastiado y dolorido,

y una frente febril y una boca abrasada.

 

4

¿Quiénes avanzan hacia el sacrificio?

¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,

llevas esa ternera que muge hacia los cielos

y cuyos sedosos flancos se visten de guirnaldas?

¿Qué pequeña ciudad en las orillas de un río o de la mar

o en una montaña coronada de quieta ciudadela

dejan sus gentes sola en la pía mañana?

Ciudad pequeña, tus calles para siempre

quedarán en silencio y nadie nunca

para dar la razón de tu abandono ha de volver.

 

5

¡Ática forma! ¡Figura sin reproche! En mármol,

de hombres y doncellas guarnecida

y de silvestres ramos y de hierbas holladas.

Oh forma silenciosa que desafía nuestro pensamiento

como la eternidad. Oh fría pastoral.

Cuando a esta generación consuma el tiempo

tú quedarás entre otros dolores

distintos de los nuestros, tú, amiga del hombre, al que repites:

La belleza es verdad y la verdad belleza. Tal es cuanto

sobre la tierra conocéis, cuanto necesitáis conocer.

 

Versión de José Ángel Valente

 

 

Oda al otoño

 

Estación de las nieblas y fecundas sazones,

colaboradora íntima de un sol que ya madura,

conspirando con él cómo llenar de fruto

y bendecir las viñas que corren por las bardas,

encorvar con manzanas los árboles del huerto

y colmar todo fruto de madurez profunda;

la calabaza hinchas y engordas avellanas

con un dulce interior; haces brotar tardías

y numerosas flores hasta que las abejas

los días calurosos creen interminables

pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.

 

¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes?

Quienquiera que te busque ha de encontrarte

sentada con descuido en un granero

aventado el cabello dulcemente,

o en surco no segado sumida en hondo sueño

aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta

la próxima gavilla de entrelazadas flores;

o te mantienes firme como una espigadora

cargada la cabeza al cruzar un arroyo,

o al lado de un lagar con paciente mirada

ves rezumar la última sidra hora tras hora.

 

¿En dónde con sus cantos está la primavera?

No pienses más en ellos sino en tu propia música.

Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo

y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,

cual lastimero coro los mosquitos se quejan

en los sauces del río, alzados, descendiendo

conforme el leve viento se reaviva o muere;

y los corderos balan allá por las colinas,

los grillos en el seto cantan, y el petirrojo

con dulce voz de tiple silba en alguna huerta

y trinan por los cielos bandos de golondrinas.

 

Versión de Màrie Montand


 

Sobre el mar

 

No cesan sus eternos murmullos, rodeando

las desoladas playas, Y el brío de sus olas

diez mil cavernas llenan dos veces, y el hechizo

de liécate les deja su antiguo son oscuro.

Pero a menudo tiene tan dulce continente,

que apenas se moviera la concha más menuda

durante muchos días, de donde cayó Cuando

los vientos celestiales Pasaron, sin cadenas.

Los que tenéis los ojos dolientes o cansados,

brindadles esa anchura del Janar, como una fiesta;

y los ensordecidos por clamoreo rudo

o los que estáis ahítos de notas fatigosas,

sentaos junto a Una antigua caverna, meditando,

hasta sobresaltaros, como al cantar las ninfas.

 

Versión de Màrie Montand

 

 

Sobre la cigarra y el grillo

 

Jamás la poesía de la tierra se extingue:

cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente

y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre

de seto en seto, por prados recién segados.

En la de la cigarra. El concierto dirige

de la pompa estival y no se sacia nunca

de sus delicias, pues si le cansan sus juegos,

se tumba a reposar bajo algún junco amable.

En la tierra jamás la poesía cesa:

cuando, en la solitaria tarde invernal, el hielo

ha labrado el silencio, en el hogar ya vibra

el cántico del grillo, que aumenta sus ardores,

y parece, al sumido en somnolencia dulce,

la voz de la cigarra, entre colinas verdes.

 

Versión de Màrie Montand

 

 

Sobre una urna griega       (otra versión)

 

Tú, novia intacta aún de la quietud,

prohijada del silencio y de las lentas horas,

selvático rapsoda, que refieres un cuento

florido, con dulzura mayor que en nuestra rima:

¿qué leyenda, ceñida de verdor, en tu forma

tiembla? ¿Será de dioses o mortales, o de ambos,

en el Tempé o en valles de Arcadia? ¿Quiénes son

esos hombres o dioses? ¿Qué doncellas resisten

al loco perseguir? ¿Qué pugna es ésa, huyendo?

¿Qué flautas y tambores? ¿Qué éxtasis salvaje?

 

Las músicas oídas son dulces, pero más

dulces son las no oídas. Seguid sonando, pues,

¡oh, caramillos blandos!, no al sentido: más tiernas

suenen en el espíritu las canciones sin notas.

