viernes, 7 de abril de 2023

POEMAS DE GABRIELA MISTRAL EN SU NATALICIO

 


Los sonetos de la muerte

 

1°. Del nicho helado...

 

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,

te bajaré a la tierra humilde y soleada.

Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,

y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

 

Te acostaré en la tierra soleada con una

dulcedumbre de madre para el hijo dormido,

y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna

al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

 

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,

y en la azulada y leve polvareda de luna,

los despojos livianos irán quedando presos.

 

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,

¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna

bajará a disputarme tu puñado de huesos!

 

 

2°. Este largo cansancio...

 

Este largo cansancio se hará mayor un día

y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir

arrastrando su masa por la rosada vía

por donde van los hombres, contentos de vivir...

 

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,

que otra dormida llega a la quieta ciudad.

Esperaré que me hayan cubierto totalmente...

¡y después hablaremos por una eternidad!

 

Sólo entonces sabrás el por qué, no madura

para las hondas huesas tu carne todavía,

tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:

sabrás que en nuestra alianza signo de astros había

y, roto el pacto enorme, tenías que morir...

 

 

3°. Malas manos tomaron tu vida...

 

Malas manos tomaron tu vida desde el día

en que, a una señal de astros, dejara su plantel

nevado de azucenas. En gozo florecía.

Malas manos entraron trágicamente en él.

 

Y yo dije al Señor: "Por las sendas mortales

le llevan, ¡sombra amada que no saben guiar!

¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales

o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

 

"¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!

Su barca empuja un negro viento de tempestad.

Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor".

 

Se detuvo la barca rosa de su vivir...

¿Que no sé del amor, que no tuve piedad?

¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!

 

 

País de la ausencia

 

                                             A Ribeiro Couto

 

País de la ausencia

extraño país,

más ligero que ángel

y seña sutil,

color de alga muerta,

color de neblí,

con edad de siempre,

sin edad feliz.

 

No echa granada,

no cría jazmín,

y no tiene cielos

ni mares de añil.

Nombre suyo, nombre,

nunca se lo oí,

y en país sin nombre

me voy a morir.

 

Ni puente ni barca

me trajo hasta aquí,

no me lo contaron

por isla o país.

Yo no lo buscaba

ni lo descubrí.

 

Parece una fábula

que yo me aprendí,

sueño de tomar

y de desasir.

Y es mi patria donde

vivir y morir.

 

Me nació de cosas

que no son país;

de patrias y patrias

que tuve y perdí;

de las criaturas

que yo vi morir;

de lo que era mío

y se fue de mí.

 

Perdí cordilleras

en donde dormí;

perdí huertos de oro

dulces de vivir;

perdí yo las islas

de caña y añil,

y las sombras de ellos

me las vi ceñir

y juntas y amantes

hacerse país.

 

Guedejas de nieblas

sin dorso y cerviz,

alientos dormidos

me los vi seguir,

y en años errantes

volverse país,

y en país sin nombre

me voy a morir.

 

 

Riqueza

 

Tengo la dicha fiel

y la dicha perdida:

la una como rosa,

la otra como espina.

De lo que me robaron

no fui desposeída:

tengo la dicha fiel

y la dicha perdida,

y estoy rica de púrpura

y de melancolía.

¡Ay, qué amante es la rosa

y qué amada la espina!

Como el doble contorno

de dos frutas mellizas,

tengo la dicha fiel

y la dicha perdida....

 

 

Todas íbamos a ser reinas...

 

Todas íbamos a ser reinas,

de cuatro reinos sobre el mar:

Rosalía con Efigenia

y Lucila con Soledad.

 

En el valle de Elqui, ceñido

de cien montañas o de más,

que como ofrendas o tributos

arden en rojo y azafrán.

 

Lo decíamos embriagadas,

y lo tuvimos por verdad,

que seríamos todas reinas

y llegaríamos al mar.

 

Con las trenzas de los siete años,

y batas claras de percal,

persiguiendo tordos huidos

en la sombra del higueral.

 

De los cuatro reinos, decíamos,

indudables como el Korán,

que por grandes y por cabales

alcanzarían hasta el mar.

 

Cuatro esposos desposarían,

por el tiempo de desposar,

y eran reyes y cantadores

como David, rey de Judá.

