domingo, 11 de agosto de 2024

POEMAS DE GALWAY KINNELL


 

ESPERA

 

Espera, por lo pronto.

Desconfía de todo, si hace falta.

Pero no de las horas. ¿No te han llevado

hasta ahora a todas partes?

Tus asuntos serán de nuevo interesantes.

El pelo será interesante.

El dolor será interesante.

Los brotes fuera de estación recobrarán su encanto.

Los guantes de segunda mano recobrarán su encanto;

tienen recuerdos que hacen necesarias

otras manos. Y la desolación

de los amantes eso es: un gran vacío

cavado en estos seres minúsculos que somos

reclama ser colmado; un amor nuevo

es necesario por fidelidad al viejo.

 

Espera.

No te vayas tan pronto.

Estás cansado. Igual que todo el mundo.

Y nadie se ha cansado suficiente.

Espera un poco nada más y escucha.

La música del pelo,

la del dolor, y la de los telares

que traman otra vez nuestros amores.

Escúchala, será la única vez,

para que escuches, sobre todo,

los alientos de toda tu existencia,

que las penas ensayan y a sí misma se toca hasta agotarse.

 

 

OTRA NOCHE EN RUINAS

 

1

Cuando anochece

la niebla se oscurece en las colinas,

púrpura de lo eterno,

pasa un último pájaro

—flop, flop— que adora

solo el instante.

 

2

Hace nueve años,

en un avión toda la noche en tumbos

sobre el Atlántico,

pude ver, encendida

por los rayos que le salían,

la cara de mi hermano en una nube

que miraba hacia abajo en el azul,

instantes del Atlántico

a la luz de un relámpago.

 

3

A veces me decía:

“¿Para qué sirve un día?

Esa hoguera que enciendes en la cima

de la desesperanza

podría iluminar el cielo inmenso,

aunque para incendiarlo, es cierto,

tendrías que arrojarte tú a las llamas…”

 

4

Se rasga el viento en los aleros

de estas ruinas, vacío,

flauta fantasma de los ventisqueros

que afuera en la tiniebla se levantan:

barrancas invertidas donde barre

la noche nuestras alas arrojadas,

nuestras plumas manchadas por la tinta.

 

5

Escucho.

No oigo nada. Solo

la vaca, la vaca

de este vacío, mugiendo

hasta los huesos.

 

6

¿Es eso un gallo?

Revuelve

la nieve

buscando

un grano.

Lo encuentra. Le saca llamas.

Se agita. Cacarea.

Brotan

de su frente las llamas.

 

7

¿Cuántas noches le tomará

a uno como yo aprender

que al fin no estamos hechos de ese pájaro

que se lanza a volar de sus cenizas,

y que nosotros,

cuando entramos en llamas, no tenemos

más trabajo que abrirnos

y ser

las llamas?

Tomado de:

https://aurelioasiain.com/2014/11/17/tres-poemas-de-galway-kinnell-1927-2014/

 

 

IV
 
QUERIDA EXTRAÑA
 
PRESENTE EN LA MEMORIA AL LADO DEL AZUL JUNIATA

 

1

 

Habiendo dándome por vencido

 

ante el empleado traspuesto

 

bajo su reloj, que debería haberme despertado golpeando

 

ya es de mañana

 

en la chapa de metal cerrada a llave por la policía,

 

Pude oír las campanas

 

de la Vieja Torre, tenue campana del sanctus flotando

 

sobre la ciudad –tañido

 

de nuestros amores

 

la peristalsis de la voluntad de amar para siempre

 

que desciende, grano

 

a grano, hasta el último,

 

el más frío cuarto, que es la memoria—

 

y puse atención a los gusanos

 

que viven en las camas donde han muerto los viejos

 

y buscan salir

 

para penetrar en el cerebro y cortar

 

los nervios que sostienen al libro de la solitud.

 

2

 

Querido Galway,

 

Comenzó ya tarde una noche de abril cuando no pude dormir. Eran las noches previas a la luna nueva. Mi mano se dormía, el lápiz recorrió la página arrastrado no sé por qué. Dibujó círculos y ochos y mandalas. Grité. Tuve que arrojar el lápiz. Estaba temblando. Me metí en la cama y traté de orar. Finalmente me relajé. Entonces sentí que mi boca se abría. Mi lengua se movía, mi aliento no era el mío. El susurro que se abrió camino entre mis dientes dijo: Virginia, tus ojos relumbran hacia mí desde mi mundo. Oh Dios, pensé. Se me cortó la respiración, mi corazón se abrió. Oh Dios pensé. Ahora tengo un demonio por amante.

