Rapsodia para el baile flamenco
Dialogar con la muerte es la hermosa imprudencia
de quienes aprenden a cantar desde la cuna al borde del
abismo.
El canto y la danza también pueden ser fervorosos
rituales de la desesperanza,
escuelas de lo terrible pobladas de una infancia
hipnotizadas por los ojos de la madre,
los ojos de una fascinada mujer que a su vez viene
rodando por los siglos,
con su encantamiento amarrado a la cintura, y quiere
arrojarlo de sí,
con palmas, con gemidos, con arranques de un fuego que
prende
otro fuego más hondo, para evitar el imperio de la
ceniza en el alma,
y levantar la sangre hasta los rostros de los santos de
papel.
La danza puede ser el idioma perdido de unos dioses,
la señal arrojada a la noche desde un faro hundido en
el infierno,
la invitación a rugir de protesta y de odio contra el
acabamiento humano,
la llamada al disfrute de placeres absolutamente
baldíos, pero gratos por ello,
la plegaría burlona ante ídolos que perdieron todo su
poder,
y son ahora piedrecillas azotadas por la danza.
Ese canto que viene de más allá de las entrañas,
este canto aprendido junto al muro de los cementerios,
este canto guardado entre sus vísceras por los errantes
hijos de David,
este disfraz del llanto de las sinagogas, que lleva
siglos resonando,
este canto hecho de milenios de mendicidad, de pavor y
de adulterios,
este lamento que es un río de belleza y de sangre
vertida por el amor prohibido,
este canto que es un hombre en fuga, un criminal
acorralado,
un violador de niñas a la sombra del nardo, alguien
a quien el destino persigue con sus perros más feroces,
este canto y esta danza, hermanos gemelos de la muerte,
hijos de la calavera, sonidos del bailete que el diablo
ensaya todos los días
a las puertas del cielo,
esta danza y este canto, esta belleza golpeadora en el
bajo vientre, estas
victorias, elevan al hombre hasta más allá del glorioso
desdén por la muerte, lo mantean.
como a un polichinela humanizado por el impuro amor a las
hetairas,
y esparcen y derraman la blanca sangre de la
fecundación,
y al final lo entregan rendido a la orgullosa posesión
del vacío;
esta danza y este canto, estas alucinaciones, estos
esqueletos de carnosas grupas,
por los siglos, estos misteriosos gatos egipcios que
saltan entre los brazos en arco y muerden la cintura
de los bailarines, estas agrias flechas de lascivia
contra el San Sebastián
que las contempla, este aquelarre ardiendo entre los
muslos, y a la postre,
después de los altos himnos paganos a la carne, después
del rostro contraído por el
miedo a la muerte, después de la pasión crispada y
anhelante, del llanto denunciado
en las tenebrosas guitarras, esta danza y este canto se
pierden en el vientre
de la noche, vuelan hacia los recónditos cementerios, y
agazapados quedan; este canto
y esta danza, hasta mañana, hasta mañana otra vez,
hasta siempre y más siempre, hasta mañana.
Cuando los niños hacen un muñeco de nieve
Cuando los niños hacen un muñeco de nieve,
Ellos no saben que juegan a Dios,
Autorizados por Dios.
Desde el seno de la cellisca sonríe el Señor,
Y aporta nuevos ramos de nieve, más blanca a cada
instante,
Para hacer los brazos del ente, las orejas, la frente
De ese muñeco que acaba por erguirse en la vastedad de
la nieve,
Igual que un hombre sale de las manos de Dios.
Cuando los niños hacen un muñeco de nieve,
Una vez satisfechos y plenos como el mismo
Padre de todas las criaturas,
Lo abandonan gentiles a su nuevo destino,
Y queda sorprendido de ser para siempre una sombra
arrojada a la nieve,
Aquel a quien los niños dejan como un centinela perdido
en el desierto.
Palabras de Paolo al hechicero
Ma se a conoscer la
prima radice del nostro amor tu hai cotanto affetto...
DANTE, Inferno, C.
V.
No hay para nosotros una marcha nupcial,
Ni muestran una alianza de oro nuestras manos.
Nosotros reunimos nuestras soledades
desautorizadamente,
Pero sabemos que Dios tiene una respuesta para todo.
