miércoles, 30 de julio de 2025

POEMAS DE MOSCO DE SIRACUSA -LEER CLASICOS PARA PROYECTARSE AL FUTURO-


Idilio V

 

Cuando suavemente el viento mueve

al glauco mar, mi corazón cuitado

se agita, ni la tierra (1) es agradable,

y el sosegado mar muy más me lleva;

mas cuando el cano piélago resuena,

y el encorvado mar levanta espumas,

y la onda se enfurece, a tierra miro

y a los árboles, y huyo de los mares,

es me la tierra fiel, y ya me agrada

la selva umbrosa, allí si mucho viento

respira, canta el pino. Ciertamente

que vive el pescador, mísera vida,

al cual la barca es casa, y el trabajo

el mismo mar, y el pece falaz presa,

a mí bajo de un plátano frondoso

es dulce el sueño, y el oír el ruido

de la cercana fuente es mi deseo,

que al labrador con susurrar suave

deleita con recreo, y no amedrenta.

 

 

Idilio VI

 

A la vecina Eco Pan amaba,

y Eco a un saltante sátiro quería,

y el sátiro por Lida enloquecía;

cuanto Eco a Pan, el sátiro abrasaba

a Eco, y Lida al sátiro encendía:

Amor así a los míseros perdía,

y cuanto alguno al otro desdeñaba,

tanto era de su amante despreciado,

de odiosa ingratitud justo castigo,

dulce venganza al triste namorado.

 

Yo de la turba enamorada, amigo,

que amantes ha de haber si hay hermosura,

este ejemplar les doy, y al fin les digo:

amad, amantes, con igual ternura.

 

 

Idilio VII

 

Esperio (1), bella luz del alma Venus,

Esperio amad, de la negra noche

sacro decoro, entre los otros astros

luces después de la fulgente luna.

Ea, mi dulce luz, tus resplandores

dame en vez de la luna que hoy comienza,

y presto se traspone, voy (2) de ronda

a mi amada (3), ni voy por hacer robo

ni por dañar de noche al caminante,

mas amo, y el amante es de amor digno.

 

 

Idilio VIII

 

De allá de Pisa Alfeo al mar entrado

a su Aretusa va, lleva las aguas

que crían acebuches, lleva en dones

bellas (1) hojas y flores, polvo sacro,

y profundo camina por las aguas,

y debajo del mar se va escurriendo,

y ni las aguas con las aguas mezcla,

ni siente el mar al traspasante río.

Así el fiero doncel, el malicioso

Amor, que enseña cosas admirables,

por amoroso encanto a un río enseña

a zambullirse a nado por las aguas.

 

 

Idilio IX

 

Dejada tea y arco amor dañoso,

tomo vara de bueyes movedora,

y de sus hombros el zurrón pendía,

y la cerviz sufrida de los toros

al yugo unciendo, siembra el fértil sulco

de Ceres, y mirando a lo alto dijo

al mismo Jove: llena aquestos campos,

o te pongo al arado, buey de Europa.

 

Idilio V

 

(1) He seguido la corrección de Grocio en este idilio, el más gracioso de los de Mosco.

Idilio VII

 

(1) Esperio, estrella muy resplandeciente y hermosa, que eso significa el nombre en su origen.

 

(2) Aquí he dado al komazein de los griegos un equivalente muy vulgar.

 

(3) Por poti poimena he leído (por darle significación más honesta) pot' eromena.

Idilio VIII

 

(1(4)  Hojas y flores de las coronas de los atletas y el polvo de los sagrados juegos.

Tomado de:

https://academialatin.com/literatura-griega/idilios-mosco/

 

 

II
EUROPA

Una vez Cipris envió un ensueño agradable a Europa, en el último tercio de la noche, a la hora en que está próxima el alba, cuando un sueño más dulce que la miel desciende sobre

los párpados, desata los miembros, cierra los ojos con un lazo ligero, y cuando nos asalta la

muchedumbre de los sueños veraces. En ese momento dormía, en lo más alto de las

moradas, Europa, la todavía virgen hija de Fénix.

