maldición
Te perseguiré por los siglos de los siglos.
No dejaré piedra sin remover
Ni mis ojos horizonte sin mirar.
Donde quiera que mi voz hable
Llegará sin perdón a tu oído
Y mis pasos estarán siempre
Dentro del laberinto que tracen los tuyos.
Se sucederán millones de amaneceres y de ocasos,
Resucitarán los muertos y volverán a morir
Y allí donde tú estés:
Polvo, luna, nada, te he de encontrar.
suele suceder
Luego de algunos años
de no verlo,
de nuevo nos encontramos.
No el deseo, como antes,
sino la nostalgia
de aquellos días de deseo
nos llevó a la cama.
La alegría de entonces
fue ternura y el goce
y la voluptuosidad
sólo complacencia.
Ambos, podría jurarlo,
tuvimos la certeza
de habernos sobrevivido.
si quieres amor
que siga sus antojos
He olvidado los nombres de todos,
los nombres de mis muertos y los de mis hijos.
No reconozco los olores de mi casa
ni el sonido de la llave que gira en la puerta.
No recuerdo el metal de las voces más queridas
ni veo las cosas que mis ojos miran.
Las palabras suenan sin que yo comprenda,
soy extranjera por estas calles íntimas
y no hay dicha ni desdicha que me hieran.
He borrado mi historia de 40 años.
Te amo.
Muestra las virtudes del amor verdadero y
confiesa al amado los afectos varios de su
corazón
a Fernando
Hoy pienso especialmente en ti
y veo que ese amor carece de desmayos,
de ojos aterciopelados
y demás gestos admirables.
Ese amor no se hace como la primavera
a punta de capullos
y gorjeos. Se hace cada día
con el cepillo de dientes por la mañana,
el pescado frito en la cocina
y los sudores por la noche.
Se vive poco a poco ese amor
entre tanto plato sucio, detrás del cotidiano
montón de ropa para planchar,
con gritos de niños y cuentas del mercado,
las cremas en la cara
y los bombillos que no funcionan.
Y otra cosa: cada tarde te quiero más.
(Vainas y otros poemas, 1972)
tierralta
Esto es la boca que hubo,
esto los besos.
Ahora solo tierra: tierra
entre la boca quieta.
cumbal
En bluyines
y con la cara pintada
llegó la muerte
a Cumbal.
Guerra Florida
a filo de machete
soacha
Un pájaro
negro husmea
las sobras de
la vida.
Puede ser Dios
o el asesino:
da lo mismo ya.
Tomado de:
https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/6-antologia-MariaMercedesCarranza.pdf
Bogotá, 1982
Nadie mira a nadie de frente
de norte a sur la desconfianza, el recelo
entre sonrisas y cuidadas cortesías.
Turbios el aire y el miedo
en todos los zaguanes y ascensores, en las camas.
Una lluvia floja cae
como diluvio: ciudad de mundo
que no conocerá la alegría.
Olores blandos que recuerdos parecen
tras tantos años que en el aire están.
Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a
algo
como una muchacha que comienza a menstruar,
precaria, sin belleza alguna.
Patios decimonónicos con geranios
donde ancianas señoras todavía sirven chocolate;
patios de inquilinato
en los que habitan calcinados la mugre y el dolor.
En las calles empinadas y siempre crepusculares,
luz opaca como filtrada por sementinas láminas de
alabastro
ocurren escenas tan familiares como la muerte y el
amor;
estas calles son el laberinto que he de andar y
desandar:
todos los pasos que al final serán mi vida.
Grises las paredes, los árboles
y de los habitantes el aire de la frente a los pies.
A lo lejos el verde existe, un verde metálico y sereno,
un verde Patinir de laguna o río,
y tras los cerros tal vez puede verse el sol.
La ciudad que amo se parece demasiado a mi vida;
nos unen el cansancio y el tedio de la convivencia
pero también la costumbre irremplazable y el viento.
Tengo miedo
“…Todo desaparece ante el miedo.
El miedo, Cesonia; ese bello
sentimiento, sin aleación, puro y
desinteresado; uno de los pocos
que saca su nobleza del vientre.
ALBERT CAMUS (“Calígula”)
Miradme: en mí habita el miedo.
Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que ama: el
miedo.
El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá y
he de verlo,
cuando atardece porque puede no salir mañana.
Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se
derrumba,
ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo.
Procuro dormir con la luz encendida
y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.
Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel
para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.
Nada me calma ni sosiega:
ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,
ni el espejo donde se ve ya mi rostro muerto.
Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.
El oficio de vivir
He aquí que llego a la vejez
y nadie ni nada
me podido decir
para qué sirvo.
Sume usted
oficios, vocaciones, misiones y predestinaciones:
la cosa no es conmigo.
No es que me aburra,
es que no sirvo para nada.
Ensayo profesiones,
que van desde cocinera, madre y poeta
hasta contabilista de estrellas.
De repente quisiera ser cebolla
para olvidar obligaciones
o árbol para cumplir con todas ellas.
Sin embargo lo más fácil
es que confiese la verdad.
Sirvo para oficios desuetos:
Espíritu Santo, dama de compañía, Estatua
de la Libertad, Arcipreste de Hita.
No sirvo para nada.
No vivo en un jardín de rosas
“C’est la prison Dedalus
Que de ma mélancollie,
Quant je la cuide falliem
J’i rentre de plus en plus.
CHARLES D’ORLÉANS
Si nombro mis fantasmas
tal vez pueda engañar al enemigo.
El enemigo espera ese momento
del atardecer, irreal y desapacible,
en el que yo muero con el día.
Entonces me asalta
y sin piedad me despedaza.
Tal vez pueda engañar al enemigo.
¿Por qué, cuando lo presienta
turbio e inminente,
no sentarme, en escena feliz
a comer papas fritas y ver televisión?
A lo mejor puedo ir mañana
a las islas griegas de turista satisfecha
o comprarme una casa en cómodas cuotas
y mi pelo brillante y
mi cara joven porque uso crema Ponds.
Pero el enemigo sabe con quién trata
y sutil y terco esperará agazapado
a que apague la televisión
y sea de noche y sea silencio y yo
en mi cama de vueltas sola y desolada.
La patria
Esta casa de espesas paredes coloniales
y un patio de azaleas muy decimonónico
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.
A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silva a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.
Todo es ruina en esta casa,
están en ruina el abrazo y la música,
el destino, cada mañana, la risa son ruina;
las lágrimas, el silencio, los sueños.
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carnes y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo,
En esta casa todos estamos enterrados vivos.
Oración
No más amaneceres ni costumbres
no más luz, no más oficios, no más instantes.
Solo tierra, tierra en los ojos,
entre la boca y los oídos;
tierra sobre los pechos aplastados;
tierra entre el vientre seco;
tierra apretada a la espalda;
a lo largo de las piernas entreabiertas, tierra;
tierra entre las manos ahí dejadas.
Tierra y olvido.
Oda al amor
Una tarde que ya nunca olvidarás
llega a tu casa y se sienta a la mesa.
Poco a poco tendrá un lugar en cada habitación,
en las paredes y los muebles estarán sus huellas,
destenderá tu cama y ahuecará la almohada.
Los libros de la biblioteca, precioso
tejido de años,
se acomodarán a su gusto y semejanza,
cambiarán de lugar las fotos antiguas.
Otros ojos mirarán tus costumbres,
tu ir y venir entre paredes y abrazos
y serán distintos los ruidos cotidianos
y los olores.
Cualquier tarde que ya nunca olvidarás
el que desbarató tu casa y habitó tus cosas
saldrá por la puerta sin decir adiós.
Deberás comenzar a hacer de nuevo la casa,
reacomodar los muebles, limpiar las paredes,
cambiar las cerraduras, romper retratos,
barrerlo todo y seguir viviendo.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2014/12/poesia-colombiana-maria-mercedes-carranza-2/
Poema de amor
A través de una luz irreal
—la cortina azul de la habitación
cerrada a media tarde—
se acerca a la cama.
En estos instantes su cuerpo es inmenso,
sólo el cuerpo existe.
Puedo repetir las palabras entredichas,
la piel que se derrite, el sudor.
Pero en realidad sucede
que mi cuerpo está bajo su cuerpo
—fantasías inconfesables,
manos sabias, miradas inequívocas—
ambos tratando de sobrevivir
cada uno gracias al otro.
Caemos y caemos como Alicia
en un precipicio sin tocar fondo.
