jueves, 30 de diciembre de 2021

POEMAS DE BLAI BONET

 



BALADA DE LOS ORGANILLEROS

 

Silencio brescado de sol.

Mañana azul de primavera.

 

Organilleros ensuciados

venden una polca vieja,

en una plazoleta crismada

con sol y sombras de palmera.

 

Nadie quiere un vals azul

y los organilleros se quejan.

Moliendo espigas de música

las verdes camisas dejan...

 

El manubrio dentro de un porche

de capuchinas

y flores de calabaza...

Tres organilleros desnudos,

oscuramente sudados,

lloran en la luna llena...

 

 

A LOS INNOMBRABLES AVEDOS MUERTOS POR UN TRABOLINO DE AGUA

 

Parece que está maduro el cielo

y le ha caído fruta..., ¡y tanta!

 

Las verdes acequias parecen

camas de los gitanos del aire,

que duermen en la verdesca

la canción en el pico colgada.

No está colgada, ¡ay, no!

Derramada está, derramada...

 

Diminutas noches de pluma,

noches transverberadas de agua!

Hidrias de vuelo que bebía

cielo, y ¡estrellaba las ramas!

 

 

AULA

 

Los niños, aves en la jaula

del colegio, deshojan páginas.

 

Cielo por las uñas. De frío

la lección les devuelve azul.

El invierno, tonsurado, los mira

detrás de los cristales... y pasa.

 

La ribera de papel

del mar inmóvil de un atlas:

balcón donde los niños contemplan

la paz rara de las alas.

 

Los cristales -mojados- copian

la elegía de las aulas.

 

 

AHORA ADIÓS... PERO NO ADIÓS ¡

 

Si tu cielo, color de vena,

fuera tela para hacerme un hábito,

sería yo un puñal rápido

para cortar un arca llena,

en tierras lejos de venir

paño azulado de Santanyí!

 

    ¡Ay, ay, la villa dormida,

    ¡Ay, ay, que la dejaré!

    ¡Ay, ay, cómo la lloraría,

    Ay, ay, ¡cómo la lloraré!

 

Hacerme capuchas de cielo

y un cordón de palomas blancas...

Que, en medio de extraños cactus,

firmaran a Fray Rafel:

- ¿Quién es que pasa por ahí?

-Pasa el cielo de Santanyí.

 

    ¡Ay, ay, la villa dormida,

    ¡Ay, ay, que la dormiré!

    ¡Ay, ay, como la lloraría,

    Ay, ay, ¡cómo la lloraré!

 

Mi túnica gris,

bajo la Puerta Murada,

no levantará más polvo dorado

con el vuelo ceniciento que frega,

después de dejar, en Roser,

los rescoldos del salmo último.

 

    ¡Ay, ay, la villa dormida,

    ¡Ay, ay, que la dejaré!

    ¡Ay, ay, como la lloraría,

    Ay, ay, ¡cómo la lloraré!

 

Adiós, copón trabucado,

consolación lejana,

que en tu piel de granada

guardas fuego cristalizado.

Sígueme, mar de llamas azules,

que el viejo mundo con el nuevo trabas.

 

    ¡Ay, ay, la villa dormida,

    ¡Ay, ay, que la dejaré!

    ¡Ay, ay, cómo la lloraría,

    Ay, ay, ¡cómo la lloraré!

 

Cuando la vieja auba de malvas

salga de la alcoba oscura,

ciñendo la fría cintura

de las torres con manos balbas,

dejaré el encaje antiguo

del claustro de mi convento,

colgando en el ala del viento

un collar de llanto que le diga:

 

Si d América sabéis

que mi vida ya terminó,

mirad la estrella de la mañana:

Seré yo que os digo adiós,

desde los azules balcones de Dios

mirando al oro de Santanyí.

 

    Ay. ¡Ay, la villa dormida,

    ¡Ay, ay, que la dejaré!

    ¡Ay, ay, como la lloraría,

    Ay, ay, ¡cómo la voy a llorar!                            

                              

 

 

canto espiritual

 

 

DIOS COMPAÑERO

 

Yo somos su perro que baba,

mi clamor es una saliva amarga.

Desde el limo de la tierra, mi voz como un pichón,

como una paloma de mar herida por los cazadores.

