lunes, 4 de agosto de 2025

POEMAS DE EDUARDO COTE LAMUS -Revisitando su obra siempre-

 

A veces para ver tiendo los brazos

Cuando para buscar tiendo los brazos,

imaginando que separo días,

escucho la distancia como el trino

de un ave: es que devuelvo la mirada.

Por saber que la luz es sólo sombra

que no nos pertenece aunque queramos,

nos sentimos muy lejos, muy distantes,

más allá que los huesos de un abuelo.

Uno pregunta y se pregunta: ¿Quién,

qué me ha obligado a abandonar la infancia?

Dejemos que la sombra nos depare

turno de tierra y tiempo de cenizas.

 

 

La vida cotidiana

Hoy comienzo el día de ayer

con palabras y con deseos;

ya los zapatos tienen polvo

de mañana: sin excepción

los actos se me vuelven huellas.

Vemos al ciervo y hasta a veces

llega a beber en nuestras manos,

pero la sed se le hace vieja

como un abuelo entre los labios.

Somos del hoy, mas lo que hacemos

pertenece al pasado, somos

la fuente que se queda: el agua,

quiero decir la vida, pasa.

A mi oído llegan las voces

que mañana diré, mañana:

a suerte mía de callar

con la palabra de otro día.

Si se lanzara el sueño al aire

como unos brazos, si una red

–del ayer a lo que seremos–

nos circundara. Pero todo,

todo lo que hago es ya pasado.

Ahora yo que soy recuerdo

que miro adentro y huelo a solo,

y muy vagamente distingo

al abuelo que está en mi rostro

 

 

Cae tu palabra en la soledad como ramo de olivo

en la paz. Yo no sabía

que tu voz llegara con estrellas.

Eres mi grito de combate

contra la muerte.

Ahora un árbol crece donde el olvido

cierra los ojos.

Tú.

 

 

La estación perenne

Tu cuerpo desnudo brilla bajo los relámpagos

como antes bajo mis manos.

Todas las estaciones están en tu cuerpo.

La primavera comienza su esplendor en tu abrazo

y concluye en tu boca entreabierta, exultante.

Todos los ríos del mundo están en tu cuerpo,

confluyen en ti en el momento

en que el animal más bello del bosque

–el ciervo, por ejemplo–

bebe de ti y se contempla.

Tu piel es el límite del fuego

donde se refugia el ardor del verano.

Rojas llamas te inundan.

Se mezclan los elementos y tu cuerpo se curva,

hay más aire en tu boca y mi cuerpo sediento

busca en ti salida, la libertad, los deseos.

Se anudan en ti los olivos del mundo

y ardes como una lámpara.

Somos un cuerpo solo luchando contra la muerte.

El otoño se riega en tu cuerpo como vino rojo en la mesa.

Tus muslos descansan en el borde del mundo.

Vuela una paloma de tu pecho a mis manos.

Después miramos los dos, de alegría cansados,

como a chimenea en invierno, el fuego pasado

y tu piel que brilla bajo los relámpagos.

 

 

El acto y la palabra que lo nombra

Por testimonio el tiempo dejó un hombre

fuerte, cabal, capaz en su materia

de actos. Subió con él, le dio sentido

al movimiento de su vida y de

sus manos, y miró desde sí mismo

el contorno de sus propios trabajos

perdidos.

Acudió a los días solo.

Por testigo nada más que el firme paso

dado al azar, con voluntad de no

recuperarlo; elaboró su condición

de frente altiva y no dejó

que lo tentara el ángel, a pesar

de que una vez pensó, serenamente

en darle a la existencia el nombre puro

del orgullo.

La luz se le entregó

Entonces adquirió la certidumbre

de que la libertad es la medida

de la limitación del hombre:

así

toda moneda que se lanza al aire

es libre sólo cuando está en el aire.

La luz miró la luz y quedó ciega.

Reflexionó sobre su propio saco

de piel; el tiempo y otra vez el tiempo.

Los turbios ojos del puente, erigidos

en honor del camino, y los caminos

siempre viejos enemigos del agua.

De la manera como el árbol es

la medida del tiempo y de los vientos

en la selva, la vida llena el sueño

de hermosos menesteres, los terribles

y decisivos pasos que no tienen

regreso. Sí, fue entonces, sí, entonces

cuando volvió los ojos y se vió

testimonio del tiempo y su destino.