 

Tuya, sin fe para esta vida,

 

Virginia.

 

3

 

Al ocaso, junto al azul Juniata—

 

“una América rural”, decía la revista,

 

“ahora perdida, pero presente en la memoria,

 

un primario jardín perdido para siempre…”.

 

(“Verás”, le dije a mamá, “solamente creemos que estamos aquí…”)—

 

los cazadores de raíces

 

avanzan rumbo a los bosques, extraen

 

raíces del amor de los virginales claros, doblan

 

tallos sobre las empuñaduras de las palas

 

y las apalancan, con un gran,

 

sordo, último

 

retumbo

 

cuando cada raíz se desgaja de su sitio.

 

4

 

Llene una tetera

 

De agua azul.

 

Hiérvala sobre una fogata de varas

 

de fresno. Muela raíces.

 

Arrójelas. Déjelas que maceren. Recaliente

 

sobre las cenizas del fresno. Embotelle.

 

Séllelas con el pulgar

 

de un muerto. Que se maduren

 

cuarenta días en estiércol de caballo

 

en la espesura. Bébalo.

 

Duerma.

 

 

 

Y cuando te levantes—

 

si es que te levantas—será en el año sotíaco

 

hecho de enhiestos fragmentos

 

recuperados de todos los fracasos

 

de años previos, chatarra

 

y restos de tiempo que la mortalidad

 

no pudo moler para su pitanza de risa y sangre.

 

Y si hubiera un amor más

 

por conocer, un poema más

 

que abrir a la vida,

 

lo encontrarás aquí

 

o en ninguna parte. Tu mano se moverá

 

por su propia cuenta

 

por el curvado sendero,

 

atraído por el terror y el terrible señuelo

 

del vacío:

 

un rostro se materializa en tus manos,

 

en la absoluta blancura de las páginas

 

un poema se escribe sólo: su título –el sueño

 

de todos los poemas y el texto

 

de todos los amores—“Ternura hacia la Existencia”.

 

5

 

En esta orilla –nuestra orilla—

 

de las desvanecidas, azules aguas, te recuestas,

 

llorando en tu lecho, escuchando esos

 

leves,

 

temibles retumbos

 

de las despedidas que al ocaso allanan los virginales bosques.

 

Yo, también, he comido

 

la pitanza de la oscura orilla, en el colchón

 

del tiempo, donde un colgajo con forma de cuerpo

 

yace junto a un colgajo –sepulturas

 

arrojadas en medio

 

por quienes llegaron antes,

 

amantes,

 

o amorosos amigos,

 

o extraños

 

que amaron aquí,

 

o rechinaron sus dientes en la pesadilla aquí,

 

o hablaron de sus aventuras de una noche,

 

de la campana del sanctus

 

sonando cada hora para morir contra el vidrio laminado de la ciudad—

 

Yazgo sin dormir, recordando

 

el desgarrado cuerpo

 

de la gallina, el calor de la carne de la gallina

 

asustando a mi mano,

 

todos sus deseos,

 

todos sus cadavéricos olores,

 

floreciendo de nuevo a la luz de las estrellas. Y luego la espera—

 

no muy larga, concedo, pero toda mi vida—

 

por el leve, tenue

 

impacto de su regreso contra las piedras.

 

¿Será alguna vez verdad—

 

todos los cuerpos, un cuerpo, una luz

 

hecha de la conjunción de la oscuridad de todos?

 

6

 

Querido Galway,

 

No tengo a nadie a quien dirigirme porque Dios es mi enemigo. Me dio lujuria y gozo y me cortó las manos. Mi cerebro ha sido ahogado con su sangre. Pregunté por qué he de amar este cuerpo que temo. Él dijo: es tan señorial, que no puede ser formado de nuevo –querido, radiante féretro. ¿No has estado nunca tan orgullosa de algo que lo has querido de presa? Su voz ahoga mi garganta. Alma de áspides, amo y captor: me quiere matar. Perdona mi ceguera.

