miércoles, 5 de junio de 2024

POEMAS DE PIEDAD BONNETT CELEBRANDO SU RECIENTE PREMIO REINA SOFÍA (2024)


En el borde

Lo terrible es el borde, no el abismo.

En el borde

hay un ángel de luz del lado izquierdo,

un largo río oscuro del derecho

y un estruendo de trenes que abandonan los rieles

y van hacia el silencio.

Todo

cuanto tiembla en el borde es nacimiento.

Y sólo desde el borde se ve la luz primera

el blanco–blanco

que nos crece en el pecho.

Nunca somos más hombres

que cuando el borde quema nuestras plantas desnudas.

Nunca estamos más solos.

Nunca somos más huérfanos.

 

 

Vigilante

Pinté un perro para que cuidara mi puerta,

un perro triste y feroz al mismo tiempo

que disuadiera a cualquier atacante.

Pero cuando fui a colgar el perro en mi puerta,

vi que no había puerta ni ventanas.

Pasé mi mano por la pared rugosa buscando una grieta,

tal vez un agujero. Comprendí que yo era la pared,

que iba a morir sin aire,

que la única grieta estaba en mis adentros

y que por los agujeros de mis ojos,

miraba un perro triste,

triste y feroz al mismo tiempo.

Tomado de:

https://editorial.ucentral.edu.co/ojs_uc/index.php/hojasUniv/article/download/2514/2322/6288

 

 

Suma y resta

Nace el cuerpo a la luz

relámpago del hombro

repentino

por la espalda resbala

el muslo tenso

curva el arco del pie viril

asciende

se enmaraña en el sexo

repta

anuda un brazo de mujer

sombra del cuello

oquedad de la nuca que recoge la noche

caracol del abrazo

de dos que suman uno

línea recomenzando sin principio ni fin

como un capricho

trazado por un dios sobre la sábana

y sin embargo

dos sueños como alas escindidas

y en el centro

el cero abriendo sus caminos de aire.

 

 

Centelleo del instante

 Unas veces las manos se tocan

 y otras ni siquiera se tocan.

 Los ojos sí se tocan

 o algo que está atrás de los ojos.

Roberto Juarroz

Cuando a pesar de los hábitos inútiles,

de los tristes rituales,

de la terca ceguera que nos lleva

al tanteo a los viejos rincones,

abruptamente

una mirada toca otra mirada,

toca su oscuro fondo y temblorosa,

plena de desnudez, resbala en ella

como una perla cae a una garganta,

el centelleo del instante ilumina

aquello que los hombres buscamos desde siempre

y que los dioses mezquinos se obstinan en no darnos.

 

 

Madre e hijo

El poeta

bebe el agua del Tigres y del Eufrates,

se desvela y a veces tiene caspa,

y en los salones tiene reservado su puesto

y los zorros lamen su mano antes de huir espantados

por el bronco sonido de su verso.

De púas, de cuchillos, es la piel del poeta.

Con el despertar de la luz sangra la piel del poeta.

A veces, desalado, silencioso,

desierto de los pies a la cabeza,

anochece de bruces en su cama.

La envidia del poeta es amarilla,

su ilusión es azul como un cielo sin guardas.

A ratos a sí mismo se devora, se corta en pedacitos, se reparte,

se mira en el espejo, escupe, llora

sobre los baldosines de la infancia.

El poeta envejece, engorda, eructa,

y en ocasiones el poeta muere.

La poesía, que es inmortal, lo mira desde arriba,

ciega de luz y ajena como una estrella antigua.

 

 

El poema

El mayor enemigo de la poesía

es el poema

Vicente Huidobro

Anterior al poema el árbol en la arena, iluso

faro de las focas marinas.

Anterior al poema, el grito,

El beso de los adolescentes, sus manos que se

buscan en el sopor del verano.

Anterior al poema, inútil como un prendedor

sobre el pecho de una muchacha, la luna.