Le parecía ver dos continentes querellarse por ella. Uno era el Asia y el otro la tierra situada

enfrente. Eran como dos mujeres. La primera parecía una extranjera y la otra una indígena,

y ésta reclamaba a Europa como hija suya, diciendo que ella la había concebido y criado;

pero la primera, asiendo a la virgen con sus fuertes manos, la arrastraba, no mal de su

grado, y decía que la Moira y Zeus tempestuoso le habían otorgado a Europa.

Y ésta saltó de su lecho, poseída de temor y con el corazón palpitante, porque este sueño le

parecía una realidad. Y permaneció sentada y muda largo rato. Porque tenía a esas dos

mujeres en sus ojos abiertos. Y después de un prolongado silencio, la virgen alzó la voz:

—¿Quién de entre los Uránicos me ha mostrado esos espectros? ¿Qué ensueños me han

asustado mientras dormía yo dulcemente en mi lecho dentro de las moradas? ¿Quién es esa

extranjera que he visto durmiendo? ¡Cómo me ha turbado el corazón su amor! ¡Cuan

tiernamente me ha acogido! ¡Me miraba como si yo fuera su hija! ¡Ojalá vuelvan los

¡Bienaventurados a enviarme tan dulce ensueño!

Cuando hubo hablado así, se levantó y llamó a sus queridas compañeras, de la misma edad

que ella, nobles y bienamadas, con quienes jugaba siempre, lo mismo si formaba coros

danzantes, como si bañaba su cuerpo en las embocaduras del Anauro, o cogía en la pradera

lirios olorosos. Y llegaron al punto; y cada una tenía en la mano una cesta para meter flores.

Y fueron a la pradera, a orillas del mar, adonde acostumbraban a reunirse, disfrutando con

la contemplación de las rosas y el ruido de las olas. Pero Europa llevaba una cesta de oro,

admirable, obra magna y maravillosa de Hefesto, quien se la había dado a Libia cuando ésta

subió al lecho del que conmociona la tierra. Y Libia se la había dado a la bella Telefaesa,

que era de su misma sangre; y Telefaesa había hecho tan hermoso presente a su hija, la

virgen Europa.

En esta cesta estaban esculpidas numerosas imágenes resplandecientes. La hija de Inaco, Io,

estaba representada allí, en oro, con la forma de una becerra y sin tener ya nada de mujer.

Iba rápidamente por el mar, como si nadara, y el mar era de color azul. Dos hombres se

erguían en la escarpadura de la costa, mirando a la becerra atravesar el mar. También estaba

allí Zeus, acariciando dulcemente con su mano divina a la becerra marina; y junto al Nilo

de siete bocas, hacía mujer a esta becerra de hermosos cuernos. Y las aguas del Nilo eran

de plata, la becerra era de bronce y Zeus era de oro. Alrededor, bajo el reborde de la cesta

redonda, estaba Hermeas. Junto a él, estaba tendido Argos el de ojos siempre vigilantes; y

de la sangre púrpura de Argos nacía un pájaro, enorgullecido de sus mil colores. Y

desplegaba las plumas de su cola cual la vela de una nave rápida, y con ellas cubría la

redondez de la cesta de oro. Así era la cesta de la bellísima Europa.