 

Y de ser grandes nuestros reinos,

ellos tendrían, sin faltar,

mares verdes, mares de algas

y el ave loca del faisán.

 

Y de tener todos los frutos,

árbol de leche, árbol del pan,

el guayacán no cortaríamos

ni morderíamos metal.

 

Todas íbamos a ser reinas,

y de verídico reinar;

pero ninguna ha sido reina

ni en Arauco ni en Copán...

 

Rosalía besó marino

ya desposado con el mar,

y al besador, en las Guaitecas,

se lo comió la tempestad.

 

Soledad crió siete hermanos

y su sangre dejó en su pan,

y sus ojos quedaron negros

de no haber visto nunca el mar.

 

En las viñas de Montegrande,

con su puro seno candeal,

mece los hijos de otras reinas

y los suyos nunca-jamás.

 

Efigenia cruzó extranjero

en las rutas, y sin hablar,

le siguió, sin saberle nombre,

porque el hombre parece el mar.

 

Y Lucila, que hablaba a río,

a montaña y cañaveral,

en las lunas de la locura

recibió reino de verdad.

 

En las nubes contó diez hijos

y en los salares su reinar,

en los ríos ha visto esposos

y su manto en la tempestad.

 

Pero en el valle de Elqui, donde

son cien montañas o son más,

cantan las otras que vinieron

y las que vienen cantarán:

 

«En la tierra seremos reinas,

y de verídico reinar,

y siendo grandes nuestros reinos,

llegaremos todas al mar».

 

 

Vergüenza

 

Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa

como la hierba a que bajó el rocío,

y desconocerán mi faz gloriosa

las altas cañas cuando baje el río.

 

Tengo vergüenza de mi boca triste,

de mi voz rota y mis rodillas rudas.

Ahora que me miraste y que viniste,

me encontré pobre y me palpé desnuda.

 

Ninguna piedra en el camino hallaste

más desnuda de luz en la alborada

que esta mujer a la que levantaste,

porque oíste su canto, la mirada.

 

Yo callaré para que no conozcan,

mi dicha los que pasan por el llano,

en el fulgor que da a mí frente tosca

y en la tremolación que hay en mi mano...

 

Es noche y baja a la hierba el rocío;

mírame largo y habla con ternura,

¡que mañana al descender al río

la que besaste llevará hermosura!

 

 

Volverlo a ver

 

¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas

de temblor de astros, ni en las alboradas

vírgenes, ni en las tardes inmoladas?

 

¿Al margen de ningún sendero pálido,

que ciñe el campo, al margen de ninguna

fontana trémula, blanca de luna?

 

¿Bajo las trenzaduras de la selva,

donde llamándolo me ha anochecido,

ni en la gruta que vuelve mi alarido?

 

¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde,

en remansos de cielo o en vórtice hervidor,

bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror!

 

¡Y ser con él todas las primaveras

y los inviernos, en un angustiado

nudo, en torno a su cuello ensangrentado!

 

 

Yo canto lo que tú amabas, vida mía...

 

Yo canto lo que tú amabas, vida mía,

por si te acercas y escuchas, vida mía,

por si te acuerdas del mundo que viviste,

al atardecer yo canto, sombra mía.

 

Yo no quiero enmudecer, vida mía.

¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías?

¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía?

 

Soy la misma que fue tuya, vida mía.

Ni lenta ni trascordada ni perdida.

Acude al anochecer, vida mía;

ven recordando un canto, vida mía,

si la canción reconoces de aprendida

y si mi nombre recuerdas todavía.

 

Te espero sin plazo ni tiempo.

No temas noche, neblina ni aguacero.

Acude con sendero o sin sendero.

Llámame a donde tú eres, alma mía,

y marcha recto hacia mí, compañero.

Tomado de;

http://amediavoz.com/mistral.htm

 

 

Miedo

 

Yo no quiero que a mi niña

 

golondrina me la vuelvan;

 

se hunde volando en el Cielo

 

y no baja hasta mi estera;

 

en el alero hace el nido

 

y mis manos no la peinan.

 

Yo no quiero que a mi niña

 

golondrina me la vuelvan.

 

Yo no quiero que a mi niña

 

la vayan a haer princesa.

