Reliquia
Es así como recuerdo tu cuerpo
―sol minúsculo
engullido
por un cielo de luciérnagas y ausencia―
como cándido mármol, una perla
jaspeada de oscuridad por cada silencio
que custodias con las manos de nieve
Pocos días, las crestas despampanantes
de los dientes de león celestes que se agitan
a esta distancia en cámara lenta,
de miedo en miedo, y tú eres una estatua
bellísima, terrible, sin ojos
ni voz, reliquia de mi deseo
Quiero tenerte ―un
pequeño hueso traslúcido
un mechón de cabello aterciopelado
una gota de sangre carmín
también un dientecito para el hada que soy
cuando te robo el respiro―
contra mi corazón
o en la teca del ombligo, quiero que
el olor a musgo que te brota húmedo
en una sombra del cuello se me trepe
encima, a lo largo de la espalda
Cuando vuelvas a abrazarme
habré criado un pequeño bosque
de invierno, blanquísimo,
dentro de las vértebras y en la boca.
Invierno zorro
El zorro tiene el pelo eléctrico
avellana vivo, un guiño
en la noche de invierno con la cola telesférica
―no tiene nido la mentira*―
pasa por el tamiz la carretera periférica
de norte a sur y retorno, busca su cena
mientras me hablas despacio esta escena
se repite después de años todavía idéntica,
junto con el sueño en que se me caían
dos dientes y en las manos me salían
las garras y por todas partes tenía los ojos abiertos:
no te fíes de nadie, pequeña gemela
que no se me asemeje ni siquiera un poco
este es tu problema, dices tú, eres salvaje
o lo decía algún otro, pero no importa
es siempre la misma escena, la misma carrera
la misma obtusa necesidad que oprime a los faros
apagados
quédate, te lo ruego, un poco más
quiero la ilusión de la rosa que vale más que todo
la caza silenciosa, el puñal entre las costillas
la punzada de cometa tirada bocabajo,
merecer lágrimas y una cola nueva
brillante que lucir cuando el día
llega de prisa y pide a cambio verdad
aquella carroña metida en un hoyo
para el ataque del hambre, para después.
*Este verso es de Fernando Pessoa
Polaroid
El cielo se incendia, lava líquida
en la autopista asfixiada,
sobre el azahar que observa el límite,
sobre la hilera de casas astilladas
por el orgasmo del Etna, sobre esta
edad, dice la tía, noventa y cinco ojos
hundidos en la demencia ―la
vejez
es algo que se tiñe―
mientras que el anaranjado radioactivo
del cielo escampa sobre las familias en procesión
sobre sus genealogías injertadas de achaques,
sobre el carnicero con las manos de sangre
que llena el morcal con pistachos
y carne, sobre las flores en hermosa vista delante
del lugar de los silencios de mármol, sobre esta
ausencia, clavada como espina bajo la uña
de los recuerdos, este me faltas que cambia
acusador de persona una y otra vez
para no temblar en la raíz todo el miedo
de estar vivos, hasta que el cielo se precipite sobre
la luna
perdiendo el sentido de cada nombre y
la música conmute la alegría en vocativo:
donde está el origen está el reverso del llenado,
la cadena estrecha a la garganta del perro que tira
de un extremo al otro de la soledad,
sin dirección, el destello de una vida.
Agosto un día cualquiera
Te he llevado en mi cartera
en una bolsa de plástico blanco
reloj billetera las llaves de casa y del auto
todo lo que hoy queda de ti.
He contado los pasos de tu hija (de acá
para allá frío tras frío hasta
la última habitación numerada sin ventanas),
he recogido todas sus lágrimas
pero algunas se han quedado en espera
detrás del vidrio en el que estabas, parecías
como en Navidad cuando después de comer
te adormecías un poco sobre el sillón.
Agosto no es más que un mes cualquiera
y cualquiera era también este día
―no hay una mejor manera de irse,
dicen, ni un tiempo más justo, quizás―,
pero he pensado en el ruido de las prensas,
en la cadena de montaje en un batacazo metálico,
en el estallido repentino de tu corazón
un engranaje imperfecto en medio
de la perfección de acero de las otras máquinas,
he pensado que no se han detenido
en este día de trabajo cualquiera,
mientras en torno a ti una fractura profunda,
una grieta de hielo ha quebrado el verano
y el sol se ha vuelto la luz artificial pálida
que has visto un segundo antes de que todo
tuviera un final.
Dátiles para el desayuno
Dátiles para el desayuno, me dices, cada día
y yo imagino aquellos pequeños soles suaves
dulcísimos, que vienen de otra tierra,
en fila india entre tus labios pasar por el tamiz
del alba, mientras yo los deshueso una vez al año
en los días de fiesta, cuando la nieve me recuerda
que estoy en otro lugar perdida entre los árboles
encapuchados
de estrellas de plástico y los lazos de luz blanqueada
en intermitencia. Dátiles para el desayuno, te digo,
raramente
porque aquí el sol es un recuerdo reseco pasado
de otra vida que no ha conservado la memoria
una imagen borrosa que tú ahora me traes como regalo,
una Navidad repentina, en verano, un pequeño apretón en
el corazón.
