viernes, 19 de septiembre de 2025

POEMAS DE SIMON ARMITAGE - DESDE INGLATERRA -


Antes de soltarte

pon a los perros en la lista

de cosas difíciles de perder. Esos perros abandonados

en los páramos de North York o en las colinas de Sussex

o tirados como bolsas de arena desde coches alquilados

han seguido sus narices hasta pueblos con mercados

y como pelotas rebotado hasta los brazos de sus amos.

Escuché una historia de un perro que nadó

hasta la costa inglesa desde la Isla de Man,

y un perro que huevos y tocino cargó

y un diario matutino desde el pueblo

y apareció dos años e incontables leguas después,

con el tocino comido pero los huevos intactos

el diario seco como la leña, literalmente.

Un perro puede vagar lo ancho de un mapa

para enterrar su cabeza en el regazo de su dueño,

arrastrarse la última milla para pasar su pata ensangrentada

por su propia puerta. Para morir en casa,

un perro puede caminar hasta quedarse sin patas.

Le puedes quitar la chapa y el collar

pero un perro viste un pelaje y un color.

Un perro del que te deshaces —es un perro para toda la vida.

No hay perro que aúlle como el que echaste en la noche

Intenta mirar a un perro así a los ojos.

 

 

El grito

 

Salimos

al patio de la escuela juntos, yo y el niño

cuyo nombre y cara

 

no recuerdo. Estábamos probando el alcance

de la voz humana:

él tenía que gritar con todo su ser,

 

yo tenía que alzar el brazo

desde el otro lado de la línea divisoria para indicar

que el sonido había llegado.

 

Él llamó desde el parque — yo alcé el brazo.

Fuera del límite,

él gritó desde el borde del camino,

 

desde el pie de la colina,

desde más allá del mirador de la granja de Fretwell —

yo alzaba el brazo.

 

Él salió del pueblo, se fue a cumplir veinte años muerto

por un disparo que le perforó

el paladar, al oeste de Australia.

 

Niño del nombre y la cara que no recuerdo,

ya puedes dejar de gritar, aún te escucho.

 

 

Me molesta mucho

 

Me molesta mucho pensar

en las cosas malas que he hecho en mi vida.

Sobre todo, aquella vez en el laboratorio de química

cuando tomé unas tijeras por las cuchillas

y puse los anillos

en la llama violácea del quemador Bunsen;

luego dije tu nombre y te las pasé.

 

Oh, el incomparable hedor de la piel herrada

cuando metiste el pulgar y el dedo medio

y no te pudiste sacudir los ardientes anillos. Marcada,

dijo el médico, para la eternidad.

 

Por favor, no me creas si digo

que, a mis trece años, era la torpe manera

de pedirte que te casaras conmigo.

 

 

El astronauta inglés

 

Cayó en los turbulentos mares de Spurn Point.

A través de un telescopio de monedas, sostenido

con un palito de paleta, vi cuando una trainera lo pescó

de las olas y lo condujo de regreso a Mission Control

en una propiedad comercial cerca del puente Humber.

Hablaba con voz apacible: sí, era bueno estar en casa;

había extrañado a su esposa, a sus hijos, no podía esperar

para afeitarse y bañarse con agua caliente. “¿Hay más

preguntas?”. No, no había.

 

Lo seguí en su Honda Accord hasta un Little

Chef sobre la A1, me senté en la mesa opuesta y lo vi

ordenar el desayuno del día y una jarra de té.

“Para hacer eso debe salir”, dijo la mesera

cuando él encendió un cigarrillo. Leía el diario,

empezó el crucigrama, picaba la morcilla

con el tenedor. Luego miraba a través de la ventana

durante largos minutos sin interrupción, pero sólo

veía la calle transitada, jamás el cielo. Y su rostro no era

la luna. Y sus manos no eran las manos de un hombre

que había sostenido el planeta azul entre el pulgar

y el índice para llevarlo hasta su ojo de relojero.

 

 

Camera Obscura

 

Sentado a los ocho años en el parque Bramhall,

con los zapatos rayados por patear una piedra,

muy pequeño para tener una llave, pero bastante grande

para caminar una escasa milla al regresar de la escuela.

 

Has espiado a tu madre en el pueblo mientras

ella cruza la calle con el bolso en su puño.

En la otra mano, la bolsa de compras que guarda

cuatro feas papas cubiertas de lodo,

 

chícharos hervidos, trozos de carne o una cola de pescado

en papel vegetal, con la suma del precio escrito

a lápiz en columnas de chelines y centavos.

¿Tiene calor con ese abrigo de invierno?

 

En la calle Old Mount, entre más se acerca

más pequeña se ve, hasta que la alcanzas

para llevarla a casa en la palma de tu mano

o en la punta de tu dedo, y ella no existe.

 

 

Una visión

 

El futuro fue un lugar hermoso, alguna vez.

Recuerda el próspero pueblo de madera de balsa

que se exhibía al público en la Sala Cívica.

Las maquetas enmarcadas, impresiones de artistas,

 

planos de cristal ahumado y acero tubular,

suburbios de juego de mesa, medios de transporte

como atracciones de feria o juguetes ejecutivos.

Ciudades como sueños, sostenidos por la luz.

