viernes, 28 de abril de 2023

POEMAS DE CARLOS BOUSOÑO

 


Canción para un poeta viejo

 

A Vicente Aleixandre

 

Muy cerca de la vida. Así tu hablar.

Llegaste a viejo cual se llega al mar.

Azotado del viento y de los años

fuiste la vida, no sus desengaños.

Tu voz sonaba a viento y caracolas,

viejo de luz, hermano de las olas,

Conocimiento fue tu reposar.

Llegaste a viejo cual se llega al mar.

Llegaste a viejo cual se llega a ser

la luz delgada del amanecer.

La luz delgada del saber callar,

del saber conocer y callar.

Del saber esperar, callar, seguir

hasta las olas del saber vivir.

Hasta las olas del saber amar

profundamente y como es quieto el mar.

Y como es quieto el mar se pone en pie

la insurrección del nunca moriré.

Y así tu ser, escrito en agua y sal

y en viento fue, y en todo lo inmortal.

 

 

Corazón partidario

 

Mi corazón, lo sabes,

no está con el que triunfa o que lo espera,

con el juramento mercader

que acecha el buen provecho,

se agazapa, salta sobre la utilidad, que es su querida,

 

busca ganancia en el abrazo,

obtiene renta de las mariposas y pone rédito a la luz,

cobra recibo por los amaneceres milagrosos,

por cambiante gracia del color

de una invisible rosa apresurada,

dulce y apresurada

como si fuese un hombre o una llama

o una felicidad humana: sí.

 

Mi corazón no está con el hombre que sabe

de la verdad todo lo necesario

para olvidar el resto de ella,

satisfecho del viento, poderoso del humo,

canciller de la niebla,

rey acaso, pero nunca de sí.

 

Dime que era verdad aquel sendero

 

Dime que era verdad aquel sendero

que se perdía entre la paz de un prado;

aquel otero puro que he mirado

yo tantas veces con candor primero.

 

Dime que era verdad aquel lucero

que se incendia casi a nuestro lado.

Di que es verdad que vale un mundo amado

y un cuerpo roto en un vivir sincero.

 

Di que es verdad que vale haber sufrido

y haber estado entre la mar sombría;

que vale haber luchado, haber perdido.

 

Haber vencido a la melancolía,

haber estado en el dolor, dormido,

sin despertar, cuando llegaba el día.

 

 

Elegía

 

Te he dicho que los hombres no contemplan

el puro río que pasa,

la dulce luz que invade las riberas

cuando fluye hacia el mar el agua casta.

 

Te he dicho ayer…Y yo veo ahora

fluyendo dulce hacia la mar lejana,

mientras los hombres ciegos, ciegamente

se embisten con furor de piedra helada.

 

Con desolada luz vas olvidado,

pero yo te contemplo, agua irisada,

silente amigo, y veo mi figura

triste, mirándose en tus aguas.

 

Amigo solitario:

esto te digo mientras pasas.

Repite luego mi voz triste

allá en las rocas desoladas.

 

Porque has de ver tierras estériles

y muertos sin remedio ni esperanza.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-carlos-bousono/

 

 

El amante viejo

 

¡Amabas tanto...! Acaso

con amargura, acaso con tristeza

lo dijiste. ¡Amabas tanto! En el espejo

viste tu faz que se iba haciendo vieja,

 

y tomaste a decir: «...amor...» Soñabas,

y en la alta noche silenciosa y queda,

lejos se oía lento el rumor manso

de un agua que pasaba mansa y lenta.

 

 

El ciclón

 

Tú que me miras, mírame hasta el fondo.

Tú que me sabes, sábeme.

Porque falta muy poco, porque el tiempo

arrecia vendavales

que se llevan ventanas y gemidos,

besos, ruidos de calles,

este silbido agudo que ahora escuchas

en el vecino parque,

las nubes delicadas que se juntan

en los azules gráciles

y el corazón con que me miras hondo

queriendo acariciarme.

 

Nada puedes hacer. Nada podrías

hacer. Déjate suave.

Es más fácil así. Vayamos juntos,

llevados por el aire,

si envejeciendo en el ciclón horrible,

unidos, esenciales,

mirándonos al fondo de la vida

y viendo allí la imagen

de nuestros cuerpos paseando dulces

por huertos virginales....