El árbol,

el grito,

el beso,

la luna,

hechos plegaria en medio del poema,

hechos de sal, de sombra, de metal, de hueso,

en medio del poema,

desesperadamente, rabiosamente plantados en

medio del poema,

árbol de oes,

grito de aes,

beso de ues,

luna de papel.

Sobre la arena el árbol persevera.

Dentro del alma el grito persevera.

Y los besos se multiplican en el aire y la luna

impasible canta su aria

sobre el cielo de tinta del poema.

 

 

Despedida

a Lorenzo Jaramillo

Dejas

lo que llamamos mundo:

los ríos impasibles, tumultuosos

cementerios de dioses,

la furia de las avispas ciegas,

el murmullo

de la savia trepando hacia la luz,

la roja tierra

donde habita el zulú que nunca viste.

Pero a ser fieles

dejas de veras el calor del lecho,

la incertidumbre matinal,

el olor a aguarrás y a trementina,

una calle en tu tarde y otra calle

de tiempo, caminada

por unos pocos hombres. Eso es todo.

Con un rostro reciente, construido

a la medida exacta de la muerte,

material, como un nudo de algas sobre una playa,

comienzas a ser cedro y a ser trébol,

a ser nube que llueve en nuestras frentes.

Despojado,

desnudo, en las manos la cuerda

del falso equilibrista,

te vas tan solo como puede irse

un hombre muerto:

solo apenas tanto

como puede quedarse un hombre vivo,

como puede nacer, a cada instante, un hombre

 

 

Réquiem

Resulta

que ya nada es igual, nada es lo mismo,

que algo se ha muerto aquí

sin llanto,

sin sepulcro,

sin remedio,

que otro aire se respira ahora en el alma,

patio oloroso a humo donde cuelgan

tantos locos afectos de otros días.

Tendría que decir

que ha llovido ceniza tanto tiempo

que ha tiznado por siempre las magnolias,

pero es pueril la imagen y me aburro.

Me aburro dócilmente, blandamente,

como cuando era niña y me tiraba

a ver pasar las nubes,

y la vida

era larga como una carrilera.

Ahora el tren da la vuelta y unos rostros

borrosos me saludan desde lejos:

yo amé a aquel hombre que va hablando solo.

Aquel otro me amó y no sé su nombre.

La tarde se silencia y todos parten.

Soy yo la que hace tiempo ya se ha ido.

 

 

Tarot

Rebeca Pizarro era silenciosa como un lago

nocturno

en cuya superficie caen

graves, profundas,

las rocas que oscuros moradores arrojan.

Cabalgaba en el aire altanero con su coraza

puesta

y la espada en reposo,

dura como su nombre y frágil en su llama.

En sus ojos azules habitaba el misterio del

mundo.

Oficiaba de maga y en su luna

vio mi futuro feliz, mis insensatos

miedos que la hacían reír,

y mientras iban cayendo la emperatriz, el loco,

la papisa,

adivinó mi muerte doméstica y lejana.

Abría su pañuelo de estrellas con sus manos

de niña

y entre el cubiletero y la papisa

vio un hombre que me espera no sé dónde,

y descubrió la sal y el yodo de mis años.

Mi brújula de hielo se extravió en su planeta

y naufragué en el pequeño pozo de su ternura.

Pero somos oscuros,

somos sombras,

y la vida es apenas un puñado de gestos.

A veces, desde el tiempo muerto de los espejos

mi dedo la dibuja en la arena del sueño.

 

 

En consideración a la alegría

A qué llorar, me digo,

todo estaba previsto,

 me muerdo las falanges

los asombros por qué

 miro la luna

 ajena y sola y sobria en su talante

si desde siempre

desde el nacer, desde el morir y en cada hora

pacientemente crece el hilo, crece,

y también crece

la baba del gusano y esta piedra

atravesada aquí,

 bebo y saludo

 y soy cordial con mi vecino ciego

pues no son estos tiempos dados a patetismos,

ni es elegante

exhibir el dolor.

