viernes, 17 de febrero de 2023

POEMAS DE JAIME SÁENZ


ERES VISIBLE

     Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas

     cuando el sol se retira,

     y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra

     como un adiós pensativo.

 

     De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán estas claras imágenes

     por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;

     yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por ti las cosas que amabas

     —el alba no borrará tu paso, eres visible.

 

               (Visitantante profundo, 1964)

 

 

 

1

     En las calles me doy cuenta del estado del mundo,

     yo pienso partir de una vez en pos del frío y dar con el demonio que se

oculta más allá de las sombras

     y preguntarle por qué solamente en el país del frío podía buscarse alguna

cosa que sirviera tanto como la vida,

     aquella voz que echo de menos y que necesito escuchar antes de marcharme,

     si ya sé que en este mundo es lo único que se parece a su celestial acento el

olor del alcohol,

     y con todo lo que digo y hago solamente doy tiempo al tiempo:

     en un rincón se esconde el alcohol glacial, alcohol del frío, y en otro rincón

me escondo yo,

     cada cual a la espera de la salida del otro, a sabiendas de que no hay escape

en esta broma pesada, tú ya lo sabes;

     en Navidad, en Año Nuevo, en las fiestas patrias, en los aniversarios,

     cada vez me libro por un pelo, luego me echo a caminar con rapidez y alegría

y miro de reojo

     —ya lo sé, en el rincón alguien tiene más paciencia que yo, es un gigante, es

un coloso y yo un pobre gusano

     y quizá será por eso por lo que me quedo solo y fascinado,

     qué raro,

     y por lo mismo me pregunto qué pasa en el mundo,

     cuando el frío no existe y me pongo a temblar, y no escucho tu voz y el frío se

está,

     pues esto es muy raro:

     la voz es la temperatura.

 

 

3

     ¡Qué enigma, qué terrible enigma encierra la temperatura!

     Tan sólo después de conocer el frío de la luz llegué a saber que tu presencia

será mi última y definitiva morada en el frío de la luz,

     en ese frío,

     allá donde la seductora luz de este frío seguramente se hace visible con tu

presencia,

     pues poco a poco me voy alejando del fuego y no aspiro al retorno,

     yo no aspiro a la redención

     —solamente me guía la fe en el estado puro y primitivo del hielo,

     muy grande es mi amor por el frío, ignoro el retorno del fuego

     y junto al hielo me quedo, en una reluciente arista.

 

               (El frío, 1967)

 

 

EN LO ALTO DE LA CIUDAD OSCURA

     Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto de la ciudad oscura

     con el ruido a lo lejos

     es seguro que suspirará

     yo suspiraré

     tomados de las manos por un gran tiempo en el interior de la arboleda

     sus ojos claros al pasar un cometa

     su cara llegada del mar sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz

     su boca en forma de manzana su cabello en forma de sueño

     una mirada nunca vista en cada pupila

     sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego

     todo será mío dando volteretas de alegría

     me cortaré una mano por cada suspiro suyo me

     sacaré un ojo por cada sonrisa suya

     me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces

     hasta morir en sus labios

     con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle mi corazón

     con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa

     los viernes por la tarde

     con el aire de la noche cantando una canción me propongo vivir trescientos

años

     en su hermosa compañía.

 

 

TU CALAVERA

          —A Silvia Natalia Rivera

 

     Estas lluvias,

     yo no sé por qué me harán amar un sueño que tuve, hace muchos años,

     con un sueño que tuviste tú

     —se me aparecía tu calavera.

 

     Y tenía un alto encanto;

     no me miraba a mí —te miraba a ti.

     Y se acercaba a mi calavera, y yo te miraba a ti.

     Y cuando tú me mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;

     no te miraba a ti.

     Me miraba a mí.

 

     En la alta noche,

     alguien miraba;

     y yo soñaba tu sueño

     —bajo una lluvia silenciosa,

     tú te ocultabas en tu calavera,

     y yo me ocultaba en ti.

 

               (Al pasar un cometa, 1982)

 

 

I

     Estoy separado de mí por la distancia en que yo me encuentro;

     el muerto está separado de la muerte por una gran distancia.

     Pienso recorrer esta distancia descansando en algún lugar.

     De espaldas en la morada del deseo,

     sin moverme de mi sitio —frente a la puerta cerrada,

     con una luz de invierno a mi lado.

 

     En los rincones de mi cuarto, en los alrededores de la silla.

     Con la indecisa memoria que se desprende del vacío

     —en la superficie del tumbado,

     el muerto deberá comunicarse con la muerte.

 

     Contemplando los huesos sobre la tabla, contando las oscuridades con mis

dedos a partir de ti.

     Mirando que se estén las cosas, yo deseo.

     Y me encuentro recorriendo una gran distancia.

 

 

VI

     Presiento un lóbrego día, un espacio cerrado, un suceder incomprensible, una

noche interminable como la inmortalidad.

     Lo que presiento no tiene nada que ver conmigo, ni contigo; no es cosa

personal, no es cosa particular lo que presiento;

     pero tiene que ver con no sé qué

     —tal vez con el mundo, o con los reinos del mundo, o con los misteriosos

encantos del mundo;

     se puede mirar a través de las aguas una profunda fisura.

     Se puede percibir, por el olor de las cosas y por las formas que ellas asumen,

el cansancio de las cosas.

