Esta hora de los moteles
Sigue por su cintura
mi pierna
y está para mi mano
su espalda
—arriba
mirón el techo
para mi corazón
su silencio
Pero suenan
como alarmas
terribles
en su dulce ensueño
los cuatro golpes firmes
tras la puerta
—¿hemos ya gastado nuestro rato?
si sobre el piso
al pie de esta cama
sucia
todavía nuestro
deseo
permanece tibio
entre su
pantaloncillo
y el mío
En un bar mirar parejas, solo
Porque uno los ve bailar
y es como si en otro lugar
estuviesen quieto
porque
giran hermosamente sus cuerpos
sobre sus pechos lentos
y entonces es como si la alegría
En algún giro
distraídos te miran
sinceramente parada
y en el siguiente de ti se olvidan
—pero tu mirada
persiste
en ellos
En la jovial frescura de un trago
sientes perfectamente
toda alegría como una traición
ahora
y no entiendes esta sonrisa en tus labios
tu amigo muerto
esa cerveza fría en tu mano
V.I.H.
Soy joven y estoy aún,
digamos,
en ese tiempo inverosímil
que para mis mayores ha huido
tan de prisa.
En mí el deseo
se encabrita a cada instante
de cada noche y de cada día,
y bien podría ser recomenzado
sin dar, por otra parte, mucho.
Así, no tengo por qué pedir la fuerza
y el coraje: yo no los tengo simplemente
y sigo —sin proponérmelo siquiera
echando cosas en el talego de mis sueños.
Aún conservo —no sé explicar cómo
una pizca de esperanza
suficiente
para creer que serán mejores las cosas
—no las mías: las cosas llanamente
e intento,
aunque no puedo evitarlo a veces,
no ser cruel.
Pero hacia mí la muerte se apresura.
En verdad, hace años la tengo
pegada a mis talones,
soplándome su vaho en los carrillos.
Manos arriba contra la pared,
apretados los muslos y los ojos,
ella me tiene;
y aguardo, solo, a que por fin me aseste
su triste golpe.
¿Qué espera, pues, la muerte?
¿Qué pretende conmigo esa señora
sólo rozando mi cuerpo
sus
tiernos velos
sin abrazarme?,
mientras a mi espalda bulle
y me
excita
la vida,
y el amor,
y el deseo:
los
muchachos,
el
fresco aroma
en sus
axilas...
Me gustaría quedar atrapado en ti
Querido Diego,
bien sé yo que no me escuchas, tan muerto como estás;
pero, ¿no podríamos, en esta noche, juntos soñar que
Eres un bello espíritu sentado a mi lado sobre el piso,
a orillas de la cama; charlando ingenuamente, como
solíamos, los simples asuntos de la vida?
Porque aún me
rompen la cabeza ciertas preguntas
y, ahora mismo, no tengo con quien conversar de
mis asuntos. A veces no entiendo nada. Pero aún sigo
creyendo que cada cosa, cada temblor, guarda dentro
de sí un sentido. Tan sólo no dura mucho. Igual que
tú; igual que Luis Jorge, a su modo.
Aquí el mundo
sigue dando vueltas —sin ti: a mí
todavía me resulta extraño—. Los ríos siguen corriendo
y no se cansan; florecen las flores y los muchachos;
los amigos vienen a visitarme; aún hay problemas en
casa. Y a mí todavía el amor me excita: como el de este
hermoso chico —sinceramente lo amaba— en cuya
despedida he venido a soñar contigo en este tonto
escrito de un libro dedicado a ti. Si pudiera ya cerrar
la página. Permanecer aquí a tu lado, amor.
Al menos
déjame darte un beso. Vamos,
apresuremos los labios: podría amenazar de nuevo el
día...
Tomado de:
Sentado a la puerta de mi casa
Sentado a la puerta de mi casa
sin
mirarme
frente a mí pasan
me ofrecen sus espaldas
sobre el mugre de sus bluyines
yo pienso ¡Dios!
y mi tarde se hechiza entre sus pliegues
con
sus pasos...
Señor:
¿qué
llevan en sus bolsillos
traseros
los
muchachos?
Dulce hermano de los aríetes
De niño, papá despeinaba mi copete para que yo
me enojara como un hombre.
En los pesados
trabajos de su taller de hierros forjó
rudamente mi cuerpo. A los quince años mis piernas
sostenían sin
dificultad una nevera, y en mi pecho
hubiesen podido llorar dos o tres muchachas.
Allí mismo, en los sucios almanaques Texaco que
envejecían sobre las paredes, él me enseñó el amor
por las mujeres desnudas; y asomado a la puerta de
las cantinas donde a veces bebía, aprendí la manera
de aprovecharme de ellas. "Pero llegado el día en
que tu madre enferme de muerte -me decía ebrio
mientras los llevaba a casa-, será justo que prefieras
cuidar de tu esposa".
Sin preguntar
nada, un día celebró las heridas de
mi primera riña y, sonriendo, descargo un puño
sobre mi pecho. De alguna manera él supo entonces
sobreponerse al miedo, y hoy, a mis diecisiete, presumo
de poder llegar tarde a casa.
