ESPERA
Espera, por lo pronto.
Desconfía de todo, si hace falta.
Pero no de las horas. ¿No te han llevado
hasta ahora a todas partes?
Tus asuntos serán de nuevo interesantes.
El pelo será interesante.
El dolor será interesante.
Los brotes fuera de estación recobrarán su encanto.
Los guantes de segunda mano recobrarán su encanto;
tienen recuerdos que hacen necesarias
otras manos. Y la desolación
de los amantes eso es: un gran vacío
cavado en estos seres minúsculos que somos
reclama ser colmado; un amor nuevo
es necesario por fidelidad al viejo.
Espera.
No te vayas tan pronto.
Estás cansado. Igual que todo el mundo.
Y nadie se ha cansado suficiente.
Espera un poco nada más y escucha.
La música del pelo,
la del dolor, y la de los telares
que traman otra vez nuestros amores.
Escúchala, será la única vez,
para que escuches, sobre todo,
los alientos de toda tu existencia,
que las penas ensayan y a sí misma se toca hasta agotarse.
OTRA NOCHE EN RUINAS
1
Cuando anochece
la niebla se oscurece en las colinas,
púrpura de lo eterno,
pasa un último pájaro
—flop, flop— que adora
solo el instante.
2
Hace nueve años,
en un avión toda la noche en tumbos
sobre el Atlántico,
pude ver, encendida
por los rayos que le salían,
la cara de mi hermano en una nube
que miraba hacia abajo en el azul,
instantes del Atlántico
a la luz de un relámpago.
3
A veces me decía:
“¿Para qué sirve un día?
Esa hoguera que enciendes en la cima
de la desesperanza
podría iluminar el cielo inmenso,
aunque para incendiarlo, es cierto,
tendrías que arrojarte tú a las llamas…”
4
Se rasga el viento en los aleros
de estas ruinas, vacío,
flauta fantasma de los ventisqueros
que afuera en la tiniebla se levantan:
barrancas invertidas donde barre
la noche nuestras alas arrojadas,
nuestras plumas manchadas por la tinta.
5
Escucho.
No oigo nada. Solo
la vaca, la vaca
de este vacío, mugiendo
hasta los huesos.
6
¿Es eso un gallo?
Revuelve
la nieve
buscando
un grano.
Lo encuentra. Le saca llamas.
Se agita. Cacarea.
Brotan
de su frente las llamas.
7
¿Cuántas noches le tomará
a uno como yo aprender
que al fin no estamos hechos de ese pájaro
que se lanza a volar de sus cenizas,
y que nosotros,
cuando entramos en llamas, no tenemos
más trabajo que abrirnos
y ser
las llamas?
Tomado de:
https://aurelioasiain.com/2014/11/17/tres-poemas-de-galway-kinnell-1927-2014/
IV
QUERIDA EXTRAÑA
PRESENTE EN LA MEMORIA AL LADO DEL AZUL JUNIATA
1
Habiendo dándome por vencido
ante el empleado traspuesto
bajo su reloj, que debería haberme despertado golpeando
ya es de mañana
en la chapa de metal cerrada a llave por la policía,
Pude oír las campanas
de la Vieja Torre, tenue campana del sanctus flotando
sobre la ciudad –tañido
de nuestros amores
la peristalsis de la voluntad de amar para siempre
que desciende, grano
a grano, hasta el último,
el más frío cuarto, que es la memoria—
y puse atención a los gusanos
que viven en las camas donde han muerto los viejos
y buscan salir
para penetrar en el cerebro y cortar
los nervios que sostienen al libro de la solitud.
