Malas Semillas
“Su juventud fue el conocimiento de la poesía
o el hallazgo de la soledad”
Eduardo Cote Lamus.
I
Veo a la locura
alojarse en mí ojo,
las líneas blancas desfilar,
el fondo de los vasos llenos,
la oscuridad del sol.
Hago rituales en mí cuarto
ahorcando a mis padres,
para besar la fragua de sus cabezas
cuando sostienen la nube
en la que lloró locamente
derramando la runa del odio.
II
He visto el rostro de la muerte
y poco a poco se ha descubierto el mío,
el lavatorio está lleno de un agua morada,
una bruja me toca el hombro
y revuelve en el caldero la visión de mi juicio.
Aprendo a comer con las ratas,
ellas me ofrecen sus semillas
endosadas con el polvo azul
que deja la sangre y los químicos...
Yo alguna vez me creí príncipe
y heredé una piedra hueca
sobre la que reiné hasta igualarme a ella.
¿En qué momento comienza La Sombra
a ir detrás del cuerpo?
III
Paso las noches atado a un árbol
para descubrir la profundidad
en la que caerán mis huesos,
arbitrariamente esparcidos
para la predicción de los magos.
Los minerales al fin querrán jugar conmigo,
llamarán a mis restos para abrazarlos
y transfórmalos en un huerto.
Interrumpirán el ritual de mis venas
y me obsequiarán a la mordedura de un ángel.
IV
No me creíste
cuando dije que estaba muerto,
que tenía el cuerpo helado
y la luz pesaba.
Ahora recibirás de mí
el abrazo de los disecados,
vendrás a mí figura
como quien sepulta y borra
sobre los pasos.
Apartarás esta luz de mí
para que el viento
como una pluma hermosa,
haga regresar al ave
que me ofrende a sus crías.
V
Bajo la saeta le pido a Dios
que me ofrezca un cáliz del cual beber,
mis labios están secos por la sed infinita.
Tengo miedo de morir descalzo y con frío,
morir solo, morir viendo nada.
Pero no quiero la compasión de nadie;
que mi cuerpo sea libre de quemarse,
de viajar como el incienso que exhumen los dioses.
Los nardos crecerán en las puntas de mis dedos,
navegaré con el amor que me fue imposible,
en un ataúd, por el río,
donde al final me espere una catedral
y el llanto de mi perro y de los conejos.
Hay una isla varada en mi ojo.
Hay un rayo inverso en la Tierra.
Hay un dardo en la diana de mi mano.
Hubo un nombre bajo la frente.
Hubo un corazón en la runa del fin.
Hubo un cerebro abierto en el tallo del universo.
Yo, ahora me marcho a la Casa Eterna.
VI
Oyeron un grito
sostenido secretamente en las paredes,
un llamamiento a la locura del ave ciega
varada sobre su roca.
La inscripción de otra sangre
en los vitrales,
innombrable.
El presagio de una bestia merodeadora
que empuja las puertas,
el ritmo interior de una semilla.
Las flores de plástico crecen en el jardín
donde yacen los cadáveres
de cabezas de rubíes y manos de arena.
Hay una música debajo de la tierra.
La casa parece derrumbarse,
los hombres la tienen rodeada,
dan vueltas con sus trompetas,
los padres que viven en ella
corren a ver a su hijo
antes de que caiga su pequeña Jericó.
Sobre la cama ya no hay nadie,
no hay tiempo para los padres,
el techo empieza a desmoronarse,
las paredes colapsan,
los vidrios rotos
y los alambres del patio
hacen su cárcel.
Debajo de la tierra hay una música;
los padres encuentran a su hijo.
Tomado de:
https://cardenalrevista.wordpress.com/2021/07/04/poesia-costarricense-actual-ignacio-aru/
Tekbir
Es entonces cuando escuchamos la explosión,
los órganos magnéticos
derrumban el muro de nuestras casas
y la carne se reduce a un movimiento en los rostros
y la lápida del último Sheikh
reúne nuestros nombres en el aire.
