sábado, 1 de abril de 2023

POEMAS DE SALVADOR RUEDA


Bailadora

 

Con un chambergo puesto como corona

y el chal bajando en hebras a sus rodillas,

baila una sevillana las seguidillas

a los ecos gitanos que un mozo entona.

 

Coro de recias voces canta y pregona

de su rostro y sus gracias las maravillas,

y ella mueve, inflamadas ambas mejillas,

el regio tren de curvas de su persona.

 

Cuando enarca su cuerpo como culebra

y en ondas fugitivas gira y se quiebra

al brillante reflejo de las arañas,

 

estalla atronadora vocinglería,

y en un compás amarra la melodía

palmas, risas, requiebros, cuerdas y cañas.

 

 

Clavellinero

 

Quiero cuando yo muera, Patria mía,

que formes con mi cráneo una maceta,

y de sus ojos por la doble grieta

eches la tierra que tus flores cría.

 

En su interior de luz y de armonía

deja una mata de clavel sujeta,

y ese clavellinero de poeta

te brindará corolas como el día.

 

Por mi boca, mis ojos, mis oídos,

entreabriré capullos encendidos

con que de galas quedaré cubierto.

 

Y, cuando en mayo florecer me veas,

aún lanzaré claveles como ideas

para besarte hasta después de muerto.

 

 

Discurso de Afrodita

 

Si Venus Afrodita hablase un día,

dijera así: «Sed, pechos maternales,

sagrados y serenos manantiales

de paz, de amor, de leche y de poesía.

 

Sed, caderas, que iguala la armonía,

santo molde de razas inmortales;

sed, labios, aromáticos panales

donde los besos zumben de alegría.

 

Sed, manos, como rayos de luz pura,

que donde toquen viertan la hermosura;

sed, amplias frentes, llamas generosas.

 

Y sed, ojos de vivos resplandores,

ríos de luz, d-e músicas y flores,

que entero el mundo coronéis de rosas.

 

 

El ave del paraíso

 

Ved el ave inmortal, es su figura;

la antigüedad un silfo la creía,

y la vio su extasiada fantasía

cual hada, genio, flor o llama pura.

 

Su plumaje es la luz hecha locura,

un brillante hervidero de alegría

donde tiembla 1a ardiente sinfonía

de cuantos tonos casa la hermosura.

 

Su cola real, colgando en catarata;

y dirigida al sol, haz que desata

vivo penacho de arcos cimbradores.

 

Curvas suelta la cola sorprende,

y al aire lanza cual tazón de fuente

un surtidor de palmas de colores.

 

 

El cisne

 

Visión impecable de nácar riente,

ara de alabastro y hostiario viviente,

cisne, frágil arco de la idealidad;

alma que desfila bajo de tu cuello

digna es del gran triunfo de gozar lo bello

y del sol que alumbra la inmortalidad.

 

Sagrario que viertes pulcritus divina,

filtro idealizado de luz cristalina,

de las fuentes triste clarificador;

tu lección de blanco, viste de pureza,

viste armonía, viste de belleza,

y abre castas risas de bondad y amor.

 

Tu blancor teológico lava de pecado,

y, oración de plumas, tu ropón nevado

habla de una eterna casta religión:

la que da a las almas la naturaleza,

la que da alegría, la que da belleza,

la que de blancuras viste la ilusión.

 

Gracia de los cielos en tus plumas llueve,

en tus plumas hechas de oración y nieve,

que a la boca invitan cual para rezar;

hecho tu plumaje de altos resplandores,

no está profanado ni por los colores

y su luz ni el iris se atreve a tocar.

 

 

El copo

 

Tíñese el mar de azul y de escarlata;

el sol alumbra su cristal sereno,

y circulan los peces por su seno

como ligeras góndolas de plata.

 

La multitud que alegre se desata

corre a la playa de las ondas freno,

y el musculoso pescador moreno

la malla coge que cautiva y mata.

