Desde el campo del deseo
Ya no lo llamo sueño.
Prefiero arriesgarme a perder algo nuevo
como tú perdiste tu luna rosalzada, te la sacudiste
hasta
[liberarte de ella.
Pero, a veces, cuando meto mis cuernos en algo
un asombro o una pena o una línea suya — es una fruta
[pegajosa y arruinada
y es difícil desentenderse de ella,
a pesar de mi temblor.
Déjame entonces llamar a mi ansiedad, deseo
Déjame llamarla, un jardín.
Quizá a eso se refería Lorca
Cuando dijo, verde que te quiero verde
porque, cuando viene la sombra de la noche,
yo soy un campo de ella, cualquier ansiedad está lista
para
[florecer en mi pecho.
Mi mente en lo oscuro is a beast, desatenta,
Caliente. Y si no ha sido uncida hasta el agotamiento
Bajo la cadera y el arado de mi amante,
Entonces soy otra noche deambulando el prado del deseo
perpleja en su brillo verde y bajo,
tañendo el prado entre la medianoche y la mañana.
El insomnio se parece así a la primavera — sorprendente
y de muchos pétalos.
La patada y el salto dorado de saltamontes sobre mis
cejas.
Me tocan las horas embrujadas del deseo
quiero su vida verde. La quiero dentro
en una hora verde que soy incapaz de detener.
Vena verde en su cuello verde ala en mi boca
Verde espina en mi ojo. La deseo como avanza un río,
doblándose. Verde que mueve verde, conmoviéndose.
Así de rápido, así es como sucede.
Soy una sonámbula.
Y aunque hayas dicho que hoy te sentiste mejor,
y es demasiado tarde en este poema, está bien ser
claras,
decir, no me siento bien,
para pedirte que me cuentes una historia sobre la
hierba
de búfalo que plantaste — y que me la cuentes una
u otra vez —
hasta que pueda oler su humo dulce,
pueda dejar este campo destrozado y ser tersa.
Ligera luz de piel
Toda mi vida he obedecido:
cada una de sus cacerías. Me muevo bajo ella
como un jaguar se mueve, en la oscura
cuchilla líquida de un hombro.
El prado áureo y abierto es una mano que se desliza
afrutada con luz y encendida de guadaña.
He llegado al lugar hecho por este dios:
Teotlachco, el campo de juego de pelota:
porque la luz la llamó: ¡hacia la luz!
y vive aquí: País-Lámpara.
Tocamos la pelota de luz
Uno contra el otro: — cuerpos divididos, golpeados por
el deseo
y tocados hasta resplandecer.
La luz le da nueva forma al codo de mi
amada,
un silbato de bronce.
Pongo mi boca ahí: — luxada por la piedad y las dos nos
venimos
en luz. Me arrolla.
Una ráfaga de escorpiones:
rápidos como la luz. Un látigo de respiración:
—hacedor de diosas.
Oda a las caderas de la amada
Campanas son — se les dio forma en el octavo día,
percusiones
de plata en la mañana — son la mañana.
Vaivén viento viraje. Mantén lejos el día, que viaje
un poco más lento, que sea un poco más largo, más
fácil. Llámame
Quiero mecerme, qui-ero mecerme, qui-ero mecerme
ya mismo — así que a ellas me acerco — tocada y muda,
ciega por ese tañido, sonando con la garganta llena de
Hosanna.
¿Cuántas horas inclinadas ante este Infinito de la
Bendita
Trinidad? Comunión de Pelvis, Sacro, Fémur.
Mi boca — ángel terrible, novenario eterno,
devoradora extática.
Oh, los sitios donde las he colocado, hincándome a
recoger
el ámbar — rápida miel — de su apertura.
El templo oculto de Ah.Muzen Cab en Tulum — lamí
Hasta dejar liso lo pegajoso de su cadera, ossa coxae
Golpeada por el calor. Centelleante esclava al iliaco e
isquion
[—nunca me canso
de sacudir este panal salvaje, de partirlo con los
pulgares
goteando dulce — caliente agujero hexagonal, diamante
oscuro —
hasta su reina enloquecida por el néctar. Lengua ménade
Borracha de venirme, chupando miel, en trance por el
[zumbido— soy
para sus caderas — canción rasgada y súcubo.