Tomado de:

https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/9-antologia-EduardoCoteLamus.pdf

 

 

Estoraques III

 

El tiempo nada más en la piel del estoraque,

el tiempo como un perro que nunca llega al hueso,

el tiempo ladrando como perro, como un perro

derrotado por los sueños.

 

En la superficie el tiempo: Heráclito el Oscuro

hubiera aquí encontrado que su río es la sed,

hubiese aquí encontrado que es mejor

el limo que los días, el cristal que las imágenes,

la rueda del molino igual al agua.

 

Aquí las ruinas no están quietas:

el viento las modela. Por ejemplo

lo que antes era escombro de palacio

 

lo convirtió en estatua la erosión

y lo que fue la sombra de la torre

es ahora la sombra del chalán.

 

Ese bote de lanza del jinete

contra algo inexistente, ese ademán

de contienda en esos ojos sin sueño,

ese violento paso del caballo

detenido por siempre, ese color,

fueron antes las bases de algún templo,

el comienzo de algún arco, el fin

de tanta fe entregada a un dios terrible.

 

Hoy es un rostro, máscara mañana,

sueño primero, luego ni recuerdo,

columna ardiendo en el viento en llamas,

tórridas manos sobre la garganta

del caballero ecuestre, río, ríos

de sombra al rojo blanco dominando

aquello que existencia fue sin duda.

 

En esta sucesión que nadie nota

algo que no se mueve ni transforma,

algo quieto a pesar de tanto caos,

algo que permanece sin embargo

aunque desaparezcan estoraques

y nazcan otros, aunque aquellos bosques

de serpientes de pie como escuchando

la flauta del encanto comprendieran

que nunca han existido.

 

Pero es que aquí, también, todo se queda.

Es que acaso ¿razón tenía Parménides?

En fundamento todo permanece,

los elementos son iguales siempre

y la materia siempre es inmutable,

inmóvil es el ser y no se mueve

(ser y pensar son una cosa misma)

y todo esto que vemos y sentimos

es no más que un asunto incomprensible.

 

No más que la alta hoguera de la estrella

sobre este mundo. Nada más que el sueño

de pronto convertido en nada. Nada

distinto al propio fuego en que se incendia

ebria, la luz, muy dentro de la tierra

o encima de la lámpara que lleva

todo nombre encendido. El estoraque

siempre tiene las luces apagadas.

 

Al polvo nada vuelve, todo queda

delante de los ojos y las manos

sin poder recoger huellas de arena,

sin poder encontrar en tanta forma

cosa distinta de nuestro fracaso.

Por esto, Gorgias, Gorgias, yo te veo.

En la verdad te vi, en lo incomprensible

después de preguntar qué significan

esta vida, estos monstruos, estos sueños.

 

 

El desígnio

 

         A Ernesto Mejía Sánchez

 

En las páginas solas de algún libro

alguien (seguramente yo) há dejado

escrita, para luego destruirla,

 

una palabra: Muerte. Con amor

la fue escribiendo, con amor la deja

como para olvidarla en esa forma,

pero vuelve después sobre las letras.

Como un adolescente que lee un libro

a escondidas, detrás de la familia,

se descubre culpable hasta los huesos:

 

la misma mano que dejó los signos

se endurece de pronto en la escritura

y el mundo, entonces, ya, de nada sirve.

Tomado de:

https://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/colombia/eduardo_cote_lamus.html

 

 

CANTO DE FUTURO

 

Si ésta, una palabra, de pronto se muriera,

y se le fuesen cayendo las letras

como las hojas de un árbol,

y quedase descarnada,

y solamente la sangre del sonido

produjera un murmullo.

 

Si éste, un poema en las angustias,

viajero de las sombras y la muerte

encontrara a las voces desangrándose.

 

Si yo, un hombre delirante,

hallase el fondo de mis manos

y fuese ahondando una mirada

hasta enterrar el tiempo.

 

Si después del verbo y de la carne

detuviera una fuerza fatigada

la caída del mundo y del sonido

y hallase, de pronto, las aldeas

donde se quejan los poemas.

