domingo, 23 de junio de 2024

POEMAS DE ANA AJMÁTOVA RECORDANDO SU NATALICIO


Todo me ha sido arrebatado

 

Todo me ha sido arrebatado: el amor y la fuerza.

Mi cuerpo, precipitado dentro de una ciudad que detesto,

no se alegra ni con el sol. Siento que mi sangre

congelada está.

 

Burlada estoy por el ánimo de la Musa

que me observa y nada dice,

descansando su cabeza de oscuros rizos,

exhausta, sobre mi pecho.

 

Solo la Conciencia, más terrible cada día,

enfurecida, exige cuantioso tributo.

Y para responder, me cubro el rostro con las manos,

porque he agotado mis lágrimas y mis excusas.

 

1916

 

 

Ahora ya nadie querrá escuchar canciones

 

Ahora ya nadie querrá escuchar canciones.

Los amargos días profetizados llegan desde la colina.

Te lo digo, canción, el mundo ya no tiene maravillas;

no destroces mi corazón, aprende a estarte quieta.

 

No hace mucho, libre como cualquier golondrina,

luchabas; felizmente contra las mañanas, desafiando sus peligros.

Ahora vagarás como un mendigo hambriento,

llamando desesperada a la puerta de los extraños.

 

1917

 

 

No sabemos cómo decirnos adiós

 

No sabemos cómo decirnos adiós:

erramos por ahí, hombro con hombro.

Ya el sol está bajando,

vas taciturno, soy tu sombra.

 

Entremos en una iglesia a ver

bautizos, matrimonios, misas de difuntos.

¿Por qué somos diferentes del resto?

Afuera otra vez, cada quien vuelve la cabeza.

 

O sentémonos en el cementerio,

sobre la nieve pisoteada, suspirando el uno por el otro.

Esa vara en tu mano está dibujando mansiones

donde estaremos siempre juntos.

 

1917

 

 

La mujer de Lot

 

Pero la mujer de Lot miró

hacia atrás y se convirtió en una

columna de sal.

Génesis

 

Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios

por una montaña negra, siguiendo su huella,

mientras una voz incansable acosaba a la mujer:

—No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.

 

Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa,

al patio donde una vez cantaste, al pabellón para hilar,

a las ventanas de la enorme casa

donde la descendencia santificó tu lecho conyugal.

 

Una sola mirada: súbita punzada de dolor

en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido.

Su cuerpo se derritió en sal transparente

y sus ligeras piernas claváronse en la tierra.

 

¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta

de sobra insignificante a nuestra incumbencia?

Incluso así, nunca la negaré en mi corazón,

ella que murió porque eligió volverse.

 

1922-24

 

 

Aquí Pushkin inició su destierro…

 

Aquí Pushkin inició su destierro

y aquí Lérmontov finalizó su destierro.

Aquí, donde el aroma a hierbas de montaña es ligero,

solo en una ocasión ver aquí he logrado,

junto al lago, bajo la sombra de un oriental plátano,

en aquella hora anterior al crepúsculo amarga,

el resplandor de los ojos ávidos

del inmortal amante de Tamara.

 

Kislovodsk, 1927

 

 

El último brindis

 

Bebo por la casa derruida,

Por la soledad, juntos,

Por esta maldita vida mía

Y por ti, bebo.

 

Por la mentira de la boca que me traicionó,

Por el frío de muerte en la mirada,

Porque es cruel y torpe el mundo,

Por aquello que Dios no salvara.

 

1934

 

 

Por qué envenenaron el agua

 

¿Por qué envenenaron el agua

y enlodaron mi pan?

¿Por qué la última libertad

la han convertido en madriguera?

¿Acaso porque no me burlé

de la amarga muerte de mis amigos?

¿O porque fui siempre fiel a mi triste patria?

Que así sea.

Sin verdugo y sin cadalso

no se es poeta en esta tierra.

Son para nosotros las camisas de penitente.

El caminar con velas y el aullar.

 

1935

 

 

Boris Pasternak

 

Él, que se comparó a sí mismo con el ojo de un caballo

mira de reojo, mira, ve y reconoce,

y he aquí que fundido el diamante

resplandece en los charcos, ya la nieve desvanece.

