El silencio
¿Dónde podré esconderme
si no es ahí, en estas
palabras de amor?
Ante
vosotras,
hijas del turbio hospicio
de mi alma -mis dóciles
doncellas-, llora mi desconsuelo.
Yo les escribo
a las pequeñas manchas de tinta
de tus manos, como si fuesen
cartas que debo
contestar en la noche. Toco el falso
disfraz, el picaporte
de tu oscuro colegio; en él
suena mi vida, discurre
como un río mi vida.
Llega ya
el príncipe
de tus libros azules, sobrevuelan las hadas
que te ocultan y encienden. En tu cuello alargado
se oscurecen mis sueños, tus caderas sin nadie
me preguntan; ya llegan
como calientes besos, como nubes lejanas
tus rodillas; me bendice tu sombra
clandestina. ¿Dónde
están
tus ojos,
que a todo respondían?
Entonces
eran tus pechos nidos, eran pequeños pájaros
sin vuelo; eran llanuras, pueblos
deshabitados, llaves
de pequeñas iglesias, de alacenas
vacías.
Hoy,
que el deseo se cumple, este
negro silencio de la noche nieva
en el alma, nieva
sobre la oscuridad;
como la
lumbre
de los romeros o de las aliagas, yo oigo
tus calladas respuestas.
De "Coro de ánimas" 1968
Espacio para un sueño
Para Nena y Juan Kreisler
Escondido repite,
por cipreses y yedras, un pájaro su canto.
Celebra la mirada
una batalla con el tiempo esta tarde de otoño
incendiada de nieblas. Y pensando en la Historia
-una nube de polvo en el paisaje,
las piedras estañadas por los tonos azules
que ha dejado la lluvia en las almenas- ves derramarse el
tiempo.
En la antigua arquería, los fragmentos
de una inscripción indescifrable, poco a poco, se han ido
convirtiendo
en pequeños reptiles disecados: belleza aniquilada
que aún deslumbra a tus ojos. Es el tiempo
que, como los ríos, huye
-rehén de sus espejos-, al obsesivo espacio de cuanto no ha
vivido.
Si debemos morir, ¿por qué la vida,
sobre cualquier lugar de la memoria, continúa esperándonos?
Aletargados por el sol, decoran el silencio
cuantos signos contemplas.
Tan sólo purifica
la calma vegetal que respiras, el canto del jilguero
que la enramada oculta. Así habitas su edad
llena de sufrimiento; la geometría invisible de su música
eterna.
Los malvarreales, centinelas de acequias
y de ruinas, la claridad de humo
de esta tarde de octubre, edifican el reino que contemplas.
No sabes
ya si vives,
o si sueñas o has muerto y no te has dado cuenta. En sus
altares
lo irremediable de la Historia es venerado. Nace de las
orillas de un infinito océano
la luz cansada de cuanto te deslumbra. No otra cosa difunde
su corazón ahora, que no sea la muerte
que continúa latiendo.
De "Itinerario para naúfragos"
1997
Fiesta en la oscuridad
Arrodillado ante
tu cuerpo. ¡Oh tú!, verdad hecha de flores, apacible paisaje
de reyes y criados dando caza
sobre el jarrón vacío del recuerdo a ciervos encantados
bajo un ciclo de nubes en jauría
y sin paz. Y así la imagen
del séquito encendiéndose
en el fondo del ojo del animal que ha muerto. Brillan las
armaduras de los guerreros
que regresan; se oyen en su mirada
los cascos del caballo que cruza
y el frío del relincho. Rocío de la noche,
sueño que me ha olvidado, eres, imaginada por mi lengua,
nacida en el inmenso
nublo de la memoria. Álzase en el concierto de los aires y
en la luz hecha música.
Inventada apareces, ¡oh tú!, espejo de las sombras,
oscuridad de invierno,
pájaro de las corrientes dibujado en el agua. Hace tiempo
matáronme. La imagen de la muerte
reposa hoy en tus ojos. Sueña
el laúd en la alfombra de la noche, olvidado.
Beso tu corta
edad; subo la falda aquella de la infancia,
llora el deseo crecido en la niñez. Allá sobre el más hondo
dolor de haber vivido, yo te amo. Mientras, la luna entre
los árboles
quema su sueño en libertad. Como un nido el deseo se
sostiene en la cumbre
de un desnudo dichoso. Otros días
anduve entre las sábanas de la prostitución, donde se
acepta nuestro beso
como negocio, no
como naufragio.
