Torturas
No ha cambiado nada.
El cuerpo duele,
debe de comer y respirar aire, y dormir,
tiene la piel fina y justo debajo de ella, sangre,
tiene una buena cantidad de dientes y uñas,
sus huesos son frágiles, las articulaciones extensibles.
En las torturas todo esto se toma en consideración.
Nada ha cambiado.
El cuerpo tiembla como temblaba
antes de la fundación de Roma y también después,
en el siglo veinte antes y después de Cristo,
las torturas son como eran, sólo la tierra ha empequeñecido
y cualquier cosa que pasa, es como en la casa del vecino.
No ha cambiado nada.
Sólo que hay más gente,
junto a las viejas culpas aparecieron nuevas,
reales, provocadas, momentáneas y ningunas,
mas el grito con el que el cuerpo responde por ellas
era, es y será el grito de la inocencia,
según la escala y el registro eternos.
No ha cambiado nada,
quizá sólo modales, ceremonias, bailes.
El gesto de las manos protegiendo la cabeza,
sin embargo, sigue siendo el mismo.
El cuerpo se retuerce, forcejea y arranca,
derribado cae, dobla las rodillas,
se amorata, se hincha, babea y sangra.
No ha cambiado nada.
Excepto el curso de los ríos,
la línea de los bosques, las costas, los desiertos y los
glaciares.
Entre esos paisajes la pequeña alma deambula,
desaparece, vuelve, se acerca, se aleja,
extraña para sí misma, intocable,
una vez segura y otra vez insegura de su existencia,
mientras que el cuerpo está, está y está
y no tiene donde guarecerse.
Charco
Recuerdo muy bien ese miedo infantil.
Evitaba los charcos,
sobre todo los recientes, tras la lluvia.
Alguno podría no tener fondo,
aunque pareciera igual que los demás.
Piso y de pronto me caigo toda,
comienzo a volar hacia abajo,
y más y más abajo,
en dirección a las nubes reflejadas
o a lo mejor más allá.
Luego se secará el charco,
se cerrará sobre mí,
y yo atrapada para siempre —dónde—
con un grito que no llega a la superficie.
Sólo después llegó la cordura:
no todos los percances
obedecen a las reglas del mundo,
y aun si lo quisieran,
no pueden suceder.
Amor a primera vista
Los dos están convencidos
de que les une un sentimiento repentino.
Es bonita esta seguridad,
mas la inseguridad es aún más bonita.
Creen que como antes no se conocían
nada había sucedido entre ellos.
Pero, ¿y las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo que podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan,
algún encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
algún «disculpe»
o el «se ha equivocado» en el teléfono.
Pero conozco su respuesta.
No lo recuerdan.
Les sorprenderá
saber que desde hace mucho
la casualidad juguetea con ellos.
Una casualidad no del todo preparada,
para convertirse en su destino.
Que los acercaba y alejaba,
que se cruzaba en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales
pero qué hacer si no eran legibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o quizá el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo manijas y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizás una cierta noche el mismo sueño
huido a la hora de despertar.
Todo principio
no es más que continuación
y el libro de acontecimientos
está abierto siempre por la mitad.
Las tres palabras más extrañas
Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba viaja ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2022/03/poemas-de-wislawa-szymborska/
VIETNAM
Mujer, ¿cómo te llamas? – No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde eres? – No sé.
¿Por qué cavaste esta madriguera? – No sé.
¿Desde cuándo te escondes? – No sé.
¿Por qué mordiste el dedo cordial? – No sé.
¿Sabes que no te vamos a hacer nada? – No sé.
¿A favor de quién estás? – No sé.
Estamos en guerra, tienes que elegir. – No sé.
¿Existe todavía tu aldea? – No sé.
¿Éstos son tus hijos? – Sí.
A MI CORAZÓN EL DOMINGO
Gracias te doy, corazón mío,
por no quejarte, por ir y venir
sin premios, sin halagos,
por diligencia innata.
Tienes setenta merecimientos por minuto.
Cada una de tus sístoles
es como empujar una barca
hacia alta mar
en un viaje alrededor del mundo.
Gracias te doy, corazón mío,
porque una y otra vez
me extraes del todo,
y sigo separada hasta en el sueño.
Cuidas de que no me sueñe al vuelo,
y hasta el extremo de un vuelo
para el que no se necesitan alas.
Gracias te doy, corazón mío,
por haberme despertado de nuevo,
y aunque es domingo,
día de descanso,
bajo mis costillas
continúa el movimiento de un día laboral.
PROSPECTO
Soy un tranquilizante.
Funciono en casa,
soy eficaz en la oficina,
me siento en los exámenes,
comparezco antes los tribunales,
pego cuidadosamente las tazas rotas:
sólo tienes que tomarme,
disolverme bajo la lengua,
tragarme,
sólo tienes que beber un poco de agua.
