Obscenidad de los paisajes
I
Esta
mañana somos dos los que observan el movimiento de las hojas, el cíclico
murmullo de los primeros rostros que marchan al trabajo; dos los que miran lo
impreciso de cuanto existe ajeno y nos rodea y a su manera nos define como
ajenos también. Tan sólo el ocio frágil de la imaginación pudo asociar un día
tantos datos dispersos y construir sobre el caótico montón de sus detritus un
simulacro de saber. Nos cegó el énfasis soberbio de inventar historias, de
otorgar sentido. No supimos ver sino la luz, o, cuanto más, lo iluminado. Nunca
nos detuvimos a sentir los ojos, su cotidiana sensación de estar, que no da
nada y todo lo recibe, como un don. Fuimos uno (mirar nos desdoblaba). Tuve
piedad (tuvimos) del gorrión temprano, del solitario poto, del jardín
deshabitado por la lluvia bajo nuestra ventana. El día viene ahora hasta
nosotros como presencia sólida y el aire que me azota dice que en el silencio
oscuro de mis pasos hoy somos al fin dos, yo, tú, nunca nosotros ni su crimen
lejano, reconocida tú, por quien camino.
II
Ah,
pronunciar el aura del viaje, sentir un poco cuando el sol lo pida, decirte soy
como lo escucho, y escuchar lo que digo y descubrirme ahí. Los murmullos que
estallan en mi boca queman como faros y, a no dudar, impiden que te exile la
luz, donde la hierba crece franqueando el espacio
de
los ojos. La muerte ya no insiste: una simple emoción reconocida. De nadie nos
consuela la fidelidad (su intensidad es silenciosa). Así, sonrío al borde de mi
voz. Piedra angular. O antorcha. La locura.
III
De
todas formas nadie nos espera. No hay por qué apresurarse. El cartero pasa de
largo, sin llamar (no llamará dos veces, ya lo ves). El agua le chorrea y busca
dónde guarecerse. Para qué, me preguntas. Y de qué. La lluvia. Siempre llueve
en esta época del año. No sé por qué buscamos,
sin
embargo, su secreta razón, su calidad de imprevisible. Abandonemos pronto este
recinto; pero no, no es recinto. El frío de la tarde desconoce que aún quedan
sensaciones sin clasificar, el sonido amortiguado de los tubos de escape, la
lividez del cielo azul plomizo, el olor del mal tiempo que camina entre rachas
de sol y nubes grises, como un cabrilleo de liquidación, sus maneras afables y
alguna referencia más bien vaga a las cisuras que parecen otorgar a cada
historia su enfática porción de intimidad. La ceremonia ciega, ¿en qué
consiste? Dejemos ya de divagar, me dices, no nos caiga la noche. Ah, sí, la
noche.
IV
La
sombra oblicua que nos desdibuja en el límite del día sabe del entusiasmo de
las estaciones, de la hazaña del tiempo, del dolor que acumula un pensamiento
inhóspito. Allí el deseo se agazapa, se acomoda a un espacio elaborado con
fragmentos de hierba y levadura triste. Nada tan
dócil
como la sorpresa de distinguir rendijas familiares por donde penetra un sol sin
atributos. Brilla su imaginaria proyección sobre el escorzo de aparatos de
bronce, de muñecos mecánicos, esa falsa materia que el mar vislumbra en la
prisión del cielo. Ahora que somos dos (la tormenta lo dice) y la noche que cae
nos señala el camino con culebras de luz.
V
A
solas otra vez, irremediablemente, como el viejo serrín de una muñeca de trapo,
desparramados entre restos de ternura y sábanas sin sol. El frío de la
madrugada no precisa de afán. Un bulto inmarcesible hecho de incertidumbre, de
ruidosa brega. La voluntad de abismo aturde igual
que
música pautada en otras tablas, en la trinchera próxima. Un espacio concluso
donde hacer mío el fuego que crepita en torno a las comisuras tristes de tu
boca.