Mis manos no han cantado,

cesto a la oscuridad como un montón de baleos,

y mi memoria cruje como una gavilla de arijes.

Yo no he quitado espiga; sólo hierba, Señor.

Tiene canto como un margen lleno de estrangullinos.

Pero en mi cepa desficiosa por el bañador,

de cada aurora, de cada día, de cada luna,

es más alta la llama vibran de tu amor,

que ahora es mi amor, Señor.

Mis males brillan como ramos fosforescentes de avena,

y es el amor sobre mi frente como un badajo jovencísimo.

Y Tú, Señor, junto a mis huesos incendiados,

junto a mi carne agria como un pan florido,

está como un perro fiel,

lamiéndome estas llagas que, con su claridad,

cantan la misericordia de tu saliva.

 

 

 

CARTA A JAUME VIDAL ALCOVER

 

Sé abajo de qué quensia y qué cuasia

cestas de rosas de Ronsard repasas.

Las manos tienes de abad joven, y tienes hortensias.

Mientras la fuente y el agua se hacen altas,

tapices dicen crónicas flamencas en

torno a tu trabajo de amante. ¿La flauta

fluye?, ¿o silbas? Mandarines verdísimos

rumbean por los espejos, ¿dentro de la sala?

 

Si tanta llama llevas de galanía,

besa la mano de Dios, que es tan galana.

El rostro debe tener aún tan pálido

como si lavado fuera de agua limonada;

y la nariz tan ávida que acomete, de fuera,

las agrias manzanillas. Qué olor

y qué fisonomía tiene la pradera

has sabido siempre. Y no al pie de la letra,

sino a los pies consagrados de la palabra.

 

Si en jarras tengo que beber agua hermosa,

que sea de esa fuente serenada

donde ahora bebes, donde lo bebería siempre.

 

Más otra llamarada no encendería

si fuego distinto en mí no se abreviaba.

La llama no es el fuego, es consecuencia

sonora de un ardor que, altamente, mata.

 

¿Y el fuego quien apagará, si llamas suyas

son besos y palabras preciosas,

no extrañas al ardor que las inflama?

 

Yo voy bebiendo, no sé de qué vena,

un evento de llamaradas.

Y me hunde -¡oh trago!, ¡oh pradera!- en fonda

profunda. Y, ya más fresca que un bellver,

la tierra de mi cuerpo reviene, se empapa.

 

Empapada, ya no se secaría

nunca más de esa bebida soberana.

Y bebiendo en gallet se moriría

de no morir cuando es tan abreviada.

 

Profundidad regaladamente fría,

que das muerte o pan como una patria, ¿

déjame pasar esa tela preciosa

que antaño tenía un bien que no tiene ahora?

 

Si tanto llevas, como dices, calrada viva,

para no desenconarte de la infanta

aurora del pecho oloroso de Dios,

ayúdate en cada cosa contemplada

y chupa, boca con boca, todo cuanto tenga,

qué otra cosa beberás que no pensabas.

 

Poema es tocar una flor, una fruta,

una mano. Y sentir la acción sorda,

el movimiento, la poesía, la onda

de Dios. Los cerclews de presencia activa

de la Palabra, que no termina, en frutas,

en flores, en manos. Y llevar la mano en la boca

y besarla y hablar ese gran contacto.

 

Sólo cambiando el Amor en Teología

el color de su Centro llevará el alma.

 

En círculos luminosos se concentran

el amor, la voz, las primaveras altas.

Tradición no es dejar ramas muertas

sobre los altares, mientras la ronda avanza.

Tradición es coronar olivos.

Que el tronco sonoro deje un adiós perfecto.

Y vuelva a empezar el rondel clarísimo

el mismo verdor, pro más infanta.

 

La gracia de la gracia es hacer una jarra

en clara libertad; hacerle mil asas

y un cuello larguísimo, y la prominencia

como una onda parada, ávida de agua.

Pero que, con tanta libertad, te sientas

esclavo de no poder dejarla. El ansia

de hacerla cada día un poco redonda,

sólo que el ángel de la sed quepa.

 

 

LA PALABRA

 

Basta decir una palabra:

“pinotell” o “baladre”,

y el mundo suena más claro

que en claridades de rama.

¡Qué claridad lavada

tiene el mundo dentro de la boca!

