Caída la hoja miro...
Caída la hoja miro,
ya que tu olvido decrece
la calidad del suspiro
que firme en la voz se mece.
La sombra de tu retiro
no a la noche pertenece,
si insisto y la sombra admiro
tu ausencia no viene y crece.
La sustancia del vacío
sólo halla su concierto
elaborando el desvelo
que presagia el cuerpo yerto.
Diosa perdida en el cielo,
yo con el cuerpo porfío.
Cuerpo desnudo
Cuerpo desnudo en la barca.
Pez duerme junto al desnudo
que huido del cuerpo vierte
un nuevo punto plateado.
Entre el boscaje y el punto
estática barca exhala.
Tiembla en mi cuello la brisa
y el ave se evaporaba.
El imán entre las hojas
teje una doble corona.
Sólo una rama caída
ilesa la barca escoge
el árbol que rememora
sueño de sierpe a la sombra.
El abrazo
Los dos cuerpos
avanzan, después de romper el espejo
intermedio, cada cuerpo reproduce
el que está enfrente, comenzando
a sudar como los espejos.
Saben que hay un momento
en que los pellizcará una sombra
algo como el rocío, indetenible como el humo.
La respiración desconocida
de lo otro, del cielo que se inclina
y parpadea, se rompe
muy despacio esa cáscara de huevo.
La mano puesta en el hombro de la mujer.
Nace en ellos otro temblor,
el invisible, el intocable, el que está ahí,
grande como la casa, que es otro cuerpo
que contiene y luego se precipita
en un río invisible, intocable.
Las piernas tiemblan, afanosas de llegar
a la tierra descifrada,
están ahora en el cuerpo sellado.
Comienza apoyándose enteramente,
un cuerpo oscuro que penetra
en la otra luz
que se va volviendo oscura
y que es ella ahora la que comienza
a penetrar.
Lo oscuro húmedo que desciende
en nuestro cuerpo.
Tiemblan como la llama
rodeada de un oscilante cuerpo oscuro.
La penetración en lo oscuro,
pero el punto de apoyo es ligeramente incandescente,
después luminoso
como los ojos acabados de nacer,
cuando comienzan su victoriosa aprobación.
La mano no está ya en el otro hombro.
Se establece otro puente
que respaldan los cuerpos penetrantes.
Ya los dos cuerpos desaparecen,
es la gran nebulosa oscura
que apuntala su aspa de molino.
Los dos cuerpos giran
en la rueda de volantes chispas.
Como después de una lenta y larga nadada,
reaparecen los cabellos llenos de tritones.
Miramos hacia atrás separando el oleaje
Y aparece el desierto con alfombras y dátiles.
Los dos cuerpos desparecen
en un punto que abre su boca.
Lo húmedo, lo blando,
la esponja infinitamente extensiva,
responden en la puerta,
abrillantada con ungüentos
de potros matinales
y luces de faisanes con los ojos apenas recordados.
El dolmen que regala los dones
en la puerta aceitada,
suena silenciosamente su madera vieja.
Los dos cuerpos desaparecen
y se unen en el borde de una nube.
La manta, la lechuza marina,
seca el sudor estrellado
que los cuerpos exhalan en la crucifixión.
El árbol y el falo
no conocen la resurrección,
nacen y decrecen con la media luna
y el incendio del azufre solar.
Los dos cuerpos ceñidos,
el rabo del canguro
y la serpiente marina,
se enredan y crujen en el casquete boreal.
El esperado
Para José Rey
Al fin llegó el esperado,
se abrieron las puertas de la casa
y de nuevo se encendieron las luces.
Una sombra ligera había repasado
las paredes, que brillaban como ojos metálicos.
El esperado comprobó cada uno de los secretos
que guardaba la casa mágica
llena de los amigos que fueron llegando
con gorgueras nadantes, en campanillas
de congelados sonidos como albatros.
Hay un rincón
que se abre como un libro de cetrería
y se cierra como un antifonario
en la medianoche temblequeante.
Sus páginas son la escarcha
que penetra en un paquete sellado.
Sus silenciosos tumultos
son llamas en el agua,
que ven de cerca, día por día,
el reloj coralino
que ensaliva la eternidad.
Una eternidad sucia, confundida,
que da tropezones en la ley matinal
y se reconoce y se come a sus hijos,
como el caballo de la noche
que relincha sin tregua.
Es una bobalicona batalla
en donde todos nos quedamos
dormidos. Y nos van diciendo
quiénes son los vencidos
y los que siembran maíz,
polvos de arroz,
confundidos con la grasa de la mula
en la coronación.
La talanquera mugiendo con las vacas.
Los flautines bucoliastas,
dije de ostras lagañudas,
inician el asedio.
El incendio tamboril
desordena el asalto.
En el bostezo, nubes
y números de nubes,
de confín en confín.
El suplente
Vendrá el suplente en agua a conversar.
Se dirigirá hacia el norte donde tejen,
desconocido llegará a los que lo protegen.
Se arrancará su diente y a sembrar.
Vendrá el suplente en vino a pelear,
esgrimirá la traílla en zumbido planetario,
tropezará con el estilo rufián del carbonario.