Sé qué hacer con la desgracia,
cómo sobrellevar una mala noticia,
disminuir la injusticia,
iluminar la ausencia de Dios,
escoger un sombrero de luto que quede bien con una cara.
A qué esperas,
confía en la piedad química.
Eres todavía un hombre (una mujer) joven,
deberías sentar la cabeza de algún modo.
¿Quién ha dicho
que la vida hay que vivirla arriesgadamente?
Entrégame tu abismo,
lo cubriré de sueño,
me estarás agradecido (agradecida)
por haber caído de pies.
Véndeme tu alama.
No habrá más comprador.
Ya no hay otro demonio.
EL VIEJO CANTANTE
Él canta hoy así: trala tra la.
Y yo cantaba así: trala tra la.
¿Oye usted la diferencia?
Y en lugar de ponerse aquí se pone aquí
y mira hacia allá y no hacia allá
aunque desde allí y no desde allí
venía corriendo –no como ahora pampa rampa pam,
sino sencillamente pampa rampa pam–
lo inolvidable Tschubeck-Bombonieri,
sólo que
quién la recuerda”.
FIN Y PRINCIPIO
Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
UN GATO EN UN PISO VACÍO
Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
cómo debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.
Gente
Gentes huyendo de otras gentes.
En algún país, bajo el sol
y bajo unas nubes.
Atrás dejan todo lo suyo,
campos cultivados, gallinas, perros,
espejos en los que ahora el fuego se contempla.
Cargan en sus espaldas cántaros, bultos,
cuanto más vacíos más pesados de día en día.
Hay quienes se detienen en silencio,
y los que entre el tumulto, roban el pan a otro,
y quien acuna a un niño muerto.
Frente a ellos un camino que no es el suyo,
un puente que no es el que necesitan
sobre un río extrañamente rosado.
Alrededor se oyen disparos, más cerca, más lejos,
mientras en lo alto un avión hace giros.
Sería bueno gozar de cierta invisibilidad,
de una oscura pedregosidad,
o mejor aún, de un no-haber-existido
por un tiempo breve o incluso largo.
Algo va a suceder todavía, pero dónde, y qué,
alguien les va a salir al encuentro, pero cuándo, quién,
en qué forma, con qué intenciones.
Si puede elegir,
tal vez no quiera actuar como enemigo
y los deje todavía con una cierta vida.
Noticias del hospital
Echamos suertes quién debía ir a verlo.
Me tocó a mí. Me levanté de la mesa.
Se acercaban ya las horas de visita al hospital.
No respondió nada a mi saludo.
Quería cogerle de la mano, la apretó
como un perro hambriento que no suelta su hueso.
Parecía como si le diera vergüenza morir.
No sé de qué se habla con alguien como él.
Nuestras miradas se evitaban como en un fotomontaje.
No dijo ni quédate, ni vete.
No preguntó por nadie de los de nuestra mesa.
Ni por ti, Juancho, ni por ti, Moncho, ni por ti Pancho.
Empezó a dolerme la cabeza. ¿Quién se le muere a quién?
Exalté la medicina y las tres lilas del vaso.
Hablé del sol y fui apagándome.
Qué bien que haya peldaños para salir corriendo.
Qué bien que haya una puerta para poder abrirla.
Qué bien que me esperáis en esa mesa.
El olor a hospital me provoca náuseas.
De: El gran número, Fin y principio y otros poemas
Traducción de David Carrión Sánchez.
Edic. Hiperión, 2010.
Opinión sobre la pornografía
No hay mayor lujuria que el pensar.
Se propaga este escarceo como la mala hierba
en el surco preparado para las margaritas.
No hay nada sagrado para aquellos que piensan.
Es insolente llamar a las cosas por su nombre,
los viciosos análisis, las síntesis lascivas,
la persecución salvaje y perversa de un hecho desnudo,
el manoseo obsceno de delicados temas,
los roces al expresar opiniones; música celestial en sus oídos.
A plena luz del día o al amparo de la noche
unen en parejas, triángulos y círculos.
Aquí cualquiera puede ser el sexo y la edad de los que juegan.
Les brillan los ojos, les arden las mejillas.
El amigo corrompe al amigo.
Degeneradas hijas pervierten a su padre.
Un hermano chulea a su hermana menor.
Otros son los frutos que desean
del prohibido árbol del conocimiento,
y no las rosadas nalgas de las revistas ilustradas,
pornografía esa tan ingenua en el fondo.
Les divierten libros que no están ilustrados.
Sólo son más amenos por frases especiales
marcadas con la uña o con un lápiz.
De "Gente en el puente", 1986
Versión de Abel A. Murcia
Pietá
En el pueblo natal del héroe,
contemplar el monumento, elogiar sus dimensiones,
espantar a dos gallinas en la entrada del museo vacío,
preguntar dónde vive la madre,
llamar, empujar la puerta chirriante.