Al final de la tarde,
una madre conversa con los restos de su hija
mientras un animal devora sus ojos en otro muerto;
los quemados al levantarse de entre las piedras
adivinan el canto de la madera.
Los Contentos
No hay donde saborear nuestras migas,
los bárbaros han husmeado el fondo de nuestros vasos,
beben de las cañerías rojas, agitan la sangre.
Al fin, la Asamblea, la choza Presidencial,
no son diferentes a las tiendas mongolas de Xanadú
y su civismo salvaje.
Todo el que ande sombrero lo puede usar de vasenilla,
los culos en el colegio
y los niños que juegan a los funerales;
la niñez es un juguete de plástico mordisqueado.
Tarde será pedir perdón
cuando el semen de la sórdida cogida
nos queme los labios.
País de muertos.
Hombres, somos un retrato en una pared de ciegos,
mujeres, campos vírgenes somos en una noche de
monstruos,
un poema salido del disparo de una pistola.
No podemos caer al cielo ni ascender al infierno,
clase media,
El Carcelero San Pedro se tragó la llave.
La cárcel es más cómoda,
ingenuos, invisibles, ángeles morenos.
Cuando muramos: ¿Quién nacerá para pagar nuestra deuda?
El sol nocturno
A Juan Carlos
Olivas
Salta del último tren,
atraviesa los pasillos subterráneos
de la luna de concreto,
camina por las vías que se mueven en la corriente
como los remos de un cuerpo que abraza el burogh.
Lleva una sombrilla
para la tormenta que aguarda en los rayos disecados
cuando tocan las nubes.
Dice que su cuerpo es una planta
y nuestra piel es de nylon;
dice que primero fue ella y después la lluvia.
Ve dos muchachos entrar a un camino sin nombre,
él lleva un cuchillo en el pantalón,
ella la mano en el pecho;
caminan a través de las arenas de nieve
para no volver a casa
y de algún modo él tampoco regresa.
Sube a los cometas que transportan leña,
hipnotizado por las pupilas de los niños
en las que se juntan los astros temblorosos
y se abre la encrucijada de los planetas hechos carne.
Sobre el hombro ve un ángel
sobrevolar con su propulsor,
dejando una estela por las calles vacías
como una brújula suspendida para sus pasos.
Se apresura a seguirlo y es tomado por sus grandes
manos
que robó de un cuadro que contempla en Ecuador,
hay una niña colgando en la mente de su cuarto,
oculta de rodillas en la maleza,
mientras crece una navaja de su lengua.
Aterriza en la cueva del bosque
a encender un cilindro de dióxido
Mágnum Adoum, Dum, Dum, Dum.
Los cuerpos giran en espirales,
siente un volcán invertido bajo sus pies,
habla de una mujer que sale de su tina con las manos
azules
y lo hace beber su muerte en un cuerno,
justo como los dioses acabaron con la sal del mundo.
Se dibujan frente a él sombras de animales que no
existen,
el rostro danza en la pared
y frota una piedra en cada mano
y crea el fuego de los altares de zinc
donde los vagabundos cocinan los restos del día.
El ángel cabeza de saxofón
lo toma de nuevo en sus llaves afiladas,
desde el cielo ve los lobos arrastrarse como hombres en
los techos,
las raíces de los árboles se iluminan
y la tierra es morada desde el espacio.
El sol nocturno apaga los callejones
para las funciones que se proyectan
en los departamentos robóticos.
La Torre Goldman Sachs se pronuncia en un solo idioma
y todos ascienden a Dios en naves de humo.
De sus fauces brota una granada de oro
para destruir la casa de los libros que incendió su
madre,
las estatuas a las que reclama
se elevan de sus pedestales
y bailan para él a la orilla del Cooper River.
El ángel, se evapora en su espalda,
los botes de los caños transportan los budas desnudos,
las garzas, los ciclistas y los tigres desnudos
a sus palcos de tierra.
