Transfiguración-Mañana
Envuelta.
Penetrada.
Transfigurada
en diáfano olvido.
Vuelta universo de claridades
sobre la eternidad
de un tiempo sin medida.
Vencedora
de mi propia sombra
son presencia triunfal
sobre la muerte,
por la fértil raíz
crecida desde mi semilla
de carne y de palabras
en transitorio peregrinaje,
renovado inagotablemente
de vientre en vientre
y de boca en boca
surgidos y multiplicados
de los míos.
Virgo
Nada tengo que borrar
ni palabras
ni huellas
ni recuerdos.
No tengo que negar
las escondidas entregas
que grabaron nombres
en mi cuerpo.
(Espejismos frágiles
donde refugié
angustias,
no tengo que borrarlos)
Clara y fresca
presencia del amor
que busqué afanosa
fue limpio tránsito,
y, como la primera vez,
al encontrarte,
nítida broté:
agua de manantial jamás tocada.
La primera palabra
Y…
el llanto fue nuestra primera palabra.
El primer grito de llamado
al ausente y cálido refugio conocido.
La terrible expresión
de la primera soledad del cuerpo,
expatriado
de su mundo visceral y
palpitante.
Y…
el frío fue nuestro primer encuentro.
El frío, el dolor y la sangre.
Nacimos entre sangre y llanto;
cortados a raíz y tajo
de la única patria
intransferible
de hueso y carne.
El llanto fue nuestro primer idioma.
La sonrisa vino después,
quizás,
nacida entre sueños,
al recuerdo de días anteriores al exilio,
junto al calor de un cuerpo,
o de la tibia lana,
que fingen el dulce clima
del sitio antiguo que añoramos siempre
y al que volvemos,
efímeramente,
entre el sueño y el orgasmo.
El llanto fue también
nuestra primer protesta,
el primer canto de denuncia
contra
la miseria, la inermidad,
y el desamparo descubiertos.
Primera y perenne palabra,
el llanto
ha de ser, también,
la última.
Sin sonido, quizás,
al despedirnos.
Y…
entre las dos:
La vida.
La vida, ahí,
sin que sepamos
si ha sido algo más
que esta primera
y última palabra.
Parménides y Eros
A Delia Quiñónez
Desdoblado en pasión creadora,
‘parto terrible, inicio de mezcla’,
del Uno infinito y eterno
emergió ‘Eros, primer dios’.
Demoníaco y celeste, movedor
de cielo y tierra, clavó el ansia
feroz por la efímera cópula
hambrienta de eternidades:
Liviano y fúlgido de azules, el día,
se hizo roja llama, para hundirse
en el frío espesor de la noche y
su palpitante negro constelado.
El agua, acrisolada en nube, vuelta
lluvia, penetró la tierra, y la oscura raíz
se hizo rama y flor -móvil y deleitosa-
entregada al viento que la insemina.
Mientras los encelados animales
de ardientes sexos, se aparearon
a las propiciatorias hembras
en multiplicación fértil.
¿Cómo dejar, así, de buscarnos, si hasta
‘de los astros la mente ardorosa
moviéralos a engendrarse?’
Cabellos largos (Carta a Schopenhauer)
Querido mío, Schopenhauer:
Ya no importa nada
el candente sello
con que nos marcaste el anca,
porque, hoy día, las mujeres
tenemos los cabellos
largos o cortos
y las ideas, quizás,
más largas que las tuyas.
Sin duda, yo comparto,
mi querido Schopenhauer,
mucho de lo que tú, sabio,
acuñaste como verdades dogmáticas,
y lo que es más, las uso
-con maestría de ti aprendida-
para demostrar lo contrario,
o sea: que animales de cabellos
cortos han tenido, también,
cortas las ideas,
que pontifican irónicos
contra nosotras las mujeres.
Porque, ahora,
maestro insigne Schopenhauer,
si pudieras enterarte,
te sorprendería saber
que a nuestros largos cabellos
-al perfumarlos- anudamos
ingeniosas frases contra ti
y los jerarcas del sexo que
valoran más su corto pene
que todas las ideas,
-cortas o largas-
que les crecen
en sus calvas cabezas.
Beatus ille
Dichoso aquel
que en otro tiempo
encontraba:
la casa limpia,
la ropa planchada,
la mesa puesta,
los niños durmiendo,
y la mujer
a sus órdenes.
Así dirán,
mañana,
los hombres de hoy
cuando recuerden
estos días
de oficio sin sexo
que por siglos
eludieron,
calificándolos, astutos,
de ‘femeninos’.
