jueves, 10 de julio de 2025

POEMAS DE CARMEN GLADYS SOLER (MAMACHA) DESCUBRIENDO POETAS




Condenadas

A todas las mujeres

que pasaron por este calabozo

Recuerdo a Berta Singerman

diciendo aquellos versos:

¡Botas! ¡Botas! ¡Botas!

Están pasando ahora

¡Botas! ¡Botas! ¡Botas!

Como una marcha fúnebre

¡Botas! ¡Botas! ¡Botas!

ahuecando la voz imito a Berta

y recito en voz alta

que lo oigan:

¡Botas! ¡Botas! ¡Botas!

El oficial grita

los guardias se apresuran

y yo sonrío

porque sé perfectamente

que éstas

acabarán como las otras.

 

 

Alguien gritó

Alguien gritó:

¡Viva la libertad!,

y respondió la sangre.

Alguien gritó:

¡Muera el tirano!,

y respondió la sangre.

Mañana,

gritará la sangre:

¡Viva la libertad!

¡Muera el tirano!,

¡y el pueblo

responderá!

 

 

Bandos

Se prohíbe,

al hambre comer

a la boca hablar

al oído oír

a la sed beber

al fuego calentar

al miedo correr

al frio tiritar

a la alegría reír

al amor querer

al poeta cantar

al herido gemir

a la primavera florecer

a la pólvora explotar

Después

los fusilaron por no cumplir.

 

 

El torturador

A los que sabemos.

De tanto burlar la muerte,

tenía la sangre negra.

De tanto burlar el día,

tenía el alma negra.

De tanto burlar al pueblo

tenía la vida negra.

Simplemente

lo mataron.

En el lugar encontraron

solamente un pozo negro.

No hubo quién preguntara.

 

 

Exilio

Estoy llena de culpas

y tengo que decirlas,

pero antes necesito

verte el corazón en los oídos

porque hablo con el mío

entre los dientes.

Me siento culpable de estar viva,

de reír y cantar,

de comer con apetito,

de tener abrigo, casa

y calles para andar

y amigos

con quienes hablar a veces tonterías.

Me siento culpable de estar sana,

de que me guste la vida y su alegría,

de escribir, recordar y hacer poesía.

No tengo otra forma de luchar

y eso

también es culpa mía.

 

 

Luna salvaje

A Herib Campos Cervera,

el que abrió caminos

a la poesía del Paraguay.

Mi patria tiene

una luna salvaje

pálida y trágica.

Siempre vestida de novia

y sin marido.

Siempre manchada de sangre

y sin marido.

Siempre enterrando a sus hijos

y sin marido.

Pálida y trágica luna

salvaje y bella

como mi patria.

 

 

Sala de torturas

A Esther Ballestrino,

detenida-desaparecida

Allí están sin amarras

los barcos infinitos.

Es un viaje extraño

en ese mar de gritos

espeso y sofocante

girando como ruedas

de un molinete brujo

en ese horror kafkiano

en ese absurdo obtuso.

Después llega el silencio.

Un silencio que plancha

el alma contra el piso.

Que allí todo es silencio

cuando todo no es grito.

 

 

Noche larga

Mi ciudad es de arena y viento espeso

con pedazos de luna en las esquinas,

medallones de sombra en los jardines

y un aire de terror sobre los techos.

Nadie acudirá por más que grites.

Nadie responderá por más que llames.

Ha levantado muros de silencio

que ahogan las palabras en el aire.

Mi ciudad es de calles infinitas

y de ella no saldrás por más que andes.

El temible Taú-Taú de fuego fatuo

te hará perder el rumbo si es que partes;

te transformará en fantasma inquieto,

te hará vagar por patios y zaguanes,

te enredará en las cuerdas de arpas indias

y en un idioma dulce de pañales.

Mi ciudad te habrá envuelto en sus encajes

como el hilo y la espuma de una araña.

y querrás reaccionar y será tarde.

