jueves, 25 de septiembre de 2025

POEMAS DE SANTIAGO ESPINOSA - DESDE COLOMBIA -


Cuchilladas

…y el viento podría

Con otra sal enrojecer los ojos…

Giuseppe Ungaretti

Podría tu nombre

iluminar otros ojos

la lluvia, su escándalo lejano

en los sucios ventanales,

traer algo distinto

a las derrotas.

Pero escucha, detente.

Ahora el niño que fuiste

deja en la mesa los juguetes

y mira el verde en las montañas

detenidamente.

Va por la calle, la furia de tu urgencia

escoge sus caminos. Míralo

haciéndose a tus propias expresiones.

Escogiendo las canciones, los libros de segunda.

Va con la madre y su saco nuevo, a rayas.

Zapatos de otra era, uno detrás de otro.

Su golpe de segundos

por los parques, los cuartos al blanco,

y un suave rumor que se teje en los huesos.

El árbol se hizo a sus anillos.

Cambió la moda, cambiaron los tiranos.

Sonoro pasó el siglo en su barco de ebriedades

y otro cráneo adornó el anaquel.

Podría ser otra casa,

la abuela no debió haber muerto tan temprano.

Podría ser otro mar

el que sacude desde el fondo.

Pero persiste, no se doblega.

Ahora un hombre se afeita ante el espejo

en completa soledad.

Dibuja a su padre a cuchilladas.

 

 

Tormenta lejana

Un edificio. La habitación a oscuras

se alumbra con la secuencia del televisor,

como a través de una tormenta lejana.

Nada sabemos de ellos pero ahí están.

Todas las noches

comienza un mundo por sus manos.

El barco se hunde ante las costas

y no podemos hacer nada.

Miramos los vidrios

que se encienden o se apagan.

De pronto sean estas ráfagas de luz

la habitación donde termina un amor

y apenas escuchamos la última sílaba del ruido.

Pensarán ellos que somos nosotros

los fantasmas,

prendiendo las luces en los cuartos

o amándonos los sábados.

Y creerán que no están solos.

Y al otro lado de las ventanas

verán el resplandor,

parecido al encuentro de una música amiga.

Para Federico D. G.

 

 

Soliloquio de un raspachín

Con estas manos

planto semillas de viento.

Espero su floración

de limbos pardos

antiguos como el suelo.

Las hojas son los rostros

de los niños sin descanso

creciendo en la selva,

estrellas o corales

olvidados

que silban entre los árboles.

Desayuno. Pienso en el padre

de los lunes

frente a un pocillo roto,

repaso cicatrices.

Limpio las hojas secas

sobre una tablilla,

en calma,

como el que lava un aluvión de oro

en lo profundo de su casa.

En la semilla está el sol negro

de los puertos,

respirando a la distancia.

El viento llega a los bolsillos de la noche.

Recorre plazas que no conozco, avenidas desiertas.

Tiendas donde se paga una promesa

en la oficina de recaudos.

Descansa en la furia de las llaves,

traza dos líneas de fuego en la repisa del bar.

Construye palacios y destierra casas viejas,

casas de rejas blancas junto al espejo del lago.

 

Mi oficio es el oficio de mi padre.

Cuido la sal, el puño, mido los cristales,

espanto de mi casa pajarracos negros.

Con estas manos

he cosechado tempestades.

Tomado de:

https://www.google.com/url?sa=t&source=web&rct=j&opi=89978449&url=https://revistas.ucentral.edu.co/index.php/hojasUniv/article/download/2517/2325/6291&ved=2ahUKEwitrpnezvSPAxXvTDABHV6OACIQFnoECBkQAQ&usg=AOvVaw2i0qLPyFfzllNTjKT0w6Nb

 

 

LAS HORAS MUDAS

 

La niebla ha comenzado

a oscurecer

 

han apagado las luces

de la ciudad extranjera

 

y ya no vemos

las montañas ni el mar.

 

Ha desaparecido de repente

cualquier rastro sobre la carretera.

 

Dice un refrán que los amantes

están solos en el mundo,

 

antes del viaje definitivo.

