miércoles, 28 de septiembre de 2022

POEMAS DE RODOLFO HINOSTROZA


Los huesos de mi padre

 

 

 

Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?

 

Todos completos, con su maxilar inferior, su frontal,

 

sus falangetas, su astrágalo,

 

su vómer, sus clavículas?

 

No se habrán confundido

 

en la Fosa Común

 

con los de un vagabundo

 

de esos que abundan en las calles de Lima,

 

y mueren sin un grito?  Cómo voy a confiar

 

en que sean éstos los huesos de mi querido padre,

 

don Octavio, Tachito,

 

si en la Fosa Común donde lo echaron

 

puede ocurrirle cualquier cosa

 

a los huesos de uno?

 

Su hermano, tío Reynaldo había jurado

 

encontrar a mi padre, y recorrió toda esta Lima a pie

 

durante un año, para hallar a mi padre, el poeta,

 

que se había perdido en la ciudad,

 

como suele ocurrirles a los ancianos y a los locos.

 

Todos los días salía, después del desayuno,

 

a buscar al hermano mayor,

 

a aquel poeta provinciano,

 

talentoso, desgraciado y perdido

 

por los barrios de Lima. Llevaba

 

una vieja foto de mi padre, amarillenta,

 

donde aparecía con su pelo ya blanco,

 

sus ojillos brillantes de inteligencia, sus mejillas fláccidas

 

labradas por años de inútiles batallas

 

contra lo que él llamaba su destino adverso

 

cuando se hallaba de un ánimo blasfemo,

 

dispuesto a enrostrarle a un Dios

 

en el que no creía,

 

sus continuos fracasos.

 

La boca grande, elocuente.

 

La frente alta y despejada. Con un terno marrón, creo,

 

a rayitas. Esa imagen debió corresponder

 

a una época feliz, tal vez la de Huaraz,

 

cuando estábamos todos juntos, mi hermana

 

mi madre y yo, mucho antes

 

del divorcio.

 

Reynaldo la mostraba

 

a la gente, los interrogaba venciendo

 

su enorme timidez: “¿Ha visto a este hombre?”

 

indesmayablemente a pie,

 

tío de a pie como un remoto soldado de una guerra perdida,

 

raso, humilde, cumplido,

 

indagando en los parques, en los hospitales,

 

en las estaciones de autobús,

 

en los mercados,

 

pues quería encontrarlo,

 

esa era la misión que se había impuesto

 

antes que la muerte se lo lleve.

 

Pero la muerte se llevó primero a tío Reynaldo

 

de un cáncer al estómago,

 

sin saber que mi padre lo había precedido en el último rumbo,

 

y no fue sino mucho más tarde que mi hermana

 

al fin encontró a mi padre

 

en una Fosa Común del cementerio de Miraflores

 

donde sus huesos misteriosamente habían venido a dar

 

porque nadie había reclamado su cadáver.

 

La muerte

 

que con callado pie todo lo iguala

 

lo había sorprendido en un asilo municipal

 

donde llevan a los locos que vagan por las calles de Lima

 

y había muerto, enloquecido y solo,

 

él, Octavio, Tachito, el poeta, el hermano mayor

 

que había nacido en cuna de oro.

 

Siempre pensé que moriría rodeado

 

como Maese Manrique

 

de sus hijos, hermanos y criados

 

reconciliado con su terco destino

 

y cesaría la angustia

 

la loca angustia que desorbitaba sus ojos

 

porque no quería morir como un fracasado

 

y su muerte le cerraría para siempre

 

las puertas de La Gloria.

 

No reposó un instante en vida

 

acechando a la suerte en todos los caminos,

 

en todos los concursos,

 

esperando un cambio del destino

 

un premio, algo definitivo

 

que sacase su nombre del anonimato

 

y le diese la paz. Ya no soñaba con el Premio Nobel,

 

si no con la publicación de sus poemas

 

que eran profundamente hermosos

 

y cada día más bellos

 

cuanto más desgraciada era su vida.

 

Se sentía en deuda

 

con nosotros sus hijos,

 

y los recuerdos de nuestra infancia feliz lo atormentaban

 

hasta hacerlo sangrar

 

como un patriarca loco que ha perdido

 

el paraíso inadvertidamente

 

por una mala mano en el tresillo

 

un mal consejo, o una debilidad de temple

 

inconfesable.

