sábado, 3 de agosto de 2024

POEMAS DE MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ


UN TREN ATRAVIESA LAS ESTEPAS DE LA MADRUGADA

A Carlos Rafael Rodríguez

 

No parará,

 

no parará,

 

no parará este tren hasta llegar el día.

 

No parará hasta las terminales del amanecer.

 

Con el estruendo de su prisa invade

 

los túneles dormidos,

 

desgarra los andenes desolados,

 

estremece los pasos a nivel.

 

No parará,

 

no parará.

 

Sus ruedas,

 

violentas y seguras,

 

isócronas y tercas,

 

golpean hasta el alma

 

las vías que se juntan y se apartan,

 

las vías que se apartan y se juntan

 

en una sola flecha rauda.

 

No parará,

 

no parará,

 

no parará esta cólera de lámparas

 

que cruza entre rebaños de vapores

 

por las estepas de la madrugada.

 

No parará,

 

no parará ni aunque los negros puentes

 

chillen en sus herrumbres,

 

crujan en sus pilastras.

 

No parará,

 

no parará.

 

Contra la noche y la ventisca avanza.

 

Viene de lejos con su faro insomne,

 

evaporándose en las distancias.

 

Reapareciendo en las soledades.

 

No parará,

 

no parará,

 

no parará.

 

Abandonó crepúsculos y ríos

 

tras los semáforos de las fronteras

 

y dejó atrás pañuelos blancos

 

entre amarillas novias muertas.

 

No parará en brumosos caseríos

 

ni en estaciones perdidas.

 

No parará,

 

no parará

 

este tren hasta llegar el día.

 

 

YA PODÉIS PERDONARME

Ya podéis perdonarme:

 

ya no soy malo.

 

ya nada me asombra,

 

por tanto nada me indigna,

 

a nadie aborrezco,

 

todo lo asumo.

 

Ya todo lo espero,

 

por tanto nada me hiere,

 

a nadie lapido,

 

a todos abrazo.

 

Ya nada ambiciono,

 

por tanto a nadie persigo,

 

de nada presumo,

 

a nadie hago sombra.

 

Ya yo no soy malo,

 

aunque, os lo advierto,

 

algunos resabios me quedan

 

de cuando fui humano.

 

 

PATRIA

Una extensión de tierra,

 

un arco de costa, un mar,

 

unas casas, unas calles,

 

tres o cuatro ríos,

 

sin régimen de lluvias,

 

un jardín, unas montañas,

 

algunas frustraciones

 

y quizás una utopía,

 

un guiso, una canción, un árbol,

 

una historia en parte emocionante,

 

una manera de decir las cosas,

 

los padres que van envejeciendo

 

en un patio de provincia,

 

acaso también unos hermanos

 

que completan la saga familiar,

 

y unos amigos…

 

Eso y algo más es patria

 

si cabe ahí la libertad.

 

Si no cabe yo prefiero

 

morirme de distancia.

Tomado de:

https://gafe.info/5-poemas-de-manuel-diaz-martinez/poesia/poemas/

 

 

¿QUIÉN?

 

¿Quién habita la casa que habité,

quién toca las maderas que toqué,

quién ve los resplandores que yo vi,

quién vive las penumbras que viví,

 

quién sueña en la ventana en que soñé,

quién llora en la escalera en que lloré,

quién abre los batientes que yo abrí,

quién ríe en el pasillo en que reí,

 

quién cabalga en los hombros de mi sombra,

quién habla, grita, llama y no me nombra,

quién mis brazos desplaza con sus brazos,

 

quién llena mi silueta sin saberlo,

quién anda hacia su muerte y, sin quererlo,

ocupa con sus pies mis viejos pasos?

 

 

ESOS ADIOSES BREVES

 

De las flores de ese vaso,

la más cautivadora

es esa rosa a punto ya de incorporarse

a la penumbra

como el humo al viento.

 

Pétalos suyos

han ido cayendo en torno al vaso,

abandonando en ella

un vago ademán de despedida.

 

Y ahora que estamos solos,

enlazados por un mismo silencio,

le pregunto y me pregunto

si son de ella, sólo

de ella,

esos adioses breves.