     En lo que crece, en lo que ha dejado de crecer, en lo que resuena, en lo que

permanece, en lo que no permanece, en el aire silencioso, en las evoluciones del

insecto, en los árboles que murmuran,

     se puede adivinar el júbilo de un próximo acabamiento.

     Las oscuridades devoradoras, ansiosas de devorar —fenecido el término, ya

nada será.

     Tal vez una brizna, en lo alto de algún lugar, tal vez en lo profundo de algún

lugar,

     flotando en las últimas aguas.

     El resuello, sin principio ni fin, una envoltura para la inmovilidad,

     envolviendo el movimiento del circulo que se repite

     —no sé explicar, no sé decir en qué consiste el presentimiento que presiento.

 

 

VII

     En el extraño sitio en que precisamente la perdición y el encuentro han

ocurrido,

     la hermosura de la vida es un hecho que no se puede ni se debe negar.

 

         La hermosura de la vida,

         por el milagro de vivir.

         La hermosura de la vida,

         que se queda,

         por el milagro de morir.

 

     Fluye la vida, pasa y vuela, se retuerce en una interioridad inalcanzable.

     En el aura de los seres que transitan, que se hace perceptible con un latido,

     en el viento que vibra con el ir y venir de los seres,

     en los decires, en los clamores, en los gritos, en el humo

     —en las calles, con una luz en la paredes, unas veces, y otras veces, con una

sombra.

     En ese mirar las cosas, con que suelen mirar los animales;

     en ese mirar del humano, con que el humano suele mirar el mirar del animal

que mira las cosas.

     En la hechura de la tela,

     en el hierro que el hierro es hierro.

     En la mesa,

     en la casa.

     En la orilla del río.

     En la humedad del ambiente.

     En el calor del verano, en el frío del invierno, en la luz de la primavera

     —en un abrir y cerrar de ojos.

     Rasgando en el horizonte o sepultándose en el abismo,

     aparece y desaparece la verdadera vida.

Tomado de:

https://www.auroraboreal.net/actualidad/domingos-de-poesia/3011-jaime-saenz-domingos-de-poesia

 

***

Cuando pienso en el misterio de la noche

Cuando pienso en el misterio de la noche, imagino el misterio de tu cuerpo,

que es sólo una manera de ser de la noche;

yo sé de verdad que el cuerpo que te habita no es sino la oscuridad de tu cuerpo;

y tal oscuridad se difunde bajo el signo de la noche.

En las infinitas concavidades de tu cuerpo, existen infinitos reinos de oscuridad;

y esto es algo que llama a la meditación.

Este cuerpo, cerrado, secreto y prohibido; este cuerpo, ajeno y temible,

y jamás adivinado, ni presentido.

Y es como un resplandor, o como una sombra:

sólo se deja sentir desde lejos o en lo recóndito, y con una soledad excesiva, que no te pertenece a ti.

Y sólo se deja sentir con un pálpito, con una temperatura, y con un dolor que no te pertenece a ti.

Si algo me sobrecoge, es la imagen que me imagina, en la distancia;

se escucha una respiración en mis adentros. El cuerpo respira en mis adentros.

La oscuridad me preocupa —la noche del cuerpo me preocupa.

El cuerpo de la noche y la muerte del cuerpo, son cosas que me preocupan.

 

La noche.

***

Y yo me pregunto: ¿Qué es tu cuerpo?

Y yo me pregunto:

¿Qué es tu cuerpo? Yo no sé si te has preguntado alguna vez qué es tu cuerpo.

Es un trance grave y difícil.

Yo me he acercado una vez a mi cuerpo;

y habiendo comprendido que jamás lo había visto, aunque lo llevaba a cuestas,

le he preguntado quién era;

y una voz, en el silencio, me ha dicho:

Yo soy el cuerpo que te habita, y estoy aquí, en las oscuridades, y te duelo, y te vivo, y te muero.

Pero no soy tu cuerpo. Yo soy la noche.

 

La noche.

Tomado de:

https://enlibros.com/articulos/poesia/jaime-saenz/

 

 

Primer recuerdo

Con hermosa expresión de antigüedad, muy remota y triste,

con lacio cabello negro, que peinaba con moño,

y con grandes ojos negros,

emerge de entre las sombras y se me aparece, suave como la lluvia.

Está sentada allá, ante una mesa oscura, perdida en la penumbra, en un rincón del cuarto.

Y parece contemplar sus signos y sus costuras, sus tejidos y sus labores,

buscando quizá un sol ilusorio, que le gustaría recibir en la espalda.

Y me mira, y me dice que el sol es muy hermoso, y que yo no debería ser enemigo del sol,

pues esto le causa tristeza, y no menos preocupación.

Por eso va a la botica, subiendo la calle Colón, un poco más abajo del Estanco,

y con el doctor Trujillo, manda preparar jarabe yodotánico, que yo tomo de golpe.

Y ahora que es mi cumpleaños, y me peina con esmero y me lleva a misa, y me hace bendecir

-y con aire de misterio, me invita un picante.

Le gusta la chalona y la acelga, y la oca, y también el yuyo;

y le gusta moler toda clase de verduras, para el caldo y para mí.

Está sentada allá, en un rincón del cuarto.

Tomado de:

https://www.librerantes.com/primer-recuerdo-un-poema-de-jaime-saenz/

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