 

Traspatios en la quietud de la bruma lila,

andenes, maderos, hojas, nubes.

El silbo del tren, la cáscara que cruje de la sandía,

en el guante perfumado la mano tímida.

 

Resuena, retumba, rechina el estallido de la resaca

y de pronto se apacigua: esto significa que él

por las agujas de pino se abre paso con cautela,

para no turbar la duermevela del espacio.

 

Y esto significa que él cuenta los granos

en las espigas desiertas, esto significa que él

de algún funeral otra vez ha llegado

a la maldita y negra lápida del Darial.

 

Y arde nuevamente la languidez moscovita,

a lo lejos repica el cascabel de la muerte…

¿Quién se ha perdido a dos pasos de la casa,

donde la nieve llega a la cintura y todo termina?

 

Para él, que comparó el homo con Laoconte,

y celebró los cardos de cementerio,

para él, que llenó el mundo con el sonido nuevo

de estrofas que en el nuevo espacio reverberan.

 

Una suerte de eterna infancia fue su recompensa,

de largueza y clara visión,

y la tierra entera fue su herencia,

y él entre todos la partió.

 

 

A los londinenses

 

Hoy el tiempo escribe con mano impasible

la obra negra de Shakespeare, la número cuarenta y cuatro.

¿Qué podremos hacer nosotros aquí, cerca del aletargado río,

los que sabemos del sabor amargo,

sino reinterpretar aquellas trágicas líneas de Hamlet, César o Lear?

O tal vez acompañar como escolta hasta su tumba

a la niña Julieta, pobre paloma, con antorchas y canciones;

o representar al fisgón en las ventanas de Macbeth,

temblando más que el asesino alquilado.

Únicamente esa obra, esa y solo esa,

es la que no tendremos valor de leer.

 

1940

 

 

El sauce

 

Y el manojo de árboles vetustos

Pushkin

 

Crecí en medio de un silencio de arabescos,

en la habitación infantil y fría del joven siglo.

No me era grata la voz de los hombres,

solo entendía la del viento.

Yo amaba la ortiga y la bardana,

pero por encima de todo, al sauce plateado.

Agradecido, él vivió siempre junto a mí,

sus ramas sollozantes

cubrían de sueños mi insomnio.

Y, extrañamente, le he sobrevivido.

Afuera el tronco cercenado permanece

mientras otros sauces con voces alienadas

algo dicen bajo nuestro cielo.

Y yo guardo silencio…

como si hubiera muerto un hermano.

 

1940

 

 

Sótano del recuerdo

 

Es pura tontería que vivo entristecida

y que estoy por el recuerdo torturada.

No soy yo asidua invitada en su guarida

y allí me siento trastornada.

 

Cuando con el farol al sótano desciendo,

me parece que de nuevo un sordo hundimiento

retumba en la estrecha escalera empinada.

Humea el farol. Regresar no consigo

 

y sé que voy allí donde está el enemigo.

Y pediré benevolencia… pero allí ahora

todo está oscuro y callado. ¡Mi fiesta se acabó!

Hace treinta años se acompañaba a la señora,

 

Hace treinta que el pícaro de viejo murió…

He llegado tarde. ¡Qué mala fortuna!

Ya no puedo lucirme en parte alguna,

pero rozo de las paredes las pinturas

 

y me caliento en la chimenea. ¡Qué maravilla!

A través del moho, la ceniza y la negrura

dos esmeraldas grises brillan

y el gato maúlla. ¡Vamos a casa, criatura!

 

¿Pero dónde es mi casa y dónde mi cordura?

 

1940

 

 

En lugar de prólogo

 

En los terribles años de la yezhóvschina (2), pasé diecisiete meses en las colas de las cárceles de Leningrado. En cierta ocasión, alguien me «identificó». Entonces, una mujer de labios amoratados que estaba tras de mí, y que, desde luego, nunca en su vida había oído mi nombre, despertando de aquel entumecimiento habitual en todas nosotras, me preguntó al oído (allí todo el mundo hablaba en susurros):

– Y esto, ¿puede describirlo?