Ellas son el signo: cadera. Y el cosigno: un gran libro
la Biblia del cuerpo abierta en el Evangelio de la
Buena Nueva.
Aleluyas, Ave Marías, Hail Marys, ay ay ays,
Oh-my-Gods, y cachún cachún rá rá
Culto del coxis. Illiac-Crest-Cult.
Oráculo del orgasmo. Enigma de Rorschach.
¿Qué veo? Caderas.
Hueso innominado. Hueso de los deseos. Huesode Orfeo.
Hueso de la transubstanación — caderas de pan,
muslos bañados en vino. Una palabra tuya bastará para
sanarme.
Mariposa de hueso. Alas de hueso. Noria de hueso.
Cuenca de hueso trono de hueso lámpara de hueso.
Aparición en la gruta del hueso —sexto misterio,
Una cuenta resbalosa del rosario — Let the grace be
with me dé una década
en este jardín de flores escarlata. Exíliame
al enorme huerto de Alcínoo — fruta especiada, árbol
cargado —Emparaísame, Pues, Dios,
soy culpable. Soy el pecado frenético y lleno de
dientes
que añora la pera sobre la manzana sobre el higo.
Tus caderas son más que todo eso.
Son una ciudad. Son Reino.
Troya y su caballo hueco, un ejército de deseo
treinta soldados en el vientre, dos en la boca.
Amada, tus caderas son la guerra.
En la noche tus piernas, amor mío, son bulevares
que me guían arruinada y hambrienta a tu dulce
casa, a tu mansión barroca. Incluso cuando llego tarde
y ya levantaron la mesa,
déjame comer pastel en la cocina de tus caderas.
Oh, constelación del desliz pélvico — cada curva,
un esplendor, estrella. Más infinitas todavía, tus
caderas
son kósmicas, son universo — galáctico carrusel de
cometas
encendidos y Big Bangs. Halcón Milenario,
déjame ser tu Solo. O, planeta caliente, déjame
circunnavegar. O, galaxia espiral, vengo por tu materia
oscura.
Along the streets
de tus muslos deambulo,
sigo el desfile de tu pulso como una fila de tambores
desciendo a tu Plaza de Toros
las manos, pulsantes toros de Miura, Isleros oscuros.
Tus caderas arqueadas — ay, mi torera.
A lo largo del corredor, tus paredes húmedas
me llevan como un traje de luces — de palo rosa y oro,
brillante.
Soy el animal que nació para apurar tus densas y rojas
Muletas — cada aliento, cada suspiro, cada gemido—
un cuerno enganchado de deseo. Mi boca en tu muslo,
adentro. Aquí debo entrar en ti, mi pobre
Manolete — presiono y te separo como una herida —
hago que la multitud palpitante en la tribuna
de tu cresta ilíaca se levante en una ovación.
Ligera luz de sangre
Mi hermano sostiene un cuchillo.
Ha decidido apuñalar a mi padre.
Esto podría ser una historia bíblica,
si no fuera ya una historia sobre estrellas.
Lloro alacranes — escorpiones repiquetean
y caen al piso como tijeras metálicas amarillas.
Caen boca arriba, sobre la espalda y los ojos
pero se retuercen y se voltean sobre sus vientres
segmentados.
Mi hermano olvidó ponerse los zapatos de nuevo.
Mis escorpiones lo rodean, latigan sus tobillos.
En ellos está lo que me punza
hacen que mi hermano caiga al suelo.
Se levanta, todavía con el cuchillo en mano.
Mi padre salió corriendo de la casa,
Lloraba por la calle como un farolero
pero nadie encendió sus luces. Está oscuro.
Sólo queda la luz que emanan los escorpiones
queda una luz pequeña también en el cuchillo.
