Todo me ha sido arrebatado
Todo me ha sido arrebatado: el amor y la fuerza.
Mi cuerpo, precipitado dentro de una ciudad que
detesto,
no se alegra ni con el sol. Siento que mi sangre
congelada está.
Burlada estoy por el ánimo de la Musa
que me observa y nada dice,
descansando su cabeza de oscuros rizos,
exhausta, sobre mi pecho.
Solo la Conciencia, más terrible cada día,
enfurecida, exige cuantioso tributo.
Y para responder, me cubro el rostro con las manos,
porque he agotado mis lágrimas y mis excusas.
1916
Ahora ya nadie querrá escuchar canciones
Ahora ya nadie querrá escuchar canciones.
Los amargos días profetizados llegan desde la colina.
Te lo digo, canción, el mundo ya no tiene maravillas;
no destroces mi corazón, aprende a estarte quieta.
No hace mucho, libre como cualquier golondrina,
luchabas; felizmente contra las mañanas, desafiando sus
peligros.
Ahora vagarás como un mendigo hambriento,
llamando desesperada a la puerta de los extraños.
1917
No sabemos cómo decirnos adiós
No sabemos cómo decirnos adiós:
erramos por ahí, hombro con hombro.
Ya el sol está bajando,
vas taciturno, soy tu sombra.
Entremos en una iglesia a ver
bautizos, matrimonios, misas de difuntos.
¿Por qué somos diferentes del resto?
Afuera otra vez, cada quien vuelve la cabeza.
O sentémonos en el cementerio,
sobre la nieve pisoteada, suspirando el uno por el
otro.
Esa vara en tu mano está dibujando mansiones
donde estaremos siempre juntos.
1917
La mujer de Lot
Pero la mujer de Lot miró
hacia atrás y se convirtió en una
columna de sal.
Génesis
Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios
por una montaña negra, siguiendo su huella,
mientras una voz incansable acosaba a la mujer:
—No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.
Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa,
al patio donde una vez cantaste, al pabellón para
hilar,
a las ventanas de la enorme casa
donde la descendencia santificó tu lecho conyugal.
Una sola mirada: súbita punzada de dolor
en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido.
Su cuerpo se derritió en sal transparente
y sus ligeras piernas claváronse en la tierra.
¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta
de sobra insignificante a nuestra incumbencia?
Incluso así, nunca la negaré en mi corazón,
ella que murió porque eligió volverse.
1922-24
Aquí Pushkin inició su destierro…
Aquí Pushkin inició su destierro
y aquí Lérmontov finalizó su destierro.
Aquí, donde el aroma a hierbas de montaña es ligero,
solo en una ocasión ver aquí he logrado,
junto al lago, bajo la sombra de un oriental plátano,
en aquella hora anterior al crepúsculo amarga,
el resplandor de los ojos ávidos
del inmortal amante de Tamara.
Kislovodsk, 1927
El último brindis
Bebo por la casa derruida,
Por la soledad, juntos,
Por esta maldita vida mía
Y por ti, bebo.
Por la mentira de la boca que me traicionó,
Por el frío de muerte en la mirada,
Porque es cruel y torpe el mundo,
Por aquello que Dios no salvara.
1934
Por qué envenenaron el agua
¿Por qué envenenaron el agua
y enlodaron mi pan?
¿Por qué la última libertad
la han convertido en madriguera?
¿Acaso porque no me burlé
de la amarga muerte de mis amigos?
¿O porque fui siempre fiel a mi triste patria?
Que así sea.
Sin verdugo y sin cadalso
no se es poeta en esta tierra.
Son para nosotros las camisas de penitente.
El caminar con velas y el aullar.
1935
Boris Pasternak
Él, que se comparó a sí mismo con el ojo de un caballo
mira de reojo, mira, ve y reconoce,
y he aquí que fundido el diamante
resplandece en los charcos, ya la nieve desvanece.
Traspatios en la quietud de la bruma lila,
andenes, maderos, hojas, nubes.