De "Proximidad del
silencio"
Observaciones sobre un cuerpo
I
el escenario es siempre el mismo
observa cómo el cielo cae sobre
los pájaros
cómo un humo delgado anuncia el
límite del día
la violencia del fuego que nos
conmemora
no tienes otra desnudez
que esos puntos de luz
en donde te supones desdoblada
una segunda superficie que nadie
recorre
sólo la imagen que te nombra
reconstruir un símbolo vacío
sobre el lugar sin límites
donde todo comience
la no conciencia vuelta
maquillaje
el terror de los sueños a
permanecer
II
siento vivir tus ojos contra el
sol que se apaga
frente a este muro destruido
la ceremonia muere por desolación
el olor que has nombrado
más alto que la luz que el aire
cristalino
es en mi rostro un brillo
solitario
una extraña humedad
donde la noche nos reconocía
el techo desploma su ceniza sobre
el amanecer
antes que el tiempo acabe
y nos absorba y desdibuje
ahora que ya no somos inmortales
deja entrar la mañana
por los cristales mal cerrados
silenciosa y furtiva
sólo déjala entrar
para que todo calle y continúe
"Otra
escena/Profanación(es)" 1975 - 1979
Paraíso clausurado
A Pedro J. de la Peña
Y es esta luz (los sueños de la
infancia,
el vozarrón acuoso de los
ómnibus,
la melancólica decrepitud
con que las olas vierten su
murmullo)
tímida luz, dureza de agonía,
no la oquedad sin límites
tras los escombros del amanecer.
La voz al labio acude,
y se rompe, y resbala,
y no sabe cuánta culminación
duerme en la noche
su plenitud: pupila
inmensa transcurriendo
entre unos grises párpados sin
fondo.
Todo ante ti es silencio, a cuyo
tacto,
áspero, el tiempo acrece su
gemido.
El chamariz, que es aire (un
fogonazo
de oscuridad, la cálida estampida
de los sollozos), gime, desnudez
de un azul que agoniza entre los
álamos.
Agonizar, qué triste maniobra
del corazón.
Canta, amor mío,
canta las hojas de los parques,
este sabernos que tampoco sacia,
pero que ofrece dulce compañía;
y tu vivir, hoy lluvia, ya no
tierna
erosión, resplandezca
bajo esta humanizada soledad
que tu quietud penetra y
convulsiona.
Los sueños que aún perduren
olvídalos, son máscara,
antifaces de sombra para el
dolor. Escúchame,
mírame ser: sobre mi rostro
adviene
la telaraña humosa de los días.
Aunque ahora vuelvan a cantar,
qué calmo
este mítico edén, los gnomos y
las hadas,
tanta historia de príncipes
y de princesas que en abanico
trenzan su sofoco,
tanto incansable pájaro dormido
de lo que un sueño fue.
Tú continúas
ante la clara umbría del otoño,
frío sopor de isla sin peces ni
sosiego,
bajo una luna en paz.
Amor, tu lucidez
qué torpe todavía.
Qué serena la escarpia resbalando
donde, con un chasquido, la luz
asoma entre los árboles
y una música fulge
en el
silencio.
"Ritual para un
artificio" 1971
Room 2 move
Por qué dudar. No temo la
aventura.
El deseo no es nada sino el deseo
de romper
la superficie donde habitan todas
las superficies,
de hablar con un lenguaje sin
pronombres ni géneros,
sin verbos en pasado o en futuro,
de comprender, al fin, por qué la
muerte es dura:
porque tu cuerpo ausente es sólo
superficie.
La voz que me habla con tus ojos
es más profunda y dulce que el
olor de las rosas
cuando estas flores imaginan
la nieve que se posa con
delicadeza sobre tu piel, y nadie,
ni siquiera la lluvia, como
pequeñas manos,
puede ser otra cosa que temblor.
Esta explosión de pétalos
que se eriza en mis dedos cubre
tu desnudez,
y el vaho de tus labios como un
rostro confuso
construye, poco a poco, otro
silencio para mi silencio.
Cerrar mis ojos y saber quién
soy.
Si tú no estás la luz ya no es
posible.
Si estás aquí la luz no es
necesaria.
La audacia de adentrarnos, solos
y juntos, en la madrugada.
