jueves, 24 de julio de 2025

POEMAS DE ROMEO MURGA -EL POETA ADOLESCENTE-


Madres de los poetas

 

Madres de los poetas que en el pasado han sido,

vengo a hablar con vosotras de vuestros hijos tristes.

Carne doliente, en vuestras entrañas han dormido

y no los conocisteis.

 

Madres de los poetas que en el presente son,

con vuestra eternidad de ternuras y arrullo

calmaréis a los mares y al viento arrasador,

pero no al dolor suyo.

 

Madres de los poetas que mañana serán,

sobre la tierra fría se perderán sus pasos;

buscarán nuevas sendas y nunca dormirán

sobre vuestros regazos.

 

Madres de los poetas que son, serán, y han sido,

garganta de esos cantos, surco de esas semillas,

árbol que no dio flores y que en otoño ha visto

dispersarse a lo lejos sus hojas amarillas.

 

Vosotras que supisteis su inocencia primera,

gritad que fueron buenos y que amaban a Dios.

Grande fue su pasión por la carne terrena,

pero más grande fue su amor.

 

Llorad por sus dolores y sus ansias secretas,

por sus manos crispadas y por sus alas rotas.

Llorad por vuestros hijos, madres de los poetas,

que, por consolaros, lloraré con vosotras.

 

 

Morirás un día

 

Y la noche terrible se te entrará en los huesos.

(Acaso en nuestras horas de amor lo presentiste).

En tu morada oscura, la canción de mis besos

pondrá un temblor de almohada sobre la tierra triste.

 

Mi espíritu a tu lado velará sin descanso,

disipando las nieblas oscuras de la muerte.

Sentirá que la vida se va como un remanso,

y frente a los misterios, se creerá más fuerte.

 

Tú no estarás inerte.

Te abriré mi memoria.

y olvidaré, a tu lado que tengo que vivir,

y junto a tus despojos, apuraré la gloria

de vivir como un muerto, mirándote dormir…

 

 

Cuando seamos viejos

 

Cuando seamos viejos, todo este amor enorme

se irá por los caminos y brotará en los huertos,

y será una ilusión muy lejana y deforme

que enturbiará la paz de nuestros ojos muertos.

 

A la tarde, soñando con lo que ya no se ama,

mascaremos recuerdos de amor en el tabaco,

y el amor temblará como una débil llama

en nuestra carne vieja y en nuestros rostros flacos.

 

Todo el pasado claro se asomará a tus ojos

y dormirá en tus ojos una eterna agonía,

ya no nos dolerán ni guijarros ni abrojos

y apenas sufriremos de vivir todavía.

 

Sólo nos quedará la voz, y no la misma

con que hoy, serenamente, nos besamos de lejos.

De esta ternura inmensa que en nosotros se abisma,

¡cómo iremos a hablar, cuando seamos viejos!

Tomado de:

https://www.revistaaltazor.cl/romeo-murga-2/

 

 

Elegía en recuerdo de mi infancia

              

Yo no sé donde está mi camino de rosas,

Ni ese ancho cielo suave que miraron mis ojos,

qué mano despiadada, sobre el camino en sombras

echó siembra de abrojos?

 

Hoy que el ayer no existe, se me ha muerto el gozoso

tiempo de las auroras fragantes y encendidas.

Más que una edad efímera de divino alborozo

se me ha muerto una vida.

 

Se me ha muerto una vida mía

vida de juegos y alegrías

bajo el sol de los mediodías

              del verano;

vida de risas transparentes,

y de beber en las vertientes

con el hueco de nuestras manos.

 

En esta evocación de lo que ya no es mío,

las alegrías viejas son mis nuevos dolores.

El presente de sombras diluye en su vacío

el son de las campanas y el olor de las flores.

 

Campanas de escuela, que vibraron

cristalinas y frescas en el patio de sol.

Flores de aquel jardín que recorrió, cantando,

mi infancia, conducida por la mano de Dios.

 

Flores. Campanas. Juegos bajo la luna nueva.

Vida que nos inunda con ardientes efluvios.

Y la divina amada de doce años, que lleva,

la mirada del sol sobre sus rizos rubios.

 

¡Haber podido hacer eternos los instantes

de esa aurora perdida,

y con los ojos húmedos y el corazón fragante,

haber quedado niños, para toda la vida...!

 

 

Con baja y lenta voz

              

Nadie lo sepa, amada, y a pesar del espacio

que nos separa, hablemos con baja y lenta voz

de aquel amor que yace, como un niño dormido,

sobre mi corazón, sobre tu corazón.

 

Tú eras una divina mujercita pequeña;

cabellera de sol, grandes ojos de sombra.

Yo tenía tan sólo mi corazón que tiembla;

yo no era más que un niño aspirando una rosa.