A qué llorar, me digo:

sería

inoportuno con la muchedumbre

que ríe afuera con su risa de siglos.

 

 

Para el velorio del niño muerto

Para el velorio del niño muerto

han planchado los hombres su camisa

y el luto de la brisa

golpea puerta a puerta barrio abajo

endomingado y sordo de campanas.

Hay un hueco en el vientre de las mujeres,

y trepa las paredes

la luz anonadada y vespertina

mientras en las cocinas

amarga ha detenido su sombra el humo.

Hombro a hombro va la resignación estupefacta

y llora la cebolla y llora el delantal.

La mirada de cal

ya no tiene cometa ni hambre al desayuno,

y todo el mundo sabe que mañana

es lunes albañil.

 

 

Mapa

En un hangar vacío un hombre muerto.

En un vagón donde la hierba muele su sombra,

en una escuela,

crucificado,

ardido,

un hombre muerto

con un nombre inservible como un cántaro roto.

Un hombre muerto de cara a la luna,

o de bruces quizá, como un chico rabioso

anonadado y solo, cejijunto,

un hombre muerto-muerto a pesar suyo.

Sin talismán, sin aire, sin esperma,

un hombre sin domingo por la tarde

muere a las dos,

muerte a los dos y media,

muere tres veces hoy y seis mañana

de muerte natural en esta guerra.

Tomado de:

https://www.uexternado.edu.co/wp-content/uploads/2017/01/20-nadieCasa-PiedadBonnett.pdf

 

 

Las herencias

Hilo mío, me duelen las herencias.

Esta culpa, zarza que arde y me quema,

y que no me concede saber cuál fue el pecado.

En tu inocencia se mira mi inocencia

como en un ojo de agua que me cuenta una historia

que ya ha sido olvidada,

y otros hablan entre tus voces turbias

y otros sufren de nuevo entre tus sueños

y en tu silencio sufren

otra vez más aquellos que están muertos,

y tu herida

es una pena antigua que por mi sangre pasa

y estalla en las entrañas en que nadaste un día.

 


S.O.S.

Estoy pensando qué cuerda podría lanzarte yo,

qué salvavidas.

Y pensando también

-con el alma estrujada en un turbión de pena-

en el hondo sofoco de tus aguas,

en tu esfuerzo

de nadar y nadar la vida entera,

en tus ojos que buscan, como peces sonámbulos

ensombrecidos de algas y de arena.

En tu cansancio,

en tu desgarradura.

Pero no tengo cuerda

ni red para salvarte

ni oración que conjure las tinieblas

o que sirva de tabla de naufragio

y ni siquiera

-ahí donde me ves, cargada con mis jarcias-

tengo orilla certera.

Tomado de:

https://hjck.com/libros/cinco-poemas-de-piedad-bonnett-rg10

 

Asedio

Si te ponen miedo mis ojos ausentes, mis ojos noctámbulos,

mis ojos dementes…

León de Greiff

No me culpes.

Por rondar tu casa como una pantera

y husmear en la tierra tus pisadas.

Por traspasar tus muros,

por abrir agujeros para verte soñar.

Por preparar mis filtros vestida de hechicera,

por recordar tus ojos de hielo mientras guardo

entre mis ropas un punzón de acero.

Por abrir trampas

y clavar cuchillos en todos tus caminos.

Por salir en la noche a la montaña

para gritar tu nombre

y por manchar con él los blancos paredones

de las iglesias y los hospitales.

Hay en mí una paloma

que entristece la noche con su arrullo.

Mi noche de blasfemias y de lágrimas.

 

 

Biografía de un hombre con miedo

Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido.

Pero pronto también

le recordaron los deberes de un hombre

y le enseñaron

a rezar, a ahorrar, a trabajar.

Así que pronto fue mi padre un hombre bueno.