No podemos mirar en derredor para pedir clemencia,
Ni hemos de esperar nunca una señal de consuelo.
Con nuestras manos desnudas, manos sin alianzas,
Llamaremos directamente a la puerta de Dios,
Contemplando en la alta noche ese fulgor de las
estrellas
Que no preguntan por el cuerpo de quien las mira,
Sino que vibran sólo al sentirse golpeadas por un alma,
Por un alma que pide socorro contra la hostilidad de
los hombres.
No podemos mirar en torno: nadie ha de perdonarnos.
Ninguna mano humana acariciará nuestra extraña herida
(Esa herida que Dios mismo tiene que haber hecho).
Solo podemos tú y yo acompañarnos valerosamente,
Y ser yo el castillo donde refugies en la tierra tu
soledad,
Y ser tú para mí el amparo que halla en medio del
bosque
El ciervo sin cesar acosado por el furor de la jauría.
No hay un himno nupcial para nosotros: somos el espejo
de la nada.
Pero yo escucho en torno nuestro toda la música del
cielo,
Y cuando estamos tú y yo ofrecidos en nuestra miseria a
Dios,
Cuando interrogamos con nuestro sufrimiento al creador
de toda herida,
A la luz de todo misterio, a la clave de todo
jeroglífico,
Nos bendice desde las últimas estrellas la música
celeste,
Y comprendo que sólo Él puede perdonarnos, porque sólo
Él nos ama
Y nos comprende, ya que nos ha creado como abismo y
misterio, también para su gloria.
Para Berenice, canciones apacibles
I
El amor y el tiempo
El tiempo junto a ti no tiene horas,
ni días, ni minutos;
es un tiempo que ilumina y llena la memoria,
y la ocupa entera,
como ocupa y llena la extensión de los cielos
el diminuto corazón de cada estrella.
El tiempo junto a ti no tiene horas,
me anticipa, ¡quién sabe!,
las playas que algún día conoceremos
con el radiante nombre de eternidad,
las playas donde el tiempo no ha perdido su luz,
donde no es hábito ni costumbre,
sino memoria pura.
A veces tu recuerdo me hace daño
como un alfiler clavado en la palma de la mano.
Pero me das el tiempo intemporal, lo eterno,
el olvido del mundo y de esas horas
que me van empujando lentamente al vacío;
el tiempo que me das tiene su nombre:
solemne puede ser llamado Eternidad,
humilde puede ser llamado Amor,
pero a solas yo gusto de invocarlo con tu dulce nombre,
y decirle simplemente, ven a mi corazón,
porque te quiero.
II
La llave del corazón está en los ojos
La llave del corazón está en los ojos,
como la llave del árbol está en su raíz.
Aquellos largos ojos de Svengali,
que atravesaban muros y ciudades
en busca del corazón secreto de su Trilby,
son los ojos del siempre amor.
Pues la mirada
lleva en peso al cuerpo y lo transforma en alma,
y nada puede hacerla mentir; igual que el humo,
proviene de algún incendio de las entrañas,
y ha recorrido antes de aflorar sobre el rostro,
las selvas viscerales,
el rumor sombrío de las venas,
las inmensas aduanas de los huesos; y ha vencido
la noche interminable de la sangre: la mirada,
no puede mentir, trae a su espejo la cifra celestial
del demonio o del ángel, y los exactos retratos
del alma personal. Y en lo impalpable, en lo fugaz,
en el claro misterio revelado por el centellear de una
mirada,
quedamos avisados de que la llave del corazón está en
los ojos,
como está en la raíz la figuración del árbol.
Magnolias para Betina
El árbol de la magnolia parece un hombre mudo.
Está vuelto hacia sí, metido en su hondo adentro,
Y ni aún la luz más pura consigue que sonría.
—92→
La madera del barco de Caronte es negra y silenciosa
Madera de magnolio: solo al ser luna estremécese y
vibra
El árbol para el cual no existen las estrellas.
Cuando una niña llamada Betina, niña sin brazos,
tristísima Betina,
Eleva hacia el magnolio sus ojos pavoridos, sale de
entre lo negro
Como una estrella espesa, como una mascarilla de alguna
extinta rosa
La magnolia lunar; cae la magnolia
Sobre el rostro impasible de Betina, borra su llanto,
Y regresa hacia su soledad y su silencio el árbol del
magnolio.