 

En torno de él la muchedumbre grita,

que alborozada sin cesar se agita

doquier fijando la insegura huella.

 

Y son portento de belleza suma:

la red, que sale de la blanca espuma:

y el pez, que tiembla prisionero en ella.

 

 

Estambres y pistilos

 

Bajo el velo del agua transparente

impregnada de rayos luminosos,

estambres y pistilos pudorosos

se citan, para amarse, en el ambiente.

 

Atravesando el líquido luciente

asómanse los tallos amorosos,

y a los himnos del viento rumorosos

los desposa la luz resplandeciente.

 

A la vez en las frondas escondidos,

cuántas dulces escenas misteriosas

entre los bosques formarán los nidos.

 

El lento desplegarse de las rosas,

el crujir de los granos, los latidos...

¡Oh concierto invisible de las cosas!

 

 

Horas de fuego

 

Quietud, pereza, languidez, sosiego...

un sol desencajado el suelo dora,

y a su valiente luz deslumbradora

que le ha dejado fascinado y ciego.

 

El mar latino, y andaluz, y griego,

suspira dejos de cadencia mora,

y la jarra gentil que perlas llora

se columpia en la siesta de oro y fuego.

 

Al rojo blanco la ciudad llamea;

ni una brisa los árboles cimbrea,

arrancándoles lentas melodías.

 

Y sobre el tono de ascuas del ambiente,

frescas cubren su carmín rïente

en sus rasgadas bocas las sandías.

 

 

La cigarra

 

Silencio; es la cigarra, la doctora,

la que enseñó a Virgilio la poesía

y dio a las viñas griegas su armonía

cual bordón inmortal de luz cantora.

 

Aun pasa con su lira triunfadora

ardiendo en entusiasmo y energía;

encerrado en sus élitros va el día,

escuchad su canción abrasadora.

 

Ser en la roja siesta enardecido,

es un ascua del sol hecha alarido

que a su propio calor fundirse quiere.

 

Quema al cantar su real naturaleza,

canta por el amor a la belleza,

canta a las almas, y cantando muere.

 

 

La copla

 

Tiene la mariposa cuatro alas;

tú tienes cuatro versos voladores;

ella, al girar, resbala por las flores;

tú por los labios, al girar, resbalas.

 

Como luces su túnica, tú exhalas

de tu forma divinos resplandores,

y fingen ocho vuelos tembladores

tus cuatro remos y sus cuatro palas.

 

Ya te enredas del alma en una queja,

ya en la azul campanilla de una reja,

ya de un mantón en el airoso fleco.

 

En el pueblo andaluz, copla, has nacido,

y tienes - ¡ave musical! -tu nido

de la guitarra en el sonoro hueco.

 

 

La lámpara de la poesía

 

Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su acento

como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía,

y a los ensalmos exhala cantando su fresca armonía,

vase llenando de luz inefable la esponja del viento.

 

Rozan los versos como alas ungidas de lírico ungüento

sobre las frentes, que se abren cual rosas de blanca alegría;

y un abanico de ritmos celestes el aire deslía,

cual si moviera sus plumas de magia de Dios el aliento.

 

Vierte en el aire la lámpara noble sus sones divinos,

que goteantes de sílabas puras derraman sus trinos

desde el tazón del cerebro de lumbre que canta sonoro.

 

Y revolando las almas acuden de sed abrasadas

como palomas que beben rocío y ondulan bañadas

en el temblor de la fuente sube del verso de oro.

 

 

La sandía

 

Cual si de pronto se entreabriera el día

despidiendo una intensa llamarada,

por el acero fúlgido rasgada

mostró su carne roja la sandía.

 

Carmín incandescente parecía

la larga y deslumbrante cuchillada,

como boca encendida y desatada

en frescos borbotones de alegría.

 

Tajada tras tajada, señalando

las fue el hábil cuchillo separando,

vivas a la ilusión como ningunas.