Y…es muy natural
que así se lamenten
como añoran hoy
quienes evocan
los felices tiempos
de un ayer de esclavos
sin sindicatos ni leyes
y sin derechos humanos.
Tiempos iguales
a los que hoy corren
tras las cerradas puertas
de nuestra intimidad,
como trabajadoras
de doble jornada
sin descanso y sin salario;
desterradas sexuales
de los altos sillones
del poder y la fama.
Brujería inútil
Hoy hice la brujería
que me recomendó Marien:
«Para estar segura de olvidar,
-me dijo- la receta es estupenda,
al momento mismo
lo dejas de amar…’
Yo seguí la fórmula exacta,
paso a paso:
Con precaución vedada de ceremonia,
bajo la luna llena,
y en un sitio solitario,
a las doce en punto de la noche,
di fuego a un mechón de tus cabellos,
diciendo: ‘¡Vete! ¡Vete de mí,
maligno amor que me hieres!’
Y, al instante, la brujería rompí
y me quemé las manos
sacando de las llamas
el trozo medio encendido
del mechón de tus cabellos.
De todos modos ¡Bien sabía!
que era inútil la brujería
del consejo de Marien;
porque a un amor
como el tuyo y el mío
ni brujos ni diablos
ni psiquiatras
pueden ¡tan fácilmente!
borrarlo.
Dido a Virgilio
A Isabel Garma
Habías de venir, tú,
Virgilio,
fabulador poeta,
orgulloso romano,
a saltarte tres siglos
entre Troya mi reino,
para hacer que Eneas
naufragara en mi playa
e inventar ese amor
desdichado
que adorna tu Eneida.
Mentirosa historia,
lazo con que quisiste
unir al linaje de Venus
al vanaidoso Augusto
-tu Mecenas-
siete siglos después
cuando ya mi Cartago
yacía en cenizas.
Falsedad épica de poeta
ebrio de fama y aplauso,
fue cambiar mi bello gesto
de fiel reina suicida
que se arroja
a las llamas
para conservar intacto
su nupcial juramento,
por ese otro romántico
de tu inventada Dido,
que se mata en la hoguera,
loca de pasión y celos,
por el desprecio de Eneas.
Con eso, Virgilio,
no sólo me difamaste
por milenios,
sino que, además, heriste
a mi raza y a mi pueblo.
Sin embargo, poeta,
te perdono,
porque reconozco que,
pese a tantos inventos,
te debo
esa doble inmortalidad
que -a mi nombre-
dieron tus versos.
El gato negro
Ónix y jade.
Lagunas verdes
que fosforecen
en la sombra
del ébano arqueado.
Reposo de terciopelo.
Garra afilada
bajo la nocturna seda.
Elástico resorte
presto para el salto,
desde el perezoso desmayo
de la siesta ronroneante.
Igual que el gato
enroscado
en el sofá de raso
de la alcoba;
en silencio,
ovillado
sobre el tibio cojín
de mi carne,
inesperadamente,
ágil brinca
el deseo,
cuando más dormido parece.
Tomado de:
https://blogpoemas.com/luz-mendez-de-la-vega/
LA HUELLA
Mañana
olvidaremos
nuestros nombres
y nuestros rostros.
Olvidaremos
el tremendo
ancestral deseo
que ha hecho arder
y resplandecer
nuestros cuerpos
como soles febriles
en la sombra.
Olvidaremos
esta historia
de dulces días
y tibios atardeceres
en los que ha sido
sutil atadura
hasta el silencio.
Ineludiblemente
se perderán nuestras fechas
entre ajenos calendarios.
El recuerdo de paisajes
y recodos íntimos
se confundirá
entre nuevas geografías
de rostros y de nombres
nunca antes pronunciados.
Mañana,
amaremos otras veces y otras.
Mis manos repetirán
sobre otras cabezas
el mismo gesto tierno
con que hoy
acaricio tus cabellos.
Tu boca repetirá
en otros labios
el inédito beso
que puso en los míos
el poderoso olvido
borrará,
y borrará implacablemente.
Hasta el recuerdo se perderá
náufrago sin rescate
en el fondo del tiempo.
Y, sin embargo
cada otra vez,
que tú y yo
amemos
esa pequeña
inexplicable tristeza
de algo que falta
será la invisible huella
de estos días intensos.
BIOLOGÍA ES DESTINO
a Freud.
