Idilio V
Cuando suavemente el viento mueve
al glauco mar, mi corazón cuitado
se agita, ni la tierra (1) es agradable,
y el sosegado mar muy más me lleva;
mas cuando el cano piélago resuena,
y el encorvado mar levanta espumas,
y la onda se enfurece, a tierra miro
y a los árboles, y huyo de los mares,
es me la tierra fiel, y ya me agrada
la selva umbrosa, allí si mucho viento
respira, canta el pino. Ciertamente
que vive el pescador, mísera vida,
al cual la barca es casa, y el trabajo
el mismo mar, y el pece falaz presa,
a mí bajo de un plátano frondoso
es dulce el sueño, y el oír el ruido
de la cercana fuente es mi deseo,
que al labrador con susurrar suave
deleita con recreo, y no amedrenta.
Idilio VI
A la vecina Eco Pan amaba,
y Eco a un saltante sátiro quería,
y el sátiro por Lida enloquecía;
cuanto Eco a Pan, el sátiro abrasaba
a Eco, y Lida al sátiro encendía:
Amor así a los míseros perdía,
y cuanto alguno al otro desdeñaba,
tanto era de su amante despreciado,
de odiosa ingratitud justo castigo,
dulce venganza al triste namorado.
Yo de la turba enamorada, amigo,
que amantes ha de haber si hay hermosura,
este ejemplar les doy, y al fin les digo:
amad, amantes, con igual ternura.
Idilio VII
Esperio (1), bella luz del alma Venus,
Esperio amad, de la negra noche
sacro decoro, entre los otros astros
luces después de la fulgente luna.
Ea, mi dulce luz, tus resplandores
dame en vez de la luna que hoy comienza,
y presto se traspone, voy (2) de ronda
a mi amada (3), ni voy por hacer robo
ni por dañar de noche al caminante,
mas amo, y el amante es de amor digno.
Idilio VIII
De allá de Pisa Alfeo al mar entrado
a su Aretusa va, lleva las aguas
que crían acebuches, lleva en dones
bellas (1) hojas y flores, polvo sacro,
y profundo camina por las aguas,
y debajo del mar se va escurriendo,
y ni las aguas con las aguas mezcla,
ni siente el mar al traspasante río.
Así el fiero doncel, el malicioso
Amor, que enseña cosas admirables,
por amoroso encanto a un río enseña
a zambullirse a nado por las aguas.
Idilio IX
Dejada tea y arco amor dañoso,
tomo vara de bueyes movedora,
y de sus hombros el zurrón pendía,
y la cerviz sufrida de los toros
al yugo unciendo, siembra el fértil sulco
de Ceres, y mirando a lo alto dijo
al mismo Jove: llena aquestos campos,
o te pongo al arado, buey de Europa.
Idilio V
(1) He seguido la corrección de Grocio en este idilio,
el más gracioso de los de Mosco.
Idilio VII
(1) Esperio, estrella muy resplandeciente y hermosa, que
eso significa el nombre en su origen.
(2) Aquí he dado al komazein de los griegos un
equivalente muy vulgar.
(3) Por poti poimena he leído (por darle significación
más honesta) pot' eromena.
Idilio VIII
(1(4) Hojas y flores de las coronas de los atletas
y el polvo de los sagrados juegos.
Tomado de:
https://academialatin.com/literatura-griega/idilios-mosco/
II
EUROPA
Una vez Cipris envió un ensueño agradable a Europa, en
el último tercio de la noche, a la hora en que está próxima el alba, cuando un
sueño más dulce que la miel desciende sobre
los párpados, desata los miembros, cierra los ojos con
un lazo ligero, y cuando nos asalta la
muchedumbre de los sueños veraces. En ese momento
dormía, en lo más alto de las
moradas, Europa, la todavía virgen hija de Fénix.
