ORTODOXIA
Este en el que ahora entras es el templo de la familia,
donde las ideas se transfiguran en creencias
bajo la cúpula de la ortodoxia.
En su arca nos aferramos de las manos
mientras la débil iluminación nos adormece.
Un niño es una piedra,
una roca imponente clavada en el piso.
Abanicos de serafín. Las reliquias de la doctrina.
Docenas de rostros nos contemplan sin vernos;
los observamos nosotros:
los muertos, los borrados, a veces también los futuros,
todos igual de bidimensionales.
Estamos en las creencias de esta casa como está
el brocado en la cortina.
En el ángulo vago del campo de visión
las paredes tiznadas de hagiografía.
Si tengo alguien a quien cuidar
podré por fin abandonarme.
En ese cofrecito los últimos deseos
del buen y el mal ladrón. Un travesaño inclinado.
Esta es la capilla de la custodia,
su liturgia impermeable como una funda.
La madre y el hijo
negocian su poder con moneditas de plástico.
Siempre ha habido líquidos más espesos que la sangre.
Sobre la puerta de salida:
la dormición de esa virgen.
EL PESO DE LA INGRÁVIDA
Este es el peso que aún soporta la ingrávida.
Pero me destejo de tu tiempo y se elevan mis pies.
El rostro del deseo en mí: un feto que no prospera.
Renuncio a un peso que no pedí prestado
y no prepararé un perdón como pañales.
Esto es algo que no concibo.
Recóndita hija mía:
tu futuro queda atrás.
SUSPENDIDA
Tan pronto el animal de la noche se aparea con el
planeta,
puedo aventurar cuanto hubiera podido ser.
Una nación de pájaros estará del otro lado
si te embarcas en ser por fin esa emigrante.
Sí —digo yo— y no regresaré ya nunca
a las costas doradas de mi precario país.
Contempla ahora el pecho que no irá a reproducirse.
En algún lugar, alguna esfera,
tal vez estés andando, hija, con la niña que fui y que
se murió.
Tal vez Jizō y los niños del agua
vayan de la mano caminando contigo.
Solo tú vagas detrás del tiempo y no logras
encontrarme.
Vana y perenne, esfera quieta;
miles de seres no nacidos buscan
entre las sombras los senos de sus madres.
Avanzan entre la niebla con los ojos encendidos,
bracean en lo oscuro, preguntan en voz alta.
Pero tú no me encuentras, hija mía.
No puedo imitar mis eles para hacerte las pestañas,
ni un punto y seguido para ponerte un lunar.
Mis poemas no me tiran del jersey,
ni me levantarán de madrugada presas del pánico.
Y mi pobre país y sus costas doradas.
Tu rostro se derrumba como a cámara lenta,
llevas derrumbándote desde que tengo diecisiete.
Te voy desabotonando los músculos,
destrenzando tus tejidos.
Hija, hija mía: no puedo cargarte en mi regazo.
Quédate donde estás, sigue tranquila.
Bajando la escalera de las líneas de este poema,
apenas en la voz hilvanada en este verso,
le hablaré incluso muerta a una tú no nacida.
Voy destejiendo tus rasgos,
fibra a fibra desanudo,
y hago para ti una esfera donde nada puede herirnos.
Deja de caminar y duerme, que allí nos encontraremos.
Nada tengo y nada pido.
Un fulgor inasible y luego nada.
Tomado de:
https://www.zendalibros.com/5-poemas-de-materia-de-yolanda-castano/
HISTORIA DE LA TRANSFORMACIÓN
Fue primero un trastorno
una lesiva abstinencia de niña éramos pobres y no tenía
ni aquello
raquítica de mí depauperada antes de yo amargor carente
una
parábola de complejos un síndrome un fantasma
(Aciago a partes iguales echarlo en falta o lamentarlo)
Arrecife de sombra que rompe mis collares.