 

¡Qué temblor antiguo

oír “ginjoler”, y sentir

la luminosa distancia

entre el color de una rama

y su nombre que en mí suena!

 

La palabra es el mundo

que sale ungido de la fonda

aurora constante de Dios

en nosotros, amantes pálidos.

 

Y somos cañas humanas

que suena Dios, sonándolas,

cuando hablamos. Cañas frágiles,

pero llenas de música.

 

 

LA PALABRA

 

Giraba aquella conversación:

- “La avena se moría,

y manos de amor la ataban,

desligaban, y vivía.”-

 

y cuanto más hablaban,

más ramos de plata, más sonidos

de avenas brillantes

iban y venían.

A fuerza de palabras

dichas en tierra, en el aire,

por los cuatro caminos del mar,

la hora fresca, el fresco

de la primera aurora

de ríos, de acelerías,

es siempre vasta y nueva.

Si hablamos, comentamos

la claridad numerosa

de la boca y manos

de Dios, que habla, y es

amor de la palabra.

Y esa habla antigua

es un suceso tan tierno

en las bocas calientes,

como un escalofrío de verdor

sobre una cepa negra.

 

 

MAR

 

El caminar ardiente

de la frescura del agua.

Verdor horizontal.

Abril extendido de espaldas.

 

Cerca del mar, melodía

del vestirse de los árboles

y desvestirse, puros,

del color y la palabra.

 

El mar resto tenaz

en su esmeralda.

Recuerda el cielo y brilla:

Vocación del agua.

 

 

ASCENSIÓN DE LA TIERRA

 

La melodía ciega

y esclava de la cepa.

El verdor por la línea.

La tierra crece y suena.

 

Qué escalera secreta

¡Tiene la tierra en el tronco!

¡Oh, voluntad de altura!

¡La tierra hacia gloria!

 

Destino del verdor

y de la raíz esclava:

Resumir en la muerte

todas las horas claras.

 

Valentía en la luz

en la cima de la llama.

¡Es la última sacada!

Primavera incendiada

 

 

 

NOCHE INTERIOR

 

Si la claridad suena

por tanta calma infanta,

no es para nada más, no, no,

que por haber seguido

tanto silencio de márgenes,

la noche, el camino oscuro

de la recta ignorancia.

 

Ir por tierra oscura

es tener ya una honda

voluntad de brillar.

 

Decir que sí a todo momento,

a todo aire, a toda agua,

no es alargar el gesto

para dar sol, naranjas,

ríos claros ni manos de amor.

 

Decir que sí a todo aire

es voluntad de recibir

todo cuanto no sabes ni sientes,

y esperar, desnudo de gesto,

fruto que no te han prometido,

y creer, como una fuente,

que llevas claridad, que brillas,

pero que eres ciego y suenas.

 

Armado de un sí, amante,

con la judería de la mano

llena de soledad,

por la marina extraña de

los sentidos asombrados,

pasa, salta, vuela, rápido,

atraviesa, que te quita ruido

ya tu clara y única

 

Primavera espigada.

 

 

 

CANCIONES

 

    I

 

Desde los ginjoler hablaba.

Me mataban las palabras

y

 el ginjoler ginjolava.

 

Amigo, cosechamos silencios.

Que la silla de amor,

que mi azufaifo no sepa

que me espera el agua dormida,

con una camisa fresca

de miradas de salvia.

 

    II

 

La pena larga del río:

No poder mirar atrás,

el manantial primitivo

 

Saber que el mar le espera;

y no le hace correr el mar

sino esa agua primera.

 

Tan fresco es como la fuente era.

No está viejo el río si ha llegado.

Es el niño que viene cansado

de abrevar juncos de ribera.

 

    III

 

Si te recordaba el mar,

azulaban las aceitunas

en tu olivo.

 

La luz del mar te llamaba.

y un cuchillo de ala fría

en el agua muerta brillaba.

 

En el fondo del agua dormida

lucía una moneda

con tu perfil, mi vida.

 

¡Claror de esta fuente fría!

¡Oliverar del mar!

¡Fuente de la triste moneda!

 

    IV

        Homenaje a RA

 

Si el tamarindo es todo verde                            

y por la cepa tiene sal,

diga que es el mar sembrado

la voz del tomarinar.

 

Si llora por colorines

de peces y de coral,

diga que es el mar sembrado

la voz del tomarinar.

 

Si en ramas la sal vuelve alta

y el color vuelve salado,

diga que es el mar sembrado la voz del tomarinar.     

 

    V

        En memoria de García Lorca

 

Ballarí, bailador

si el mar bajo un mirto

ponía la cabeza en las manos,

¿qué harías, bailarín?

-Colliría entonces secas

y dentro de una botela

las haría sonar.

 

Y si sintieras la aurora

que va y viene por un palacio,

¿qué harías, bailarín?

-Colliría flores de plátano

y pensaría en el canto de una nave.

 

Y si un día no bailaba

el agua en tus manos

¿qué harías, bailarín?

-Encendería mi cama

y dejaría mis pies

en la orilla del mar.

 

 

MANOS DE AMOR

 

Quisiera derrames, luz mía,

como beso la judería de las manos.

Mis manos, el único miembro

que te conoce. Cuando tú te vas,

me dejas la mano tan muerta

y tan sola, que se me cae.

 

Yo no tengo prueba de amor

más que el ala de las manos.

He llegado a ti, en los márgenes

de tu corazón sencillo y claro

con mi mano. No sé

cómo no agonicé

como un pedazo de tarde, yo

que sólo somos un amante.

 

Sólo de destrucción

hacia más vida me aguantando.

Me aguantas tú, cielo, muerte mía,

con tu mano.

Con la tuya y con mi

mano ciega, me voy defendiendo

de la sangre derribada

por tiempo, amor y hachas.

 

La mano estoy besando, besándome,

y estoy besándome el amor

que te tienen mis manos.

 

ENCIMA EL FENÁS VERDE

 

Encima el hendido verde, tu altura

como una ascensión silenciosa

de claras azucenas. Temblosa,

la corte de los beles del aire en tu figura.

 

La corte de los beles del aire en la figura

viste y desviste de sonidos la fuente

fuente negra de cabello y, luminosa,

por la hierba de tu cuerpo, la luz pasto.

Por la hierba de tu cuerpo, la luz pasto.

Por la hierba de tu cuerpo, las aguas frías

del moaré y el embate. Feliz coral

de tus hombros vibrantes bajo las sedas.

 

La belleza se cae, blancura abajo:

los ojos, los senos, los brazos vertidos,

son ríos con paso y sueño, son ríos colgados.

Tomado de:

http://magpoesia.mallorcaweb.com/bonet-blai/poemes1.htm

 

Natación

Mi padre había defendido los colores

de la nación, nadando libre

justo cien metros en una piscina,

donde ocho cuerdas de plástico figuraban

ocho calles cerradas para ocho naciones libres,

que eran porque sólo tenían un chico

sólo con un bañador diseñado en cursiva

como reclamo para hacer publicidad de la raza.

Ayer cumplió quince años. Desde los siete acá,

en que mis padres me arrojaron a la tierra

a defender el honor del Estado a una Olimpiada,

he nadado cada día cinco mil metros

de braza, de mariposa

y, entre estilo y estilo, mil metros de sprint.

 

Hoy era el sábado. No tenía

entrenamiento. Pero he ido al club

donde todo de niñas y muchachos chillaban.

 

Como tenía libre no sé qué

y el atardecer, también, porque he mirado a

todas las chicas en una niña,

he entrado como dormido en uno de

los vestuarios no sé yo por qué.

No había nadie, justo olor a agua en

el plato reluciente de las duchas y el aroma

que el pantalón, el anorak y los slips blancos hacían,

colgados y sin los chicos.

 

 

Me he medido y, sin los zapatos,

he hecho uno ochenta, sin papá y mamá.

Nunca había tenido, no con el lámpara apagada,

el chiste de pensar en las edades que atravesaba

con el verdanco de mis alturas.

Un rencor, que empezaba justo a hinchar,

me despertó, como el brusco ventimos de una llendera,

del sueño en el que yo, hacía quince años,

vivía dormido entre las flores

del algodonero que me vendaba

y me hacía creer en una llaga,

de la que justo existía la venta...

Tomado de:

https://www.versos.cat/autor/blai-bonet/poemes

 

 

 

 

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