Cabeza erguida, pelo liso, mirada serena.
Decirle que llegas de Polonia.
Transmitir saludos. Preguntar en voz alta con clara
pronunciación.
Sí, le quiso mucho. Sí, de niño ya era así.
Sí, estuvo allí esperando, pegada al muro de la cárcel.
Sí, oyó los disparos.
Lamentar no haber cargado con el magnetófono
y la cámara de fotografiar. Sí, sabe para qué sirven.
Leyó su última carta en la radio.
Cantó sus canciones de cuna preferidas en la t.v.
Incluso salió en una película, llorando
por culpa de los focos. Sí, la conmueve que le recuerden.
Sí, está un poco cansada. Sí, se repondrá.
Levantarse. Dar las gracias. Despedirse. Salir,
cruzándose con nuevos visitantes en el zaguán.
De: Paisaje con grano de arena
Discurso en la oficina de objetos perdidos
Perdí unas pocas diosas camino del sur al norte,
también muchos dioses camino de este a oeste.
Un par de estrellas se apagaron para siempre, ábrete, oh cielo.
Una isla, otra se me perdió en el mar.
Ni siquiera sé dónde dejé mis garras,
quién anda con mi piel, quién habita mi caparazón.
Mis parientes se extinguieron cuando repté a tierra,
y sólo algún pequeño hueso dentro de mí celebra el aniversario.
He saltado fuera de mi piel, desparramado vértebras y piernas,
dejado mis sentidos muchas, muchas veces.
Hace tiempo que he guiñado mi tercer ojo a eso,
chasqueado mis aletas, encogido mis ramas.
Está perdido, se ha ido, está esparcido a los cuatro vientos.
Me sorprendo de cuán poco queda de mí:
un ser individual, por el momento del género humano,
que ayer simplemente perdió un paraguas en un tranvía.
Tomado de:
LA ALEGRÍA DE ESCRIBIR
¿Hacia dónde corre por el bosque escrito la cierva escrita?
¿A saciar su sed a orillas del agua escrita
que le calcará el hocico cual hoja de papel carbón?
¿Por qué alza la cabeza?, ¿ha oído algo?
Sobre sus cuatro patas, prestadas por la realidad,
levanta la oreja bajo mis dedos.
Silencio —palabra que cruje en el papel
y separa las ramas que brotan de la palabra «bosque».
A punto de saltar sobre la página en blanco acechan
letras que acaso no congenien,
frases tan insistentes
que consumarán la invasión.
Una gota de tinta contiene una sólida reserva
de cazadores, apuntando con un ojo ya cerrado,
preparados para el descenso por la pluma empinada,
para cercar la cierva y llevarse el fusil a la cara.
Olvidan que esto, lo de aquí, no es la vida.
Aquí, negro sobre blanco, rigen otras leyes.
Un abrir y cerrar de ojos durará cuanto yo quiera,
se dejará fraccionar en eternidades minúsculas
llenas de balas detenidas en pleno vuelo.
Nada sucederá si yo no lo ordeno.
Contra mi voluntad no caerá la hoja,
ni una brizna se inclinará bajo la pezuña del punto final.
¿Existe, pues, un mundo
cuyo destino regento con absoluta soberanía?
¿Un tiempo que retengo con cadenas de signos?
¿Un vivir que no cesa si éste es mi deseo?
Alegría de escribir.
Poder de eternizar.
Venganza de una mano mortal.
(De: ¡Qué monada! -1967)
VELADA POÉTICA
Ser, ¡oh, Musa!, boxeador o no ser nada.
Por nosotros nunca ruge el público enardecido.
Hay doce personas en la sala.
Nos instan a iniciar la
velada.
La mitad está aquí porque fuera llueve,
el resto, ¡oh, Musa!,
parientes.
Las mujeres al desmayo
dispuestas
irán a ver cómo dos pesos
gallo se arrancan las crestas.
Sólo el boxeo ofrece escenas dantescas.
Y la ascensión, ¡oh,
Musa!, a los cielos.
No ser púgil, ser poeta,
vivir condenado a
esproncedas forzados,
a falta de músculos
exhibir al mundo
—¡en el mejor de los casos!
— futuras lecturas escolares,
¡oh, Musa!, ¡oh, Pegaso, ángel acaballado!
En primera fila un viejecito en trance
sueña que su mujer, que
en paz descanse,
resucita y le hace un pastel de chocolate.
Con fuego, pero lento, ¡que no se queme el pastel!,
comenzamos nosotros, ¡oh,
Musa!, a leer.
(De Llamando al yeti - 1957)
ADIÓS A LAS VISTAS
No guardo rencor a la
primavera
por haber vuelto.
No la culpo
de cumplir con sus deberes
año tras año.