 

Rosa que todavía me perfuma las manos,

y nunca será flor entre las manos de nadie,

porque le dió su sabia mi corazón extraño

que es una rosa viva, de pétalos de sangre.

 

Puro y claro, mi amor me dio el gozo y la pena,

la pena de perderlo para no hallarlo más.

¡Por qué no te amé siempre de lejos, de muy lejos,

como el mar a la luna, como la luna al mar!

 

Así no sufriríamos de este recuerdo, ahora,

Pero no... consolémonos y bajemos la voz.

Nos endulzó y pasó, como todas las cosas.

Calla. No maldigamos, ¡Si nos oyera Dios!

 

 

Mi voz no es más que un eco

              

¿Qué he de hacer con mi voz sino cantarte siempre,

sino decirte siempre que eres bella y que te amo?

Toda mi poesía, oh Amada, no es más que eso:

el vasto nombre ardiente de amor con que te llamo.

 

Estás en mis cantares, bella y eterna y sola,

mostrando tu divino modo de ser hermosa.

¡Las que se inclinen sobre mi río de canciones,

sólo verán al fondo tu imagen temblorosa!

 

Mi poesía toda te circunda, como alta

ciudad maravillada de tristeza y de música,

llena del inocente fulgor de tu mirada,

y el rubio resplandor de tu cabeza rubia.

 

Pasa entre mis versos como entre los rosales

de tu jardín, desnuda de vanidad terrena,

alegre como tú; como yo, melancólica

llena de mis sollozos, y de tus risas llena.

 

Todos mis cantos tienen el brillo de tus ojos

y tienen el perfuma cruel de tu corazón.

Si tú eres amorosa canción rubia y humana,

mi voz no es más que el eco triste de esa canción...

 

 

Yo soy el hombre silencioso

              

Yo soy el hombre silencioso,

silencioso para cantar.

No sé del grito, del sollozo

ni del ronco rumor del mar.

 

Mi voz ungida en suavidades,

que canta lo triste y lo mío,

irá a través de las edades

como el rumor de un claro río.

 

No quiero que mi voz herida,

ni que mi canción dolorida,

por sobre los humanos yerros.

              dolor derroche;

tal el ladrido de los perros

              en la noche.

 

Mi dolor es hondo y eterno,

pero en mi canto se hace leve,

frente a la alegría encendida;

es un albo copo de nieve

para las llamas de la vida.

 

Mi voz no ha de amargar la fiesta

de los que se embriagan en esta

              vida mortal;

de mi corazón al abrigo,

yo me quedo solo conmigo

              y con mi mal.

 

No turbaré el albo reposo

ni el alborozo jubiloso

de los que se entregan a amar

En mí no hay grito ni sollozo

Yo soy el hombre silencioso

              para cantar.

 

 

Canción en la hora del olvido

              

Ya nuestro amor no es nada sino un recuerdo, y una

claridad imposible sobre la vida mía.

ya todo nos separa, ya nos aleja todo,

y entre nosotros corre, como un río, la vida.

 

Pasas junto a mi lado como si no pasaras,

y yo no me detengo para verte pasar.

El eco de tu voz ya no me dice nada,

y tu luz infinita no me ilumina ya.

 

Y sin embargo, somos los mismos que una tarde

se juntaron en ésa, tu mirada profunda.

Somos los que una noche callada aprisionaron

toda la paz de Dios entre sus manos juntas.

 

Somos los que se amaron y los que se olvidaron,

los que perdieron ya su infinita alegría.

Pero en ese pecado que Dios no ha perdonado,

no fue tuya la culpa, ni fue la culpa mía.

 

Qué culpa tengo yo, mujer, si así como otros

tienen el vino triste, yo tengo el amor triste!

Y tú, que culpa tienes, si con tu alma traviesa

no puedes comprender lo que no comprendiste.

 

Lo que no comprendiste: mi amor -llama y fulgores-

ardiendo tras mis frías palabras cotidianas;

mi amor -luna risuela sobre mis torvas noches,

y rubio sol ardiente que alegró mis mañanas.

 

Ya mi amor no es nada, sino el recuerdo de algo,

claridad imposible sobre mi vida oscura.

Yo recojo, en silencio, las perdidas palabras.

tu seguirás viviendo sin recordar ninguna.

 

Pero en mí quedará lo que fue en ti divino.

Todo yo fui un camino que tu hollaste, al acaso,

Todo fui un camino, y sobre ese camino

no ha de borrarse nunca la huella de tus pasos...

 

 

Ausencia

              

Veinte ciudades de hombres me separan de ti,

pequeñita que llenas mi corazón tan grande.

Entre nosotros dos, la distancia enemiga

aleja nuestros cuerpos, ávidos de estrecharse.

