Cuchilladas
…y el viento podría
Con otra sal
enrojecer los ojos…
Giuseppe Ungaretti
Podría tu nombre
iluminar otros ojos
la lluvia, su escándalo lejano
en los sucios ventanales,
traer algo distinto
a las derrotas.
Pero escucha, detente.
Ahora el niño que fuiste
deja en la mesa los juguetes
y mira el verde en las montañas
detenidamente.
Va por la calle, la furia de tu urgencia
escoge sus caminos. Míralo
haciéndose a tus propias expresiones.
Escogiendo las canciones, los libros de segunda.
Va con la madre y su saco nuevo, a rayas.
Zapatos de otra era, uno detrás de otro.
Su golpe de segundos
por los parques, los cuartos al blanco,
y un suave rumor que se teje en los huesos.
El árbol se hizo a sus anillos.
Cambió la moda, cambiaron los tiranos.
Sonoro pasó el siglo en su barco de ebriedades
y otro cráneo adornó el anaquel.
Podría ser otra casa,
la abuela no debió haber muerto tan temprano.
Podría ser otro mar
el que sacude desde el fondo.
Pero persiste, no se doblega.
Ahora un hombre se afeita ante el espejo
en completa soledad.
Dibuja a su padre a cuchilladas.
Tormenta lejana
Un edificio. La habitación a oscuras
se alumbra con la secuencia del televisor,
como a través de una tormenta lejana.
Nada sabemos de ellos pero ahí están.
Todas las noches
comienza un mundo por sus manos.
El barco se hunde ante las costas
y no podemos hacer nada.
Miramos los vidrios
que se encienden o se apagan.
De pronto sean estas ráfagas de luz
la habitación donde termina un amor
y apenas escuchamos la última sílaba del ruido.
Pensarán ellos que somos nosotros
los fantasmas,
prendiendo las luces en los cuartos
o amándonos los sábados.
Y creerán que no están solos.
Y al otro lado de las ventanas
verán el resplandor,
parecido al encuentro de una música amiga.
Para Federico D. G.
Soliloquio de un raspachín
Con estas manos
planto semillas de viento.
Espero su floración
de limbos pardos
antiguos como el suelo.
Las hojas son los rostros
de los niños sin descanso
creciendo en la selva,
estrellas o corales
olvidados
que silban entre los árboles.
Desayuno. Pienso en el padre
de los lunes
frente a un pocillo roto,
repaso cicatrices.
Limpio las hojas secas
sobre una tablilla,
en calma,
como el que lava un aluvión de oro
en lo profundo de su casa.
En la semilla está el sol negro
de los puertos,
respirando a la distancia.
El viento llega a los bolsillos de la noche.
Recorre plazas que no conozco, avenidas desiertas.
Tiendas donde se paga una promesa
en la oficina de recaudos.
Descansa en la furia de las llaves,
traza dos líneas de fuego en la repisa del bar.
Construye palacios y destierra casas viejas,
casas de rejas blancas junto al espejo del lago.
Mi oficio es el oficio de mi padre.
Cuido la sal, el puño, mido los cristales,
espanto de mi casa pajarracos negros.
Con estas manos
he cosechado tempestades.
Tomado de:
LAS HORAS MUDAS
La niebla ha comenzado
a oscurecer
han apagado las luces
de la ciudad extranjera
y ya no vemos
las montañas ni el mar.
Ha desaparecido de repente
cualquier rastro sobre la carretera.
Dice un refrán que los amantes
están solos en el mundo,
antes del viaje definitivo.
Y no sabemos con certeza
si esto que vemos
es la respuesta,
la niebla en las montañas
un carro detenido
en la mitad de la carretera,
o si cada uno de nosotros
habrá de despertar
en dos orillas opuestas
ahora y en la hora
de los vientos.
DIARIO DEL INMIGRANTE
Papá o mamá, qué extraños estos árboles nudosos al pie
de la colina. Qué extrañas las casas que observan desde la altura, a la espera
de un silencioso asesino.