 

Eras tan clara. Junto al aire tanto

te amé.... En la tristeza grave

tú me arrancabas la melancolía

como una espina aguda de la carne;

me acompañabas en las horas puras;

me rozabas tan suave

con tus dedos sutiles, con tu dulce

modo de acompañarme....

 

(...)Fuiste como una niebla, como un vaho

de amor, como un vapor imponderable

que me envolviese en cálidas vislumbres

las duras realidades,

y que después, pasadas las aristas

crudas, me rodease

y me dijese: -Existes en el mundo.

Ven ya hacia el mundo. Ámame. (...)

 

 

El vivir de la amada

 

Yo sé que de tu pecho los latidos

están contados. Corazón, haz lento

tu misericordioso movimiento

y leves tus quejidos doloridos

 

por ese cuerpo, donde mis sentidos

ponen todo su amor, donde me siento

morir a cada golpe ceniciento

de tus redobles graves y oprimidos.

 

Y tú, ventana de mi amor, aldea

mía de paz, caricia que sestea,

umbral del mundo, amor de cada día.

 

Dame tu fe, tu claridad, mi estrella,

dime que existe lo que yo sabía

cuando era niño en la ciudad aquella...

 

 

En este mundo fugaz

 

Pozo de realidad, nauseabunda

afirmación, nocturno

cerco de sombras. Todo

hasta la muerte. Somos

aciago resplandor insumiso, noche

florecida. Oh miseria

inmortal. Tú, mi alondra

súbita, mi pequeño colibrí delicado,

flor mecida en la brisa,

tú, dichosa, tú, visitada por la luz,

lavada en su jardín que desciende

despacio,

pequeñez tan querida.

 

Aquí estás resistiendo,

viva, lúcida,

sostenida

en el sacro relámpago,

alumbrada y dichosa

en el trueno.

tú, mi pequeña

rosa encendida siempre,

pétalo delicado,

húmeda nota,

tú, resistiendo aquí.

 

Tú, resistiendo,

como si fueses basa

columna, catedral,

como si fueses arco,

romana gradería, circo, templo,

como si fueses número,

incorruptible idea,

tú mi pequeña Yutca,

mi pasajera soledad, mi fugaz entusiasmo,

tú, brevedad, caricia.

 

Tú, con brazos

débiles como flores,

con cintura,

con quebradizo cuerpo,

con delgadez, con ojos,

con espanto, con risa,

con noche a tu mirada,

tú, mi pequeña Yutca,

tú, resistiendo aquí.

 

 

Eres feliz

 

Eres feliz. Saber no quieras

lo que brilla en los ojos humanos.

Sonríe tú como mañana fresca,

como tarde colmada en su ocaso.

 

Porque eres eso, sí: la tarde pura

en que a veces yo mojo mis manos,

en que a veces yo hundo mi rostro.

¡La tarde pura en su placer dorado!

 

La savia dulce de la primavera,

toda la luz de la tarde en un cántico,

sube entonces feliz y presurosa

desde tu corazón hasta mis labios.

 

 

Introducción a la noche

 

1

Con la honda mirada

un día contemplaste

tu honda pasión de ser

en vida perdurable.

 

Hoy contemplas acaso

con mirada más grave

el parpadeo puro

de la noche sin márgenes;

 

el sollozo inoíble

de un arroyo alejándose

en la sombra; la mole

de la noche indudable.

 

2

Y sin embargo, eres.

Y sin embargo naces

como las hierbas verdes

y los nudosos árboles.

 

Compruebas con delicia

que existen matorrales,

y tus manos apresan

piedras de aristas grandes.

 

Saltas sobre los ríos,

subes desde los valles,

cantas desde las cumbres,

vives, existes, ardes.

 

Contemplas la llanura

crepuscular; renaces

como los campos vivos

que en la aurora son arces,

cañadas y caminos,

prados, riberas, cauces

de amor, donde quisieras

vivirte y olvidarte.

 

3

Y aquí estás. Aquí pones

tus dos manos tenaces.

Te agarras a las cosas:

maderas, piedras, carnes,

 

Te aferras a la vida

como el río a su cauce,

cual la raíz de un hondo

vegetal insaciable.

 

 

Invasión de la realidad

 

I

Y aquí estás verdadero,

Oh déjame tocarte.

Tu piel en donde pones

un límite a los aires.

 

Tu don de serte vivo,

tu realidad, me baste.