Y como Alicia nos detenemos de repente:
ese tenso, inmóvil instante.
El espejo se rompe
cuando oigo su voz que me dice:
«Qué bien lo hemos pasado, mi amor».
Pienso entonces que debo ocuparme ya
de encender las luces de la casa.
Kavafiana
El deseo aparece de repente,
en cualquier parte, a propósito de nada.
En la cocina, caminando por la calle.
Basta una mirada, un ademán, un roce.
Pero dos cuerpos
tienen también su amanecer y su ocaso,
su rutina de amor y de sueños,
de gestos sabidos hasta el cansancio.
Se dispersan las risas, se deforman.
Hay cenizas en las bocas
y el íntimo desdén.
Dos cuerpos tienen
su muerte el uno frente al otro.
Basta el silencio.
Balance final
Sobre la cama de sábanas destendidas
un segundo del tiempo que les fue dado
se encontraron más allá de la piel.
Por un instante el mundo fue exacto y bondadoso
y la vida algo más que una historia desolada.
Luego y antes y ahora y para siempre
todo fue un juego de espejos enemigos:
sólo hubo rechazos, cuerpos solitarios,
mal aliento, ilusiones no compartidas,
cartas banales, gestos rutinarios
y un paciente velar el cadáver de aquel instante.
La fiesta a que convida tu sonrisa
El comienzo es como una sed infinita.
El corazón llega a todo el cuerpo,
ciega, la sangre crece y golpea;
la carne duele allí en su centro.
Hay un aliento aleteante
y un espejo que desbordan,
algo como un sollozo viene de muy adentro.
Impudicia y esplendor y miedo
sobre la cama de sábanas destendidas.
Poema de los hados
Soy hija de Benito Mussolini
y de alguna actriz de los años 40
que cantaba la «Giovinezza».
Hiroshima encendió el cielo
el día de mi nacimiento y a mi cuna
llegaron, Hados implacables,
un hombre con muchas páginas acariciadas
donde yacían versos de Amor y de Muerte;
la voz furiosa de Pablo Neruda;
bajo su corona de ceniza, Wilde
bello y maldito,
habló del esplendor de la Vida
y de la seducción fatal de la Derrota;
alguien grito «muera la inteligencia»,
pero en ese mismo instante Albert Camus
decía Palabras
que eran de acero y de luz;
la Pasión ardía en la frente de Mishima;
una desconocida sombra o máscara,
puso en mi corazón el Paraíso Perdido
y un verso;
«par délicatesse j'ai perdu ma vie»
Caía la lluvia triste de Vallejo,
se apagaba en el viento la llama de Porfirio;
en el aire el furor de las balas
que iban de Cúcuta a Leticia, se cruzaba
con los cañones de «Casablanca»
y las palabras de su canción melancólica:
«El tiempo pasa,
un beso no es más que un beso...»
Así me fue entregado el mundo.
Esas cosas de horror, música y alma
han cifrado mis días y mis sueños.
Huele a podrido
Caes cada día en el pozo de la culpa.
Caes y te levantas en un juego innoble
de muertes sin fin y resurrecciones.
Porque mueres a causa de cosas frívolas,
como un amor que inatajable se seca
o las trece sílabas que hacen un verso amargo
o por la sábanas destendidas y el turbio olor
que deja en tu cama un cuerpo ajeno y pasajero
o solo por una palabra que oyes a destiempo.
Y resucitas por esa indolente resignación
a desangrar hechos y risas con desgano.
A tu alrededor, sin embargo, y a toda hora
hay muertos que mueren de verdad,
el aire huele a cosa sucia y podrida
y la vida se vive entre las balas y el abismo.
El miedo como un sol negro y derretido
se filtra en las habitaciones, ocupa los espejos.
El miedo, ese viento que cierra puertas y ventanas.
Hay rencor y hay asco en todas partes:
entre los platos de comida, sobre las almohadas,
a la hora de hablar de los recuerdos,
antes y después del buenos días, en los bostezos,
en toda esquina, ojo, instante, boca.
Y tú, infeliz sobreviviente de una muerte
que forma parte del paisaje como el aire
y que a todos al mismo tiempo manosea,
debes cada día confundir tu culpa.
(Maneras del desamor, 1993)
Tomado de:

No hay comentarios.:
Publicar un comentario