 

Tuya, en la oscuridad,

 

Virginia

 

7

 

Querida extraña

 

presente en la memoria al lado del azul Juniata,

 

estas cartas

 

al otro lado del espacio supongo

 

serán todo lo que sabremos el uno del otro.

 

Tan poco de lo que uno es se teje a sí mismo a través del ojo

 

del vacío espacio.

 

No importa.

 

El yo es lo de menos.

 

Deja que nuestras cicatrices se enamoren.

Tomado de:

https://gerardo1313.wordpress.com/2013/10/15/martes-de-poesia-galway-kinnell/

 

 

Comiendo moras

 

Amo salir a finales de septiembre

entre las gordas, bien maduras, frías y negras moras

para comer moras en el desayuno,

los tallos muy espinosos son un castigo

ganado por conocer el negro arte

de la hechura de las moras; y al estar entre ellas

levantando los tallos hacia mi boca, las bayas más maduras

caen casi sin invitación a mi lengua

como hacen a veces las palabras, ciertas palabras peculiares

como «fortalezas» o «entrecerrar»,

con muchas letras, grumos monosilábicos,

que exprimo, aprieto abiertos, y derrocho

en el silencioso, atemorizado, frío, negro lenguaje

de comer moras a finales de septiembre.

 

 

El 26 de diciembre

 

Un martes, día de Tiw,

dios de la guerra, amanece en la oscuridad.

El corto día de vacaciones para hablar junto al fuego,

flotar con zapatos de nieve entre

antiguos arces podados a sí mismos,

visitar, ser visitado, dar

un medidor de lluvia, recibir calcetines rojos,

viendo a los escribanos nivales casi terminar

sus cabezas en la nieve apuñalando en espiral pedacitos

de semillas de girasol los carboneros cabecinegros

sostienen con sus patas una rama

y la cortan, esparciendo escombros

como carniceros descuidados, se acabó.

Empieza la vida irregular. Llamadas telefónicas,

búsquedas en Google, cartas evasivas,

preparativos complicados, faxes,

dudas, consultas,

correos electrónicos, besos dados solemnemente.

Tomado de:

https://desprendida.com/2023/10/17/daniel-perez-segura-galway-kinnell-literatura-estadounidense-poesia-estadounidense/

 

 

BAJO LA LUNA DE MAUD

 

1

 

En el sendero,

a un costado de este húmedo sitio

de fogatas olvidadas:

ceniza negra, negras piedras, donde los trampas

acaso acuclillados,

sin poder calentarse al calor de una débil fogata,

mastican entre las charcas

el pan maldito que impide recibir la extremaunción.

 

Me detengo,

reúno leña,

corteza seca, y por ella,

cuyo rostro

sostuve entre mis manos

algunas horas y que dejé

sólo para seguir sosteniendo el vacío que habitaba,

 

enciendo

una pequeña fogata bajo la lluvia.

 

La oscura leña

arde, adentro los escarabajos relojes de la muerte

comienzan a quedarse sin tiempo, puedo ver

los miembros muertos, entreverados,

suplicando una vez más al universo, y escucho

en la leña húmeda el crujido intermitente

que separa una vez más el mismo abrazo.

 

Las gotas de la lluvia intentan

apagar el fuego,

caen en él

y se transforman: se rompe una promesa,

la promesa hecha entre la tierra y el agua, entre la

                                                  [carne y el espíritu, se rompe,

sólo para ser ofrendada de nuevo

una y otra vez en las nubes, y para ser rota de nuevo

una y otra vez en la tierra.

 

 

2

 

Me siento un momento

al lado de la fogata, bajo la lluvia, pronuncio

unas palabras hacia el corazón del fuego:

piedra santa lisa piedra, y canto

una canción que solía desentonar

para mi hija cuando tenía pesadillas.

 

En algún sitio, lejos de donde estoy,

un oso negro yace en lo alto

de una loma, oteando

el aire. Percibe el aroma de las plantas

floreciendo y el olor de tierra mojada,

finalmente se levanta,

mordisquea algunas flores y se aleja pesadamente,

su pelaje resplandece

bajo la lluvia.