Ha llegado al Castillo de los Muertos,
los arqueros en sus torres,
disparan una flecha a su corazón
y entre las estrellas
crece una constelación nueva.
Camina hasta llegar a una casa gris
que parece hundirse en la colina,
el esqueleto que duerme dentro
estira su mano tras las rejas
y le regala una hoja
que se transformará en un niño.
Attila
Venderé mis diecisiete años
al mejor postor
como Attila se los vendió al diablo.
Que Dios me cuelgue
y me entierre si quiere
como Attila se hundió en su corazón.
El polvo suspira el agua fresca,
el hambre se reclina tranquila sobre mi ropa
y si me estorba, me quitaré la corbata
y me arrancaré el cuello como Attila.
Algún día me iré a pasear en la rueda de un tren
por la noche.
Lupercal
El sacerdote trae un perro entre sus manos,
abre su lomo para ver las runas de carne
predecir una constelación
junto al estómago del lobo
y el corazón del hombre.
Coloca los ojos del animal sobre los nuestros,
adhiere su piel a nuestros huesos,
hace resonar el aullido como el eco de los pechos
que reconocen por primera vez el hambre.
Petrifica un águila en su mano
y bendice nuestras frentes
con la marca dorada del vuelo.
Las antorchas giran alrededor del lago
y bebemos de rodillas el agua negra,
y la cueva donde descansa el Fauno
brilla como una galaxia sobre la roca.
Nos dice que la iglesia está en las palabras
que nombraron a los elementos del mundo,
su piedra se erige en nuestra muerte invertida
para recibir al mes de la nueva edad
con los rostros ocultos en los rostros.
Las mujeres aguardan en el monte
entrelazadas por un hilo rojo,
a que brille la estrella de Ulnar
que guía el mar de sangre
por el que navegamos desnudos.
Llegamos como olas que se lanzan
sin reconocer el fin de sus cuerpos,
traemos tiras para azotar los vientres y las espaldas
y nacen niños que nos muestran sus dientes.
Los Gemelos Vendados queman la casa de la infancia
en la que vive un anfibio,
para desflorar la vida entre las higueras
donde las mujeres cuelgan sus cabezas de ciervo
y nos entregan la luna que inviste a la diosa cazadora.
Tomado de:
https://www.revistaaltazor.cl/ignacio-aru-2/
CÁRCEL
Los barrotes de mi cárcel
son espigas amanecidas por la niebla,
un pájaro lleva mi nombre en su pico
adonde el mar muerde mis manos
y en el reflujo
quedan como la costura desconocida
de algún cuerpo.
Mayo pasa lento
en el amanecer que levanta vuelo sin ruido,
Mayo pasa lento
en el apagón de una tarde sobre la hierba,
donde hacía nido a tu carne.
Estoy sentado en el piso rojo
de un lugar pequeño, meditando recoger
la limosna que el verano quiso darme,
estoy tan flaco que me pesa más el alma que el hambre
y me he pintado la espalda azul oscuro
para que duerman mis amigos
y decirles que la noche es bella y que voy desnudo.
CÓMO REVIVIR UN ELEFANTE
Una piedra hirviendo,
un elefante muere,
alucina buitres armados.
El viento pasa seco y corta sus orejas,
su trompa exhala polvo.
Algunos vierten agua en su cuerpo,
sacan pus, arcilla y un músculo muerto,
el elefante duerme,
le sacan una flecha
con destino de un dolor de contrabando
mientras lo sellan con arena de un mar verde.
El hombre no está roto del todo
y la piedra descubre que es carne.
Así revive un elefante
PARODIA DEL ESPANTAJO
A Joel Darias
¡Cómo
llora
en silencio Jesús desnudo
con
las
ma—
nos
ro—
tas
que
le ha
tallado
un pájaro!
PEREGRINAJE
Mi cuerpo es un estuario,
ahora solo quedan algunos restos que se distinguen
cuando las aves migran
buscando el calor en Sudamérica...
