miércoles, 9 de julio de 2025

POEMAS DE ALÍ CHUMACERO – EN SU NATALICIO-


A tu voz

 

Erígese tu voz en mis sentidos

tornándose en mi cuerpo sueño helado,

y me miro entre espejos congelado,

y mis labios en sombra doloridos.

 

Cuando hablo, mi dolor a ti se vierte,

cálida flor de ceniciento aroma,

y tu voz a mis labios ya no asoma

sino en duro temor de viva muerte.

 

Porque tu sueño en mí su voz levanta,

y enemigo de luz y de sonido

destroza la palabra en mi garganta;

 

así al fin en tinieblas alojado,

ciego de ti, tal un árbol vencido

flota mi cuerpo entre tu voz ahogado.

 

 

A una estatua

 

Cesa tu voz y muere

sobre tus labios mi alegría.

No habrá palabra que en tu piel levante

ni un incierto sabor de brisa oscurecida

como el recuerdo que en mis ojos deja

el paso de tu aliento,

porque vives inmersa en tu silencio,

impenetrable a mis sentidos

y si mis manos en tu piel se posan

inclinas la cabeza,

navegas en un tiempo que escucha tu latido,

y entre sus aguas, inundándote

bajo la tersa forma de su espejo,

estás abandonada,

próxima a ser violenta permanencia,

enemiga de olvidos,

casi perdida en íntima zozobra

y sin más voluntad

que la crueldad entre tus labios muda.

 

Toma tu cuerpo ahora, vuelve el rostro,

mírate así, segura y desplomada

hacia un estanque donde mora el miedo,

donde sólo hay imágenes

y el cuerpo deja su cautivo duelo

para entrar en la fuente de su origen.

Verás nacer el sueño de tu cuerpo

anegando en pureza toda vida,

todo impulso negado en puro movimiento

y toda forma sostenida en puro resplandor

ya no será la flor sino su aroma,

ya no serás tú misma.

 

No importa entonces que de pronto mueras

y pierdas toda sombra

quedándote en escombros defendida,

si toda tú pereces,

náufraga de tu propio mar,

presa dentro de ti, vencida

como ángel que asolado por el fuego

lanzara su impotencia,

y sólo un desengaño

entre rocas de olvido y de tinieblas

dejan tus labios mudos

y la pureza inútil de tu cuerpo.

 

Muere, desnuda forma,

hielo que mata mi alegría,

crueldad vertida en mármol fatigado;

muere ya, y deja que contemple

la lucha de tu cuerpo con la sombra,

el debatir inútil de tus labios

contra el vacío olvido de tus ruinas,

que en ataúd o tumbas duermes

entre un querer o no de tus sentidos.

 

 

A una flor inmersa

 

Cae la rosa, cae

atravesando el agua,

lenta por el cristal de sombra

en que su tallo ahoga;

desciende imperceptible,

clara, ingrávida, pura

y las olas la cubren, la desnudan,

la vuelven a su aroma,

hácenla navegante por la savia

que de la tierra nace

y asciende temblorosa,

desborda la ternura de su tacto

en verde prisionero,

y al fin revienta en flor

como el esclavo que de noche sueña

en una luz que rompa

los orígenes de su sueño,

como el desnudo ciervo, cuando la fuente brota,

que moja con su vaho la corriente

destrozando su imagen.

 

Cae más aún, cae

más allá de su savia,

sobre la losa del sepulcro,

en la mirada de un canario herido

que atreve el último aletazo

para internarse mudo entre las sombras.

Cae sobre mi mano

inclinándose más y más al tacto,

cede a su suavidad de sábana mortuoria

y como un pálido recuerdo

o ángel desalado

pierde una estela de su aroma,

deja una huella pie que no se posa

y yeso que se apaga en el silencio.

 

 

Amor es mar

 

Llegas, amor, cuando la vida ya nada me ofrecía

sino un duro sabor de lenta consunción

y un saberse dolor desamparado,

casi ceniza de tinieblas;

llega tu voz a destrozar la noche

y asciendes por mi cuerpo

como el cálido pulso hacia el latir postrero

de quien a solas sabe

que un abismo de duelo lo sostiene.

 

Nada había sin ti,

ni un sueño transformado en vida,

ni la certeza que nos precipita

hasta el total saberse consumido;

sólo un pavor entre mi noche

levantando su voz de precipicio;

era una sombra que se destrozaba,

incierta en húmedas tinieblas

y engañosas palabras destruidas,

trocadas en blasfemias que a los ojos

ni luz ni sombra daban:

era el temor a ser sólo una lágrima.