 

Y no sabemos con certeza

si esto que vemos

es la respuesta,

 

la niebla en las montañas

 

un carro detenido

en la mitad de la carretera,

 

o si cada uno de nosotros

habrá de despertar

en dos orillas opuestas

 

ahora y en la hora

de los vientos.

 

 

DIARIO DEL INMIGRANTE

 

Papá o mamá, qué extraños estos árboles nudosos al pie de la colina. Qué extrañas las casas que observan desde la altura, a la espera de un silencioso asesino.

 

Qué extraña la quietud de los supermercados. La sensación de que estamos un poco muertos, apartados de todo lo que fuimos.

 

El ruido de cervezas en los puertos. Un punto que se pierde en las montañas. O a veces sentir entre los barrios, atravesando las calles peligrosas, que hemos llegado una vez más hasta el lugar del que partimos.

 

 

LOS CUERVOS Y EL SMOG

 

Son malos tiempos para los cuervos.

La gente los evade como intrusos

anacrónicos graznando desde los

techos con su oscuro chaquetón.

 

A veces se cuelan en los nidos

que no son suyos, aprovechando

la oscuridad. Y fingen los astutos

un canto andrógino y menos triste,

que responda verdaderamente

al gusto de los críticos.

 

La treta se descubre muy rápido:

oímos su canto sexual como dos negras

carcajadas en mitad de la noche,

algo operáticas e inoportunas.

 

Amanece, en las mesas de noche

comienzan a encenderse

los teléfonos

como una invocación.

 

Detrás de los tejados vemos

los cuervos que huyen

 

aparatosos,

atravesando los cielos

contaminados,

 

el nunca jamás,

hacia las bibliotecas

empolvadas

donde no hiere la luz,

 

volando con sus pesados

y oscuros chaquetones.

 

 

ALGO SOBRE LOS BEATLES

 

1

 

En el principio del amor

estuvieron los Beatles:

 

una mujer y un hombre

que han llegado

a la ciudad

escuchan a los Beatles

en la radio pensando

que todas sus historias

cabrían en este auto

sin pasaje de regreso,

que al otro lado

de la autopista

se encuentra

en realidad el cielo.

 

2                    

 

Los Beatles: esa modesta alegría

en lo profundo de los tristes.

 

Oyes su música y te dices

que arriba en algún punto

tiene que haber

un refugio

en los tejados.

 

Y los padres escuchan a los Beatles

y entienden en silencio el destello

de sus hijos y los hijos entienden

por los Beatles la nostalgia

de sus padres.

 

Aún separados y odiándose

los duendes los rodean.

 

3

 

Si el cielo es negro y vivimos a la espera

de la hora más larga. Si nadie responde

a los llamados y el mundo desvaría

sin sentido como una moneda.

Si algún día termina el amor

y pensamos que las raíces

se curvan sin propósito,

una canción de los Beatles

hablará de lo que estaba detrás.

 

Nacerá la alianza entre los seres

más absortos. Y esa guitarra

recordará tan suavemente

los pequeños y metálicos,

los misteriosos reinos de la luz.

 

4

 

Andaban los amigos por una carretera,

en la mitad del mundo. La ruta se extendía

entre los árboles y no había un eco

en qué apoyarse, solo el camino

entre la niebla. Pero sonaron los Beatles

en la radio y del cielo aparecieron los nevados.

 

Algo nos recordó en las cumbres que aquí estábamos,

que no éramos tan leves en el aire.

Y que aún quedaban millones de kilómetros

para llegar a algún lugar,

muchas canciones para volver a casa.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/4-poemas-de-santiago-espinosa/

 

 

El Señor de la Máquina

Para arreglar la calle mandaron la excavadora,

después a un empleado a que cuidara de la máquina

durante todo el feriado. Y ahí sigue.

Lejano embajador de una misión superior.

 

Lo vemos cuando él no nos observa.

Cuando nosotros nos marchamos

son sus ojos los que esperan,

atentos bajo el sol o el frío,

el pantalón azul y la cachucha

sentado en el puesto del conductor

a falta de un refugio más estable.

 

"El Señor de la Máquina", dicen los niños

de la cuadra. El hombre espera

al interior, insomne.

Tamborilea un ritmo pasado de moda

en el timón. Consciente de que sus hijos

y su esposa lo saben vigilando

los peligros, orgullosos.