2
Querido Galway,
Comenzó ya tarde una noche de abril
cuando no pude dormir. Eran las noches previas a la luna nueva. Mi mano se
dormía, el lápiz recorrió la página arrastrado no sé por qué. Dibujó círculos y
ochos y mandalas. Grité. Tuve que arrojar el lápiz. Estaba temblando. Me metí
en la cama y traté de orar. Finalmente me relajé. Entonces sentí que mi boca se
abría. Mi lengua se movía, mi aliento no era el mío. El susurro que se abrió
camino entre mis dientes dijo: Virginia, tus ojos relumbran hacia mí desde mi
mundo. Oh Dios, pensé. Se me cortó la respiración, mi corazón se abrió. Oh Dios
pensé. Ahora tengo un demonio por amante.
Tuya, sin fe para esta vida,
Virginia.
3
Al ocaso, junto al azul Juniata—
“una América rural”, decía la revista,
“ahora perdida, pero presente en la memoria,
un primario jardín perdido para siempre…”.
(“Verás”, le dije a mamá, “solamente creemos que estamos aquí…”)—
los cazadores de raíces
avanzan rumbo a los bosques, extraen
raíces del amor de los virginales claros, doblan
tallos sobre las empuñaduras de las palas
y las apalancan, con un gran,
sordo, último
retumbo
cuando cada raíz se desgaja de su sitio.
4
Llene una tetera
De agua azul.
Hiérvala sobre una fogata de varas
de fresno. Muela raíces.
Arrójelas. Déjelas que maceren. Recaliente
sobre las cenizas del fresno. Embotelle.
Séllelas con el pulgar
de un muerto. Que se maduren
cuarenta días en estiércol de caballo
en la espesura. Bébalo.
Duerma.
Y cuando te levantes—
si es que te levantas—será en el año sotíaco
hecho de enhiestos fragmentos
recuperados de todos los fracasos
de años previos, chatarra
y restos de tiempo que la mortalidad
no pudo moler para su pitanza de risa y sangre.
Y si hubiera un amor más
por conocer, un poema más
que abrir a la vida,
lo encontrarás aquí
o en ninguna parte. Tu mano se moverá
por su propia cuenta
por el curvado sendero,
atraído por el terror y el terrible señuelo
del vacío:
un rostro se materializa en tus manos,
en la absoluta blancura de las páginas
un poema se escribe sólo: su título –el sueño
de todos los poemas y el texto
de todos los amores—“Ternura hacia la Existencia”.
5
En esta orilla –nuestra orilla—
de las desvanecidas, azules aguas, te recuestas,
llorando en tu lecho, escuchando esos
leves,
temibles retumbos
de las despedidas que al ocaso allanan los virginales bosques.
Yo, también, he comido
la pitanza de la oscura orilla, en el colchón
del tiempo, donde un colgajo con forma de cuerpo
yace junto a un colgajo –sepulturas
arrojadas en medio
por quienes llegaron antes,
amantes,
o amorosos amigos,
o extraños
que amaron aquí,
o rechinaron sus dientes en la pesadilla aquí,
o hablaron de sus aventuras de una noche,
de la campana del sanctus
sonando cada hora para morir contra el vidrio laminado de la
ciudad—
Yazgo sin dormir, recordando
el desgarrado cuerpo
de la gallina, el calor de la carne de la gallina
asustando a mi mano,
todos sus deseos,
todos sus cadavéricos olores,
floreciendo de nuevo a la luz de las estrellas. Y luego la espera—
no muy larga, concedo, pero toda mi vida—
por el leve, tenue
impacto de su regreso contra las piedras.
¿Será alguna vez verdad—
todos los cuerpos, un cuerpo, una luz
hecha de la conjunción de la oscuridad de todos?
6
Querido Galway,
No tengo a nadie a quien dirigirme
porque Dios es mi enemigo. Me dio lujuria y gozo y me cortó las manos. Mi
cerebro ha sido ahogado con su sangre. Pregunté por qué he de amar este cuerpo
que temo. Él dijo: es tan señorial, que no puede ser formado de nuevo –querido,
radiante féretro. ¿No has estado nunca tan orgullosa de algo que lo has querido
de presa? Su voz ahoga mi garganta. Alma de áspides, amo y captor: me quiere
matar. Perdona mi ceguera.
