Preludio de una revolución
Nos acercamos a las rejas de la cárcel y pasamos cigarrillos
y mandarinas y yodo entre las barras.
Todo lo que pensamos que puede sanar a un hombre. Asesinos nos
besan los dedos.
Mercenarios nos cantan canciones sobre una luz sin reflejo
mientras remendamos sus camisas.
Los matones bilingües recitan
lamentos en una lengua, y jóvenes mitos en otra.
Doblamos y desdoblamos nuestras bufandas y los hombres entrecierran
sus ojos
ante la luz del sol, aturdidos por la esperanza. A veces confunden
las paredes de su jaula con su piel. A veces,
con el cielo. Ven sus
muertes en el sudor que oscurece
nuestros vestidos. Para
endulzar las horas compartimos escándalos
de la ciudad, de cómo los curadores sacaron del museo el corazón
de un elefante porque empezó a batir si cualquier enamorado
lo miraba, de cómo el forense encontró foxinos
nadando en los pulmones de una niña ahogada. Ellos preguntan si es cierto,
si engrillaban esclavos uno a otro, en los barcos, para impedir
que se suicidaran.
Decimos que nunca serán libres.
Nos advierten que una noche de
estas el juez despertará y su cama estará reverberando de
avispas, mientras al otro lado de la ciudad el celador contemplará
anonadado las polillas que lo rodean, y luego se dará cuenta de
que él está en llamas.
Evangelio de las profundidades
El mar está sediento y la sombra de una ballena
se mueve bajo el barco, furiosa con las anclas, los arpones,
los pechos curtidos de la sirena de proa.
Y en la cubierta los marineros arrancan la carne
para llegar a la grasa, cortan la cabeza y drenan
el aceite. Toda la noche
sus manos sobre sus caras.
No por vergüenza. No. Tienen ampollas de sangre en las palmas,
pero sus muñecas huelen a mujer.
Mientras muere,
la ballena oye a su madre que canta a las dos millas,
a una braza de profundidad.
Ahora esto, sobre la estación implacable.
Ahora esto, sobre los sueños que surgen del roto corazón de la
ballena,
que gime cánticos de azul zodiacal a los durmientes.
Hay tres canales en la oreja, dos ventanas,
Una voz que viene de la bella difunta. Un himno omega.
Una mente que repasa entre golpes de martillos, la promesa
de música piadosa y enemigo común.
Las luces
se alejan cuando los hombres se meten a sus hamacas, con sus
corazones traduciendo
el evangelio de las profundidades, preguntándose si en verdad oyen
mujeres que cantan
verdes canciones de amor en el agua, o ángeles sordos que cantan
antes de la guerra.
Mañana matarán a los pájaros porque hay demasiada música.
Mañana se levantarán con las manos llenas de suciedad.
Jubileo
Ahora ya sé cuántas millas atraviesa mi sangre
cada año. Ya conozco el
hambre del mendigo—
el vacío entra en mí, mi cuerpo deviene
la caverna que busco. Por
las migas de carne
entre sus dientes, saco a rastras de su guarida la quijada
de un lobo muerto. Estoy
rojo y apestoso por la marcha.
Soy un animal de rapiña en llanto por el ángel
que con sus manos quebradas custodia el osario.
Estoy atormentado, bendecido.
Soy piedra, piedra,
no he temblado. El amor me
clava al mundo.
El laberinto
Pagamos por recorrer el laberinto en el piso de la catedral,
por ingresar al círculo y ser transformados. Tarareando
cánticos sin partitura, repetimos el relato para resucitar
la verdad. Cada cántico es
una absolución.
Cada réquiem un regalo para el Dios que hicimos en la imagen
de nuestro padre. Las
madonas tiritan en la oscuridad que nace
de sus mantos. Nos
advierten: debes confiar en lo sacro
que alberga tu corazón, o soportarlo, y continúan su paciente
ministerio a los pájaros que no gozarán consuelo, que repiten
los horrores que vieron en las bocas de las gárgolas.
No, el abismo no es infinito.
Acecha una media luz, incluso allí.
