jueves, 6 de junio de 2024

POEMAS DE GABRIEL ARTURO CASTRO IN MEMORIAM


aurora

 

Desnudos, humeantes,

bajo la eterna noche de estrellas primitivas,

con los ojos cerrados y lejos del mundo,

tomamos un trozo de hueso y lo frotamos.

Quizás sea el reinicio que nos lleve a la aurora.

 

 

Sigilo

 

El sigilo está en la sangre que procede de la zarza,

de la edad y la humildad crujiente,

en la continuidad de los signos del cielo,

de ocuparse de rumiar sus vocablos y vestigios  

esconder la voz en el dorso de la mano,

ir a los confines tras el pan y el vino,

inventar un ojo gigantesco

y hundirse en lo profundo de la jungla,

en la grieta del muro o en la inmensidad de la piedra.

Tomado de:

https://archivopdp.unam.mx/component/content/article/217-gabriel-arturo-castro?Itemid=1

 

 

Dionisos

Nada queda de la bienaventuranza,

del paraje agradable

y calmo donde reinaba el alcanfor,

la videncia del roble y la edad de oro.

 

¿Qué se hizo la voz narradora del bosque?

¿El sol no está en mi plato?

¿Encontraremos a Dionisos entre las cenizas?

 

Todo jardín es un territorio enemigo

y nos hacemos viejos enfrentando al tiempo,

subiendo a lo más alto del árbol del mundo.

Comemos enseguida del fruto del sueño

pero los amontonadores de piedras

nos ponen umbrales,

muros,

paredes domésticas

y tierras pintadas que nos alejan del amparo único,

cuando estábamos solo a un paso.

 

Ya no hay Paraíso recobrado, sálvate o resiste.

 

 

El infierno son los otros

Mientras arrastro la roca los otros me echan gotas de limón en la boca, porque ya no soportan el rastro del vómito a mi paso. Avanzo ciego hacia la luz de la cúspide, escalo, pero el peso de tanta gente adherida a la piedra se hace insoportable: huérfanos, grotescos, míseros, desamparados, carniceros, tuertos, lisiados, locos, solos y viejos con piel de corteza de árbol. Mi brazo se rompe. Sigo la marcha, jalo, acometo y la carga aumenta, fastidia, inoportuna. El otro brazo se astilla y las piernas se hacen añicos. La roca rueda con todos a su mundo extraño, un círculo de fuego que gira y gira. Yo no bajo, no obedezco, me quedo en la cima.

 

 

Mundo vertical

Tanto tiempo he vivido encima de esta húmeda torre, siglos recorriéndola palmo a palmo. Cúpula, interminable alzadura, un día sirvió de fortaleza, luego de campanario, también de prisión. Incrédulo, un artículo de fe me dio a escoger mi condena. Preferí el destierro al envenenamiento o la muerte a pedradas. Aprendo a morir lentamente, mi espíritu insiste pero se apaga. Sigue lloviendo, el rocío abunda en este mundo vertical. Me hice un viejo de larga barba, arrugas profundas y repulsivo rostro. Miro el desierto, allá lejos Roma y más acá un Auschwitz y Palestina que se propagan por la Tierra. Aún desafiante quisiera que Dios me levante el castigo de la lluvia eterna, la nube siempre posada sobre mi fealdad, mi corazón y mi verdad incierta.

 

 

Siesta

Después de dormir la siesta, los lectores nocturnos salen a visitar un camino de almendros negros, curvas cerradas, olor a grillos confusos, aceras de hornos y luminarias prendidas.

 

Sabemos que tomarán vino aguado, miel untada de espinas verdes, bebidas de cebada tostada y sal, o roerán la hoja de la vid y un hueso de ciervo joven.

 

Por ese camino llegarán golosos a nuestras páginas y sabrán que no hay últimas palabras, solo una soledad animal de esperanzas y penurias escondidas bajo el sofá, entre la suciedad, el polvo, el espanto, el consuelo o el frescor verde de las paredes.

 

Pobres lectores, la ansiedad del viaje fue un malentendido.

Tomado de:

https://www.otraparte.org/agenda-cultural/literatura/palabra-raiz-hundida/

 

 

Sueño vegetal 

 

Al habitar la negrura de un bosque olvidado,

horizonte que apaga el color,

nuestro sueño vegetal se marcha tras la pesadez infantil

y el ensueño duro. Inútil la voz bajo el frío cielo,

ociosas las huellas de los reyes de madera dura,

el recuerdo sumergido de las lavanderas nocturnas,

tardío el ser que ponía fuego en el pequeño farol.