Y cae la
tarde, y en los ojos del ciervo
las estrellas se olvidan. Cuántos
cuerpos que me despreciaron, desde el tuyo me aman. ¡Oh!,
cuántos
rostros y pechos y desnudos
nacen de ti, silenciosa y oculta, fiesta en la oscuridad,
flor que ha crecido
sin juventud, y yace
sobre la tumba de su arena, como un dios inventado.
Sobre el jardín
cae la lluvia incendiándose. Tras el disfraz de su linaje
monta el rey en las hembras
de los labriegos. Cruzan las águilas baldías
del corazón, la cumbre de la sangre. Rara es la
complacencia de esta orgía
donde la servidumbre asciende, humillada entre risas
de licor medieval; movidos por los hilos del alcohol,
amenazados
por la navaja del destino, bufones de este reino, donde tan
sólo somos los residuos
de una hoguera apagada.
Mira nuestros desnudos, ese
reflejo de oro de nuestra pobreza, ardiendo en la mirada de
cristal, tendido
[en los profundos bosques
de los ojos del ciervo que, hace años, mataron. Tu cuerpo
es residencia
y es hogar de otros cuerpos. Sobre tu espalda crecen los
milagros, vienen
a beber de mi sed otras espaldas. ¡Oh! mira, ésa de hombros
tranquilos, llena de soledad
y de humildad, o esa
que respira en asombro, derribada y gentil; o aquella de
vuelo moreno como el del halcón; o esa otra de ahí, amiga
de la noche,
que no tiene nombre, sino precio; o la que se arrodilla
cuando ama, esa
que nace del olvido y ya tiembla
de amor. En tu cuello indefenso aún vive
toda la adolescencia y la inocencia
de aquellos días. Cárcel
y hospital es la luz para los sentidos. La claridad destiñe
a la materia; envilece el sonido
de las palabras, quema las sombras, desvanece el recinto de
los sueños
y el lecho donde amaban.
En qué perdido
paraíso, sobre qué antiguas nubes
rezan por ti mis ángeles. Qué negras alas llevan
mi cerebro a tu cuerpo. En los altares de la carne cumplen
el dolor y la vida. Apaga tú esa noche, esa
que en la mentira crece, que fermenta en la nieve
del desdén y el olvido. Bajo las cumbres de la tarde
bajo esa luz que, por un momento, da color de azafrán
a la senda y al monte, la libertad nos mira
con sus ojos vacíos. Parece que no fuera
a cerrarlos jamás.
De "Fiesta en la oscuridad" 1976
Para Rafael
Conte
I. Su voz, fugaz cristalería de las sombras...
...las puertas de la noche,
del viento, del relámpago,
la de lo nunca visto.
.........................................
...que se vea muy bien
que es aquí, que está todo
queriendo recibirla.
Pedro Salinas
Su voz,
fugaz cristalería de las sombras, recorre la ciudad
incendiándola
de sombríos aromas y rumores de bosque.
Palacio de la
aurora,
remanso de la infancia
donde florece el tiempo en altísimos sueños.
¿Dónde perdí la llave
que me abría su cielo? ¡Ah, si alguna vez pudiera,
abrasado de sonidos celestes
y luces vegetales, diluirme en su cuerpo; ser la pura
materia que atraviesa,
sin dañarlo,
como un reflejo de la tarde, su rostro!
Descender su memoria
coronada de juncos, ser su imagen herida por los amaneceres,
penetrar los espejos
en los que se repite el vuelo de las aves,
donde anida el espino en su cárcel de sombras. Saciar así
la sed, como los días
en los atardeceres de sus valles la sacian. ¡Oh senda
detenida
donde mi juventud te amó!
Habitan
los recuerdos
en un tiempo distinto. Nada
profane su silencio ahora, ahora que están las puertas
de sus noches abriéndose, que baña
su inalcanzable imagen la memoria en sus aguas.