El silbo del tren, la cáscara que cruje de la sandía,
en el guante perfumado la mano tímida.
Resuena, retumba, rechina el estallido de la resaca
y de pronto se apacigua: esto significa que él
por las agujas de pino se abre paso con cautela,
para no turbar la duermevela del espacio.
Y esto significa que él cuenta los granos
en las espigas desiertas, esto significa que él
de algún funeral otra vez ha llegado
a la maldita y negra lápida del Darial.
Y arde nuevamente la languidez moscovita,
a lo lejos repica el cascabel de la muerte…
¿Quién se ha perdido a dos pasos de la casa,
donde la nieve llega a la cintura y todo termina?
Para él, que comparó el homo con Laoconte,
y celebró los cardos de cementerio,
para él, que llenó el mundo con el sonido nuevo
de estrofas que en el nuevo espacio reverberan.
Una suerte de eterna infancia fue su recompensa,
de largueza y clara visión,
y la tierra entera fue su herencia,
y él entre todos la partió.
A los londinenses
Hoy el tiempo escribe con mano impasible
la obra negra de Shakespeare, la número cuarenta y
cuatro.
¿Qué podremos hacer nosotros aquí, cerca del aletargado
río,
los que sabemos del sabor amargo,
sino reinterpretar aquellas trágicas líneas de Hamlet,
César o Lear?
O tal vez acompañar como escolta hasta su tumba
a la niña Julieta, pobre paloma, con antorchas y
canciones;
o representar al fisgón en las ventanas de Macbeth,
temblando más que el asesino alquilado.
Únicamente esa obra, esa y solo esa,
es la que no tendremos valor de leer.
1940
El sauce
Y el manojo de
árboles vetustos
Pushkin
Crecí en medio de un silencio de arabescos,
en la habitación infantil y fría del joven siglo.
No me era grata la voz de los hombres,
solo entendía la del viento.
Yo amaba la ortiga y la bardana,
pero por encima de todo, al sauce plateado.
Agradecido, él vivió siempre junto a mí,
sus ramas sollozantes
cubrían de sueños mi insomnio.
Y, extrañamente, le he sobrevivido.
Afuera el tronco cercenado permanece
mientras otros sauces con voces alienadas
algo dicen bajo nuestro cielo.
Y yo guardo silencio…
como si hubiera muerto un hermano.
1940
Sótano del recuerdo
Es pura tontería que vivo entristecida
y que estoy por el recuerdo torturada.
No soy yo asidua invitada en su guarida
y allí me siento trastornada.
Cuando con el farol al sótano desciendo,
me parece que de nuevo un sordo hundimiento
retumba en la estrecha escalera empinada.
Humea el farol. Regresar no consigo
y sé que voy allí donde está el enemigo.
Y pediré benevolencia… pero allí ahora
todo está oscuro y callado. ¡Mi fiesta se acabó!
Hace treinta años se acompañaba a la señora,
Hace treinta que el pícaro de viejo murió…
He llegado tarde. ¡Qué mala fortuna!
Ya no puedo lucirme en parte alguna,
pero rozo de las paredes las pinturas
y me caliento en la chimenea. ¡Qué maravilla!
A través del moho, la ceniza y la negrura
dos esmeraldas grises brillan
y el gato maúlla. ¡Vamos a casa, criatura!
¿Pero dónde es mi casa y dónde mi cordura?
1940
En lugar de prólogo
En los terribles años de la yezhóvschina (2), pasé
diecisiete meses en las colas de las cárceles de Leningrado. En cierta ocasión,
alguien me «identificó». Entonces, una mujer de labios amoratados que estaba
tras de mí, y que, desde luego, nunca en su vida había oído mi nombre,
despertando de aquel entumecimiento habitual en todas nosotras, me preguntó al
oído (allí todo el mundo hablaba en susurros):
– Y esto, ¿puede describirlo?
Y yo dije:
– Puedo.
