martes, 25 de junio de 2024

POEMAS DE MARGARITA PAZ PAREDES


Aprender a morir

 

Necesito aprender a morir

tan siquiera esta noche,

aprender a morir un rato largo

para saber la exacta

dimensión del silencio;

la inexorable potestad del olvido

y la helada frontera

donde jamás arribará palabra alguna,

porque todas habrán de agonizar vacías,

revestidas por una ramazón seca y oscura.

 

Si al menos esta muerte

que se empeña en cuajar mi pena a solas

o amenazar mi sombra en los rincones

morados del silencio;

si al menos esta muerte

decidiera detenerse en mi casa

algunas horas

como visita de confianza;

descansar en la sala,

pasar al dormitorio

y olvidar los retratos que más quiero;

tal vez cenar conmigo,

yo, mi café azorado

y ella un poco de sombra indiferente;

tal vez si nos tratáramos un poco,

si quisiera un momento acomodarse

en el reclinatorio de mi frente,

si me dejara cobijarme apenas

con su capa de niebla,

entonces, mañana, estoy segura,

como nunca, tranquila,

nada me dolería;

habría aprendido tanto y tan aprisa,

a evadir las palabras

que como dardos o flechas dirigidas

se obstinan en lastimarme el corazón desnudo,

desprotegido y débil;

habría aprendido

que nada permanece,

y que esa absurda búsqueda

del amor, la ternura, la comunicación más simple,

no es más que un espejismo

que se pierde en las dunas

multiplicadas de nuestro desierto,

porque después de todo, los oasis

los inventa

la inextinguible sed del alma sola.

 

 

Lámpara

 

Cayó el silencio

sobre mi mundo, en el que tú no estabas.

También la sombra descendió a mi estancia

y tuve miedo de que te perdieras.

Entonces encendí mi lámpara.

Su luz bañó mis manos

y las alcé tan alto, que parecían diez faros

alumbrando el océano,

donde tal vez, náufrago y solo, navegabas.

 

 

A la poesía

 

Mírame caminar por el desierto

de esta noche inconsciente.

Grito tu nombre de agua misteriosa,

busco tu huella de palmera errante.

 

¡Ay!, nada más tu sombra quiere alcanzar mi sueño;

nada más el dolor de tu furtiva imagen.

 

¡Qué arena desolada me sube hasta los labios!

¡Qué nido solitario en mi pecho, buscándote!

¡Qué impuro este lenguaje que se obstina en llamarte!

¡Y qué asidua la brasa de tu forma en mi frente!

 

No he podido olvidar tu aparición, ¡poesía!

Bajabas de mi noche como rocío secreto

humedeciendo el pétalo musical de mi aurora.

Entonces se posaban tus mariposas mágicas

en el temblor desnudo de mi asombro.

 

Te sentí sembradora en la tierra de mi alma;

alucinado cisne navegando mi sangre;

dulce espina en la rosa del pecho conmovido,

ala fugaz y ardiente, campana de alegría.

 

Era fácil hablarte, vivir bajo la llama

de tu clara presencia;

encontrar en el viento la señal de tu viaje

y ser feliz mirando tu espalda refulgente.

 

Hoy me pierdo en la noche y la noche me cerca.

Mi corazón te implora;

pero la voz se rompe en un sollozo inútil

y quedo a la intemperie, solitaria,

en pos de ti, por ti, sin ti, que no me sientes

morir de sed, frente al espejo intacto

de tu esencia inasible.

 

Camino hacia la muerte

y no puedo morir, porque mi sangre

es un oleaje vivo, que tus dedos golpean,

acrecentando el fuego de mi entraña

y poblándome el sueño de gaviotas rebeldes.

 

Amarga certidumbre de no alcanzarte nunca.

¡Qué importa que tu espada flamígera me hiera

y qué importa tu cauda luminosa en mi noche!

y esta febril espera y este dolor inmenso

y esta sed y este llanto y este grito errabundo,

si a ti sólo se llega temblando por la ruta

delgada del suspiro;

si tu imagen se toca

nada más en el fondo de una lágrima pura;

si tu forma se esconde

bajo el ala creadora del ángel de los sueños.

 

Que cese mi lenguaje;

que me envuelva el silencio;

que se calme el motín de mis venas hinchadas;

que dejen mis oídos de escuchar caracolas;

que aniquilen mis manos sus espigas fugaces;

que mis ojos no miren horizontes de fuego;

que mis labios se inclinen hasta besar el polvo;

y cuando sólo quede mi desnudez primaria

tendida sobre el lecho maternal de la tierra,

deja caer, poesía,

sobre la herida abierta por tu amor imposible,

una gota de bálsamo

y que tu nombre sea

amapola perpetua encendida en mi pecho.

