aurora
Desnudos, humeantes,
bajo la eterna noche de estrellas
primitivas,
con los ojos cerrados y lejos del
mundo,
tomamos un trozo de hueso y lo
frotamos.
Quizás sea el reinicio que nos
lleve a la aurora.
Sigilo
El sigilo está en la sangre que
procede de la zarza,
de la edad y la humildad
crujiente,
en la continuidad de los signos
del cielo,
de ocuparse de rumiar sus
vocablos y vestigios
esconder la voz en el dorso de la
mano,
ir a los confines tras el pan y
el vino,
inventar un ojo gigantesco
y hundirse en lo profundo de la
jungla,
en la grieta del muro o en la
inmensidad de la piedra.
Tomado de:
https://archivopdp.unam.mx/component/content/article/217-gabriel-arturo-castro?Itemid=1
Dionisos
Nada queda de la bienaventuranza,
del paraje agradable
y calmo donde reinaba el
alcanfor,
la videncia del roble y la edad
de oro.
¿Qué se hizo la voz narradora del
bosque?
¿El sol no está en mi plato?
¿Encontraremos a Dionisos entre
las cenizas?
Todo jardín es un territorio
enemigo
y nos hacemos viejos enfrentando
al tiempo,
subiendo a lo más alto del árbol
del mundo.
Comemos enseguida del fruto del
sueño
pero los amontonadores de piedras
nos ponen umbrales,
muros,
paredes domésticas
y tierras pintadas que nos alejan
del amparo único,
cuando estábamos solo a un paso.
Ya no hay Paraíso recobrado,
sálvate o resiste.
El infierno son los otros
Mientras
arrastro la roca los otros me echan gotas de limón en la boca, porque ya no
soportan el rastro del vómito a mi paso. Avanzo ciego hacia la luz de la
cúspide, escalo, pero el peso de tanta gente adherida a la piedra se hace
insoportable: huérfanos, grotescos, míseros, desamparados, carniceros, tuertos,
lisiados, locos, solos y viejos con piel de corteza de árbol. Mi brazo se
rompe. Sigo la marcha, jalo, acometo y la carga aumenta, fastidia, inoportuna.
El otro brazo se astilla y las piernas se hacen añicos. La roca rueda con todos
a su mundo extraño, un círculo de fuego que gira y gira. Yo no bajo, no
obedezco, me quedo en la cima.
Mundo vertical
Tanto
tiempo he vivido encima de esta húmeda torre, siglos recorriéndola palmo a
palmo. Cúpula, interminable alzadura, un día sirvió de fortaleza, luego de
campanario, también de prisión. Incrédulo, un artículo de fe me dio a escoger
mi condena. Preferí el destierro al envenenamiento o la muerte a pedradas.
Aprendo a morir lentamente, mi espíritu insiste pero se apaga. Sigue lloviendo,
el rocío abunda en este mundo vertical. Me hice un viejo de larga barba,
arrugas profundas y repulsivo rostro. Miro el desierto, allá lejos Roma y más
acá un Auschwitz y Palestina que se propagan por la Tierra. Aún desafiante
quisiera que Dios me levante el castigo de la lluvia eterna, la nube siempre
posada sobre mi fealdad, mi corazón y mi verdad incierta.
Siesta
Después
de dormir la siesta, los lectores nocturnos salen a visitar un camino de
almendros negros, curvas cerradas, olor a grillos confusos, aceras de hornos y
luminarias prendidas.
Sabemos
que tomarán vino aguado, miel untada de espinas verdes, bebidas de cebada
tostada y sal, o roerán la hoja de la vid y un hueso de ciervo joven.
Por
ese camino llegarán golosos a nuestras páginas y sabrán que no hay últimas
palabras, solo una soledad animal de esperanzas y penurias escondidas bajo el
sofá, entre la suciedad, el polvo, el espanto, el consuelo o el frescor verde
de las paredes.
Pobres
lectores, la ansiedad del viaje fue un malentendido.
Tomado de:
https://www.otraparte.org/agenda-cultural/literatura/palabra-raiz-hundida/
Sueño vegetal
Al habitar la negrura de un
bosque olvidado,
horizonte que apaga el color,
nuestro sueño vegetal se marcha
tras la pesadez infantil
y el ensueño duro. Inútil la voz
bajo el frío cielo,
ociosas las huellas de los reyes
de madera dura,
el recuerdo sumergido de las
lavanderas nocturnas,
tardío el ser que ponía fuego en
el pequeño farol.