Le parecía ver dos continentes querellarse por ella. Uno
era el Asia y el otro la tierra situada
enfrente. Eran como dos mujeres. La primera parecía una
extranjera y la otra una indígena,
y ésta reclamaba a Europa como hija suya, diciendo que
ella la había concebido y criado;
pero la primera, asiendo a la virgen con sus fuertes
manos, la arrastraba, no mal de su
grado, y decía que la Moira y Zeus tempestuoso le habían
otorgado a Europa.
Y ésta saltó de su lecho, poseída de temor y con el
corazón palpitante, porque este sueño le
parecía una realidad. Y permaneció sentada y muda largo
rato. Porque tenía a esas dos
mujeres en sus ojos abiertos. Y después de un prolongado
silencio, la virgen alzó la voz:
—¿Quién de entre los Uránicos me ha mostrado esos
espectros? ¿Qué ensueños me han
asustado mientras dormía yo dulcemente en mi lecho
dentro de las moradas? ¿Quién es esa
extranjera que he visto durmiendo? ¡Cómo me ha turbado
el corazón su amor! ¡Cuan
tiernamente me ha acogido! ¡Me miraba como si yo fuera
su hija! ¡Ojalá vuelvan los
¡Bienaventurados a enviarme tan dulce ensueño!
Cuando hubo hablado así, se levantó y llamó a sus
queridas compañeras, de la misma edad
que ella, nobles y bienamadas, con quienes jugaba
siempre, lo mismo si formaba coros
danzantes, como si bañaba su cuerpo en las embocaduras
del Anauro, o cogía en la pradera
lirios olorosos. Y llegaron al punto; y cada una tenía
en la mano una cesta para meter flores.
Y fueron a la pradera, a orillas del mar, adonde
acostumbraban a reunirse, disfrutando con
la contemplación de las rosas y el ruido de las olas.
Pero Europa llevaba una cesta de oro,
admirable, obra magna y maravillosa de Hefesto, quien se
la había dado a Libia cuando ésta
subió al lecho del que conmociona la tierra. Y Libia se
la había dado a la bella Telefaesa,
que era de su misma sangre; y Telefaesa había hecho tan
hermoso presente a su hija, la
virgen Europa.
En esta cesta estaban esculpidas numerosas imágenes resplandecientes.
La hija de Inaco, Io,
estaba representada allí, en oro, con la forma de una
becerra y sin tener ya nada de mujer.
Iba rápidamente por el mar, como si nadara, y el mar era
de color azul. Dos hombres se
erguían en la escarpadura de la costa, mirando a la
becerra atravesar el mar. También estaba
allí Zeus, acariciando dulcemente con su mano divina a
la becerra marina; y junto al Nilo
de siete bocas, hacía mujer a esta becerra de hermosos
cuernos. Y las aguas del Nilo eran
de plata, la becerra era de bronce y Zeus era de oro.
Alrededor, bajo el reborde de la cesta
redonda, estaba Hermeas. Junto a él, estaba tendido
Argos el de ojos siempre vigilantes; y
de la sangre púrpura de Argos nacía un pájaro,
enorgullecido de sus mil colores. Y
desplegaba las plumas de su cola cual la vela de una
nave rápida, y con ellas cubría la
redondez de la cesta de oro. Así era la cesta de la
bellísima Europa.