(«Un hombre de verdad», diría mi abuelo).

No obstante,

—como un perro que gime, embozalado

y amarrado a su estaca— el miedo persistía

en el lugar más hondo de mi padre.

De mi padre,

que de niño tuvo los ojos tristes y de viejo

unas manos tan graves y tan limpias

como el silencio de las madrugadas.

Y siempre, siempre, un aire de hombre solo.

De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre

todo lo que su corazón desorientado

sabía dar. Y entre ello se contaba

el regalo amoroso de su miedo.

Como un hombre de bien mi padre trabajó cada

/mañana,

sorteó cada noche y cuando pudo

se compró a cuotas la pequeña muerte

que siempre deseó.

La fue pagando rigurosamente,

sin sobresalto alguno, año tras año,

como un hombre de bien, el bueno de mi padre.

 

 

Labores manuales

Sobre el cuerpo desnudo —tan reciente—

sobre la piel azul de transparencia,

ejerzo mi ritual: agua que corre

en tibio bautizo, aceite, talcos,

pedazos de algodón.

Tierno animal que late en desamparo.

Hay que sacar agujas para tejerle un traje

de alambre, estopa, púas,

pues muerde el aire afuera.

 

 

Daniel creciendo

Con el oído del corazón oigo la música secreta de tu

cuerpo,

el crepitar de tus huesos creciendo,

un animal poderoso que te sube en la voz,

la turba de tus sueños, las mareas

que con fuerza te alejan de mi orilla.

Por los rincones todos de la casa

vas dejando tu antigua piel,

y abrumado y espléndido descubres

tu desnudez que humilla los espejos.

Yo torpe, yo asustada,

desde mi torre ondeo mis pañuelos.

Abandonas

tu tierra de milagros donde es rey el silencio,

tu universo de ciegos resplandores

sin mirar hacia atrás.

En la mañana

en que trémulo vuelvas la cabeza

para leer las cifras de aquel tiempo,

un mar de sal te velará los ojos.

 

 

Diario

Cada mañana es ahora un rectángulo blanco una

        pulcrísima hoja

que despierta mi miedo

qué hacer con el dolor dónde ponerlo

aplicarse a la vida con método con furia con tinta ir

         cometiendo

el limpio asesinato

matar matar el tiempo oh dulce paradoja

acuchillar los días mientras tú vives sano como un

         animal joven

garrapatear borrar poner las tildes

organizar sobre las horas limpias la fiebre la obsesión el

         desamparo

y esperar otra noche

y esperar otro día

una rayuela eterna pintada con tiza de colores

y saltar arrastrando la pizarra

domingo

lunes

martes

y al final ningún cielo.

 

 

Los estudiantes

Los saludables, los briosos estudiantes de espléndidas

sonrisas

y mejillas felposas, los que encienden un sueño en otro

sueño

y respiran su aire como recién nacidos,

los que buscan rincones para mejor amarse

y dulcemente eternos juegan ruleta rusa,

los estudiantes ávidos y locos y fervientes,

los de los tiernos cuellos listos frente a la espada,

las muchachas que exhiben sus muslos soleados

sus pechos, sus ombligos

perfectos e inocentes como oscuras corolas,

qué se hacen

mañana qué se hicieron

qué agujero

ayer se los tragó

bajo qué piel

callosa, triste, mustia

sobreviven.

 

 

Oración

Para mis días pido,

Señor de los naufragios,

no agua para la sed, sino la sed,

no sueños

sino ganas de soñar.

Para las noches,

toda la oscuridad que sea necesaria

para ahogar mi propia oscuridad.

 

 

Los hombres tristes no bailan en pareja

Los hombres tristes ahuyentan a los pájaros.

Hasta sus frentes pensativas bajan

las nubes

y se rompen en fina lluvia opaca.

Las flores agonizan

en los jardines de los hombres tristes.

Sus precipicios tientan a la muerte.

