domingo, 24 de agosto de 2025

POEMAS DE IGNACIO ARU IN MEMORIAM, PEQUEÑO HOMENAJE


Malas Semillas

 

“Su juventud fue el conocimiento de la poesía

o el hallazgo de la soledad”

Eduardo Cote Lamus.

 

I

 

Veo a la locura

alojarse en mí ojo,

las líneas blancas desfilar,

el fondo de los vasos llenos,

la oscuridad del sol.

Hago rituales en mí cuarto

ahorcando a mis padres,

para besar la fragua de sus cabezas

cuando sostienen la nube

en la que lloró locamente

derramando la runa del odio.

 

 

II

 

He visto el rostro de la muerte

y poco a poco se ha descubierto el mío,

el lavatorio está lleno de un agua morada,

una bruja me toca el hombro

y revuelve en el caldero la visión de mi juicio.

Aprendo a comer con las ratas,

ellas me ofrecen sus semillas

endosadas con el polvo azul

que deja la sangre y los químicos...

Yo alguna vez me creí príncipe

y heredé una piedra hueca

sobre la que reiné hasta igualarme a ella.

 

¿En qué momento comienza La Sombra

a ir detrás del cuerpo?

 

 

 

III

 

 

Paso las noches atado a un árbol

para descubrir la profundidad

en la que caerán mis huesos,

arbitrariamente esparcidos

para la predicción de los magos.

Los minerales al fin querrán jugar conmigo,

llamarán a mis restos para abrazarlos

y transfórmalos en un huerto.

Interrumpirán el ritual de mis venas

y me obsequiarán a la mordedura de un ángel.

 

 

 

IV

 

No me creíste

cuando dije que estaba muerto,

que tenía el cuerpo helado

y la luz pesaba.

Ahora recibirás de mí

el abrazo de los disecados,

vendrás a mí figura

como quien sepulta y borra

sobre los pasos.

Apartarás esta luz de mí

para que el viento

como una pluma hermosa,

haga regresar al ave

que me ofrende a sus crías.

 

 

 

V

 

Bajo la saeta le pido a Dios

que me ofrezca un cáliz del cual beber,

mis labios están secos por la sed infinita.

Tengo miedo de morir descalzo y con frío,

morir solo, morir viendo nada.

Pero no quiero la compasión de nadie;

que mi cuerpo sea libre de quemarse,

de viajar como el incienso que exhumen los dioses.

Los nardos crecerán en las puntas de mis dedos,

navegaré con el amor que me fue imposible,

en un ataúd, por el río,

donde al final me espere una catedral

y el llanto de mi perro y de los conejos.

 

 

Hay una isla varada en mi ojo.

Hay un rayo inverso en la Tierra.

Hay un dardo en la diana de mi mano.

 

Hubo un nombre bajo la frente.

Hubo un corazón en la runa del fin.

Hubo un cerebro abierto en el tallo del universo.

 

Yo, ahora me marcho a la Casa Eterna.

 

 

 

VI

 

Oyeron un grito

sostenido secretamente en las paredes,

un llamamiento a la locura del ave ciega

varada sobre su roca.

La inscripción de otra sangre

en los vitrales,

innombrable.

El presagio de una bestia merodeadora

que empuja las puertas,

el ritmo interior de una semilla.

Las flores de plástico crecen en el jardín

donde yacen los cadáveres

de cabezas de rubíes y manos de arena.

 

Hay una música debajo de la tierra.

 

La casa parece derrumbarse,

los hombres la tienen rodeada,

dan vueltas con sus trompetas,

los padres que viven en ella

corren a ver a su hijo

antes de que caiga su pequeña Jericó.

 

Sobre la cama ya no hay nadie,

no hay tiempo para los padres,

el techo empieza a desmoronarse,

las paredes colapsan,

los vidrios rotos

y los alambres del patio

hacen su cárcel.

Debajo de la tierra hay una música;

los padres encuentran a su hijo.

Tomado de:

https://cardenalrevista.wordpress.com/2021/07/04/poesia-costarricense-actual-ignacio-aru/

 

 

Tekbir

 

Es entonces cuando escuchamos la explosión,

los órganos magnéticos

derrumban el muro de nuestras casas

y la carne se reduce a un movimiento en los rostros

y la lápida del último Sheikh

reúne nuestros nombres en el aire.