Llegado que hubo a los prados en flor, cada una de ellas se distrajo en coger la flor que

más le gustaba. Una cortaba el narciso oloroso, otra el jacinto, otra la violeta, otra el serpol;

y el ornato de las praderas primaverales cubría, 1a tierra. Otras luchaban por quién cortaría

la cabellera perfumada de la amarilla caléndula; y en medio de ellas se hallaba su reina,

cogiendo con sus manos el esplendor de la rosa purpúrea, al igual de Afrodita en medio de

las Carites. Pero no había 'de distraer su alma por mucho tiempo con las flores, ni conservar

por mucho tiempo su cinturón virginal, pues lo cierto es que en cuanto el Cronida la vio, se

sintió herido en el corazón bruscamente y traspasado por las flechas imprevistas de Cipris,

quien por sí sola puede domeñar a Zeus. Sin embargo, con el fin de evitar la cólera de la

celosa Here, y queriendo engañar al tierno espíritu de la virgen, ocultó su divinidad, se

transformó y quedó convertido en toro, no semejante al que se alimenta en los establos, ni

al que abre el surco arrastrando la reja curva, ni al que pace entre los rebaños o al que en

domesticidad arrastra el pesado arado, sino con el cuerpo de color fulvo, con un círculo de

plata chispeante en medio de la frente, con ojos de un azul claro y llameantes de deseo, y

con los cuernos iguales retorciéndose sobre su cabeza como una mitad de la redondez de

Selene.

Y se presentó en la pradera, y su llegada no asustó a las vírgenes, y a todas les fue dado

acercarse y tocar a tan hermoso toro, cuyo olor divino se exhalaba a distancia y dominaba

al dulce hálito de la pradera. Y deteniéndose a los pies de la irreprochable Europa, le lamió

el cuello y acarició suavemente a la joven virgen; y ella le acariciaba también, le enjugaba

con las manos la abundante espuma de su boca, y le besaba. Y él mugía dulcemente, y

hubiérase dicho que se oía el sonido encantador de una flauta migdónica. Luego, dobló las

patas mirando a Europa, y le ofreció su ancho lomo. Entonces dijo ella a las vírgenes

melenudas:

—Venid, queridas compañeras. Disfrutemos sentándonos sobre este toro, porque en verdad

que nos sostendrá a todos con su lomo, como una nave. Tiene el aspecto manso y

acariciador; no es semejante a los demás toros; parece estar dotado del espíritu de un

hombre, y sólo le falta la palabra.

Habló así y se sentó, riendo, sobre el lomo del animal. Y se disponían a montar también sus

compañeras; pero se levantó el toro bruscamente, y se llevó a Europa como si volara, y

llegó rápidamente al mar. Y volviendo la cabeza, llamaba ella a sus queridas compañeras y

les tendía los brazos; pero éstas no podían seguirla. Entonces, tras de entrar en el mar desde

la orilla, el toro se alejó cual un delfín. Las Nereidas, emergiendo de las das, le

acompañaban sentadas sobre el lomo de las ballenas, y el propio retumbante Poseidón,

apaciguando las olas del mar, guiaba a su hermano; y alrededor se aglomeraban los

Tritones, habitantes del profundo mar, tocando el- canto nupcial en sus largas caracolas.

Sentada sobre el lomo del toro Zeus, la virgen se cogía con una mano a uno de los largos

cuernos, y con la otra sujetaba los pliegues flotantes de su traje purpúreo; y la onda

abundante del blanco mar mojaba el borde de la ropa. Flotaba el amplio peplo de Europa

sobre sus hombros, cual la vela de una nave, y transportaba a la virgen. Pero, como estaba

lejos de la tierra de la patria, no veía ya ella la orilla, 'ni las altas montañas, sino solamente

el Urano por encima, y abajo el inmenso mar. Entonces, mirando a su alrededor, habló así:

 

—¿Adónde me llevas, divino toro? ¿Quién eres? ¿Cómo puedes hacer esta caminata con tus

pesadas pezuñas, y cómo no temes al mar? El mar es el camino de las naves rápidas; pero a

los toros les asusta el camino de las olas. ¿Qué dulce brebaje, qué alimento vas a encontrar

en el mar? ¿Acaso eres algún Dios? Pues ¿por qué haces lo que no es propio de los Dioses?