Entonces algo semejante a una sonrisa asomó por lo que
en otros tiempos había sido su rostro.
Leningrado, 1 de abril de 1957.
(2) La yezhóvschina es el término con que se define el
periodo de terror de N. Yezhov, jefe de la policía secreta soviética del NKVD
(Comisariado del pueblo para asuntos internos, según la sigla en ruso) desde
1936 hasta 1938 y organizador de las violentas purgas iniciadas por Stalin.
Dedicatoria
Ante esta angustia se quiebran los montes,
del vasto río las aguas no corren,
fuerte es el cerrojo de las prisiones;
detrás, las madrigueras de los gulags (3)
y una angustia mortal…
Para algunos sopla el viento fresco,
para algunos se solaza el ocaso;
nosotras por doquier ya nada vemos,
solo oímos chirriar la odiosa llave
y los pesados pasos de los soldados.
Como para maitines madrugamos,
la capital salvaje atravesamos,
más muertas que los muertos llegamos,
con más niebla el Nevá y el sol más bajo,
pero a lo lejos aún canta la esperanza…
La sentencia y… caen súbitas las lágrimas.
Ella se va, de todos apartada, como si…
con dolor le arrancaran del corazón la vida,
cual si la voltearan brutalmente bocarriba.
Camina… Se tambalea… Va sola…
¿Dónde estarán mis amigas desdichadas,
las de aquellos dos años infernales?
¿Qué espejismos ven en las ventiscas siberianas?
¿Qué imaginan ellas en los círculos lunares?
A ellas envío este adiós de despedida…
Marzo de 1940
Esta época cruel me ha desviado
Esta época cruel me ha desviado
como a un río fuera de su curso.
Desviada de las riberas familiares,
mi cambiante vida fluyó
a un canal hermano.
Cuántos espectáculos me perdí:
el telón alzándose sin mí
y cayendo también. Cuántos amigos
que nunca tuve oportunidad de conocer.
Aquí, en la única ciudad que puedo llamar mía,
donde caminaría dormida sin perderme,
cuántos cielos extranjeros pude soñar
que no rendirían testimonio a través de mis lágrimas.
¡Y cuántos versos fui incapaz de escribir!
Sus coros secretos me acechan
muy de cerca. Un día, acaso,
me estrangularán.
Sé los comienzos y también los finales.
y la vida-en-la-muerte y alguna otra cosa
que mejor será no recordar ahora.
Cierta mujer
ha usurpado mi sitio
y usa mi verdadero nombre,
dejándome solo un apodo
con el que he procedido lo mejor que he podido.
La tumba a la que vaya no será la mía.
Pero si pudiera salir de mí misma,
y contemplar a la persona que soy,
sabría, por fin, qué es la envidia.
Leningrado, 1944
Ensueño
Tú y yo llevamos el mismo peso
de una larga y negra despedida.
¿Por qué lloras? Dame tu mano,
promete regresar a mis sueños.
Somos como una montaña frente a otra…
No volveré a encontrarme contigo en este mundo.
Solo si me enviaras recuerdos a medianoche
con las estrellas.
1946
En realidad
Y se marcha el tiempo, y se va el espacio,
una noche blanca me lo ha revelado todo:
y el narciso en el cristal sobre tu mesa,
y el humo azul del cigarrillo,
y aquel espejo, donde podrías reflejarte ahora
como en el agua limpia.
Y se marcha el tiempo, y se va el espacio…
pero ni tú puedes ayudarme.
1946
Tú me has inventado
Tú me has inventado. No existe en el mundo
alguien así. No podría existir.
Ni los médicos curan ni los poetas alivian,
la sombra de un fantasma te perturba día y noche.
Nos encontramos en un año monstruoso,
cuando las fuerzas del mundo se habían agotado,
todo estaba marchito y enlutado por la desgracia,
y solo las tumbas eran frescas.
El talud del Nevá, sin faroles, era negro azabache.
La noche sorda se erguía alrededor, como un muro.