 

Los hijos y la esposa del Señor de la Máquina.

Al otro lado de los radios., el sueño.

 

Él en su trono descapotado

entre el asfalto y las estrellas

y una canción en voz baja

para no despertar a los niños.

 

Hay una alianza antigua entre el hombre

y su herramienta. La máquina se inclina

largamente con su juego de dientes,

como un dragón cansado.

 

Para Ramón Cote

 

Esferas

Nunca temimos a los sismos,

nos habituamos a hablar sobre los sismos.

 

Mi padre señalaba los mapas con el nombre sonoro

de Kobe o San Francisco, Popayán o Tauramena.

Eran viajeros que llegaban desde el fondo de la tierra

con un código de Richter,

o un niño que nacía desde el calor hacia las rocas.

 

"Las placas se mueven bajo nosotros",

decía mi padre, "el tiempo es una caricia silenciosa".

 

E imaginábamos la lava desplazarse bajo los pies, roja y

naranja.

El desplome de los campanarios en el Tiempo del ruido.

Y un espasmo, un remezón de las cortezas más profundas

que hacía bailar todas las cosas, como si despertaran.

 

Guardábamos el mapa entre los anaqueles. La fotos se

hacían

turbias y nosotros caminábamos sobre el planeta.

El mundo era una esfera llena de voces

y murmullos, una canica redonda y traslúcida.

 

"Las placas se movían bajo nosotros.

El tiempo, una caricia silenciosa."

 

Cuando despertamos por el terremoto de Armenia

vimos las ruinas de la infancia en el televisor.

Vimos las madres y sus hijos llorar a la intemperie.

Los sismos se hicieron viejos

y perversos, y comenzamos a temerles.

 

Frente a la luz de las pantallas,

viendo el avance de las formas contra el tiempo,

el rostro de los padres comenzó a cuartearse

y fue grabado en sus semblantes

un mapa imperfecto y movedizo.

 

Pájaros barranqueros

Pájaros barranqueros

traen el péndulo del mar

 

grabado sobre las plumas

que les cubren la cabeza.

 

Reptiles siguen su vuelo

desde abajo,

con esplendor mortífero,

 

se disputan los cazadores

su heráldica sexual.

 

Ellos demoran la nieve

y me visitan

 

otra mañana,

 

llevan hasta mi casa

las migajas

de un paraíso clausurado

 

y esta belleza

que excava.

 

Para Naty

Tomado de:

http://www.lapoesiadelprojimo.com/2020/07/santiago-espinosa-colombia.html?m=1

 

 

deriva planetaria

Es como si los rostros durmieran

en la quietud de los autos

obstinados en las prisas del café

o junto a una mosca que rodea

torpemente la última luz del arroz.

Todo se obstina y pesa,

es el calentamiento global.

La habitación ha quedado vacía.

Por las ventanas

entra el viento quemado

de las naves del mundo.

Y sin embargo, se mueve.

 

 

abuelas

Mujeres de la casa,

muy rápido aprendimos la existencia

de un canon familiar:

la abuela paterna como un ave menuda

sobre las cosas,

nos mira con sus ojos serenos

en el agua de otro tiempo,

la madre de mi madre regresando

desde el ruido,

sus ojos como verdes candiles

en el centro de la fiesta.

Oigo los secadores que se prenden

en los baños de la infancia,

poblando la casa de mercados

y de estadios submarinos.

 

Miro a las abuelas y miro a las mujeres,

hablándoles a sus hijos del pasado y de los trenes,

hilando con sus historias el secreto

de Irlanda o Santander.

Sin saber quiénes somos ni hacia dónde vamos,

pienso que no tuve pasado sino un puñado de mujeres.

Mujeres despiertas como aves o candiles,

inventando desde sus pasos el rumor y los días.

Para Javier Bozalongo

 

 

el tamborero

Qué mira el tamborero

ahora que nos mira.

Qué mano o vértigo le nubla la mirada

Tiene un rumor de barcas en la noche

tranquila

orillas de niebla asomándose en los ojos

como el que sueña con un delta

de aves negras

hasta olvidarse de las palabras.

Insomne, concilia en la cabeza

los ritmos perdidos.

Y desde allá nos mira

con su camisa de fiesta

para hechizar la muerte.