 

Y si también viera el mismo

que fui entre los sueños,

cavaría la nostalgia hasta encontrar lo triste

porque después del fin está el silencio,

y el recuerdo, una mano levantada.

 

Preparación para la muerte, 1950.

Tomado de:

https://poeticas.es/?p=1508

 

 

ESCRITO EN LA HOJA DE UNA ESPADA

 

Destino es trazar paz adonde gime el pecho

Crucé la vida hasta la empuñadura:

me emparedaron por reliquia, estar escrita:

la estirpe ha muerto y yo me conmemoro.

 

 

ESTO ES AMOR

Esto es el amor: llevar en la sangre

el impulso inefable de otra sangre,

buscarse el corazón dentro del pecho

y no encontrarlo hasta palpar su frente,

padecer la ansiedad de ser en otro

como grano de trigo germinando,

es trasladar el mar hasta sus ojos

y sumergirse en ellos hasta el alma,

sentir la eternidad entre las manos

al descubrir a Dios en su mirada,

árbol del bien que las horas traspasa.

Esto es amor: ser uno proyectado.

Tomado de:

https://www.casadepoesiasilva.com/sin-categoria/eduardo-cote-lamus/

 

 

LA JUSTICIA

Yo padecía la luz, tenía la frente

igual que una mañana recién hecha;

luego vino la sombra y me sembró

sin darme cuenta la señal amarga:

las palabras serían desde entonces

una visión del mundo derribado

en sueños; uno tiene que cantar

porque un nuevo Caín es ser poeta.

Me vendí como esclavo para que

mi dueño manejara mis acciones;

resulta que el amor me hizo más solo

y mi amo no podía con sus culpas.

Liberto vago, sí, manumitido

de mí; la sombra soy de lo real;

pero tampoco puedo darme cuenta

de qué es lo que transcurre en mi contorno.

Lo malo es sentir que pasa el sueño

a través de los ojos y del pecho

y no poder decir lo que sucede.

Sí: por esta palabra que yo escribo

seré después juzgado, ajusticiado;

no me defenderán contra la muerte

mi labor de contar, de decir cosas,

el ir muriendo en cada letra, de

ver cenizas donde está la vida.

 

 

DIBUJANDO LA FIEBRE

Algo bulle en mí: muy hondo siento el fuego

que no es luz, que no es voz, que no es el sueño.

pero es más tú, más yo, mucho más fuerte

que hacer de uno mismo o que morir

de ti, de mí, de aquello que hemos sido.

Esto no sé lo que es. Te digo, amor,

no sé qué pueda ser: Mírame tú

aunque no me oigas ni me veas, dime

si ha llegado el final, si la campana

acaba con la torre o con la aldea

cuando suena. Yo, amor, de tanto amarte

ya tengo el pecho rojo. Es el silencio

esta tarde de otoño. El movimiento

viene de aquí, de allí, de no sé dónde.

Cuántos pájaros negros en mis ojos

dibujando la sombra, pero el mundo

mantiene luminosas costas, sitios

por donde no he pasado y quedan lejos.

Amor, dame la mano, ven, me siento

tan solo, detenido entre mi cuerpo

y no puedo salir. Yo quiero decirte

que no tengo la culpa, que es de fuera,

de adentro, que mis pies se agrandan para

que pueda mantener el corazón.

El fuego es muy profundo, amor, lo es mucho:

es la vida, la muerte, la conciencia.

Tomado de:

https://www.isliada.org/poetas/eduardo-cote-lamus/

 

 

LA BOCA OSCURA

En cada viento llega una palabra,

igual que cada sueño tiene un nombre;

y el movimiento de la primavera,

con su viaje de vuelta en el otoño,

deja atrás un lenguaje que ella olvida.

Siempre la boca tiene labios nuevos.

Pero siempre es oscura porque nunca

obtiene lo que muda: el testimonio

del tiempo que se va, no el que se queda.

Un fuego inaugural, como una estatua

que fuese a hablar, las voces de un metal

desconocido de los hombres, no

de la montaña. Y es deber del canto

hermosamente relatar el árbol,

no el que vemos y bajo el cual soñamos,

sino la imagen que se lleva el río.

Tomado de:

https://revistas.upb.edu.co/index.php/revista-nstitucional/article/download/3076/2794/5483

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