De "Tabula rasa" 1985
Solo
Si existe un cielo, llevará tu
nombre,
vendrá despacio cada noche,
se sentará a mi lado, y con el
resto
de la que fue solícita ternura
quizá me ofrezca compañía.
Cómo negarme a su calor, si es
todo cuanto queda.
Tendrá tus mismos ojos,
su claridad sin límites,
y el verde aroma que tu cuerpo
exhala
como quien abre puertas en la
oscuridad.
Si existe un cielo, el cielo
serás tú,
tú, territorio cuya piel transito
mientras la muerte gira
alrededor.
"La mirada extranjera"
1984-1985
Sucesión temporal II
El cartel claramente la anuncia:
Prohibido.
Y lo subraya: No arrojar la
basura.
Y apagadas celindas,
diminutas, sin orden. Pareces
responder
a su mirada. Llevas
un bonito vestido. Sí, no
empieces
otra vez. El crepúsculo
siempre es triste. O acaso
era al amanecer. No la recuerdo.
Nunca me lo habías dicho
antes. Llueve. Corramos
hasta un cine. No importa. Tú
acabas de cumplir
veinte años. ¿Me quieres
o no? Sí, tal vez no me quieras
ya. Qué fragante la noche.
De las celindas sube un tenue
olor
que nos envuelve, cálido. Por
siempre.
Nos amaremos siempre.
Cómo has cambiado, amor.
¿Cuánto tiempo? Sí, llevas
un bonito vestido.
Se hace tarde. Me esperan.
Ahora, incluso te esperan. Ya lo
ves. Y a ti ¿cómo
te va? Junto a estas tapias
derruidas, el tiempo
parece detenido. Miras
desvanecerse en humo tantas
flores silvestres
sobre el sucio cartel. Qué poco
queda
de nosotros, ¿verdad? Aunque ya
qué decir.
Meditar en silencio. Sí,
volvamos, es tarde.
A menudo prefiero
ir en silencio. Ahora
todo es distinto.
¿No te molesta? No. Me da igual.
Amor mío,
cuánta tristeza inútil.
Y oyes vibrar el viento entre los
matorrales.
"Víspera de la
destrucción" 1966 - 1968
Te extraño, oscuridad, mi vieja amiga...
Te extraño, oscuridad, mi vieja amiga,
mientras hago memoria de tu
exilio insaciable,
de tu armazón endeble, de tu
edad.
A través de las piedras donde el
tiempo fabrica
un nombre corroído por
vegetaciones
las ortigas deslíen tu poder.
El muro escucha erguido,
la música transcurre sin avidez y
cede.
Otros lugares hay. También allí
tu soledad es necesaria.
Densas como un olvido tus
palabras llegan a su fin
Queda un tibio y espeso calor que
todo lo cubre.
Dónde anudar el hilo de tu
historia, dime.
La luz que cae exime de sorpresa.
Dulce fue tu universo, oscuridad.
"Profanación"(es) 1979
Territorios de un cuerpo
Si te miro a ti,
que salga
el sol o no salga
¿qué me importa a mí?
Camarón de la Isla
I
Hermoso es el desorden de mi
pensamiento.
Yo no sigo el ejemplo de los más
ancianos:
busco lo mismo que buscaban.
Por eso, en esta diáspora de ti,
sé que el silencio que nos cubre
es esto,
dos bultos que se pliegan y se
envuelven
para volver de nuevo hasta su
soledad.
Compruebo que es abril, que el
invierno termina
y que incluso las flores son
felices.
Soy como ellas, no pregunto nada;
y me limito a estar sobre tu
cuerpo
como quien mira sin temor, de
frente,
un eclipse
de sol.
II
Déjame ser el huésped de tu boca,
la lentitud con que el calor
recorre tu desnudo.
Soy como el frío de una noche
desierta,
pronto a buscar cobijo en los
derrumbaderos
donde hace nido la melancolía.
Hay tanto resplandor, la luna es
tanta
que me deslumbras con la calidez
de tu silencio, y me sumerjo en
ti.