El viento en Trieste decía
El viento en Trieste decía tan extrañas canciones al
amanecer,
que a nada temíamos tanto como al anuncio de que el
alba llegaba.
Allí fuimos por una vez hijos felices de las tinieblas,
allí aprendimos a amar como si fuera la más hermosa luz
el rostro entero de la noche.
El viento en Trieste decía tales sufrimientos y
horrores en lo alto,
que aprendíamos a desconfiar de las candorosas nubes,
y tomábamos por verdaderos centinelas de oscuras
ceremonias
la antes cristalina bandada de aves blancas.
El viento,
el viento en Trieste abatía premeditadamente cuanto
fuera hermoso,
y metidos en el último rincón de nuestros refugios
sentíamos que el viento,
el viento bramador, el de la enajenada y espectral
sinfonía,
hería, y estrujaba, y arrastraba gozosamente entre la
inmundicia,
las vestiduras blanquísimas de los ángeles, los velos
de la futura desposada,
los últimos depósitos de la sangre conservada como
reliquia en el secreto del sagrario.
El viento en Trieste decía la pena de las estrellas,
la guerra incesante que hay allá, en las regiones donde
nosotros
queríamos ver astros límpidos, armonía pautada en
persona por Santa Cecilia,
paz del cielo.
El viento,
el viento en Trieste nos hacía desear como refugio la
vida de la tierra,
la propia vida que nos habíamos empeñado en repudiar.
El viento en Trieste decía
cuántos infiernos moran allá entre las estrellas, y nos
hacía buena la tierra,
y del pecho se escapaban bendiciones cuando el viento
rugía contra el sueño,
y nos daba sin tregua y sin consuelo
la inesperada enemistad del alba.
Nocturno luminoso
Music I beard with you was more than music, and bread
I broke with you was more than bread.
CONRAD AIKEN
Como un mapa pintado de violento amarillo sobre una
pared gris,
como una mariposa aparecida de súbito en medio de los
niños en el aula,
inesperadamente así, cuando es más noche la noche de
los ciegos extraviados en el laberinto,
puede aparecer de pronto una figura humana que sea como
un cirio dulcemente encendido,
como el sol personal, o como el recuerdo de que hay
también estrellas y hermosura,
y algo bello cantando todavía entre las viejas venas de
la tierra.
Como un mapa o como una mariposa que se queda adherida
en un espejo,
la dulce piel invade e ilumina las praderas oscuras del
corazón;
inesperadamente así, como la centella o el árbol
florecido,
esa piel luminosa es de pronto el adorno más bello de
una vida,
es la respuesta pedida largamente a la impenetrable
noche:
una llama de oro, un resplandor que vence a todo
abismo,
un misterioso acompañamiento que impide la tristeza.
Como un mapa o como una mariposa así de simple es amar.
¡Adiós a las sombras, a los días ahogados de hastío, al
girovagar la Nada!
Amar es ver en otra persona el cirio encendido, el sol
manuable y personal
que nos toma de la mano como a un ciego perdido entre
lo oscuro,
y va iluminándonos por el largo y tormentoso túnel de
los días,
cada vez más radiante,
hasta que no vemos nada de lo tenebroso antiguo,
y todo es una música asentada, y un deleite callado,
excepcionalmente feliz y doloroso a un tiempo,
tan niño enajenado que no se atreve a abrir los ojos,
ni a pronunciar una palabra,
por miedo a que la luz desaparezca, y ruede a tierra el
cirio,
y todo vuelva a ser noche en derredor
la noche interminable de los ciegos.
Negros y gitanos vuelan por el cielo de Sevilla
La carita falsamente trágica del bailarín de flamenco
nos recuerda que en ciertos meses el cielo muestra sus
mejores estrellas
para enseñarnos que no hay que hacerse demasiadas
ilusiones.
Después de todo, nosotros, los espectadores, no somos
culpables: ¿o lo somos?
Alguien, en algún sitio, ha echado a andar toda la
maquinaria del gran baile,
y luego ha pretendido que seamos nosotros los
responsables traspuntes y guitarras;
pero ese, ese que ahí arriba zapatea, y da rítmicos
golpecitos contra el piso,
tacatac, tactac, tacataca, tacatac, tactac, tacata,
¡tac tacataca!,
ese, ¿a quién llama desesperadamente?
