Aprender a morir
Necesito aprender a morir
tan siquiera esta noche,
aprender a morir un rato largo
para saber la exacta
dimensión del silencio;
la inexorable potestad del olvido
y la helada frontera
donde jamás arribará palabra
alguna,
porque todas habrán de agonizar
vacías,
revestidas por una ramazón seca y
oscura.
Si al menos esta muerte
que se empeña en cuajar mi pena a
solas
o amenazar mi sombra en los
rincones
morados del silencio;
si al menos esta muerte
decidiera detenerse en mi casa
algunas horas
como visita de confianza;
descansar en la sala,
pasar al dormitorio
y olvidar los retratos que más
quiero;
tal vez cenar conmigo,
yo, mi café azorado
y ella un poco de sombra
indiferente;
tal vez si nos tratáramos un
poco,
si quisiera un momento acomodarse
en el reclinatorio de mi frente,
si me dejara cobijarme apenas
con su capa de niebla,
entonces, mañana, estoy segura,
como nunca, tranquila,
nada me dolería;
habría aprendido tanto y tan
aprisa,
a evadir las palabras
que como dardos o flechas
dirigidas
se obstinan en lastimarme el
corazón desnudo,
desprotegido y débil;
habría aprendido
que nada permanece,
y que esa absurda búsqueda
del amor, la ternura, la
comunicación más simple,
no es más que un espejismo
que se pierde en las dunas
multiplicadas de nuestro
desierto,
porque después de todo, los oasis
los inventa
la inextinguible sed del alma
sola.
Lámpara
Cayó el silencio
sobre mi mundo, en el que tú no
estabas.
También la sombra descendió a mi
estancia
y tuve miedo de que te perdieras.
Entonces encendí mi lámpara.
Su luz bañó mis manos
y las alcé tan alto, que parecían
diez faros
alumbrando el océano,
donde tal vez, náufrago y solo,
navegabas.
A la poesía
Mírame caminar por el desierto
de esta noche inconsciente.
Grito tu nombre de agua
misteriosa,
busco tu huella de palmera
errante.
¡Ay!, nada más tu sombra quiere
alcanzar mi sueño;
nada más el dolor de tu furtiva
imagen.
¡Qué arena desolada me sube hasta
los labios!
¡Qué nido solitario en mi pecho,
buscándote!
¡Qué impuro este lenguaje que se
obstina en llamarte!
¡Y qué asidua la brasa de tu
forma en mi frente!
No he podido olvidar tu
aparición, ¡poesía!
Bajabas de mi noche como rocío
secreto
humedeciendo el pétalo musical de
mi aurora.
Entonces se posaban tus mariposas
mágicas
en el temblor desnudo de mi
asombro.
Te sentí sembradora en la tierra
de mi alma;
alucinado cisne navegando mi
sangre;
dulce espina en la rosa del pecho
conmovido,
ala fugaz y ardiente, campana de
alegría.
Era fácil hablarte, vivir bajo la
llama
de tu clara presencia;
encontrar en el viento la señal
de tu viaje
y ser feliz mirando tu espalda
refulgente.
Hoy me pierdo en la noche y la
noche me cerca.
Mi corazón te implora;
pero la voz se rompe en un
sollozo inútil
y quedo a la intemperie,
solitaria,
en pos de ti, por ti, sin ti, que
no me sientes
morir de sed, frente al espejo
intacto
de tu esencia inasible.
Camino hacia la muerte
y no puedo morir, porque mi
sangre
es un oleaje vivo, que tus dedos
golpean,
acrecentando el fuego de mi
entraña
y poblándome el sueño de gaviotas
rebeldes.
Amarga certidumbre de no
alcanzarte nunca.
¡Qué importa que tu espada
flamígera me hiera
y qué importa tu cauda luminosa
en mi noche!
y esta febril espera y este dolor
inmenso
y esta sed y este llanto y este
grito errabundo,
si a ti sólo se llega temblando
por la ruta
delgada del suspiro;
si tu imagen se toca
nada más en el fondo de una
lágrima pura;
si tu forma se esconde
bajo el ala creadora del ángel de
los sueños.
Que cese mi lenguaje;
que me envuelva el silencio;
que se calme el motín de mis
venas hinchadas;
que dejen mis oídos de escuchar
caracolas;
que aniquilen mis manos sus
espigas fugaces;
que mis ojos no miren horizontes
de fuego;
que mis labios se inclinen hasta
besar el polvo;
y cuando sólo quede mi desnudez
primaria
tendida sobre el lecho maternal
de la tierra,
deja caer, poesía,
sobre la herida abierta por tu
amor imposible,
una gota de bálsamo
y que tu nombre sea
amapola perpetua encendida en mi
pecho.