Fue primero una branquia evasiva que
no me quiso hacer feliz tocándome con su soplo
soy la cara más común del patio del colegio
el rostro insustancial que nada en nada siembra
lo tienes o no lo tienes renuncia acostúmbrate traga
eso
cuervos toldando nubes una condena de frío eterno
una paciente galerna una privada privación
(niña de colegio de monjas que fui salen todas
anoréxicas o lesbianas la
letra entra con sangre en los codos en las cabezas en
las
conciencias o en los coños).
Cerré los ojos y empecé a desear con todas mis fuerzas
lograr de una vez por todas convertirme en la que era.
Pero la belleza corrompe. La belleza corrompe.
Arrecife de sombra que gasta mis collares.
Vence la madrugada y la garganta contiene un presagio.
¡Pobre bobita!, te obsesionaste con cubrir con cruces
en vez de
con su contenido.
Fue un lento y vertiginoso brotar de flores en invierno
Los ríos saltaban hacia atrás y se resolvían en
cataratas rosas
lamparillas y caracoles me nacieron en los cabellos
La sonrisa de mis pechos dio combustible a los
aeroplanos
La belleza corrompe
La belleza corrompe
La tersura de mi vientre escoltaba a la primavera
se desbordaron las caracolas en mis manos tan menudas
mi más alto halago pellizcó mi ventrículo
y ya no supe qué hacer con tanta luz en tanta sombra.
Me dijeron: “tu propia arma será tu propio castigo”
me escupieron en la cara todas mis propias virtudes en
este
club no admitimos a chicas con los labios pintados de
rojo
un maremoto sucio una usura de perversión que
no puede tener que ver con mi máscara de pestañas los
ratones subieron a mi cuarto ensuciaron los cajones de
ropa blanca
litros de ferralla alquitrán acecho a escondidas litros
de control litros de difamadores kilos de suspicacias
levantadas
sólo con la tensión del arco de mis cejas deberían
maniatarte
adjudicarte una estampa gris y borrarte los trazos con
ácido
¿renunciar a ser yo para ser una escritora?
demonizaron lo gentil y lo esbelto de mi cuello y el
modo en que nace el cabello en la parte baja de mi nuca
en este
club no admiten a chicas que anden tan bien arregladas
Desconfiamos del verano
La belleza corrompe.
Mira bien si te compensa todo esto.
CUENTOS DE HADAS
Érase una vez
…y al final del cuento
la caperucita era una loba,
la abuelita un leñador,
la devoradora una asceta,
la libérrima un completo compendio de dependencias,
la mística una frívola empapada de temores,
el incomprendido un ángel,
la princesa un monstruo,
la frívola una mística empapada de temores,
el monstruo una princesa,
el otro incomprendido un diablo,
la supuesta loba una absoluta caperucita
y el camino entre el bosque
un leñador.
Mi Belleza
Mi belleza señala con el dedo,
espeja mis cristales,
ofende.
Mi belleza que intimida,
que enerva sin hablar,
que acobarda.
Mi belleza que pronostica,
que me eclipsa,
que me traiciona.
La que me vende barata,
la que amortiza mis fallos,
que se me adelanta.
La que levanta suspicacias,
la que disuade de mí,
que desvirtúa.
Mi belleza que me somete,
me hace criada de sí,
la que me ata.
Mi belleza desvergonzada,
que te enfrenta contra ti,
que me negocia.
Mi belleza que me deturpa,
que opaca mis cristales,
la que me niega.
Mi belleza que manipulo,
que no otorga perdón,
la que me esconde.
Tomado de:
https://circulodepoesia.com/2010/07/foja-de-poesia-no-221-yolanda-castano/
La rueda de la fortuna
Hay mujeres a las que, con el lucero de cada día
veintiocho,
les baja un caudal de liquidez a sus cuentas,
endometrio o salario,
una bendita
hemorragia de billetes.