Gitanos y negros tienen lenguaje en el tacón,
lenguaje de hablar con sus dioses secretos, con sus
bisabuelos
transformados en piel de tambor o en media luna de
castañuelas.
Pero nosotros, los espectadores, los que fuimos
invitados a la fuerza a sentarnos
aquí, en este incómodo teatro tan redondo, para ver
esta representadísima representación
por la que tan caro se nos cobra la entrada a lo largo
del tiempo, ¿qué culpa tenemos?
Es cierto que nos dan, de cuando en cuando, la
espléndida vacuidad de la luna,
la vaca peregrinante por el cielo con sus ubres
henchidas de una leche que ningún ángel quiere saborear:
es cierto el regalejo de tantas estrellas, cercanas y a
un tiempo extraviadoras;
sí, nos dan la miel, dedalitos de alegría, y esa cosa
elocuente del sol,
pero luego, luego viene la noche, siempre viene la
noche, sale implacable
por todos los poros de la tierra dando gritos la noche,
desnuda y hambrienta
la noche se echa encima de todo lo existente y lo hace
íncubo y súcubo,
¡eh, rayos y truenos!, rompen su piel los gitanos y los
negros, peleando
contra la noche siendo ellos mismos parte de la noche
siendo noche,
en sus trajes, en sus voces, en sus taconeos tenaces
contra el silencio de la noche,
pero la noche noche a la sangre de negros y gitanos, y
la feria, la esperanza, ¡la feria!,
se hunde en el gemido de la noche, apaga sus pequeños
soles y sus lunas de papel plateado,
como se apaga la cerilla hundida en el vaso de
manzanilla,
la cerilla encendida en el altar por una prostituta,
y negros y gitanos lloran deshechos contra el sombrío
imperio de la noche, taconeando,
taconeando tacatac inútil por hacer un alba donde hay
un abismo, y ponen
negros y gitanos volando por el cielo de Sevilla un sol
allí, de artificio,
donde solo hay en verdad la señal rencorosa de la noche
devorante,
la victoriosa, coronada noche.
Silente compañero
(Pie para una foto de Rilke niño)
Parece que estoy solo,
diríase que soy una isla, un sordomudo, un estéril.
Parece que estoy solo, viudo de amor, errante,
pero llevo de la mano a un niño misterioso,
que a veces crece de repente, y es un soldado
aherrojado,
o es un hombre mayor meditabundo, un huésped del reino
de los lúcidos,
y se encoge luego, se recoge hasta devolverse a la
niñez,
con sus ojos denominables arcano, con un látigo inútil,
con su estupor,
y este niño retráctil me acompaña, y se llama Rainiero
en ocasiones,
y en otras el Presente, y el Caballero Huérfano, y el
Soldado sin Dormir Posible,
y comulga con el comunicado mundo de ultratumba,
y conoce el lenguaje de los que abandonaron,
condenados, el cuerpo,
y pelean a alma limpia por convencer a Dios de que se
ha equivocado,
Parece que estoy solo en medio de esta fría trampa del
universo,
donde el peso de las estrellas, el imponderable peso de
Ariadna,
es tan indiferente como el peso de la sangre,
o como el ciego fluir de la médula entre los huesos;
parece que estoy solo, viendo cómo a Dios le da lo
mismo
que la vida tome en préstamo la envoltura de un hombre
o la concha de un crustáceo,
viendo lleno de cólera que Pergolesi vive menos que la
estólida tortuga,
y que este rayo de luz no quiere iluminar nada,
y el sol no sospecha siquiera que es nuestro segundo
padre.
Parece que estoy solo, y este niño del látigo fláccido
está junto a mí,
derramado como compañía su mirada sagaz, temerosa
porque ha reconocido
el vacío futuro que le espera;
parece que estoy solo, y golpeándome el hombro está
este niño,
este aislado de la multitud, lleno de piedad por ella,
que se inclina sobre el centro del misterio,
y golpea y maldice,
y hace estremecerse al barro y al arcángel,
porque es el Testimonio, el niño pródigo que trae la
corona de espinas,
la verdad asfixiante del sordo y ciego cielo.