Tuya, en la oscuridad,
Virginia
7
Querida extraña
presente en la memoria al lado del azul Juniata,
estas cartas
al otro lado del espacio supongo
serán todo lo que sabremos el uno del otro.
Tan poco de lo que uno es se teje a sí mismo a través del ojo
del vacío espacio.
No importa.
El yo es lo de menos.
Deja que nuestras cicatrices se enamoren.
Tomado de:
https://gerardo1313.wordpress.com/2013/10/15/martes-de-poesia-galway-kinnell/
Comiendo moras
Amo salir a finales de septiembre
entre las gordas, bien maduras, frías y negras moras
para comer moras en el desayuno,
los tallos muy espinosos son un castigo
ganado por conocer el negro arte
de la hechura de las moras; y al estar entre ellas
levantando los tallos hacia mi boca, las bayas más maduras
caen casi sin invitación a mi lengua
como hacen a veces las palabras, ciertas palabras peculiares
como «fortalezas» o «entrecerrar»,
con muchas letras, grumos monosilábicos,
que exprimo, aprieto abiertos, y derrocho
en el silencioso, atemorizado, frío, negro lenguaje
de comer moras a finales de septiembre.
El 26 de diciembre
Un martes, día de Tiw,
dios de la guerra, amanece en la oscuridad.
El corto día de vacaciones para hablar junto al fuego,
flotar con zapatos de nieve entre
antiguos arces podados a sí mismos,
visitar, ser visitado, dar
un medidor de lluvia, recibir calcetines rojos,
viendo a los escribanos nivales casi terminar
sus cabezas en la nieve apuñalando en espiral pedacitos
de semillas de girasol los carboneros cabecinegros
sostienen con sus patas una rama
y la cortan, esparciendo escombros
como carniceros descuidados, se acabó.
Empieza la vida irregular. Llamadas telefónicas,
búsquedas en Google, cartas evasivas,
preparativos complicados, faxes,
dudas, consultas,
correos electrónicos, besos dados solemnemente.
Tomado de:
BAJO LA LUNA DE MAUD
1
En el sendero,
a un costado de este húmedo sitio
de fogatas olvidadas:
ceniza negra, negras piedras, donde los trampas
acaso acuclillados,
sin poder calentarse al calor de una débil fogata,
mastican entre las charcas
el pan maldito que impide recibir la extremaunción.
Me detengo,
reúno leña,
corteza seca, y por ella,
cuyo rostro
sostuve entre mis manos
algunas horas y que dejé
sólo para seguir sosteniendo el vacío que habitaba,
enciendo
una pequeña fogata bajo la lluvia.
La oscura leña
arde, adentro los escarabajos relojes de la muerte
comienzan a quedarse sin tiempo, puedo ver
los miembros muertos, entreverados,
suplicando una vez más al universo, y escucho
en la leña húmeda el crujido intermitente
que separa una vez más el mismo abrazo.
Las gotas de la lluvia intentan
apagar el fuego,
caen en él
y se transforman: se rompe una promesa,
la promesa hecha entre la tierra y el agua, entre la
[carne y el espíritu, se rompe,
sólo para ser ofrendada de nuevo
una y otra vez en las nubes, y para ser rota de nuevo
una y otra vez en la tierra.
2
Me siento un momento
al lado de la fogata, bajo la lluvia, pronuncio
unas palabras hacia el corazón del fuego:
piedra santa lisa piedra, y canto
una canción que solía desentonar
para mi hija cuando tenía pesadillas.
En algún sitio, lejos de donde estoy,
un oso negro yace en lo alto
de una loma, oteando
el aire. Percibe el aroma de las plantas
floreciendo y el olor de tierra mojada,
finalmente se levanta,
mordisquea algunas flores y se aleja pesadamente,
su pelaje resplandece
bajo la lluvia.
La grasa quemada rezume
de mis palabras, mas la única nota
sostenida
permanece: una nota de amor
que se tuerce debajo de mi lengua, como el ladrido
[del
coyote
que al final se curva, transformándose
en aullido.