Porque mi cerebro pesa
unos gramos menos
y mis músculos no alcanzan
la potencia
de los récords masculinos
dicen:
que biología es destino
(destino al servicio)
porque mis glándulas
me condenan
a desangrarme cada luna
y el olor y el color
de mi sangre recuerdan
mi poca angélica naturaleza
dice:
que biología es destino
(destino inferiorizante)
porque me falta
un protuberante sexo
entre las piernas,
que me libere del compromiso
de pasos lentos
y abultado vientre
tras un fugaz orgasmo,
dicen:
que biología es destino
(destino a pañal, escoba y cocina).
Porque la historia registra
miles de nombres masculinos
y muy pocos de mujeres
que vencieran las flamígeras espadas
de los arcángeles misóginos
de la fama,
dicen:
que biología es destino
(destino a la ignorancia)
Y con tantas evidencias,
deberemos enorgullecernos
cuando nos elogian magnánimos
en los discursos oficiales
diciendo:
detrás de cada gran hombre
hay siempre una gran mujer
y se olviden
—astutos y olímpicos—
de añadir
el calificativo justo
de: frustrada.
SER O TENER
Pienso.
Respiro.
Me muevo.
Como.
Y duermo.
Hago el amor
(Léase fornico).
Insulto.
Sonrío.
A veces lloro
O doy un suspiro.
Conduzco mi automóvil.
Subo y bajo
el ascensor de mi piso.
Trabajo.
El cartero me trae
correspondencia
con mi nombre y apellidos.
Firmo cheques.
Me compro un pantalón
O un vestido.
Voy al cine o al teatro.
Bailo y río.
Doy conferencias.
Escribo.
De cuando en cuando
Sale mi retrato
en las hojas de los diarios.
Hablo y me responden.
Me insultan.
¡Hasta me tratan con respeto!
Y me adjetivan
un título universitario
o artístico.
Pero… yo,
¿Soy yo?
O tengo simplemente cosas
como este nombre y apellidos
y este cuerpo
que día a día
hago saltar de la cama
—a las ocho en punto—
lavo,
perfumo,
visto
y
le doy cuerda…
(de Eva sin Dios, Editorial Marroquín Hermanas,
Guatemala, 1979)
AUTORRETRATO
Despojada del nombre
de mi sangre,
por el de otra que suplanta
la raíz auténtica
de mis vísceras,
con la voz y el voto nulos
para los grandes designios,
fui sacada de la historia
por las estadísticas.
Metida a la fuerza
en molde inferiorizante,
con los pies doblados
para evitar la fuga
y las manos atadas
frente a la justicia,
así nací, así crecí,
y así
puedo morir,
por el miedo tremendo
a echarme a nadar
en contra
de la feroz corriente.
Tomado de:
https://libroemmagunst.blogspot.com/2017/11/luz-mendez-de-la-vega-8-poemas-8.html
Catástrofe en la cocina
El silbato de las hirvientes jarrillas
rompe el silencio oloroso a cebolla
en las limpias y pacíficas cocinas
que se llenan de su música arcaica
de viejo ferrocarril en miniatura.
Las jarrillas de silbato
han sido hechas para aquellos
que olvidan siempre
apagar la hornilla, como yo,
para preocupación tuya.
Hoy, estrené la jarrilla
esmaltada de rojo y asa negra
que confiados compramos ayer
para evitar catástrofes frecuentes
por mis constantes olvidos.
Al principio fue solo su “gor-gor”
suave como ronronear de gato
el que cautivó embelesada.
Luego, fue su agudo silbato
–imperioso y mágico–
el que hizo irrumpir en mi cocina
sobre los rieles del ensueño,
oloroso a caña y cintronela,
el verde campo de la costa
con sus sembrados de milpa y banano.
El paisaje parpadeó veloz
por las ventanillas
del ruidoso tren
de negra y humeante locomotora
que me llevó
–adolescente en vacaciones–
entre campanas, banderazos
y olor a petróleo
hasta la vieja estación
del pueblo de mi abuela.
Y así, sobre la locomotora
roja y negra de mis sueños
alucinada por el silbato
de mi nueva jarrilla
me olvidé, otra vez,
–para desesperación tuya–
de apagar la hornilla.
La duda
Este herir y ser herida
este crear en zarza desmesurada,
este afilar las uñas en la sombra,
este clavar los dientes en los otros,
este encender venenos en las voces,
este enlodar los días claros,
y corromper las sombras,
este enturbiar el aire con blasfemias
y desgarrar la música con gritos,
este vivir y desvivirse,
este amar y desamar constante,
este odiar sin descanso y sin motivo,
esto, dime ¿será estar vivos?
Tomado de:
https://www.elnacional.com/2019/02/cuatro-poemas-luz-mendez-vega_269413/

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