Los delfines no andan por la tierra, ni los toros por el mar; pero tú te lanzas por tierra y por

mar, y tus patas sirven de remos. ¡Si te elevaras por la altura del aire, quizá también

volarías, semejante a los pájaros ligeros! ¡Ay, desdichada de mí! ¡He abandonado las

moradas de mi padre, y he seguido a este toro, y voy errante y solitaria en tan extraña

navegación! ¡Óh tú que conmocionas la tierra y mandas en el blanco mar, ven en mi ayuda!

Deseo ver quién guía mi carrera y me lleva. Porque no sin ayuda de un Dios atravieso las

rutas húmedas.

Habló así, y el Toro de grandes cuernos le respondió:

—Tranquilízate, virgen, y no temas a las olas marinas. Soy el propio Zeus, aunque parezca

un toro, pues puedo tomar la forma que me plazca. El amor que por ti siento me ha

impulsado a surcar un mar tan largo, bajo la forma de un toro, y pronto va a recibirte la

Creta. Ella es quien me ha criado, y allá se celebrarán tus bodas. De mí concebirás ilustres

hijos que entre los hombres han de ser reyes portadores de cetros.

Habló así, y fue cumpliéndose lo que dijo. Y apareció Creta, y recobrando Zeus su forma,

desató el cinturón de Europa, y las Horas le erigieron lecho. Y la que era virgen se tornó al

punto esposa del Cronida, y concibió hijos de él, y fue

madre.

 

 

III
EPITAFIO DE BIÓN

¡Gemid conmigo en queja lamentable, oh valles, onda dórica! ¡Ríos, llorad al amable Bión!

¡Gemid conmigo plantas y selvas! ¡Flores, exhalad los perfumes de vuestros tallos

inclinados! ¡Enrojeced tristemente, rosas y anémonas! ¡Jacinto, haz hablar a tus letras, e

inscribe más que nunca en tus hojas: "¡Ay, ay! Ha muerto un cantor ilustre."

Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.

Ruiseñores que lloráis bajo las hojas espesas, anunciad a las ondas de la siciliana Aretusa

que ha muerto el boyero Bión, y que han muerto con él los cantos, y que ha perecido la

Musa dórica.

Comenzad, Musas ¿cilianas, comenzad el canto fúnebre.

¡Oh cisnes del Strimón! Gemid miserablemente en las aguas, y al gemir, cantad una queja

lúgubre con voz semejante a la de Bión cuando rivalizaba con vosotros. Decid a las

vírgenes Eagrias, decid a todas las Ninfas Bistonias: "¡Ha muerto el Orfeo dórico!"

Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.

¡El que era caro a los rebaños no cantará más, en lo sucesivo, sentado bajo las encinas

solitarias; ¡pero canta versos lúgubres en la mansión de Edoneo! Están mudas las montañas,

vagan las vacas junto a los toros, lloran y no quieren pastar ya.

Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.

El propio Apolo ¡oh Bión! Ha llorado tu muerte repentina. Los Sátiros han gemido, los

Príapos se han cubierto con vestiduras negras, y los Egipcios han añorado con lágrimas tus

cantos. Eco gime en las rocas, pues en adelante se callará y no repetirá los sonidos de tus

labios. A causa de tu muerte, los árboles han dejado caer sus frutos, y se han marchitado

todas las flores. Ya no fluye la hermosa leche de las tetas, ni la miel de las colmenas, que ha

perecido en la cera, abrumada de dolor. Pero, puesto que se ha agotado tu miel, ¿qué

necesidad hay de recoger otra?

Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.

Jamás lloró tanto el delfín a la orilla del mar, jamás suspiró tanto el ruiseñor en las rocas,

jamás gimió tanto la golondrina sobre las altas montañas; jamás se sintió Ceis abrumada de

tantas penas a causa de Halción.

Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.

Jamás cantó Cerilo con tristeza tanta en el mar azul; jamás el ave de Memnón, volando en

torno al sepulcro, lloró tanto al hijo de Aos en los valles del Oriente, como se ha llorado la

muerte de Bión.

Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.

