martes, 9 de septiembre de 2025

POEMAS DE FORREST GANDER


Bosque carbonizado

 

El ojo que estaba abierto el viernes.

El presagio y el desollado oculto del presagio. Cintas de carne

pululando descendentes. Como un cardumen de sanguijuelas

desertando algún cataclismo oscuro.

Y un fantasma escamujado allí, Estigio, erecto.

Diciendo: aquí está la introducción del mundo.

Montado en una aguja de forma.

El desembarco de abismo. Chisporroteo fragmentario.

Y lo que pensaste que eran oscuros lagartijos de iluminación

eran pelos de un oso afeitado

ordeñado por su bilis en una jaula oxidada. Anidado

entre la malla de sonidos suaves translúcidos

caídos de tus labios, los

vestigios de alguien que respira.

 

 

Madonna del Parto

 

Y después oliéndolo,

sintiéndolo antes que

el sonido llegue incluso

a él, se arrodilla

al borde del acantilado y por

primera vez, gira su

cabeza hacia las ahora

visibles cascadas que

se precipitan sobre más de un cuarto

de milla de granito

escarpado a través del valle

y hace una pausa,

bajando los ojos

por un momento, incapaz

de resistir la

tranquilidad— vasta, sin trabas,

terrorífica y primordial. Ese

río desnudo

entronizado sobre

el macizo altar,

cipreses inclinados

congregándose a ambos

lados de la roca que brilla bajo el sol, un desgarro

en el continuo tejido del

bosque desde el cual se eleva—

mientras él trata de pararse, tambaleándose, medio

paralizado— un cambiante

arcoíris volatilizado por

una incesante explosión.

 

 

Dando un paso fuera de la luz

 

Blanqueando los

espacios entre

cada tronco, la niebla de-

línea, desde

una vasta gama de verde,

la silueta de

cada pino

sobre la ladera.

 

Tal vez es así,

solo que todo este tiempo fue

oscurecido ¿por qué

prisa, distracción? Niebla.

Un pino. Un cascanueces

que inquiere. Algo

cambia. Te encuentras

a ti mismo en otro

mundo al cual no

buscabas donde

aquello que ves es que

siempre has sido

tú los lobos

a la puerta. A la izquierda

 

entornada, entreabierta, tu propia

puerta. E irrumpes

como el Desaparecido,

te arrancas

tu ojo derecho el que

ha ofendido. Y tú

irrumpes como el Gran

Mentiroso hartándote

de tu propia carne

y como un No

Te Irás que tritura

tus tendones, roe

tu fémur. No puedes

dejar de irrumpir,

viniendo sobre ti

solo, vulnerable, en la

privacidad de tu muerte,

inclinándote para recoger

con un pañuelo una araña aplastada

 

en el piso de la habitación,

detectando a medias en tu plexo

solar las fuerzas

de aquello que aún no puede

ser atendido, descubriéndote

una vez más ya

habiendo estado dentro de algo

como una ecuación con

un resto, un objeto prohibido, un

recordatorio de la imposibilidad

de conciliación—

¿con qué? Una vez más. Perdónate

a ti mismo, dicen, pero

después de perdonar

lo que has vivido,

¿qué queda? No puedes

 

apartar el sorbo

del presente del

constante derrame de las horas

o incluso diferenciar

rastros de hormigas

corriendo a través de alguna

masiva red subterránea

de los despedazados

restos de una galaxia

retroiluminada por un resplandor estelar. Ya es hora

 

de cerrar la puerta piensas

pero tu rostro está cambiado,

tantas arrugas. Debes

de estar ya

en la siguiente etapa

en la que comienzas

a reconocer

tu cuerpo mortal,

ese nexo de tus varios

afiances al mundo, como

el repositorio de todo

aquello que no sabías

aceptaste, humano

y no, todo

cargado y reactivo

lo cual explica el temblor

en tus manos pues ahora

disciernes el

cuerpo de tu cuerpo—

como una quieta,

campana colgante

que atrapa y concentra

cada fantasmal reverberación

del ambiente.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-forrest-gander/

 

 

Sobre un enunciado de Fernanda Melchor

 

What is the most fucked-up thing to happen to you?

¿Qué es lo más cabrón que me ha pasado en la vida?

Arruinado por ocupaciones, arrugué mi vida, la dejé caer

y luego la sobreviví, balanceándome

en mi miseria como un ciprés en el viento. Observé

estrellas emergiendo de un huevo negro. Lucidez

de la pérdida. Alguien vino a decirme: la araña

que vibra sobre sus piernas largas en la esquina del techo

sobre mi escritorio ya no existe. Está acuñada

entre lo violento ininterrumpido

de un solo día y el vacío que descubrí

adentro de mí. Frente tensada con autocompasión.

Dije: Crees que me conoces, pero tú no

me conoces. Ella dijo,

Te conozco mosco, eres uno y la misma cosa.

 

Mariana Rodríguez

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2018/02/poesia-norteamericana-forrest-gander/

 

 

Epitafio

 

Escribir Me

exististe

no sería solo

una traducción sorda.

 

Porque no puedo

cruzar el pasaje

donde te vi –como

no serás vista

nunca más– contemplarme

como nunca más

seré visto.

 

Donde permanezco ahora

ante el trono de

gloria, lo escrito

debe permanecer oculto. ¿Dónde,

sino en la palabra misma?

 

Nacido inútil y

ciego, atado a las

obligaciones, pendiente

a la mirada del

animal interior,

me oculto detrás de

múltiples instrumentos

como detrás de una

escama de cocodrilo—

 

mientras el cianuro cae

de las nubes a

los ríos. Y en esto

también podría verse

una figuración

de lo humano,

otro gesto

íntimamente letal

de nuestra existencia común.

 

Aunque llevo

mi vida a la muerte, la

fealdad que origino

me sobrevive.

 

 

Hijo

 

 

No es el espejo lo que se cubre, sino

lo que queda sin decirse entre nosotros. Por qué

 

hablar sobre la muerte, lo irrevocable, sobre

cómo el cuerpo viene a desplegar la miríada de gusanos

 

como si fuera un concepto razonable no

abrasar la exquisita singularidad. Servirlo como

 

un elogio o un relato sobre mi sufrimiento

o el tuyo. Algún tipo de humillación personal.

 

 

Y así despertamos a un sol decapitado y los árboles

aún me hastían. El corazón de la caridad

 

carga su propio conjunto de genomas. Tú cargas

un enjambre de bacterias en el hueco de tu rodilla, y a través de mis entrañas

 

se retuercen los parásitos. ¿Quién fue alguna vez solo uno mismo?

En Leptis Magna, cuando tu madre y yo éramos jóvenes, nos encontramos

 

estatuas de dioses con sus rostros y pies rotos por vándalos. Excepto

por la hilera de cabezas guardianas de Medusa. Nadie tan valiente se atrevió a desfigurarlas.

 

Cuando ella hablaba, cuando tu madre hablaba, incluso

el galgo se paralizaba. Yo me paralizaba.

 

 

Di mi vida a los extraños; la oculté de los que amo.

Su hijo de las arterias. Es solo en ti que corre su sangre.

Tomado de:

https://rialta.org/forrest-gander-poemas-de-be-with/

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