Pies de caza
Al repetir tres veces la palabra
fruto,
las sílabas de su nombre,
el pie rompe la almendra, ataca
el olivo,
sea su punta, talón o zapato de
madera.
De pronto se advierte un olor
vivo y subido,
olor que dejan los pies de caza.
Señal de inutilidad:
los talones cortan la cáscara,
derraman su fragante aceite
sin sesgar la semilla madura y
descubierta.
El fruto se quedará atrás del pie
que lo sigue.
Esfinge
Desde antes de la salida del sol
soñamos con los crisoles,
calderos, manojos de plantas secas
y los colores ásperos y quemados
de la cerámica,
del oro viejo.
Únicamente el Dios destituido
-esfinge ciega en el banquete del
tiempo-
nos ofrecía las uvas más altas
que se puedan alcanzar,
universo pequeño para nuestra
pesadez y hundimiento,
mundo interior contra la tropa
ágil,
el destrozo que asedia y corre,
la desolación que masca
satisfecha su ajo,
su olor a resina o hierba amarga,
su cercana fetidez de jaula.
Somos sobrevivientes de una
lengua muerta.
Vieja querella
Herodes sale con su lanza por la
noche.
¿Cuándo podremos decir que la
matanza de niños reposa lejos
y que el espanto del Bautista, su
piedad y su corazón roto,
jamás volverán a visitar nuestro
rostro, tu frente enferma,
mis ojos, tu canción de cuna, tu
vieja querella?
Rey o monarca de siempre, el
apagador de velas,
el del capuchón de ángel negro,
el que perpetúa la noche,
es a ti a quien le agrada oír los
lamentos que la humanidad exhala.
Tú extiendes la mano para agobiar
mis labios,
sorbes mi sangre y mi llaga, la
herida de mi débil brazo,
mi espalda que exhibe las letras
y la cicatriz.
El cielo nos envía sables, puños
apretados, arabescos de orín.
Mi alma estrecha es una sepultura
en una callada tierra.
El poderoso habla la lengua
soberana
y nosotros perdemos la lengua del
hombre.
Herodes sale con su lanza por la
noche.
Patria ilimitada
Basta una palabra donde podamos
reconocer la patria, un suelo de pizarra, el trigo y la hostia, la mano paterna
y la nueva infancia; una palabra infinita, fija y entreabierta, antigua y
sólida que espante las migas del pecho, el lenguaje del paria, la guerra sorda
contra las cosas, la letra cortesana, la letra que duerme, la gripe y la edad
de hierro.
Cuando la sangre se altera, la
palabra prepara su úlcera. Una palabra acecha al creador del cielo gris.
Paisaje
La
tarde fabrica una soledad, cien ventanas se cierran, los garzones vuelven a la
oscura arca. La vestimenta de la tierra a esta hora es de rojo infierno, se
cubre con sábanas y cruces, torrentes de fuego, retratos y quejas colman el
paisaje: hombres clavados con astillas, atados a un mástil un arpón los ronda,
camisas raídas por la punta de un garfio, cercos de zarzas y la voz de la
muerte, igual al puñal, al golpe del garrote, a la fría lágrima de un cordero.
Triste paisaje de incendios y huidas, mercedarios cercenan la mano de quien
ara, la mano del que escribe.
No
importa la contienda y la ventaja, con los ojos blandos y oyendo los gritos del
apaleado, hemos aireado las desvaídas sombras y ellas han subido al corazón que
invoca, al espíritu que segrega sílabas para la mudanza del tiempo y de los
hombres de apetito y lengua espesa.
El
alba severa se le devolverá al enemigo.
Esta
noche mis palabras repasarán sus hoces sobre él.
Tomado de:
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/86_87/castro.html
Niño de aguas profundas
Nací en los tiempos inaugurales,
fuente de agua y de sangre.
Un siglo después el blando
murmullo hace las veces de memoria:
No quemen la cal, no rayen las
paredes, el cielo se derrite rodando por tu dorso.
Pequeño siglo, pedazos de cuerpo
en la tierra, languidez por encima del sueño, tiempo húmedo de la cicatriz.