Dejadme que compruebe

su ser. ¡Oh, sí, dejadme!

 

II

Dejadme. Yo no quiero

las nieblas pertinaces.

Tras el humo dibuja

su vago ser un valle.

 

Allá tras la cortina

incierta, hay verdes sauces,

un prado con sus flores

diminutas y suaves.

 

En la noche terrible

yo soñaba una imagen.

Hela aquí. Son colores:

blancos, verdes, granates.

 

III

Dejadme con las cosas

también. Son realidades

súbitas que se crean

duras a cada instante.

 

Emergen con firmeza

cruel. Se satisface

con su presencia misma

dicen: «¡Toma, regálate!»

 

IV

Regálate. Contempla

la piedra, el cielo, el aire.

Respira entre las luces.

Desciende hasta los cauces.

 

Toca la piedra. Mira.

Huele la rosa. Sáciate.

Gusta, mira, comprueba,

duele, solloza: sabe.

 

Ensánchate en el alba.

Al mediodía, ensánchate.

Sube a la tarde y mira

todo en ella ensanchándose.

 

 

 

 

 

 

Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer...

 

Irás acaso por aquel camino en el chirriante atardecer

de cigarras, cuando el calor inmóvil te impide, como un bloque, respirar.

E irás con la fatiga y el recuerdo de ti, un día y otro día,

                      subiendo a la montaña por el mismo sendero,

gastando los pesados zapatos contra las piedras del camino,

un día y otro día gastando contra las piedras la esperanza, el dolor,

gastando la desolación, día a día,

la infidelidad de la persona que te supo, sin embargo, querer

(gastándola contra las piedras del camino), que te supo adorar,

gastando su recuerdo y el recuerdo de su encendido amor,

gastándolo

hasta que no quede nada,

hasta que ya no quede nada

de aquel delgado susurro, de aquel silbido,

de aquel insinuado lamento;

gastándolo hasta que se apague el murmullo del agua en el sueño,

el agitarse suave de unas rosas, el erguirse de un tallo

más allá de la vida,

hasta que ya no quede nada y se borre la pisada en la arena,

se borre lentamente la pisada que se aleja para siempre en la arena,

el sonido del viento, el gemido incesante del amor, el jadeo del amor,

 

el aullido en la noche

de su encendido amor y el tuyo

(en la noche cerrada

de su abrasado amor),

de su amor abrasado que incendiaba las sábanas, la alcoba, la bodega,

entre las llamas ibas abrasándote todo hacia el quemado atardecer,

flotabas entre llamas sin saberlo hacia el ocaso mismo de tu quemada vida.

Y ahora gastas los pies contra las piedras del camino

despacio, como si no te importara demasiado el sendero,

demasiado el arbusto, la encina, el jaramago,

la llanura infinita, la inmovilidad de la tarde

infinita, allá abajo, en el valle de piedra

que se extiende despacio, esperando despacio

que se gasten tus pies, día a día,

contra las piedras del camino.

 

 

La mañana

 

Errante por la luz, en primavera

recóndita y azul y de oro y grana,

mi corazón recoge esta mañana

todo el amor que llueve en lisonjera

 

tempestad de frescor. La noche afuera.

Afuera el cierzo y la ansiedad lejana.

Se pone en pie la claridad temprana,

alza sus brazos, yergue su bandera,

 

grita su luz, avanza arrolladora

por la pradera vencedora y mueve

el árbol todo del espacio ahora.

 

Todo en el aire, luminoso, llueve,

gira, delira entre la luz sonora,

y allí suspira entre el follaje leve.

 

 

La tristeza

 

Tal vez el mundo sea bello,

cuando el sol claro lo ilumina,

pero yo sé que hay hombres tristes

como la lluvia gris y fría.

 

Yo sé que hay hombres sobre cuyas almas

pasó de Dios quizá la sombra un día.

Pasó, y hoy queda sólo ausencia

en donde la tristeza brilla.

 

Hombres tristes en todos los caminos

con la tristeza pensativa.

 

Tal vez la aurora sea pura,

el aire delicado, claro el día.

Mas muchos hombres hay como la lluvia

oscura e infinita.

 

Escúchame, Señor. Mi voz hoy sólo

tiene palabras de melancolía.

Sobre la tarde inmensa cae la lluvia

monótona,  fría.