 

Entonces quería estar solo, huía

 

de la familia, se confundía

 

en Lima entre los vagabundos, le aterraba

 

y le atraía como un destino escrito

 

la mendicidad al final del camino. No aceptaba

 

el rol que todos querían para él:

 

el del abuelo sabio y respetado

 

que mora y aconseja en el hogar de su hija: prefirió

 

seguir en la batalla hasta el final,

 

irse a la calle

 

esperando un milagro.

 

Sus despojos

 

fueron a dar a la Fosa Común,

 

hasta que el proceso

 

de putrefacción termine, en cosa de tres años

 

y sus huesos, mondos, nos fueron entregados

 

en una caja de zapatos, con una etiqueta identificatoria.

 

Ahora reposan en el Cementerio el Ángel

 

en una de esas fúnebres bibliotecas de huesos

 

a pocos bloques de donde mi madre duerme su sueño eterno.

 

La muerte, piadosamente,

 

ha acercado los huesos de dos seres que la vida separó,

 

y sus nombres han vuelto a aproximarse

 

en el silencio de este Camposanto

 

como cuando se vieron por primera vez

 

y se amaron.

 

En ocasiones

 

mi hermana y yo llevamos flores,

 

a un sepulcro y el otro,

 

y todavía sufrimos por su amor desgraciado,

 

que sin embargo dio maravillosos frutos.

Tomado de:

https://circulodepoesia.com/2018/10/arenas-movedizas-poesia-iberoamericana-y-principio-de-siglo-rodolfo-hinostroza/

 

 

ECLIPSE

Un sol negro semejante

a la premonición del desastre. Un sol muerto

robando las plegarias de los campesinos ojerosos.

Un sol ajeno a todo lo que habíamos conocido

hasta entonces,

a todo lo que habíamos sufrido hasta entonces.

 

Este es el sol que ha descendido

sobre nuestras ciudades. Ha

agotado las doncellas. Ha roto de un hachazo

las gruesas mesas de madera y los toneles

de vino espeso como sangre de gallo. Ha tensado

los mares y los ríos. Ha cortado la leche

de las madres primerizas. Ha revelado

a los bachilleres sudorosos

que hay una espera completamente sobria

de lo inevitable,

fría como el rodar de las esferas celestes.

 

Todo está ahora detenido. No obstante

hay como el ruido de cubiertos en una larga sobremesa.

 

Y bufones huidizos, bufones

de orejas puntiagudas

soportando en sus jorobas las secas maldiciones.

 

 

CRÓNICA

                                                          III

 

Y bien, ¿de qué cuestiones hablaremos ahora?

¿Del ojo deslumbrante del cerezo? ¿Del futuro quebrado

Como un quemante espejo?

                                           ¿Es para esto que hemos sobrevivido?

¿Para esto los perros dobermanos desgarraron nuestro corazón

Y golpeamos a los salvajes timoneles entre caos y tiniebla,

Corrigiendo el sentido del esfuerzo?

 

Ahora Ustedes y Nosotros,

Los huesos de los hijos no nacidos, y la carreta que rueda

Al cansancio viviente. No más responsabilidad que el contacto fugaz

Y los ayuntamientos al borde de los lechos. Nada con las pasiones.

Nada con las rojas colgaduras del espíritu

Que cubren las ciudades miserables.

 

Este mundo no tiene ya lugar para los desgarrados, y es inútil,

Y se nos ha advertido que es lujoso aferrarse a la Idea

Como las hojas muertas se pegan a las estrellas fugaces.

Este mundo. Pendientes de la palabra que no caerá de sus labios,

De los hechos que no sucederán, rodaremos hacia el juego infinito

De las sábanas y de los cuerpos, adivinando en la

naturaleza

del sueño

El olor del dios hembra.

Que mejor no se advierta el envejecimiento que el

silencio ocasiona

Y que a los Otros les sirva la ablución en la fe.

Ahora, bruscamente arrojado a la alquimia de los

cuerpos vivientes

Dudo

Frente a las llamadas del espíritu, torpes como las cabras.

Un principio de placer cosquillea mi entrepierna

Y la redención por el amor se aleja y entonces

Vuelvo a dudar.

 

No digo que todo se haya confundido entre la

vertiginosa

carne

Y el flujo de las Estaciones: tal vez hay una maravilla

Que accedería a los ojos del espíritu, pero es penoso conocerla.