Comprendo que mi tristeza
no detendrá el verdor.
Si la hierba vacila
se debe sólo al viento.
No me duele que los alisos
inclinados sobre el agua
vuelvan a tener con que
susurrar.
Acepto de buen grado
que —como si aún
vivieras-
la orilla de cierto lago
siga tan bella como
antes.
No les reprocho a las vistas
las vistas a una bahía
deslumbrada por el sol.
Incluso soy capaz de imaginar
que unos no-nosotros
están en este momento sentados
en el tronco caído de un abedul.
Respeto su derecho
a la risa, al susurro
y al silencio feliz.
Incluso les supongo
por amor unidos,
y que él la rodea
con un brazo vivo.
Algo súbito, algo pajaril
cruje entre el juncal.
De corazón les deseo
que lo oigan.
No pido cambios
a las olas de la orilla,
ora ágiles, ora perezosas,
que, a mí, no me obedecen.
No exijo nada
del remanso del bosque,
ya esmeralda,
ya zafiro,
ya negro.
Sólo con un detalle no me conformo.
Con mi propio regreso al lugar.
Con el privilegio de la presencia.
Presento mi renuncia.
No he vivido más que tu,
sino sólo lo bastante
para pensar de lejos.
(De Fin y principio - 1993)
16 DE MAYO DE 1973
Una de tantas fechas
que ya nada me dicen.
Por dónde andaba aquel día,
qué hacía —no lo sé.
Si se hubiera cometido un crimen cerca,
no hubiera tenido
coartada.
El sol brilló y se apagó
sin darme yo cuenta.
La tierra giró
sin registrarlo mi agenda.
Puedo imaginarme
como una muerta temporal,
pero me cuesta pensar que
vivía
y nada recuerdo.
No era un fantasma,
respiraba, comía,
daba pasos
que se oían,
y las huellas de mis
manos
quedaron sin duda en los pomos de las puertas.
Me reflejaba en el espejo.
Vestía alguna prenda de algún color.
Seguro que alguien me vio.
Quizá aquel día
encontré algo antes perdido.
O perdí algo que más tarde encontraría.
Rebosaba sensaciones y sentimientos.
Y ahora todo se reduce
a sólo tres puntos entre
paréntesis.
¿Dónde me metí,
dónde me escondí?
No es mal truco:
a mí misma perderme de vista.
Sacudo mi memoria.
Quizá entre sus ramas
algo
tantos años dormido
alce el vuelo con un batir de alas.
No.
Pido, es evidente, demasiado.
Nada menos que un segundo
entero.
(De Fin y principio - 1993)
EL ÁLBUM
Nadie en mi familia murió de amor.
Romances sí hubo, no cosa
seria.
¿Tísicos Romeos?
¿Julietas con difteria?
No. Alcanzaron la vejez
en flor.
¡Ni uno murió de cartas sin respuesta,
con letra por las lágrimas borrosa!
Llegaban vecinos, traje de fiesta,
con anteojos, levita y una rosa.
Nadie se asfixió dentro
de un armario
por huir de maridos de sus amantes.
Faralaes, mantillas ni volantes
echaron a nadie de la
foto por falsario.
¡Cuán lejos sus almas del infierno del Bosco!
Sus pistolas no defendían amores furtivos.
(Morían a balazos, más por otros motivos,
en el frente, en un catre bien tosco.)
Ni la bella, la del moño vistoso,
con ojeras como de bacanal,
partió a vela en pos de
un joven fogoso
por el mar de su
hemorragia cerebral.
Antes del daguerrotipo quizás hubo amor de veras,
pero no en las fotos de
mi familia.
Los días tenían tempo de vigilia
y ellos morían de gripe o
de paperas.
(De: ¡Qué monada! -1967)
ESTACIÓN
Mi no llegada a la ciudad
de N.
se efectúa puntualmente.
Te lo he comunicado
por carta no enviada.
Has tenido tiempo
para no llegar a la hora
prevista.
El tren entra por la vía
tres.
Se apea mucha gente.
La ausencia de mi persona
sigue a la multitud hacia la salida.
Deprisa
entre tanta prisa
varias mujeres ocupan mi vacío.
Un desconocido mío
da la bienvenida a una de
ellas,
ella le reconoce
de inmediato.
Intercambian besos no
nuestros,
y se extravía
una maleta no mía.
La estación de la ciudad de N.
ha aprobado el examen
de existencia objetiva.
El todo ha permanecido
firme en su sitio.
Los detalles se han
desplazado
por trayectorias
calculadas.
Incluso ha tenido lugar
una cita concertada.
Fuera del alcance
de nuestra presencia.
En el paraíso perdido
de la probabilidad.
En otra parte.
En otra parte.
¡Sonora expresión!
(De ¡Qué monada! - 1967)
Tomado de:

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