BALADA DE LOS ORGANILLEROS
Silencio brescado de sol.
Mañana azul de primavera.
Organilleros ensuciados
venden una polca vieja,
en una plazoleta crismada
con sol y sombras de palmera.
Nadie quiere un vals azul
y los organilleros se quejan.
Moliendo espigas de música
las verdes camisas dejan...
El manubrio dentro de un porche
de capuchinas
y flores de calabaza...
Tres organilleros desnudos,
oscuramente sudados,
lloran en la luna llena...
A LOS INNOMBRABLES AVEDOS MUERTOS POR UN TRABOLINO DE AGUA
Parece que está maduro el cielo
y le ha caído fruta..., ¡y tanta!
Las verdes acequias parecen
camas de los gitanos del aire,
que duermen en la verdesca
la canción en el pico colgada.
No está colgada, ¡ay, no!
Derramada está, derramada...
Diminutas noches de pluma,
noches transverberadas de agua!
Hidrias de vuelo que bebía
cielo, y ¡estrellaba las ramas!
AULA
Los niños, aves en la jaula
del colegio, deshojan páginas.
Cielo por las uñas. De frío
la lección les devuelve azul.
El invierno, tonsurado, los mira
detrás de los cristales... y pasa.
La ribera de papel
del mar inmóvil de un atlas:
balcón donde los niños contemplan
la paz rara de las alas.
Los cristales -mojados- copian
la elegía de las aulas.
AHORA ADIÓS... PERO NO ADIÓS ¡
Si tu cielo, color de vena,
fuera tela para hacerme un hábito,
sería yo un puñal rápido
para cortar un arca llena,
en tierras lejos de venir
paño azulado de Santanyí!
¡Ay, ay, la
villa dormida,
¡Ay, ay, que
la dejaré!
¡Ay, ay, cómo
la lloraría,
Ay, ay, ¡cómo
la lloraré!
Hacerme capuchas de cielo
y un cordón de palomas blancas...
Que, en medio de extraños cactus,
firmaran a Fray Rafel:
- ¿Quién es que pasa por ahí?
-Pasa el cielo de Santanyí.
¡Ay, ay, la
villa dormida,
¡Ay, ay, que
la dormiré!
¡Ay, ay, como
la lloraría,
Ay, ay, ¡cómo
la lloraré!
Mi túnica gris,
bajo la Puerta Murada,
no levantará más polvo dorado
con el vuelo ceniciento que frega,
después de dejar, en Roser,
los rescoldos del salmo último.
¡Ay, ay, la
villa dormida,
¡Ay, ay, que
la dejaré!
¡Ay, ay, como
la lloraría,
Ay, ay, ¡cómo
la lloraré!
Adiós, copón trabucado,
consolación lejana,
que en tu piel de granada
guardas fuego cristalizado.
Sígueme, mar de llamas azules,
que el viejo mundo con el nuevo trabas.
¡Ay, ay, la
villa dormida,
¡Ay, ay, que
la dejaré!
¡Ay, ay, cómo
la lloraría,
Ay, ay, ¡cómo
la lloraré!
Cuando la vieja auba de malvas
salga de la alcoba oscura,
ciñendo la fría cintura
de las torres con manos balbas,
dejaré el encaje antiguo
del claustro de mi convento,
colgando en el ala del viento
un collar de llanto que le diga:
Si d América sabéis
que mi vida ya terminó,
mirad la estrella de la mañana:
Seré yo que os digo adiós,
desde los azules balcones de Dios
mirando al oro de Santanyí.
Ay. ¡Ay, la
villa dormida,
¡Ay, ay, que
la dejaré!
¡Ay, ay, como
la lloraría,
Ay, ay, ¡cómo
la voy a llorar!
canto espiritual
DIOS COMPAÑERO
Yo somos su perro que baba,
mi clamor es una saliva amarga.
Desde el limo de la tierra, mi voz como un pichón,
como una paloma de mar herida por los cazadores.
Mis manos no han cantado,
cesto a la oscuridad como un montón de baleos,
y mi memoria cruje como una gavilla de arijes.
Yo no he quitado espiga; sólo hierba, Señor.
Tiene canto como un margen lleno de estrangullinos.
Pero en mi cepa desficiosa por el bañador,
de cada aurora, de cada día, de cada luna,
es más alta la llama vibran de tu amor,
que ahora es mi amor, Señor.
Mis males brillan como ramos fosforescentes de avena,
y es el amor sobre mi frente como un badajo jovencísimo.
Y Tú, Señor, junto a mis huesos incendiados,
junto a mi carne agria como un pan florido,
está como un perro fiel,
lamiéndome estas llagas que, con su claridad,
cantan la misericordia de tu saliva.
CARTA A JAUME VIDAL ALCOVER
Sé abajo de qué quensia y qué cuasia
cestas de rosas de Ronsard repasas.
Las manos tienes de abad joven, y tienes hortensias.
Mientras la fuente y el agua se hacen altas,
tapices dicen crónicas flamencas en
torno a tu trabajo de amante. ¿La flauta
fluye?, ¿o silbas? Mandarines verdísimos
rumbean por los espejos, ¿dentro de la sala?
Si tanta llama llevas de galanía,
besa la mano de Dios, que es tan galana.
El rostro debe tener aún tan pálido
como si lavado fuera de agua limonada;
y la nariz tan ávida que acomete, de fuera,
las agrias manzanillas. Qué olor
y qué fisonomía tiene la pradera
has sabido siempre. Y no al pie de la letra,
sino a los pies consagrados de la palabra.
Si en jarras tengo que beber agua hermosa,
que sea de esa fuente serenada
donde ahora bebes, donde lo bebería siempre.
Más otra llamarada no encendería
si fuego distinto en mí no se abreviaba.
La llama no es el fuego, es consecuencia
sonora de un ardor que, altamente, mata.
¿Y el fuego quien apagará, si llamas suyas
son besos y palabras preciosas,
no extrañas al ardor que las inflama?
Yo voy bebiendo, no sé de qué vena,
un evento de llamaradas.
Y me hunde -¡oh trago!, ¡oh pradera!- en fonda
profunda. Y, ya más fresca que un bellver,
la tierra de mi cuerpo reviene, se empapa.
Empapada, ya no se secaría
nunca más de esa bebida soberana.
Y bebiendo en gallet se moriría
de no morir cuando es tan abreviada.
Profundidad regaladamente fría,
que das muerte o pan como una patria, ¿
déjame pasar esa tela preciosa
que antaño tenía un bien que no tiene ahora?
Si tanto llevas, como dices, calrada viva,
para no desenconarte de la infanta
aurora del pecho oloroso de Dios,
ayúdate en cada cosa contemplada
y chupa, boca con boca, todo cuanto tenga,
qué otra cosa beberás que no pensabas.
Poema es tocar una flor, una fruta,
una mano. Y sentir la acción sorda,
el movimiento, la poesía, la onda
de Dios. Los cerclews de presencia activa
de la Palabra, que no termina, en frutas,
en flores, en manos. Y llevar la mano en la boca
y besarla y hablar ese gran contacto.
Sólo cambiando el Amor en Teología
el color de su Centro llevará el alma.
En círculos luminosos se concentran
el amor, la voz, las primaveras altas.
Tradición no es dejar ramas muertas
sobre los altares, mientras la ronda avanza.
Tradición es coronar olivos.
Que el tronco sonoro deje un adiós perfecto.
Y vuelva a empezar el rondel clarísimo
el mismo verdor, pro más infanta.
La gracia de la gracia es hacer una jarra
en clara libertad; hacerle mil asas
y un cuello larguísimo, y la prominencia
como una onda parada, ávida de agua.
Pero que, con tanta libertad, te sientas
esclavo de no poder dejarla. El ansia
de hacerla cada día un poco redonda,
sólo que el ángel de la sed quepa.
LA PALABRA
Basta decir una palabra:
“pinotell” o “baladre”,
y el mundo suena más claro
que en claridades de rama.
¡Qué claridad lavada
tiene el mundo dentro de la boca!
¡Qué temblor antiguo
oír “ginjoler”, y sentir
la luminosa distancia
entre el color de una rama
y su nombre que en mí suena!
La palabra es el mundo
que sale ungido de la fonda
aurora constante de Dios
en nosotros, amantes pálidos.
Y somos cañas humanas
que suena Dios, sonándolas,
cuando hablamos. Cañas frágiles,
pero llenas de música.
LA PALABRA
Giraba aquella conversación:
- “La avena se moría,
y manos de amor la ataban,
desligaban, y vivía.”-
y cuanto más hablaban,
más ramos de plata, más sonidos
de avenas brillantes
iban y venían.
A fuerza de palabras
dichas en tierra, en el aire,
por los cuatro caminos del mar,
la hora fresca, el fresco
de la primera aurora
de ríos, de acelerías,
es siempre vasta y nueva.
Si hablamos, comentamos
la claridad numerosa
de la boca y manos
de Dios, que habla, y es
amor de la palabra.
Y esa habla antigua
es un suceso tan tierno
en las bocas calientes,
como un escalofrío de verdor
sobre una cepa negra.
MAR
El caminar ardiente
de la frescura del agua.
Verdor horizontal.
Abril extendido de espaldas.
Cerca del mar, melodía
del vestirse de los árboles
y desvestirse, puros,
del color y la palabra.
El mar resto tenaz
en su esmeralda.
Recuerda el cielo y brilla:
Vocación del agua.
ASCENSIÓN DE LA TIERRA
La melodía ciega
y esclava de la cepa.
El verdor por la línea.
La tierra crece y suena.
Qué escalera secreta
¡Tiene la tierra en el tronco!
¡Oh, voluntad de altura!
¡La tierra hacia gloria!
Destino del verdor
y de la raíz esclava:
Resumir en la muerte
todas las horas claras.
Valentía en la luz
en la cima de la llama.
¡Es la última sacada!
Primavera incendiada
NOCHE INTERIOR
Si la claridad suena
por tanta calma infanta,
no es para nada más, no, no,
que por haber seguido
tanto silencio de márgenes,
la noche, el camino oscuro
de la recta ignorancia.
Ir por tierra oscura
es tener ya una honda
voluntad de brillar.
Decir que sí a todo momento,
a todo aire, a toda agua,
no es alargar el gesto
para dar sol, naranjas,
ríos claros ni manos de amor.
Decir que sí a todo aire
es voluntad de recibir
todo cuanto no sabes ni sientes,
y esperar, desnudo de gesto,
fruto que no te han prometido,
y creer, como una fuente,
que llevas claridad, que brillas,
pero que eres ciego y suenas.
Armado de un sí, amante,
con la judería de la mano
llena de soledad,
por la marina extraña de
los sentidos asombrados,
pasa, salta, vuela, rápido,
atraviesa, que te quita ruido
ya tu clara y única
Primavera espigada.
CANCIONES
I
Desde los ginjoler hablaba.
Me mataban las palabras
y
el ginjoler
ginjolava.
Amigo, cosechamos silencios.
Que la silla de amor,
que mi azufaifo no sepa
que me espera el agua dormida,
con una camisa fresca
de miradas de salvia.
II
La pena larga del río:
No poder mirar atrás,
el manantial primitivo
Saber que el mar le espera;
y no le hace correr el mar
sino esa agua primera.
Tan fresco es como la fuente era.
No está viejo el río si ha llegado.
Es el niño que viene cansado
de abrevar juncos de ribera.
III
Si te recordaba el mar,
azulaban las aceitunas
en tu olivo.
La luz del mar te llamaba.
y un cuchillo de ala fría
en el agua muerta brillaba.
En el fondo del agua dormida
lucía una moneda
con tu perfil, mi vida.
¡Claror de esta fuente fría!
¡Oliverar del mar!
¡Fuente de la triste moneda!
IV
Homenaje a
RA
Si el tamarindo es todo verde
y por la cepa tiene sal,
diga que es el mar sembrado
la voz del tomarinar.
Si llora por colorines
de peces y de coral,
diga que es el mar sembrado
la voz del tomarinar.
Si en ramas la sal vuelve alta
y el color vuelve salado,
diga que es el mar sembrado la voz del tomarinar.
V
En memoria
de García Lorca
Ballarí, bailador
si el mar bajo un mirto
ponía la cabeza en las manos,
¿qué harías, bailarín?
-Colliría entonces secas
y dentro de una botela
las haría sonar.
Y si sintieras la aurora
que va y viene por un palacio,
¿qué harías, bailarín?
-Colliría flores de plátano
y pensaría en el canto de una nave.
Y si un día no bailaba
el agua en tus manos
¿qué harías, bailarín?
-Encendería mi cama
y dejaría mis pies
en la orilla del mar.
MANOS DE AMOR
Quisiera derrames, luz mía,
como beso la judería de las manos.
Mis manos, el único miembro
que te conoce. Cuando tú te vas,
me dejas la mano tan muerta
y tan sola, que se me cae.
Yo no tengo prueba de amor
más que el ala de las manos.
He llegado a ti, en los márgenes
de tu corazón sencillo y claro
con mi mano. No sé
cómo no agonicé
como un pedazo de tarde, yo
que sólo somos un amante.
Sólo de destrucción
hacia más vida me aguantando.
Me aguantas tú, cielo, muerte mía,
con tu mano.
Con la tuya y con mi
mano ciega, me voy defendiendo
de la sangre derribada
por tiempo, amor y hachas.
La mano estoy besando, besándome,
y estoy besándome el amor
que te tienen mis manos.
ENCIMA EL FENÁS VERDE
Encima el hendido verde, tu altura
como una ascensión silenciosa
de claras azucenas. Temblosa,
la corte de los beles del aire en tu figura.
La corte de los beles del aire en la figura
viste y desviste de sonidos la fuente
fuente negra de cabello y, luminosa,
por la hierba de tu cuerpo, la luz pasto.
Por la hierba de tu cuerpo, la luz pasto.
Por la hierba de tu cuerpo, las aguas frías
del moaré y el embate. Feliz coral
de tus hombros vibrantes bajo las sedas.
La belleza se cae, blancura abajo:
los ojos, los senos, los brazos vertidos,
son ríos con paso y sueño, son ríos colgados.
Tomado de:
http://magpoesia.mallorcaweb.com/bonet-blai/poemes1.htm
Natación
Mi padre había defendido los colores
de la nación, nadando libre
justo cien metros en una piscina,
donde ocho cuerdas de plástico figuraban
ocho calles cerradas para ocho naciones libres,
que eran porque sólo tenían un chico
sólo con un bañador diseñado en cursiva
como reclamo para hacer publicidad de la raza.
Ayer cumplió quince años. Desde los siete acá,
en que mis padres me arrojaron a la tierra
a defender el honor del Estado a una Olimpiada,
he nadado cada día cinco mil metros
de braza, de mariposa
y, entre estilo y estilo, mil metros de sprint.
Hoy era el sábado. No tenía
entrenamiento. Pero he ido al club
donde todo de niñas y muchachos chillaban.
Como tenía libre no sé qué
y el atardecer, también, porque he mirado a
todas las chicas en una niña,
he entrado como dormido en uno de
los vestuarios no sé yo por qué.
No había nadie, justo olor a agua en
el plato reluciente de las duchas y el aroma
que el pantalón, el anorak y los slips blancos hacían,
colgados y sin los chicos.
Me he medido y, sin los zapatos,
he hecho uno ochenta, sin papá y mamá.
Nunca había tenido, no con el lámpara apagada,
el chiste de pensar en las edades que atravesaba
con el verdanco de mis alturas.
Un rencor, que empezaba justo a hinchar,
me despertó, como el brusco ventimos de una llendera,
del sueño en el que yo, hacía quince años,
vivía dormido entre las flores
del algodonero que me vendaba
y me hacía creer en una llaga,
de la que justo existía la venta...
Tomado de:
https://www.versos.cat/autor/blai-bonet/poemes
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