lunes, 10 de abril de 2023

POEMAS DE VICENTE GERBASI


Escritos en la piedra

 

En el valle que rodean montañas de la infancia

encontramos escritos en la piedra,

serpientes cinceladas, astros,

en un verano de negras termiteras.

En el silencio del tiempo vuelan los gavilanes,

cantan cigarras de tristeza

como en una apartada tarde de domingo.

Con el verano se desnudan los árboles,

se seca la tierra con sus calabazas.

Pero volverán las lluvias

y de nuevo nacerán las hojas

y los pequeños grillos de las praderas

bajo el soplo de una misteriosa nostalgia del mundo.

 

Y así para siempre

en torno a estos escritos en la piedra,

que recuerdan una raza antigua

y tal vez hablan de Dios.

 

 

 

Hay muchas maneras de estar muerto

 

No quiero explicarme por qué mis ojos

pueden ver este castillo cubierto de hiedras

de verde muy oscuro y solitario

bajo los astros de los búhos,

ni por qué mis ojos pueden detenerse

a ver caer la nieve durante tanto tiempo,

hasta que arropa todos los muertos

y los deja allí con sus vestiduras

de diferentes colores en el hielo.

Mi padre fue enterrado en el trópico,

en Canoabo, y sus ojos, por tanto, no se helaron,

pero sí, tal vez, tuvieron que ver con otras cosas

muy distintas al frío,

sin duda, con culebras que perforan la tierra

y silban a orilla de los muertos

como a la margen de un lago

de juncales remotos y relámpagos.

Hay diferentes maneras de estar muerto,

aun estando vivo en medio de los planetas,

con nuestra cara semejante a la tierra

fotografiada desde Géminis 13,

viendo nuestros propios ojos

rodeados de huesos,

un poco más arriba de los dientes;

ensimismados en los ojos de los pescados

que nos miran en las pescaderías iluminadas.

Hay muchas maneras de estar muerto

y siempre nos es dado tomar nuestro cráneo

y ponerlo a reposar al borde de la tumba

o llevarlo al gran salón de baile,

como tal vez lo hizo Hamlet,

mientras Ofelia s ponía un velo de luna nevada,

ay, de luna nevada entre los abedules.

 

 

 

Los enamorados

 

Los rostros de los enamorados, en el césped,

se vuelven indiferentes, hacia el trueno,

hasta que brillen en la lluvia

que hace temblar las flores.

 

Entre durazneros y almendros,

que al giro de las estaciones

se cubren de abejas,

los enamorados

son un infinito instante,

el sueño del tiempo

estremecido en su propia tempestad.

 

El relámpago va huyendo

entre rosas y gallos.

 

El tiempo se hunde con ramas y nubes

en las charcas que de la lluvia

cerca de los enamorados

que eternamente olvidan

su propia historia,

abandonados al relámpago

y a un sabor de mieles silvestres.

Tomado de:

http://amediavoz.com/gerbasi.htm

 

 

 

TE AMO, INFANCIA

 

 

 

Te amo, infancia, te amo,

 

porque aún me guardas un césped con cabras,

 

tardes con cielos de cometas

 

y racimos de frutos en los pasados ramajes.

 

 

 

Te amo, infancia, te amo

 

porque me regalas la lluvia

 

que hace crecer los riachuelos de mi aldea,

 

porque le diste a mis ojos un arcoiris sobre las colinas.

 

 

 

¿Aún existen los naranjos

 

que plantó mi padre en el patio de la casa,

 

el horno donde mi madre hacía el pan

 

y doradas roscas con azúcar y canela?

 

 

 

¿Recuerdas nuestro perro que jugando

 

me mordía las piernas y las manos?

 

Nacían puntos de sangre, un pequeño dolor,

 

pero todo pasaba pronto con el sabor de las guayabas,

 

 

 

Te amo, infancia, te amo

 

porque eras pobre como un juguete campesino,

 

porque traías los Reyes Magos por la ventana.

 

 

 

Un día llevaste a la puerta de mi casa

 

un hombre de barba que hacía bailar un oso a golpes de

 

tambor,

 

y otro día le dijiste a mi padre que me regalara un asno

 

negro.

 

 

 

¿Recuerdas que tú y yo lo bañábamos en el río?

 

¿Recuerdas que había una penumbra de bambú y helecho?

 

 

 

Te amo, infancia, te amo

 

porque me ponías triste cuando estaba enfermo,

 

cuando mi madre me hablaba de su tierra lejana.

 

 

 

¿Recuerdas? Una vez me mostraste un eclipse a las diez de

 

la mañana

 

y las aves volvieron a dormir.

 

 

 

¿Existe aún aquel niño sin parientes

 

que un día bajó de la montaña

 

y me pidió el pan que yo comía en la plaza de la aldea?

 

 

 

Te amo, infancia, te amo

 

porque me regalaste mi aldea con su torre,

 

y sus días de fiesta con toros y jinetes y cintas

 

y globos de papel y guitarras campesinas

 

que encendían las primeras estrellas más allá de los árboles.