 

Y gente como nosotros en contenedores de vidrio

junto a la ruta para ciclistas o paseando perros

sobre cuidadas franjas de césped mullido,

o conductores modelo que manejan a casa en

 

autos eléctricos, o paseando por el bulevar

después del show nocturno. Esos eran los planes,

todos aprobados por la pulcra mano izquierda

de los arquitectos: una letra genuina y legible.

 

Extraigo ese futuro del viento boreal

en el basurero, sellado con la fecha de hoy,

viajando en el aire con otros futuros semejantes,

ninguno de ellos vivido, ahora totalmente extintos.

 

 

Neblina

 

¿Por quién llora?

¿Qué quiere decir, tal

cercanía,

al concentrarse en esta tierra alta

mientras dabas la espalda,

extendiendo sus velos en torno?

Pantalla monótona y plateada, la neblina

es agua en estado fantasmal,

interioridad absoluta,

que contiene su láctea respiración,

velando las máquinas que palpitan

en las grandes ciudades bajo tus pies,

cercándote en estos momentos,

en este anti-jardín

de arenisca y turba.

Llegado el tiempo, el borde de

tu ser se filtrará

en su pelaje sin fibras;

estás perdido,

a la deriva en agua suspendida

y aire difuso,

pero estás aquí.

 

 

Un Pájaro Pintado por Thomas Szasz

Fue su anorak lo primero que me atrajo de él.

El forro de espuma estaba colgando desde una costura abierta

y una lágrima que atravesó la longitud de su espalda estaba parchada

con cinta adhesiva y esparadrapo. Entonces observé

cómo revoloteaba entre los asientos frontales del bus

y cómo manoseaba el vello sintético alrededor de su capucha.

 

La siguiente vez que me percaté de él fue en la estación final,

donde él pretendía dirigir los buses.

Desde entonces hubo un catálogo de incidentes,

momentos y lugares donde coincidimos

y cada vez que lo miré él hablaba a los conductores

que lo ignoraban, y anotaba los números de ruta.

 

Un momento en especial, él estaba en el pórtico

mirando la complejidad de un cronograma.

Él me atrapó observando el reflejo de su cara

y entonces exhaló sobre la superficie del cristal

y escribió su nombre sobre él. Pasé a su lado,

inhalando, y él olía a perro mojado, secándose.

 

En otra ocasión, yo advertí más de lo que esperaba que fuera

la hora del almuerzo en el Centro de Libertad Condicional

donde yo eché un vistazo a través del agujero en la bandeja de comida

para mirarlo observar el tráfico en la circunvalación.

Su mirada se detuvo en una bicicleta sencilla

a la cuál él seguía hasta que ésta se deslizó debajo del horizonte.

Tomado de:

https://www.zendalibros.com/10-poemas-de-simon-armitage/

 

 

Un estudio sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones

Compilar esta emblemática antología de poesía en inglés

sobre perros e instrumentos musicales es como nadar a través de ladrillos.

Hasta ahora, solo tengo “De la muerte del doguillo de Mrs. McTuesday,

asesinado por un piano que cayó”, una elección un poco obvia.

Es cierto, un arpa eólica susurra seductora

en el fondo de un soneto anónimo, “El sabueso del cazador,”

pero más allá de eso —silencio.

 

Debería soportar este trabajo pesado y degradante en favor de mi propia escritura,

donde seguramente la alegría yace.

Pero A. Smith mira engreído desde el reverso de un billete de veinte libras,

y cuando mi gerente de banco ríe,

pequeñas partículas de saliva chorrean como una lluvia de meteoros

a través del infinito espacio oscuro

entre su mundo y el mío.

Tomado de:

https://aullidolit.com/simon-armitage-tres-poemas-espanol/

 

 

Mi truco de fiesta

Lo enciendo, y desde el momento en que el cerillo

hace aparecer la luz, hasta que el fulgor se mueve

más allá de sus posibilidades y muere, yo cuento la historia

de mi vida…

fechas y lugares, los ardores que experimenté,

un elenco de nombres y rostros, aquellos

que me amaron o casi me amaron,

los cambios que hice, las lecciones que aprendí…

y de algún modo aún me da tiempo de callar y sonrojarme

antes de que la llama muerda y me queme.

Pero una advertencia para cualquiera que conserve

un poco de tristeza, cualquier solitario:

no intenten esto en casa; es peligroso,

una locura.

 

 

¡Zoom!

Empieza como una casa, con terraza adosada

en este caso,

pero no será todo. Pronto es

una avenida

que se curva con arrogancia frente al Instituto de Mecánica,

sin siquiera mirar

dobla a la izquierda en la calle principal

y de repente es

un pueblo con cuatro grandes bancos de compensación,

un periódico

y un equipo de futbol que lucha por el ascenso.

Continúa, ajena a las Leyes de Planificación,

a las zonas verdes

y antes de que lo notemos se sale de control:

ciudad, nación,

hemisferio, universo, se expande en todas direcciones,

hasta que de súbito,

por compasión, el ojo de un hoyo negro

lo aparta

y lo dispara a la galaxia vecina, tornándose

más pequeño y más liso

que una bola de billar, pero más pesado que Saturno.

La gente me detiene en la calle, me importuna

en la fila de la caja

y pregunta “¿Qué es eso, esa cosa tan pequeña

y tan lisa

pero de masa más densa que el planeta con anillos?”.

Son sólo palabras,

les aseguro. Pero ellos no lo creen.

Tomado de:

https://lapaginaimpresablog.wordpress.com/2021/09/11/poemas-de-simon-armitage-1963/

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