¡Oh luna!
Melancólica reina pudibunda
que vagas por los ámbitos del cielo
como un místico témpano de hielo
entre la negra oscuridad profunda.
En esta noche en que tu faz circunda
un halo transparente como el velo
de las vírgenes novias, un anhelo,
azul y enorme como el mar, me inunda.
¿Sabes lo que mi espíritu ambiciona
en esta noche de noviembre, fría,
en que el cierzo las tumbas desmorona?
Que bajes de la bóveda sombría,
y pongas esa sideral corona
sobre el sepulcro de la madre mía.
¿Quién oye?
De noche, bajo el cielo desolado,
pienso en tu amor y pienso en tu abandono,
¡y miro en mi interior deshecho el trono
que te alcé como a un ídolo sagrado!
¡Al ver mi porvenir despedazado
por tu infidelidad, crece mi encono!
Mas, como sé que sufres, te perdono...
¡Oh, tú jamás me hubieras perdonado!
Mis lágrimas, en trémulo derroche,
ruedan al fin, y luego, en inaudito
arranque, a Dios elevo mi reproche...
¡Pero se pierde entre el negror mi grito
y sólo escucho, en medio de la noche,
del silencio el monólogo infinito!
Madrigal
¿Me quieres?... ¡Que tu acento me lo diga
ante aquel sol que muere en el ocaso!
Tú, que mitigas mi pesar... ¡mitiga
esta fiebre voraz en que me abraso!
Tembló su labio y balbució: ¡Lo juro!
Sus tachonadas puertas entreabría
la muda noche en la extensión vacía:
y en mi espíritu lóbrego y oscuro...
en aquel mismo instante amanecía!
Naufragio
Lloró cuando la dije: adiós mi vida;
y al través de las gotas de su llanto,
sus inquietas pupilas parecían
dos góndolas azules naufragando.
Tomado de:
http://amediavoz.com/florez.htm
Gotas de ajenjo
*Julio Flórez utilizó este nombre como homenaje a la bebida
espirituosa que le fascinaba a los poetas de la época.
Tú no sabes amar: ¿acaso intentas
darme calor con tu mirada triste?
El amor nada vale sin tormentas,
sin tempestades el amor no existe.
Y sin embargo ¿dices que me amas?
No, no es amor lo que hacía mí te mueve;
el Amor es un sol hecho de llama,
y en los soles jamás cuaja la nieve.
¡El amor es volcán, es rayo, es lumbre,
y debe ser devorador, intenso,
debe ser huracán, debe ser cumbre…
debe alzarse hasta Dios como el incienso!
Pero tú piensas que el amor es frío;
que ha de asomar en ojos siempre yertos,
con tu anémico amor… anda, bien mío,
anda al osario a enamorar los muertos.
Mis flores negras
*Julio Flórez escribió este poema en 1903. 26 años después
en 1929, el cubano Miguel Matamoros dio a conocer su bolero Lágrimas negras,
canción inspirada en el poema del boyacense.
Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
en el fondo de ésta alma que ya no alegras,
entre polvo de ensueños y de ilusiones
brotan entumecidas mis flores negras.
Ellas son mis dolores, capullos hechos
los intensos dolores que en mis entrañas
sepultan sus raíces cual los helechos,
en las húmedas grietas de las montañas.
Ellas son tus desdenes y tus rigores;
son tus pérfidas frases y tus desvíos;
son tus besos vibrantes y abrasadores
en pétalos tornados, negros y fríos.
Ellas son el recuerdo de aquellas horas
en que presa en mis brazos te adormecías,
mientras yo suspiraba por las auroras
de tus ojos… auroras que no eran mías.
Ellas son mis gemidos y mis reproches
ocultos en esta alma que ya no alegras;
son por eso tan negras como las noches
de los gélidos polos… mis flores negras.
Guarda, pues, este triste, débil manojo
que te ofrezco de aquellas flores sombrías;
Guárdalo; nada temas: es un despojo
del jardín de mis hondas melancolías.
Todo nos llega tarde…
El poeta Julio Flórez utiliza una de las novedosas técnicas
de la época para escribir: poner la misma letra al final de los versos para dar
con una rima consonante.
Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!
Nunca se satisface ni alcanza
la dulce posesión de una esperanza
cuando el deseo acósanos más fuerte.
Todo puede llegar: pero se advierte
que todo llega tarde: la bonanza,
después de la tragedia: la alabanza
cuando ya está la inspiración inerte.
La justicia nos muestra su balanza
cuando su siglos en la Historia vierte
el Tiempo mudo que en el orbe avanza;
Y la gloria, esa ninfa de la suerte,
solo en las sepulturas danza.
Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!