La lenta y larga invasión de la
sangre derrama aves, aves de madera y de aluminio.
Despejo mi memoria y escucho el
fuego a mí alrededor. Otra vez tengo un cuerpo descubierto bajo el pie, señal
de sombra humana.
He inventado un rostro, un ojo,
un camino, la cigüeña vieja y el zapato de piedra.
Desde el interior se escucha mi
voz, en el fruto se ve el niño de aguas profundas. Existe el hijo a pesar de la
espalda del padre.
El árbol de Rilke
El
inspirado siempre está al acecho de las voces misteriosas, propias y ajenas, y
actúa cuando el deseo hunde sus raíces en lo más insondable del ser. Dicha
«locura» es el inicio, tan sólo el comienzo del misterio de la creación
poética, una especie de «bendición» que relaciona al poeta con lo trascendente,
la intuición, la sugestión, el entusiasmo, el éxtasis y el don, pero no en
detrimento, luego, del saber adquirido, la experiencia, el trabajo y la labor
paciente del arte. Lo poético inicia con la percepción distinta, la otra
visión, la estética y la imaginación personal. El impulso, aliento y poder creador
nacen de un gesto interior, dura contemplación y acción al unísono, principio y
medio del movimiento, del verbo.
Enseguida
interviene el quehacer del arte, el dominio del oficio, ejercicio, técnica y
procedimientos expresivos a través de los cuales el individuo se manifiesta. El
arte es también acontecimiento, ceremonial vivido y recreación, potencia real,
lenguaje de las formas, rico y elocuente, conjetura y evocación, certeza y
vestigio, es decir, articulación y enunciación coherente de lo insólito de la
imagen, su mundo viviente, sus destellos de piedra sorprendente y raíz
liberada, como la fuerza fundante generadora del árbol de Rilke, «el que
difunde, en orbes de verdor, una redondez conquistada sobre los accidentes de
la forma y la movilidad»; el Árbol que tal vez piensa por dentro.
Tomado de:
https://www.otraparte.org/agenda-cultural/literatura/la-noche-de-su-abismo/
PALABRAS HUECAS
Dice mi risa medieval que hay
palabras huecas y hombres socavados,
viejos símiles que desesperan el
paisaje del lugar común:
un solar de auroras lánguidas,
las hordas de pajareros que tiñen de sangre
las regiones del
último arco iris.
Mi risa está detrás del mármol de
la estatua, aquella que guarda lejanas voces,
sordas e indecibles, un corazón
habitado por un mundo casi vacío,
salvo la tempestad que presagia
un lejano llanto, la sepultura del agua,
la palabra liquida que bendice al
humillado, frágil y a media voz.
Mi alegría y mi jolgorio entre la
desgracia y la dicha de un Dios imposible,
quien desea las flores amorosas
de la luz, la sal de la tierra y
un porvenir de sagas y pequeños
mendigos.
EL CIELO QUE VIENE
Llegan las sombras nada
indulgentes de la noche,
el espanto que espera,
sus ojos necios, vacilantes,
su mano de hierro, pesada y grave
que intenta descubrir
la piedra lumbre escondida en lo
más profundo del lugar.
Allí dentro lo indecible,
la voz liquida del dolor, del rumor
y del tempo,
la sumisión por un momento del
débil,
un pedazo de cielo cae herido
junto a la música,
la música que llora en voz alta
la inocencia del paraíso
o la honradez de ángel que entona
tras el espejo
y pide ser salvado del
sacrificio.
No pudo la sombra quebrar tu
canto o tu palabra,
jamás vencida por algún golpe,
ni robar las auroras limpias
donde aún te aferras.
El cielo que viene será mejor.
Por tus venas corre la sangre del
relámpago.
NIÑO EXTRAVIADO
Todos
estamos bajo el signo de la muerte, elegimos la vida profunda, la otra cara, lo
que se deshace, lo frágil y lo caduco. Huésped perplejo, niño extraviado,
además frágil, quizás desvalido, el lector busca en un terreno baldío su propio
cuerpo enfermo y dolido.
Divisamos
el horror, el desfile de monstruos, la nave de los locos que no desea hallar la
razón; la telaraña oscura de Chagall y al fondo un vestido blanco; o tal vez el
encierro, el horror de Benjamin, su gueto y fantasma vivo.