Serás un preso más entre sus presos

o la sombra azul que viborea

en el río profundo que la abraza.

Pero como es de arena y viento espeso

habrá volado entera en el mañana.

 

 

La alondra herida

Yo no puedo cantarte, hijo de mi tierra.

Mi voz, entrelazada a tu corona de espinas

sólo puede sangrar por tus heridas.

Yo no puedo cantarle a tu miseria,

a tu debilidad de anquilostomas,

al vacío de tu hambre acostumbrada.

Yo no puedo cantarle a tus cadenas,

al yugo que doblega tus espaldas,

al catre pelado bajo el techo que llueve

su importancia de paja.

Yo no puedo cantarte y no te canto.

Que cante para ti la alondra ciega,

en su artística jaula emparedada,

su estupidez de flores perfumadas,

amores, besos, aguas cristalinas.

Que te hable el arroyo que murmura,

de la fuente que baja cantarina,

del jazmín que perfuma nuestras calles

en las noches de luna.

Que te cante la alondra ciega, yo veo

tu destino de hospital sin vendas:

yo soy la alondra herida.

Yo no puedo cantarte y no te canto.

Yo grito en tu voz de rebeldía,

yo golpeo en tu puño libertario.

Soy ladrillo en tu pecho amurallado,

destello en tu mirada taladrante,

palabra, en tu mensaje solidario.

Soy fibra de tu carne en el trabajo,

soy llama en la antorcha que levanta

el arco de triunfo de tu brazo.

Yo ansío con tus ansias postergadas:

hoy no puedo cantarte, te cantaré mañana

cuando pueda tu voz cantar conmigo

¡la dicha de la patria liberada!

 

 

Palabras

Tomo palabras y ejerzo

el noble oficio

de los parteros y los enterradores.

Las palabras dan a luz

lo que nace;

y entierran lo que muere.

Bajo los poemas inservibles

pondremos epitafios:

aquí yacen

bajo millones de palabras

los que intentaron matar la poesía.

Aquí yacen.

Bajo millones de verdades.

 

 

Pequeña canción de amor

Eres tú el que yo amo

al que esperar no supe

al que ignoraba.

El que prendió ternura a mis cabellos

con dedos que temblaban.

El que con mano leve asió mi mano

y le dejó una estrella enamorada.

El que como un río me rodea

se aleja y vuelve siempre

como ola empecinada.

Eres tú. El que yo amo.

 

 

Sangre cautiva

Sangre india, sangre india hay en mi pueblo.

¡Arde!

En el quebracho herido de mis selvas.

¡Sufre!

En el infierno verde del minero.

¡Gime!

En la boca de quejas sofocadas.

¡Hierve!

Ha mordido las entrañas de mi tierra.

¡Sube!

Masticando lentamente sus cadenas.

¡Ruge!

Impulsando la vida que amanece.

¡Grita!

Su derecho sagrado de ser sangre.

¡Libre!

Sangre india, sangre india hay en mi pueblo.

¡Lucha!

 

 

Vida clandestina

A Rosa, a Isabel, a María

(Asunción)

Pierdes el color

cambias el rostro

la manera de ser

y de portarte.

Te observas y eres otra

a tal punto

que un día te preguntas:

y yo,

¿cómo era antes?

 

 

La obrerita

Yo soy

Dominga Villalba;

nací en el surco

donde mi madre sembraba.

La hamaca que me sirvió de cuna

la trenzó la ausencia

y la colgó el olvido.

Pablo, dicen, que se llamaba.

¡Nunca vino a verme!

El camino de los pobres

solamente el dolor

lo encuentra siempre.

Papeles,

sellados de injusticia.

Fusiles,

cargados de ignominia.

Rancho, sembrados, esperanzas, ¡todo!

era ajeno.

Nuestro,

solamente un poco

de carne encallecida

y un gran amor alimentado

de tierra, de rocío,

de pájaros y espigas.

