miércoles, 28 de junio de 2023

POEMAS DE ALÍ LAMEDA


CARORA

 

Un río aquí, una cinta de brillo ceniciento

bordea este playón desconsolado,

su cujizal costroso de corazón obscuro.

Vino al Morere y su árido dominio

geológico, a la noche

por donde el río canta,

el escuadrón de los conquistadores;

y halló una piedra extraña de sílice ardorosa,

un territorio pálido, erizado

de cardones y viejos sarcófagos calcáreos.

Carora duerme ahora bajo sus gigantescas

estrellas de azufrado polverío.

Ciudad de fulminado desconsuelo:

¿es éste tu comienzo dolorido?

¿Esta tu infausta génesis en esta

orilla desolada por la que cruzo ahora

pisando tus sombríos terrones

silenciosos?

¿Por qué llora tu río delgado mientras alza

su gran hoguera roja

la tarde lastimera?

 

 

LOS PREDIOS INTOCADOS

 

Antes de que llegara un día a este sagrado

suelo del indio los Descubridores

todo era aquí perfecto, purísimo: las flores,

la dulzura del aire azafranado,

los peñascos, la lumbre con sus multicolores

vellocinos, el agua, las chifurnias, el cuero.

Todo era aquí invadido de colmenas,

esponjado por un sórdido reguero

radiosos y vasto sobre las arenas

del día, sobre el ágil

lomo de las serpeantes colinas intocadas,

sobre el ignoto yacimiento frágil

y las altiplanicies nacaradas.

Todo a la mano el hombre lo tuvo aquí perfecto:

la paz del yodo, el apio, la lluvia y sus bastones

prolíficos, los densos majales, el insecto

Y las preciosas alimentaciones.

De este modo la noche le era con un sonido

total, entre los valles cobrizos y las lomas;

propicio el sol, propicia la rosa de los vientos,

la miel propicia, el sumo de la hoja

azul, sus feculentos

jarabes, el ciclón, la hormiga roja,

la selva llena de estremecimientos.

 

 

EL PRIMER HOMBRE
(La leyenda de Ina-Uiki)

 

EL ORIGEN

 

En los dulces comienzos efluviantes

el tiempo y la gran noche primitiva,

cuando el mar descansaba sin peces rutilantes

y en la arcillosa cáscara pasiva,

con su prístino pétalo intocado

de nieve y heliotropo, dormían dulcemente

la flor del jazminero alabastrado

y la catleya de pavón fulgente;

cuando era, con sus leves arenas de umbelado

marfil, el Uenni un lago tranquilo, y la semilla

del semen primordial yacía fresca

bajo su enorme cúpula amarilla;

cuando en el glauco abismo de copa gigantesca

todo, la sal, el pórfido, los tules

del ópalo lechoso, flotaba allí sin nombre,

la Gran Madre, Ina-Uiki de pómulos azules,

formó sobre este suelo el primer hombre.

 

 

LA ROSA ANTIGUA

 

A donde el día puso sus órbitas radiantes

de luz maravillosa, poderosa;

a donde el tiempo lleno de abejas delirantes,

puro alzaba al espacio espiga diamantosa,

su hechizada corola primitiva.

A la tierra y sus negras florestas plañideras,

a sus filones arduos como una braza viva;

a las incomparables primaveras

de su amorfo dominio calcinado;

a la diadema ardiente de maíz, a la tersa

túnica de la yuca gloriosa, al abrasado

mediodía y su rubia girándula dispersa;

a la tierra en que ondeaba fino el añil su veste;

a su asperón, a sus raíces rudas,

a su llanura libre bajo el sol, a la agreste

paz de las dulces razas, pletóricas, desnudas;

a la embriaguez amada de la tierra que un día

dio al hombre el pan, la miel deslumbradora

y el agua y su fluctuante pedrería,

total y ansioso corre mi corazón ahora

por un camino ignoto de espanto y alegría.

 

 

Evocación de Rusia

 

Del tiempo, del oscuro

ámbito quejumbroso, germinal, estrellada

de la sombra, del polvo, del hielo duro y puro

y la dulce columna iluminada

ha nacido una tierra, entre la tierra,

un sonido terrestre como el agua, un violento

metal de luz ardiendo su constelada guerra:

ha florecido un día sobre el viento,

sobre las algas, sobre las orillas

que contienen las noches del océano helado,

sobre las taciturnas colinas amarillas

del azufre y el fósforo extenuado.

 

 

Canto a París

 

Desde el amargo luto, desde el frío

martirizado lirio ceniciento,

junto a la hoguera de invernal lamento

y el azuloso pétalo sombrío

Llega París con el profundo vuelo

de tu terrestre sideral victoria,

llega con el secreto de la gloria

que abierto ya te aguarda nuestro cielo

Rompe la niebla del recuerdo oscuro

llena de luz la soledad desierta

y que otra tu luminaria muerta

nos siembre estrellas en el pecho duro.

Tomado de:

https://eldienteroto.org/wp49/poemas-de-ali-lameda/

 

 

“El Gran Cacique”. La primera parte decía así:

 

 

Hermoso era el Cacique, precioso; que lo diga

la adintelada noche que lo miró creciendo.

Se alzaba sobre el suelo como una gran espiga

mineral, de azulosos cabellos floreciendo.

Lunar era el Cacique, de escamas alunadas

era la piel del torso bruñido y encendido

que erguía en sus celestes regiones invioladas.

Solar era el Cacique, como un sol, y fundido

en un solemne bronce de fundición radiosa.

De tierra era el Cacique, su brazo era de tierra

delgada, su cabeza como una negra rosa

espléndida, y su pecho floreal como la sierra

por donde a grandes saltos paseaba su hermosura,

su desnudez suntuosa de piedra centelleante.

Enorme era el Cacique, su pálida estatura

tocaba con su frente la cúspide acechante

del gran cerro que el valle metálico domina.

Pequeño era el Cacique dorado, no más grande

que un minúsculo talle sutil de clavellina,

ni más que el jazminero que su perfume expande

cuando cae el crepúsculo sobre el suelo y lo viste

de agudos resplandores de tornasol y grana.

Bravío era el Cacique; más que el cuerno que embiste,

más duro que el obscuro macizo de obsidiana

salvaje en que rompen gimiendo los ciclones,

más que los pedernales recónditos del suelo,

más ardiente que el fuego de rubios dentellones.

Fino era, con figura fragante de asfódelo,

el Cacique. La vida no pudo hacerlo nunca

más fino; y así, llama finísima saltando,

en la terrible noche quedó su copa trunca....

¡Por ella la arena todavía está llorando!

Tomado de:

http://alilameda.blogspot.com/

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