sábado, 16 de agosto de 2025

POEMAS DE FELIPE GARCÍA QUINTERO - CELEBRAMOS SU RECIENTE PREMIO -


Las gallinas

a la memoria de

Guillermo de Jesús Quintero

 

Estas aves lerdas crecieron conmigo en el patio. Sin embargo, no han merecido antes un pensamiento mío.

 

Sólo hasta ahora que las recuerdo acompañando el silencio quedo de aquellas tardes largas del verano.

 

Porque escarbé la tierra con ellas, su maíz, grano a grano, llenó de soles mis manos.

 

Muchas veces de niño trepé al árbol y sacudí con fuerza los brazos, y cacareé la dicha de tener primero el tibio huevo torneado de blanco.

 

Por cierto, no son estas las aves que Baudelaire vio en nosotros. Tampoco guardan la virtud del ruiseñor de John Keats, ese pájaro no destinado a la muerte. Menos aún la fortuna de la alondra de Quessep, ni conservan algo de las 13 facultades que Wallace Stevens notó en el mirlo.

 

Nada de eso les ha sido conferido a las gallinas.

 

Ningún linaje o atributo más que pisar la tierra con nosotros, de andar por siempre en el suelo picoteando cuencos vacíos de estrellas.

Y como nosotros hoy, ellas un día también ya lejano, perdieron el vuelo mas no ese cantar el campo.

 

Desde entonces nunca jamás por el alba se extravió el rumbo del labrador solitario.

 

 

Res

I.

 

La vaca muerde la hierba

y su aliento estremece la luz del polvo lunar.

 

Temblorosa es la música entre sus patas,

hondo el respirar del viento.

 

La cola que aparta las moscas

flota, rema.

 

II.

 

La vaca llama a ser vista por sus grandes ojos abiertos.

 

La lentitud, y no la hierba, es lo que cavila en la paciente sombra.

 

Tiento la tierra que la junta al cielo.

 

Montaña de sólo aire el pensamiento donde el silencio se despeña.

 

III.

 

Arriba en la montaña,

inmóvil, una vaca sola pasta.

 

A su sombra mis ojos buscan refugio.

 

La vaca mística de la infancia

sobre el llano alto, casi en las nubes.

 

Un poco de ese fulgor toca mis manos.

Desde entonces, en cada piedra, el horizonte nuevo.

 

 

La cabra

Como Umberto Saba, he hablado a una cabra.

 

Y como hoy yo mismo, estaba sola en el prado, atado, como ella también de noche, a un viejo lazo, ahíto de hierba. Bañado por la lluvia, igual, balaba.

 

Ese su balido, como ahora el poema, era fraterno a mi dolor. Será porque yo hablé primero que la cabra entonces se acalló. Y porque el dolor es eterno, dice el poeta, tiene una sola voz y nunca cambia.

 

Mi voz escuché en el gemir de la cabra solitaria.

Tomado de:

https://www.poesiabogota.org/felipe-garcia-quintero/

 

 

Muchacha del viento

La que pasa por el sol y no es sombra.

 

La que ninguna lluvia acalla

ni voz alguna escribe

porque es luz del canto.

 

Así su andar entre rincones,

bajo aleros altos de calles ausentes.

 

Por los hondos sembradíos, en que pasta el deseo,

la muchacha del viento florece.

 

En la distancia fugitiva de las nubes

la veo reposar, entre las piedras latir,

sobre la piel del agua donde abreva el aire.

 

Sus cabellos locos, como la risa, en mis torpes manos.

 

                     De: Siega, 2011

 

 

 

La mañana

 

Nada ahora parece ocurrir:

 

el alto cielo,

el agua insomne,

la piedra quieta.

 

Nadie en cuanto habla,

ni tan siquiera esta huella

que tantos pasos lleva.

 

Sombras de la hierba,

hebras del viento entorno;

guijarros todos de la lengua absuelta.

 

El que mira sus ojos cerrados

y ve crecer la distancia, la arena.

 

El aire allega la montaña a sus talas inciertas.

