sábado, 17 de agosto de 2024

POEMAS DE ROBERT SABATIER

 



El esqueleto y la rosa

 

Le puse entre los dientes unas rosas,

le puse un candelabro de plata sobre el cráneo.

Me creía romántico, mas no,

yo era un hombre y lloraba sobre un cuerpo.

 

Interrogaba a todo lo que queda de un ser

cuando el pájaro, huyendo de su nido,

busca amparo -oh, las flores de la muerte

sólo pueden brotar en plena tierra.

 

De rodillas, el rey pone sus labios

sobre una piedra. Y oye que palpita, palpita

lo que él cree que está vivo más allá de los muros

pero no es más que el eco de antiguas soledades

que le recuerdan una mujer, una mujer.

 

¿Es que acaso sabía que dentro de la piedra

se alimentaba un sapo de ese tiempo inviolado?

En féretro de estaño negro viaja

mi precioso esqueleto prendado de una rosa.

 

De "Los venenos deleitados"

 

Versión de Enrique Moreno Castillo

 

 

Estoy herido por un ser y sé...

 

Estoy herido por un ser y sé

que su herida es hermana de la mía.

Sólo puedo esperar y subsistir

sin cuidarlo pues yo soy su veneno.

No podremos ya nunca liberarnos

de una amenaza absurda que nos une.

Yo soy amor y hago surgir su odio,

y si yo fuera odio él también lo sería.

Con este malvivir tengo que contentarme

y buscar mi socorro en las palabras,

esperar, esperar y guardar mi tristeza

como un impedimento a mi ardiente suicidio.

De "Los venenos deleitados"

Versión de Enrique Moreno Castillo

 

 

La eternidad va a ser un poco larga

 

A menudo entro y salgo de mí mismo

y alguna vez me solicito audiencia.

Topo conmigo en largos corredores

y pongo cara de que no me asombro

o bien me ignoro.

 

Un breve llanto oscuro

rompe un espejo. Vamos de viaje,

nos dejamos, jugamos a escondernos,

mi cuerpo y yo, esposos de la aurora.

 

¿Soy yo sin ser? ¿Y no es soñar vivir

fuera de sí, de los muros, la duda,

donde el cuerpo no llega, porque pesa

más que el bronce y el plomo del cerebro?

 

Y me voy por lugares musicales

para olvidar el sitio donde habito:

la arcilla densa de donde entro y salgo

ya vivir me resigno sin mis alas.

 

-Entrad en mí, pues tengo mil alcobas

para vosotros, salas e invernáculos.

Mas nadie viene, el único invitado

soy yo, en la casa demasiado grande.

 

De "El ave de la mañana"

Versión de Enrique Moreno Castillo

 

 

La invasión

 

Estoy lleno de gritos como un tigre de garras.

Estoy lleno de ti -mis labios son tus labios

y en mis ojos cerrados lloras tú con mis lágrimas.

¿Quién me liberará? El tiempo y el espacio

ya no hablan. Espero. Miro cómo te escapas

y rompe mis pisadas esa nada en tu voz

que ha dejado de hablarme. Invoco tu fantasma,

me responde sin ti con palabras de plomo

y tus mil otras voces en mis venas me hieren.

 

Era como una fiesta. Giraban los tiovivos

y este amor arrojaba la llama de Bengala

que nos quemaba el cuerpo. Cuando un volcán se extingue,

otro volcán renueva sus torrentes de lava.

Solo guardé ceniza, mis lágrimas son negras,

soy un muro de pie entre tantas ruinas.

Padecer así. Escucha. En tus nuevos viajes

¿Olvidarás la voz que se pierde en el tiempo?

 

Por ti quiero morir, brotar y disolverme,

ser el alba y la flor, ser la bruma en el alba,

despertar como un sol que calienta tu cuerpo.

Por ti quiero ser libro y razón de ese libro,

el lector y la hoguera para mi auto de fe,

quiero ser la morada de tu voz, de tus frases,

y en mí solo hay silencio y renglones agónicos

para llenar un fárrago cuya tinta se borra.

 

Me alimento de ti como un tigre de carne,

pero en la remembranza, mientras que un astro aúlla

en el presente y ruge al borde del futuro,

yo solo canto mi hambre, devoro aquellas horas

que tanto nos mecieron, y desgarro esa otra,

ese rostro extranjero que cierra sus fronteras

y muere sólo en mí que tanto ansío su vida.

 

No tengo otra virtud que la de amar el árbol

en el que fui injertado. ¿No ves la rama muerta

que mira en otras ramas los frutos en sazón?

Ha llegado el momento de amarla más que a otra,

de ser deshecha en vida enlazada a su cuerpo.

Al sol de primavera no opongo sino otoños,

con nada viviría y todo me consume

en la savia que gimen los labios de mi herida.

 

De "El ave de mañana"

Versión de Enrique Moreno Castillo

 

 

La tierra del verano

 

Caballo, buen caballo que te acercas

tú no verás jamás lo que yo veo

A acariciar el pelo de la infancia

vine con una llama en cada dedo.

 

Digo palabras, luz me da su aceite

y arde sin consumirse mi mirada

La ciudad que se incendia llevo en mí

y en ella una mujer que hay que salvar

Una alondra, una antorcha sosegada

hija de fuego que insiste en soñar.

 

El aire está repleto de soldados,

de muros, de caballos que se espantan

de galopes furiosos una chispa

bajo los cascos de la tempestad

y mi pecho revienta de metralla

y sólo con mi aliento abraso el bosque.

 

Hablo para la nutria y el visón

hablo para la sed y la laguna

hablo entre mí para apartar las vigas

y el pelo de la frente de mi niño

mi niño más azul que mil caminos

más puro en mí que el árbol en el viento.