Saber es también un modo de morir

Lamiendo la paradoja como una bestia herida. Ignorar

Puede ser un modo de vivir

Acechando la aparición del Verbo entre los cuerpos

De los animales impasibles

Mientras los reyes se disputan los astros y los cetros

Y la torpe Razón bamboleante

Se tiende como la leche sobre la hierba seca.

 

 

RELATO DE OTELO

¡Sí, te amo! Y cuando no te amo

Vuelve otra vez el caos.

William Shakespeare

 

«Cierta vez, en Aleppo…

Sí, fue en Aleppo donde me desgracié con ese infiel

circunciso:

Le ceñí con sus propias babas y su lengua morada

escupió sus plegarias

Y así salve mi vida. Esta vida que tan poco valía y que

hoy pesa en tus manos

Como un cofre de ébano, Signorina.

 

                                                                    Aunque yo caiga

Tumbado sobre un sueño de paz

Roto por las matracas de la guerra,

Nada se habrá perdido si es que no te he perdido

Aunque yo caiga sobre los amargos tablones del recuerdo

Y recoja el final de la experiencia, y se encuentre que solo

es un ave mojada

Y el término y el sentido de este viaje se extravíen

Como arras oxidadas de algo que no ocurrió, nada se

habrá perdido

Si he logrado hacerme amar por ti.

                            «¡Moro! ¡Por quién has combatido! ¡Moro!

¡Para qué has combatido!» me gritaron los jinetes ociosos

Viéndome hablar contigo. Y en verdad Signorina

Después de este feroz ascenso de flecha malherida, he

vuelto la cabeza

Por ver a quién servía, y no he encontrado a nadie. Pero

los tuyos

Escupen a escondidas cuando paso, y los míos me niegan,

Y ese callado impulso de grandeza que me arrancó de

esclavos y galeras

Ha cesado, y es como si de pronto en la alta noche

El rumor de la mar cesara, despertándonos,

Y el helado temor y la premonición trepasen la garganta

como arañas.

 

                                                       Hacia Chipre una vez

Un insolente rubio me dijo que yo apestaba a rata. No

pude sino herirlo

Y entonces me arrojaron del barco y me quedé solo

otra vez

Por mi olor, por mi piel, por esta mi mirada que ahuyenta

a los búhos.

 

Y quedé solo

Después de haber contado una penosa historia

De brutalidad y miseria, de espantos y gargajos

Y una avidez de amor

Arriba de la piel, debajo de la piel

Tensa como un tatuaje, Signorina…».

 

               (Consejero del lobo, 1965)

Tomado de:

https://www.auroraboreal.net/actualidad/domingos-de-poesia/3071-rodolfo-hinostroza-domingos-de-poesai

 

 

CON UNA CAMIONETA LLENA DE CHICOS SOÑOLIENTOS…

 

 

Con una camioneta llena de chicos soñolientos

 

Regresamos a Lima la tarde del Domingo

 

Cuando la luz declina y en retrovisor

 

Se desdibujan pueblos polvorientos

 

Encallados como paquebotes en el desierto humeante

 

Y de pronto avistamos el mar enrojecido

 

Mis hijos se despiertan balbucientes, nos tocan sus manitas temblorosas

 

Y la felicidad, salvajemente, nos roza con sus alas

 

 

 

Dó están ahora, amigo mío,

 

Los crepúsculos metafísicamente atormentados de París

 

Dó mi psicoanalista

 

Que hurgaba con un palito mis llagas purulentas

 

Hasta hacerlas sangrar rojos fantasmas

 

Dó las mujeres espléndidas y locas

 

Que apasionadamente disputaban

 

Mis despojos de poeta perdido entre dos siglos

 

Desamparado y cínico

 

 

 

Se han hundido en la bruma de los días

 

Las ocasiones desaprovechadas

 

Los viajes minuciosamente desolados

 

Los poemas que no fueron escritos

 

Las reconciliaciones perdidas para siempre

 

Las ambiciones que no fueron colmadas

 

Los hijos abortados sin un grito

 

 

 

El pasado me asalta sin un ruido

 

Desde el fondo del Misterio Inmenso e Insondable

 

Y sin melancolía se queda atrás tirado

 

Entre dos luces de la carretera

 

Que avanza sin detenerse

 

Así como crecen mis hijos implacablemente

 

Y mi vida se llena de sentido

 

Mientras regreso a Lima la tarde del Domingo

 

Con un puñado de niños soñolientos,

 

Quemados por el sol, sucios de arena,

 

Con huellas de divinidad en las narices…

 

 

DEL INFANTE DIFUNTO

 

 

La llamada de mi padre, alta como un penacho de plumas

y al tacto como la pringamosa de aquellos baños…

 

¿Recuerdas?