Ahora mi hermano me quiere dar el cuchillo.
Alguien podría decir, Mi hermano quería apuñalarme.
Intenta pasármelo — como si se tratara de algo bueno.
Como si dijeran, ¿No quieres un poco de luz en el
vientre?
Así como Orión y Escorpio
a lo largo de toda esa noche negra — se pasan el sol.
Mi hermano se suelta la mandíbula
entre sus dientes, late la roja Antares.
Una manera de abrir el cuerpo a las estrellas: con un
cuchillo.
Una manera de amar a una hermana: ayúdala a sangrar luz
ligera.
El lamento de Asterión
Tú, arqueándote — tú, curva de río y caudal lleno —
¿por qué Teseo no halló contigo la felicidad?
Déjame ser tu capitán tierno, navegar
El hilo ultramarino que desenredaste
de tu madeja — para guiar a los más perdidos a través
del laberinto de tu cuerpo.
Avanza siempre hacia abajo, me dijiste.
Sé que otro nombre para lo sagrado es agua
—he sufrido a la herida hirviente de la sed.
Sólo los sin-boca no se ungirían
con la tuya, no descenderían el verde-violeta
zigzagueante, el cardumen de tu clavícula,
ni dejarían caer el casco de sus pechos en tu costa.
Estoy viva y acecho el agua
de esa corriente que emana del esternón al seno
— descalza, dejando atrás la blusa, mareada
por los moños en verde plateado de
tus muñecas. Como cada arroyo centelleante se vierte
en las copas ágata de tus palmas. Me sumergiré
en el canal profundo que da vuelta a las arenas
de tus caderas para bajar por los muelles de tus
muslos.
En tus manos soy una embarcación que viene,
un barco vacío dispuesto a ser el timón o el timón,
atado, sujeto — engrilletado y lleno.
Más peregrinaje que errancia. Más piedad
que asombro. Seguiré este mapa húmedo que eres
a través de los pasillos que me queden en la vida.
Y, si puedes cerrar los ojos frente al Minotauro
que hay en mí, con su cornamenta retorcida y pesada,
puedo
[hallarte.
Avanza siempre hacia abajo, lo haremos
Hacia la belleza y la saciedad del apetito de un
monstruo.
Tomado de:
https://vein.es/poemas-de-natalie-diaz/
Poema de amor postcolonial
Me enseñaron que las restañasangres pueden curar una
mordedura de serpiente,
que pueden evitar una hemorragia—la mayoría de la gente
olvidó esto
cuando terminó la guerra. La guerra terminó
dependiendo de qué guerra hables: las que comenzamos,
antes de ésas, hace milenos y de allí en adelante,
aquéllas que me iniciaron, que perdí y gané—
estas heridas irrestañables.
Me formaron las disputas. De modo que hago el amor y
peor—
siempre otra campaña por la que hay que atravesar
una noche en el desierto por el destello de cañón de tu
piel pálida
instalándose en la laguna plateada de humo en tu seno.
Me apeo de mi caballo negro, me doblego allí ante ti,
te emancipo,
la intensa atracción de todos mis deseos—
aprendí a Beber en un país agobiado por sequías.
Nos disfrutamos hasta el dolor, dejamos marcas
del tamaño de piedras—cada una un cabujón bruñido
por nuestras bocas, yo, tu lapidaria, tu molinete
lapidario,
girando—rojo moteado de verde—
los jaspes de nuestros deseos.
Hay flores del campo en mi desierto
que toman hasta veinte años para florecer.
Las semillas duermen como geodas debajo de la arena
caliente de feldespato
hasta que una crecida desborda el arroyo,
arrastrándolas
en su corriente cobriza, abriéndolas con la memoria—
recuerdan lo que les insufló su dios
en las costillas: despierten y sufran por sus vidas.
Donde tus manos estuvieron hay diamantes
en mis hombros, en mi espalda, en mis muslos—
soy tu culebra.
Me arrastro por ti en la tierra.