 

La grasa quemada rezume

de mis palabras, mas la única nota

sostenida

permanece: una nota de amor

que se tuerce debajo de mi lengua, como el ladrido

                                                                                                [del coyote

que al final se curva, transformándose

en aullido.

 

 

3

 

Una bebé

de redondas mejillas despierta

en su cuna. Sus verdes pañales

se rompieron,

filamento y vestidura se rasgaron

forzando que se abriera

la flor azul.

 

Entonces ella, la recién nacida,

la que canta y llora,

la que comienza el camino, su cabello

brotando apenas,

sus encías preparándose para su primera primavera

                                                                                         [sobre la tierra,

el vaho del amanecer aún adherido

a su rostro,

pone la mano

en la boca de su padre, para aprehender

su canción.

 

 

4

 

Todo ha terminado,

pequeña, los vuelcos

y giros, los saltos líquidos

de campana, sola en la unidad absoluta

colina abajo, debajo

del solitario ombligo milenario,

empujas de nuevo hacia adelante,

recordando las corrientes oscuras y lentas

mientras te acurrucas

y con una rodilla o con el codo presionas

la pared resbalosa, esculpiendo el mundo

en cada movimiento —una corriente trepidante

de sangre umbilical, vibrando, te inunda.

 

 

5

 

Su cabeza

entra en el túnel

que empieza a jalarla hacia afuera: se amolda

                                                                       [perfectamente

a su cuerpo, según su naturaleza, y la entrega

a la estremecedora presión de la partida, las lentas,

agonizantes contracciones dando los últimos

detalles al molde de su vida, en la oscuridad.

 

 

6

 

El ojo negro

se abre, la pupila

se enmaragaña con cabellos negros

y se detiene, el chacra ubicado en lo alto

del cerebro pulsa un largo instante, envuelto en la

                                                                                    [luz del mundo,

ella gira su rostro hacia la luz,

un bulto

de carne atónita

cuajada en queso celestial, resplandeciendo

con el violeta astral

de la vida subterránea. Y cuando cortan

 

el cordón que la unía a la oscuridad,

ella muere

un instante, se torna azul como carbón apagado,

las pequeñas extremidades tiemblan

mientras se vacían de recuerdos. Cuando

 

la ponen de cabeza, colgando

de los pies, súbitamente

jala aire, gritando

su primera canción, su piel se sonrosa,

 

y los implumes bracitos aletean

despacio, intentando aferrarse ya

al vacío.

 

 

7

 

Llorabas,

hacía frío

en nuestra casa en la colina,

tu cuna se balanceaba

en la oscuridad, y justo donde comienza

la curva de la sonrisa, tallada en madera con un cuchillo,

una extraña tristeza, más extraña que la nuestra,

se filtraba desde el otro mundo,

 

yo iba a verte

y me ponía a cantarte,

sentado a tu lado. Y aunque no podías aprehender ese

                                                                                                              [instante,

te surgirá el recuerdo

desde las zonas silentes

del cerebro, un espectro, descendiente

de ancestros fantasmales, cantando

en las noches para ti;

no las canciones luminosas

que se dice

emanan de los resplandecientes y ondulantes cabellos de

                                                                                                            [los ángeles,

sino una canción carrasposa y oscura

que desde mi lengua florecía.

 

Y cuando la luna de Maud, con luz vacilante

y débil, se asomaba aquellas primeras noches,

mientras el Arquero,

en su cuna de estrellas,

mamaba el frío calostro del cosmos,

 

yo bajaba sigiloso la colina

hasta la ribera del río, que con un largo estruendo

alcanza la cima del ser y perece, desembocando

en los pantanos donde la tierra brota mezclada

con frías corrientes de agua, acariciando al mundo

con el tenue resplandor

del comienzo.

Ahí fue donde aprendí mi única canción.

 

Y cuando llegue el día

en que la orfandad te encuentre,

vacía,

sin el arrullo del viento y de la luz,

con trozos de pan maldito sobre tu lengua,

 

quizá mi voz regrese

a ti,

espectral,

desde aquel sitio a donde va todo lo que muere,

llamándote

¡hermana!

 

Entonces

podrás abrir este libro,

aunque sea el libro de las pesadillas.

Tomado de:

https://elcoloquiodelosperros.weebly.com/traducciones/galway-kinnell

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