 

 

Pies de caza

 

Al repetir tres veces la palabra fruto,

las sílabas de su nombre,

el pie rompe la almendra, ataca el olivo,

sea su punta, talón o zapato de madera.

 

De pronto se advierte un olor vivo y subido,

olor que dejan los pies de caza.

Señal de inutilidad:

los talones cortan la cáscara,

derraman su fragante aceite

sin sesgar la semilla madura y descubierta.

 

El fruto se quedará atrás del pie que lo sigue.

 

 

Esfinge 

 

Desde antes de la salida del sol

soñamos con los crisoles, calderos, manojos de plantas secas

y los colores ásperos y quemados de la cerámica,

del oro viejo.

 

Únicamente el Dios destituido

-esfinge ciega en el banquete del tiempo-

nos ofrecía las uvas más altas que se puedan alcanzar,

universo pequeño para nuestra pesadez y hundimiento,

mundo interior contra la tropa ágil,

el destrozo que asedia y corre,

la desolación que masca satisfecha su ajo,

su olor a resina o hierba amarga,

su cercana fetidez de jaula.

 

Somos sobrevivientes de una lengua muerta.

 

 

Vieja querella 

 

Herodes sale con su lanza por la noche.

 

¿Cuándo podremos decir que la matanza de niños reposa lejos

y que el espanto del Bautista, su piedad y su corazón roto,

jamás volverán a visitar nuestro rostro, tu frente enferma,

mis ojos, tu canción de cuna, tu vieja querella?

 

Rey o monarca de siempre, el apagador de velas,

el del capuchón de ángel negro, el que perpetúa la noche,

es a ti a quien le agrada oír los lamentos que la humanidad exhala.

Tú extiendes la mano para agobiar mis labios,

sorbes mi sangre y mi llaga, la herida de mi débil brazo,

mi espalda que exhibe las letras y la cicatriz.

El cielo nos envía sables, puños apretados, arabescos de orín.

Mi alma estrecha es una sepultura en una callada tierra.

El poderoso habla la lengua soberana

y nosotros perdemos la lengua del hombre.

 

Herodes sale con su lanza por la noche.

 

 

Patria ilimitada

Basta una palabra donde podamos reconocer la patria, un suelo de pizarra, el trigo y la hostia, la mano paterna y la nueva infancia; una palabra infinita, fija y entreabierta, antigua y sólida que espante las migas del pecho, el lenguaje del paria, la guerra sorda contra las cosas, la letra cortesana, la letra que duerme, la gripe y la edad de hierro.

Cuando la sangre se altera, la palabra prepara su úlcera. Una palabra acecha al creador del cielo gris.

 

 

Paisaje

 

La tarde fabrica una soledad, cien ventanas se cierran, los garzones vuelven a la oscura arca. La vestimenta de la tierra a esta hora es de rojo infierno, se cubre con sábanas y cruces, torrentes de fuego, retratos y quejas colman el paisaje: hombres clavados con astillas, atados a un mástil un arpón los ronda, camisas raídas por la punta de un garfio, cercos de zarzas y la voz de la muerte, igual al puñal, al golpe del garrote, a la fría lágrima de un cordero. Triste paisaje de incendios y huidas, mercedarios cercenan la mano de quien ara, la mano del que escribe.

No importa la contienda y la ventaja, con los ojos blandos y oyendo los gritos del apaleado, hemos aireado las desvaídas sombras y ellas han subido al corazón que invoca, al espíritu que segrega sílabas para la mudanza del tiempo y de los hombres de apetito y lengua espesa.

El alba severa se le devolverá al enemigo.

Esta noche mis palabras repasarán sus hoces sobre él.

Tomado de:

https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/86_87/castro.html

 

 

Niño de aguas profundas

Nací en los tiempos inaugurales, fuente de agua y de sangre.

 

Un siglo después el blando murmullo hace las veces de memoria:

 

No quemen la cal, no rayen las paredes, el cielo se derrite rodando por tu dorso.

 

Pequeño siglo, pedazos de cuerpo en la tierra, languidez por encima del sueño, tiempo húmedo de la cicatriz.

 

La lenta y larga invasión de la sangre derrama aves, aves de madera y de aluminio.

 

Despejo mi memoria y escucho el fuego a mí alrededor. Otra vez tengo un cuerpo descubierto bajo el pie, señal de sombra humana.