Nunca pensé una eternidad tan
cerca.
III
Cada nuevo clima
es, al cabo, costumbre, y yo,
extranjero.
El día ha caducado
y va a empezar la oscuridad.
Déjame que me oculte junto a ti,
en el frondoso bosque de unos
ojos
donde no cesa de llover.
Acurrucado entre sus matorrales,
aguardaré a que tu pasión me
señale el camino.
Sé que el aire es más dulce donde
crece la luz.
IV
Estoy tumbado al borde de tu
claridad,
en la suntuosidad de una batalla
donde ninguno es vencedor,
y hasta el olor del cuarto,
donde rugen, insomnes, tu apetito
y mi sed,
florece sin saberlo, como un
musgo surgido
de mi humedad tan tuya, de un
sendero
que nos conduce hasta ese mar sin
olas,
la tierra azul donde se desordena
el centro mismo del placer, la
espuma
en que consiste toda esta
explosión, y, al fondo,
la lluvia que golpea las
ventanas,
la lluvia siempre otra,
insobornable,
con sus lentas espinas.
V
Apaga las estrellas,
desconecta el sol.
quiero adentrarme a tientas
por los acantilados de tu piel,
reconstruir sobre tu boca
las letras, una a una,
con que dar nombre al fuego,
a la locura de saber que he visto
el cielo tan de cerca, o no, tan
mío
que mi país se llama medianoche.
¿Quién eres? ¿Dónde estás? Qué
importa,
si te elegí entre todas las
estrellas.
VI
Descubrir los motivos de la
aurora
es otra forma de pensarte,
asomado a la baranda del
anochecer.
En cuanto a mí, no sé,
¿qué más puedo decirte?
Sólo que por tu causa
casi tuve el proyecto de durar.
VII
Detrás de mi silencio oíste
«no",
cuando quise decirte que no hay
olas sin
la polilla del tiempo, su
escozor,
o el duermevela de un escalofrío.
De mi antigua ambición no queda
nada,
quizá no más de un torpe balbuceo
quemado en el rescoldo de tu
boca.
Déjame a solas con la muerte.
Para impregnarme de tu luz
fue necesaria la tiniebla.
Luego, al quebrar el alba,
con un desasosiego
que tiende a confundirse con la
oscuridad
busco tus ojos en los míos
para que me confirmen que viví.
¿Me entiendes?
También yo, como el sol, me
pondré un día.
Escribiré un poema sin mujer, sin
nada,
y al leer las palabras que dan
forma a mi rostro
tal vez no adviertas que no
estoy. Abrázame.
Pido la vez para apagar el sol.
Viaje al fin del invierno 1995 –
1997
Tomado de:
http://www.amediavoz.com/talens.htm
El testamento de Drácula
(según F. F. C.)
Estas son mis palabras,
mis últimas palabras.
Crecen en torno a mí sin que yo
las vigile,
luego retornan a mi boca
y en ella se aposentan para pasar
la noche.
Las digo en voz tan baja que ni
tú las escuchas
a ras de suelo, tan inaprensibles
que hasta las piedras las
absorben.
Todo es posible aquí. Tan sólo yo
soy imposible, un rostro
sin color ni volumen
por estas galerías donde se
repiten
espejos en espejos. Todos están
deshabitados.
Nada devuelve su espesor, salvo
una luz confusa,
dibujando mi ausencia entre los
vidrios rotos.
Narciso fui cuando vivía.
Mientras no estuve en el arcén del
tiempo,
lo miraba pasar. La muerte ahora
es la venganza de los otros, de
esos otros extraños a quienes amé
sin proyectarme en ellos. Ven a
mí.
No te haré ningún daño. Sabe que
de soledad en soledad
huí de un cúmulo de eternidades
para cruzar la tierra. Fui
viajero,
me deslicé hasta sombras que
antes no conocí,
y en este exilio, cuando miro
atrás,
pienso en el sueño de los justos:
un islote de espuma saturada de
azul.
Tal vez los fríos del invierno
sean piadosos conmigo.
Sé que sobre mi tumba nacerán flores
amarillas.