Abstracción
Julio Flórez fue uno de los poetas del Romanticismo más
importantes de Colombia.
A veces melancólico me hundo
en mi noche de escombros y miserias,
y caigo en un silencio tan profundo
que escucho hasta el latir de mis arterias.
Más aún: oigo el paso de la vida
por la sorda caverna de mi cráneo
como un rumor de arroyo sin salida,
como un rumor de río subterráneo.
Entonces presa de pavor y yerto
como un cadáver, mudo y pensativo,
en mi abstracción a descifrar no acierto
Si es que dormido estoy o estoy despierto,
si un muerto soy que sueña que está vivo
o un vivo soy que sueña que está muerto.
Tomado de:
https://revistadiners.com.co/cultura/arte-y-libros/56278_cinco-poemas-de-julio-florez-para-dedicar/
A mis críticos
Si supiérais con qué piedad os miro
y cómo os compadezco en esta hora.
En medio de la paz de mi retiro
mi lira es más fecunda y más sonora.
Si con ello un pesar mayor os causo
y el dedo pongo en vuestra llaga viva,
sabed que nunca me importó el aplauso
ni nunca me ha importado la diatriba.
¿A qué dar tanto pábulo a la pena
que os produce una lírica victoria?
Ya la posteridad, grave y serena,
al separar el oro de la escoria
dirá cuando termine la faena,
quién mereció el olvido y quién la gloria.
En lo más abrupto y alto…
En lo más abrupto y alto
de un gran peñón de basalto,
detuvo un águila el vuelo:
miró hacia arriba, hacia arriba,
y se quedó pensativa
al ver que el azul del cielo
siempre alejándose iba.
Escrutó la enorme altura
y, con intensa amargura,
sintió cansancio en las alas.
(En la glacial lejanía
el sol moría, moría
entre sus sangrientas galas
bajo la pompa del día).
Y del peñón por un tajo,
miró hacia abajo, hacia abajo,
con desconsuelo profundo;
el ojo vivo y redondo
clavó luego en lo más hondo…
y asco sintió del mundo
¡vio tanto cieno en el fondo!
Si huía el azul del cielo,
si hervía el fango en el suelo,
¿cómo aplacar su tristeza?
Ah, fue tanta su aflicción
que, en su desesperación
se destrozó la cabeza
contra el siniestro peñón.
Cuentan que un rey soberbio y corrompido…
Cuentan que un rey soberbio y corrompido
cerca del mar, con su conciencia a solas,
sobre la playa se quedó dormido;
y agregan que aquel mar lanzó un rugido
y sepultó al infame entre sus olas!
Hoy, bien hacéis ¡oh déspotas del mundo!
en estar con los ojos siempre abiertos…
porque el pueblo es un mar, y un mar profundo
que piensa, que castiga y que, iracundo,
os puede devorar. ¡Vivid despiertos!
Azul… azul… azul estaba el cielo…
Azul… azul… azul estaba el cielo.
El hálito quemaste del estío
comenzaba a dorar el terciopelo
del prado, en donde se remansa el río.
A lo lejos, el humo de un bohío,
tal de una novia el intocado velo,
se alza hasta perderse en el vacío
con un ondulante y silencioso vuelo.
De pronto me dijiste: -El amor mío
es puro y blando, así como ese río
que rueda allá sobre el lejano suelo-
y me miraste al terminar, tranquila,
con el alma asomada a tu pupila.
Y estaba azul tu alma como el cielo.
XLII
¿Me preguntas por qué mi verso es rudo?
¿por qué no exhalo rimas melodiosas?
¿por qué mi labio permanece mudo
cuando te miro? ¡oh, sol de las hermosas!
Porque cuando el Dolor hinca los dientes
en el pecho, y rencores infinitos
muerden el corazón como serpientes...
no puede dar el alma... sino gritos.
La gran tristeza
Una inmensa agua gris, inmóvil, muerta,
sobre un lúgubre páramo tendida:
a trechos, de algas lívidas cubierta,
ni un árbol, ni una flor, todo sin vida,
todo sin alma en la extensión desierta.
Un punto blanco sobre el agua muda,
sobre aquella agua de esplendor desnuda
se ve brillar en el confín lejano:
es una garza inconsolable, viuda,
que emerge como un lirio del pantano.
¿Entre aquella agua, y en lo más distante,
esa ave taciturna en qué medita?
No ha sacudido el ala un solo instante,
y allí parece un vivo interrogante
que interroga a la bóveda infinita.
Ave triste, responde: ¿Alguna tarde
en que rasgabas el azul de enero
con tu amante feliz, haciendo alarde
de tu blancura, el cazador cobarde
hirió de muerte al dulce compañero?