II. Está ya amaneciendo...
...aunque sea en almohadas vacías
que no autorizan a esperarla aurora
tan confiadamente
como cuando se duerme
en la marea alta de algún pecho
Pedro Salinas
Está ya
amaneciendo. Nacen arrepentidos
unos de otros los azules, y un malva claro
y a la vez oscuro, vaga como un aparecido
por sus profundas aguas. Reposa
la marea del tiempo sobre su corazón
donde crece un aroma que turba aún a mi alma.
Acaso sólo ruinas
de una música eterna las palabras que buscas.
Luces y sombras
líquidas
dibujan en las piedras
claridades ocultas del reino del crepúsculo, iluminan
un bello libro de horas
donde el olvido
reconoce en sus pétalos
una tarde distinta de la que ahora contemplas.
Sólo un silencio original, a través de una fronda
de imágenes calladas, filtra su inmóvil
claridad en el tiempo. Altas destilerías y púlpitos
altísimos
atraviesan su luz. A veces el reflejo
de un día ya lejano ilumina las aguas, otras el tacto
halla la forma líquida de un sonido infinito.
En las riberas deja
sus alcobas abiertas el estío, ves tu ausencia moverse; y
oyes
las voces del pasado en sus claustros nocturnos.
En el paisaje gótico
los desiguales chopos y los álamos, acercan
a tus ojos el cielo.
Cuantos
colores
recuerdas hoy, destiñen
con su luz la memoria.
III. Desciende entre pinares la quietud de la tarde...
...pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a fa almendra.
La frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto;
perfección vislumbrada, nunca nuestra.
Pedro Salinas
Desciende entre
pinares la quietud de la tarde.
En él fluyen los cielos y se desvela, como un tapiz, su
música.
Suspendido en la imagen que reflejan las aguas, el universo
sacia
la sed que no conoce límites. En mi sangre penetran
como luces dormidas los aromas, moradas
donde mi cuerpo habita, oculto, en sus remansos.
Desnudos paraísos de frío
sus paisajes de nieve, donde aún la pureza
fuera de mí, herida por la infancia, florece en la memoria
como un dios extinguiéndose.
Bajan de las Angustias,
todavía llevados por el sol de la tarde,
los pájaros que nacen de sus cánticos fúnebres.
Murallas desbordadas por arroyos y fuentes, palabras
que han vencido los siglos se diluyen en él; y yacen
sus voces invernales sobre un silencio herido.
Dejadme
aquí, bien en lo alto
de la ciudad, aquí, en Mangana, donde ilumina el jazmín
blanco
de silencio a la noche, donde el rumor errante
de las aguas, entrega
su sepulcro a mi cuerpo
para que así, perdida la memoria, los sentidos
descalzos, siga siendo
milagrosa marea del crepúsculo;
invisible aposento en el que fluye, ¡oh música infinita!,
mi corazón en su quietud eterna.
IV. Abre sus ventanas el aire...
Abre sus
ventanas el aire. Ves descender los pájaros
iluminados por el sol. Un silencio de pórticos,
de sombras derramadas y de cristales líquidos
edifican el claustro
de su voz, turban con los más hondos
y fugaces inciensos la gloria
de un cortejo de cálices florecidos de júbilo.
Enciende su liturgia,
vegetal y sagrada, un resplandor oscuro.
¿En qué remotos sueños,
sobre qué frondas los más altivos reinos
de su abismo reposan? Se desnuda debajo
de los sauces su luz; y los laureles y las enredaderas
tiñen de vegetales cónclaves
su cauce.
¡Qué
altares
de alucinadas geometrías, qué paraíso en vuelo
estremece a tus ojos! ¡En qué oficios, el agua,
abre sus puertas a los atrios del tiempo!
Enciende sus candiles de silencio la noche
y escuchas, de sí mismo apiadado, un murmullo de sombras
y encantados espejos.
Huye hacia su corazón
la transparencia de los bosques.
¿Son mis manos las mismas
que rozaron sus aguas, las mismas que tocaron
en sus aguas los cielos? ¡Qué orfebrería de luces
su rumor en mis párpados! ¡En qué ruecas se teje
todavía su imagen! ¿Quién da forma infinita
a esta noche mortal?
De "Itinerario para naúfragos"
1997
La música serena
La música serena,
más callada, se enciende con la tarde;
sobre la verde vena
del agua, brilla y arde
junto al silencio de armonía plena.
