Bosque carbonizado
El ojo que estaba abierto el viernes.
El presagio y el desollado oculto del presagio. Cintas
de carne
pululando descendentes. Como un cardumen de
sanguijuelas
desertando algún cataclismo oscuro.
Y un fantasma escamujado allí, Estigio, erecto.
Diciendo: aquí está la introducción del mundo.
Montado en una aguja de forma.
El desembarco de abismo. Chisporroteo fragmentario.
Y lo que pensaste que eran oscuros lagartijos de
iluminación
eran pelos de un oso afeitado
ordeñado por su bilis en una jaula oxidada. Anidado
entre la malla de sonidos suaves translúcidos
caídos de tus labios, los
vestigios de alguien que respira.
Madonna del Parto
Y después oliéndolo,
sintiéndolo antes que
el sonido llegue incluso
a él, se arrodilla
al borde del acantilado y por
primera vez, gira su
cabeza hacia las ahora
visibles cascadas que
se precipitan sobre más de un cuarto
de milla de granito
escarpado a través del valle
y hace una pausa,
bajando los ojos
por un momento, incapaz
de resistir la
tranquilidad— vasta, sin trabas,
terrorífica y primordial. Ese
río desnudo
entronizado sobre
el macizo altar,
cipreses inclinados
congregándose a ambos
lados de la roca que brilla bajo el sol, un desgarro
en el continuo tejido del
bosque desde el cual se eleva—
mientras él trata de pararse, tambaleándose, medio
paralizado— un cambiante
arcoíris volatilizado por
una incesante explosión.
Dando un paso fuera de la luz
Blanqueando los
espacios entre
cada tronco, la niebla de-
línea, desde
una vasta gama de verde,
la silueta de
cada pino
sobre la ladera.
Tal vez es así,
solo que todo este tiempo fue
oscurecido ¿por qué
prisa, distracción? Niebla.
Un pino. Un cascanueces
que inquiere. Algo
cambia. Te encuentras
a ti mismo en otro
mundo al cual no
buscabas donde
aquello que ves es que
siempre has sido
tú los lobos
a la puerta. A la izquierda
entornada, entreabierta, tu propia
puerta. E irrumpes
como el Desaparecido,
te arrancas
tu ojo derecho el que
ha ofendido. Y tú
irrumpes como el Gran
Mentiroso hartándote
de tu propia carne
y como un No
Te Irás que tritura
tus tendones, roe
tu fémur. No puedes
dejar de irrumpir,
viniendo sobre ti
solo, vulnerable, en la
privacidad de tu muerte,
inclinándote para recoger
con un pañuelo una araña aplastada
en el piso de la habitación,
detectando a medias en tu plexo
solar las fuerzas
de aquello que aún no puede
ser atendido, descubriéndote
una vez más ya
habiendo estado dentro de algo
como una ecuación con
un resto, un objeto prohibido, un
recordatorio de la imposibilidad
de conciliación—
¿con qué? Una vez más. Perdónate
a ti mismo, dicen, pero
después de perdonar
lo que has vivido,
¿qué queda? No puedes
apartar el sorbo
del presente del
constante derrame de las horas
o incluso diferenciar
rastros de hormigas
corriendo a través de alguna
masiva red subterránea
de los despedazados
restos de una galaxia
retroiluminada por un resplandor estelar. Ya es hora
de cerrar la puerta piensas
pero tu rostro está cambiado,
tantas arrugas. Debes
de estar ya
en la siguiente etapa
en la que comienzas
a reconocer
tu cuerpo mortal,
ese nexo de tus varios
afiances al mundo, como
el repositorio de todo
aquello que no sabías
aceptaste, humano
y no, todo
cargado y reactivo
lo cual explica el temblor
en tus manos pues ahora
disciernes el
cuerpo de tu cuerpo—
como una quieta,
campana colgante
que atrapa y concentra
cada fantasmal reverberación
del ambiente.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-forrest-gander/
Sobre un enunciado de Fernanda Melchor
What is the most
fucked-up thing to happen to you?
¿Qué es lo más cabrón que me ha pasado en la vida?
Arruinado por ocupaciones, arrugué mi vida, la dejé
caer
y luego la sobreviví, balanceándome
en mi miseria como un ciprés en el viento. Observé
estrellas emergiendo de un huevo negro. Lucidez
de la pérdida. Alguien vino a decirme: la araña
que vibra sobre sus piernas largas en la esquina del
techo
sobre mi escritorio ya no existe. Está acuñada
entre lo violento ininterrumpido
de un solo día y el vacío que descubrí
adentro de mí. Frente tensada con autocompasión.
Dije: Crees que me conoces, pero tú no
me conoces. Ella dijo,
Te conozco mosco, eres uno y la misma cosa.
Mariana Rodríguez
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2018/02/poesia-norteamericana-forrest-gander/
Epitafio
Escribir Me
exististe
no sería solo
una traducción sorda.
Porque no puedo
cruzar el pasaje
donde te vi –como
no serás vista
nunca más– contemplarme
como nunca más
seré visto.
Donde permanezco ahora
ante el trono de
gloria, lo escrito
debe permanecer oculto. ¿Dónde,
sino en la palabra misma?
Nacido inútil y
ciego, atado a las
obligaciones, pendiente
a la mirada del
animal interior,
me oculto detrás de
múltiples instrumentos
como detrás de una
escama de cocodrilo—
mientras el cianuro cae
de las nubes a
los ríos. Y en esto
también podría verse
una figuración
de lo humano,
otro gesto
íntimamente letal
de nuestra existencia común.
Aunque llevo
mi vida a la muerte, la
fealdad que origino
me sobrevive.
Hijo
No es el espejo lo que se cubre, sino
lo que queda sin decirse entre nosotros. Por qué
hablar sobre la muerte, lo irrevocable, sobre
cómo el cuerpo viene a desplegar la miríada de gusanos
como si fuera un concepto razonable no
abrasar la exquisita singularidad. Servirlo como
un elogio o un relato sobre mi sufrimiento
o el tuyo. Algún tipo de humillación personal.
Y así despertamos a un sol decapitado y los árboles
aún me hastían. El corazón de la caridad
carga su propio conjunto de genomas. Tú cargas
un enjambre de bacterias en el hueco de tu rodilla, y a
través de mis entrañas
se retuercen los parásitos. ¿Quién fue alguna vez solo
uno mismo?
En Leptis Magna, cuando tu madre y yo éramos jóvenes,
nos encontramos
estatuas de dioses con sus rostros y pies rotos por
vándalos. Excepto
por la hilera de cabezas guardianas de Medusa. Nadie
tan valiente se atrevió a desfigurarlas.
Cuando ella hablaba, cuando tu madre hablaba, incluso
el galgo se paralizaba. Yo me paralizaba.
Di mi vida a los extraños; la oculté de los que amo.
Su hijo de las arterias. Es solo en ti que corre su
sangre.
Tomado de:

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