 

 

tintas frescas

“Ah y es de nuevo la mañana.”

José Manuel Arango.

Interrumpiendo el sueño

con rumores y presagios

pasa la moto del periódico.

Implacable –es su trabajo–

va esquivando botellas, pétalos,

las ruinas de una noche larga.

Lleva en su carga

el día que comienza.

Las palabras

con sus muertos

a cuestas.

 

 

fantasmas

No, no habría por qué temer.

Nunca –por más que lo quiero–

he sentido que los ángeles

me toman por la espalda.

Dices que los abuelos, cuando mueren,

esconden medallitas en la almohada.

O que a veces se aparecen en los sueños

y agregan varias hojas a los diarios.

Pero de mí no se acordaron.

Se fueron sin extender la mano,

y no tuvieron que hablar

para recordarme su silencio.

–Sin embargo, en la noche,

los ruidos de la cocina se parecen a los pasos,

y las fotos de los muertos

me persiguen con los ojos. –

No, no los he visto.

Apaga la luz y no hagas ruido.

Pero antes un secreto:

todavía los espero.

 

 

el otro

Pasa un hombre

el niño

que fue

lo mira

con rabia.

Tomado de:

https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/136.-Para-llegar.pdf

 

 

La casa ilusoria

 

Como un árbol

que se abre camino en la mitad del mar,

la casa, su olvidado lenguaje de peldaños,

de redes y vacíos luminosos,

nació en el sueño del arquitecto.

“Una casa”, se dijo,

“huella de la vida,

que tenga por rostro

la prudencia del anónimo…”

“Que interprete la montaña

sin cortes sin remedos.”

“Pura y aislada como la hoguera.”

Y de la casa surgieron moradores.

Sus altos muros

fueron perdiendo la extrañeza,

cuando por el pasillo circularon las visitas

haciendo de los rincones escondites,

refugios,

donde la hombría pudo llorar las deudas

de rejas para dentro

y habría de llegar el sexo

a la lengua de los niños.

Sonaron los estruendos de cada noticiero.

El abandono

en las caídas del fútbol.

También hubo películas dobladas

que hablaban del África,

de una aridez distinta

a la que comenzó en los muslos

y terminó en el trazo de los rostros.

Fueron muchos los recuerdos

que se robó la mansarda.

La capa adusta del abuelo,

Caracoles de ecos prófugos.

Los niños jugando a la guerra

con sombreros de copa

o emprendiendo la caza del Mohán

en la selva imaginada.

Mientras tanto, en la noche, los otros

oían a su conciencia traquear en la madera,

dando sus primeros pasos.

En medio de los aromas del melón, siempre distintos,

viendo la luz colarse en los vitrales,

por la ventana entró el sonido

de un antiguo clarinete,

poblando la casa de fantasmas

y de barcos que se hunden.

Con el adiós de los nardos, creciendo en la portada,

quizás solo hubo tiempo de mirarse a los ojos

para estrellar las copas de cara a la montaña.

Hubo tiempo de alzarlas

y volver a brindar por los ausentes.

La obra estaba completa.

Para Guiseppe Volpini.

 

 

 

 

 

El Carnicero

 

La materia

“diáspora de estrella”,

es para Don Orlando

 

kilos

peso tibio entre las manos.

Y el tiempo, del negro al blanco,

le zumba al oído

como moscas en la tarde.

Entre lomos, caderas,

blancos puñados de grasa,

pasan los días de Don Orlando.

Por eso alza las carnes al hombro

sin pensar en los cortejos.

Lee los mensajes de las fibras

sin detenerse en augurios.

No hubo pudor cuando

besó a su hijo entre placentas.

Cuando lo tuvo en los brazos,

y en los ojos del uno y del otro

la misma bruma,

sus manos, sin saberlo,

imitaron la balanza romana.

Las vísceras del hijo se velaron,

al ver la luz por el cuchillo de otros.

Don Orlando no hace conjeturas,

su madre le enseñó que era malo especular.

Y sin embargo

no olvida la bendición

antes de hacer los cortes.

Hay que lavarse bien las manos

sin importar el precio del jabón.

Tomado de:

https://www.elpollourbano.es/letras/2015/09/poesia-poemas-de-santiago-espinosa-2/

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