A veces para ver tiendo los brazos
Cuando para buscar tiendo los brazos,
imaginando que separo días,
escucho la distancia como el trino
de un ave: es que devuelvo la mirada.
Por saber que la luz es sólo sombra
que no nos pertenece aunque queramos,
nos sentimos muy lejos, muy distantes,
más allá que los huesos de un abuelo.
Uno pregunta y se pregunta: ¿Quién,
qué me ha obligado a abandonar la infancia?
Dejemos que la sombra nos depare
turno de tierra y tiempo de cenizas.
La vida cotidiana
Hoy comienzo el día de ayer
con palabras y con deseos;
ya los zapatos tienen polvo
de mañana: sin excepción
los actos se me vuelven huellas.
Vemos al ciervo y hasta a veces
llega a beber en nuestras manos,
pero la sed se le hace vieja
como un abuelo entre los labios.
Somos del hoy, mas lo que hacemos
pertenece al pasado, somos
la fuente que se queda: el agua,
quiero decir la vida, pasa.
A mi oído llegan las voces
que mañana diré, mañana:
a suerte mía de callar
con la palabra de otro día.
Si se lanzara el sueño al aire
como unos brazos, si una red
–del ayer a lo que seremos–
nos circundara. Pero todo,
todo lo que hago es ya pasado.
Ahora yo que soy recuerdo
que miro adentro y huelo a solo,
y muy vagamente distingo
al abuelo que está en mi rostro
Tú
Cae tu palabra en la soledad como ramo de olivo
en la paz. Yo no sabía
que tu voz llegara con estrellas.
Eres mi grito de combate
contra la muerte.
Ahora un árbol crece donde el olvido
cierra los ojos.
Tú.
La estación perenne
Tu cuerpo desnudo brilla bajo los relámpagos
como antes bajo mis manos.
Todas las estaciones están en tu cuerpo.
La primavera comienza su esplendor en tu abrazo
y concluye en tu boca entreabierta, exultante.
Todos los ríos del mundo están en tu cuerpo,
confluyen en ti en el momento
en que el animal más bello del bosque
–el ciervo, por ejemplo–
bebe de ti y se contempla.
Tu piel es el límite del fuego
donde se refugia el ardor del verano.
Rojas llamas te inundan.
Se mezclan los elementos y tu cuerpo se curva,
hay más aire en tu boca y mi cuerpo sediento
busca en ti salida, la libertad, los deseos.
Se anudan en ti los olivos del mundo
y ardes como una lámpara.
Somos un cuerpo solo luchando contra la muerte.
El otoño se riega en tu cuerpo como vino rojo en la
mesa.
Tus muslos descansan en el borde del mundo.
Vuela una paloma de tu pecho a mis manos.
Después miramos los dos, de alegría cansados,
como a chimenea en invierno, el fuego pasado
y tu piel que brilla bajo los relámpagos.
El acto y la palabra que lo nombra
Por testimonio el tiempo dejó un hombre
fuerte, cabal, capaz en su materia
de actos. Subió con él, le dio sentido
al movimiento de su vida y de
sus manos, y miró desde sí mismo
el contorno de sus propios trabajos
perdidos.
Acudió a los días solo.
Por testigo nada más que el firme paso
dado al azar, con voluntad de no
recuperarlo; elaboró su condición
de frente altiva y no dejó
que lo tentara el ángel, a pesar
de que una vez pensó, serenamente
en darle a la existencia el nombre puro
del orgullo.
La luz se le entregó
Entonces adquirió la certidumbre
de que la libertad es la medida
de la limitación del hombre:
así
toda moneda que se lanza al aire
es libre sólo cuando está en el aire.
La luz miró la luz y quedó ciega.
Reflexionó sobre su propio saco
de piel; el tiempo y otra vez el tiempo.
Los turbios ojos del puente, erigidos
en honor del camino, y los caminos
siempre viejos enemigos del agua.
De la manera como el árbol es
la medida del tiempo y de los vientos
en la selva, la vida llena el sueño
de hermosos menesteres, los terribles
y decisivos pasos que no tienen
regreso. Sí, fue entonces, sí, entonces
cuando volvió los ojos y se vió
testimonio del tiempo y su destino.