 

 

 

Te amo, infancia, te amo

 

porque te recuerdo a cada instante,

 

en el comienzo del día y en la caída de la noche,

 

en el sabor del pan,

 

en el juego de mis hijos,

 

en las horas duras de mis pasos,

 

en la lejanía de mi madre

 

que está hecha a tu imagen y semejanza

 

en la proximidad de mis huesos.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2013/04/poesia-venezolana-vicente-gervasi/

 

 

CANTO III

Relámpago extasiado entre dos noches,

pez que nada entre nubes vespertinas,

palpitación del brillo, memoria aprisionada,

tembloroso nenúfar sobre la oscura nada,

sueño frente a la sombra: eso somos.

Por el agua estancada va taciturno el día,

doblegando los juncos hacia barcas de olvido.

El alma silenciosa en las violetas tiembla.

¿No somos un secreto guardado por las horas?

Mirad cómo en el césped de la tarde

la mirada es un brillo de azahares,

cómo se esconde el ser

en el suspiro leve de las frondas.

Algo se cierra siempre en torno a nuestra frente.

El frío de las piedras corre por nuestra sangre.

Un susurrar de nardo desciende por los valles.

Y siempre el hombre solo, bajo el sol y los truenos,

perseguido por voces y látigos y dientes.

El hombre siempre solo, con su mirada, suya,

con sus recuerdos, suyos, y con sus manos, suyas.

El hombre interrogando a sus calladas sombras.

Escucha: yo te llamo desde mis soledades,

desde mis suspirantes comarcas de palmeras,

abiertas a los signos luminosos del cielo.

El viento se te enreda con nieblas siderales,

y te detiene al pie de negros abedules.

Venados de la luna van corriendo

por la antigua memoria,

y en tu silencio caen llamas del corazón.

 

 

CANTO IV

Lo que siento en mi sangre como un reloj de arena,

cerca de algún retrato, del hilo y del salero;

lo que escucho en mi sangre como un rumor del día,

cuando una mariposa de la noche

viene a besar la sombra de nuestro corazón;

lo que escucho en mi sangre como acordes de luto,

cuando todo se apaga y todo es un ayer,

con rostros, con cenizas y manos en la sombra;

lo que escucho en mi sangre como grano que cae

en la penumbra de los aposentos,

donde el espejo de hundida confidencia

destruye vanamente las máscaras del hombre:

lo que escucho en mi sangre como flautas del sol,

cuando mis hijos danzan en torno a mi existencia

como en una lejana colina de vendimias;

cuando el pensamiento transforma mis secretos

en abismos de yedras,

y reclino mi frente sobre el vino nocturno;

cuando siento mis pasos en la tierra,

cuando digo: tierra,

y sé que estoy aquí iluminándome,

amándola y oyendo su mandato, que es el existir,

en lo que desciende en secreto hacia mi muerte:

rumor que me sostiene y me dibuja

en mi retrato antiguo,

con un halcón sobre el hombro,

en la penumbra de tus olivares:

marco de la conciencia,

enigma de viejos muros,

caída de la luz en la tristeza,

heno en la tarde, nubes de soledad,

higueras de la noche en forma de esqueletos,

mirada hacia la sombra del jaguar.

No somos habitantes de la luz.

Hay lenguas de tinieblas y signos ardorosos

danzando en torno nuestro.

Se nos cae la mirada en anillos de luto,

en juncales de miedo, en estrellas de plata.

La frente va perdida, como ráfaga fría

por la humedad nocturna de los espantapájaros.

¿Cuando sale de ti mi oscuro andar?

Atrás quedan abismos en que mis ojos caen.

El hombre es de la noche que lo sigue,

sueño que el sol defiende,

paréntesis de incierta maravilla,

imagen que derriba la tiniebla.

Aún mi madre contempla tu retrato

y en su cabello blanco se hace un lejano resplandor.

Aquí en la tierra estoy, aquí en la tierra,

y en tu muerte, disperso en mis sentidos.

Y persisten los ojos, las brasas del peligro.

Y el hábito de andar por los sonidos,

por la humedad, la risa, las tinieblas,

donde las lumbres danzan

como reminiscencias de muertes familiares.

Y todo avanza en mí y todo cae, y todo es un rumor,

un acercarse y amar, y un sufrir por lo amado,

y un llevarlo todo al sueño

y hacer de la tierra un sueño.

Y es lo que viene ardiendo, sonando como un trueno

sobre un niño,

desde tu vida dura, desde tu muerte sola,

tu muerte semejante a una llanura,

donde curva la noche su lentitud de estrellas,

con un rumor de cascos, de piedras, de esqueletos,

con guitarras caídas junto al corazón,

con una copla del diablo,

con el azufre del Tirano Aguirre

danzando en las colinas

y lejanos relámpagos antiguos

en un denso horizonte con sombras de diluvio,

y el viento que resuena sobre el sordo tambor

de la tierra caliente,

del agua del caimán y el venenoso diente.

Padre mío, padre de mi huracán. Y de mi poesía.

 

 

CANTO V

A veces caigo en mí, como viniendo de ti,

y me recojo en una tristeza inmóvil,

como una bandera que ha olvidado el viento.

Por mis sentidos pasan ángeles del crepúsculo

y lentos me aprisionan los círculos nocturnos.

Venimos de la noche y hacia la noche vamos.

Escucha. Yo te llamo desde un reloj de piedra,

donde caen las sombras, donde el silencio cae.

Tomado de:

https://www.poemas-del-alma.com/vicente-gerbasi.htm

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