Tomado de:

https://web.archive.org/web/20141129064302/http://www.medellindigital.gov.co/Mediateca/repositorio%20de%20recursos/Hes%C3%ADodo/Hesiodo-%20Idilios%20de%20mosco.pdf

 

EROS FUGITIVO

Cipris llama con un gran grito a su hijo Eros.

«Si alguien ha visto a Eros vagando por las encrucijadas,

se ha escapado de mí. El que me informe tendrá una recompensa.

La recompensa será un beso de Cipris, pero cuando lo hayas traído,

recibirás tú, huésped, más que un simple beso.

El niño es muy distinguido. Lo reconocerías entre veinte.

Su piel no es blanca, sino semejante al fuego. Su mirada

es penetrante y radiante. Sus intenciones son perversas, pero su habla

es dulce. Pues no es igual lo que piensa que lo que dice. Su voz es como la miel, su mente como la bilis. Es salvaje, engañador,

mentiroso, un crío engañoso que juega salvajemente.

Tiene una hermosa cabellera, pero una cara atrevida.

Sus manos son pequeñas, pero disparan a larga distancia.

Alcanza hasta el Aqueronte y también la morada de Hades.

Su cuerpo está totalmente desnudo, pero su pensamiento bien cubierto.

Como un pájaro alado vuela de una a otra persona,

hombres y mujeres, y se posa en sus corazones.

Tiene un arco muy corto y en él, una flecha:

un dardo pequeño, pero que llega hasta la cima del cielo.

En la espalda lleva un pequeño carcaj de oro y dentro

están las punzantes flechas con las que frecuentemente me hiere.

Todas estas cosas son crueles y su antorcha lo es más aun.

La antorcha, aun siendo pequeña, abrasa al sol.

Si lo capturas, átalo y no tengas compasión.

Si ves que llora, ten cuidado de que no te engañe.

Si se ríe, arrástralo, y si te quiere besar,

huye. Su beso es dañino, sus labios son veneno.

Si dice ‘Acepta esto, te entrego mis armas’,

no cojas los engañosos regalos, han sido templados con fuego.»

 

 

Cipris llama con un gran grito a su hijo Eros.

«Si alguien ha visto a Eros vagando por las encrucijadas,

se ha escapado de mí. El que me informe tendrá una recompensa.

La recompensa será un beso de Cipris, pero cuando lo hayas traído,

recibirás tú, huésped, más que un simple beso.

El niño es muy distinguido. Lo reconocerías entre veinte.

Su piel no es blanca, sino semejante al fuego. Su mirada

es penetrante y radiante. Sus intenciones son perversas, pero su habla

es dulce. Pues no es igual lo que piensa que lo que dice. Su voz es como la miel, su mente como la bilis. Es salvaje, engañador,

mentiroso, un crío engañoso que juega salvajemente.

Tiene una hermosa cabellera, pero una cara atrevida.

Sus manos son pequeñas, pero disparan a larga distancia.

Alcanza hasta el Aqueronte y también la morada de Hades.

Su cuerpo está totalmente desnudo, pero su pensamiento bien cubierto.

Como un pájaro alado vuela de una a otra persona,

hombres y mujeres, y se posa en sus corazones.

Tiene un arco muy corto y en él, una flecha:

un dardo pequeño, pero que llega hasta la cima del cielo.

En la espalda lleva un pequeño carcaj de oro y dentro

están las punzantes flechas con las que frecuentemente me hiere.

Todas estas cosas son crueles y su antorcha lo es más aun.

La antorcha, aun siendo pequeña, abrasa al sol.

Si lo capturas, átalo y no tengas compasión.

Si ves que llora, ten cuidado de que no te engañe.

Si se ríe, arrástralo, y si te quiere besar,

huye. Su beso es dañino, sus labios son veneno.

Si dice ‘Acepta esto, te entrego mis armas’,

no cojas los engañosos regalos, han sido templados con fuego.»

Tomado de:

https://epistemomania.com/category/mosco-de-siracusa/

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