 

Las separó la mano de repente,

y de improviso decoró la fuente

un círculo de rojas medias lunas.

 

 

Las bodas del mar

 

Ya acudes a tu cita misteriosa

con el inquieto mar, luna constante,

y asoma las playas de Levante,

hostia de luz, tu cara milagrosa.

 

En la onda azul, cual nacarada rosa,

se abre tu seno con pasión de amante,

y dibuja un reguero rutilante

tu pie sobre la espuma en que se posa.

 

El agua, como un tálamo amoroso,

te ofrece sus cristales movedizos

donde tiendes tu cuerpo luminoso.

 

Y al ostentar desnuda tus hechizos,

el mar, con un abrazo tembloroso,

te envuelve en haz de onduladores rizos...

 

 

Lejano amor

 

Mujer de luz, mujer idealizada,

que apagaste tu lámpara de oro:

aun pienso ver la escarcha de tu lloro

dentro de tu ataúd amortajada.

 

Vuelve a surgir de gloria coronada;

sal otra vez del mármol incoloro;

yo te amo, yo te vivo, yo te adoro,

llena de luz como una desposada.

 

Tu carne fue de nardos y panales,

floreciente entre sábanas nupciales;

resucita: yo te amo, yo te quiero.

 

Dame tu boca en flor, esposa mía,

y tu seno que hierve en armonía,

lo mismo que un enjambre en un romero.

 

 

Ramo de lirios

 

Porque de ti se vieron adorados,

tengo un vaso de lirios juveniles:

unos visten pureza de marfiles;

los otros terciopelos afelpados.

Flores que sienten, cálices alados

que semejan tener sueños sutiles,

son los lirios, ya blancos y gentiles,

ya como cardenales coagulados.

Cuando la muerte vuelva un ámbar de oro

tus largas manos de ilusión que adoro,

iré lirios en ellas a tejerte.

Y mezclarán sus tallos quebradizos

con sus dedos cruzados y pajizos,

¡que fingirán los lirios de la muerte!

Tomado de:

http://amediavoz.com/rueda.htm

 

 

TU CARNE

Está tu carne de ágata y de rosa

donde el sol con la nieve se combina

dotada de una luz casi divina,

casi extrahumana y casi milagrosa.

 

Tiene ideal traslucidez preciosa

que cual racimo de oro te ilumina,

y en tu cutis de leche se adivina

sangre de fresas pura y ruborosa.

 

Tu seno en flor de redondez de astro,

es una clara piedra de alabastro

que deja ver transparentarse el día.

 

Como a santo cristal sin mancha alguna

a él asomé para mirar la luna,

e igual que tras de un ámbar la veía.

 

 

EL COHETE

Lanzóse audaz a la extensión sombría.

Y era al hender el céfiro sonante,

Un surtidor de fuego palpitante

Que en las ondas del aire se envolvía.

 

Viva su luz como la luz del día,

Resplandeció en los cielos fulgurante

Cuando la luna en el azul radiante

Como rosa de nieve se entreabría.

 

Perdióse luego su esplendor rojizo,

Siguió fugaz cual raudo meteoro

Y al fin surgió como candente rizo.

 

Paró de pronto su silbar sonoro;

Y tronando potente, se deshizo

En un raudal de lágrimas de oro.

 

 

LAS CANÉFORAS

Deteniendo severo magistrado

su pie ante las Canéforas preciosas,

mira en sus caras de purpúreas rosas

el pudor por carmines dibujado.

 

El temblador ropaje replegado

les da esbeltez de vírgenes graciosas

y llevan en las manos primorosas

ricas bandejas de oro cincelado.

 

Sobre el metal que espejeando brilla,

del sacrificio llevan la cuchilla

que al magistrado, cándidas, ofrecen.

 

Y le brindan también trigo flamante,

que en las caneas de oro rutilante

rubios granizos con el Sol parecen.

Tomado de:

https://autores.yavendras.com/salvador-rueda/

 

 

 

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