Cuando yo mismo sueño que estoy solo,
tiendo la mano para no ver el vacío,
y esta mano real, este concreto universo de la mano,
con destino en sí misma, inexorablemente creada para
ser osamenta y ser polvo,
me rompe la soledad, y se aferra a la mano del niño, y
partimos
hacia el bosque donde el Unicornio canta,
donde la pobre doncella se peina infinitamente,
mientras espera, y espera, y espera, y espera,
acompañada por las rotas soledades de otros seres,
conscientes del misterio, decididos a insistir en sus
preguntas,
reacios a morir sin haber encontrado la clave de esta
trampa.
Parece que estoy solo,
pero llevo en derredor un mundo de fantasmas,
de realidades enigmáticas como el pan y la silla,
y ya no siento asombro de llamarme Roberto o Antonio o
Segismundo,
o de ser quizá un árbol a cuyo pie descansa un
peregrino
en cuya mente vive como metáfora de su realidad la
persona que soy;
pues sé que estoy aquí, realmente aquí, destruible pero
ya irrevocable,
y si soy sueño, soy un sueño que ya no puede ser
borrado;
y una lejana voz confirma todas las anticipaciones,
y alguien dice -¡no sé, no quiero oírlo!-
que de esta trampa ni Dios mismo puede librarnos,
que Dios también está cogido en la trampa, y no puede
dejar de ser Dios,
porque la Creación cayó de sus manos al vacío,
tan perfecta y completa que el Señor, satisfecho,
se dedicó a crear otras creaciones,
y va de jardín celeste en jardín celeste, dando cuerda
al reloj, atizando los fuegos,
y nadie sabe por dónde anda ahora Dios, a esta hora del
día o de la noche,
ni en cuál estrella se encuentra renovando su curioso
experimento,
ni por qué no deja que veamos la clave de esta trampa,
la salida de este espejo sin marco,
donde de tarde en tarde parece que va a reflejarse la
imagen de Dios,
y cuando nos acercamos trémulos, reconocemos el nítido
rostro de la Nada.
Con este niño del látigo en la mano voy hacia el
amanecer o hacia el morir.
Comprendo que todo está ya escrito, y borrado, y vuelto
a escribir,
porque la sucia piel del hombre es un palimpsesto donde
emborrona y falla sus poemas
el Demonio en persona;
comprendo que todo ya está escrito, y rechazo esa
lluvia sin cielo que es el llanto;
comprendo que nacieron ya las mariposas
que obligarán a palmotear de alegría a un niño que
inexorablemente nacerá esta noche,
y siento que todo está escrito desde hace milenios y
para milenios,
y yo dentro de ello:
escrita la desesperación de los desesperados y la
conformidad de los conformes,
y echo a andar sin más, y me encojo de hombros, sin
risa y sin llantos, sin lo inútil,
llevando de la mano a este niño, silente compañero,
o soñándole a Dios el sueño de llevar de la mano a un
niño,
antes de que deje de ser ángel,
para que pueda con el arcano de sus ojos
iluminarnos el jardín de la muerte.
Tomado de:
UN PUÑADO DE NOTICIAS
Las colinas encorvan sus espaldas
y saltan por encima de los pantanos
que se lavan sobre la calabaza
del Gran Alma
Se extendieron rumores de traición
como espadas ardientes
las venas de la tierra
hincharse con sangre nutritiva
la tierra lleva
pueblos, aldeas y caseríos
bosques y bosques
poblado de monstruos con cuernos y tentáculos
sus largas melenas son el espejo del Sol
Son aquellos que cuando llega la noche
Dirigen los regimientos de murciélagos
Que afilan sus brazos
sobre la piedra del horror.
las almas de los culpables
flotan en las corrientes del aire
en las galeras del desastre
Sin prestar atención a las disputas terrenales
con colmillos de fuego
arrancan del rayo su corazón de diamante.
Seguramente el desprecio es un trozo de carne humeante
Seguramente los espíritus recitan el rosario de la
venganza
pero como la oreja negra de la maldad
Nunca han tenido ni una sola palabra
de la oscura lengua del escorpión:
Testarudez
ni la ira del mago-serpiente
ni la violencia del cuchillo arrojadizo
Puede hacer cualquier cosa contra ello.
Tomado de:
https://www.oloyede.com.ng/2023/09/a-fistful-of-news-by-antoine-roger.html

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