 

Mas el mundo renace al encontrarte,

y la luz es de nuevo

ascendiendo hacia el aire

la tersa calidez de sus alientos

lentamente erigidos;

brotan de fuerza y cólera

y de un aroma suave como espuma,

tal un leve recuerdo

que de pronto se hiciera un muro de dureza

o manantial de sombra.

 

Y en ti mi corazón no tiene forma

ni es un círculo en paz con su tristeza,

sino un pequeño fuego,

el grito que florece en medio de los labios

y torna a ser el fin

un sencillo reflejo de tu cuerpo,

el cristal que a tu imagen desafía,

el sueño que en tu sombra se aniquila.

 

Olas de luz tu voz, tu aliento y tu mirada

en la dolida playa de mi cuerpo;

olas que en mí desnúdanse como alas,

hechas rumor de espuma, oscuridad, aroma tierno,

cuando al sentirme junto a tu desnudo

se ilumina la forma de mi cuerpo.

 

Un mar de sombra eres, y entre tu sal oscura

hay un mundo de luz amanecido.

 

 

Anunciación

 

Inserto en soledad

de palabra vertida

que apenas hiriera el silencio,

siento la voz del sueño

con su descenso casi imperceptible

y sus labios de hielo,

mas no el letal dolor que de mí nace,

ni la perenne dicha del misterio aclarado

más allá de las cosas,

del último verano de la sangre

que en su final latir

crece trémula y nos inunda

de su postrer sollozo,

sino el misterio mismo con su propia presencia,

sus invisibles alas, sus invencibles olas

y la marea con que ahoga

la más inundada palabra

o aun la propia voz,

y llega sobre el lecho, silencioso,

negando su sonido,

a destacar su dura esencia

a despertar mi sueño con su sombra,

a rescatarse en mí

como cristal que guarda el recuerdo del aire,

como cuando el silencio

navega en aguas del silencio,

y sobre mi cuerpo desnudo,

tocando con su piel la húmeda frialdad

de mis labios y voz,

llegando hasta debajo de mis párpados,

me inunda lentamente, me apresa con sus redes

y en su océano quedo

como última voz abandonada

o el naufragio de sombra sobre sombra,

y comprendo que sueño y sombra,

confusos para siempre,

no pueden exclamar: "Ésta es mi sangre".

 

 

De tiempo a espacio

 

Naciste desde el fondo de la noche,

del sueño donde el tiempo comienza a ser raíz

y la mirada sólo tibio aire,

cuando aún no era ojo sino apenas un viento suave,

un aroma erigido sin mano que lo toque.

 

Eras la flor ahogada flotando sobre el cuerpo

en nuestro amanecer hacia la luz;

destrozabas la noche con tus ojos,

hundida en mi desnudo

tal un vivo rumor de brisa que al oído

volcara la virtud de su marea,

y mi aliento en tu savia navegaba,

y tu voz en mi pulso se moría

como sombra de ave agonizante,

transformando mi cuerpo en sueño tuyo,

en vivo espejo abandonado

o silencio que cruza los espacios.

 

 

Debate del cuerpo

 

Lamento que entre tumbas se consume

como época de sombra en una desatada tempestad,

mi corazón esparce su evidencia,

su dura flor de roca desolada

y al desbordarse forma

un cálido latir sobre la piel;

golpean más allá del cuerpo sus defendidos límites

prolongando su extrema vigilancia

contra un mundo al fin eco de mi sueño.

 

En ceniza y olvido ha de morir,

mas hoy insiste aquí como quien baña

con un lenguaje mudo sus palabras,

surgido de una voz que interminable se repite

acaso en sombra madurando,

a través de su luz dormida sobre los sentidos

para crear un mundo de armonía,

como un deshecho aliento que retoma a su origen

y vuelve a ser imagen de su fuente.

 

Y soy yo mismo su violento impulso

al anegarme entre mi propia carne,

viviendo en ella defendido,

cómplice de mi ser que contra el tiempo me levanta

con su voraz sentir la vida dentro,

y me abandona a cóleras y miedos,

me hunde en témpanos de espadas,

cuando al mover sus aguas con mis labios,

en lucha contra mi recuerdo,

frente a formas ajenas a mi imagen,

como un abismo ya sin nada cercano al corazón,

en ella me refugio, convencido

de que existo en la vida de mi piel,

habitando el sepulcro de mi cuerpo.

 

Aquí me encuentro oscuro e incorpóreo,

sin un viento que cambie mi identidad continua,

y luego me someto a su olvidado duelo

de lágrimas calladas,

como nace un olvido de otro olvido

y una roca es igual a su dureza.