Con ritmo lento huye
por transparentes luces alumbrada.
Oh, claridad que fluye
y en sombras agostada
contempla su pureza y se destruye.
Oficio de verano
A Francisco Fernández
Al borde del estanque se apresura
por derramar un pájaro su idioma;
roza a las flores, sufre con su aroma
la levedad de ser substancia pura.
Inclínase la flor en la amargura
de ser sólo el reflejo al que se asoma;
agua, por fin, que del estanque toma
sólo la soledad de su agua obscura.
En negras transparencias y humedades
por sonidos y sombras dibujadas
brilla fa luz de un pájaro en su vuelo;
luz que en la tarde rompe las verdades
de la flor en el agua reflejadas
al deshacer su imagen y su cielo.
De "Itinerario para naúfragos"
1997
Poética
A Luis García
Jambrina
I. Las gotas de rocío...
Las gotas de
rocío
caían por los pétalos de la flor del acanto; con ellas
resbalaba
la imagen de los cielos. Penetrar el palacio
cerrado de las cosas; contemplarnos a solas
en sus rotos espejos; seguir con la mirada el curso de los
astros
en el fondo, infinito, de las aguas de un río.
Vivir el
movimiento que habita las palabras,
conocer la apariencia, amar la soledad
de los frutos caídos y que, ahora,
con la luz de la tarde
desvelan el pasado en las ruinas del tiempo.
Las mañanas nevadas congelan con su música el viento del
invierno.
Las gotas de rocío
la hierba del jardín. Oyes a tu memoria
las cosas, entregarte palabras encendidas
que la muerte construye. Nunca edificarás
un poema con ellas.
Sólo
esperas, vencido,
a que la noche incendie los helados colores de la tarde
con sus llamas de sombra.
II. La niebla que contemplas en los ojos del corzo...
La niebla que contemplas en los ojos del corzo
que acaba de morir; la sangre de la ortiga
que habita los aromas que descienden del monte; la imagen
de la alondra,
su trino, blanco y seco, reflejado en la nieve que enciende
tu recuerdo;
la fragancia del prado dibujada sin límite.
Has de mezclarlo todo, de tal forma
que cuando el gallo de la amanecida cante
macere con su grito incendiado de luces
tal locura de amor.
Hallarás junto al valle de
tu cansado reino
los más frondosos bosques: descabalga y penetra su castillo
de sombras.
Junto al foso en que crece el clamor del enebro
se empaña la mirada que presienten tus ojos
y jamás han de ver.
Debes
cortar los pétalos, no de la flor
sino de su reflejo, al rubor de la orquídea que habita los
arroyos
y obtener la fragancia de la flor de la escarcha
que sueña en el silencio recóndito del bosque.
Has llegado al lugar
donde crecen las flores, mas la flor invisible que en la
brisa germina
huirá con tu presencia.
Debes, con todo, construir un altar y encender su perfume;
pues su luz es la única
que hará hervir las imágenes que componen el séquito
del filtro que te ofrezco.
Da a respirar sus brumas. Más no sufras si adviertes
que has perdido tu vida; que has cortado
del recinto de sombras que te habitan -sin obtener amor-
sus flores más hermosas. Piensa
que los sueños no ofrecen
mayor utilidad a su belleza efímera.
III. Y le llamas poema...
Y le llamas poema
al placer de la mente de obtener de las cosas
un lenguaje preciso que destruya,
con el fermento de sus signos, las leyes
que edifica la muerte.
Mas al dar forma a tu espíritu, le ofreces
una mayor zozobra a tu existencia.
Y le llamas poema
a cuanto, sin pasión, representa el deseo
sobre los límites de la incertidumbre.
IV. Entornar la mirada...
Entornar la mirada
hasta ver lo impensable, es crear.
De "Itinerario para naúfragos"
1997
Río Escabas
A Mari y Antonio Merchante
Roza la palidez
vencida de los sauces sus aguas;
baja lleno de sombras
que mi alma conoce. Yo lo recuerdo ahora, lento,
por las umbrías; en el atardecer: cuando deja
el olor inundado de las sábanas húmedas por entre los
olivos.
Tiene la vieja
luz de los nogales,
el resplandor descalzo de los suelos sagrados
donde oscuros aromas de maderas mojadas
habitan su penumbra. Entre el olor amargo
de los mimbres aún verdes y la lluvia, teje la claridad
áspera
de la higuera su perfume dormido.
