ERES VISIBLE
Permaneces todo
el tiempo en el olor de las montañas
cuando el sol se
retira,
y me parece
escuchar tu respiración en la frescura de la sombra
como un adiós
pensativo.
De tu partida,
que es como una lumbre, se condolerán estas claras imágenes
por el viento de
la tarde mecidas aquí y a lo lejos;
yo te acompaño
con el rumor de las hojas, miro por ti las cosas que amabas
—el alba no
borrará tu paso, eres visible.
(Visitantante profundo, 1964)
1
En las calles me
doy cuenta del estado del mundo,
yo pienso partir
de una vez en pos del frío y dar con el demonio que se
oculta más allá de las sombras
y preguntarle
por qué solamente en el país del frío podía buscarse alguna
cosa que sirviera tanto como la vida,
aquella voz que
echo de menos y que necesito escuchar antes de marcharme,
si ya sé que en
este mundo es lo único que se parece a su celestial acento el
olor del alcohol,
y con todo lo
que digo y hago solamente doy tiempo al tiempo:
en un rincón se
esconde el alcohol glacial, alcohol del frío, y en otro rincón
me escondo yo,
cada cual a la
espera de la salida del otro, a sabiendas de que no hay escape
en esta broma pesada, tú ya lo sabes;
en Navidad, en
Año Nuevo, en las fiestas patrias, en los aniversarios,
cada vez me
libro por un pelo, luego me echo a caminar con rapidez y alegría
y miro de reojo
—ya lo sé, en el
rincón alguien tiene más paciencia que yo, es un gigante, es
un coloso y yo un pobre gusano
y quizá será por
eso por lo que me quedo solo y fascinado,
qué raro,
y por lo mismo
me pregunto qué pasa en el mundo,
cuando el frío
no existe y me pongo a temblar, y no escucho tu voz y el frío se
está,
pues esto es muy
raro:
la voz es la
temperatura.
3
¡Qué enigma, qué
terrible enigma encierra la temperatura!
Tan sólo después
de conocer el frío de la luz llegué a saber que tu presencia
será mi última y definitiva morada en el frío de la luz,
en ese frío,
allá donde la
seductora luz de este frío seguramente se hace visible con tu
presencia,
pues poco a poco
me voy alejando del fuego y no aspiro al retorno,
yo no aspiro a
la redención
—solamente me
guía la fe en el estado puro y primitivo del hielo,
muy grande es mi
amor por el frío, ignoro el retorno del fuego
y junto al hielo
me quedo, en una reluciente arista.
(El
frío, 1967)
EN LO ALTO DE LA CIUDAD OSCURA
Una noche en una
calle bajo la lluvia en lo alto de la ciudad oscura
con el ruido a
lo lejos
es seguro que
suspirará
yo suspiraré
tomados de las
manos por un gran tiempo en el interior de la arboleda
sus ojos claros
al pasar un cometa
su cara llegada
del mar sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca en forma
de manzana su cabello en forma de sueño
una mirada nunca
vista en cada pupila
sus pestañas en
forma de luz un torrente de fuego
todo será mío
dando volteretas de alegría
me cortaré una
mano por cada suspiro suyo me
sacaré un ojo
por cada sonrisa suya
me moriré una
vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta morir en
sus labios
con un serrucho
me cortaré las costillas para entregarle mi corazón
con una aguja
sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los viernes por
la tarde
con el aire de
la noche cantando una canción me propongo vivir trescientos
años
en su hermosa
compañía.
TU CALAVERA
—A Silvia
Natalia Rivera
Estas lluvias,
yo no sé por qué
me harán amar un sueño que tuve, hace muchos años,
con un sueño que
tuviste tú
—se me aparecía
tu calavera.
Y tenía un alto
encanto;
no me miraba a
mí —te miraba a ti.
Y se acercaba a
mi calavera, y yo te miraba a ti.
Y cuando tú me
mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;
no te miraba a
ti.
Me miraba a mí.
En la alta
noche,
alguien miraba;
y yo soñaba tu
sueño
—bajo una lluvia
silenciosa,
tú te ocultabas
en tu calavera,
y yo me ocultaba
en ti.
(Al
pasar un cometa, 1982)
I
Estoy separado
de mí por la distancia en que yo me encuentro;
el muerto está
separado de la muerte por una gran distancia.
Pienso recorrer
esta distancia descansando en algún lugar.
De espaldas en
la morada del deseo,
sin moverme de
mi sitio —frente a la puerta cerrada,
con una luz de
invierno a mi lado.
En los rincones
de mi cuarto, en los alrededores de la silla.
Con la indecisa
memoria que se desprende del vacío
—en la
superficie del tumbado,
el muerto deberá
comunicarse con la muerte.
Contemplando los
huesos sobre la tabla, contando las oscuridades con mis
dedos a partir de ti.
Mirando que se
estén las cosas, yo deseo.
Y me encuentro
recorriendo una gran distancia.
VI
Presiento un
lóbrego día, un espacio cerrado, un suceder incomprensible, una
noche interminable como la inmortalidad.
Lo que presiento
no tiene nada que ver conmigo, ni contigo; no es cosa
personal, no es cosa particular lo que presiento;
pero tiene que
ver con no sé qué
—tal vez con el
mundo, o con los reinos del mundo, o con los misteriosos
encantos del mundo;
se puede mirar a
través de las aguas una profunda fisura.