 

Al final de la tarde,

una madre conversa con los restos de su hija

mientras un animal devora sus ojos en otro muerto;

los quemados al levantarse de entre las piedras

adivinan el canto de la madera.

 

 

Los Contentos

 

No hay donde saborear nuestras migas,

los bárbaros han husmeado el fondo de nuestros vasos,

beben de las cañerías rojas, agitan la sangre.

Al fin, la Asamblea, la choza Presidencial,

no son diferentes a las tiendas mongolas de Xanadú

y su civismo salvaje.

Todo el que ande sombrero lo puede usar de vasenilla,

los culos en el colegio

y los niños que juegan a los funerales;

la niñez es un juguete de plástico mordisqueado.

Tarde será pedir perdón

cuando el semen de la sórdida cogida

nos queme los labios.

País de muertos.

Hombres, somos un retrato en una pared de ciegos,

mujeres, campos vírgenes somos en una noche de monstruos,

un poema salido del disparo de una pistola.

No podemos caer al cielo ni ascender al infierno,

clase media,

El Carcelero San Pedro se tragó la llave.

La cárcel es más cómoda,

ingenuos, invisibles, ángeles morenos.

Cuando muramos: ¿Quién nacerá para pagar nuestra deuda?

 

 

El sol nocturno

 

A Juan Carlos Olivas

 

 

 

Salta del último tren,

atraviesa los pasillos subterráneos

de la luna de concreto,

camina por las vías que se mueven en la corriente

como los remos de un cuerpo que abraza el burogh.

Lleva una sombrilla

para la tormenta que aguarda en los rayos disecados

cuando tocan las nubes.

Dice que su cuerpo es una planta

y nuestra piel es de nylon;

dice que primero fue ella y después la lluvia.

Ve dos muchachos entrar a un camino sin nombre,

él lleva un cuchillo en el pantalón,

ella la mano en el pecho;

caminan a través de las arenas de nieve

para no volver a casa

y de algún modo él tampoco regresa.

 

Sube a los cometas que transportan leña,

hipnotizado por las pupilas de los niños

en las que se juntan los astros temblorosos

y se abre la encrucijada de los planetas hechos carne.

Sobre el hombro ve un ángel

sobrevolar con su propulsor,

dejando una estela por las calles vacías

como una brújula suspendida para sus pasos.

Se apresura a seguirlo y es tomado por sus grandes manos

que robó de un cuadro que contempla en Ecuador,

hay una niña colgando en la mente de su cuarto,

oculta de rodillas en la maleza,

mientras crece una navaja de su lengua.

Aterriza en la cueva del bosque

a encender un cilindro de dióxido

Mágnum Adoum, Dum, Dum, Dum.

 

Los cuerpos giran en espirales,

siente un volcán invertido bajo sus pies,

habla de una mujer que sale de su tina con las manos azules

y lo hace beber su muerte en un cuerno,

justo como los dioses acabaron con la sal del mundo.

Se dibujan frente a él sombras de animales que no existen,

el rostro danza en la pared

y frota una piedra en cada mano

y crea el fuego de los altares de zinc

donde los vagabundos cocinan los restos del día.

 

 

El ángel cabeza de saxofón

 

lo toma de nuevo en sus llaves afiladas,

desde el cielo ve los lobos arrastrarse como hombres en los techos,

las raíces de los árboles se iluminan

y la tierra es morada desde el espacio.

El sol nocturno apaga los callejones

para las funciones que se proyectan

en los departamentos robóticos.

La Torre Goldman Sachs se pronuncia en un solo idioma

y todos ascienden a Dios en naves de humo.

De sus fauces brota una granada de oro

para destruir la casa de los libros que incendió su madre,

las estatuas a las que reclama

se elevan de sus pedestales

y bailan para él a la orilla del Cooper River.

 

El ángel, se evapora en su espalda,

los botes de los caños transportan los budas desnudos,

las garzas, los ciclistas y los tigres desnudos

a sus palcos de tierra.