Tus caderas son cristales de roca peligrosos,
dos carneros de cuernos rosados que surgen de un arroyo
tranquilo en el desierto
antes de que el cielo de noviembre desate un diluvio de
cien años—
el desierto regresó de improviso a su mar prístino.
Surjan el heliotropo silvestre, la phacelia crenulata,
la phacelia campanularia que porta el morado de la
forma en que una garganta puede portar
la forma de cualquier mano formidable—
Manos formidables fue como ella llamó a las mías.
Con el tiempo vendrán las lluvias, o tal vez no.
Hasta entonces, nos tocamos los cuerpos como heridas—
la guerra nunca terminó y de algún modo comienza
nuevamente.
Tomado de:
https://www.abisiniareview.com/poema-de-amor-postcolonial-postcolonial-love-poem/
Fueron los animales
Hoy mi hermano trajo un pedazo del arca
envuelta en una bolsa de plástico del súper.
Puso la bolsa en la mesa de mi comedor y la desanudó
para revelar una madera fracturada de un pie de largo.
Dio un paso hacia atrás y la señaló con un gesto
de brazos y manos abiertas:
Es el arca, dijo.
¿Te refieres al arca de Noé?
¿Acaso hay otra? respondió.
Lee la inscripción, me dijo.
Dice lo que sucederá al final.
¿Qué final? quise saber.
Se rió, ¿A qué te refieres con «¿Qué final?»?
El final final.
Luego la extrajo. La bolsa de plástico cascabeleó.
Sus dedos, lisos por las ampollas de la pipa.
Sostenía con tanta gentileza el trozo de madera
quebrada.
Había olvidado que mi hermano podía ser gentil.
La puso sobre la mesa como la gente en la televisión
coloca objetos que podrían estallar
o activarse —la colocó justo al lado de mi taza de café
vacía.
No era un arca
—era la orilla rota de un marco para fotos,
tallada con flores en la superficie.
Recargó la cabeza en las manos.
No debía mostrarte esto…
Dios, ¿por qué le mostré esto?
Es tan antigua —Ay, Dios,
es tan vieja.
Bueno, cedí. ¿Dónde la conseguiste?
La chica, dijo él. Ay, la chica.
¿Cuál chica? pregunté.
Desearás no haberlo sabido nunca, me dijo.
Lo observé pasar sus dedos deshechos
por el trabajo floral y despostillado de la madera.
Deberías leerlo. Pero, ay, no podrías tolerarlo
—sin importar cuántos libros hayas leído.
Estaba
equivocado. Pude tolerar el arca.
Incluso pude tolerar sus dedos maravillosamente
jodidos.
Cómo, casi, brillaban.
Fueron los animales —a los animales no pude tolerarlos
—subieron por la pasarela y entraron a mi casa,
rompieron el marco de la puerta con sus cascos y
caderas,
me pasaron de largo, entraron en mi cocina, en mi
hermano.
Sus colas serpentearon sobre mis pies antes de
desaparecer
como los cables de las aspiradoras rebobinándose en los
huecos
de las clavículas de mi hermano. Los colmillos rayaban
las paredes,
extendiéndose hacia él: ñus, cerdos,
los oryx de negra y concordante cornamenta,
jabalíes, jaguares, pumas y aves de rapiña. Los
ocelotes
con sus rostros matemáticos. Tantos tipos de cabras.
Tantos tipos de criaturas.
Quería seguirlos, llegar al fondo del asunto,
pero mi hermano me detuvo.
Esto es algo serio, dijo.
Tienes que entender.
Puede salvarte.
Así que tomé asiento, con mi hermano arruinado y
abierto así,
y, de dos en dos, las bestias fantásticas
lo desfilaron. Me senté, mientras el agua caía sobre
mis tobillos,
se elevaba a mi alrededor y llenaba mi taza de café
antes de que flotara lejos de la mesa.
Mi hermano —abarrotado de sombras—
un casco de huesos, encendido por dientes y colmillos,
levantaba bien alto su arca en el aire.
Tomado de:

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