A mí, en cambio, me chorrea
una gravosa hipótesis
–cada ciclo menstrual es una inútil nostalgia–
se me abre un collar de diminutos abortos
este no, este tampoco, ni este otro, ni este…
todos esos gérmenes haciendo turno para precipitarse
intentando morir y no les cuesta
mis embrionarios fracasos, yo
hago un nido para acurrucármelos
me quedo a solas y, en bajito, les susurro a mis
ovarios:
¿no podéis
segregar
algo más productivo?
Me trago una pastilla
y corro a abusar de mí misma.
Carta al hermano
No aprendemos, Alberto;
la luna nueva le fue a alguien esta noche con el cuento
de que hay quien tiende a colocarse en la guardia de
delante
en parte para poderse proteger.
Fui más alta que tú durante años;
qué bien hiciste cardando tus cuerdas vocales como en
un trueno.
Hasta los hijos únicos necesitan un cutter
para descoser el pegamento de los álbumes familiares.
Para cuánto más.
No es fácil heredar zapatos
y despegarles de las suelas las pisadas.
Con todo siempre hemos custodiado un cierto parecido,
al fin y al cabo ambos soñábamos con tener coche,
ladrar,
dormir a horas mal vistas y que las
noches se filtrasen por nosotros hasta bien tarde.
Mamá y papá tuvieron que acostumbrarse a
recogernos utopías y blasfemias por la casa como si
fueran pétalos.
Necesitábamos comprobarlo por nosotros mismos.
Apearnos de las chaquetas, frases hechas y apellidos.
Salir a encontrar aquella parte de nuestro cuerpo
que vivía en la espesura, donde nadie había mirado.
También somos los pedazos que no remontan venas arriba.
Como cuando nos marchamos de su casa y descubrimos
otras órbitas: horas feroces, sábanas violetas, vinagre
de manzana.
Esas flores de liquen blanco que crecen sobre los
grifos.
Alberto, la gente no lo dice, pero en el fondo
aman los grilletes, nosotros en cambio
queríamos nadar, sacudir el tiempo, queríamos levantar
nuestra propia disciplina.
Nos dijeron que si arábamos la decepción con mucho
esfuerzo
podría dar una col que nos cubriese de la intemperie.
No sé cómo pudimos tragarnos
la inhábil épica del trabajo, Alberto.
O será apenas que el mundo está simplemente cambiando.
Mamá y papá tuvieron que acostumbrarse,
acabamos estabulando a esa bestia en nuestras casas
y de unas ubres tan pobres tampoco salía gran cosa.
Pertenecían a otros y era tarde. Nosotros
llevábamos ya los anticuerpos.
Alberto: cuando sujetaste el cielo con las manos
nadie estaba mirando.
Las venas de los brazos tiraban
y un estruendo desde las alturas.
El solo del interlunio del front man:
Cuando te mantuviste en pie con todo encima
nadie alrededor miraba.
Mucho más alta que tú no lo fui por tanto tiempo.
Sé bien que tu propia médula también te la trenzaste
con cadenas de ADN, líneas de horizontes
y de tus cuerdas vocales el pentagrama revuelto.
Todo lo que buscábamos era la maleza del camino,
la misma sabiduría que guarda la piel del hipopótamo:
de vez en cuando hay que enfangarse para poderse
refrescar.
El templo de la independencia se parece a un zigurat;
en su cima hay esquinas de sobra
para reunirnos los cuatro.
Corre aún un torrente genuino a pesar de los
anticuerpos.
Nos sentaremos a rebañar la miel de los más inútiles
viajes.
Tenemos que admitir que, en instantes, todo cuanto
deseábamos fue nuestro.
El foco trasero de la fantasía, algún motín, músculo y
canto.
Nosotros somos
sucios y valientes, somos
los mejores enemigos de nosotros mismos.
Sólo queríamos capacidad
para tener capacidad, un poco de sol, un grito,
libertad para equivocarnos, Alberto,
libertad para equivocarnos.
Tomado de:
https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/tu-propia-medula/
Es una espiral que, en mí, produce vértigo...
Es una
espiral que, en mí, produce vértigo. Pero acabo por serenarme;
gruta de la pureza.