 

 

                     De: Terral, 2013

 

 

 

En casa del fotógrafo

 

        a Socorro Quintero Dorado

 

Luego de cruzar el parque he llegado al zaguán del sueño, donde una limpia mañana de enero nos fuera tomada la foto que mi madre resguarda del viento.

Llevo tres años de correr el pueblo y me he puesto un pantalón a cuadros, calzonarias y botas vaqueras de hule roto.

Miro de sesgo, con recelo quizás, hacia el lado más lejano del aire blanco, y a oscuras ya de ese instante junto a la ventana.

Mi hermana de escasos meses, sonríe tanto, que el negro de sus ojos brilla aún en mitad del papel ajado.

Repaso tal hondura.

Porque sin nubes llegó el sol en cenizas a los párpados para oscurecer el aire, mas los pájaros cantaban y eran del cielo lo mirado.

Mariposa del día, menuda luz es la lluvia de un feroz amanecer en las manos.

La flor breve de la inmensidad pasa cerrando mis ojos, como el latido constelado del rayo.

 

           De: Terral, 2013

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Festival/29/FelipeGarcia/

 

 

Ojo por ojo

Mi padre día a día, noche tras noche alimenta con su vida a los cuatro caballos ciegos que lo maldicen. Que le persiguen en el silencio por el patio donde los esconde, mientras lo miro lavarse las manos con la lluvia que se escurre por los tejados rotos del sueño.

 

Los cuatro caballos ciegos de mi padre, que lo llevan a pasear por cuatro reinos diferentes, donde todo recuerdo es una ruina. Los cuatro nombres por los que me llama.

Tomado de:

https://www.revistapalimpsesto.com/felipe-garcia-quintero-poemas/

 

 

con amor de piedra

El pájaro mira el cielo cautivo en el agua.

Gota a gota lo rompe.

Y a sorbos el reflejo de las alturas.

Al tornar la mirada del aire

–ese volver al aire la mirada–

llenos de sed sus ojos tiemblan.

 

 

¿puede una mano enterrar el aire que la sostiene?

¿Puede el aire ser sepultado en un puño de tierra

junto al pecho como un gesto natural del habla?

¿Puede esa mano ser aire para luchar contra lo

invisible?

¿Puede lo invisible del mundo ser visto por el

lenguaje como el cuerpo en su sombra?

Es el alto destino de caer.

 

 

astro del triste

La felicidad de un hombre triste no consiste en reír.

Poca la risa lo alegra.

Y puede no estarlo, sentirse alegre cuando ríe.

Aunque pertenezca,

la risa siempre es ajena al cuerpo que asalta.

Mientras dura su música,

todo el aire del tiempo,

como el temblor del eco en el aire,

es un latir eterno.

La felicidad de un hombre triste está en su silencio.

Esa flor suya que todo marchita.

 

 

comprender la noche en la ceniza del perfume.

El delirio humano por las sombras fuera de la

forma, donde la música se teje en el despojo de la

realidad deshecha.

Todos venimos a cantar la caída del tiempo.

Si nuestros ojos de palabras, mudos. Si nuestras

manos, cansadas de abrir la puerta de la nada y la

boca oscura de besar el polvo en el vacío, en sus

muros de plegarias, columnas de silencio.

Sólo el corazón lo sabe y solo el corazón calla.

 

 

el vacío del aire

1.

En la muerte las palabras a la muerte.

Humo de victoria, huesos y más huesos el tributo.

A la cima del aire, el eco roto de un cielo interrogo.

2.

El silencio del cuerpo:

la desnudez en que duermes. El sueño que te

cubre.

3.

Si el eco del sendero respondiera a nuestro silencio

de ser piedras del río abandonado por sus aguas.

Si la muerte se alejara con el canto. Me digo.

4.

Al camino de la voz vacía. Mi silencio de ti, tuyo.

Perfecto deseo de ser nada.

5.

Un gesto es apenas el nombre. Otro el rostro.

Y en la suma del vacío la resta del cuerpo brilla.

Mas, si lo que se despide de las manos, de las

manos brota ¿Es la ausencia la escritura?

6.

Sí, miro mis ojos: vicio de oscuridad.