Se distingue en el día
cuando la marea baja y el Halcón Peregrino
caza extranjeros que se lanzan al agua.
Las alas del Halcón no son impermeables,
se arruinan,
me arranca los ojos
y ve un estornino chapoteando tonto a la deriva,
lo corretea un poco por el aire.
Y cuando la marea haya sumergido el cuerpo,
y cuando un ave rompa el cascarón
como romper el mundo,
el Halcón ya duerme lleno y tranquilo.
Tomado de:
https://www.laraizinvertida.com/detalle-2494-jose-ignacio-aru
Ella con sus peces
El amor es un pez
que regresa a la orilla,
para luego dibujar su ruta
al tránsito irreal del mar.
Se va sin pedir nada,
sin exigir nada,
sólo contempla desde el arrecife,
como un pabellón,
las dieciséis horas
que podría sobrevivir
fuera del agua;
dentro del aire.
Viene de la pupila
cargada con lágrimas,
viene pegado a la ropa
de los náufragos,
viene de los tantos nombres,
los tréboles, el lamido de la ola,
y la estación perdida
en los cofres.
Una mujer lo captura en sus manos
y le hace una caja musical
en la que nade,
aprendiendo la quietud
de contemplarse en el vidrio.
El amor es un pez
que nada hacia adentro
y ella lo sabe.
Es por eso que vivo
en una de sus peceras,
entre las rocas de colores,
una falsa pradera y otros tantos peces
que no conocen el sacrificio de ahogarse.
Sobre mí hay un río que cae
y dos elefantes.
Ella con sus peces
juega a que son estrellas
y hace constelaciones,
y yo salto entre las uniones de luz
para ver su rostro.
Ella con sus peces
sonríe,
extiende sus manos
y desea vivir con nosotros
en nuestro pequeño mundo,
en este extraño corazón
que es una isla varada en su cuerpo.
Ella con sus peces,
y yo fingiendo que vivo
pegado al agua.
Poemas de:
https://casabukowski.com/poesia/ignacio-aru/
Ana´s Poem
Los rayos han destruido tu cuerpo.
La luz trastocó tus órganos y dejó una grieta negra
desde donde puedo ver la figura de un caballo
galopando sobre la pradera del veneno.
Madre, tiro de un carruaje sobre las flores
que vi soplar en la figura de tu rostro.
Dejaste a la muerte sentarse en mi cama,
nunca me leíste nada y antes de nacer
regalaste tus pechos.
De pequeño decidí no tocar tus huesos
ni dejarme cargar por ellos,
cuando supe que eran la empuñadura
de las primeras rosas de Asia.
Los muertos dicen cosas,
desde mi primer recuerdo
se ocultan en tu vientre y te peinan
y te buscan en secreto.
Debo confesarte que no veré mi rostro de viejo,
la belleza y fuerza de mis diecinueve años
han encontrado su gloria en el mes virgen de Junio.
Y ahora que me has olvidado
he venido a mojar tus manos
en el río que se abre
junto a mi casa.
Los contentos
No hay donde saborear nuestras migas.
Los bárbaros han husmeado el fondo de nuestros vasos,
beben de las cañerías rojas, agitan la sangre.
Al fin, la Asamblea, la choza Presidencial,
no son diferentes a las tiendas mongolas de Xanadú
y su civismo salvaje.
Los niños que juegan a los funerales;
la niñez es un juguete mordisqueado de plástico.
Tarde será pedir perdón
cuando el semen de la sórdida cogida
nos queme los labios.
País de muertos.
Hombres, somos un retrato en una pared de ciegos,
mujeres, campos vírgenes somos en una noche de
monstruos,
un poema expulsado del disparo de una pistola.
No podemos caer al cielo ni ascender al infierno,
clase media.
El carcelero San Pedro se tragó la llave.
La cárcel es más cómoda,
ingenuos, invisibles, ángeles morenos.
Cuando muramos:
¿quién nacerá para pagar nuestra deuda?
Tomado de:

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