Qué extraña la quietud de los supermercados. La
sensación de que estamos un poco muertos, apartados de todo lo que fuimos.
El ruido de cervezas en los puertos. Un punto que se
pierde en las montañas. O a veces sentir entre los barrios, atravesando las
calles peligrosas, que hemos llegado una vez más hasta el lugar del que
partimos.
LOS CUERVOS Y EL SMOG
Son malos tiempos para los cuervos.
La gente los evade como intrusos
anacrónicos graznando desde los
techos con su oscuro chaquetón.
A veces se cuelan en los nidos
que no son suyos, aprovechando
la oscuridad. Y fingen los astutos
un canto andrógino y menos triste,
que responda verdaderamente
al gusto de los críticos.
La treta se descubre muy rápido:
oímos su canto sexual como dos negras
carcajadas en mitad de la noche,
algo operáticas e inoportunas.
Amanece, en las mesas de noche
comienzan a encenderse
los teléfonos
como una invocación.
Detrás de los tejados vemos
los cuervos que huyen
aparatosos,
atravesando los cielos
contaminados,
el nunca jamás,
hacia las bibliotecas
empolvadas
donde no hiere la luz,
volando con sus pesados
y oscuros chaquetones.
ALGO SOBRE LOS BEATLES
1
En el principio del amor
estuvieron los Beatles:
una mujer y un hombre
que han llegado
a la ciudad
escuchan a los Beatles
en la radio pensando
que todas sus historias
cabrían en este auto
sin pasaje de regreso,
que al otro lado
de la autopista
se encuentra
en realidad el cielo.
2
Los Beatles: esa modesta alegría
en lo profundo de los tristes.
Oyes su música y te dices
que arriba en algún punto
tiene que haber
un refugio
en los tejados.
Y los padres escuchan a los Beatles
y entienden en silencio el destello
de sus hijos y los hijos entienden
por los Beatles la nostalgia
de sus padres.
Aún separados y odiándose
los duendes los rodean.
3
Si el cielo es negro y vivimos a la espera
de la hora más larga. Si nadie responde
a los llamados y el mundo desvaría
sin sentido como una moneda.
Si algún día termina el amor
y pensamos que las raíces
se curvan sin propósito,
una canción de los Beatles
hablará de lo que estaba detrás.
Nacerá la alianza entre los seres
más absortos. Y esa guitarra
recordará tan suavemente
los pequeños y metálicos,
los misteriosos reinos de la luz.
4
Andaban los amigos por una carretera,
en la mitad del mundo. La ruta se extendía
entre los árboles y no había un eco
en qué apoyarse, solo el camino
entre la niebla. Pero sonaron los Beatles
en la radio y del cielo aparecieron los nevados.
Algo nos recordó en las cumbres que aquí estábamos,
que no éramos tan leves en el aire.
Y que aún quedaban millones de kilómetros
para llegar a algún lugar,
muchas canciones para volver a casa.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/4-poemas-de-santiago-espinosa/
El Señor de la Máquina
Para arreglar la calle mandaron la excavadora,
después a un empleado a que cuidara de la máquina
durante todo el feriado. Y ahí sigue.
Lejano embajador de una misión superior.
Lo vemos cuando él no nos observa.
Cuando nosotros nos marchamos
son sus ojos los que esperan,
atentos bajo el sol o el frío,
el pantalón azul y la cachucha
sentado en el puesto del conductor
a falta de un refugio más estable.
"El Señor de la Máquina", dicen los niños
de la cuadra. El hombre espera
al interior, insomne.
Tamborilea un ritmo pasado de moda
en el timón. Consciente de que sus hijos
y su esposa lo saben vigilando
los peligros, orgullosos.
Los hijos y la esposa del Señor de la Máquina.
Al otro lado de los radios., el sueño.
Él en su trono descapotado
entre el asfalto y las estrellas
y una canción en voz baja
para no despertar a los niños.
Hay una alianza antigua entre el hombre
y su herramienta. La máquina se inclina
largamente con su juego de dientes,
como un dragón cansado.