Tomado de:
https://stylozano.com/category/margarita-paz-paredes/
Pequeña isla
Adán del universo:
donde pones tu planta
la tierra se conmueve
de ocultos paraísos.
(Te anuncia una legión
de brazos incendiados.)
Eva soy, inmemorial y eterna,
ligada a ti por el suspiro
de antigua soledad, y desterrada
por el frutal capricho.
En el exilio estoy.
El alba de mis besos
palidece en la niebla.
Hacia tu encuentro he caminado
siglos,
desolada y agónica
frente a sordas esfinges;
siglos preñados de preguntas,
de llanto y de silencio.
Pero de pronto,
surges en el desierto
vertiendo manantiales
para mi sed inmensa.
Los espejos solares de tus ojos
me copian. Voy desnuda
de sombras y de angustia,
y me dices palabras que alimentan
mustios cañaverales.
Otra vez vegetal, me fecunda tu
savia:
los huesos me florecen, la piel
se me licua
en amorosos jugos,
y el corazón agita.
su bandera incendiaria
sobre el huerto del mundo.
Ahora, ya dueña del enigma,
puedo decir el canto
del Primer Paraíso:
Surco de amor,
en ti todo germina.
Camino ya sin ti
y hacia tu búsqueda.
Mis brazos se quedaron
asidos a tu cuello.
Pequeña isla soy. Tú me
descubres.
Tus abejas me invaden y, de
pronto
-cera y miel- te me entrego
tibia, recién nacida.
Luego desapareces y despierto
de bruces en la onda olvidada del
agua.
Es hora de morir sin ti, me
oprimen
los círculos morados de la
ausencia
y en el umbral del sueño desfallezco,
inmensamente triste y solitaria.
Poco a poco la tierra se
conmueve,
me transmite su sangre verde,
cálida,
y amanezco en resinas verticales.
Es que voy a tu encuentro,
resucito
caminando descalza sobre el
musgo,
el pecho descubierto,
otra vez cera y miel,
isla pequeña,
Eva antigua y eterna.
Tú sostienes la tierra y me
sostienes
dichosa, en altos climas,
fuera de toda muerte, porque vivo
contigo ya sin tiempo y sin
espacio;
porque te amo
desde la soledad del Paraíso
hasta el postrer exilio,
donde, llorada patria de
amargura,
purificada de pasión, seremos
amantes sin espinas y sin
sombras.
Tomado de:
https://www.poemas-del-alma.com/margarita-paz-paredes-pequenia-isla.htm
Presagio
Es noche de diciembre
y un presagio más agudo que el frío
de todos los inviernos
se aposenta de mi alma,
en mi alma, donde un fuego puntual
sigue licuando, pacientemente,
los granizos hostiles
del río congelado de los sueños.
Y el presagio es apenas
un lamento indeciso, que no logra
Integrarse en el llanto.
Mi sangre es un oleaje agresivo y
demente,
en que navegan barcos fantasmas sin
piloto,
hacia innombrables puertos
donde atracan gaviotas de alas
despedazadas
por cuchillos violentos.
Quiero saber mi historia.
Mi ubicación, mi nombre,
Mis pasos anhelantes por la
tierra.
Quiero tocar mis manos y mi
frente,
Sorprender un calor
sobre la estepa de mi piel dormida.
Pero ya nada sé, nada interrumpe
el enjambre tenaz de la vigilia.
Pegajoso silencio
Se adhiere a las fronteras de mi sombra
Y una mortal Indiferencia invade
el espacio vacío.
¿Cómo, entonces, emprender un regreso
Para encontrar la ruta
perdida entre aniebla?
¿Dónde la voz que se apagó en la
tarde?
¿Por qué el amor, que junto a mí marchaba
con su diario prodigio
encendiendo cenizas en mi pecho,
salpicando de luz mis soledades,
abandonó su campanario
y acomodó su nido en la estrella más
alta
donde toda mi búsqueda no toca
el aire luminoso que acompañó su
vuelo?
¿En dónde estás, poesía?
Capitana de ejércitos gloriosos,
cenzontle alucinado,
taumaturga divina.
Mi devoción amante ya no alcanza
a descubrir las huellas de tu imagen.
Lejos de mí, distante y muda
En orfandad inmensa me abandonas
¿En dónde estás, poesía?
Sola, a mitad de la noche, yo te
Invoco.
Antes que muera
deja caer en mi silencio
una brizna sonora de tu salterio
mágico,
porque será el encuentro
de todo lo anhelado;
el amor y el prodigio,
la esperanza y el sueño.
y en las manos heladas de la muerte
un incendiado trigo de alegría.
Diciembre
de 1979
Le quedaban
cinco meses de vida.
Tomado de:
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