Mi entrega a
esta ebriedad franca. Que extendí una sábana de orfandades
sobre mi poema. Y no sirve comprender. Como en valses
espectrales sobre piscinas
amnióticas. Teatro de delicias.
Petirrojo de la felicidad.
Que mi
inteligencia no compre mi sentido. El tacto, el privilegio, las ganas de
tirarse.
Esta consciencia de ausencia y no hay regreso...
Esta
consciencia de ausencia y no hay regreso. No hay regreso. Pero resisto
al llamamiento de las tragedias. Desacredito de esa
desfundación.
Para cuando
el pálido manto de mi memoria se va cubriendo de esta piel que yo seré.
Estoy resbalando por una flor caliente...
Estoy
resbalando por una flor caliente. He estado siempre cansada. Este egoísmo voraz
que insiste en la miseria. Pulsa mi vigilia la única
fortuna de los locos. La que no comprendió
nada pero lo sintió todo.
Y en las
madrugadas hago panegíricos a esta yolanda mezquina, que sabe venderse
y conoce
el final.
Hablarte de mí. Contarte mi historia...
Domingo 14 de diciembre:
«Hablarte de
mí. Contarte mi historia. Desde el principio. Todos mis sueños.
Y pensamientos. Cada proyecto. Cada sentido.»
(Todo espejo
es un abismo.
Mira este
lenguaje, esta materia activa que me construye, que me piensa y prolonga a tus
pupilas. Mira lo que se entrega en esta aérea arquitectura que son mis
escenarios
encontrados.
Abraza las teclas de un piano de aire.)
Para que venga una lluvia pura...
Para que
venga una lluvia pura sobre la miseria de no saberse nada,
pulsaremos los silencios hasta arrancar una uva
demasiado violenta.
Qué pensarán...
Qué pensarán.
Yo toda grácil entre las garras de una negra criatura.
Litros de barbaridades con purpurina,
y mi tiempo se acomoda a tu mandíbula cómplice.
Yo canto para ti todas las posturas escotofílicas
y las vamos reproduciendo con la feroz inocencia del
debutante,
frecuentamos los vulcanos y yo te hago de todo;
yo vestal con uve y tú bestal con be.
La suma de las perturbaciones. Nos seducimos distinto.
Los tormentos que preceden a mi incontinencia.
Aprendernos de memoria
la biografía de nuestras piezas
y tus garras de tiniebla que sean horizonte.
Estaba en el enfrentamiento, en el malsano
enfrentamiento
de mis años relativos
contra tus uñas de cuatro centímetros y medio.
La noche, calentadora,
y te pronuncio así: mi bella bestia.
Sé perfectamente que todo está aquí...
Sé
perfectamente que todo está aquí. Como una suerte de pálpitos
que se le entrega a mi mano antes de las horas. Una
condena que mece mis insomnios.
Nada ocurrió antes de las horas. Yo no llevaba barcos.
Escribíamos hacia delante
cuando se nos cayeron las túnicas y permanecimos así,
maquillados de rosa,
con la boca mojada y los pies abiertos, con el
magnífico libro de las venturas agazapado
en la vulva.
Mucho
dejarse la piel pero yo no quise aprender a llegar. Jardín exiguo, viento
cerrado
de manos, infinita cuadrícula. Renuncio al lugar del
aliento. Quiero aprender a
salir.
Si hablase de ti no pronunciaría...
Si hablase de ti no pronunciaría
las sílabas supremas
pero besas bien y me gusta estar contigo.
Mi verde con tu azul.
Delirio de ramas.
Mi verde con tu azul.
Me abstengo de pronunciar esas sílabas sublimes
pero me gusta cómo abrazas y tu pelo hace juego con mi
vestido.
Tus dedos patinan en mis medias.
Mi verde con tu azul.
Todas las salvaguardas que nos merecemos...
Todas las salvaguardas que nos merecemos.
Tu perfil confidente.
Como todo lo que te digo cuando no puedes oírme
y es tan dura la tarde, y tú tanto me faltas.