Tomado de:
https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/9-antologia-EduardoCoteLamus.pdf
Estoraques III
El tiempo nada más en la piel del estoraque,
el tiempo como un perro que nunca llega al hueso,
el tiempo ladrando como perro, como un perro
derrotado por los sueños.
En la superficie el tiempo: Heráclito el Oscuro
hubiera aquí encontrado que su río es la sed,
hubiese aquí encontrado que es mejor
el limo que los días, el cristal que las imágenes,
la rueda del molino igual al agua.
Aquí las ruinas no están quietas:
el viento las modela. Por ejemplo
lo que antes era escombro de palacio
lo convirtió en estatua la erosión
y lo que fue la sombra de la torre
es ahora la sombra del chalán.
Ese bote de lanza del jinete
contra algo inexistente, ese ademán
de contienda en esos ojos sin sueño,
ese violento paso del caballo
detenido por siempre, ese color,
fueron antes las bases de algún templo,
el comienzo de algún arco, el fin
de tanta fe entregada a un dios terrible.
Hoy es un rostro, máscara mañana,
sueño primero, luego ni recuerdo,
columna ardiendo en el viento en llamas,
tórridas manos sobre la garganta
del caballero ecuestre, río, ríos
de sombra al rojo blanco dominando
aquello que existencia fue sin duda.
En esta sucesión que nadie nota
algo que no se mueve ni transforma,
algo quieto a pesar de tanto caos,
algo que permanece sin embargo
aunque desaparezcan estoraques
y nazcan otros, aunque aquellos bosques
de serpientes de pie como escuchando
la flauta del encanto comprendieran
que nunca han existido.
Pero es que aquí, también, todo se queda.
Es que acaso ¿razón tenía Parménides?
En fundamento todo permanece,
los elementos son iguales siempre
y la materia siempre es inmutable,
inmóvil es el ser y no se mueve
(ser y pensar son una cosa misma)
y todo esto que vemos y sentimos
es no más que un asunto incomprensible.
No más que la alta hoguera de la estrella
sobre este mundo. Nada más que el sueño
de pronto convertido en nada. Nada
distinto al propio fuego en que se incendia
ebria, la luz, muy dentro de la tierra
o encima de la lámpara que lleva
todo nombre encendido. El estoraque
siempre tiene las luces apagadas.
Al polvo nada vuelve, todo queda
delante de los ojos y las manos
sin poder recoger huellas de arena,
sin poder encontrar en tanta forma
cosa distinta de nuestro fracaso.
Por esto, Gorgias, Gorgias, yo te veo.
En la verdad te vi, en lo incomprensible
después de preguntar qué significan
esta vida, estos monstruos, estos sueños.
El desígnio
A Ernesto Mejía Sánchez
En las páginas solas de algún libro
alguien (seguramente yo) há dejado
escrita, para luego destruirla,
una palabra: Muerte. Con amor
la fue escribiendo, con amor la deja
como para olvidarla en esa forma,
pero vuelve después sobre las letras.
Como un adolescente que lee un libro
a escondidas, detrás de la familia,
se descubre culpable hasta los huesos:
la misma mano que dejó los signos
se endurece de pronto en la escritura
y el mundo, entonces, ya, de nada sirve.
Tomado de:
https://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/colombia/eduardo_cote_lamus.html
CANTO DE FUTURO
Si ésta, una palabra, de pronto se muriera,
y se le fuesen cayendo las letras
como las hojas de un árbol,
y quedase descarnada,
y solamente la sangre del sonido
produjera un murmullo.
Si éste, un poema en las angustias,
viajero de las sombras y la muerte
encontrara a las voces desangrándose.
Si yo, un hombre delirante,
hallase el fondo de mis manos
y fuese ahondando una mirada
hasta enterrar el tiempo.
Si después del verbo y de la carne
detuviera una fuerza fatigada
la caída del mundo y del sonido
y hallase, de pronto, las aldeas
donde se quejan los poemas.