Para Ramón Cote
Esferas
Nunca temimos a los sismos,
nos habituamos a hablar sobre los sismos.
Mi padre señalaba los mapas con el nombre sonoro
de Kobe o San Francisco, Popayán o Tauramena.
Eran viajeros que llegaban desde el fondo de la tierra
con un código de Richter,
o un niño que nacía desde el calor hacia las rocas.
"Las placas se mueven bajo nosotros",
decía mi padre, "el tiempo es una caricia
silenciosa".
E imaginábamos la lava desplazarse bajo los pies, roja y
naranja.
El desplome de los campanarios en el Tiempo del ruido.
Y un espasmo, un remezón de las cortezas más profundas
que hacía bailar todas las cosas, como si despertaran.
Guardábamos el mapa entre los anaqueles. La fotos se
hacían
turbias y nosotros caminábamos sobre el planeta.
El mundo era una esfera llena de voces
y murmullos, una canica redonda y traslúcida.
"Las placas se movían bajo nosotros.
El tiempo, una caricia silenciosa."
Cuando despertamos por el terremoto de Armenia
vimos las ruinas de la infancia en el televisor.
Vimos las madres y sus hijos llorar a la intemperie.
Los sismos se hicieron viejos
y perversos, y comenzamos a temerles.
Frente a la luz de las pantallas,
viendo el avance de las formas contra el tiempo,
el rostro de los padres comenzó a cuartearse
y fue grabado en sus semblantes
un mapa imperfecto y movedizo.
Pájaros barranqueros
Pájaros
barranqueros
traen
el péndulo del mar
grabado
sobre las plumas
que
les cubren la cabeza.
Reptiles
siguen su vuelo
desde
abajo,
con
esplendor mortífero,
se
disputan los cazadores
su
heráldica sexual.
Ellos
demoran la nieve
y
me visitan
otra
mañana,
llevan
hasta mi casa
las
migajas
de
un paraíso clausurado
y
esta belleza
que
excava.
Para Naty
Tomado de:
http://www.lapoesiadelprojimo.com/2020/07/santiago-espinosa-colombia.html?m=1
deriva planetaria
Es como si los rostros
durmieran
en la quietud de los autos
obstinados en las prisas
del café
o junto a una mosca que
rodea
torpemente la última luz
del arroz.
Todo se obstina y pesa,
es el calentamiento global.
La habitación ha quedado
vacía.
Por las ventanas
entra el viento quemado
de las naves del mundo.
Y sin embargo, se mueve.
abuelas
Mujeres de la casa,
muy rápido aprendimos la
existencia
de un canon familiar:
la abuela paterna como un
ave menuda
sobre las cosas,
nos mira con sus ojos
serenos
en el agua de otro tiempo,
la madre de mi madre
regresando
desde el ruido,
sus ojos como verdes
candiles
en el centro de la fiesta.
Oigo los secadores que se
prenden
en los baños de la
infancia,
poblando la casa de
mercados
y de estadios submarinos.
Miro a las abuelas y miro a
las mujeres,
hablándoles a sus hijos del
pasado y de los trenes,
hilando con sus historias
el secreto
de Irlanda o Santander.
Sin saber quiénes somos ni
hacia dónde vamos,
pienso que no tuve pasado
sino un puñado de mujeres.
Mujeres despiertas como
aves o candiles,
inventando desde sus pasos
el rumor y los días.
Para Javier
Bozalongo
el tamborero
Qué mira el tamborero
ahora que nos mira.
Qué mano o vértigo le nubla la mirada
Tiene un rumor de barcas en la noche
tranquila
orillas de niebla asomándose en los ojos
como el que sueña con un delta
de aves negras
hasta olvidarse de las palabras.
Insomne, concilia en la cabeza
los ritmos perdidos.
Y desde allá nos mira
con su camisa de fiesta
para hechizar la muerte.
tintas frescas
“Ah y es de nuevo la
mañana.”
José Manuel Arango.
Interrumpiendo el sueño
con rumores y presagios
pasa la moto del periódico.