Pausamos a conocer la eternidad y sentir cómo la niebla sale
flotando
desde hoyos en el techo.
Juramos ser buenos, amar
a nuestras madres, pero aun cuando mentimos a Dios,
él escucha. Los muros
silban su discreta advertencia.
El viento canta a través de agujeros de bala en las ventanas.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2015/08/poesia-norteamericana-traci-brimhall/
Del Libro de Confesiones Sin Firmar
Las campanillas se confiesan al amanecer, que
confiesa su color rosado a las hierbas de la pradera
que necesitan un viento del oeste para terminar de
confesar sus semillas a la estación tardía
. Así como la escalera se confiesa
al granero, que cruje al abrir y cerrar
, la boca de algodón se confiesa al
álamo, cuya confesión es
eclipsada por el relámpago. El alambre de púas
resiste, guarda todos sus secretos y los caballos
en el prado. Las abejas se confiesan bailando.
El vino se confiesa a la botella, húmedo
y a menudo. Una nana se confiesa a un fantasma,
que se confiesa al armario de la cocina.
Las luces parpadean, se encienden y se apagan, se encienden, se
apagan,
confesando su soledad a la casa,
que responde, como un amante, con el silencio.
El amor es
Un paciente, tal vez, con su bata puesta,
agarrándose la barriga y quejándose
de su torpe salud, pidiendo que sus
historias sean borradas con besos. El amor
a veces se emociona un poco por tener un cuerpo,
con sus deliciosas debilidades: escalofríos,
cansancio, papilas gustativas para los macchiatos
y las Oreo. El amor es una tormenta de primavera que viene
a llorar sus pequeñas alegrías sobre las abejas
que zumban en el cementerio. El amor es un nido
de luz de luna, con lo que quiero decir que no es nada
real pero aun así es hermoso, seductor como cualquier
buena imagen. Me siento triste por el amor mientras me froto
los pies en la sala de espera, pero tal vez
mañana se agitará a través del cúmulo
del mediodía, los relámpagos prometen un diluvio de llamas,
la hierba ofrece obediencia al fuego. Si está
llegando, puedo ser paciente como una rosa de Jericó.
Incluso con la lenta lluvia de la mañana disculpándose
con el jardín, el amor es una cabeza sobre mi pecho,
una respiración constante. Es un museo de
sueños compartidos. Es la amnesia rápida de un cuerpo, el dolor
apenas un recuerdo después de la pastilla. Brilla como
una bata de hospital sumergida en luminol. El amor
espera como la mano que está en tu mano y que se extiende
hacia el sonido de tu nombre.
Tomado de:
https://plumepoetry.com/three-poems-32/
Querido Thanatos,
Estoy a tres pensamientos de la tumba,
a dos pasos de la puerta abierta,
a un beso del puente.
Querido volcán ¿dónde estás?
Querido acorazado, tus aviones de guerra
descansan en el fondo del mar,
con anguilas enrolladas en las cabinas.
Querida luna, fuiste un accidente.
Querido segundo latido, me siento aliviado
de que hayas dejado mi cuerpo antes de que pudiera elegir.
Querido fantasma, sal de mi ático, arrástrate
por el desagüe hasta la zanja,
hasta los túneles debajo de la ciudad.
Atormenta a las ratas. Duerme en sus huesos.
Querido moretón, te lo prometo.
Querido fósil, lo siento por la luz.
Querido Tánatos:
Maldita sea la dulce tranquilidad de la noche.
Maldita sea también la luz del día. Suéñame.
Yo en invierno. Yo durmiendo en algún lugar entumecido.
En algún lugar donde Dios no me llame.
Del costado de un hombre que me ruega que sumerja
el pozo y saque el bote. Me comí el hígado.
de una foca y la lengua ártica de un narval. Disparé
a una ballena jorobada con un arpón. Se debatió,
pero cantó los misterios morales, gimió
su historia oral a los submarinos mientras caía,
Su cuerpo es un festín de 100 años para el fondo del océano,
el testamento en su vientre se ha vuelto tan salvaje,
tan atormentado por la duda que ni toda la grasa en
el lomo de la ballena podría quemar el significado.
Tomado de:
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