Y si también viera el mismo
que fui entre los sueños,
cavaría la nostalgia hasta encontrar lo triste
porque después del fin está el silencio,
y el recuerdo, una mano levantada.
Preparación
para la muerte, 1950.
Tomado de:
ESCRITO EN LA HOJA DE UNA ESPADA
Destino es trazar paz adonde gime el pecho
Crucé la vida hasta la empuñadura:
me emparedaron por reliquia, estar escrita:
la estirpe ha muerto y yo me conmemoro.
ESTO ES AMOR
Esto es el amor: llevar en la sangre
el impulso inefable de otra sangre,
buscarse el corazón dentro del pecho
y no encontrarlo hasta palpar su frente,
padecer la ansiedad de ser en otro
como grano de trigo germinando,
es trasladar el mar hasta sus ojos
y sumergirse en ellos hasta el alma,
sentir la eternidad entre las manos
al descubrir a Dios en su mirada,
árbol del bien que las horas traspasa.
Esto es amor: ser uno proyectado.
Tomado de:
https://www.casadepoesiasilva.com/sin-categoria/eduardo-cote-lamus/
LA JUSTICIA
Yo padecía la luz, tenía la frente
igual que una mañana recién hecha;
luego vino la sombra y me sembró
sin darme cuenta la señal amarga:
las palabras serían desde entonces
una visión del mundo derribado
en sueños; uno tiene que cantar
porque un nuevo Caín es ser poeta.
Me vendí como esclavo para que
mi dueño manejara mis acciones;
resulta que el amor me hizo más solo
y mi amo no podía con sus culpas.
Liberto vago, sí, manumitido
de mí; la sombra soy de lo real;
pero tampoco puedo darme cuenta
de qué es lo que transcurre en mi contorno.
Lo malo es sentir que pasa el sueño
a través de los ojos y del pecho
y no poder decir lo que sucede.
Sí: por esta palabra que yo escribo
seré después juzgado, ajusticiado;
no me defenderán contra la muerte
mi labor de contar, de decir cosas,
el ir muriendo en cada letra, de
ver cenizas donde está la vida.
DIBUJANDO LA FIEBRE
Algo bulle en mí: muy hondo siento el fuego
que no es luz, que no es voz, que no es el sueño.
pero es más tú, más yo, mucho más fuerte
que hacer de uno mismo o que morir
de ti, de mí, de aquello que hemos sido.
Esto no sé lo que es. Te digo, amor,
no sé qué pueda ser: Mírame tú
aunque no me oigas ni me veas, dime
si ha llegado el final, si la campana
acaba con la torre o con la aldea
cuando suena. Yo, amor, de tanto amarte
ya tengo el pecho rojo. Es el silencio
esta tarde de otoño. El movimiento
viene de aquí, de allí, de no sé dónde.
Cuántos pájaros negros en mis ojos
dibujando la sombra, pero el mundo
mantiene luminosas costas, sitios
por donde no he pasado y quedan lejos.
Amor, dame la mano, ven, me siento
tan solo, detenido entre mi cuerpo
y no puedo salir. Yo quiero decirte
que no tengo la culpa, que es de fuera,
de adentro, que mis pies se agrandan para
que pueda mantener el corazón.
El fuego es muy profundo, amor, lo es mucho:
es la vida, la muerte, la conciencia.
Tomado de:
https://www.isliada.org/poetas/eduardo-cote-lamus/
LA BOCA OSCURA
En cada viento llega una palabra,
igual que cada sueño tiene un nombre;
y el movimiento de la primavera,
con su viaje de vuelta en el otoño,
deja atrás un lenguaje que ella olvida.
Siempre la boca tiene labios nuevos.
Pero siempre es oscura porque nunca
obtiene lo que muda: el testimonio
del tiempo que se va, no el que se queda.
Un fuego inaugural, como una estatua
que fuese a hablar, las voces de un metal
desconocido de los hombres, no
de la montaña. Y es deber del canto
hermosamente relatar el árbol,
no el que vemos y bajo el cual soñamos,
sino la imagen que se lleva el río.
Tomado de:
https://revistas.upb.edu.co/index.php/revista-nstitucional/article/download/3076/2794/5483

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