3
Una bebé
de redondas mejillas despierta
en su cuna. Sus verdes pañales
se rompieron,
filamento y vestidura se rasgaron
forzando que se abriera
la flor azul.
Entonces ella, la recién nacida,
la que canta y llora,
la que comienza el camino, su cabello
brotando apenas,
sus encías preparándose para su primera primavera
[sobre la tierra,
el vaho del amanecer aún adherido
a su rostro,
pone la mano
en la boca de su padre, para aprehender
su canción.
4
Todo ha terminado,
pequeña, los vuelcos
y giros, los saltos líquidos
de campana, sola en la unidad absoluta
colina abajo, debajo
del solitario ombligo milenario,
empujas de nuevo hacia adelante,
recordando las corrientes oscuras y lentas
mientras te acurrucas
y con una rodilla o con el codo presionas
la pared resbalosa, esculpiendo el mundo
en cada movimiento —una corriente trepidante
de sangre umbilical, vibrando, te inunda.
5
Su cabeza
entra en el túnel
que empieza a jalarla hacia afuera: se amolda
[perfectamente
a su cuerpo, según su naturaleza, y la entrega
a la estremecedora presión de la partida, las lentas,
agonizantes contracciones dando los últimos
detalles al molde de su vida, en la oscuridad.
6
El ojo negro
se abre, la pupila
se enmaragaña con cabellos negros
y se detiene, el chacra ubicado en lo alto
del cerebro pulsa un largo instante, envuelto en la
[luz del mundo,
ella gira su rostro hacia la luz,
un bulto
de carne atónita
cuajada en queso celestial, resplandeciendo
con el violeta astral
de la vida subterránea. Y cuando cortan
el cordón que la unía a la oscuridad,
ella muere
un instante, se torna azul como carbón apagado,
las pequeñas extremidades tiemblan
mientras se vacían de recuerdos. Cuando
la ponen de cabeza, colgando
de los pies, súbitamente
jala aire, gritando
su primera canción, su piel se sonrosa,
y los implumes bracitos aletean
despacio, intentando aferrarse ya
al vacío.
7
Llorabas,
hacía frío
en nuestra casa en la colina,
tu cuna se balanceaba
en la oscuridad, y justo donde comienza
la curva de la sonrisa, tallada en madera con un cuchillo,
una extraña tristeza, más extraña que la nuestra,
se filtraba desde el otro mundo,
yo iba a verte
y me ponía a cantarte,
sentado a tu lado. Y aunque no podías aprehender ese
[instante,
te surgirá el recuerdo
desde las zonas silentes
del cerebro, un espectro, descendiente
de ancestros fantasmales, cantando
en las noches para ti;
no las canciones luminosas
que se dice
emanan de los resplandecientes y ondulantes cabellos de
[los ángeles,
sino una canción carrasposa y oscura
que desde mi lengua florecía.
Y cuando la luna de Maud, con luz vacilante
y débil, se asomaba aquellas primeras noches,
mientras el Arquero,
en su cuna de estrellas,
mamaba el frío calostro del cosmos,
yo bajaba sigiloso la colina
hasta la ribera del río, que con un largo estruendo
alcanza la cima del ser y perece, desembocando
en los pantanos donde la tierra brota mezclada
con frías corrientes de agua, acariciando al mundo
con el tenue resplandor
del comienzo.
Ahí fue donde aprendí mi única canción.
Y cuando llegue el día
en que la orfandad te encuentre,
vacía,
sin el arrullo del viento y de la luz,
con trozos de pan maldito sobre tu lengua,
quizá mi voz regrese
a ti,
espectral,
desde aquel sitio a donde va todo lo que muere,
llamándote
¡hermana!
Entonces
podrás abrir este libro,
aunque sea el libro de las pesadillas.
Tomado de:
https://elcoloquiodelosperros.weebly.com/traducciones/galway-kinnell
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