 

He inventado un rostro, un ojo, un camino, la cigüeña vieja y el zapato de piedra.

 

Desde el interior se escucha mi voz, en el fruto se ve el niño de aguas profundas. Existe el hijo a pesar de la espalda del padre.

 

 

El árbol de Rilke

El inspirado siempre está al acecho de las voces misteriosas, propias y ajenas, y actúa cuando el deseo hunde sus raíces en lo más insondable del ser. Dicha «locura» es el inicio, tan sólo el comienzo del misterio de la creación poética, una especie de «bendición» que relaciona al poeta con lo trascendente, la intuición, la sugestión, el entusiasmo, el éxtasis y el don, pero no en detrimento, luego, del saber adquirido, la experiencia, el trabajo y la labor paciente del arte. Lo poético inicia con la percepción distinta, la otra visión, la estética y la imaginación personal. El impulso, aliento y poder creador nacen de un gesto interior, dura contemplación y acción al unísono, principio y medio del movimiento, del verbo.

 

Enseguida interviene el quehacer del arte, el dominio del oficio, ejercicio, técnica y procedimientos expresivos a través de los cuales el individuo se manifiesta. El arte es también acontecimiento, ceremonial vivido y recreación, potencia real, lenguaje de las formas, rico y elocuente, conjetura y evocación, certeza y vestigio, es decir, articulación y enunciación coherente de lo insólito de la imagen, su mundo viviente, sus destellos de piedra sorprendente y raíz liberada, como la fuerza fundante generadora del árbol de Rilke, «el que difunde, en orbes de verdor, una redondez conquistada sobre los accidentes de la forma y la movilidad»; el Árbol que tal vez piensa por dentro.

Tomado de:

https://www.otraparte.org/agenda-cultural/literatura/la-noche-de-su-abismo/

 

 

PALABRAS HUECAS

 

Dice mi risa medieval que hay palabras huecas y hombres socavados,

 

viejos símiles que desesperan el paisaje del lugar común:

 

un solar de auroras lánguidas, las hordas de pajareros que tiñen de sangre

 

                          las regiones del último arco iris.

 

Mi risa está detrás del mármol de la estatua, aquella que guarda lejanas voces,

 

sordas e indecibles, un corazón habitado por un mundo casi vacío,

 

salvo la tempestad que presagia un lejano llanto, la sepultura del agua,

 

la palabra liquida que bendice al humillado, frágil y a media voz.

 

Mi alegría y mi jolgorio entre la desgracia y la dicha de un Dios imposible,

 

quien desea las flores amorosas de la luz, la sal de la tierra y

 

un porvenir de sagas y pequeños mendigos.

 

 

EL CIELO QUE VIENE

 

 

Llegan las sombras nada indulgentes de la noche,

 

el espanto que espera,

 

sus ojos necios, vacilantes,

 

su mano de hierro, pesada y grave que intenta descubrir

 

la piedra lumbre escondida en lo más profundo del lugar.

 

Allí dentro lo indecible,

 

la voz liquida del dolor, del rumor y del tempo,

 

la sumisión por un momento del débil,

 

un pedazo de cielo cae herido junto a la música,

 

la música que llora en voz alta la inocencia del paraíso

 

o la honradez de ángel que entona tras el espejo

 

y pide ser salvado del sacrificio.

 

No pudo la sombra quebrar tu canto o tu palabra,

 

jamás vencida por algún golpe,

 

ni robar las auroras limpias donde aún te aferras.

 

 

 

El cielo que viene será mejor.

 

Por tus venas corre la sangre del relámpago.

 

 

NIÑO EXTRAVIADO

 

Todos estamos bajo el signo de la muerte, elegimos la vida profunda, la otra cara, lo que se deshace, lo frágil y lo caduco. Huésped perplejo, niño extraviado, además frágil, quizás desvalido, el lector busca en un terreno baldío su propio cuerpo enfermo y dolido.

 

Divisamos el horror, el desfile de monstruos, la nave de los locos que no desea hallar la razón; la telaraña oscura de Chagall y al fondo un vestido blanco; o tal vez el encierro, el horror de Benjamin, su gueto y fantasma vivo.

 

Aprendimos que este mundo inmenso no tiene raíz, pero sí una amable embriaguez de carrusel, circo, fábrica y aserradero.