Ha llegado al Castillo de los Muertos,

los arqueros en sus torres,

disparan una flecha a su corazón

y entre las estrellas

crece una constelación nueva.

Camina hasta llegar a una casa gris

que parece hundirse en la colina,

el esqueleto que duerme dentro

estira su mano tras las rejas

y le regala una hoja

que se transformará en un niño.

 

 

Attila

 

 

Venderé mis diecisiete años

al mejor postor

como Attila se los vendió al diablo.

Que Dios me cuelgue

y me entierre si quiere

como Attila se hundió en su corazón.

El polvo suspira el agua fresca,

el hambre se reclina tranquila sobre mi ropa

y si me estorba, me quitaré la corbata

y me arrancaré el cuello como Attila.

Algún día me iré a pasear en la rueda de un tren

por la noche.

 

 

Lupercal

 

El sacerdote trae un perro entre sus manos,

abre su lomo para ver las runas de carne

predecir una constelación

junto al estómago del lobo

y el corazón del hombre.

Coloca los ojos del animal sobre los nuestros,

adhiere su piel a nuestros huesos,

hace resonar el aullido como el eco de los pechos

que reconocen por primera vez el hambre.

Petrifica un águila en su mano

y bendice nuestras frentes

con la marca dorada del vuelo.

Las antorchas giran alrededor del lago

y bebemos de rodillas el agua negra,

y la cueva donde descansa el Fauno

brilla como una galaxia sobre la roca.

Nos dice que la iglesia está en las palabras

que nombraron a los elementos del mundo,

su piedra se erige en nuestra muerte invertida

para recibir al mes de la nueva edad

con los rostros ocultos en los rostros.

 

Las mujeres aguardan en el monte

entrelazadas por un hilo rojo,

a que brille la estrella de Ulnar

que guía el mar de sangre

por el que navegamos desnudos.

Llegamos como olas que se lanzan

sin reconocer el fin de sus cuerpos,

traemos tiras para azotar los vientres y las espaldas

y nacen niños que nos muestran sus dientes.

Los Gemelos Vendados queman la casa de la infancia

en la que vive un anfibio,

para desflorar la vida entre las higueras

donde las mujeres cuelgan sus cabezas de ciervo

y nos entregan la luna que inviste a la diosa cazadora.

Tomado de:

https://www.revistaaltazor.cl/ignacio-aru-2/

 

 

CÁRCEL

 

Los barrotes de mi cárcel

son espigas amanecidas por la niebla,

un pájaro lleva mi nombre en su pico

adonde el mar muerde mis manos

y en el reflujo

quedan como la costura desconocida

de algún cuerpo.

 

Mayo pasa lento

en el amanecer que levanta vuelo sin ruido,

Mayo pasa lento

en el apagón de una tarde sobre la hierba,

donde hacía nido a tu carne.

 

Estoy sentado en el piso rojo

de un lugar pequeño, meditando recoger

la limosna que el verano quiso darme,

estoy tan flaco que me pesa más el alma que el hambre

y me he pintado la espalda azul oscuro

para que duerman mis amigos

y decirles que la noche es bella y que voy desnudo.

 

 

CÓMO REVIVIR UN ELEFANTE

 

Una piedra hirviendo,

un elefante muere,

alucina buitres armados.

 

El viento pasa seco y corta sus orejas,

su trompa exhala polvo.

 

Algunos vierten agua en su cuerpo,

sacan pus, arcilla y un músculo muerto,

el elefante duerme,

le sacan una flecha

con destino de un dolor de contrabando

mientras lo sellan con arena de un mar verde.

 

El hombre no está roto del todo

y la piedra descubre que es carne.

 

Así revive un elefante

 

 
PARODIA DEL ESPANTAJO

 

A Joel Darias

 

¡Cómo

llora

en silencio Jesús desnudo

con

las

ma—

nos

ro—

tas

que

le ha

tallado

un pájaro!

 

 

PEREGRINAJE

 

Mi cuerpo es un estuario,

ahora solo quedan algunos restos que se distinguen

cuando las aves migran

buscando el calor en Sudamérica...