Epilogue & After
Cuánta ceniza ardiente llueve el
cielo,
ecos antiguos de una voz que
pasa,
ese enemigo que inventó el espejo
y me instaló sin verme en su
mirada.
Dando bandazos, el invierno cae;
no me permite desdecirme. Calla
para obligarme a oír desde el
silencio
el rumor con que anula las
palabras
y hace hablar a los árboles, a
las
piedras desnudas, a los puentes,
con
el lenguaje del agua.
Burlón y regio por las galerías,
el aire muerde sin cesar las
ramas;
ellas me enseñan a mirar sin
odio:
el sol es siempre nuevo cuando se
levanta.
El frescor de las cosas desmiente
mi agonía,
y en este cuerpo imán de tu
memoria inscribo
el lastre fiel de un monólogo en
calma.
La noche apoya su cabeza en mi
hombro,
su materia sensible. No hay nostalgia,
sino copos de tiempo que la noche
aventa
en un espacio vuelto madrugada.
Mis ideas acerca del futuro
crecen como burbujas de
sustancia.
Por qué seguir; la escena ha
terminado,
y ahora que ya no necesito nada
(si acaso respirar la luz del
día),
ahora, cuando descubro que esa
luz no acaba,
sé que el camino existe
porque por él avanzo: soy camino.
Sobrevivir ha sido mi venganza.
Tomado de:
https://www.isliada.org/poetas/jenaro-talens/
EL ESPEJO
Tiene la blanca mano
apoyada en el libro pequeño,
sobre las pequeñas hojas blancas
donde, absorta, se pierde.
Hundida en el sillón, los ojos
tibiamente impregnados de
sensación de ver,
aunque sin forma; en torno los
objetos
se alzan como muros
a los que sólo la incansable
profundidad de las pupilas
puede ahondar en plenitud, y
observa
el modo simple en que se acopla
el mundo
a su tacto, sin queja.
Cuanto sus dedos asen
fuertemente lo tiñen de lucidez.
Del cerco
nunca insalvable de la lejanía
en que hasta las palabras
más repentinamente próximas
participan
la protege este libro pequeño,
en cuyas pequeñas hojas blancas
sus blancas manos se posan.
Y algún vago deseo
le asalta: «cuerpo hermoso
para ofrecer, quién sabe, blando
muslo,
labios acaso con temblor de
aurora».
Pero apenas si el brazo,
febrilmente extendido,
roza el sereno cristal que nada
responde.
Ciego el espejo es
para el que en su pulida entraña
no consigue iniciarse
con claridad. Y vuelve
a acariciar su cuerpo, que, de
nuevo, insensible,
se funde en la lejana realidad
envolvente.
Cuando ha dejado de sentir el
apacible mordisco de las
últimas luces
cierra con lentitud el libro. Y
comienza otra noche,
en donde los objetos, incluso los
más cercanos, también a ella
la ignoran.
MUJER EN FORMA DE ELEGÍA
I
Pura como un enigma,
como la luz desnuda que respiro,
dime qué soy para el silencio
de esta noche de agosto,
sin milagros ni júbilo,
de este noviembre anticipado
donde el amor se anilla como
fruto
sobre tus hombros frágiles, y tu
cuerpo se vuelve playa rumorosa
para mis manos, donde se endurece
tanto brusco recuerdo,
como un mar desbocado
que fuese asombro y muerte y
aventura
y no supiera que aún hay tiempo,
que
halló hospitalidad donde halló
nido.
II
Desnuda y grácil como el aire
viniste a mí desde una primavera
donde la nieve es dulce y da
sentido.
En tu amorosa inundación moraba
la plenitud de un mundo devastado
sobre el abismo de la carne.
Ardías,
sola en medio del frío
que me llevaba a ti, blancor
indescifrable
donde no hay antes ni después ni
nunca
sino luz, puro espacio
donde el deseo anida sin objeto.
Es otoño otra vez. No hay
soledad, ni voces,
sólo palabras que simulan lumbre
sin comprender que el agua de tu
boca
pudo apagar el fuego de mi
infierno.
Tomado de:
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