Condenadas
A todas las mujeres
que pasaron por este calabozo
Recuerdo a Berta Singerman
diciendo aquellos versos:
¡Botas! ¡Botas! ¡Botas!
Están pasando ahora
¡Botas! ¡Botas! ¡Botas!
Como una marcha fúnebre
¡Botas! ¡Botas! ¡Botas!
ahuecando la voz imito a Berta
y recito en voz alta
que lo oigan:
¡Botas! ¡Botas! ¡Botas!
El oficial grita
los guardias se apresuran
y yo sonrío
porque sé perfectamente
que éstas
acabarán como las otras.
Alguien gritó
Alguien gritó:
¡Viva la libertad!,
y respondió la sangre.
Alguien gritó:
¡Muera el tirano!,
y respondió la sangre.
Mañana,
gritará la sangre:
¡Viva la libertad!
¡Muera el tirano!,
¡y el pueblo
responderá!
Bandos
Se prohíbe,
al hambre comer
a la boca hablar
al oído oír
a la sed beber
al fuego calentar
al miedo correr
al frio tiritar
a la alegría reír
al amor querer
al poeta cantar
al herido gemir
a la primavera florecer
a la pólvora explotar
Después
los fusilaron por no cumplir.
El torturador
A los que sabemos.
De tanto burlar la muerte,
tenía la sangre negra.
De tanto burlar el día,
tenía el alma negra.
De tanto burlar al pueblo
tenía la vida negra.
Simplemente
lo mataron.
En el lugar encontraron
solamente un pozo negro.
No hubo quién preguntara.
Exilio
Estoy llena de culpas
y tengo que decirlas,
pero antes necesito
verte el corazón en los oídos
porque hablo con el mío
entre los dientes.
Me siento culpable de estar viva,
de reír y cantar,
de comer con apetito,
de tener abrigo, casa
y calles para andar
y amigos
con quienes hablar a veces tonterías.
Me siento culpable de estar sana,
de que me guste la vida y su alegría,
de escribir, recordar y hacer poesía.
No tengo otra forma de luchar
y eso
también es culpa mía.
Luna salvaje
A Herib Campos
Cervera,
el que abrió
caminos
a la poesía del
Paraguay.
Mi patria tiene
una luna salvaje
pálida y trágica.
Siempre vestida de novia
y sin marido.
Siempre manchada de sangre
y sin marido.
Siempre enterrando a sus hijos
y sin marido.
Pálida y trágica luna
salvaje y bella
como mi patria.
Sala de torturas
A
Esther Ballestrino,
detenida-desaparecida
Allí están sin amarras
los barcos infinitos.
Es un viaje extraño
en ese mar de gritos
espeso y sofocante
girando como ruedas
de un molinete brujo
en ese horror kafkiano
en ese absurdo obtuso.
Después llega el silencio.
Un silencio que plancha
el alma contra el piso.
Que allí todo es silencio
cuando todo no es grito.
Noche larga
Mi ciudad es de arena y viento espeso
con pedazos de luna en las esquinas,
medallones de sombra en los jardines
y un aire de terror sobre los techos.
Nadie acudirá por más que grites.
Nadie responderá por más que llames.
Ha levantado muros de silencio
que ahogan las palabras en el aire.
Mi ciudad es de calles infinitas
y de ella no saldrás por más que andes.
El temible Taú-Taú de fuego fatuo
te hará perder el rumbo si es que partes;
te transformará en fantasma inquieto,
te hará vagar por patios y zaguanes,
te enredará en las cuerdas de arpas indias
y en un idioma dulce de pañales.
Mi ciudad te habrá envuelto en sus encajes
como el hilo y la espuma de una araña.
y querrás reaccionar y será tarde.
Serás un preso más entre sus presos
o la sombra azul que viborea
en el río profundo que la abraza.
Pero como es de arena y viento espeso
habrá volado entera en el mañana.
La alondra herida
Yo no puedo cantarte, hijo de mi tierra.
Mi voz, entrelazada a tu corona de espinas
sólo puede sangrar por tus heridas.
Yo no puedo cantarle a tu miseria,
a tu debilidad de anquilostomas,
al vacío de tu hambre acostumbrada.
Yo no puedo cantarle a tus cadenas,
al yugo que doblega tus espaldas,
al catre pelado bajo el techo que llueve
su importancia de paja.
Yo no puedo cantarte y no te canto.
Que cante para ti la alondra ciega,
en su artística jaula emparedada,
su estupidez de flores perfumadas,
amores, besos, aguas cristalinas.
Que te hable el arroyo que murmura,
de la fuente que baja cantarina,
del jazmín que perfuma nuestras calles
en las noches de luna.
Que te cante la alondra ciega, yo veo
tu destino de hospital sin vendas:
yo soy la alondra herida.
Yo no puedo cantarte y no te canto.
Yo grito en tu voz de rebeldía,
yo golpeo en tu puño libertario.
Soy ladrillo en tu pecho amurallado,
destello en tu mirada taladrante,
palabra, en tu mensaje solidario.
Soy fibra de tu carne en el trabajo,
soy llama en la antorcha que levanta
el arco de triunfo de tu brazo.
Yo ansío con tus ansias postergadas:
hoy no puedo cantarte, te cantaré mañana
cuando pueda tu voz cantar conmigo
¡la dicha de la patria liberada!
Palabras
Tomo palabras y ejerzo
el noble oficio
de los parteros y los enterradores.
Las palabras dan a luz
lo que nace;
y entierran lo que muere.
Bajo los poemas inservibles
pondremos epitafios:
aquí yacen
bajo millones de palabras
los que intentaron matar la poesía.
Aquí yacen.
Bajo millones de verdades.