 

Habito mi probable noche, mi laurel de adversario

sobre la arena trémulo abatido,

y viajo por mi cuerpo

en testimonio de que no existe un espejo

o simple fuente contra mí rebelde,

porque soy mi enemigo sentenciado,

mi propia víctima, la orilla

saciada entre sus límites, en un constante incesto

o presagio de mar que no requiere playa.

 

 

Desvelado amor

 

Cayó desnuda, virgen, la palabra;

cayó la virgen desnudada

bajo mi cuerpo, trémulo latir

que hoy apenas si me pertenece

y me embriaga con cálido rumor,

rodea mi epidermis,

se introduce letal bajo mi lengua,

y mis párpados no lo miran

pero lo sienten desalado,

desolado que busca entre la noche

la amarga conjunción

de dos manos eternamente unidas

en el estrecho abrazo de la muerte.

 

Calló la voz. Mudos los labios

ciñéronse a la sombra

incendiando el incienso de su caída flor;

tan quietos como el sueño que también esperaban

con ansiedad de ciego sobre el tacto;

descansando angustiosos como el árbol sin fruto

bajo la primavera. Y mi cuerpo cayó

a un desesperado cuerpo,

y desde entonces siente

cómo crecen sus nervios en una dura ruina

hecha de sombra y voz estremecidas

por el vivo temor de estrecharse a la noche,

como el mar a las aguas que lo nutren

o la voz a los labios, fuente muda;

y en la quietud nacida

de este limpio silencio que por mi cuerpo corre,

destrozados los labios, la voz y la palabra,

anclado entre mí mismo,

el fuego de mi tacto se adormece

en esta soledad bajo la flor del sueño.

 

 

Diálogo con un retrato

 

Surges amarga, pensativa,

profunda tal un mar amurallado;

reposas como imagen hecha hielo

en el cristal que te aprisiona

y te adivino en duelo,

sostenida bajo un mortal cansancio

o bajo un sueño en sombra, congelada.

En vano te defiendes

cuando tus ojos alzas y me miras

a través de un desierto de ceniza,

porque de ti nada existe que delate

si por tu cuerpo corre luz

o un efluvio de rosas,

sino temor y sombra, la caída

de una ola transformada

en un simple rocío sobre el cuerpo.

Y es verdad: a pesar de ti desciendes

y no existe recuerdo que al mundo te devuelva,

ni quien escuche el lánguido sonar de tus latidos.

Eres como una imagen sin espejo

flotando prisionera de ti misma,

crecida en las tinieblas de una interminable noche,

y te deslíes en suspiros, en humedad y lágrimas

y en un soñar ternuras y silencio.

 

Sólo mi corazón te precipita

como el viento a la flor o la mirada,

reduciéndote a voz aún no erigida,

disuelta entre la lengua y el deseo.

De allí has de brotar hecha ceniza,

hecha amargura y pensamiento,

creada nuevamente de tus ruinas,

de tu temor y espanto.

Y desde allí dirás que amor te crea,

que crece con terror de ejércitos luchando,

como un espejo donde el tiempo muere

convertido en estatua y en vacío.

Porque ¿quién eres tú sino la imagen

de todo lo que nutre mi silencio,

y mi temor de ser sólo una imagen?

 

 

El hijo natural

 

A su pregunta, yo sobre la piel

veía los silencios cruzar el transparente

origen del pecado.

Quizá fue por la tarde

o cierta madrugada, cuando el insomnio era

escándalo antes y después, y al alma

en sordo interrogar de prisionero

urdía entre la sombra la varonil espera

de la perduración.

 

De su mirar volaban

retratos, somnolencias, un rostro femenino

en lucha contra el tiempo: ala o peste

que deja la ciudad e incendia calles

y alcobas sin historia, propicias luego al súbito

nacer de la amargura.

 

Noches de perversión

derrámanse en sus ojos, materia luminosa

de una mujer que en ellos perdura.

 

 

El pensamiento olvidado

 

Pensar en tu mirada y en mi olvido

dejando el pensamiento dilatado

a través de tus ojos, anegado

de su mismo vivir con tu sentido;

 

después mirar tu olvido que en mí asoma

como una rosa que al espacio diera

leve prolongación y luego fuera

la propia luz que toca con su aroma,

 

es entregarme a ti sin más denuedo

que la lucha del cuerpo contra el viento,

y contigo soñando estar tan quedo

 

como náufrago mar o vano intento:

porque ya que pensarte en mí no puedo,

dejo olvidado en ti mi pensamiento.