 

 

Letanía del ciego

 

                                                            Soy como un ciego...

                                                                             Rubén Darío

 

Y tú que tanto amas, tanto ríes,

tanto adivinas y conoces tanto,

¿dónde el escudo para que te fíes,

dónde el pañuelo de enjugar tu llanto?

 

¿Dónde el camino que no veo ahora?

Dímelo o llora y el mirar suprime.

¿Es ya la noche que no tiene aurora?

Dímelo, dime.

 

Y sin embargo tu vivir empaña

mi vivir con un vaho que es ternura,

que es caliente rumor que me acompaña

la noche oscura.

 

Y sin embargo con tu mano guías

y a tientas toco lo que apenas veo

y digo acaso para que sonrías

lo que no creo.

 

Y toco apenas y tu bulto aprendo

y torpe sigo lo que tú me indicas.

Lo que no miro, lo que no comprendo,

tú multiplicas.

 

Tú multiplicas, o quizás es tu invento

porque lo vea aunque quizá no exista.

Entre la noche de mi pensamiento

dulce es tu vista.

 

Dulce es tu vista, tu mirar risueño

que mira un llano donde estaba un monte

y que a mi alma de temblor pequeño

llamó horizonte.

 

Dulce es tu vista que miró aquel lago

y lo llamaba alegre mar bravío.

Tu generoso corazón es mago.

¡Lo fuese el mío!

 

De "Noche del sentido" 1957

 

 

Letanía para decir cómo me amas

 

Me amas como una boca, como un pie, como un río.

Como un ojo muy grande, en medio de una frente solitaria.

Me amas como el olfato, los sollozos,

las desazones, los inconvenientes,

con los gemidos del amanecer, en la alcoba los dos, al despertar;

con las manos atadas a la espalda

de los condenados frente al muro; con todo lo que ves,

el llano que se pierde en el confín, la loma dulce y el estar cansado,

echado sobre el campo, en el estío cálido,

la sutil lagartija entre las piedras rápidas;

con todo lo que aspiras,

el perfume del huerto y el aire y el hedor

que sale de un apútrida escalera;

con el dolor que ayer sufriste y el que mañana has de sufrir;

con aquella mañana, con el atardecer

inmensamente quieto y retenido con las dos manos para que

          no se vaya a despertar;

con el silencio hondo que aquel día, interrumpiendo el paso de

          la luz,

tan repentinamente vino entre los dos, o el que invade

          la atmósfera justo un momento

antes de la tormenta;

con la tormenta, el aguacero, el relámpago,

la mojadura bajo los árboles, el ventarrón de otoño,

las hojas y las horas y los días,

rápidos como pieles de conejo,

como pieles y pieles de conejo, que con afán corriesen incansables,

          con prisa

hacia un sitio olvidado, un sitio inexistente, un día que no existe,

un día enorme que no existe nunca, vaciado y atroz

(vaciado y atroz como cuenca de ojo, saltado y estallado por una

mano vil);

con todo y tu belleza y tu desánimo a veces cuando miras el techo

          de la alcoba sin ver, sin comprender,

sin mirar, sin reír;

con la inquietud de la traición también, el miedo del amor y el

          regocijo del estar aquí,

y la tranquilidad de respirar y ser.

 

Así me quieres, y te miro querer como se mira un largo río

que transparente y hondo pasa,

un río inmóvil,

un río bueno, noble, dulce,

un río que supiese acariciar.

 

 

Más allá de esta rosa

 

                                                 (Meditación de postrimerías)

1

Una rosa se yergue.

Tú meditas. Se hincha

la realidad, y se abre, se recoge, se cierra.

Cuando miras, entierras. Oh pompa

fúnebre. Azucena: Relincho

espantoso, queja oscura, milagro. Tú que la melodía

de una rosa escuchaste, sangrienta

en el amanecer cual llamada

de una realidad diminuta,

miras tras ella el hondo

trajinar de otra vida, la esbelta

rapidez con que algo se mueve en la noche

con prisa, como si quisiera llegar a una meta

insaciable. Hay detrás de esta rosa, que yergue

suavemente su tallo, una pululación hecha náusea,

un horrible jadeo,

una ansiedad frenética, un hediondo existir que se anuncia.