Se puede
percibir, por el olor de las cosas y por las formas que ellas asumen,
el cansancio de las cosas.
En lo que crece,
en lo que ha dejado de crecer, en lo que resuena, en lo que
permanece, en lo que no permanece, en el aire silencioso,
en las evoluciones del
insecto, en los árboles que murmuran,
se puede adivinar el júbilo de un próximo
acabamiento.
Las oscuridades
devoradoras, ansiosas de devorar —fenecido el término, ya
nada será.
Tal vez una
brizna, en lo alto de algún lugar, tal vez en lo profundo de algún
lugar,
flotando en las
últimas aguas.
El resuello, sin
principio ni fin, una envoltura para la inmovilidad,
envolviendo el
movimiento del circulo que se repite
—no sé explicar,
no sé decir en qué consiste el presentimiento que presiento.
VII
En el extraño
sitio en que precisamente la perdición y el encuentro han
ocurrido,
la hermosura de
la vida es un hecho que no se puede ni se debe negar.
La hermosura
de la vida,
por el
milagro de vivir.
La hermosura
de la vida,
que se
queda,
por el
milagro de morir.
Fluye la vida,
pasa y vuela, se retuerce en una interioridad inalcanzable.
En el aura de
los seres que transitan, que se hace perceptible con un latido,
en el viento que
vibra con el ir y venir de los seres,
en los decires,
en los clamores, en los gritos, en el humo
—en las calles,
con una luz en la paredes, unas veces, y otras veces, con una
sombra.
En ese mirar las
cosas, con que suelen mirar los animales;
en ese mirar del
humano, con que el humano suele mirar el mirar del animal
que mira las cosas.
En la hechura de
la tela,
en el hierro que
el hierro es hierro.
En la mesa,
en la casa.
En la orilla del
río.
En la humedad
del ambiente.
En el calor del
verano, en el frío del invierno, en la luz de la primavera
—en un abrir y
cerrar de ojos.
Rasgando en el
horizonte o sepultándose en el abismo,
aparece y
desaparece la verdadera vida.
Tomado de:
https://www.auroraboreal.net/actualidad/domingos-de-poesia/3011-jaime-saenz-domingos-de-poesia
***
Cuando pienso en el misterio de la noche
Cuando pienso en el misterio de la noche, imagino el
misterio de tu cuerpo,
que es sólo una manera de ser de la noche;
yo sé de verdad que el cuerpo que te habita no es sino la
oscuridad de tu cuerpo;
y tal oscuridad se difunde bajo el signo de la noche.
En las infinitas concavidades de tu cuerpo, existen
infinitos reinos de oscuridad;
y esto es algo que llama a la meditación.
Este cuerpo, cerrado, secreto y prohibido; este cuerpo,
ajeno y temible,
y jamás adivinado, ni presentido.
Y es como un resplandor, o como una sombra:
sólo se deja sentir desde lejos o en lo recóndito, y con
una soledad excesiva, que no te pertenece a ti.
Y sólo se deja sentir con un pálpito, con una temperatura,
y con un dolor que no te pertenece a ti.
Si algo me sobrecoge, es la imagen que me imagina, en la
distancia;
se escucha una respiración en mis adentros. El cuerpo
respira en mis adentros.
La oscuridad me preocupa —la noche del cuerpo me preocupa.
El cuerpo de la noche y la muerte del cuerpo, son cosas que
me preocupan.
La noche.
***
Y yo me pregunto: ¿Qué es tu cuerpo?
Y yo me pregunto:
¿Qué es tu cuerpo? Yo no sé si te has preguntado alguna vez
qué es tu cuerpo.
Es un trance grave y difícil.
Yo me he acercado una vez a mi cuerpo;
y habiendo comprendido que jamás lo había visto, aunque lo
llevaba a cuestas,
le he preguntado quién era;
y una voz, en el silencio, me ha dicho:
Yo soy el cuerpo que te habita, y estoy aquí, en las
oscuridades, y te duelo, y te vivo, y te muero.
Pero no soy tu cuerpo. Yo soy la noche.
La noche.
Tomado de:
https://enlibros.com/articulos/poesia/jaime-saenz/
Primer recuerdo
Con hermosa expresión de antigüedad, muy remota y triste,
con lacio cabello negro, que peinaba con moño,
y con grandes ojos negros,
emerge de entre las sombras y se me aparece, suave como la
lluvia.
Está sentada allá, ante una mesa oscura, perdida en la
penumbra, en un rincón del cuarto.
Y parece contemplar sus signos y sus costuras, sus tejidos
y sus labores,
buscando quizá un sol ilusorio, que le gustaría recibir en
la espalda.
Y me mira, y me dice que el sol es muy hermoso, y que yo no
debería ser enemigo del sol,
pues esto le causa tristeza, y no menos preocupación.
Por eso va a la botica, subiendo la calle Colón, un poco
más abajo del Estanco,
y con el doctor Trujillo, manda preparar jarabe yodotánico,
que yo tomo de golpe.
Y ahora que es mi cumpleaños, y me peina con esmero y me
lleva a misa, y me hace bendecir
-y con aire de misterio, me invita un picante.
Le gusta la chalona y la acelga, y la oca, y también el
yuyo;
y le gusta moler toda clase de verduras, para el caldo y
para mí.
Está sentada allá, en un rincón del cuarto.
Tomado de:
https://www.librerantes.com/primer-recuerdo-un-poema-de-jaime-saenz/
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