Nuestros dáctilos Par a par.
Sueños fértiles Par a par.
Parecía imposible que cupiese tanto aliento, tan
madreperla
como ahora nos preña.
Venga, mi bella bestia, ven con tu yolandalatría.
La tarde nos frecuenta alguna vez abandonados,
y tú dices corazón, esa palabra que odio.
Fuiste tú, mi animal, fuiste tú quien esculpió
en mis nalgas un verso que decía para siempre.
Tomado de:
http://amediavoz.com/castano.htm
Manzanas del jardín de Tolstoi
Yo,
que bordeé en automóvil las orillas del Neretva,
que apuré en bicicleta las calles húmedas de
Copenhague.
Yo que medí con mis brazos los boquetes de Sarajevo,
que atravesé, al volante, la frontera de Eslovenia
y sobrevolé en avioneta la ría de Betanzos.
Yo que partí en un ferry que arribaba a las costas de
Irlanda,
y a la isla de Ometepe en el Lago Cocibolca;
yo que nunca olvidaré aquella tienda en Budapest,
ni los campos de algodón en la provincia de Tesalia,
ni una noche en un hotel a los 17 años en Niza.
Mi memoria va a mojar los pies a la playa de Jurmala en
Letonia
y en la sexta avenida se siente como en casa.
Yo,
que pude morir una vez viajando en un taxi en Lima,
que atravesé el amarillo de los campos brillantes de
Pakruojis
y crucé la misma calle que Margarett Mitchell en
Atlanta.
Mis pasos pisaron las arenas rosadas de Elafonisi,
cruzaron una esquina en Brooklyn, el puente Carlos,
Lavalle.
Yo que atravesé desierto para ir hasta Essaouira,
que me deslicé en tirolina desde las cumbres del
Mombacho,
que no olvidaré la noche que dormí en plena calle en
Amsterdam,
ni el Monasterio de Ostrog, ni las piedras de Meteora.
Yo que pronuncié un nombre en el medio de una plaza en
Gante,
que surqué una vez el Bósforo vestida de promesas,
que nunca volví a ser la misma después de aquella tarde
en Auschwitz.
Yo,
que conduje hacia el este hasta cerca de Podgorica,
que recorrí en motonieve el glaciar de Vatnajökull,
yo que nunca me sentí tan sola como en la rue de Sant
Denis,
que jamás probaré uvas como las uvas de Corinto.
Yo, que un día recogí
manzanas del jardín de Tolstoi,
quiero volver a casa:
el escondite
que prefiero
de A Coruña
justo en ti.
De A Coruña á luz das letras
LISTEN AND REPEAT: un pájaro, una barba
Todo el cielo está en cuclillas. Una sed intransitiva.
Hablar en una lengua ajena
se parece a vestir ropa prestada.
Helga confunde los significados de país y paisaje.
(¿Qué clase de persona serías en otro idioma?)
Tú, me haces notar que, a veces,
este instrumento mío de cuerda
vocal
desafina.
En el patio de luces del lenguaje,
se me engancha la prosodia
en el vestido.
Te contaré algo sobre mis problemas con la lengua:
hay cosas que no puedo pronunciar.
Como cuando te veo sentado y sólo veo
una silla –
ceci n’est pas une chaise.
Una cámara oscura proyecta en el hemisferio.
Pronunciar: si el poema es
un exorcismo, un cambio de agregación; algún humor
solidifica para abandonarnos.
Así es la fonación, la entalpía.
Pero tienes toda la razón:
mi vocalismo deja
mucho que desear.
(Si dejo de mirar tus dientes
no voy a entender nada de lo que hables).
El cielo se hace pequeño. Helga sonríe en cursiva.
Y yo aprendo a diferenciar entre una barba y un pájaro
más allá de que levante el vuelo
si trato de cogerla
entre las manos.
De A Segunda Lingua [La segunda lengua]
Tomado de:
https://literariedad.co/2018/03/18/yolanda-castano/
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