Pequeña canción de amor
Eres tú el que yo amo
al que esperar no supe
al que ignoraba.
El que prendió ternura a mis cabellos
con dedos que temblaban.
El que con mano leve asió mi mano
y le dejó una estrella enamorada.
El que como un río me rodea
se aleja y vuelve siempre
como ola empecinada.
Eres tú. El que yo amo.
Sangre cautiva
Sangre india, sangre india hay en mi pueblo.
¡Arde!
En el quebracho herido de mis selvas.
¡Sufre!
En el infierno verde del minero.
¡Gime!
En la boca de quejas sofocadas.
¡Hierve!
Ha mordido las entrañas de mi tierra.
¡Sube!
Masticando lentamente sus cadenas.
¡Ruge!
Impulsando la vida que amanece.
¡Grita!
Su derecho sagrado de ser sangre.
¡Libre!
Sangre india, sangre india hay en mi pueblo.
¡Lucha!
Vida clandestina
A
Rosa, a Isabel, a María
(Asunción)
Pierdes el color
cambias el rostro
la manera de ser
y de portarte.
Te observas y eres otra
a tal punto
que un día te preguntas:
y yo,
¿cómo era antes?
La obrerita
Yo soy
Dominga Villalba;
nací en el surco
donde mi madre sembraba.
La hamaca que me sirvió de cuna
la trenzó la ausencia
y la colgó el olvido.
Pablo, dicen, que se llamaba.
¡Nunca vino a verme!
El camino de los pobres
solamente el dolor
lo encuentra siempre.
Papeles,
sellados de injusticia.
Fusiles,
cargados de ignominia.
Rancho, sembrados, esperanzas, ¡todo!
era ajeno.
Nuestro,
solamente un poco
de carne encallecida
y un gran amor alimentado
de tierra, de rocío,
de pájaros y espigas.
Ahora,
soy Dominga Villalba,
obrera,
rebelde y combativa,
voz y puño en la lucha
por el pan y por la tierra.
¡Así me hicieron!
A golpes trabajaron
mi arcilla campesina
y ahora soy
¡fibra de acero!
Tomado de:
https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/cuaderno-de-poesia-critica-n-070-carmen-soler.pdf
A todos mis hermanos y hermanas…
A mi hermano Miguel
Ángel
A todos mis hermanos y hermanas
del mundo aún oprimido.
Uniformes, metralletas,
patio, pasillos estrechos,
puerta de hierro maciza,
cerrojo y candados negros.
Una boca que se abre
dos metros por metro y medio;
pisos, techos y paredes
desnudos como el desierto.
Panteones para vivos
donde se arrastran espectros
que de humano solo tienen
la forma del esqueleto.
¡Si hasta los muros parecen
más vivos y menos secos!
No existen sobre la tierra
socavones más espesos
ni tiempo que así se arrastre
por minuteros tan quietos.
Ni puede existir tampoco
un espacio tan pequeño
que oculte tantos dolores,
que guarde tantos secretos.
Los corredores acechan
con miradores histéricos
acechanzas que se palpan
como grilletes de hielo.
Cinco radiotransistores
atruenan el aire quieto.
que no se escuchen los gritos
en la noche del tormento.
Potros de grupas oscuras
arrancan chispas al viento,
pero vuelven abatidos,
desmadejados los belfos.
¡O está muy lejos la tierra,
o está muy lejos el cielo!
No sé si ustedes conocen
lo que entonces siente un preso;
esa escalada de frío
del espinazo hasta el pelo,
ese temblor que se cuela
por las rendijas del miedo
y el espolón del coraje
mellándose de despecho
impotente y amarrado
crucificado en un cepo.
Ese dolor tan antiguo
que nunca tuvo remedio,
de animal acorralado
forcejeando prisionero
a merced de quienes usan
la crueldad como derecho.
¡Y sentir el alma llena de un odio
que raspa adentro!
Aparecen, como ratas
del albañal del infierno
frente al hombre que no tiene
más arma que su silencio.
¡Apresar mis versos!…
¡Apresar mis versos!
si estoy llena de luces
que se escapan cantando.
Si estoy llena de voces
que cantan en el viento.
¡Ilusos!
Si aún sobre mi tumba
oirán la campana
tocando a rebato por la libertad.
Panteones para vivos…
Panteones para vivos
llaman a estos
calabozos de castigo
pero no seré yo
—pensaba—
quien los transforme
en «para muertos».
Y si lo estoy contando
es que fue cierto.
Yo soy Dominga Villalba…
Yo soy Dominga Villalba;
nací en el surco
donde mi madre sembraba.
La hamaca que me sirvió de cuna
la trenzó la ausencia
y la colgó el olvido.
Pablo, dicen, que se llamaba.
¡Nunca vino a verme!
El camino de los pobres
solamente el dolor
lo encuentra siempre.
Papeles, sellados de injusticia.
Fusiles, cargados de ignominia.
Rancho, sembrados, esperanzas, ¡todo!
era ajeno.
Nuestro,
solamente un poco
de carne encallecida
y un gran amor alimentado
de tierra, de rocío,
de pájaros y espigas.
Ahora, soy Dominga Villalba,
obrera,
rebelde y combativa,
voz y puño en la lucha
por el pan y por la tierra.
¡Así me hicieron!
A golpes trabajaron
mi arcilla campesina
y ahora soy
¡fibra de acero!
¡Ya!
¡Arráncate la mordaza
y canta!
¡Escupe el veneno
y vive!
¡Pon la tristeza
en la palma de tu mano
y sopla!
¡Véndate la herida
y lucha!
¡Vamos!
¡Ya!
Tomado de:
https://ciudadseva.com/autor/carmen-soler/poemas/

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