 

 

El sueño de Adán

 

Ligera fue tu voz, mas tu palabra dura

con vuelo de paloma sin más peso

que su inmóvil cruzar el mar del viento;

y persistes como un sonido bajo el agua,

desde mi piel al aire levantada,

ligera como fuiste, como esa ala

que olvidada del mundo se recrea,

convertida en ausencia y en olvido.

 

Vivo de oírme el cuerpo y de entregarme al tiempo

como a un rumbo sin luz la adormecida rosa,

como asoma en el sueño y luego muere

el cielo que una tarde contemplamos,

y oigo la vida en mí, su aliento te recuerda

ingrávida, en latidos desprendida,

con un temblor de silenciosas aguas

de su propia amargura renaciendo.

 

sufres conmigo cuando sólo miro

que el amor es un cuerpo de imágenes poblado,

y caricia se llama al tocar el recuerdo,

a sentir las tinieblas en las manos

y en un esfuerzo inútil oponerse

a ese tiempo que arrastra nuestro duelo

hasta inclinar los labios a la nieve

y tender en ceniza nuestros cuerpos.

Te siente el corazón como un aroma

que en un eco perdiera sus imágenes,

y me palpo la piel tocando en ella

la tersura del agua donde yaces,

y después quedo solo, enamorado

de esta voz que del cuerpo te desprende

tornada en pensamiento, y en palabras te crea,

nacida nuevamente de mi sueño.

Tomado de:

http://amediavoz.com/chumacero.htm

 

 

Elegía del marino

 

 

Los cuerpos se recuerdan en el tuyo:

su delicia, su amor o sufrimiento.

Si noche fuera amar, ya tu mirada

en incesante oscuridad me anega.

Pasan las sombras, voces que a mi oído

dijeron lo que ahora resucitas,

y en tus labios los nombres nuevamente

vuelven a ser memoria de otros nombres.

El otoño, la rosa y las violetas

nacen de ti, movidos por un viento

cuyo origen viniera de otros labios

aún entre los míos.

Un aire triste arrastra las imágenes

que de tu cuerpo surgen

como hálito de una sepultura:

mármol y resplandor casi desiertos,

olvidada su danza entre la noche.

Mas el tiempo disipa nuestras sombras,

y habré de ser el hombre sin retorno,

amante de un cadáver en la memoria vivo.

Entonces te hallaré de nuevo en otros cuerpos.

 

 

Los ojos verdes

 

 

Solemnidad de tigre incierto, ahí en sus ojos

vaga la tentación y un náufrago

se duerme sobre jades pretéritos que aguardan

el día inesperado del asombro

en épocas holladas por las caballerías.

 

Ira del rostro, la violencia

es río que despeña en la quietud el valle,

azoro donde el tiempo se abandona

a una corriente análoga a lo inmóvil, bañada

en el reposo al repetir

la misma frase desde la sílaba primera.

 

Sólo el sonar bajo del agua insiste

con incesante brío, y el huracán acampa

en la demora, desterrado

que a la distancia deja un mundo de fatiga.

 

Si acaso comprendiéramos, epílogo

sería el pensamiento o música profana,

acorde que interrumpe ocios

como la uva aloja en vértigo el color

y la penumbra alienta a la mirada.

 

Vayamos con unción a la taberna donde

aroma el humo que precede,

bajemos al prostíbulo a olvidar esperando:

porque al fin contemplamos la belleza.

 

 

Monólogo del viudo

 

 

Abro la puerta, vuelvo a la misericordia

de mi casa donde el rumor defiende

la penumbra y el hijo que no fue

sabe a naufragio, a ola o fervoroso lienzo

que en ácidos estíos

el rostro desvanece. Arcaico reposar

de dioses muertos llena las estancias,

y bajo el aire aspira la conciencia

la ráfaga que ayer mi frente aún buscaba

en el descenso turbio.

 

No podría nombrar sábanas, cirios, humo

ni la humildad y compasión y calma

a orillas de la tarde, no podría

decir "sus manos", "mi tristeza", "nuestra tierra"

porque todo en su nombre

de heridas se ilumina. Como señal de espuma

o epitafio, cortinas, lecho, alfombras

y destrucción hacia el desdén transcurren,

mientras vence la cal que a su desnudo niega

la sombra del espacio.

 

Ahora empieza el tiempo, el agrio sonreír

del huésped que en insomnio, al desvelar

su ira, canta en la ciudad impura

el calcinado son y al labio purifican

fuegos de incertidumbre

que fluyen sin respuesta. Astro o delfín, allá

bajo la onda el pie desaparece,

y túnicas tornadas en emblemas

hunden su ardiente procesión y con ceniza

la frente me señalan.