 

 

    LARGO CAMINO 

 

 

Pasión extraña la del cuerpo escrito,

 

letra,        verbo  o            

                vocablo

 

y su cautela de palabra 

                líquida.

 

El libro emigra a la vida,

 

gira alrededor de sí 

      mismo,

 

sobre su hilo sutil

 

    y filo del tiempo.

 

Advierto su 

nombre a tientas,

 

            sin rumbo,

 

            su pasado 

            entre líneas,

 

            su murmullo 

            de carne cuando 

                    vemos la 

            hendidura de un 

            rostro, la cicatriz, el 

                semblante del 

            lector y los sentidos 

            emboscados de una 

               piel que avanza en 

              la senda pedregosa.

 

Escucho y leo, no replico, 

deletreo para no ser mercader 

                de rótulos,

 

              anuncio de fantasmas,

 

    hablilla, chisme, ruido, 

            rumor, 

            juego de la muerte sin 

                  sepultura, 

                      sin dintel, 

            olvido de las sombras. 

                                            Sí,

 

                                     oímos a 

                                  Stendal 

                                  y su espejo 

                         que se pasea por 

                           un largo camino 

                                  y refleja el 

                             barrizal, 

                            el fango entre los 

                     ojos del fugitivo lector.

Tomado de:

 https://eugeniasancheznieto.blogspot.com/2016/08/gabriel-arturo-castro-tambor.html

 

PERSEGUIDOR

El perseguidor de la montaña no necesita de lazo,

ni la trampa, ni el dulce metal fundido de una

ballesta. No. Sólo le basta lanzar las astillas de la

palma para cazar los pájaros nocturnos.

 

 

REMOLINO

 

Al privar de la luz al mundo, la cigarra y el grillo

inician un tiempo giratorio y rápido: se amontonan

para causar un remolino de saltos y sonidos graves

ante el ojo del alucinado o la música del sordo.

 

 

TAMBOR

 

Ah, oído atormentado, ni la voz o el ronquido del

carcelero pueden evitar la algarabía de mi tambor: su

piel de manos rígidas, el rastro de tantos dedos

percutiendo la corteza, la redondez de la madera y su

hinchazón cuando traga el aire del verano.

 

 

PUERTA

 

Del monumento he arrancado piedras sin labrar:

Una cuadrada para moler maíz, tinta y chocolate,

Otra puntiaguda que pulirá los cristales rudos

—Los vidrios de mi casa transparente—

Menos la puerta de cuarzo que conduce hacia un

                            solar de tímidos espejos.

 

FOGONERO

 

El fogonero, cuando prendía la hoguera de roble,

solía mirar a la mariposa de fuego que brotaba

con sus tildes rojas y las dos gotas de aceite quemando

el vivo paisaje de la noche.

Al final, extinta la llama, únicamente podía ver un

puñado de líneas delgadas sobre la ceniza.

Poemas del libro Pequeño mito del bosque.

Tomado de:

http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/colombia/gabriel_arturo_castro.html

 

 

*

 

Las campanas de la vieja noche forman un círculo.

Dentro de él un largo crujir de fantasma,

el no apaleado,

ángel desleído que sufre por el espesor de su piel,

suerte en blanco de quien pierde su nombre

y está por fuera del tiempo y de la brújula.

La noche disfrazada pierde su encanto,

su humo, su hedor de úlcera tibia.

La noche tiene su común perfume y un irregular parpadeo de ojos hundidos, la respiración pesada de los durmientes.

La noche afila los dientes y saliva. El mar al revés y el cristal resistente nos hablan de una orilla escoriada, su espacio roto y un viejo fondo de sueño.

Tras la ventana y el ojo del mundo oculta su rostro.

Selva en flor,

la atmósfera se atraviesa de animales de sombra densa,

piel milenaria, un trueno detrás de la cabeza.

Imaginarios,

confiados,

los animales son anteriores al rumor

y convenientes en su cantidad regresan a su antiguo círculo.

 

*

 

Recuerdo cómo mover mi mano antigua,

mi puño de aceite que alza al hombre,

al buitre y al corazón viejo.

Todas las noches invento fechas vivas,

sumo claridades

y planto un hueso en la tierra.

El cincel perfecciona la esclava imagen,

la desteñida, embalsamada por la distancia.

El mundo retoma su antigua forma,

presencia invisible e íntima, la apariencia exacta.

Desde una estación de conjeturas la imaginación siempre regresa.

Tomado de:

https://www.laotrarevista.com/2014/06/gabriel-arturo-castro/


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