Se apretará el chaleco y a bromear.
Los dos suplentes no se encontrarán en la escalera
aunque dejarán sus huellas en el molde de cera,
al mismo tiempo se taparán con las dos hojas de la
puerta.
No se saludarán al valsar los largos corredores,
pero se embriagarán con los mismos escanciadores.
Ya llega el otro suplente para tirar del rabo de la
puerca.
Esperar la ausencia
Estar en la noche
esperando una visita,
o no esperando nada
y ver cómo el sillón lentamente
va avanzando hasta alejarse de la lámpara.
Sentirse más adherido a la madera
mientras el movimiento del sillón
va inquietando los huesos escondidos,
como si quisiéramos que no fueran vistos
por aquellos que van a llegar.
Los cigarros van reemplazando
los ojos de los que no van a llegar.
Colocamos el pañuelo
sobre el cenicero para que no se vea
el fondo de su cristal,
los dientes de sus bordes,
los colores que imitan sus dedos
sacudiendo la ausencia y la presencia
en las entrañas que van a ser sopladas.
La visita o la nada
cubiertas por el pañuelo,
como el llegar de la lluvia
para oídos lejanos,
saltan del cenicero,
preparando la eternidad
de sus pisadas o se organizan
inclinándose sobre un montón de hojas
que chisporrotean sobre el jarrón
de la abuela,
huyendo del cenicero.
La noche va a la rana de sus metales...
La noche va a la rana de sus metales,
palpa un buche regalado para el palpo,
el rocío escuece a la piedra en gargantilla
que baja para tiznarse de humedad al palpo.
La rana de los metales se entreabre en el sillón
y es el sillón el que se hunde en el pozo hablador.
el fragmento aquel sube hasta el farol
y la rana, no en la noche, pega su buche en el
respaldo.
La noche rellenada reclama la húmeda montura,
la yerba baila en su pequeño lindo frío,
pues se cansa de ser la oreja no raptada.
la hoja despierta como oreja, la oreja
amanece como puerta, la puerta se abre al caballo.
Un trotito aleve, de lluvia, va haciendo hablar las
yerbas.
Llamado del deseoso
Deseoso es aquel que huye de su madre.
Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la
secularidad de la saliva.
La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.
Deseoso es dejar de ver a su madre.
Es la ausencia del sucedido de un día que se prolonga
y es la noche que esa ausencia se va ahondando como un
cuchillo.
Es esa ausencia se abre una torre, en esa torre baila
un fuego hueco.
y así se ensancha y la ausencia de la madre es un mar
en calma.
Pero el huidizo no ve el cuchillo que le pregunta,
es la madre, de los postigos asegurados, de quien se
huye.
Lo descendido en vieja sangre suena vacío.
La sangre es fría cuando desciende y cuando se esparce
circulizada.
la madre es fría y está cumplida.
Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.
No es por las puertas donde se asoma nuestro abandono.
Es por un claro donde la madre sigue marchando, pero ya
no nos sigue.
Es por un claro, allí se ciega y bien nos deja.
Ay del que no marcha esa marcha donde la madre ya no le
sigue, ay.
No es desconocerse, el conocerse sigue furioso como en
sus días,
pero el seguirlo sería quemarse dos en un árbol,
y ella apetece mirar el árbol como una piedra,
como una piedra con la inscripción de ancianos juegos.
Nuestro deseo no es alcanzar o incorporar un fruto
ácido.
El deseoso es el huidizo.
Y de los cabezazos con nuestras madres cae el planeta
centro de mesa
y ¿de dónde huimos, si no es de nuestras madres de
quien huimos
que nunca quieren recomenzar el mismo naipe, la misma
noche
de igual ijada descomunal?
Lo inaudible
Es inaudible,
no podremos saber si las hojas
se acumulan y suenan al encaramarse
la mirona lagartija sobre la hoja.
Nos roza la frente
y creemos que es un pañuelo
que nos está tapando los ojos.
El oro caminaba
después hacia la hoja
y la hoja iba hacia la casa
vacía del otoño, donde lo inaudible
se abrazaba con lo invisible
en un silencioso gesto de júbilo.
Lo inaudible
gustaba del vuelo de las hojas,
reposaba entre el árbol inmóvil
y el río de móvil memoria.
Mientras lo inaudible lograba
su reino, la casa oscilaba,
pero su interior permanecía intocable.
De pronto, una chispa
se unió a lo inaudible
y comenzó a arder escondido
debajo del sonido facetado del espejo.
La casa recuperó su movilidad
y comenzó de nuevo a navegar.
Tomado de:
http://amediavoz.com/lezamalima.htm
UNA BATALLA CHINA
Separados por la colina ondulante,
dos ejércitos enmascarados
lanzan interminables aleluyas de combate.
El jefe, en su tienda de campaña,
interpreta las ancestrales furias de su pueblo.
El otro, fijándose en la línea del río,
ve su sombra en otro cuerpo, desconociéndose.
Las músicas creciendo con la sangre
precipitan la marcha hacia la muerte.
Los dos ejércitos, como envueltos por las nubes,
se adormecen borrando los escarceos temporales.