Y yo dije:

– Puedo.

Entonces algo semejante a una sonrisa asomó por lo que en otros tiempos había sido su rostro.

 

Leningrado, 1 de abril de 1957.

(2) La yezhóvschina es el término con que se define el periodo de terror de N. Yezhov, jefe de la policía secreta soviética del NKVD (Comisariado del pueblo para asuntos internos, según la sigla en ruso) desde 1936 hasta 1938 y organizador de las violentas purgas iniciadas por Stalin.

 

 

Dedicatoria

 

Ante esta angustia se quiebran los montes,

del vasto río las aguas no corren,

fuerte es el cerrojo de las prisiones;

detrás, las madrigueras de los gulags (3)

y una angustia mortal…

Para algunos sopla el viento fresco,

para algunos se solaza el ocaso;

nosotras por doquier ya nada vemos,

solo oímos chirriar la odiosa llave

y los pesados pasos de los soldados.

Como para maitines madrugamos,

la capital salvaje atravesamos,

más muertas que los muertos llegamos,

con más niebla el Nevá y el sol más bajo,

pero a lo lejos aún canta la esperanza…

La sentencia y… caen súbitas las lágrimas.

Ella se va, de todos apartada, como si…

con dolor le arrancaran del corazón la vida,

cual si la voltearan brutalmente bocarriba.

Camina… Se tambalea… Va sola…

¿Dónde estarán mis amigas desdichadas,

las de aquellos dos años infernales?

¿Qué espejismos ven en las ventiscas siberianas?

¿Qué imaginan ellas en los círculos lunares?

A ellas envío este adiós de despedida…

 

Marzo de 1940

 

 

Esta época cruel me ha desviado

 

Esta época cruel me ha desviado

como a un río fuera de su curso.

Desviada de las riberas familiares,

mi cambiante vida fluyó

a un canal hermano.

Cuántos espectáculos me perdí:

el telón alzándose sin mí

y cayendo también. Cuántos amigos

que nunca tuve oportunidad de conocer.

Aquí, en la única ciudad que puedo llamar mía,

donde caminaría dormida sin perderme,

cuántos cielos extranjeros pude soñar

que no rendirían testimonio a través de mis lágrimas.

¡Y cuántos versos fui incapaz de escribir!

Sus coros secretos me acechan

muy de cerca. Un día, acaso,

me estrangularán.

Sé los comienzos y también los finales.

y la vida-en-la-muerte y alguna otra cosa

que mejor será no recordar ahora.

Cierta mujer

ha usurpado mi sitio

y usa mi verdadero nombre,

dejándome solo un apodo

con el que he procedido lo mejor que he podido.

La tumba a la que vaya no será la mía.

Pero si pudiera salir de mí misma,

y contemplar a la persona que soy,

sabría, por fin, qué es la envidia.

 

Leningrado, 1944

 

 

Ensueño

 

Tú y yo llevamos el mismo peso

de una larga y negra despedida.

¿Por qué lloras? Dame tu mano,

promete regresar a mis sueños.

Somos como una montaña frente a otra…

No volveré a encontrarme contigo en este mundo.

Solo si me enviaras recuerdos a medianoche

con las estrellas.

 

1946

 

 

En realidad

 

Y se marcha el tiempo, y se va el espacio,

una noche blanca me lo ha revelado todo:

y el narciso en el cristal sobre tu mesa,

y el humo azul del cigarrillo,

y aquel espejo, donde podrías reflejarte ahora

como en el agua limpia.

Y se marcha el tiempo, y se va el espacio…

pero ni tú puedes ayudarme.

 

1946

 

 

Tú me has inventado

 

Tú me has inventado. No existe en el mundo

alguien así. No podría existir.

Ni los médicos curan ni los poetas alivian,

la sombra de un fantasma te perturba día y noche.

Nos encontramos en un año monstruoso,

cuando las fuerzas del mundo se habían agotado,

todo estaba marchito y enlutado por la desgracia,

y solo las tumbas eran frescas.

El talud del Nevá, sin faroles, era negro azabache.