¡Entonces mi voz te llamó!
¡Qué hice! Yo misma aún no lo entiendo.
Y tú llegaste a mí como una estrella conocida,
huyendo del trágico otoño,
hacia aquella casa desolada para siempre,
de donde salió una bandada de poemas incinerados.
1956
Soneto de estío
Más que yo vivirá lo que aquí vive,
hasta los nidos de los estorninos,
y este aire migratorio que cruzó,
aire primaveral, la mar en vuelo.
La voz eternidad de allá nos llama,
del más allá con su invencible fuerza,
y por encima del cerezo en flor,
la luz lunar menguando se derrama.
Parece que blanquea sin estorbo,
a través de las verdes espesuras,
la senda que no digo adónde lleva…
Allí hay más claridad entre los troncos
y todo se asemeja a la arboleda
que circunda el estanque en Tsárskoye Seló.
1958
Epigrama
¿Hubiera podido Beatriz escribir como Dante,
o Laura glorificar las penas de amor?
Yo instauro el estilo para el verbo de la mujer.
¡Dios me ayude a callarlas de nuevo!
1960
Eco
Hace ya mucho el camino al pasado está cerrado
¿Y para qué necesito yo ahora el pasado?
¿Qué hay allí? Lápidas ensangrentadas
o una puerta emparedada, cegada,
o un eco que no puede ser silenciado,
aunque yo tanto se lo he implorado…
Y con todo lo que en el corazón llevo
ha sucedido lo mismo que con el eco.
1960
No fue en vano que nos empobreciéramos…
No fue en vano que nos empobreciéramos
ni que suspiráramos una vez sin esperanza.
Todos nosotros juramos, opinamos,
y con serenidad emprendimos la marcha.
Ni fue siquiera porque me purificara
cual una vela ante nuestro Señor.
Como vosotros, me arrastré a los pies
del verdugo pelele, cruel y atroz.
No estuve bajo un extraño firmamento,
ni refugiada bajo ajenas alas:
yo estuve entonces con mi pueblo,
allí, donde mi pueblo por desgracia estaba.
1961
Visita nocturna
Todos se fueron y nadie regresó
En la calle cubierta de otoño
no esperarás.
Tú y yo volveremos a encontrarnos
en un adagio de Vivaldi.
Las velas, de nuevo pálidamente amarillas,
serán exorcizadas por el sueño,
mas, el arco del violín no preguntará
cómo entraste en mi casa nocturna.
En mudo y mortal gemido
pasarán las medias horas,
leerás en mi mano
los mismos milagros.
Y entonces, tu angustia
convertida en destino
te llevará de mi umbral
hacia mares glaciares.
Komarovo, 10-13 de septiembre de 1963
Primera advertencia
Qué nos importa al fin y al cabo
que todo se convierta en ceniza,
en cuantos precipicios canté
y en cuantos espejos viví.
Que no sea yo sueño ni consuelo
y mucho menos paraíso.
Pero puede ser que con frecuencia
tengas que recordar
el rumor de las líneas sosegadas
y el ojo que oculta en el fondo
aquella corona de flores, punzante y oxidada,
en su tranquilo silencio.
Moscú, 1963
Voy hacia donde nada es necesario…
Voy hacia donde nada es necesario,
donde el más amable compañero es solo una sombra.
Y allí desde el jardín apartado el viento sopla
y bajo mis pies hay un escalón a la sepultura.
1964
Aunque la tierra no sea entrañable
Aunque la tierra no sea entrañable,
es inolvidable para siempre,
y el agua del mar
tiernamente helada y dulce.
La arena del fondo es más blanca que la cal,
el aire embriaga como el vino,
y el cuerpo rosado de los pinos
se desnuda a la hora del crepúsculo.
Y el mismo crepúsculo en las ondas del espacio
es tal, que no distingo si es
el final del día o el final del mundo,
o acaso el misterio de los misterios en mí nuevamente.