Y el cuerpo en que insiste la vida –agua primera,

fuente antigua– el único camino en la noche

escrito.

7.

Cruz del infinito

¿Quién puso el cielo en tu nombre?

8.

La muerte te hace animal humilde. Repito.

9.

Si todo lo que calla es un perfume, en la rosa de

la espera florece la espina.

10.

Como fiebre de río, ahora vagar desnudo, de

piedra en piedra, sin al cabo tocar las puertas de

una oración.

11.

¡Oh!, el viento en la piedra: silencio del aire.

12.

Y feliz va el niño que fui entre la multitud perdido.

A la sombra del mediodía juega en el laberinto de

una ronda.

Con la oración viene mi noche. Llega con el llanto

del cuerpo mudo.

13.

Donde la infancia sueña, la mirada despierta

junto a las piedras.

Y el miedo entre los árboles, otro follaje.

14.

Recibe la ausencia de esa mano que espera.

Escucha tu mano sembrar en el miedo tu cuerpo.

Rodar de piedras: música humana.

15.

¿Casa, el lenguaje?

¿Vivos, la vida?

16.

Cuando las cosas acallan la voz de las cosas, sólo

quien retirado del mundo habla de su mundo

entiende tanto silencio:

el vacío del aire.

Cuando el lenguaje –agua de ruego– es piedra de

sacrificio.

17.

Soplo a soplo la piedra es viento

y arde el aire soplo a soplo

en la sangre las llamas del cuerpo.

18.

Vuelve la pregunta lejana en su eco. Me digo.

Como el espejo no cesa de mentir que estamos

vivos. Repito.

19.

Saber de las alturas: un animal más

el aire.

20.

Qué es una oración de domingo, sino la voz acallada

del que enciende la cerilla de la vida en las manos,

como una luz de ceniza, para los labios, donde el

rojo no quema.

21.

Y muerto flota el río sobre el agua.

22.

Pregunto a mis ojos por mí.

Con mi voz –pastor del aire– me abrazo en silencio

a este corazón cansado de repetir sin cesar su fin.

23.

Pero ¿A quién entregar, piedra por piedra, las

ruinas de la voz?

Ese rostro donde jamás estamos.

24.

Cuerpo deshojado

el aire que respiro.

25.

La voz oscura entre los pasos camina.

Y mi sombra –vacío encendido– es la espera del

cuerpo.

26.

El vacío, esa montaña del aire.

Tomado de:

https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/84-Garcia-Quintero1.pdf

 

 

EUCALIPTO

 

 

I.

 

Antes del aire

estuvo el bosque

errante en la prisa.

Y sobre los ramales,

aún vacilantes,​​

con su savia en llamas,​​

la niebla más profunda

 

es el fruto

de quien mira el mundo

brotar de las hojas caídas.

 

II.

 

Antes del fuego​​

 

era reposo la noche​​

 

oculta en cada piedra,​​

 

por pequeña

 

o callada que estuviera.​​

 

III.

 

Donde la mirada nace,​​

 

y toda cumbre se inclina,

 

el camino sin sombras,

 

como un rumor de estrella​​

 

acompaña la soledad del aire​​

 

que parpadea.

 

IV.

 

 

 

Antes del agua,​​

 

la oscuridad vertida de un espejo.​​

 

Por entonces solo eco

 

del silencio;

 

cauce a la deriva​​

 

que fluye

 

por el mar de la luna,

 

cuando ahoga sus fiebres​​

 

de arena en la brisa

 

y una corona de espinas

 

la ilumina.

 

V.

 

 

 

Antes de la tierra,

 

su rastro por el viento,

 

donde las raíces despiertan​​

 

y un puñado de luz

 

brota entre sus grietas.

 

Al margen de la voz,

 

o al pie de los párpados,

 

en las ramas también el día

 

comienza.

 

 

VI.

 

Antes de las cosas,​​

 

su mirada,​​

 

sin rastro ni huella,​​

 

cuando la mañana

 

en los labios​​

 

es el temblor

 

del adiós que nos talla.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2025/08/felipe-garcia-quintero-iii-premio-iberoamericano-de-poesia-jose-santos-chocano/

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