Las aguas ferrosas que calentaban tu cuerpo tenían

 

colores,

de serpiente plana, y la tierra se había descosido en sus

espacios,

 

y llevábamos nuestra infancia como un estandarte

sin sombras, entre paraísos de yeso, y ángeles larvados

y la tía apócrifa.

 

De ella digo, ¿qué digo?, que en sus ojos ardían

 

mis espadas de estaño y que se había fugado

cuando las hogueras carcomían la noche de San Juan.

Se me había advertido, se me había repetido:  «Octavio,

 

Octavio,

una gran ola salió del río cuando tú nacías. Nos salvamos

porque las campanas sonaron a muerto

 

y la familia había cavilado toda esa madrugada.

 

Trepamos a los cerros

y durante todo un día vimos morir al pueblo.

 

El Huascarán

nos miraba y entonces fue que sentimos esa blancura

imperdonable».

(Nosotros tres habíamos enterrado ceremoniosamente,

en un rincón del patio, bajo la gotera,

 

al canario muerto entre las trenzas de mi hermana.

 

Las campanas del ángelus nos doblaban las rodillas

y de la muerte sabíamos que era una bella palabra.

 

Sí,

 

porque mirábamos a los púlpitos de arcilla achacosa

en donde dormitaban ángeles bonachones, y nosotros sabíamos

llevar el domingo en los hombros, como una prenda nueva.)

No volverás a aquello, ni hallarás ese patio cuadrado

con una fecha dibujada en piedras negras. Los países se encogen

como esa tía abuela que olía a alcanfor,

y los hierros de las capitales inundan esos claros espacios

donde tu corazón anclaba, como un canto rodado.

 

 

 

No sentirás

los pasos de tu padre midiendo las estancias

 

donde los retratos negreaban, como párpados muertos.

 

No volverás

¿Recuerdas ahora?

¿Ahora recuerdas?:

 

«Júrame que no dirás a nadie

 

que esa lechecita que tienen los mayores

 

entra al estómago, y después dicen que nace el hijo.

 

Como a la Asunción, ¿te acuerdas de su barriga?

 

No lo digas a nadie».

 

 

 

Y nosotros espiábamos, porque en el pórtico de esa casa

que olía a jazmines, las hermanas Cárdenas besaban,

y se hacían besar por los soldados.

Entonces los sudores repentinos desleían las sábanas de lino,

y yo había creído en los cuentos de la india desdentada

que vendía yerbas contra el mal de ojos, y cuando vi

esa mano huesuda en el terrado, bajo ese cielo rojo,

ella rió y lloró, cubriéndome de besos.

¡Oh, los sueños, los sueños que tomaban la forma de cestos de mimbre

donde un Niño Dios nadaba entre dos aguas!

 

Yo no conocía el mar

 

y todo era sólido al tacto, como aquella familia

que se había procreado entre cerros y estrellas

 

en tiempos tan lejanos como la lengua que hablaban los sirvientes.

 

Pedro Granados me cargaba conmovido:

 

Sus más jóvenes hijos eran muertos en un aluvión de piedra y lodo

 

y yo había oído que en ciertos días perdía la memoria.

 

 

 

Oh, y la hermosa caligrafía de tu madre, y sus manos que dibujaban

 

catedrales de barro cocido, y los prohibidos baúles de cuero,

 

donde los libros se agitaban como peces asustados.

De qué se llora, di de qué se llora

 

cuando se tiene padres sólidos, y la saliva invade la boca,

y se ha recibido una vieja cuchara de plata,

y se pasea, a la luz de la luna, por un bosque de cedros

conteniendo las ganas de orinar. De qué se llora entonces

cuando en las tardes de yodo hemos prendido velas

a los Santos Patronos, cuando nada ha caído, salvo, tal vez,

el nido de ese pájaro en un charco. De qué se llora

cuando los días se cierran como un aro y El Mundo

es una palabra que salta y produce escozor en nuestras lenguas?