Llegado que hubo a los prados en flor, cada una de ellas
se distrajo en coger la flor que
más le gustaba. Una cortaba el narciso oloroso, otra el
jacinto, otra la violeta, otra el serpol;
y el ornato de las praderas primaverales cubría, 1a
tierra. Otras luchaban por quién cortaría
la cabellera perfumada de la amarilla caléndula; y en
medio de ellas se hallaba su reina,
cogiendo con sus manos el esplendor de la rosa purpúrea,
al igual de Afrodita en medio de
las Carites. Pero no había 'de distraer su alma por
mucho tiempo con las flores, ni conservar
por mucho tiempo su cinturón virginal, pues lo cierto es
que en cuanto el Cronida la vio, se
sintió herido en el corazón bruscamente y traspasado por
las flechas imprevistas de Cipris,
quien por sí sola puede domeñar a Zeus. Sin embargo, con
el fin de evitar la cólera de la
celosa Here, y queriendo engañar al tierno espíritu de
la virgen, ocultó su divinidad, se
transformó y quedó convertido en toro, no semejante al
que se alimenta en los establos, ni
al que abre el surco arrastrando la reja curva, ni al
que pace entre los rebaños o al que en
domesticidad arrastra el pesado arado, sino con el
cuerpo de color fulvo, con un círculo de
plata chispeante en medio de la frente, con ojos de un
azul claro y llameantes de deseo, y
con los cuernos iguales retorciéndose sobre su cabeza
como una mitad de la redondez de
Selene.
Y se presentó en la pradera, y su llegada no asustó a
las vírgenes, y a todas les fue dado
acercarse y tocar a tan hermoso toro, cuyo olor divino
se exhalaba a distancia y dominaba
al dulce hálito de la pradera. Y deteniéndose a los pies
de la irreprochable Europa, le lamió
el cuello y acarició suavemente a la joven virgen; y
ella le acariciaba también, le enjugaba
con las manos la abundante espuma de su boca, y le
besaba. Y él mugía dulcemente, y
hubiérase dicho que se oía el sonido encantador de una
flauta migdónica. Luego, dobló las
patas mirando a Europa, y le ofreció su ancho lomo.
Entonces dijo ella a las vírgenes
melenudas:
—Venid, queridas compañeras. Disfrutemos sentándonos
sobre este toro, porque en verdad
que nos sostendrá a todos con su lomo, como una nave.
Tiene el aspecto manso y
acariciador; no es semejante a los demás toros; parece
estar dotado del espíritu de un
hombre, y sólo le falta la palabra.
Habló así y se sentó, riendo, sobre el lomo del animal.
Y se disponían a montar también sus
compañeras; pero se levantó el toro bruscamente, y se
llevó a Europa como si volara, y
llegó rápidamente al mar. Y volviendo la cabeza, llamaba
ella a sus queridas compañeras y
les tendía los brazos; pero éstas no podían seguirla.
Entonces, tras de entrar en el mar desde
la orilla, el toro se alejó cual un delfín. Las
Nereidas, emergiendo de las das, le
acompañaban sentadas sobre el lomo de las ballenas, y el
propio retumbante Poseidón,
apaciguando las olas del mar, guiaba a su hermano; y
alrededor se aglomeraban los
Tritones, habitantes del profundo mar, tocando el- canto
nupcial en sus largas caracolas.
Sentada sobre el lomo del toro Zeus, la virgen se cogía
con una mano a uno de los largos
cuernos, y con la otra sujetaba los pliegues flotantes
de su traje purpúreo; y la onda
abundante del blanco mar mojaba el borde de la ropa.
Flotaba el amplio peplo de Europa
sobre sus hombros, cual la vela de una nave, y
transportaba a la virgen. Pero, como estaba
lejos de la tierra de la patria, no veía ya ella la
orilla, 'ni las altas montañas, sino solamente
el Urano por encima, y abajo el inmenso mar. Entonces,
mirando a su alrededor, habló así:
—¿Adónde me llevas, divino toro? ¿Quién eres? ¿Cómo
puedes hacer esta caminata con tus
pesadas pezuñas, y cómo no temes al mar? El mar es el
camino de las naves rápidas; pero a
los toros les asusta el camino de las olas. ¿Qué dulce
brebaje, qué alimento vas a encontrar
en el mar? ¿Acaso eres algún Dios? Pues ¿por qué haces
lo que no es propio de los Dioses?