Lo ha estado
haciendo el tiempo. En lo más hondo
de mi vida lo veo, deja
sobre mi soledad el sabor agridulce
de los viejos metales, un profundo silencio
de vegetal cortado. ¡Qué noches encendidas de música
han desvelado a mi alma! ¡Qué paraíso de sonidos la
incendian!
En sus riberas silba
la luz fría del alba en la serpiente, y habitan sus
palacios venenosos las víboras.
Lo recuerdo en los huertos
de la hoz, levantando
sus gozosos altares; o en sus púlpitos verdes
donde los lirios, solos, sobre los zopeteros, se incendian
en las aguas
rodeados de espadas vegetales y sombras.
En él arden la zarza y el espino, mañanas con las flores
que de niños pisábamos. Nos dejaban sus aguas
el húmedo silencio de las alfarerías
y las fuentes; lo subían al pueblo nuestros ojos mojados.
¡Oh,
río que al recordarlo se detiene
en aquella mañana cuando, junio, radiante, desnudaba
los cuerpos más hermosos y, a escondidas, olíamos sus ropas
pues en ellas quedaban, todavía, los cuerpos,
tibiamente encendidos por secretos aromas!
Anduve toda la tarde solo, como ahora estas calles
donde el tiempo se adhiere a sus cenizas lívidas.
Quiero ir a su lado; habitar su silencio de nave
abandonada.
Hasta mi alma sola, llega su olor a invierno en los
membrillos.
Llévate tú mi noche entre las aguas;
la solitaria noche por la que oigo mis pasos
que no saben hallarte, ¡oh río donde el cielo se hunde,
reflejado y altísimo,
como un oscuro pájaro al que llaman las sombras!
De "Itinerario para naúfragos"
1997
Sepulcros de la luz
Para Juan
Manuel Medina Damiani
El temblor del silencio
I. En el jardín del claustro
vence el tiempo a la luz. Dos leones alados
a los que nace entre sus fauces musgo, mantienen
con sus formas de piedra
una pelea acuática: batalla de reflejos
cuyas llamas inundan de belleza el estanque.
Un lejano esplendor
ilumina el recinto que la mirada crea, sirve para
decoración
de la memoria. Hay en las rejas sangre y, entre la fronda
del bosquecillo próximo,
guerreros que se ocultan asediando a la nada.
Nunca coincidiremos con la muerte. Nuestros ojos se pueblan
de imágenes que, al mezclarse, destruyen
los diferentes ángulos de visión de su puesta en escena.
Cualquier espectador, al habitar el nombre de la muerte,
asiste
al opaco sonido de un espacio que es único: un paisaje
desierto,
sin perspectiva alguna, donde la luz proyecta su reflejo
sin vida.
Brilla en su infierno verde el corazón del bosque
y en la fronda podrida de la alberca
posa sus sedas de calor el verano.
Ves el temblor
del tiempo. Las flores que se abren
en el jardín, iluminan la ausencia de cuantos defendieron
este lugar que te convierte en sombra.
II. Contemplas
los despojos de un siglo que murió entre placeres. Todavía
el hedor de sus sótanos y el rumor de sus fiestas
incendian las ciudades.
Ved el espacio en llamas, la combustión del aire: los
edificios
de los cuarteles y de las catedrales; el fulgor del dinero
y su oleaje sobre el horizonte; ved
el corazón de piedra
de la ciudad, sus inmensas fortunas
trasladas de una página a otra de la Historia por los
mismos esclavos.
Todavía se adoran en los templos sus dioses, y las leyes
-incluso las que nos ofrecieron libertad-, conocedoras
de que nuestras costumbres seguirían haciéndonos cautivos,
son las mismas.
Nos disfraza el pasado con sus más bellos trajes
y el tiempo, que convierte en leyenda la sangre de los
héroes,
nos miente. Imprecisas imágenes, ambigüedad de formas
giran en la memoria. Las flores
hierven movidas por el aire, y un agreste paisaje
se remansa en los prados. Como música antigua,
la luz gastada por la arquitectura
se desliza en los muros. Los pálidos colores
con que oculta el pasado su derrota
iluminan el templo.