 

Caballo, buen caballo que me escuchas

dime que me comprendes, buen caballo.

 

De "Las fiestas solares"

 

Versión de Enrique Moreno Castillo

 

 

Las voces profundas

 

Oigo crecer mis uñas.

Pienso en unos amigos

fuertes como bisontes

luchando contra el tiempo.

 

Voy traduciendo el poema

de una lengua ignorada.

En lo alto de mi ser

una voz quiere hablar.

 

Que los muchos presentes

del cielo y de la tierra,

juntos en esta página,

entreguen sus secretos.

 

Si tuviera el saber

del bello analfabeto,

viviría en colores

en una región negra.

 

¿Qué dios corta su barba

para más parecérsete,

oh rostro mío, liso

como la piel del mar?

 

Yo nunca digo nada

sin escuchar mi cuerpo.

El canta como rosas

en el verano ardiente.

 

De mi piel los amigos

no necesitan labios.

Son músicos igual

que el sol y que la luna.

 

De "El ave de la mañana"

Versión de Enrique Moreno Castillo

 

 

Oír

 

La llamada a la vida aparta los rumores

del tiempo sin ribera. Oye quien calla.

Habla en él tal espacio de existencia

que el árbol muerto empieza a verdecer.

 

Las plantas encerradas en nosotros,

tan discretas en su obra silenciosa,

están en el olvido. Feliz el que las vive

y las oye en la noche de su cuerpo.

 

¿Mas quién recibe el canto sino la hoja

arrojada en el viento, prometida

a la hoguera del tiempo?

 

Con los ojos vendados, las orejas de cera

y el pensamiento abierto como gruta,

la mano fiel que sirve y que recoge

y que se burla al apartar la rama.

 

Escucha mi canción: crece musical

y mis cabellos hacen un murmullo de bosque.

¿Quién habló de la niebla soledad?

Yo llamo muerte a aquello que no existe.

 

De "Ícaro y otros poemas"

Versión de Enrique Moreno Castillo

Tomado de:

http://amediavoz.com/sabatier.htm

 

 

se dijo a sí mismo

 

Se llamó sustancia retráctil.

 

y vacío mental, se dijo

 

bígaro y rosa, o zapato o casa.

 

Amaba

a Dios creyéndolo inmóvil.

 

El que sólo tenía como escenario una calavera, se convirtió en calle y caminó sobre sí mismo.

Al pasar junto a su cuerpo, saludó:

¡Hola, mi cuerpo!, sin escuchar respuesta y se sintió dolido por esta mala educación.

 

Para castigarlo, lo dejó vivir en una pecera: era un pez dorado.

Un poco más tarde, se comió él mismo.

Se quedó solo en el encuentro de los ángeles y cerró sus alas para llorar.

 

 

ya no tengo miedo

 

Ya no tengo miedo, estoy soltando las amarras de la angustia, a ti te toca llevarme, estoy listo, he desempaquetado mis maletas porque a donde voy no sirven.

 

Para viajar sin las preocupaciones del día, él sólo está muerto y él es mi viajero y mi

Virgilio, en la tierra del

Inframundo, seré

Dante y no escribiré.

 

Me tomó un tiempo comprender que el ser no existe, que nunca fui pensado para ser visto y que estaba ausente y no estaba —salvo en unas pocas líneas.

 

 

Las hojas voladoras

 

Adiós mi libro, adiós mi página escrita,

Se desprende de mí como una hoja,

Dejándome desnudo como una instantánea de otoño.

 

Les dedico un arca de la palabra

Para navegar, amigos míos, para navegar

En mi memoria donde los lobos callan.

 

Vuela mi hoja sobre la ciudad,

cruza el río y destruye la frontera.

Amor, amor, ¡oh mi geografía!

 

Y si corres junto a la ola, un sueño

recogerá mis imágenes húmedas

Que en un prado el sol secará.

 

Poeta aquí, poeta como un árbol

Ofreciendo su hoja a la tierra codiciosa

Y en la hierba humus reanimadora.

 

Otro libro, una nueva palabra.

 

Las mismas palabras en otros matrimonios.

 

Y siempre el hombre y su alfombra voladora.

 

 

la palabra

 

Yo era el único que le hablaba a la tormenta.

 

Nadie conocía el idioma del cielo.

 

Y todo en mí se hizo más visible.

 

Me levanté tierno como una pluma

 

Mientras caía una pista muy lejos de mí.

 

Sé lo que significa hablar.

 

Sol, sol, ¿eres mi arteria?

 

¡Vivamos!

¡Vivamos! pero... solo vivimos

 

Así como la luna se proyecta

 

Su rayo azul en nuestras caras blancas.

 

A quien quisiera abrazar el universo,

Un juicio le dio cuatro carreras

Y el suplicio fue decir a los miembros:

Extiéndanse hasta los puntos cardinales

Y serán los amos de la tierra.

 

Agua, agua para apagar en el hombre

Fuegos crueles y falsos dioramas.

Rompiste la evidencia de la mañana

y pereciste en los campos de batalla

para enseñar el error a los pedantes muertos.

 

 

Qué preguntar

 

¿Qué preguntarle a la abeja?

Ser abeja, ser árbol para árbol, ser iris para iris.

¿Qué podemos pedirle al hombre en este jardín?

Ser la abeja, ser el árbol y el iris.

 

Y nómbralas, saborea la palabra con sabor a miel, con olor vegetal; uniéndose a todo para unirse consigo mismo en el conocimiento de la frágil unidad.

 

¿Qué preguntarle a la abeja?

Un silencio, al árbol, la sombra, al iris, la claridad y ¿qué regalar de ti mismo?

Su reverencia a esta ofrenda a quien nos ofrecemos.

Tomado de:

https://www.poemes.co/robert-sabatier.html

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