 

 

PARA MATAR AL MINOTAURO Y SALIR DEL LABERINTO

 

Homenaje al pintor canario

Óscar Domínguez

por su Minotauro

 

Teseo,

has de saber que un dios que reina en las tinieblas

por encima de los otros dioses,

ducho en tejer y destejer caminos,

con más poder que iglesias y gobiernos,

mafias, sindicatos, 

monopolios y partidos,

digamos un dios de dioses, que llamaré Acaso,

reparte el destino a los mortales.

 

Quiso este dios que el hijo de un déspota cretense

fuese muerto en tu ciudad por los hinchas del Atenas

y dispuso que,

ardiendo en sus lágrimas rabiosas,

aquel monarca extremo lanzara los ejércitos de Creta

contra tus hermanos,

jurando degollarlos uno a uno si tu padre Egeo,

rey de Atenas,

no exportaba cada año a Creta jóvenes hermosos

(digamos carne de primera)

para ser devorados por el Minotauro.

 

Y asimismo dispuso

que fueses a matar aquel engendro mitad hombre y mitad toro

en su íngrima y tortuosa madriguera.

Porque ese dios oculto, a ratos humorista,

a ratos cruel

y siempre caprichoso,

que sabe dirigir el vuelo del azar

y programa las sorpresas,

que dibuja el mapa de todas las pérdidas y todos los encuentros

y labra la historia del futuro en una roca que rueda eternamente

hacia ese abismo que llamamos Nunca,

quiso honrarte,

Teseo,

enseñándote a vivir.

Y mejor lección no halló que encararte al Minotauro.

Y en su roca agorera dejó inscrito que aceptabas

tamaño desafío.

 

Bien sabemos que en llegando a Creta tuviste de tu parte a Ariadna,

la astuta y bella hija de aquel Minos,

tirano de cretenses.

Ariadna fue un azar atado a tu destino,

una gracia a tu coraje concedida,

y de su astucia y amor entraste armado al dédalo espantoso.

 

Digamos que Ariadna fue la máxima lección de Acaso.

 

Y es de esperar, Teseo, que tengas aprendido

que sin Ariadna es más difícil matar al Minotauro,

y no digamos salir del laberinto.

 

 

MI VECINO

 

 

Me llevo bien con este hombre taciturno,

infatigable y fornido al que llaman Caronte.

Es mi vecino. Sus hijos retozan con mis perros.

Los críos lo despiden cuando el día declina

y en las mañanas vienen a esperar su regreso

donde amarra la barca, allí, entre esas rocas

que el Leteo lame al pie de mis ventanas.

Muchos amigos míos han viajado con él.

Amigos y amigas que nunca más he visto.

Viejas amistades que ni siquiera escriben

para contarme algo de sus vidas lejanas.

Me han olvidado, pienso, quizás me han olvidado.

Un domingo de feria, bebiéndonos un vino,

le confesé al barquero esa amarga sospecha.

Nada me dijo el hombre y me sirvió otro vaso.

El sol hacía un guiño festivo en la botella.

 

 

OH, TRENES QUE PASÁIS EN LA ALTA NOCHE

 

      Oh, barcos que pasáis en la alta noche

René López

 

En una mínima estación de campo,

cuya puerta es un bostezo ante los rieles,

registro el vértigo de luces

de los trenes que pasan.

 

Sale del silencio el Halley Express,

colma de fulgor y asombro un solo instante de mi vida,

y corre a su origen trepidando,

silbando.

 

Cruza el cometa Diesel de un lado al otro de la noche

envuelto en vapores siderales y ruidos mecánicos.

Repleto de adioses y de parabienes,

vuela al encuentro de las grandes terminales

del recuerdo y la melancolía.

 

Oh, trenes,

los espero, los saludo, los despido.

Siempre hallarán mis ojos muy abiertos

frente a sus ventanas,

enlazadas por la prisa.

Siempre encontrarán a este viajero

ardiendo en el andén.

 

 

NOTA DE VIAJE POR UN SUEÑO

 

Era un pueblo iluminado.