Los delfines no andan por la tierra, ni los toros por el
mar; pero tú te lanzas por tierra y por
mar, y tus patas sirven de remos. ¡Si te elevaras por la
altura del aire, quizá también
volarías, semejante a los pájaros ligeros! ¡Ay,
desdichada de mí! ¡He abandonado las
moradas de mi padre, y he seguido a este toro, y voy
errante y solitaria en tan extraña
navegación! ¡Óh tú que conmocionas la tierra y mandas en
el blanco mar, ven en mi ayuda!
Deseo ver quién guía mi carrera y me lleva. Porque no
sin ayuda de un Dios atravieso las
rutas húmedas.
Habló así, y el Toro de grandes cuernos le respondió:
—Tranquilízate, virgen, y no temas a las olas marinas.
Soy el propio Zeus, aunque parezca
un toro, pues puedo tomar la forma que me plazca. El
amor que por ti siento me ha
impulsado a surcar un mar tan largo, bajo la forma de un
toro, y pronto va a recibirte la
Creta. Ella es quien me ha criado, y allá se celebrarán
tus bodas. De mí concebirás ilustres
hijos que entre los hombres han de ser reyes portadores
de cetros.
Habló así, y fue cumpliéndose lo que dijo. Y apareció
Creta, y recobrando Zeus su forma,
desató el cinturón de Europa, y las Horas le erigieron
lecho. Y la que era virgen se tornó al
punto esposa del Cronida, y concibió hijos de él, y fue
madre.
III
EPITAFIO DE BIÓN
¡Gemid conmigo en queja lamentable, oh valles, onda
dórica! ¡Ríos, llorad al amable Bión!
¡Gemid conmigo plantas y selvas! ¡Flores, exhalad los
perfumes de vuestros tallos
inclinados! ¡Enrojeced tristemente, rosas y anémonas!
¡Jacinto, haz hablar a tus letras, e
inscribe más que nunca en tus hojas: "¡Ay, ay! Ha
muerto un cantor ilustre."
Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.
Ruiseñores que lloráis bajo las hojas espesas, anunciad
a las ondas de la siciliana Aretusa
que ha muerto el boyero Bión, y que han muerto con él
los cantos, y que ha perecido la
Musa dórica.
Comenzad, Musas ¿cilianas, comenzad el canto fúnebre.
¡Oh cisnes del Strimón! Gemid miserablemente en las
aguas, y al gemir, cantad una queja
lúgubre con voz semejante a la de Bión cuando rivalizaba
con vosotros. Decid a las
vírgenes Eagrias, decid a todas las Ninfas Bistonias:
"¡Ha muerto el Orfeo dórico!"
Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.
¡El que era caro a los rebaños no cantará más, en lo
sucesivo, sentado bajo las encinas
solitarias; ¡pero canta versos lúgubres en la mansión de
Edoneo! Están mudas las montañas,
vagan las vacas junto a los toros, lloran y no quieren
pastar ya.
Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.
El propio Apolo ¡oh Bión! Ha llorado tu muerte
repentina. Los Sátiros han gemido, los
Príapos se han cubierto con vestiduras negras, y los Egipcios
han añorado con lágrimas tus
cantos. Eco gime en las rocas, pues en adelante se
callará y no repetirá los sonidos de tus
labios. A causa de tu muerte, los árboles han dejado
caer sus frutos, y se han marchitado
todas las flores. Ya no fluye la hermosa leche de las
tetas, ni la miel de las colmenas, que ha
perecido en la cera, abrumada de dolor. Pero, puesto que
se ha agotado tu miel, ¿qué
necesidad hay de recoger otra?
Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.
Jamás lloró tanto el delfín a la orilla del mar, jamás
suspiró tanto el ruiseñor en las rocas,
jamás gimió tanto la golondrina sobre las altas
montañas; jamás se sintió Ceis abrumada de
tantas penas a causa de Halción.
Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.
Jamás cantó Cerilo con tristeza tanta en el mar azul;
jamás el ave de Memnón, volando en
torno al sepulcro, lloró tanto al hijo de Aos en los
valles del Oriente, como se ha llorado la
muerte de Bión.