Ahora,

soy Dominga Villalba,

obrera,

rebelde y combativa,

voz y puño en la lucha

por el pan y por la tierra.

¡Así me hicieron!

A golpes trabajaron

mi arcilla campesina

y ahora soy

¡fibra de acero!

Tomado de:

https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/cuaderno-de-poesia-critica-n-070-carmen-soler.pdf

 

 

A todos mis hermanos y hermanas…

A mi hermano Miguel Ángel

 

A todos mis hermanos y hermanas

del mundo aún oprimido.

Uniformes, metralletas,

patio, pasillos estrechos,

puerta de hierro maciza,

cerrojo y candados negros.

Una boca que se abre

dos metros por metro y medio;

pisos, techos y paredes

desnudos como el desierto.

Panteones para vivos

donde se arrastran espectros

que de humano solo tienen

la forma del esqueleto.

¡Si hasta los muros parecen

más vivos y menos secos!

No existen sobre la tierra

socavones más espesos

ni tiempo que así se arrastre

por minuteros tan quietos.

Ni puede existir tampoco

un espacio tan pequeño

que oculte tantos dolores,

que guarde tantos secretos.

Los corredores acechan

con miradores histéricos

acechanzas que se palpan

como grilletes de hielo.

Cinco radiotransistores

atruenan el aire quieto.

que no se escuchen los gritos

en la noche del tormento.

Potros de grupas oscuras

arrancan chispas al viento,

pero vuelven abatidos,

desmadejados los belfos.

¡O está muy lejos la tierra,

o está muy lejos el cielo!

No sé si ustedes conocen

lo que entonces siente un preso;

esa escalada de frío

del espinazo hasta el pelo,

ese temblor que se cuela

por las rendijas del miedo

y el espolón del coraje

mellándose de despecho

impotente y amarrado

crucificado en un cepo.

Ese dolor tan antiguo

que nunca tuvo remedio,

de animal acorralado

forcejeando prisionero

a merced de quienes usan

la crueldad como derecho.

¡Y sentir el alma llena de un odio

que raspa adentro!

Aparecen, como ratas

del albañal del infierno

frente al hombre que no tiene

más arma que su silencio.

 

 

¡Apresar mis versos!…

¡Apresar mis versos!

si estoy llena de luces

que se escapan cantando.

Si estoy llena de voces

que cantan en el viento.

¡Ilusos!

Si aún sobre mi tumba

oirán la campana

tocando a rebato por la libertad.

 

 

Panteones para vivos…

Panteones para vivos

llaman a estos

calabozos de castigo

pero no seré yo

—pensaba—

quien los transforme

en «para muertos».

Y si lo estoy contando

es que fue cierto.

 

 

Yo soy Dominga Villalba…

Yo soy Dominga Villalba;

nací en el surco

donde mi madre sembraba.

La hamaca que me sirvió de cuna

la trenzó la ausencia

y la colgó el olvido.

Pablo, dicen, que se llamaba.

¡Nunca vino a verme!

 

El camino de los pobres

solamente el dolor

lo encuentra siempre.

 

Papeles, sellados de injusticia.

Fusiles, cargados de ignominia.

 

Rancho, sembrados, esperanzas, ¡todo!

era ajeno.

Nuestro,

solamente un poco

de carne encallecida

y un gran amor alimentado

de tierra, de rocío,

de pájaros y espigas.

 

Ahora, soy Dominga Villalba,

obrera,

rebelde y combativa,

voz y puño en la lucha

por el pan y por la tierra.

¡Así me hicieron!

A golpes trabajaron

mi arcilla campesina

y ahora soy

¡fibra de acero!

 

 

¡Ya!

¡Arráncate la mordaza

y canta!

 

¡Escupe el veneno

y vive!

 

¡Pon la tristeza

en la palma de tu mano

y sopla!

 


¡Véndate la herida

y lucha!

 

¡Vamos!

 

¡Ya!

Tomado de:

https://ciudadseva.com/autor/carmen-soler/poemas/


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