En
las ruinas,
queda una claridad de yeso mordida por la muerte; caen del
tiempo los copos
de una ceniza enferma. Y en tus ojos, que celebran lo efímero,
arde la soledad de toda gloria.
III. Cuantos llegaron a las orillas de estos ríos y
no supieron volver, edificaron la ciudad. Todavía conservan
un silencio de cima las almenas. Brilla en el horizonte
la lejanía de los siglos; y abandonas
la mirada en sus reinos hacia los que, alguna vez, partiste
en busca de una patria que no has hallado nunca.
Ves arrasados por el oro o el fuego los campos
que, desde aquí, contemplas; calles atravesadas
por procesiones y desfiles; plazas
convertidas en foros donde, los más pícaros, esgrimen
un discurso moral, donde la corrupción
denuncia a lo corrupto, la podredumbre
a lo podrido.
Se adora a la apariencia
y en los mercados, como el amor, busca
la penumbra el dinero. Te parece que escuchas, todavía, el
murmullo
de los grandes festejos. Hace ya muchos años, llegaron a la
ciudad
echadoras de cartas y mendigos, encantadores de serpientes
y músicos
que transportaban instrumentos con cuyos sonidos construían
ciudades.
Mercaderes de telas, comerciantes de insólitos remedios
cuyas plantas dejaban a su paso, en el aire, perfumes
de paisajes lejanos. Celebraban subastas
en las que, lo mismo que trofeos, se exhibían desnudos,
bellos adolescentes a los que rodeaban
mensajeros y artistas ambulantes, confesores
y jueces.
¿Cómo no ver a la belleza herida
donde la esclavitud edificó su reino? «Prefiero
la injusticia al desorden», aseveraba Goethe, ignorando que
el orden
no puede ser injusto. Quien no tiene memoria
nada espera. Como no espera nada,
ni es más dulce su rostro, el busto que contemplas: materia
no atravesada nunca por la luz o el sonido
que aún parece asomarse -oxidadas las sombras de su frente,
sus ojos entregados
para siempre a otro tiempo- a esta ciudad donde sembró el
espanto.
Los murciélagos forman,
en el silencio de las bóvedas, lámparas
de oscuridad, un tiempo
todavía pudriéndose; y navegan
en sus cuerpos de sombra, como paraguas destrozados, la
noche.
Tus pisadas deshacen en los charcos su imagen, como cuando,
de muchacho, atrojabas
piedras a los estanques y en los remansos de los ríos para
ver cómo se deshacía y tornaba a su imagen tu rostro.
Tienes
la vaga sensación de haber vivido, alguna vez, un tiempo
que no te pertenece. En las umbrías de los muros, como
trompetas de la muerte,
abren su flor los lirios. Queda entre los olivares
una luz de bazar, de bengala inflamándose:
el resplandor blanco de la ciudad en fiestas.
Lo mismo
es que emprender un viaje y olvidar el camino de regreso
el poema que escribes. Has ido recogiendo,
como si se tratara de un espejo roto,
cuantos fragmentos de la tarde, y de tu corazón,
componen tu presente.
Desde
donde contemples
a la ciudad, la verás siempre llena
de villanos y de héroes.
IV. Coronada de mártires, seguida
de notarios y astrónomos, dueña de navegantes
y teólogos. La comitiva de la Historia
cruzó por estas lomas transportando sus jaulas
con exóticos pájaros, construyendo prisiones y murallas,
patíbulos
y altares, plena
de venenos y joyas.
La recuerdas
en los primeros libros de la infancia, ilustrados
con las mayores aberraciones y crímenes, vestida de
serpiente,
disecados sus labios lo mismo que en los mapas los nombres
de las ciudades y los ríos.
La memoria repite una retórica sucesión
de desiertas imágenes, un confuso cortejo
de lejanías plateadas y nieblas.
La Historia es
un lugar estéril, donde los hechos suelen
ser razón del error, donde son perseguidos por la muerte
los sueños, y en el que todas las ciudades tomadas
son infieles.
Ves regresar el tiempo, lamer
como un reptil cansado con su cuerpo los muros
donde el escudo de armas, todavía con savia,
envejece en su gloria. Las ruinas tienen algo
de distancia que arde, un resplandor de luces desterradas.