 

La lejanía yergue sus muros invisibles,

en donde nuestras manos vanamente golpean.

Miro, a través de largo camino polvoriento,

tus brazos cariñosos que, allá lejos, me esperan.

 

Estás ausente tú, la que no ha muchas tardes

se ceñía a mi cuerpo con amoroso lazo;

la que llenó de amor con su carne aromada

la trémula oquedad que le hicieron mis brazos.

 

Y hoy estos brazos caen, vencidos, agobiados.

La vida, en torno a mí, se desliza tranquila.

No estás tú, mi pequeña, no estás, y este hombre triste

no ha de mirarse al fondo de tus negras pupilas.

 

Otros ojos te ven y yo no puedo verte,

yo, que te sé mirar como nadie te mira.

Almas de otros recogen tu perfume de pena,

cuando en las tardes tristes, tu corazón suspira.

 

Mal de ausencia es el mío, y el tuyo es mal de ausencia,

mal de quererse mucho sin poderse querer,

sin que puedan los labios decir eso divino

que en el beso se dicen el hombre y la mujer.

 

Hoy, el cielo está gris, y mi alma gris, pequeña.

allá donde tú estás se alza toda la aurora.

Sólo con tu recuerdo -la recordaba lejos-

busco el rincón distante donde te encuentras, sola.

 

Y pienso que mañana te encontraré de nuevo.

de nuevo, en carne y alma, junto a tu amor, feliz.

Pero la vida es corta, mi pequeña, muy corta,

¡y un día de mi vida, yo he pasado sin ti!

 

 

Una tristeza fiel

              

Una tristeza fiel cubre mi vida:

pálido cielo sobre la tierra negra.

De esa tristeza suave, vive mi alma.

¿Qué sería de mí sin mi tristeza?

 

¿Qué sería de mí sin esta clara,

sin esta pálida melancolía,

que me llena de sueños y me libra

de la vulgaridad de la alegría?

 

Entre la angustia y el hastío largos

como un camino, mi tristeza empieza;

cruza mi vida y se prolonga al cielo

¿que sería de mí sin mi tristeza?

 

Yo la quiero, y mi amor la inunda entera,

y su pequeño amargor endulzara.

De frente al sol, mi espíritu la apura

como una clara copa de agua clara.

 

En mi silencio y en mis soledades,

mi tristeza es amable compañera.

Llena de suavidad las horas torvas

y hace dulces las horas de la espera.

 

Me embriaga de emociones y de cantos,

esta tristeza noblemente triste;

como tu amor, mujer, y como todas

las trémulas palabras que me diste.

 

Yo la busco en mis albas y en mis tardes,

y en el cansancio de mis noches negras:

y siento pena, cuando no estoy triste,

de que no esté conmigo mi tristeza.

 

Porque ella es mi descanso, entre una

                    angustia

y una mala alegría que me pesa.

Es ella mi descanso, eternamente.

¿Qué sería de mí, sin mi tristeza?

Tomado de:

https://www.poetaspoemas.com/romeo-murga

 

 

El organillo

 

Organillo sonoro de la música vieja,

¿Qué poema doliente se estremece en tu voz?

Esa canción amarga que se acerca y se aleja,

¿es un suspiro largo, o es un supremo adiós?

 

 

¿Qué quimera brutal, vieja y desconocida,

allá en tu pecho engendra esa trémula voz?

¡Has querido ser triste para llorar la vida,

o es que quieres ser hombre para sentir a Dios?

 

 

Organillo sonoro de la música vieja,

de la canción amarga que se acerca y se aleja,

yo te daré mis sueños, tú me darás tu voz,

 

 

y así, en el curso largo de esta senda afligida,

los dos seremos tristes para llorara la vida,

los dos seremos hombres para sentir a Dios.

 

 

Lejana

 

Como el sendero blanco porque vuela mi verso,

eres tú, toda llena de cosas lejanas.

Llevas algo de extraño, de sutil y disperso

como el polvo que dejan atrás las caravanas.

 

 

Amas la lejanía y eres la lejanía.

No has soñado jamás con la paz de tus lares.

Tienes el gesto claro y la blanca osadía

de las velas que parten hacia todos los mares…

 

 

Todo tu camino sabe de tus huellas. Los montes

y el viento te desean. Tú -sin saber acaso-

reclinas tu cabeza sobre los horizontes.

como sobre un regazo.

 

 

Y otra vez al camino, al viaje comenzado,

a las cosas lejanas del dolor y la muerte.

Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lada

yo no podría detenerte.

 

 

Me quedaría inmóvil, no me querría asir

a tu pálida veste de ensueños y azahares;

sólo por la tristeza de mirarte partir,

como una vela blanca, hacia todos los mares…

Tomado de:

https://blogpoemas.com/romeo-murga/

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