Tomado de:
NIÑA DE PAPEL
En el sueño la casa de mi abuela es idéntica
en cada detalle a la mía, el tiempo es
aquel inmóvil de la infancia, casi
eterno, es verano, un cono de luz marca
la porción de espacio que por juego habito.
Estoy haciendo de la mamá, tengo una muñeca
vestida de blanco apretada entre los brazos,
la acaricio y mientras tanto espío el disco
del reloj, aún no leo las horas,
pero las esperas ya tienen raíces en garfio
y se trepan por las muñecas hasta
los labios, hasta la palabra mamá,
que se queda sin voz. Cuento
un secreto a una oreja de plástico,
lo sabes mantener, ¿verdad? mi madre
ya no me quiere, el domingo
ha dibujado sobre una hoja sutil
una niña de ojos grandes
negros y en la mano dos margaritas,
entonces le he preguntado ¿soy yo? ¿me le parezco?
pero la respuesta se ha deslizado por el suelo,
es mi culpa, que no sé colorear
he manchado la cara de la niña
de rojo y entonces mi madre ha dicho en voz baja
no te dibujaré otra, nunca más
no importa, he pensado al despertar,
me miraré en el espejo para inventar
mi rostro de nuevo, inventaré
una niña de papel solo para mí,
llevará su nombre y el mío, y en la mano
el adiós que nunca nos hemos dicho.
Tomado de:
https://vuelapalabra.com/que-desperdicio-esta-cotidianidad-poemas-de-silvia-rosa/
TIEMPO DE RESERVA
Aquí es donde el tiempo
nos ha obligado
a un sueño en miniatura
para abandonar la dorsal
incierta del mañana
para proceder con los ojos al suelo
respiro breve –solos–
Decías del coraje,
es verdad, pero también el odio,
sabes, es un aguijón
el impulso propulsivo
para no renunciar
–mientras haya odio hay esperanza–
de no olvidar,
basta sustituir la palabra amor
desgastada y blasfema
por esta doble ronda
de vocales, un círculo, un nudo
repetido hasta el yo
y es desde este tiempo de reserva,
y con la misma intensidad de antes,
que ahora ejercito la cura:
odiarte, decepcionarte con alegría (la mía),
dejarte prisionero del presente
idéntico a ti mismo, inmóvil,
negarte finalmente y de nuevo a mi futuro.
TEMPESTAD
La furia de la gota
que destila su camino
de pasos verticales y luego se estrella
sin peso, casi invisible,
en este lunes por la mañana
de inicio de primavera, la tortuga
del sol nuevo que sale del letargo
de las sombras –de repente
también el pensamiento gotea, fluye
finalmente libre: cuántas inútiles
cuerdas en los tobillos de las prímulas
como si aferrándolas al corazón
pudieran crecer más fuertes
pero
el agua dice en su lengua morse
(testaruda): cae más rápida,
más ligera, más sola,
no necesitas nada
más allá de la mirada de tus manos
que acarician sabias
los primeros brotes de tempestad.
(Bosque)
Me enamoro ahora
del bosque del que me hablas con tu voz,
de ese verde brillante que surge
como una fruta recién cogida, fresca,
después de tanto silencio, después de tantos
fantasmas del viento, después de las huellas de las
hojas muertas
y de un hilo oxidado que ha atado
manos y árboles en un nudo sin cielo,
háblame de nuevo con tus ojos,
quiero escribir para ti así,
palabras nuevas y tantas, quiero perderme
por caminos de ladrillos amarillos y rojos
para tu mirada, hasta el bosque
del que me hablas con tu voz, y luego
encontrar un punto de sol entre las sombras donde
poder despojarme de cada deseo
y de cada forma, donde poder comerme lentamente,
quiero venir a buscarte como un lobo,
para hablar el idioma del bosque que
ahora me enseñas, sin voz ni ojos.
Un pequeño botón rojo
Si toda esta rabia fuera
un pequeño botón rojo:
podría tomarlo entre mis dedos, tirar fuerte,
sentir el hilo de algodón escabullirse
como hierba seca, podría retenerlo
todo en mi mirada, el vacío que se hunde
en mi corazón desde el ojal expuesto,
y con mis dedos buscar lentamente un
solo latido, sentir el extremo
aflojarse como una camisa abierta
que cae al suelo y de repente ya no tengo frío,
podría caer al suelo también yo –hierba, algodón,
hilo tirante–, mis ojos, dos botones colgando
de lo que queda, podría tomarlos entre mis dedos
y decirte, póntelos, y ahora mírame con ellos puestos,
desnuda como nunca me has visto.
Tomado de:
https://ildivanomuccato.wordpress.com/interviste/silvia-rosa/

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