Cruzan, las figuras sin sombra de la Historia, la tarde; y
ves crecer las flores
que nacen siempre en las edades muertas.
V. Tu infancia,
tantas veces cautiva, capitán de bandidos
en busca de tesoros y cámaras ocultas
en las que imaginaste, rodeada de ungüentos prodigiosos
y bálsamos, la imagen -en todo su esplendor-
de una reina dormida. Huiste con sus joyas
después de deshacerte de su cuerpo de guardia y sortear las
trampas
que esperaban tu carne.
Otras tardes
buscaba tu niñez en los alrededores de este lugar princesas
todavía encantadas, y componías filtros
para romper su hechizo, las palabras exactas
que devolvieran la verdad de su vida a tus ojos. Y veías
así,
en la serpiente, el caracol, la hormiga, un cuerpo
como el tuyo condenado a estar solo; y pájaros bellísimos
cuyo canto de dolor, lo mismo que tu canto, era inmenso.
Desde entonces recorres
el universo en busca de sonidos capaces
de hallar la realidad, y sabes que el poema
es lo que nos equivoca con su verdad profunda.
Y así en el fondo de las cosas escuchas
cierto fervor vacío, como el silencio desvelado
de lo muerto que asciende, traslúcido, tras las grandes
batallas.
Tengo, condenado en su cárcel, en mis manos
un saltamontes -equivocado vegetal, huido de su reino- como
aquellos
que perseguía de niño. Parece que llegara
del futuro a posarse sobre un tiempo
que sólo es apariencia del tiempo que lo habita.
Un sol amurallado del color de la sangre
da a la tarde la imagen de los largos asedios; y como
si desde la lejanía, a través de tus ojos, mirara
un ser distinto al tuyo, te sientes
el precipicio de la historia, tiempo
que continúa despeñándose, lo mismo que sobre el horizonte
de las cosas
En el breve museo que visitas
la luz, que es azulada y pálida, descansa
como un remoto príncipe, sobre las armaduras y los códices.
De las bodegas y los sótanos asciende
la llamarada de un silencio húmedo, el aliento podrido de
los siglos,
t hasta el pequeño páramo de mármol en el que, como
entonces,
todavía imaginas un paisaje nevado
al que hubiera acudido, para saciar toda su sed, el tiempo.
Tomado de:
http://amediavoz.com/jimenezDiego.htm
Sé que hago mal…
«… Sólo los aires
pasan sin vanidad, sin testamento, sin molduras
posibles…»
«Sé que hago mal…»
Sé que hago mal
quedándome, que llegué en mala hora, en un momento extraño
de la luz.
Rocas eternas
me comprenden, me han ayudado
hasta llegar, hasta poner el coro
de mi paso en la tierra.
Mala vigilia
me ha traído. Mañana pasará
y estaré solo y lejos,
pero dejadme hoy, aquí, sobre este San Ginés,
sobre la vida misma
de las hoces en vuelo. Dejadme aquí. Mañana
qué pájaros, qué calvijar
elevará las alas, dará altura
al hocino, a la piedra más viva
que recuerdo.
Quién
elevará el silencio en tanto ruido,
en tanta avena loca
como crece.
Qué acarreo me sigue,
qué sementera
alza por dentro de este mar
su calma.
Nunca los aires
que nos niegan su tiempo
y sus colinas nos han dado buen pasto,
buen sacrificio, buena sombra
diaria. He venido a quedarme.
Hace buen cierzo, buena
contemplación. Junto a estos aires cruzan
blancas piedras, fantasmas, duendes
equilibristas, brujas
de altas escobas, de altas posturas
en la noche. Almas tempranas, ecos
de buen cántaro acuden;
pienso qué dura ruina se levanta,
qué maleficio rompe
el único quehacer de nuestra sangre.
Hace buen cierzo, se ha ensanchado este caz, pasan
aguas verdes, tranquilas.
Dejadme solo, quiero
sobrevivir, bañar mi cuerpo
en este JÚcar, dentro
de su oración, deL aire que ahora pasa,
que hoy podría ser fiel a tanta claridad
y a tanto cielo.
Tomado de:
https://trianarts.com/diego-jesus-jimenez-se-que-hago-mal/#sthash.UqfjdGD3.dpbs
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