Se distingue en el día

cuando la marea baja y el Halcón Peregrino

caza extranjeros que se lanzan al agua.

 

Las alas del Halcón no son impermeables,

se arruinan,

me arranca los ojos

y ve un estornino chapoteando tonto a la deriva,

lo corretea un poco por el aire.

Y cuando la marea haya sumergido el cuerpo,

y cuando un ave rompa el cascarón

como romper el mundo,

el Halcón ya duerme lleno y tranquilo.

Tomado de:

https://www.laraizinvertida.com/detalle-2494-jose-ignacio-aru

 

 

Ella con sus peces

El amor es un pez

que regresa a la orilla,

para luego dibujar su ruta

al tránsito irreal del mar.

 

Se va sin pedir nada,

sin exigir nada,

sólo contempla desde el arrecife,

como un pabellón,

las dieciséis horas

que podría sobrevivir

fuera del agua;

dentro del aire.

 

Viene de la pupila

cargada con lágrimas,

viene pegado a la ropa

de los náufragos,

viene de los tantos nombres,

los tréboles, el lamido de la ola,

y la estación perdida

en los cofres.

Una mujer lo captura en sus manos

y le hace una caja musical

en la que nade,

aprendiendo la quietud

de contemplarse en el vidrio.

 

El amor es un pez

que nada hacia adentro

y ella lo sabe.

 

Es por eso que vivo

en una de sus peceras,

entre las rocas de colores,

una falsa pradera y otros tantos peces

que no conocen el sacrificio de ahogarse.

 

Sobre mí hay un río que cae

y dos elefantes.

 

Ella con sus peces

juega a que son estrellas

y hace constelaciones,

y yo salto entre las uniones de luz

para ver su rostro.

Ella con sus peces

sonríe,

extiende sus manos

y desea vivir con nosotros

en nuestro pequeño mundo,

en este extraño corazón

que es una isla varada en su cuerpo.

 

Ella con sus peces,

y yo fingiendo que vivo

pegado al agua.

Poemas de:

https://casabukowski.com/poesia/ignacio-aru/

 

 

Ana´s Poem

Los rayos han destruido tu cuerpo.

La luz trastocó tus órganos y dejó una grieta negra

desde donde puedo ver la figura de un caballo

galopando sobre la pradera del veneno.

Madre, tiro de un carruaje sobre las flores

que vi soplar en la figura de tu rostro.

Dejaste a la muerte sentarse en mi cama,

nunca me leíste nada y antes de nacer

regalaste tus pechos.

 

De pequeño decidí no tocar tus huesos

ni dejarme cargar por ellos,

cuando supe que eran la empuñadura

de las primeras rosas de Asia.

Los muertos dicen cosas,

desde mi primer recuerdo

se ocultan en tu vientre y te peinan

y te buscan en secreto.

Debo confesarte que no veré mi rostro de viejo,

la belleza y fuerza de mis diecinueve años

han encontrado su gloria en el mes virgen de Junio.

Y ahora que me has olvidado

he venido a mojar tus manos

en el río que se abre

junto a mi casa.

Los contentos

 

No hay donde saborear nuestras migas.

Los bárbaros han husmeado el fondo de nuestros vasos,

beben de las cañerías rojas, agitan la sangre.

Al fin, la Asamblea, la choza Presidencial,

no son diferentes a las tiendas mongolas de Xanadú

y su civismo salvaje.

Los niños que juegan a los funerales;

la niñez es un juguete mordisqueado de plástico.

Tarde será pedir perdón

cuando el semen de la sórdida cogida

nos queme los labios.

País de muertos.

Hombres, somos un retrato en una pared de ciegos,

mujeres, campos vírgenes somos en una noche de monstruos,

un poema expulsado del disparo de una pistola.

No podemos caer al cielo ni ascender al infierno,

clase media.

El carcelero San Pedro se tragó la llave.

La cárcel es más cómoda,

ingenuos, invisibles, ángeles morenos.

Cuando muramos:

¿quién nacerá para pagar nuestra deuda?

Tomado de:

https://revistaacrobata.com.br/florianomartin/atlas-lirico-da-america-hispanica/3-poemas-de-ignacio-arucosta-rica-1999/

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