 

Con zapatitos de oro

 

¿cómo juega en las praderas?

 

Y cuando llegue la noche

 

a mi lado no se acuesta...

 

Yo no quiero que a mi niña

 

la vayan a hacer princesa.

 

Y menos quiero que a un día

 

me la vayan a hacer reina.

 

La subirían al trono

 

a donde mis pies no llegan.

 

Cuando viniese la noche

 

yo no podría mecerla...

 

¡Yo no quiero que a mi niña

 

me la vayan a hacer reina!

 

 

EL DIOS TRISTE

Mirando la alameda, de otoño lacerada,

la alameda profunda de vejez amarilla,

como cuando camino por la hierba segada

busco el rostro de Dios y palpo su mejilla.

 

Y en esta tarde lenta como una hebra de llanto

por la alameda de oro y de rojez yo siento

un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto

¡y lo conozco triste, lleno de desaliento!

 

Y pienso que tal vez Aquel tremendo y fuerte

Señor, al que cantara de locura embriagada,

no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte

tiene la mano laxa, la mejilla cansada.

 

Se oye en su corazón un rumor de alameda

de otoño: el desgajarse de la suma tristeza;

su mirada hacia mí como lágrima rueda

y esa mirada mustia me inclina la cabeza.

 

Y ensayo otra plegaria para este Dios doliente,

plegaria que del polvo del mundo no ha subido:

"Padre, nada te pido, pues te miro a la frente

y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido."

 

 

VIERNES SANTO

El sol de Abril aun es ardiente y bueno

y el surco, de la espera, resplandece;

pero hoy no llenes l'ansia de su seno,

porque Jesús padece.

 

No remuevas la tierra. Deja, mansa

la mano y el arado; echa las mieses

cuando ya nos devuelvan la esperanza,

que aun Jesús padece.

 

Ya sudó sangre bajo los olivos,

y oyó al que amó que lo negó tres veces.

Mas, rebelde de amor, tiene aún latidos,

¡aun padece!

 

Porque tú, labrador, siembras odiando

y yo tengo rencor cuando anochece,

y un niño hoy va como un hombre llorando,

Jesús padece.

 

Está sobre el madero todavía

y sed tremenda el labio le estremece.

¡Odio mi pan, mi estrofa y mi alegría,

porque Jesús padece!

 

 

AL OÍDO DEL CRISTO (II)

Aman la elegancia de gesto y color.

y en la crispadura tuya del madero,

era tu sudar sangre, tu último temblor

y el resplandor cárdeno del Calvario entero,

 

les parece que hay exageración.

y plebeyo gusta; el que Tú lloraras

y tuvieras sed y tribulación,

no cuaja en sus ojos dos lágrimas claras.

 

Tienen ojo opaco de infecunda yesca,

sin virtud de llanto, que limpia y refresca;

tienen una boca de suelto botón

 

mojada en lascivia, ni firme ni roja,

¡y como de fines de otoño, así, floja

e impura, la poma de su corazón!

 

 

APEGADO A MÍ

Velloncito de mi carne

que en mis entrañas tejí,

velloncito tembloroso,

¡duérmete apegado a mí!

 

La perdiz duerme en el trigo

escuchándola latir.

No te turbes por aliento,

¡duérmete apegado a mí!

 

Yo que todo lo he perdido

ahora tiemblo hasta al dormir.

No resbales de mi pecho,

¡duérmete apegado a mí!

 

 

LA MANCA

Que mi dedito lo cogió una almeja,

y que la almeja se cayó en la arena,

y que la arena se la tragó el mar.

Y que del mar la pescó un ballenero

y el ballenero llegó a Gibraltar;

y que en Gibraltar cantan pescadores:

-"Novedad de tierra sacamos del mar,

novedad de un dedito de niña.

¡La que esté manca lo venga a buscar!"

 

Que me den un barco para ir a traerlo,

y para el barco me den capitán,

para el capitán que me den soldada,

y que por soldada pide la ciudad:

Marsella con torres y plazas y barcos

de todo el mundo la mejor ciudad,

que no será hermosa con una niñita

a la que robó su dedito el mar,

y los balleneros en pregones cantan

y están esperando sobre Gibraltar...

Tomado de:

https://poemas.yavendras.com/gabriela-mistral/pag4/

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