martes, 15 de julio de 2025

POEMAS DE JUANA DE IBARBOUROU - RECORDAMOS SU MUERTE-


Hora morada

 

¿Qué azul me queda?

 

¿En qué oro y en qué rosa me detengo,

qué dicha se hace miel entre mi boca

o qué río me canta frente al pecho?

 

Es la hora de la hiel, la hora morada

en que el pasado, como un fruto acedo,

sólo me da su raso deslucido

y una confusa sensación de miedo.

 

Se me acerca la tierra del descanso

final, bajo los árboles erectos,

los cipreses aquellos que he cantado

y veo ahora en guardia de los muertos.

 

Amé, ay Dios, amé a hombres y bestias

y sólo tengo la lealtad del perro

que aún vigila a mi lado mis insomnios

con sus ojos tan dulces y tan buenos.

 

 

La enredadera

Por el molino del huerto

asciende una enredadera.

 

El esqueleto de hierro

va a tener un chal de seda

 

ahora verde, azul más tarde

cuando llegue el mes de Enero

 

y se abran las campanillas

como puñados de cielo.

 

Alma mía: ¡quién pudiera

Vestirte de enredadera!

 

 

La sed

 

Tu beso fue en mis labios

de un dulzor refrescante.

Sensación de agua viva y moras negras

me dio tu boca amante.

 

Cansada me acosté sobre los pastos

con tu brazo tendido, por apoyo.

Y me cayó tu beso entre los labios,

como un fruto maduro de la selva

o un lavado guijarro del arroyo.

 

Tengo sed otra vez, amado mío.

Dame tu beso fresco tal como una

piedrezuela del río.

 

 

La inquietud fugaz

 

He mordido manzanas y he besado tus labios.

Me he abrazado a los pinos olorosos y negros.

Hundí, inquieta, mis manos en el agua que corre.

He huroneado en la selva milenaria de cedros

que cruza la pradera como una serpie grave,

y he corrido por todos los pedrosos caminos

que ciñen como fajas la ventruda montaña.

 

¡Oh amado, no te irrites por mi inquietud sin tregua!

¡Oh amado, no me riñas porque cante y me ría!

Ha de llegar un día en que he de estarme quieta,

¡ay, por siempre, por siempre!

con las manos cruzadas y apagados los ojos;

con los oídos sordos y con la boca muda,

y los pies andariegos en reposo perpetuo

sobre la tierra negra.

¡Y estará roto el vaso de cristal de mi risa

En la grieta obstinada de mis labios cerrados!

 

Entonces, aunque digas: - ¡Anda!, ya no andaré.

Y aunque me digas: - ¡Canta!, no volveré a cantar.

Me iré desmenuzando en quietud y en silencio

bajo la tierra negra,

mientras encima mío se oirá zumbar la vida

como una abeja ebria.

 

 

¡Oh, déjame que guste el dulzor del momento

fugitivo e inquieto!

 

¡Oh, deja que la rosa desnuda de mi boca

se te oprima a los labios!

 

Después será ceniza sobre la tierra negra.

 

 

 Lo que soy para ti

 

            Cierva,

que come en tus manos la olorosa hierba.

 

            Can

que sigue tus pasos doquiera que van.

 

            Estrella

para ti doblada de sol y centella.

 

            Fuente

que a tus pies ondula como una serpiente.

 

            Flor

que para ti solo da mieles y olor.

 

Todo eso yo soy para ti,

mi alma en todas sus formas te di.

Cierva y can, astro y flor,

agua viva que glisa a tus pies,

            Mi alma es

            para ti,

            Amor.

 

 

 

Vida aldeana

 

Iremos por los campos, de la mano,

a través de los bosques y los trigos,

entre rebaños cándidos y amigos,

sobre la verde placidez del llano,

 

para comer el fruto dulce y sano

de las rústicas vides y los higos

que coronan las tunas. Como amigos

partiremos el pan, la leche, el grano.

 

Y en las mágicas noches estrelladas,

bajo la calma azul, entrelazadas

las manos, y los labios temblorosos,

 

renovaremos nuestro muerto idilio,

y será como un verso de Virgilio

vivido ante los astros luminosos.

 

 

Amémonos

 

Bajo las alas rosa de este laurel florido,

amémonos. El viejo y eterno lampadario

de la luna ha encendido su fulgor milenario

y este rincón de hierba tiene calor de nido.

 

Amémonos. Acaso haya un fauno escondido

junto al tronco del dulce laurel hospitalario

y llore al encontrarse sin amor, solitario,

mirando nuestro idilio frente al prado dormido.

 

Amémonos. La noche clara, aromosa y mística

tiene no sé qué suave dulzura cabalística.

Somos grandes y solos sobre el haz de los campos

 

y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos,

con estremecimientos breves como destellos

de vagas esmeraldas y extraños crisolampos.

Tomado de:

https://www.estandarte.com/noticias/autores/seleccion-de-poemas-de-juana-de-ibarbourou_4471.html

 

 

Lacería

 

No codicies mi boca. Mi boca es de ceniza

y es un hueco sonido de campanas mi risa.