Doncel, bajo los árboles, abandonar no puedes

tu canto y no podrían desnudarse esas ramas;

enamorado audaz, no podrás besar nunca,

aunque tan cerca estás; mas no te apenes: ella

no puede marchitarse; tu ventura no alcanzas,

pero siempre amarás y será siempre hermosa.

 

¡Ah! ¡Felices, felices ramas, que vuestras hojas

no podéis esparcir, ni de abril despediros!

Y músico feliz, que no te cansas nunca

de modulares canciones siempre nuevas. Empero,

más feliz, más feliz ese amor venturoso,

cálido siempre y no gozado todavía,

y jadeante siempre y para siempre joven:

todos alientan lejos de la pasión humana,

que deja el corazón tan saciado y tan triste

y una frente de fuego y la lengua abrasada.

 

¿Quiénes son esas gentes que al sacrificio acuden?

¿A qué altar de verdores, ¡oh, extraño sacerdote!,

esa ternera guías, que hacia los cielos muge,

con los fiancos sedeños cubiertos de guirnaldas?

¿Qué pequeña ciudad, de la playa o de un río,

o alzada en la montaña, con una ciudadela

pacífica, quedose sin gente esa devota

mañana? Y a tus calles, ¡oh, villa!, para siempre

se verán silenciosas, y ni un alma a decirnos

por qué estás tan desierta, podrá ya volver nunca.

 

¡Forma ática, hermosa actitud! Guarnecida

con progenie de hombres y doncellas de mármol,

con ramas de los bosques y con hollada hierba.

Tu empeño, ¡oh, silenciosa forma!, nuestros pensares

vence, como lo eterno: ¡oh tú, pastoral fría!

Cuando a los hoy lozanos ya la vejez consuma,

te quedarás aún, en medio de otras cuitas,

como amiga del hombre, diciendo: «La belleza

es verdad; la verdad, belleza»: y eso es cuanto

en la tierra sabéis, y ya más no precisa.

 

Versión de Màrie Montand

Tomado de:

http://amediavoz.com/keats.htm

 

AL EXAMINAR POR PRIMERA VEZ LA TRADUCCIÓN DE HOMERO, HECHA POR CHAPMAN

 

 

Mucho he viajado por los dominios del oro,

y muchos reinos y estados hermosos he visto;

alrededor de muchas islas occidentales estuve

que poetas en lealtad defienden para Apolo.

 

A menudo me han hablado de un vasto espacio

que el profundo Homero gobernó como heredad;

pero nunca respiré su pura serenidad

hasta que escuché a Chapman hablar recio y osado:

 

entonces me sentí como un observador de los cielos

cuando un nuevo astro deslízase en su visión;

o como el fornido Cortés cuando con ojos aquilinos

 

miró al Pacífico; y todos sus hombres

miráronse entre sí con desenfrenada conjetura:

en silencio, desde una cima sobre Darién.

 

A LA SOLEDAD

 

 

¡Oh, Soledad! Si contigo debo vivir,

Que no sea en el desordenado sufrir

De turbias y sombrías moradas,

Subamos juntos la escalera empinada;

Observatorio de la naturaleza,

Contemplando del valle su delicadeza,

Sus floridas laderas,

Su río cristalino corriendo;

Permitid que vigile, soñoliento,

Bajo el tejado de verdes ramas,

Donde los ciervos pasan como ráfagas,

Agitando a las abejas en sus campanas.

Pero, aunque con placer imagino

Estas dulces escenas contigo,

El suave conversar de una mente,

Cuyas palabras son imágenes inocentes,

Es el placer de mi alma; y sin duda debe ser

El mayor gozo de la humanidad,

Soñar que tu raza pueda sufrir

Por dos espíritus que juntos deciden huir.

 

ENDYMION

Una cosa bella es un goce eterno:

Su hermosura va creciendo

Y jamás caerá en la nada;

Antes conservará para nosotros

Un plácido retiro,

Un sueño lleno de dulces sueños,

La salud, un relajado alentar.

Así, cada mañana trenzamos una

Guirnalda de flores que nos ata a la tierra,

A pesar del desaliento, a la inhumana

Falta de naturalezas nobles,

A los días nublados,

A todos los caminos insanos y lóbregos

Abiertos a nuestra búsqueda:

Si, pese a todo, alguna bella forma

Alza el paño mortuorio

De nuestro espíritu ensombrecido.

Como el sol, la luna, los árboles ancianos y los nuevos

Tendiendo su sombra cálida sobre los rebaños;

Como también los narcisos

Y el universo verde en el que moran,

Y los claros arroyos que fluyendo

Frescos hacia el estío,

Y el claro en medio del bosque

Manchado de rosas silvestres;

Y así el sublime destino

Que imaginamos para los grandes muertos;

Todos los deliciosos cuentos que oímos o leímos:

Fuente eterna de una linfa inmortal

Que cae sobre nosotros desde la orilla del cielo.

Tomado de:

https://poemas.yavendras.com/john-keats/

 

 

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