Aprendimos
que este mundo inmenso no tiene raíz, pero sí una amable embriaguez de
carrusel, circo, fábrica y aserradero.
LARGO CAMINO
Pasión extraña la del cuerpo
escrito,
letra, verbo o
vocablo
y su cautela de palabra
líquida.
El libro emigra a la vida,
gira alrededor de sí
mismo,
sobre su hilo sutil
y filo del tiempo.
Advierto su
nombre a tientas,
sin rumbo,
su pasado
entre líneas,
su murmullo
de carne cuando
vemos la
hendidura de un
rostro, la cicatriz, el
semblante del
lector y los sentidos
emboscados de una
piel que avanza en
la senda pedregosa.
Escucho y leo, no replico,
deletreo para no ser mercader
de rótulos,
anuncio de fantasmas,
hablilla, chisme, ruido,
rumor,
juego de la muerte sin
sepultura,
sin dintel,
olvido de las sombras.
Sí,
oímos a
Stendal
y su espejo
que se pasea por
un largo camino
y refleja el
barrizal,
el fango entre los
ojos del
fugitivo lector.
Tomado de:
PERSEGUIDOR
El perseguidor de la montaña no
necesita de lazo,
ni la trampa, ni el dulce metal
fundido de una
ballesta. No. Sólo le basta
lanzar las astillas de la
palma para cazar los pájaros
nocturnos.
REMOLINO
Al privar de la luz al mundo, la
cigarra y el grillo
inician un tiempo giratorio y
rápido: se amontonan
para causar un remolino de saltos
y sonidos graves
ante el ojo del alucinado o la
música del sordo.
TAMBOR
Ah, oído atormentado, ni la voz o
el ronquido del
carcelero pueden evitar la
algarabía de mi tambor: su
piel de manos rígidas, el rastro
de tantos dedos
percutiendo la corteza, la
redondez de la madera y su
hinchazón cuando traga el aire
del verano.
PUERTA
Del monumento he arrancado
piedras sin labrar:
Una cuadrada para moler maíz,
tinta y chocolate,
Otra puntiaguda que pulirá los
cristales rudos
—Los vidrios de mi casa
transparente—
Menos la puerta de cuarzo que
conduce hacia un
solar de tímidos
espejos.
FOGONERO
El fogonero, cuando prendía la
hoguera de roble,
solía mirar a la mariposa de
fuego que brotaba
con sus tildes rojas y las dos
gotas de aceite quemando
el vivo paisaje de la noche.
Al final, extinta la llama,
únicamente podía ver un
puñado de líneas delgadas sobre
la ceniza.
Poemas
del libro Pequeño mito del bosque.
Tomado de:
http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/colombia/gabriel_arturo_castro.html
*
Las campanas de la vieja noche
forman un círculo.
Dentro de él un largo crujir de
fantasma,
el no apaleado,
ángel desleído que sufre por el
espesor de su piel,
suerte en blanco de quien pierde
su nombre
y está por fuera del tiempo y de
la brújula.
La noche disfrazada pierde su
encanto,
su humo, su hedor de úlcera
tibia.
La noche tiene su común perfume y
un irregular parpadeo de ojos hundidos, la respiración pesada de los durmientes.
La noche afila los dientes y
saliva. El mar al revés y el cristal resistente nos hablan de una orilla
escoriada, su espacio roto y un viejo fondo de sueño.
Tras la ventana y el ojo del
mundo oculta su rostro.
Selva en flor,
la atmósfera se atraviesa de
animales de sombra densa,
piel milenaria, un trueno detrás
de la cabeza.
Imaginarios,
confiados,
los animales son anteriores al
rumor
y convenientes en su cantidad
regresan a su antiguo círculo.
*
Recuerdo cómo mover mi mano
antigua,
mi puño de aceite que alza al
hombre,
al buitre y al corazón viejo.
Todas las noches invento fechas
vivas,
sumo claridades
y planto un hueso en la tierra.
El cincel perfecciona la esclava
imagen,
la desteñida, embalsamada por la
distancia.
El mundo retoma su antigua forma,
presencia invisible e íntima, la
apariencia exacta.
Desde una estación de conjeturas
la imaginación siempre regresa.
Tomado de:
https://www.laotrarevista.com/2014/06/gabriel-arturo-castro/
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