Comenzad, Musas sicilianas, comenzad el canto fúnebre.
Tomado de:
EROS FUGITIVO
Cipris llama con un gran grito a su hijo Eros.
«Si alguien ha visto a Eros vagando por las
encrucijadas,
se ha escapado de mí. El que me informe tendrá una
recompensa.
La recompensa será un beso de Cipris, pero cuando lo
hayas traído,
recibirás tú, huésped, más que un simple beso.
El niño es muy distinguido. Lo reconocerías entre
veinte.
Su piel no es blanca, sino semejante al fuego. Su mirada
es penetrante y radiante. Sus intenciones son perversas,
pero su habla
es dulce. Pues no es igual lo que piensa que lo que
dice. Su voz es como la miel, su mente como la bilis. Es salvaje, engañador,
mentiroso, un crío engañoso que juega salvajemente.
Tiene una hermosa cabellera, pero una cara atrevida.
Sus manos son pequeñas, pero disparan a larga distancia.
Alcanza hasta el Aqueronte y también la morada de Hades.
Su cuerpo está totalmente desnudo, pero su pensamiento
bien cubierto.
Como un pájaro alado vuela de una a otra persona,
hombres y mujeres, y se posa en sus corazones.
Tiene un arco muy corto y en él, una flecha:
un dardo pequeño, pero que llega hasta la cima del
cielo.
En la espalda lleva un pequeño carcaj de oro y dentro
están las punzantes flechas con las que frecuentemente
me hiere.
Todas estas cosas son crueles y su antorcha lo es más
aun.
La antorcha, aun siendo pequeña, abrasa al sol.
Si lo capturas, átalo y no tengas compasión.
Si ves que llora, ten cuidado de que no te engañe.
Si se ríe, arrástralo, y si te quiere besar,
huye. Su beso es dañino, sus labios son veneno.
Si dice ‘Acepta esto, te entrego mis armas’,
no cojas los engañosos regalos, han sido templados con
fuego.»
Cipris llama con un gran grito a su hijo Eros.
«Si alguien ha visto a Eros vagando por las
encrucijadas,
se ha escapado de mí. El que me informe tendrá una
recompensa.
La recompensa será un beso de Cipris, pero cuando lo
hayas traído,
recibirás tú, huésped, más que un simple beso.
El niño es muy distinguido. Lo reconocerías entre
veinte.
Su piel no es blanca, sino semejante al fuego. Su mirada
es penetrante y radiante. Sus intenciones son perversas,
pero su habla
es dulce. Pues no es igual lo que piensa que lo que
dice. Su voz es como la miel, su mente como la bilis. Es salvaje, engañador,
mentiroso, un crío engañoso que juega salvajemente.
Tiene una hermosa cabellera, pero una cara atrevida.
Sus manos son pequeñas, pero disparan a larga distancia.
Alcanza hasta el Aqueronte y también la morada de Hades.
Su cuerpo está totalmente desnudo, pero su pensamiento
bien cubierto.
Como un pájaro alado vuela de una a otra persona,
hombres y mujeres, y se posa en sus corazones.
Tiene un arco muy corto y en él, una flecha:
un dardo pequeño, pero que llega hasta la cima del
cielo.
En la espalda lleva un pequeño carcaj de oro y dentro
están las punzantes flechas con las que frecuentemente
me hiere.
Todas estas cosas son crueles y su antorcha lo es más
aun.
La antorcha, aun siendo pequeña, abrasa al sol.
Si lo capturas, átalo y no tengas compasión.
Si ves que llora, ten cuidado de que no te engañe.
Si se ríe, arrástralo, y si te quiere besar,
huye. Su beso es dañino, sus labios son veneno.
Si dice ‘Acepta esto, te entrego mis armas’,
no cojas los engañosos regalos, han sido templados con
fuego.»
Tomado de:

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