Implacable –es su trabajo–
va esquivando botellas, pétalos,
las ruinas de una noche larga.
Lleva en su carga
el día que comienza.
Las palabras
con sus muertos
a cuestas.
fantasmas
No, no habría por qué temer.
Nunca –por más que lo quiero–
he sentido que los ángeles
me toman por la espalda.
Dices que los abuelos, cuando mueren,
esconden medallitas en la almohada.
O que a veces se aparecen en los sueños
y agregan varias hojas a los diarios.
Pero de mí no se acordaron.
Se fueron sin extender la mano,
y no tuvieron que hablar
para recordarme su silencio.
–Sin embargo, en la noche,
los ruidos de la cocina se parecen a los pasos,
y las fotos de los muertos
me persiguen con los ojos. –
No, no los he visto.
Apaga la luz y no hagas ruido.
Pero antes un secreto:
todavía los espero.
el otro
Pasa un hombre
el niño
que fue
lo mira
con rabia.
Tomado de:
https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/136.-Para-llegar.pdf
La casa ilusoria
Como un árbol
que se abre camino en la mitad del mar,
la casa, su olvidado lenguaje de peldaños,
de redes y vacíos luminosos,
nació en el sueño del arquitecto.
“Una casa”, se dijo,
“huella de la vida,
que tenga por rostro
la prudencia del anónimo…”
“Que interprete la montaña
sin cortes sin remedos.”
“Pura y aislada como la hoguera.”
Y de la casa surgieron moradores.
Sus altos muros
fueron perdiendo la extrañeza,
cuando por el pasillo circularon las visitas
haciendo de los rincones escondites,
refugios,
donde la hombría pudo llorar las deudas
de rejas para dentro
y habría de llegar el sexo
a la lengua de los niños.
Sonaron los estruendos de cada noticiero.
El abandono
en las caídas del fútbol.
También hubo películas dobladas
que hablaban del África,
de una aridez distinta
a la que comenzó en los muslos
y terminó en el trazo de los rostros.
Fueron muchos los recuerdos
que se robó la mansarda.
La capa adusta del abuelo,
Caracoles de ecos prófugos.
Los niños jugando a la guerra
con sombreros de copa
o emprendiendo la caza del Mohán
en la selva imaginada.
Mientras tanto, en la noche, los otros
oían a su conciencia traquear en la madera,
dando sus primeros pasos.
En medio de los aromas del melón, siempre distintos,
viendo la luz colarse en los vitrales,
por la ventana entró el sonido
de un antiguo clarinete,
poblando la casa de fantasmas
y de barcos que se hunden.
Con el adiós de los nardos, creciendo en la portada,
quizás solo hubo tiempo de mirarse a los ojos
para estrellar las copas de cara a la montaña.
Hubo tiempo de alzarlas
y volver a brindar por los ausentes.
La obra estaba completa.
Para Guiseppe
Volpini.
El Carnicero
La materia
“diáspora de estrella”,
es para Don Orlando
kilos
peso tibio entre las manos.
Y el tiempo, del negro al blanco,
le zumba al oído
como moscas en la tarde.
Entre lomos, caderas,
blancos puñados de grasa,
pasan los días de Don Orlando.
Por eso alza las carnes al hombro
sin pensar en los cortejos.
Lee los mensajes de las fibras
sin detenerse en augurios.
No hubo pudor cuando
besó a su hijo entre placentas.
Cuando lo tuvo en los brazos,
y en los ojos del uno y del otro
la misma bruma,
sus manos, sin saberlo,
imitaron la balanza romana.
Las vísceras del hijo se velaron,
al ver la luz por el cuchillo de otros.
Don Orlando no hace conjeturas,
su madre le enseñó que era malo especular.
Y sin embargo
no olvida la bendición
antes de hacer los cortes.
Hay que lavarse bien las manos
sin importar el precio del jabón.
Tomado de:
https://www.elpollourbano.es/letras/2015/09/poesia-poemas-de-santiago-espinosa-2/

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