La noche sorda se erguía alrededor, como un muro.

¡Entonces mi voz te llamó!

¡Qué hice! Yo misma aún no lo entiendo.

Y tú llegaste a mí como una estrella conocida,

huyendo del trágico otoño,

hacia aquella casa desolada para siempre,

de donde salió una bandada de poemas incinerados.

 

1956

 

 

Soneto de estío

 

Más que yo vivirá lo que aquí vive,

hasta los nidos de los estorninos,

y este aire migratorio que cruzó,

aire primaveral, la mar en vuelo.

 

La voz eternidad de allá nos llama,

del más allá con su invencible fuerza,

y por encima del cerezo en flor,

la luz lunar menguando se derrama.

 

Parece que blanquea sin estorbo,

a través de las verdes espesuras,

la senda que no digo adónde lleva…

 

Allí hay más claridad entre los troncos

y todo se asemeja a la arboleda

que circunda el estanque en Tsárskoye Seló.

 

1958

 

 

Epigrama

 

¿Hubiera podido Beatriz escribir como Dante,

o Laura glorificar las penas de amor?

Yo instauro el estilo para el verbo de la mujer.

¡Dios me ayude a callarlas de nuevo!

 

1960

 

 

Eco

 

Hace ya mucho el camino al pasado está cerrado

¿Y para qué necesito yo ahora el pasado?

¿Qué hay allí? Lápidas ensangrentadas

o una puerta emparedada, cegada,

o un eco que no puede ser silenciado,

aunque yo tanto se lo he implorado…

Y con todo lo que en el corazón llevo

ha sucedido lo mismo que con el eco.

 

1960

 

 

No fue en vano que nos empobreciéramos…

 

No fue en vano que nos empobreciéramos

ni que suspiráramos una vez sin esperanza.

Todos nosotros juramos, opinamos,

y con serenidad emprendimos la marcha.

Ni fue siquiera porque me purificara

cual una vela ante nuestro Señor.

Como vosotros, me arrastré a los pies

del verdugo pelele, cruel y atroz.

No estuve bajo un extraño firmamento,

ni refugiada bajo ajenas alas:

yo estuve entonces con mi pueblo,

allí, donde mi pueblo por desgracia estaba.

 

1961

 

 

Visita nocturna

 

Todos se fueron y nadie regresó

En la calle cubierta de otoño

no esperarás.

Tú y yo volveremos a encontrarnos

en un adagio de Vivaldi.

Las velas, de nuevo pálidamente amarillas,

serán exorcizadas por el sueño,

mas, el arco del violín no preguntará

cómo entraste en mi casa nocturna.

En mudo y mortal gemido

pasarán las medias horas,

leerás en mi mano

los mismos milagros.

Y entonces, tu angustia

convertida en destino

te llevará de mi umbral

hacia mares glaciares.

 

Komarovo, 10-13 de septiembre de 1963

 

 

Primera advertencia

 

Qué nos importa al fin y al cabo

que todo se convierta en ceniza,

en cuantos precipicios canté

y en cuantos espejos viví.

Que no sea yo sueño ni consuelo

y mucho menos paraíso.

Pero puede ser que con frecuencia

tengas que recordar

el rumor de las líneas sosegadas

y el ojo que oculta en el fondo

aquella corona de flores, punzante y oxidada,

en su tranquilo silencio.

 

Moscú, 1963

 

 

Voy hacia donde nada es necesario…

 

Voy hacia donde nada es necesario,

donde el más amable compañero es solo una sombra.

Y allí desde el jardín apartado el viento sopla

y bajo mis pies hay un escalón a la sepultura.

 

1964

 

 

Aunque la tierra no sea entrañable

 

Aunque la tierra no sea entrañable,

es inolvidable para siempre,

y el agua del mar

tiernamente helada y dulce.

 

La arena del fondo es más blanca que la cal,

el aire embriaga como el vino,

y el cuerpo rosado de los pinos

se desnuda a la hora del crepúsculo.

 

Y el mismo crepúsculo en las ondas del espacio

es tal, que no distingo si es

el final del día o el final del mundo,

o acaso el misterio de los misterios en mí nuevamente.