 

 

Alabanza secreta

 

Sobre el azar alzaba su cabello

súbito resplandor, y en avaricia alucinante

hendía el porvenir como regresa el héroe,

después de la batalla, dando al escudo sones de

cansancio.

 

Órbita del asombro, su mirar

ornaba el viento fervoroso del "sí" antes de ser,

en el venal recinto de los labios, hoguera

sosegada por fácil devoción acrecentando escombros

 

Entonces de su pecho a indiferencia

las olas ascendían tristes cual la fidelidad,

a lo variable ajenas, pálidas frente al muro

en donde pétreos nombres revivían hazañas olvidadas.

 

Muchos cruzaron la tormenta, muchos

amanecían a su lado: azufre victorioso

en inmortal historia acontecido, bestias

rendidas para siempre al usurpar la cima del asedio.

 

Acaso la soberbia apaciguaba

el deplorable aliento entre la noche, la agonía

abriendo en dos las aguas del orden sometido

a la heredad polvosa, casi pavor análogo a la duda.

 

Pero, sierpe segada, ebria de orgullo

hería la avidez como si estar desnuda fuera

perenne despojarse del pecado mortal,

iluminada al ver el júbilo opacando el movimiento.

 

Inmóvil a la orilla del torrente,

yo era el aprendiz de la violencia, el sorprendido

olivo y el laurel mudable, porque a solas

solía renacer cuando salía del aquel inmundo cuarto.

 

Despierta Débora en ocaso o eclipse

erguido, ondea ahora hablando a media voz, por fin

inmune al implacable sudor fluyendo en sed

para el sediento o cólera labrada en el antiguo ariete.

 

Perdida entre la gente, derrotado

color en la penumbra, suelta el esquife hacia la nada,

mas su imagen un cántico profiere, brisa o trueno

pretérito sonando en el solar airado del cautivo.

 

 

El proscrito

 

Agua reverdecida, la palabra

que fue apariencias turba nuevamente: catástrofe

encima de la cal, ávida vid que apresurada cae

de vuelo a onda a eterna superficie

hendiendo el demorado ardor de la quietud.

 

Donde el hastío los naufragios cubre, su exhalación

levanta

en vendaval y sílabas la sombra

en torno del corcel desfallecida; asciende

y con fragor los rostros atraviesa: bandera que en

delirio

despereza de escoria la centuria

afín al delator que pudre la alabanza.

 

Solo te quedarás, precario amante hablando

al sol insomne, y la desdicha

un hueco hará en la alcoba al despertar

sin un resuello cerca ni ver cómo la infancia

alienta el vaho que prosigue.

 

El vacío quizá, la desnudez

contaminada, el sábado perenne, la vileza

febril de acariciar los hijos

de la hermana menor, diente con diente

anegarán el lecho de cortinas cerradas

tras el rumor de las visitas.

 

Mártir sin pueblo, pasaré la tarde anclado en la

espesura,

inerme ante la ley pero forjando

estíos sobre el vasto acontecer que aloja

testimonios, ardiendo en cantos como arenas donde

silba

el soplo que rescata a la serpiente.

De la armonía bajaré a escuchar lejanas

mansedumbres: "Mi esposa, mis criaturas", mecánica

indolencia

que el miedo trueca en vanidad de tigre

saltando seriamente de orfandad a consuelo:

ni altares ni sepulcros, sólo dioses en cuya piel acecha

la tempestad en muro blanqueado.

 

Encomiéndate a Dios, regresa a casa

a compartir la adversa atmósfera vencida

porque el trigo no cae en tierra

y nada haría perdurar ahora

hierros que en la pradera devastan la cordura.

 

Rostro para una vida larga,

comparece a la mesa de los justos

a hacerles compañía, y deja la mansión

adonde hollados por el polvo

llegan ruidos del último banquete

como dormita el viento absorto en la llanura.

 

 

Yacen todos con honra, circundados de hiel

bajo la herrumbre de aplazados días, en cotidianas órbitas

sin antes ni después, con el pesar

que al salteador aturde, oculto en el recodo

del camino, sin furia ni piedad, confiado a la

esperanza.

 

Disipan, en sarcófagos, laureles

y el nombre que heredaron pone coto a las hordas;

no saben del desastre nacido de un mirar que se desvía

porque el amargo amor de su costumbre

aloja el pez de las escamas apagadas.

Si abrieran el portal, piadosamente los contemplaría.

Tomado de:

https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/84-076-ali-chumacero?showall=1

No hay comentarios.:

Publicar un comentario