Una trompeta dispara

su luz, su entusiasmo sonoro

en el estiércol. ¿Qué dices,

qué susurras, qué silbas

entre la oscuridad, más allá de esta rosa,

realidad que te escondes? ¿Qué melodía

articulas y entiendes y desdices y ahogas,

qué rumor de unos pasos

deshaces, qué sonido

contradices y niegas? La cadencia está dicha,

realizado el suspiro.

El rumor es silencio,

la esperanza, la ruina. Todo silba y espera,

silencioso, engreído,

más allá de esta rosa.

 

2

Más allá de esta rosa, más allá de esta mano

que escribe y de esta frente

que medita, hay un mundo.

Hay un mundo espantoso, luminoso y contrario

a la luz, a la vida.

Más allá de esta rosa e impulsando su sueño,

paralelo, invertido

hay un mundo, y un hombre

que medita, como yo, a la ventana.

Y cual yo en esta noche, con estrellas al fondo,

mientras muevo mi mano,

alguien mueve su mano, con estrellas al fondo.

y escribe mis palabras

al revés, y las borra.

 

"Oda a la ceniza" 1967

 

 

Muchacha dulce: no me amas...

 

Muchacha dulce: no me amas.

Tú no conoces mi figura,

mi triste rostro que lejano vela

tu faz borrosa entre la lluvia.

 

Muchacha dulce: aquí en mis ojos

brilla un otoño que rezuma

oro de amor, de amor por ti que tienes

entre tus manos una aurora púrpura.

 

Soy como tú. Soy como tú. ¿Me oyes?

¡Soy como tú! ¡Oh, no me escuchas!

Mira, mira mi amor... ¡Cómo me brota

del corazón este alba rubia!

Tomado de:

http://amediavoz.com/bousono.htm

 

 

Precio de la verdad

Poema publicado el 30 de Noviembre de -0001

 

              

En el desván antiguo de raída memoria,

detrás de la cuchara de palo con carcoma,

tras el vestuario viejo ha de encontrarse, o junto al muro

desconchado, en el polvo

de siglos. Ha de encontrarse acaso más allá del pálido gesto de una mano

vieja de algún mendigo, o en la ruina del alma

cuando ha cesado todo.

Yo me pregunto si es preciso el camino

polvoriento de la duda tenaz, el desaliento súbito

en la llanura estéril, bajo el sol de justicia,

la ruina de toda esperanza, el raído harapo del

miedo la desazón invencible a mitad del sendero que conduce al torreón

          derruido.

Yo me pregunto si es preciso dejar el camino real

y tomar a la izquierda por el atajo y la trocha,

como si nada hubiera quedado atrás en la casa desierta.

Me pregunto si es preciso ir sin vacilación al horror de la noche,

penetrar el abismo, la boca del lobo,

caminar hacia atrás, de espaldas hacia la negación

o invertir la verdad, en el desolado camino.

O si más bien es preciso el sollozo de polvo en la confusión del verano

terrible, o en el trastornado amanecer del alcohol con trompetas de sueño

saberse de pronto absolutamente desiertos, o mejor,

es quizá necesario haberse perdido en el sucio trato del amor,

haber contratado en la sombra un ensueño,

comprado por precio una reminiscencia de luz, un encanto

de amanecer tras la colina, hacia el río.

Admito la posibilidad de que sea absolutamente preciso

haber descendido, al menos alguna vez, hasta el fondo del edificio oscuro,

haber bajado a tientas el peligro de la desvencijada escalera, que amenaza a

          ceder a cada paso nuestro,

y haber penetrado al fin con valentía en la indignidad, en el sótano oscuro.

Haber visitado el lugar de la sombra,

el territorio de la ceniza, donde toda vileza reposa

junto a la telaraña paciente. Haberse avecinado en el polvo,

haberlo masticado con tenacidad en largas horas de sed

o de sueño. Haber respondido con valor o temeridad al silencio

o la pregunta postrera y haberse allí percatado y rehecho.

Es necesario haberse entendido con la malhechora verdad

que nos asalta en plena noche y nos devela de pronto y nos roba

hasta el último céntimo. Haber mendigado después largos días

por los barrios más bajos de uno mismo, sin esperanza de recuperar lo perdido,

y al fin, desposeídos, haber continuado el camino sincero y entrado en la noche

          absoluta con valor todavía.

Tomado de:

http://www.poemaspoetas.com/carlos-bousono/precio-de-la-verdad

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