1964
Tomado de:
https://esteros.org/2021/04/07/anna-ajmatova-por-mi-boca-gritan-muchas-gentes/
Crucifixión
“No llores por mí, madre,
cuando esté en la tumba.”
I
Un coro de ángeles glorificó aquella hora,
la bóveda celeste se disolvió en llamas.
“Padre, ¿por qué me has abandonado?
Madre, te lo ruego, no llores por mí...”
II
María Magdalena se dio un golpe de pecho y sollozó.
Su discípulo amado se quedó inmóvil, con el gesto
petrificado.
Su madre permaneció aparte. Nadie miró dentro
de sus ojos secretos. Ninguno se atrevió.
(1940-43)
Epílogo
I
He entendido cómo los rostros se vuelven huesos,
cómo acecha el terror debajo de los párpados,
cómo el sufrimiento inscribe sobre las mejillas
las duras líneas de sus textos cuneiformes,
cómo los lucientes rizos negros o los rubios cenizos
se vuelven plata deslustrada de la noche a la mañana,
cómo las sonrisas se esfuman de los labios sumisos,
y el miedo tiembla con una risita entre dientes.
Y no sólo ruego por mí,
sino por todos los que permanecieron afuera de la
prisión
conmigo en el amargo frío o en el ardiente verano
debajo de este insensato muro rojo.
II
Con el año nuevo regresa la hora del recuerdo.
Te veo, te oigo, te escucho dibujando cerca:
a aquél que tratamos de auxiliar en la caseta del
centinela
y que ya no camina sobre esta preciosa tierra,
y aquélla que agitaría su bella melena
y exclamaría: es como volver al hogar.
Quiero enunciar los nombres de aquella muchedumbre,
pero se llevaron la lista y ahora está perdida.
Les he tejido una vestimenta hecha
de palabras pobres, las que alcancé a oír,
y me asiré con firmeza a cada palabra y a cada mirada
todos los días de mi vida, incluso en mi nueva desgracia,
y si una mordaza cegara mi boca torturada,
por la que gritan cien millones de gentes,
entonces déjenlos rezar por mí, como yo rezo
por ellos en esta víspera del día de mis recuerdos.
Y si mi patria alguna vez consiente
en fundir un monumento en mi nombre,
estaré orgullosa de que se honre mi memoria,
pero sólo si el monumento no se coloca
cerca del mar donde mis ojos se abrieron por vez
primera
—mi último lazo con él hace mucho está disuelto—
tampoco en el jardín del Zar, cerca del tocón sagrado,
donde una sombra adolorida acecha la tibieza de mi
cuerpo,
sino aquí, donde soporté trescientas horas
de fila ante las implacables barras de hierro.
Porque aun en la muerte venturosa tengo miedo
de olvidar el clamor de las Marías Negras,
de olvidar el chirrido de esa odiosa puerta
y a la vieja aullando como bestia herida.
Y desde mis inmóviles cuencas de bronce,
la nieve se derretirá como lágrimas, goteando
lentamente,
y una paloma arrullará en alguna parte, una y otra vez,
mientras los barcos navegan suavemente sobre el
caudaloso
Neva.
(Marzo de 1940)
Cleopatra
Soy aire y fuego...
Shakespeare
Ya ha besado los labios muertos de Antonio,
ha llorado de rodillas ante el César
y sus sirvientes la han traicionado. Cae la oscuridad.
Chillan las trompetas del águila romana.
Por ahí viene el último hombre arrebatado por su
belleza,
—galán tan gallardo— con un murmullo vergonzante:
—Deberás caminar ante él, como una esclava, en el
triunfo.
Pero la pendiente de su cuello de cisne está más
tranquila
que nunca.
Mañana encadenarán a sus hijos. Nada le resta
más que enloquecer a ese sujeto
y poner el negro áspid, como separación piadosa,
sobre su oscuro pecho, con mano indiferente.
(1940)
Tomado de:
https://materialdelectura.unam.mx/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/80-034-ana-ajmatova?showall=1
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