Tomado de:

https://stylozano.com/category/margarita-paz-paredes/

 

 

Pequeña isla

 

Adán del universo:

donde pones tu planta

la tierra se conmueve

de ocultos paraísos.

(Te anuncia una legión

de brazos incendiados.)

Eva soy, inmemorial y eterna,

ligada a ti por el suspiro

de antigua soledad, y desterrada

por el frutal capricho.

 

En el exilio estoy.

El alba de mis besos

palidece en la niebla.

 

Hacia tu encuentro he caminado siglos,

desolada y agónica

frente a sordas esfinges;

siglos preñados de preguntas,

de llanto y de silencio.

 

Pero de pronto,

surges en el desierto

vertiendo manantiales

para mi sed inmensa.

 

Los espejos solares de tus ojos

me copian. Voy desnuda

de sombras y de angustia,

y me dices palabras que alimentan

mustios cañaverales.

 

Otra vez vegetal, me fecunda tu savia:

los huesos me florecen, la piel se me licua

en amorosos jugos,

y el corazón agita.

su bandera incendiaria

sobre el huerto del mundo.

 

Ahora, ya dueña del enigma,

puedo decir el canto

del Primer Paraíso:

 

Surco de amor,

en ti todo germina.

Camino ya sin ti

y hacia tu búsqueda.

Mis brazos se quedaron

asidos a tu cuello.

 

Pequeña isla soy. Tú me descubres.

Tus abejas me invaden y, de pronto

-cera y miel- te me entrego

tibia, recién nacida.

Luego desapareces y despierto

de bruces en la onda olvidada del agua.

 

Es hora de morir sin ti, me oprimen

los círculos morados de la ausencia

y en el umbral del sueño desfallezco,

inmensamente triste y solitaria.

Poco a poco la tierra se conmueve,

me transmite su sangre verde, cálida,

y amanezco en resinas verticales.

Es que voy a tu encuentro, resucito

caminando descalza sobre el musgo,

el pecho descubierto,

otra vez cera y miel,

isla pequeña,

Eva antigua y eterna.

 

Tú sostienes la tierra y me sostienes

dichosa, en altos climas,

fuera de toda muerte, porque vivo

contigo ya sin tiempo y sin espacio;

porque te amo

desde la soledad del Paraíso

hasta el postrer exilio,

donde, llorada patria de amargura,

purificada de pasión, seremos

amantes sin espinas y sin sombras.

Tomado de:

https://www.poemas-del-alma.com/margarita-paz-paredes-pequenia-isla.htm

 

 

Presagio

Es noche de diciembre

y un presagio más agudo que el frío

de todos los inviernos

se aposenta de mi alma,

en mi alma, donde un fuego puntual

sigue licuando, pacientemente,

los granizos hostiles

del río congelado de los sueños.

 

Y el presagio es apenas

un lamento indeciso, que no logra

Integrarse en el llanto.

 

Mi sangre es un oleaje agresivo y demente,

en que navegan barcos fantasmas sin piloto,

hacia innombrables puertos

donde atracan gaviotas de alas despedazadas

por cuchillos violentos.

Quiero saber mi historia.

Mi ubicación, mi nombre,

Mis pasos anhelantes por la tierra.

Quiero tocar mis manos y mi frente,

Sorprender un calor

sobre la estepa de mi piel dormida.

Pero ya nada sé, nada interrumpe

el enjambre tenaz de la vigilia.

 

Pegajoso silencio

Se adhiere a las fronteras de mi sombra

Y una mortal Indiferencia invade

el espacio vacío.

 

¿Cómo, entonces, emprender un regreso

Para encontrar la ruta

perdida entre aniebla?

 

¿Dónde la voz que se apagó en la tarde?

¿Por qué el amor, que junto a mí marchaba

con su diario prodigio

encendiendo cenizas en mi pecho,

salpicando de luz mis soledades,

abandonó su campanario

y acomodó su nido en la estrella más alta

donde toda mi búsqueda no toca

el aire luminoso que acompañó su vuelo?

 

¿En dónde estás, poesía?

Capitana de ejércitos gloriosos,

cenzontle alucinado,

taumaturga divina.

 

Mi devoción amante ya no alcanza

a descubrir las huellas de tu imagen.

 

Lejos de mí, distante y muda

En orfandad inmensa me abandonas

 

¿En dónde estás, poesía?

 

Sola, a mitad de la noche, yo te Invoco.

 

Antes que muera

deja caer en mi silencio

una brizna sonora de tu salterio mágico,

porque será el encuentro

de todo lo anhelado;

el amor y el prodigio,

la esperanza y el sueño.

y en las manos heladas de la muerte

un incendiado trigo de alegría.

Diciembre de 1979

Le quedaban cinco meses de vida.

Tomado de:

https://lacolmena.uaemex.mx/article/view/6303/4906

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