¿O fue que al pie del saucedal frondoso,
donde con él soñabas y dormías,
al recio empuje de huracán furioso
rodó en las sombras el alado esposo
sobre las secas hojarascas frías?
¿O fue que huyó el ingrato, abandonando
nido y amor, por otras compañeras,
y tú, cansada de buscarlo, amando
como siempre, lo esperas sollozando,
o perdida la fe... ya no lo esperas?
Dime ¿bajo la nada de los cielos,
alguna noche la tormenta impía
cayó sobre el juncal, y entre los velos
de la niebla, sin vida tus polluelos
flotaron sobre el agua... al otro día?
¿Por qué ocultas ahora la cabeza
en el rincón del ala entumecida?
¡Oh, cuán solos estamos! Ves, ya empieza
a anochecer. Qué iguales nuestras vidas...
Nuestra desolación... Nuestra tristeza.
¿Por qué callas? La tarde expira, llueve
y la lluvia tenaz deslustra y moja
tu acolchonado plumón de raso y nieve,
¡huérfano soy...!
La garza no se mueve...
y el sol, ha muerto entre su fragua roja.
La balada inédita
Sentado en una piedra del camino,
y como presa de pesar tremendo,
una tarde cantaba un peregrino
una canción que me quedó doliendo.
Una canción que el alma me penetra
como un escalofrío, una balada
rebosante de hiel: triste es su letra,
pero es mucho más triste su tonada.
El sol iba a morir. Un rojo lampo
de su luz, como un luengo hilo de seda,
se enredaba en los árboles del campo
y sangraba en la frente de Aeda.
Lleguéme al trovador desconocido,
y emocionado preguntéle: ¿en dónde
aprendiste ese canto tan sentido
que a mi clamor parece que responde?
y él contestóme con acento blando,
con un acento musical: Os digo
que lo aprendí no sé dónde ni cuándo
porque, a decir verdad, nació conmigo.
Ese canto en mi ruta es mi alegría:
refresca mi fatiga y mi quebranto;
cuando a hablar comencé... ya lo sabía,
y desde entonces sin cesar lo canto.
De mi orquesta interior él es un eco
que hago sonar en la tardina calma,
y que al salir por el oscuro hueco
de mi boca glacial, me alivia el alma.
Con él recorro el mundo paso a paso,
y siempre en los parajes campesinos,
me gusta, cuando el sol baja a su ocaso,
cantarlo en la quietud de los caminos.
¿Quién eres?, pregunté. Y él dijo:
—El viejo camarada mejor del Desengaño,
nunca a los hombres de acercarme dejo,
y aunque ellos no me ven... los acompaño.
Yo soy el acicate, soy el grito
que se escapa del labio moribundo,
el ay! que repercute en lo infinito,
el verdadero emperador del mundo.
Yo elevo los espíritus, yo arranco
del humano fangal los corazones,
y purifico en el incienso blanco
que arde en mi pecho, todas las pasiones.
Gloria soy de los mártires; sus nombres
viven por mí; yo pongo los cilicios,
yo atormento la carne de los hombres
soy el padre de todos los suplicios.
Yo doy alas al genio, fuerza al justo,
esperanzas a todos los anhelos;
por mí, solo por mí, subió el Augusto
Redentor desde el Gólgota a los cielos.-
El rapsoda calló. Yo lo miraba.
Entre una nube de melancolía;
su corazón como bullente lava
a través de su pecho se encendía.
Su frente era muy blanca, su mejilla
honda, muy honda, sus cabellos canos;
de ébano y oro –excelsa maravilla–
columpiaba una cítara en sus manos.
Como dos claros pozos de tranquilas aguas
en cuencos de marmórea roca,
se remansaba el llanto en sus pupilas
sobre el rictus amargo de su boca.
Aquel hombre... ¿quién era? ¿Acaso un loco?
—¿Te llamas?, pregunté, y el peregrino:
—Soy el dolor—, me dijo, y poco a poco
se alejó en las revueltas del camino.
Marchó de cara al moribundo día,
hacia el lejano resplandor postrero,
y a manera de sol que se moría,
su planta iba sangrando en el sendero.
Abrió la noche su portal; los astros
comenzaron a hervir y un gran lucero
lloró su luz sobre los tibios rastros
del muerto sol y del senil viajero.
Pronto la luna apareció, serena,
sobre un picacho de la curva andina,
y una lechuza desgranó su pena
desde el roto esqueleto de una encina.
¡Allí quedéme estático y suspenso,
sin saber de mí nada; al otro día
pensé en el peregrino, y en él pienso
a través de los años todavía!
Tomado de:
https://www.poeticous.com/julio-florez-rea/la-gran-tristeza?locale=es
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