Recuerdas, exiliado por tu brutal sonambulismo, recuerdas

las alcantarillas de tu ciudad que nutrieron al río de oro,

¿Recuerdas el abrevadero, junto a la alameda de los muertos

marcada con enormes piedras blancas como el llanto de un dios,

donde se encontraban los talismanes y los palos torcidos

que inundaban de majestad tu frente?

(Seres, nombres de seres.

 

Deslumbramiento de monos habladores bajo el cielo feriado,

tambores de piel de chivo alejando cosas y cosas de bronce

hacia las capitales escarlata, mientras mi madre,

 

partícipe de mi sueño, aguardaba por unas bellas frutas que yo había visto

en el mercado, al fondo, junto a las ollas pintadas.)

De este destino diré hoy que lo vi crecer

como el arco de yeso de la casa, cuando mi sombra huía

como una llama muerta. Y del llanto que pendió

de los dedos monótonos, digo que puede ser ternísimo

cuando se tiene una espada de lata

y las estrellas llegan a abrevar sus distancias

en la mirada parda.

Porque yo recuerdo

 

que tuve todo eso, y que vi reposar a un burro blanco

en el sol de Enero y que oí comentar a los mayores

las noticias de cierta lejana guerra. Y el movimiento del caballo

y ese rey perezoso me retuvieron horas y horas

en el perfume de la media mañana

esperando la brillante jugada de mi padre.

Tomado de:

https://www.vallejoandcompany.com/celebrando-sus-75-anos-5-poemas-de-rodolfo-hinostroza/

 

 

ADOLESCENTE QUE DESPIERTA

 

 

Una deliberación del ala y la tormenta es lo que cae cuando

la agria balandronada de los sueños se pega al paladar

y el muchacho despierta en la mañana

penetrando el espejo con un grito. La estridencia que acecha

en la materia de los violoncellos, el enemigo bosque

turgente como una curva embreada, someten bruscamente

su furor y su régimen.

Y el muchacho despierta en el silencio

tatuado por el vuelo de un mosquito

y el terror se evapora con el sol

que empuja levemente al aire perezoso.

No ha crujido la rama ni se ha partido el

trueno

y el burro blanco rumia bajo el sol de noviembre. No habrá noche

esta vez,

ni el sol tirará de sus redes llevándose este suave calor a las

sentinas.

Y el zumbido infinito de la queresa, indica

que el tiempo no transcurre.

(Esta misma mañana podría suceder

toda una historia de gorriones y de bárbaros, un confuso ajedrez

de mil mundos guerreando sobre la palma de una mano, un mismo

verbo

gimiendo y levantándose como un licor amargo

en los zócalos de las ciudades. Aquí

sólo el silencio es música; y las leyes del cielo tiran inasibles

plomadas

de inmensas catedrales. El tiempo avanza y vuelve

a retroceder como una pulsación, y hay algo de paz y levedad en el

conejo,

y ese musgo que crece sobre los yesos apagados y húmedos.)

No habrá más noche ni lloverá de noche,

y toda el agua cabe en una espumadera, y el muchacho

ha de lavar su cuerpo con ese jabón áspero, bajo esa luna

transparente,

comida por el sol, casi

un trapecio de niebla.

Huele a escorzonera y la piel de conejo. Crecen

y caen reyes en las aguas del tiempo detenido.

No volverá a dejarnos

la luz del sol en ese frágil burladero del sueño, que convoca

las furias y las penas.

Tomado de:

https://www.laraizinvertida.com/detalle-2040-rodolfo-hinostroza

 

 

Anakairo de Hiroshima q.e.p.d.

 

 

Él iba a ser el padre de Anakairo. Su nodriza

le predijo: "Tendrás un hijo

como una lanza esbelto, bello

como el heno salvaje. En los campos de arroz se criará

y cuando cante

callarán las estepas, y los ríos y

los mirlos callarán. A mediados del siglo

tendrás un hijo tierno como el primer tañido

de las campanas, diestro como una ballesta,

inteligente como un guarismo o una joven esponja.

En su ciudadanía será amado y él

amará, será seguido y él seguirá, será creído

y él creerá.

Casará con la más bella de la ciudad y en sus bodas

tú serás el primero en beber el vino patriarcal. Será

tu hijo a mediados del siglo."