 

1964

Tomado de:

https://esteros.org/2021/04/07/anna-ajmatova-por-mi-boca-gritan-muchas-gentes/

 

 

Crucifixión

 

“No llores por mí, madre,

cuando esté en la tumba.”

 

 

I

 

Un coro de ángeles glorificó aquella hora,

la bóveda celeste se disolvió en llamas.

“Padre, ¿por qué me has abandonado?

Madre, te lo ruego, no llores por mí...”

 

 

II

 

María Magdalena se dio un golpe de pecho y sollozó.

Su discípulo amado se quedó inmóvil, con el gesto

    petrificado.

Su madre permaneció aparte. Nadie miró dentro

de sus ojos secretos. Ninguno se atrevió.

 

(1940-43)

 

 

 

Epílogo

 

 

I

 

He entendido cómo los rostros se vuelven huesos,

cómo acecha el terror debajo de los párpados,

cómo el sufrimiento inscribe sobre las mejillas

las duras líneas de sus textos cuneiformes,

cómo los lucientes rizos negros o los rubios cenizos

se vuelven plata deslustrada de la noche a la mañana,

cómo las sonrisas se esfuman de los labios sumisos,

y el miedo tiembla con una risita entre dientes.

Y no sólo ruego por mí,

sino por todos los que permanecieron afuera de la prisión

conmigo en el amargo frío o en el ardiente verano

debajo de este insensato muro rojo.

 

 

II

 

Con el año nuevo regresa la hora del recuerdo.

Te veo, te oigo, te escucho dibujando cerca:

a aquél que tratamos de auxiliar en la caseta del centinela

y que ya no camina sobre esta preciosa tierra,

y aquélla que agitaría su bella melena

y exclamaría: es como volver al hogar.

Quiero enunciar los nombres de aquella muchedumbre,

pero se llevaron la lista y ahora está perdida.

Les he tejido una vestimenta hecha

de palabras pobres, las que alcancé a oír,

y me asiré con firmeza a cada palabra y a cada mirada

todos los días de mi vida, incluso en mi nueva desgracia,

y si una mordaza cegara mi boca torturada,

por la que gritan cien millones de gentes,

entonces déjenlos rezar por mí, como yo rezo

por ellos en esta víspera del día de mis recuerdos.

Y si mi patria alguna vez consiente

en fundir un monumento en mi nombre,

estaré orgullosa de que se honre mi memoria,

pero sólo si el monumento no se coloca

cerca del mar donde mis ojos se abrieron por vez primera

—mi último lazo con él hace mucho está disuelto—

tampoco en el jardín del Zar, cerca del tocón sagrado,

donde una sombra adolorida acecha la tibieza de mi cuerpo,

sino aquí, donde soporté trescientas horas

de fila ante las implacables barras de hierro.

Porque aun en la muerte venturosa tengo miedo

de olvidar el clamor de las Marías Negras,

de olvidar el chirrido de esa odiosa puerta

y a la vieja aullando como bestia herida.

Y desde mis inmóviles cuencas de bronce,

la nieve se derretirá como lágrimas, goteando lentamente,

y una paloma arrullará en alguna parte, una y otra vez,

mientras los barcos navegan suavemente sobre el

    caudaloso Neva.

 

 

(Marzo de 1940)

 

 

Cleopatra

 

Soy aire y fuego...

Shakespeare

 

 

Ya ha besado los labios muertos de Antonio,

ha llorado de rodillas ante el César

y sus sirvientes la han traicionado. Cae la oscuridad.

Chillan las trompetas del águila romana.

 

Por ahí viene el último hombre arrebatado por su belleza,

—galán tan gallardo— con un murmullo vergonzante:

—Deberás caminar ante él, como una esclava, en el triunfo.

Pero la pendiente de su cuello de cisne está más tranquila

    que nunca.

 

Mañana encadenarán a sus hijos. Nada le resta

más que enloquecer a ese sujeto

y poner el negro áspid, como separación piadosa,

sobre su oscuro pecho, con mano indiferente.

(1940)

Tomado de:

https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/80-034-ana-ajmatova?showall=1

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