Oh, Diego, en
largas jornadas papá hizo de mí una
fortaleza. Y es una maravilla cómo sostienen sus
muros ahora que entras en mí como un duende, y
podemos a solas jugar y amarnos como dos niños.
Al borde de un abismo, mirando este paisaje
Antes de que acabe el amor
¿no podría resbalar -como sin querer
hacia la muerte?
Mira
es bello el sol en este ocaso
y es mas tierno el verde en las montañas
poco antes de que lo apague la noche.
Ahora que tu corazón palpita alegre
como un niño recién raptado
¿no sería hermoso morir antes de que el raptor
se harte de ti
y
te devuelva a la triste casa?
Es bastante
hondo
el precipicio.
Vamos: da un paso al frente.
Es la hora propicia:
avanza...
A trois
"Mientras ellos me quitaban la camisa
-aún no busco algún botón sobre la alfombra-
yo pensaba: tus manos por mi pecho
querido
amigo que
de prisa
me has
dejado.
Sin embargo, me decía yo:
tus dedos enredados en mi pelo
y tu voz sobre mí
desnuda
y lenta:
tu ternura.
Pero ellos
babeaban mi cuerpo como orugas
y al oído me gritaban suave:
¡voltéate
mariquita!
Hasta el alba tu cuerpo junto al mio
imaginaba
cuando ellos se habían marchado con el goce.
Recogía pues
mi cuerpo
recostado
y no recordaba -en verdad no me dijeron-
sus nombres.
Dura cosa es la venganza."
¿Así me justificaré de nuevo
cuando ya sea la mañana
en el espejo? me digo
mientras rondamos esta calle oscura
y entramos por fin en el motel.
Tomado de:
http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/colombia/fernando_molano_vargas.html
Sentado a la puerta de mi casa
Sentado a la puerta de mi casa
sin
mirarme
frente a mí pasan
me ofrecen sus espaldas
sobre el mugre de sus bluyines
yo pienso ¡Dios!
y mi tarde se hechiza entre sus pliegues
con
sus pasos...
Señor:
¿qué
llevan en sus bolsillos
traseros
los
muchachos?
En la madrugada
En la madrugada
a unas cuadras del bar
es el parque
Parado frente a un árbol
el muchacho que no bailó conmigo
le ofrece el don de sus orines:
a una
luna que destella
sobre su
tronco viejo
Muy cerca de ese árbol
como diciéndole un secreto
que no me incluye.
Hace tres semanas no como nada en mis recreos,
y le he robado algún dinero a mi padre
Sólo he bebido
unos tragos para darme valor, y he
ido al mercado de muchachos para comprarte:
eras el más bello.
Hubiera podido contarte lo hermoso que fue pensar
en ti todos estos días, pero no me ha salido hacerlo
-parecías tan apresurado por amarme-, y no he
sabido de qué puede hablarse mientras se desnuda
uno.
Hubiera podido,
incluso, darte un beso antes de
preguntarte dónde te habías metido todo este tiempo
en que anduve solo.
Ahora, no
entiendo por qué sonríes de esa manera.
Y te pones mi reloj. Y sacas esa navaja.
(Creo que no vale la pena decirte que no lucías tan
cínico en los sueños que tuve anoche).
Cómo llenará el jovencito amante
Cómo llenará el jovencito amante
al amado
de su amor
si sólo con un beso
en su alcoba
en la única noche
y la puerta entreabierta
y el padre oscuro que mira
Caminando con un amigo
Entre dos esquinas
me distraigo de su prisa
voy
detrás
a cada paso suyo
caen
despreocupados
sin
mala
gana
mis pudores
y me permito
en fin
embriagarme
un
poco
en su calcañar
desnudo:
él tiene un zapato
que se le traga la media
En las duchas
Porque es un muchacho muy bello
y entonces cuesta creer
Él riega talco sobre sus pies
y quedan huellas en el piso
Y sus huellas se desdibujan
si uno las roza con los dedos
Pero el talco no sabe a nada
cuando uno se lleva los dedos a la lengua
De verdad
es como un acto de fe
Él que se sienta al lado de mi pupitre
Lo miras
tan cerca de su hermosura
que
es tanta
tan
desmedida
que casi te atreves
a nombrársela en la cara
Pero
una vez más te dices
¡Espera al menos
a
que termine la clase!
Aunque
livianos los ojos
en la pelusa de su mejilla
piensas de nuevo:
¿Y al fin
poniendo mis pies sobre la tierra
- justo al lado de mi bastón
yo le declarase mi amor
y
él
por ventura
me concediese el suyo
no tuviera ya la fuerza
para dar
al menos
un brinco de alegría...?
Y aún así
pillados tus ojos
cuando su frente vuelve
una vez más le dices:
¿Me prestas tu
esfero rojo?
Cambiándonos para jugar un partido
Para esa piel suave
y ya madura como bellas
frutas de los paraísos
mis labios no dicen
ellos no conocen
su justo nombre
pues no han de serlo
las palabras frías
con que nombran nuestro cuerpo
los maestros
ni los tontos eufemismos
cuando mamá te bañaba
quizás las bellas
arrogantes palabras
con que me enseñas tu fuerza
enfundando en tu mano la bragueta...
Más bien
estos rumores de mi aliento
- o
mi corazón perplejo
frente a tu pantalón caído
Tomado de:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario