martes, 6 de septiembre de 2022

POEMAS DE JUAN GUSTAVO COBO BORDA A MANERA DE DESPEDIDA


POEMAS DE JUAN GUSTAVO COBO BORDA A MANERA DE DESPEDIDA

Poética

 

¿Cómo escribir ahora poesía,

por qué no callarnos definitivamente

y dedicarnos a cosas mucho más útiles?

¿Para qué aumentar las dudas,

revivir antiguos conflictos,

imprevistas ternuras;

ese poco de ruido

añadido a un mundo

que lo sobrepasa y anula?

¿Se aclara algo con semejante ovillo?

Nadie la necesita.

Residuo de viejas glorias,

¿a quién acompaña, qué heridas cura?

 

 

J.A.S.

 

Un cigarrillo turco, un té chino,

los versos de Baudelaire

y todo ello en la ciudad conventual

que tirita de frío.

 

Cuánta amabilidad fingida

en estos bogotanos untuosos y relamidos.

 

Se encerrarán en sus casas

y murmurarán pasito:

"Allí va José Presunción, el niño bonito".

 

En esto ocuparán sus días.

Y en hablar de política.

Al final, inseguros,

recordarán antepasados

a los cuales, cómo no,

el Rey de España ennobleció sin límites.

 

Por esta raza menguante y cínica murió Bolívar.

 

Silva, entre tanto,

con pluma de oro y fina caligrafía,

compone su "Nocturno".

 

 

En un bolsillo de Nerval

 

Hoy me ausentaré de mí, me excusaré de mi presencia,

diré adiós a mi envoltura

y seré más amigo de ese otro ser que me amortaja.

Hoy tengo una cita:

me encontraré con el reflejo que me busca,

con el cuchillo que me acecha;

dibujaré con más amor mi herida

para que allí anides y te pierdas.

Hoy salgo de mí, me digo adiós,

dejo mi rostro como prueba de partida,

me evaporo entre la bruma y resucito.

Camino hacia la huella que se borra,

me persigo por los senderos del bosque:

soy el ladrido y la fuga sin fin del jabalí;

también la flecha y el salto del venado.

Me encuentro en la mosca que me bebe.

Desaparezco entre un farol que agiganta la niebla

y sigo siendo la bufanda que me ahorca.

"Hoy no me esperes porque la noche será negra y blanca."

 

 

Rue de Matignon, 3

 

El viejo judío enfermo —su oficio era mirar—

levanta con el índice el párpado paralizado:

allí están los polvorientos estandartes del Emperador.

Las leyendas del liberalismo

no han logrado enturbiar su gesto aristocrático.

Además, renegar de Yahvé, mendigar unos francos

no era, en verdad, asunto grave.

Quedaba el idioma, y el antiguo oficio de Dios,

que es perdonar. Pero el desterrado no es hombre práctico:

desdicha y aflicción, como en toda biografía respetable.

Mientras Matilde cotorrea,

Heine, aburrido, se demora en morir.

 

 

Henry James

 

De la vieja mansión donde imperan los buenos modales

sólo nos queda esta historia.

Más allá de la sugerencia flota un aire obsceno

y el amable caballero gritará por fin

al comprobar cómo a pesar de sus esfuerzos

el crimen sí se había llevado a cabo.

Igual a un par de guantes

que nadie, al parecer, reclama

—la prueba, para llamarla de algún modo—

el pasado sigue siendo real, odioso e inalterable.

Pero la dama que sonríe,

prolongando una última luz sobre tan vasto jardín,

nos permitirá comprender hasta qué punto

también nosotros estábamos terriblemente equivocados.

 

 

André Bretón

 

Elijo la fatalidad escojo lo que ha de matarme

acaricio senos desnudos de toda culpa

más tantos días grises hechos de ramplonería y aburrimiento

quién los impone

allí donde ni siquiera el relámpago trivial

desgarra estos ojos

tan habituados a convivir con el reverso de las cosas

abomino también de las aguas estancadas del recuerdo

de todo cuanto es trunco y desfallece

el deseo está delante mío

me espera con los brazos abiertos

se tiende para recibirme

y es ya la tierra evaporándose en el aire

y es ya el aire que adquiere la forma de tu cuerpo.

 

 

Dos poetas

 

Wallace Stevens, abogado experto en seguros,

pensó palabras perdurables

y en medio de pólizas y cuadros cubistas

purificó los sentidos imaginando sobre el escritorio

peras que eran algo más que un fruto,

calorías para una dieta o variaciones de color.

Así también usted,

entre juzgados y notarías,

recuerda versos

que lo restituyen a su ya olvidada condición de poeta;

viejo, es cierto, pero capaz aún de líneas muy exactas

acerca de eso huero y afligente que es la burocracia.

Murmura contrastes previsibles entre la ciudad y el campo,

no la evasión sino la hondura. Contempla los cerros,

descascarados por la incuria pública, y tacha apresurado

esas tonterías: aún es crítico severo de sí mismo.

Silencioso, con la mente vacía, aguarda

las palabras iniciales, un comienzo que aluda

oblicuamente a su rutina; algo así

como un indirecto homenaje a Wallace Stevens,

abogado experto en seguros.

 

 

Una parábola acerca de Scott

 

Las mansiones de moda en Long Island están en nuevas

    manos.

Allí Gatsby había muerto, luego de amar una mujer.

Quedaba el dolor, tan solo, como una presencia fraternal

y los afectos superfluos, aferrándose al cuello.

"Dilapidé mis esperanzas

en las pequeñas carreteras

que llevan al sanatorio de Zelda."

Apelaba a frases pastosas, y los hermosos rostros

del año pasado dejaban advertir su vacuidad.

Entretanto, en los guiones, el productor tachaba

giros innecesarios: era el final.

Frasco vacío, boleto para una función que ya pasó,

faltaba el postrer ultraje.

Agradeciendo el tibio vino de la compasión

supo que tenía derecho a morir en paz.

 

 

Cavafis

 

Las calles de Alejandría están llenas de polvo,

el resoplido de carros viejos y un clima

ardiente y seco cerrándose en torno a cada cosa viva.

Incluso la brisa trae sabor a sal.

En el letargo de las dos de la tarde

hay un ansia secreta de humedad

y el tendero busca en sueños, con obstinación,

la áspera suavidad de una lengua inventando la piel.

Bebe con avidez el agua amarga de la siesta

y despierta cansado por ese insecto que vibra insistente.

La frescura de la tarde desaparece también

y su única huella fue este sudor nervioso

y el bullicio que minuto a minuto agranda los cafés.

Pasan los muchachos, en grupo, alborotando

y aquel hombre comprende

que ninguna palabra logrará atrapar sus siluetas.

La noche devora y confunde

haciendo mas largo su insomnio,

más hondos sus pasos por sucias callejuelas.

El amanecer lo encontrará contemplando

ese velero que abandona el muelle

y atraviesa la bahía, rumbo al mar.

 

 

Notas para un frustrado homenaje a Pessoa

 

Supongo que Lisboa se parece a Bogotá.

Con gabardina y paraguas

los contabilistas almuerzan rápido

y alargan el periódico hasta las dos.

Hay demasiada gente

y curas y políticos, por todas partes.

Una ciudad conservadora

donde la pobreza se vuelve mutismo

y un insulto, al pasar.

La única alegría: evadirse, quizá,

llenando crucigramas.

 

 

Dylan Thomas

 

Cuanto hubo en él de candoroso, recio y leal,

fue desapareciendo. Quizás supo

que los actos no son nuestros.

El deterioro, entretanto, no hacía más que acentuar

lo inevitable de cualquier inocencia

que es igual a toda hermosura

y se llama podredumbre.

Levantaba el vaso, por último,

con tan poca fe

que algo de esa corrosiva belleza

redimía la ambigüedad de su culpa.

Homenaje a Enrique Molina

 

El buitre ambiguo de la costumbre

E.M.

Astucia de la mujer que ama

y prolonga, en el ala de las gaviotas,

su caricia. Así vislumbro

tu belleza impune.

Allí donde una miel ansiosa

reclama su imperio, perdido

en el declive de tus muslos.

¡Oh la salvaje inocencia de un cuerpo desnudo!

El ramaje de sus vértebras

y la luna de la espalda

brillando como una joya arisca

entre el oleaje de las sábanas.

La brasa azul de tu sexo

arrastra un vaho de selva,

en medio de esta ciudad podrida.

Mientras los cuerpos desaparecen,

bajo el polen de la manigua,

la espuma de la resaca

te cubre con su manto de plumas.

Brilla el marfil incandescente de tu risa.

No hay raíces: sólo existe la aventura.

Una boca cálida

murmurando apodos infantiles y obscenos.

 

 

Viena 1930

 

El insomnio cada día más persistente

ha obligado a la vieja condesa

a tener sobre la mesa de noche

un libro que hojea al azar.

Hoy, en la página abierta,

está la carta que en 1807 Bettina le envió a Goethe:

"¿Por qué escribo de nuevo? Solamente para volver a estar

contigo una vez más, del mismo modo que fui a Weimar

para estar contigo a solas. En realidad, no tengo nada

    que decir,

tampoco antes tenía nada que decir, pero podía verte

    y alegrarme.

Repréndeme, si quieres, dueño de mi alma,

¿pero no puedo, acaso, hablar de amor?

Si es así enmudeceré, ya que no sé hablar de otra cosa".

La lectura le ha permitido conciliar un breve sueño.

Ve un café

a través del cual muchachas de cofia y falda ancha

se deslizan veloces llevando en lo alto

delgadas copas de cristal.

Sobre las mesas se ovillan los gatos

y en el jardín interior

el helecho se convierte de pronto en una mancha de sol.

Desaparecen los emblemas de la claraboya.

 

 

Vallejo habla con sus madres

 

 

                   ¿Por qué las madres se duelen de hallar envejecidos

                   a los hijos, si jamás la edad de ellos alcanzará

                   a la de ellas? ¿Y por qué, si los hijos, cuando

                   más se acaban, más se aproximan a los padres?

                                                    César Vallejo, El buen sentido

 

Blandengues y mimados,

carentes de carácter,

para la inmadurez consentida

hemos sido educados.

 

Terminamos haciendo daño.

Nunca afrontamos nada.

 

Pero el tiempo

acaba por ponerse de nuestro lado.

Lo que fue rubor y pena

se convierte en anécdota barata.

 

En consecuencia:

Déjame llorar como entonces.

Arrepentirme como antes.

Que estas palabras sólo afloren

si me desnudan al máximo.

 

Todo poema puede ser asco

pero también una voz muy leve

arrullándote despacio.

Diciendo "hasta mañana".

Haciendo del miedo nada.

 

Sosténme en el aire

que me caigo.

Déjame flotar

entre tus brazos.

Bésame despacio,

Madre.

 

 

García Lorca: Relectura

 

Hablaba de Andalucía —virgen yerma que envejece—

y de Granada —recinto provinciano

donde yace enterrada Doña Juana la Loca

plena de amor no correspondido.

Tal era la patria por donde anduvo

con aire de niño

experto en nanas infantiles.

Sólo que lo disimuló en sus inicios

bajo un disfraz de nihilista trasnochado.

 

Qué alivio en consecuencia

saber que consideraba el caracol

como pacífico / burgués de la vereda

y que dialogaba con la viudita del Conde de Laureles

ofreciéndole su delgado corazón

herido por tantos ojos de mujeres.

Tú vas para el amor, le dice,

y yo para la muerte.

 

Sí, mucha muerte,

mucha existencia rota y fracasada

en medio de ese ambiente tan ralo:

puñales y llanto.

España, país de poetas y de contrabandistas,

como lo llamó Victor Hugo.

 

Perdí la sortija de mi dicha

al pasar el arroyo imaginario:

así escribe en esos años veinte

ennobleciendo con sus repiqueteantes letrillas

una tierra de campesinos con azadón.

 

No era aún el "andaluz profesional"

como lo llamaría luego Borges

nacido por las mismas fechas.

Apenas un adolescente que ahoga su voz

enmascarado en penas ajenas.

 

¡Oh!, qué dolor el dolor

Antiguo de la poesía,

Este dolor pegajoso

Tan lejos del agua limpia.

 

Se buscaba y se perdía

y al exaltarse renegaba de sí mismo

contrastando con el asco su anterior ímpetu.

 

Por más que en una misma línea

mencione a Satán y a Cristo

su religión era la del Lagarto que habla

y la del Gnomo que ríe.

La emoción que se experimenta

al escribir lo nunca antes dicho:

eso precisamente que todos sentimos.

 

Yendo por tal camino

terminará por alabar la sangre,

la violencia inmemorial

repitiendo su rito

para que yo desgarre

sus muslos limpios.

Tal desgarramiento

irrigaría el polvo seco del terruño

del mismo modo que Abril volvería floridas

las abstractas calaveras.

 

El semen sin futuro,

la sequedad que produce el pensamiento

reclamando su propia anulación consentida:

la elegía por el chopo muerto

era una elegía por sí mismo.

Contaminaba el paisaje con su vida.

Esa tierra necesitada de color

donde los árboles son mustios

y el cielo de ceniza.

 

Entre el caliente deseo

y el afán de huir del ojo de Dios

que todo lo escruta

su primer Libro de poemas (1921)

va y viene

preguntándose si valen más los lirios

que nacen porque sí

o las espigas de trigo

que sirven para fabricar harina.

Una pregunta típica de toda poesía inmadura:

la poesía sólo se celebra a sí misma.

 

Hay sin embargo una tristeza repetida

alcanzando a impregnar todo el libro:

la del joven que recalca su inconformidad

y pocas veces su dicha.

 

Hoy medito confuso

Ante la fuente turbia

Que del amor me brota.

¿Cuál pureza añora? La de Caperucita.

Sin embargo no parece haber sexo sin mancha

entre beatas, curas y guardias civiles.

¡Mi corazón es malo, Señor!

Siento en mi carne

La implacable brasa

Del pecador.

 

Ni machos cabríos,

ni bellotas metafísicas,

ni incluso el llanto del poeta,

ese payaso empolvado que canta su fracaso lírico,

le conceden llegar a ser él mismo.

Atrapado aún por la bisutería modernista

lo más suyo es difícil intuirlo.

 

Si acaso cuando dice la tierra es el probable paraíso perdido.

O con mayor certidumbre en estos versos ya suyos:

Yo me incrusté en el chopo centenario

Con tristeza y con ansia

Cual Dafne varonil que huye miedosa

de un Apolo de sombra y de nostalgia.

Allí estaba él, el primer Federico.

Deberes del poeta

 

Comprobar el nacimiento del asombro.

Medir el ascenso de la sangre

a través de una piel

que se entibia con sólo mirarla.

No tenerle miedo a la palabra ternura.

Éstos podrían ser algunos.

 

Otros:

Ver a kilómetros de distancia

una pequeña mujer

enseñándole a su hijo

poemas de Rubén Darío.

 

Tararear,

con la más profunda convicción,

melodías sin sentido.

Asomarse al abismo

y advertir cómo esos ojos

se repliegan luego en la dicha.

 

Constatar

los vertiginosos cambios en los sentimientos,

la premurosa carrera de todo hacia el olvido,

el inhóspito desierto de los días carentes de fibra.

 

O si no, enronquecer de júbilo.

Bendecir al mundo.

Jugar para que el hombre no se pudra.

 

Podría también callar

de modo definitivo y profundo.

 

A Germán Vargas

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/332-185-juan-gustavo-cobo-borda?showall=1

 

 

AUTÓGRAFO

 

        A los poetas de antes

         les pedían geralmente, un acróstico.

         Sólo que ahora,

         cuando el rencor es la única palabra

         que sé pronunciar,

         ¿con qué enrevesada caligrafia

         (letra palmer, ¿no?)

         lograré trasmitir el profundo desprecio

         que hay en mí?

         Aprieto los dientes, y sigo,

         exento de todo ramanticismo:

         mi tarea consiste

         en redactar notas necrológicas

         dos o tres veces al año.

         A quien se debate, también,

         entre el abandono y la lástima:

         tal podría se la gandilocuente dedicatoria,

         y luego los prolijos catorce versos,

         llenos de almíbar.

         Qué decirte

         que no le hubieran dicho ya,

         la muchacha de la casa, la tía solteirona:

         resignación y experiência.

         A los libros, quítales el polvo;

         ordena el closet, y consegue aquella matas

         que siempre han querido para el balcón del apartamento.

         (La tragedia consérvala en secreto.)

Tomado de:

http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/colombia/juan_gustavo_cobo_borda.html

 

 

El Maestro

 

Pulcro caballero victoriano

que ríe a carcajadas.

 

Muchas patrias tiene el mundo:

Borges sólo hay uno.

 

Haikú

 

Viajo hacia ti a 820 kilómetros por hora.

 

Vuelo hacia ti

a 11.880 metros.

 

Mi mente,

en cambio,

ya anida en tu cuerpo.

Tomado de:

https://www.ciudadviva.gov.co/noviembre08/magazine/4/index.php


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