 

No me oprimas las manos. Son de polvo mis manos,

y al estrecharlas tocas comida de gusanos.

 

No trences mis cabellos. Mis cabellos son tierra

con la que han de nutrirse las plantas de la sierra.

 

No acaricies mis senos. Son de greda los senos

que te empeñas en ver como lirios morenos.

 

¿Y aún me quieres, amado? ¿Y aún mi cuerpo pretendes

y, largas de deseo, las manos a mí tiendes?

 

¿Aún codicias, amado, la carne mentirosa

que es ceniza y se cubre de apariencias de rosa?

 

Bien, tómame. ¡Oh laceria!

¡Polvo que busca al polvo sin sentir su miseria!

 

 

Amor

 

El amor es fragante como un ramo de rosas.

Amando, se poseen todas las primaveras.

Eros trae en su aljaba las flores olorosas

de todas las umbrías y todas las praderas.

 

Cuando viene a mi lecho trae aroma de esteros,

de salvajes corolas y tréboles jugosos.

¡Efluvios ardorosos de nidos de jilgueros,

ocultos en los gajos de los ceibos frondosos!

 

¡Toda mi joven carne se impregna de esa esencia!

Perfume de floridas y agrestes primaveras

queda en mi piel morena de ardiente transparencia

 

perfumes de retamas, de lirios y glicinas.

Amor llega a mi lecho cruzando largas eras

y unge mi piel de frescas esencias campesinas.

 

 

Así es la rosa

 

De la matriz del día

se alzó la rosa vertical y blanca

mientras todo rugía:

la tierra, el aire, el agua.

 

Tendí la mano para protegerla,

criatura de paz y de armonía,

completa, virgen, intocable, exacta

en la extensión total del mediodía.

 

Y me llevó el brazo la metralla.

Impávida seguía

en su serenidad y su victoria,

aunque en mi sangre la embebía.

 

Ni mi alarido hizo temblar sus pétalos

ni apagó su fragancia mi agonía.

Era la rosa, la perfecta y única.

Nada la detenía.

Bajo la lluvia

 

¡Cómo resbala el agua por mi espalda!

¡Cómo moja mi falda,

y pone en mis mejillas su frescura de nieve!

Llueve, llueve, llueve,

y voy, senda adelante,

con el alma ligera y la cara radiante,

sin sentir, sin soñar,

llena de la voluptuosidad de no pensar.

 

 

Un pájaro se baña

en una charca turbia. Mi presencia le extraña,

se detiene… me mira… nos sentimos amigos…

¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!

Después es el asombro

de un labriego que pasa con su azada al hombro

y la lluvia me cubre de todas las fragancias

de los setos de octubre.

Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado

como un maravilloso y estupendo tocado

de gotas cristalinas, de flores deshojadas

que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.

Y siento, en la vacuidad

del cerebro sin sueño, la voluptuosidad

del placer infinito, dulce y desconocido,

de un minuto de olvido.

Llueve, llueve, llueve,

y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.

Como la primavera

 

Como un ala negra tendí mis cabellos

sobre tus rodillas.

Cerrando los ojos su olor aspiraste

diciéndome luego:

-¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgos?

¿Con ramas de sauces te atas las trenzas?

¿Tu almohada es de trébol? ¿Las tienes tan negras

porque acaso en ellas exprimiste un zumo

retinto y espeso de moras silvestres?

 

¡Qué fresca y extraña fragancia te envuelve!

Hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas.

¿Qué perfume usas? Y riendo le dije:

- ¡Ninguno, ninguno!

Te amo y soy joven, huelo a primavera.

 

Este olor que sientes es de carne firme,

de mejillas claras y de sangre nueva.

¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo

las mismas fragancias de la primavera!



 Despecho

¡Ah, que estoy cansada! Me he reído tanto,

tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;

tanto, que este rictus que contrae mi boca

es un rastro extraño de mi risa loca.

 

Tanto, que esta intensa palidez que tengo

(como en los retratos de viejo abolengo),

es por la fatiga de la loca risa

que en todos mis nervios su sopor desliza.

 

¡Ah, que estoy cansada! Déjame que duerma,

pues como la angustia, la alegría enferma.

¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!

¿Cuándo más alegre que ahora me viste?

 

¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,

ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos.

Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,

es por el esfuerzo de reírme tanto…

 

 

Estío

 

Cantar del agua del río.

Cantar continuo y sonoro,

arriba bosque sombrío

y abajo arenas de oro.

 

Cantar…

de alondra escondida

entre el oscuro pinar.

 

Cantar…

del viento en las ramas

floridas del retamar.

 

Cantar…

de abejas ante el repleto

tesoro del colmenar.

 

Cantar…

de la joven tahonera

que al río viene a lavar.

 

Y cantar, cantar, cantar

de mi alma embriagada y loca

bajo la lumbre solar.

Tomado de:

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/juana-de-ibarbourou/






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