Los dos jefes se han quedado como petrificados.
Después cuentan las sombras que huyeron del cuerpo,
cuentan los cuerpos que huyeron por el río.
Uno de los ejércitos logró mantener
unida su sombra con su cuerpo,
su cuerpo con la fugacidad del río.
El otro fue vencido por un inmenso desierto
somnoliento.
Su jefe rinde su espada con orgullo.
LA SALIVA DEL GALLO…
La saliva del gallo rechazada por la sustancia.
Su pluma no va a su esencia.
El gallo en los infiernos de papel.
La boca del buey como pozo.
Suéltame, que me reduzco y grito.
Ciégame, que me abarco y comprendo.
LA MUJER Y LA CASA
Hervías la leche
y seguías las aromosas costumbres del café.
Recorrías la casa
con una medida sin desperdicios.
Cada minucia un sacramento,
como una ofrenda al peso de la noche.
Todas tus horas están justificadas
al pasar del comedor a la sala,
donde están los retratos
que gustan de tus comentarios.
Fijas la ley de todos los días
y el ave dominical se entreabre
con los colores del fuego
y las espumas del puchero.
Cuando se rompe un vaso,
es tu risa la que tintinea.
El centro de la casa
vuela como el punto en la línea.
En tus pesadillas
llueve interminablemente
sobre la colección de matas
enanas y el flamboyán subterráneo.
Si te atolondraras,
el firmamento roto
en lanzas de mármol,
se echaría sobre nosotros.
Tomado de:
https://vuelapalabra.com/cinco-poemas-de-jose-lezama-lima/
Retrato de don Francisco de Quevedo
Sin dientes, pero con dientes
como sierra y a la noche no cierra
el negro terciopelo que lo entierra
entre el clavel y el clavón crujiente.
Bailados sueños y las jácaras molientes
sacan el vozarrón Santiago de la tierra.
Noctámbulo tizón traza en vuelo ardientes
elipses en Nápoles donde el agua yerra.
Múerdago en semilla hinchado por la brisa
risota en el infierno, el tiburón quemado
escamas suelta, tonsurado yerto.
En el fin de los fines ¿qué es esto?
Roto maíz entuerto en el faisán barniza
y en la horca se salva encaramado.
Ernesto Guevara comandante nuestro
Ceñido por la última
prueba, piedra pelada de los comienzos para oír las inauguraciones del verbo,
la muerte lo fue a buscar. Saltaba de chamusquina para árbol, de aquileida
caballo hablador para hamaca donde la india, con su cántaro que coagula los
sueños, lo trae y lo lleva. Hombre de todos los comienzos, de la última prueba,
del quedarse con una sola muerte, de particularizarse con la muerte, piedra
sobre piedra, piedra creciendo el fuego. La citas con Tupac Amaru, las
charreteras bolivarianas sobre la plata del Potosí, le despertaron los
comienzos, la fiebr, los secretos de ir quedándose para siempre. Quiso hacer de
los Andes deshabitados, la casa de los secretos. El huso de transcurso, el
aceite amaneciendo, el carbunclo trocándose en la sopa mágica. Lo que se
ocultaba y se dejaba ver era nada menos que el sol, rodeado de medialunas
incaicas, de sirena del séquito de Viracocha, sirenas con sus grandes
guitarras. El medialunero Viracocha transformando las piedras en guerreros y
los guerreros en piedras. Levantando por el sueño y las invocaciones a la
ciudad de las murallas y las armaduras. Nuevo Viracocha, de él se esperaban
todas las saetas de la posibilidad y ahora se esperan todos los prodigios en la ensoñación.
Como Anfiareo, la muerte
no interrumpe sus recuerdos. La aristía, la protección en el combate, la tuvo
siempre a la hora de los gritos y la arreciada del cuello, pero también la
areteia, el sacrificio, el afán de holocausto. El sacrificarse en la pirámide
funeral, pero antes dio las pruebas terribles de su tamaño para
transfiguración. Dondequiera que hay una piedra, decía Nietzsche, hay una
imagen. Y su imagen es uno de los comienzos de los prodigios, del sembradío en
la piedra, es decir, el crecimiento tal como aparece en las primeras teogonías,
depositando la región de la fuerza en el espacio vacío.
Sobre un grabado de alquimia china
Debajo de la mesa
se ven como tres puertas
de pequeños hornos,
donde se ven piedras y
varas ardiendo,
por donde asoma el enano
que masca semillas para el
sueño.
Encima de la mesa
se ven tres cojines grises
y azules,
en dos de ellos hay como
figuras geométricas
hechas con huevos
irrompibles.
Al lado un jarrón sin
ornamento.
Pedazos de leña por el
suelo.
Un hombre curvado con una
balanza
pesa una cesta de
almendras.
La varilla de ébano
Alcanza de inmediato el
fiel.
El hombre que vende
teme a los tres pequeños
hornos
que esconden debajo de la
mesa.
Por allí deben salir
las figuras esperadas
que vendrán cuando el
pesador
logre el centro de la
canasta.
A su derecha el hombre que
contempla
absorto al pesador,
juega con unos pájaros.
Tomado de:
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