En el parque, muchachos y muchachas daban vueltas

debajo de farolas cubiertas de follaje.

Y como que hablaban y reían.

Los coches, en piqueras,

tenían dispuestos los caballos.

Los cocheros también como que hablaban y reían.

 

Era un pueblo iluminado, navegando

la noche olorosa a mirto y flor de panetela

y susurrante de viento y ramazón de álamos.

Ese era el único sonido en todo el pueblo:

el viento metiéndose en los álamos.

Los pasos de la gente no se oían, 

ni sus voces se oían, ni

se oían el trote del caballo

ni la campanilla del coche bamboleante.

Sólo el rumor del viento metiéndose en los álamos

y perdiéndose en las calles.

 

Era un pueblo iluminado en medio de la noche,

flotando en el olor silvestre de los patios.

 

 

ÁRBOL EN LA TORMENTA

 

Moviéndose en la sombra, batido

por el viento ciego de la noche,

extiende sus ramas hacia mí

en ademán desesperado.

 

¡Qué humana su mole gigantesca,

bajo el cielo turbulento,

estremecida por el desamparo!

 

 

VERSOS A UNA MUJER DIFUNTA

 

¿Quién no te olvidará? ¿Pero quién sí?

Al fin estas preguntas: ya no hay otras.

Tú fuiste tibia, breve, tersa, suave,

destinada al amor como las rosas.

Para el que pasa y mira en tu sepulcro

tu nombre solitario ¿qué eres ahora?

 

Cuando lleguen las nuevas primaveras

tú no estarás despierta ni dormida,

ni encenderá tus rosas el amor,

ni serás tersa, suave, breve, tibia.

Otra vida tendrás, si te recuerdan.

Otra muerte, más honda, si te olvidan.

 

 

ETERNIDAD

 

 

Llegaste muy temprano una mañana,

una mañana de no sé qué día,

una mañana que resplandecía.

Quizás eras tú misma la mañana.

 

Llegaste no recuerdo si mañana,

porque aquella mañana de aquel día

era tanto lo que resplandecía

que confundo el ayer con el mañana.

 

Llegaste como la inicial mañana

llegara sobre el mundo el primer día:

de tu esplendor haciendo la mañana;

de tu esplendor, lo que resplandecía.

 

Y para siempre fuiste la mañana,

la eternidad naciendo con el día.

Tomado de:

https://actaliteraria.blogspot.com/2016/11/poemas-de-manuel-diaz-martinez.html

 

 

Ukase

POR CUANTO

El poeta es auriga y no caballo.

POR TANTO

El poeta manso debe ser distinguido

con un delantal y un cepillo;

al poeta capón se lo azotará en una sex-shop

con un plumero;

el poeta lame culo, de derecha o de izquierda,

deberá jinetear como Lady Godiva,

repartiendo buñuelos.

 

 

Mal tiempo

Afuera llueve demasiado, pero

por momentos amaina el temporal,

y entonces queda goteando sobre todo

una pertinaz melancolía.

Pronostican para las próximas horas

silencios torrenciales

y al final de la jornada

una mudez en forma de nieve.

Serán inútiles las precauciones

para evitar los estragos del mal tiempo,

nos comunica el meteorólogo E. M. Cioran.

 

 

Mi discreto cadáver

Tengo la sana costumbre,

por Feria y por Navidades,

de hacerle largas visitas

a mi discreto cadáver.

Siempre que voy me lo encuentro

más sabio y más saludable

y disfrutando del muere

como no disfruta nadie.

Mi cadáver atesora

una colección de tardes,

de mañanas y de noches

olvidadas u olvidables,

un coche de medio punto,

un camino de ir por partes,

dos mediodías enteros

y un sinfín de eternidades.

Cuando voy a visitarlo

—jamás con acompañante—

lo obsequio con un silencio

dividido en tres mitades.

Él me regala un reloj

de minutos desechables.

Al despedirme le digo:

Never more! Y él dice: ¡Vale!

Tomado de:

https://www.cervantesvirtual.com/obra/poemas-12/

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