(¡Anakairo, Anakairo!

En tu infancia atravesada de pájaros salvajes

y de piedras planas que debieron de ser talismanes,

se te busca. Yo no sé

si aquello tan salobre haya contaminado

la región de los sueños donde moras. No sé si aún

habrá un estío que cuide de tus carnes

vistiéndolas de seda y de jugos terrestres. Se te busca

Anakairo

después de la horrorosa caída de tu padre,

después del desplome de su ciudad, aquella

que en las noches de luna olía como almendro y cerezo.)

El que iba a ser tu padre está ahora distanciado

del mundo de los vivos,

del mundo de los muertos también, hay que decirlo.

Aquella muerte tan atroz, la suya,

penetra entre nosotros como una sola frialdad. El sol

brilla de noche ahora y nunca nos es útil.

 

Sólo nos va quedando el prestigio del mar, que un día

habíamos negado con las uñas hundidas en la tierra.

(Qué te lleva lejos,

Anakairo, qué te ausenta definidamente

de este nuestro pequeño mundo de suyo tan ausente.

Hemos escanciado ese vino que amabas,

que llegarías a amar, en tu funeral. Hubo palomas

y nardos. Los amigos fieles concurrieron;

los amigos que tú hubieras amado y que hoy rondan las

mesas

de madera como perros de presa.)

Anakairo,

niño horrible, pequeño tarado

lleno de pústulas y de piojos blancos

por lo que te perseguían entre piedras y befas

los niños crueles como niños que eran. Hombre ya

escupido, apto sólo para trabajar en las alcantarillas

y convivir con las ratas.

¡Anakairo, Anakairo!

Así se te hubiera preparado una morada de piedra

abarrotada del prestigio de tus antepasados. Hubieras

visto crecer las fieras ante tus ojos exhaustos, hubieras

construido prontamente un dios de hierro,

de escombros de nuestros hierros. Niño tarado,

babeante, y sin ninguna crueldad en tus babas brillantes.

El que iba a ser tu padre jugaba,

como tú, con ciudades y mitos. Tal vez lo sepas

en la región de sueños donde moras. Tal vez lo sabes,

Anakairo, hermoso niño, Anakairo.

 

Algo de dialéctica

 

& proceder

según la habitual negación

 

que descascara los edificios, cava zanjas en las avenidas

 

y se esconde detrás de la mentida Arcadia

 

de la vida en familia. Según la regla de oro

que descubre en los hombres de negocios

una turbia avidez, una ratería, y en el poder

una arbitrariedad, una maldiciente esponja de mil ojos.

De manera que la vida

dependa de la muerte, la salud

de millones de enfermos, el poder

de los desposeídos.

La Naturaleza dijo: "No obstante

si niegas el milagro de la carne, de las hortalizas y de la

inteligencia

eso es como matar a la gallina de los huevos dorados".

Y proseguimos negando y afirmando

dentro de ciertas leyes que una vez conocidas

quedan incorporadas, y el fenómeno atómico y las

sulfonamidas,

son utilizadas como enseres de casa, ocupando su espacio

en los botiquines y en los viejos depósitos de

herramientas.

Adelante no hay nada. Solo

la negación o nuestra afirmación, según el caso.

El Imperio caerá. Matarán al rumiante. Se inventará

una nueva variante del Gambito de Dama.

"Pero no estás aquí" dijo la medusa,

"Ni tampoco allá. La negación

te conduce a romper esos vínculos sin los cuales

retardas tu incorporación al movimiento."

Y en verdad,

consideremos:

Las grandes aguas no pueden abarcar tu movimiento,

las palabras que calientan y oxidan el fondo de la tierra

no pueden abarcar tu movimiento,

y la órbita del sol marchando hacia la constelación de

Hércules o Hidra

indica que te mueves, y no obstante

no te mueves dentro de los tuyos,

y los tuyos te exceden, y te excedes a ti propio

balanceándote entre un mundo de símbolos y una

academia de pruebas.

Según la regla de oro

no hay contacto pero es que si hay contacto,

eres la desgracia de Narciso y eres el que se reconoce,

y hacia atrás ya no hay nada, como no sea

una brusca memoria que te lleva

a tu estruendoso fin de adolescencia.

Tomado de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/304-155-rodolfo-hinostroza?showall=1

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