En cambio,

las mujeres que en una mujer hay

nacen a un tiempo todas

ante los ojos tristes de los tristes.

La mujer-cántaro abre otra vez su vientre

y le ofrece su leche redentora.

La mujer-niña besa fervorosa

sus manos paternales de viudo desolado.

La de andar silencioso por la casa

lustra sus horas negras y remienda

los agujeros todos de su pecho.

Otra hay que al triste presta sus dos manos

como si fueran alas.

Pero los hombres tristes son sordos a sus músicas.

No hay pues mujer más sola,

más tristemente sola,

que la que quiere amar a un hombre triste.

 

 

Las herencias

Enfermedades en mi casa

Pablo Neruda

Hijo mío, me duelen las herencias.

Esta culpa, zarza que arde y me quema,

y que no me concede saber cuál fue el pecado.

En tu inocencia se mira mi inocencia

como en un ojo de agua que me cuenta una historia

que ya ha sido olvidada,

y otros hablan entre tus voces turbias

y otros sufren de nuevo entre tus sueños

y en tu silencio sufren

otra vez más aquellos que están muertos,

y tu herida

es una pena antigua que por mi sangre pasa

y estalla en las entrañas en que nadaste un día.

 

 

Desgarradura

Otra vez sales de mí, pequeño, mi sufriente.

Otra vez miras todo con mirada reciente,

y llenas tus pulmones con el aire gozoso.

Ya no lloras.

El mundo, de momento, no te duele.

Todo es tibio esta vez, caricia pura,

como una prolongada primavera.

Ignoras

mi útero vacío, mi sangrado.

Desconoces

que el grito de dolor de parturienta

va hacia adentro y se asfixia, sofocado,

para que no trastorne

el silencio que ronda por la casa

como una mosca azul resplandeciente.

Mis manos ya no pueden cobijarte.

Sólo decirte adiós como en los días

en que al girar, ansioso, tu cabeza,

mi sonrisa se abría detrás de la ventana

para encender la tuya. Cuando todo

era sencillo transcurrir, no herida,

ni entraña expuesta, ni desgarradura.

 

 

La piedra

Tengo en la lengua

la maldición, el rabioso improperio,

y en mi mano la piedra vengadora,

la que mi pena adensa, afila.

Pero no hay blanco,

ni rostro,

ni oído.

Y ni siquiera un nombre que yo pueda

apostrofar.

Dios está muerto

hace tanto

 y el destino

es tan sólo una máscara que el vacío se pone.

Sólo puedo

acariciar la piedra, su fría contundencia,

reconocer

su modo impenetrable de ser contra mi mano.

 

 

Dolor fantasma

El miembro

que el bisturí ha arrancado limpiamente

palpita sin embargo de dolor

perseverante.

Y escuece,

y afiebrado se resiste

a no ser.

Prueba de que el vacío también duele.

De que no siempre alivia

amputar lo que daña.

De que lo muerto

puede heder ya y seguir siendo punzada.

 

 

Nosferatu

Es fácil convocarte,

hacer que bajes

convertido en un ángel que me bebe.

Ahora

henchido de mi sangre te veo alzar el vuelo.

 

 

Maldición

Tú, el huido,

el del soberbio cuerpo que me excluye,

fornicarás conmigo sin saberlo

cuando seamos dos nadas en la nada.

 

 

La fiesta

Aquel alegre ebrio se ha marchado por fin dando un

 portazo,

y tres, cuatro invitados y el anfitrión

—que ha manchado de grasa su solapa—

esperan, alrededor de mesas llenas de sobras,

silenciosos y ajenos,

algo que no ha llegado todavía.

Tomado de:

https://kimera.com/data/redlocal/ver_demos/RLE2023/VERSION/RECURSOS/BIBLIOTECA%20ESCOLAR/2%20BIBLIO%20BASICA%20COLOMBIANA/En%20caso%20de%20emergencia_BBCC_libro_pdf_109.pdf


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